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PROSA LIBRE
Para textos en prosa poética, reflexivos o de difícil catalogación.
Ana Alonso
Ana Alonso
12-05-2014 19:27

J.J., es cierto que cada uno tiene su forma de contar; cuando leo este tipo de historias y la descripción de ciertos personajes, suelo sentir que lo que yo escribo no tiene la misma fuerza; sin embargo vuelvo a hacerlo, y a mi manera, como lo hago desde que tengo memoria. La manera en que escribí "Obsesión" en realidad no es la mía habitual. Te cuento que "Obsesión" lo escribí casi jugando; algo así como dejar correr las letras y ver a dónde me llevan. Muy pocas veces escribo de esa manera, porque creo que, como la escritura automática, una pierde el control sobre lo que escribe y saltan por ahí cosas que al lector entrenado no se le escapan. Por suerte en este caso te llevaron "por buen camino". A veces parece que el lector sabe más sobre un cuento que el propio autor; en este caso yo no me detuve a pensar mucho sobre los derechos de las mujeres, pero es un tema que me interesa y sobre el que leo todo lo que encuentro al paso, así que no me extraña que algo de eso se haya deslizado mientras "escribía jugando". Bueno, gracias de nuevo, por los cuentos, y por tus palabras.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
12-05-2014 06:27

Gracias Ana, sobre todo por los sentimientos que posees y que te obligan a conmoverte con estos hombres y sus desastres. Me preocupa un poco tu último comentario en donde condicionas la posibilidad de escribir a poder mostrar estas historias de fracasos y la verdad es que no es cierto, a mí me gusta lo que escribes, es otra forma, otro estilo menos descarnado quizás, pero mucho más sutil y aunque no lo creas es tan válido o más mostrar la herida que hurgar en ella. Lo que escribes por supuesto que tiene mucho sentido.

Es el caso de (Obsesiones) parece trivial y sin sentido, pero estoy seguro que hay lectores que le dan la razón a esa novia, convertida en recién casada, que no espero a que se concretaran los desastres de su matrimonio, a entrar en esos abismos, para abandonar a un hombre incapaz de realizar un esfuerzo para complacerla. Supo enfrentar con valentía su equivocación y entendió que su única opción es la de vivir para lograr sus sueños y no sujeta a quien no la merece y tomó la decisión de abrirse paso a su futuro con el peso de este traspié. