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Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
30-11-2016 01:17

Me permito colgar este texto y pido disculpas de antemano, a quienes sientan que no es apropiado.

La farsa del siglo

Para todos aquellos
que aún permanecen
deslumbrados

Un hombre de barba irregular toma por asalto un pedazo de tierra, expulsa a otro y se da inicio a la destrucción despiadada de valores elementales.

Impone una patraña con sangre inocente, impulsa la mayor farsa que el mundo ha presenciado, se tejen mantos de mentiras y la gran estafa toma cuerpo, invade subrepticiamente el pensamiento de nobles personajes, los subyuga y aceptan y defienden la ignominia, la destrucción, la violencia encarnizada contra indefensos individuos en nombre de una supuesta idea de libertad, el engaño se dispara en una fría guerra por los cuatro puntos cardinales.

Mantiene la barba y se disfraza de verde olivo, se coloca estrellas por batallas jamás peleadas, superpone tretas y trampas, ocupa lugares que no le corresponden, arma enredos y embrollos y por arte de la propaganda un déspota, un tirano con falsos discursos, con invenciones, con engaños y simulaciones, se convierte en el mensajero de la paz, en un mito, en el adalid de un hombre nuevo.

Amparado en quimeras, en ficciones, en simulaciones, falsifica la verdad y se convierte en el fraude del siglo. Los años lo consumen, el símbolo que fue la barba pierde color y se torna en un blanco decadente y sucio, los ojos que alguna vez brillaron entre los fogonazos de las cámara fotográficas, ahora sobresalen de sus órbitas y parecen los de un poseso, el verbo que fue vivo sucumbe ante enormes vacíos y abruptos silencios, se hace incontenible el temblor de las manos, el cuerpo firme como un tolete que vistió un uniforme militar que nunca le correspondió, se ha encorvado y los huesos apenas si soportan buzos deportivos de marca registrada.

La recia voluntad con la que sometió a sus amigos y a enemigos es finalmente doblegada por los años y no se puede terciar contra la edad, contra el invencible tiempo, y no hay forma de falsear lo que consume el ciclo, no hay artificio que logre disimular la decadencia, el ocaso se hace presente y el inevitable plazo se cumple.

A los noventa años no se puede ocultar el deterioro de la carne y finalmente muere al lado de su familia, mucho más de lo que le concedió a sus compatriotas.

Quienes han mentido durante tanto tiempo no pueden dejar de hacerlo y una vez más se prepara otra comedia, otra parodia, sobre el misterio de la muerte una bufonada, un simulacro para dolientes enceguecidos y obligan bajo un sol inclemente a largas colas para rendir tributo a una jarra mortuoria vacía.

Las cenizas de quien fue en vida un puntilloso personaje, según su propia decisión, serán esparcidos sobre el mar, sobre unas coordenadas establecidas de antemano. Entre la bruma de la madrugada, en la mitad de las aguas, en la proa de un lujoso yate se preparan para ejecutar la maniobra, cumplir el último deseo de un autócrata, pero Yemayá, la Diosa madre lo impide, no permitirá que contaminen sus aguas, levanta olas enormes, se encrespan de espuma las aguas, el yate se convierte en un cascarón sin gobierno y a un instante de zozobrar aparece Oggun con su machete en la mano, toma el ánfora y desaparece en un torbellino hacia los montes, de dónde salió este hombre un día y durante cincuenta y siete años atroces, pisoteo con desprecio todos los derechos y más, amparado en el engaño.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
17-05-2016 03:38

Ahora que Estela nos cuenta de Mexico y Rodrigo engalana la pinacoteca con los muralistas, yo contribuyo en el hilo de los Relatos para no quedarme atrás.

Desaparecidos sin tumba ni olvido

Para los amigos que no visitan otros foros


Llegué al D.F en México luego de un vuelo agotador, necesité varias conexiones y atravesar innumerables inconvenientes para estar presente a la hora fijada. Mi presencia es necesaria para avalar un compromiso adquirido por la empresa con anterioridad.

Llegado el momento, quienes debían presentarse se excusaron, escurrieron el bulto, inventaron excusas y compromisos ineludibles, con el fin de faltar a un encuentro, que únicamente responde al capricho de los mexicanos, quienes necesitan esta reunión para inflar sus cuentas y justificar el gasto en sus balances.

Con engaños y falsas promesas me cedieron la representación de la empresa, un papel que no me corresponde. No pude negarme y preparé un viaje de urgencia, sin tomar ninguna previsión.

Vivo en las orillas de la playa, mis pasos rozan la espuma esquiva de las olas, ese encaje efímero que desaparece entre las rocas, esas burbujas de sal que se traga golosa la arena blanca del Caribe.

Aterricé sin mayores preparativos en una geografía diferente, con un meridiano distinto y respiré un aire sucio con ausencia absoluta de yodo.

Entré a la reunión sin siquiera haber pasado por el hotel, A mitad de ese encuentro entre directores y jerarquías a las que no pertenezco, el brusco cambio de altura me pasó la factura. Sentí un pequeño mareo y un insistente latigazo en las sienes, que amenazaba con destrozarme la cabeza, pero seguí en pie.

Con cierta dificultad me presté para la foto, no quise quedarme para el almuerzo y salí directamente al hotel, dormí profundamente hasta las siete de la noche, me bañé con un potente y reparador chorro de agua caliente y me sentí renovado, dispuesto a recorrer las calles.

Salí del hotel y me dirigí al zócalo, todos los locales mostraban esqueletos de diferentes tamaños en actitudes contradictorias a su falta de carnes, fumaban y bebían alegres, se cubrían la osamenta con grandes sombreros de charros, vestían trajes llamativos y las flores amarillas de cempasúchil adornaban los espacios, enfrentadas por ser el centro de todas las miradas, combatían en belleza con alhelíes blancos y una flor roja, que más tarde supe llaman pata de león.

Había mesas con ofrendas, sahumerios, comida, pequeñas lámparas de luz opaca y velas encendidas alumbrando cada esquina. En cada local comercial por humilde que este fuera, la muerte era bienvenida y esperada. En las casas se hacían los últimos preparativos para regalar a sus deudos con comidas y bebidas, dispuestos a pasar una noche en vela, inolvidable.

Al caminar entre las calles vestidas para esta fiesta única, me percaté que es primero de noviembre, que es el día de todos los muertos, y aquí en México la muerte se venera y se respeta de una manera diferente.

En este día los muertos regresan a casa, hacen un largo viaje para reunirse con sus parientes y amigos, que con un permiso especial, un pasaporte refrendado, un salvoconducto único, este día dejan las sombras, y peregrinan desde ultratumba a la gran fiesta del recuerdo, los guía la norma primordial de permanecer en la memoria de los vivos. No permiten el olvido, y por este día se ausentan veinticuatro horas exactas, de esa página oscura en la que quedó grabado su nombre.

Los olores y el hambre me empujan a una calle en donde se alinean carros de comida, aquí se come con sumo cuidado entre los codos de desconocidos, evitando las manchas que delatan un descuido, aquí sirven con generosa abundancia y rapidez y se despachan los alimentos sin grandes miramientos, con más placer que incomodidad.

Alguien termina y se va, deja un espacio vacío en uno de los carros y me cuelo hasta llegar al frente. Sobre el alerón del tarantín, alineados de punta a punta, tarros de greda llenos de salsas, pequeñas cucharas de madera se sumergen en estas espesuras de colores condimentados y los aromas, sobre todo los aromas, siempre los aromas, me obligan a pedir con dudas y grandes expectativas, sobre una oferta incomprensible pintada con tiza.

El hambre es mala consejera y quiero probarlo todo. Pido una flauta y antes de morderla pongo una cucharada de salsa verde, detrás de cada mordisco una salsa diferente. Me pido un taco de manitas de cerdo, lo riego con picante, con cada mordisco me lloran los ojos y la nariz. Entre las lágrimas, logro ver a un costado, dos hombres que hablan, comen y beben. Tengo la sensación de conocerlos.

Los señalo y pregunto: ¿Qué bebe esa gente?
El muchacho me responde: Paco, el gordito, un jarrito loco. Juancho, el de barba, un pulque.

Me arden hasta los pensamientos, pido un vaso de cada bebida y en un sorbo de pulque, una ráfaga del recuerdo me trae los nombres completos de estos hombres. Paco Ignacio Taibo II y Juan Villoro.

Los he leído, son escritores, sus fotografías están en las tapas de sus libros, escriben columnas en los periódicos y hoy dejan de ser signos de admiración en mi propio imaginario y comen a mi costado este primero de noviembre en una calle oscura del D.F.

Para celebrarlo pido un taco al Pastor y otro de carnitas, recuerdo algunos personajes de sus libros, la trama de los textos. Me emociono y estoy a punto de atragantarme con una hilacha de carne condimentada.

No quiero interrumpirlos y cuando se marchan los sigo, espero tener el valor suficiente para hablarles.

La calle desemboca directamente en el zócalo. El círculo ha sido invadido por puestos ambulantes con faroles encendidos, venden esqueletos, calaveras de mil formas y tamaños en posiciones diversas y humanas. Esta noche hay un hervidero de gentes dando vueltas.

De uno de los edificios, quizás de un portal oculto dejado expresamente por Siqueiros, de una grieta camuflada entre dimensiones y perspectivas del tiempo pintadas por Orozco, o de las misteriosas rendijas insondables, cómo heridas, de los murales de Rivera salen 43 sombras, que reconocen a Juan Villoro y a Paco Ignacio y caminan tras sus pasos.

43 sombras vestidas de humo una noche huérfana.

43 nombres sin tumbas en donde se puedan colocar las luces que los guíen a sus casas, para comer y beber con sus familias.

43 almas perdidas.

43 fantasmas coronados con tristes calaveras pálidas, desorientados, lejos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

43 ánimas sin camino en el medio de la nada. En un limbo.

43 esqueletos que arrastran una mochila por donde los sueños escaparon sin dejar rastro, cómo escapó la sangre de sus cuerpos, y la tierra sedienta allá en Iguala se la trago toda, sin dejar siquiera una gota, como muestra de su paso por Guerrero.

43 nombres que a un año de su desaparición se han convertido en una lista, o en parte de esa lista interminable de injusticias.

43 recuerdos sin paz ni sosiego.

43 que buscan quien cuente su historia.

43 que junto a millones oyen el reclamo de sus familias ¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos de vuelta!

Ellos. Los 43, encontraron en las letras impresas de los libros, las definiciones que buscaban y quisieron transformar su horizonte de cercas y alambres de púas. Desafiaron la hostilidad de un orden establecido por el poder y La bárbara realidad los extravió, y quienes gobiernan se encargan hoy, como siempre, de cubrir las huellas que señalan la verdad de su desaparición forzada.

Son invisibles y caminan tras Paco Ignacio Taibo II y Juan Villoro, dos escritores comprometidos con su tiempo, con la historia, con el futuro y sobre todo con las letras. Las letras, las peligrosas letras capaces de desenterrar sus cuerpos debajo de las piedras y hacer justicia.

En procesión caminamos por la calle Madero, llegamos a la Avenida Reforma, veo al Imponente Ángel de la Libertad ¡Ese símbolo! Allá se dirigen siempre hablando, Villoro y Taibo.

Intento seguirlos, pero un agudo dolor me lo impide, asustado, con el temor de morir lejos de mi playa, de mi mar, de mi cielo, corro a mi hotel que está cerca.

En la recepción sufro un colapso, llaman a un médico de urgencias y me trasladan a mi habitación. Confundido, entre extraños que me acompañan con una vieja solidaridad olvidada y con fuertes dolores, oigo el diagnóstico preciso, en boca de un científico.

Mi enorme ignorancia, del tamaño del mar de donde vengo, me obliga a pedir una explicación y pregunto más muerto que vivo:

¿Qué es la Venganza de Moctezuma?

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
14-05-2016 01:48

La desaparición de mi abuelo

Para mis amigos que no visitan otros foros

Al cruzar la puerta de mi casa un remolino de ausencias me envuelve, el olor inconfundible a vacío se apoderó de los espacios, la niebla del silencio asfixia. Con miedo de encontrar muerto a mi abuelo grito su nombre, me responde el eco ahogado de mi propia voz extrañada, que regresa de las habitaciones desiertas.

Encuentro esta carta que leo saltándome los puntos y las comas, la releo una y otra vez hasta memorizarla con todos sus acentos. Definitivamente mi abuelo ha desaparecido.

Mi querido nieto:

Eres el último eslabón de mi estirpe, en tu sangre se agota el apellido y se acaba en un suspiro nuestra historia. Tienes dos opciones:

Buscar una razón entre argumentos insensatos, y amarrarte a falsos reflejos, en un intento desesperado para reproducir un apellido deslucido, que navega sin sentido entre la infamia y la dignidad.

La otra opción requiere valor, inteligencia y audacia, también y sobre todo confianza en este humilde moderador.

Tu abuelo se esconde detrás de los recodos primitivos de tu afecto, y sostiene con dificultad en menudas grietas irreverentes algunos secretos, con el único fin de mostrar ante los otros una cordura, que no sabe si realmente posee.

Este viejo vislumbra una remota posibilidad entre grises cataratas. Iluminada por los chispeantes destellos de cristales azogados, ha descubierto evidencias de una realidad oculta y le es imposible poder explicarla sin romper un juramento. A tu abuelo le ha sido negada la posibilidad de revelar algunos detalles que confirman sus certezas.

La afición por los espejos me viene de la niñez. Escondida entre las piedras de un río, una reluciente y pulida esfera de estaño, conjurada con disidentes rayos de sol, me hizo sostenidos guiños una lejana tarde en el recuerdo, al tomar el disco mi imagen se reflejó de inmediato, y también el asombro, detrás de mi rostro otro niño me llamó con gestos apremiantes. Solté el brillante círculo y rodó, para desaparecer en el olvido de la corriente de agua.

Tú mismo has contribuido al crecimiento de mis incontables tesoros, me has traído desde lejanos continentes maravillosos objetos, salidos del inagotable ingenio de trabajadores anónimos. De esas curiosidades, la que más aprecio, es ese antiguo cuenco, o florero traslúcido, que logra encerrar y maximizar la imagen entre rombos refractarios.

Mi vida ha estado signada por la estrafalaria persecución de imágenes repetidas en superficies pulidas, creo firmemente que los espejos están poblados de gentes.

Hace unos meses, enterrado en arenas sin memoria encontré un resto hexagonal de obsidiana, lo pulí con tesón y paciencia, logré más tarde con metales nobles armar ese ojo deforme que cuelga encima de mi cama.

Debes saber: Que en el último minuto, antes de finalizar la primera hora del noveno mes de nuestro calendario, un rayo de luz, de pureza inigualable, tocará nuevamente el centro de ese ojo y se abrirá la única posibilidad de encontrarme del otro lado de los espejos, en la luz imperecedera de este nuevo horizonte.

Tu abuelo, que te espera.

Implacable la fecha se cumple, severo el plazo se vence y el día fijado llega. A la hora señalada un hilo de luz iridiscente rompe la oscuridad y atraviesa indiferente la habitación, sin contratiempos horada el centro del ojo de obsidiana y se abre un portal hacia otra dimensión. Doy un salto y desaparezco gritando el nombre de mi abuelo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
18-04-2016 21:41

Un incendio, todos los fuegos

Para los amigos que no visitan otros foros

Caminó entre los escombros y pisoteó con sus gruesas botas de seguridad esfuerzos y recuerdos chamuscados, también algunos huesos calcinados, continuó su recorrido con pena, pero no tenía a quien pedir disculpas, el dueño había desaparecido en el incendio y era parte de las ruinas.

A su paso levantó nubes de cenizas, observó su vuelo menudo y el regreso aburrido a su efímera quietud, el retorno al cómplice silencio del polvo, que esconde los secretos del desastre.

Su deber es descubrir cómo se inició y propagó el fuego, el punto de ignición, la primera llama, el rincón que utilizo el invisible viento, para para colarse y convertirla en fogata, y ya crecida la hoguera, que caminos tomó, para devorarlo todo y convertir la vida en un infierno.

Ellos respondieron a los gritos de auxilio, a la llamada de urgencia, aparecieron con sus escandalosas alarmas, sus pesados equipos, sus precisos protocolos, su entereza y su valor a toda prueba. Llegaron con el tiempo justo para impedir que la voracidad del siniestro consumiera el edificio.

Se alinearon, tomaron sus posiciones detrás del pitonero y lograron con un enorme esfuerzo cercar las llamas, combatieron sistemáticamente más allá de sus fuerzas al enemigo, con sus mangueras y sus químicos, lo enfrentaron con su experiencia y lograron dominar y vencer al fuego.

Aprovecha esta oportunidad, este ángulo privilegiado y mira la ciudad por la ventana destrozada. Copia esta costumbre del Comandante de la Compañía y busca con afán, contrariar la certeza del viejo Bombero, quien repite con insistencia lo aprendido en todos estos años de servicio:

Los incendios, las calamidades, las ruinas de unas personas son completamente ajenas al resto que la rodea. La devastación, el infortunio, la fatalidad que persigue con saña a unos, es sencillamente extraña a los otros, que empeñados como andan en resolver sus propios fracasos se desentienden con facilidad de las malas noticias, y están también quienes decididamente las ignoran, contentos con sus pocos triunfos no le dan cabida a la fatalidad, y un día esas extravagantes victorias se convierten en humo y se desvanecen.

Abajo los hombres recogen los paños de mangueras, afirman las escaleras, conservan sus gruesos chaquetones, los cascos y las botas, listos, preparados para la próxima emergencia.

Las personas pasan por los costados sin prestar atención a su labor de salvadores, cuidando de no mojarse, de no ensuciarse con los charcos, con las corrientes de agua que bajan por las calles, sin dar siquiera una ojeada curiosa a sus operaciones. Mucho más allá la ciudad ni siquiera dedica un pensamiento a este incidente menor, esta desgracia circunscrita a una persona, no logra detener la voracidad del día, este evento es apenas una nota de prensa que en la tarde será noticia olvidada.

Encuentra indicios en la piedra abrasada, rescata entre restos ardidos las señales que apuntan responsables, revisa cuidadosamente cables carbonizados y en los despojos, apenas mordido por el fuego, encuentra información valiosa.

Descubre algunos huesos, indicios de vida, remanentes de la historia que debe reconstruir. Estudia la intensidad del fuego, elabora planos simétricos de la red eléctrica, revisa los conductos de gas, saca conclusiones.

Entrevista a los vecinos y hace algunos descubrimientos. El habitante del departamento incendiado es un acróbata, es la respuesta para las anillas requemadas y los ganchos de seguridad ardidos y las cuerdas carbonizadas. También aseguran que era fanático del buen ron, de los cigarrillos rubios y de las viejas películas de Chaplin.

Concluye su informe con una serie de datos y establece que el incendio y la muerte del único habitante del departamento 42 de la calle Augusta, en la Urbanización La Candelaria, se produjo por la combustión de un cigarrillo, que el hombre al dormirse en completo estado de ebriedad dejó caer sobre el colchón.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
29-03-2016 17:03

Escape desde las fronteras imposibles del sueño

Para los amigos que no visitan otros foros

El guardián opuso resistencia sin utilizar armas, carecía de ellas, no le estaba permitido su uso para proteger los sueños, pero le sobraba tiempo, paciencia y mucho ingenio.

Era la primera misión que se le otorgaba, obtuvo el permiso luego de extravagantes peripecias realizadas con éxito. En las pruebas se había dejado la piel, por esa razón consideraba relativamente fácil el compromiso. Conocía el protocolo de memoria.

Su deber consistía en seguir un orden establecido de vigilancia, de esa manera evitaba las equivocaciones y sobre todo los errores, con sus graves consecuencias.

Su misión era cumplir una norma precisa y sencilla:

Evitar a toda costa las pesadillas.

Debía prestar suma atención a los indicadores del sueño, al menor indicio que el durmiente atraviese la antesala de ese estado especial de soñador, era necesario vigilar el comportamiento de las imágenes, de la cadena de sucesos soñados, incluso, tener la capacidad de prever posibles y sucesivos acontecimientos, para impedir esos saltos inesperados, que abren las puertas a las incómodas, odiosas y terribles pesadillas.

A esos caprichosos espejismos, a esos delirios de catástrofes que conducen inevitablemente a los equivocados caminos del pánico, y cuya única meta es mostrar la tragedia, el drama del dolor. Antes de llegar a ese punto el deber del vigilante es intervenir, impedir su desarrollo y evitar la angustia.

El custodio necesita prestar tanta atención al corredor del sueño, a sus síntomas, como al cambio que se sufre al trasponer las puertas de regreso a la vigilia, al percibir el menor indicio del despertar, debe soplar con fuerza medida su aliento, para borrar la intensidad de lo vivido y dejar tras un velo tamizado, en la nebulosa, en un limbo, esas experiencias y mantenerlas en la frontera del olvido.

El vigilante recuerda vagamente los entrenamientos, y aquel viejo tragador de sueños que intentó asustarlo con una extraña historia inverosímil, según el anciano, ciertas personas logran soñar despiertos y pueden hacer sucumbir a los vigilantes del sueño, ante la desmesura de las imágenes creadas.

Ansioso y expectante mantuvo el hilo del sueño del durmiente que le tocó, imágenes sencillas, retazos de innumerables posibilidades elaboradas sobre una misma línea de bagatelas. Un golpe de viento inesperado, un movimiento entre sábanas y de regreso a la vigilia, entonces sopló, quizás con mucha fuerza y el olvido se tragó por completo el sueño.

El guardián aprovechó la vigilia del hombre, para iniciar un recorrido por los intersticios que dejaron otros sueños recurrentes, quería conocer las costumbres del amo que le había tocado.

De improviso el descalabro, sin ningún aviso se inició la reactivación de imágenes y estuvo a punto de sufrir un colapso, atropellado por una sucesión inaudita de acontecimientos convocados por el hombre, en un estado aterrador.

Se aferró como pudo a la pata de una mesa, y resistió el embate de esas imágenes luminosas, extravagantes, que para su sorpresa y tranquilidad, no eran producto del sueño, eran creadas en plena vigilia, convocadas a gritos, y desechadas a manotazos por el hombre a quien apenas había comenzada o a servir.

El hombre dejó de caminar en círculos, de repetir frases entre dientes, se acercó a una mesa y escribió., Durante horas describe con palabras certeras las ideas que imagina y logra que brillen sobre la página en blanco.

Para su sorpresa, le había tocado en suerte ese personaje que tanto temía el viejo tragador de sueños. Recordó el consejo que le había dado:

Estos soñadores especiales se llaman escritores, para sobrevivir deberás crear imágenes aún más potentes y maravillosas dentro de sus sueños, ellos recrearan sobre el papel de manera única los destellos que logren recordar de tus visiones y serás entonces imprescindible.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
14-02-2016 16:52

Último encuentro

Para metamorfosis
quien nos invitó
a escribir un texto muerto
con su magnífico relato “La Peste”

Mi último encuentro con Teresa fue tan sorprendente como inesperado. Al verme se cruzó de brazos y pronunció unas palabras que no pude oír, en ese momento un trueno reventó el cielo, el rayo que atravesó las gruesas nubes grises, se confundió con el intenso brillo de sus ojos, esas chispas de rabia me crucificaron, me obligaron a guardar silencio, a mantener la distancia y me dejaron saber que habíamos terminado.

Desconozco la razón de esa decisión, pero la repulsión, el asco que mostró ante mi presencia, eran síntomas inequívocos de una ruptura inevitable y permanente. Se volvió de espaldas y se marchó envuelta en vientos amenazadores.
Caminé bajo el aguacero y llegué a mi casa apaleado por las furiosas gotas de lluvia, roto, acuchillado por la fiereza de los ojos de Teresa, destrozado por sus gestos, destruido por la certeza de no tenerla nunca más entre mis brazos.

Necesito con urgencia escribir, no estoy dispuesto a permitirle al tiempo suavizar este doloroso rechazo, y mucho menos, que la fragilidad de la memoria y mi propia debilidad, deformen, y hasta endulcen esta rabia que me domina.

Chorreaba agua, me quité toda la ropa, me sequé y desnudo me senté frente al computador, descubrí con desesperación, que como otras tantas veces, falta la energía eléctrica, maldije al país, los servicios, y la propia herencia de esta vieja casa, habitada de pasado.
Cada rincón de este caserón almacena polvo y también los recuerdos de antepasados ya desaparecidos, con la carga de mi propia historia personal, de tragedias, de afectos, de perdón.

Hoy más que nunca necesito vivir la violenta inmediatez del presente y mi fracaso. Dejar constancia por escrito contra la amenaza del olvido, hoy no hay cabida para los afectos y el perdón.

Busqué en donde escribir y un marcador punta fina, escribí sobre el papel blanco con mi letra deforme de hormiga, de bachaco negro.
Escribí sin detenerme frases tóxicas, oraciones virulentas, palabras infectadas por el resentimiento, desdibujé la verdad y logré dar vida a una figura dañina y perniciosa, la convertí en una imagen nociva y peligrosa. Con cierta facilidad conseguí envenenar el relato con supuestos y medias verdades.

Utilicé los paréntesis para emponzoñar una línea, la coma y su movilidad para infectar las frases, contaminé perversamente cada oración. Ese espacio de sosiego que da el punto y seguido, ese respiro, logré intoxicarlo hasta el límite de la asfixia, ni siquiera el punto y aparte se salvó y negué con saña la posibilidad de que sirviera para una legítima reflexión, con habilidad logre corromperlo.

Escribí sin detenerme, sin descanso, sin necesidad de releer los párrafos, sin corregir ninguna de las palabras.

No pude firmar el texto. Una violenta ráfaga de viento y lluvia abrió de golpe la ventana, envolvió y humedeció las hojas, la tinta se corrió.
Gruesos trazos de tinta negra contrajeron las cuartillas hasta la asfixia, vi retorcerse los folios sobre la mesa, descomponerse, convertirse en una pequeña pelota cruzada de líneas negras. Corrompí con tanta saña el relato, que el papel mismo se contaminó, tuve miedo de tocarlo, de intoxicarme y no fui capaz de detener su descomposición, su transformación.

No era un texto muerto, ni desechado, era un relato envenenado.

Eratalia
Eratalia
15-10-2015 16:35

Yo no he vivido en sórdidas pensiones, ni he tenido desembarcos en Normandía ni nada relatable, solo una vida pequeña y anodina.
Me emocionan vuestros relatos cuando pienso que hay algo de autobiográfico en ellos.
Si os contase mi vida los bostezos se oirían en Sebastopol, por poner algún sitio lejano.


Con rimas y a lo loco
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
13-10-2015 19:20

Gracias Rodrigo. Está visto que que nos distancia la geografía, y nos acerca la vida que hemos llevado. Casi que nuestros pasos se han topado con nuestras huellas.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
09-10-2015 19:04

Un bello relato, J.J. que enriquece sobremanera este foro de pocas pero muy válidas colaboraciones. Gracias. Un relato, creo, con una buena dosis de autobiografía de aquel período de nuestra vida que nos marca más profundamente: la iniciación a la experiencia. Me ha traído a la memoria retazos de mi desembarco en Madrid, enorme ciudad de cuyos ritmos y violencias yo no tenía idea. Pero la vivencia en las sórdidas pensiones, en aquellos cafés de una pacata bohemia, la sorprendente falta de angustia (éramos tan jóvenes) por no llevar dinero en el bolsillo y la avidez con la que bebíamos y vivíamos cada nueva experiencia, son trazos comunes a la bella descripción de tu relato. Felicidades, J.J.

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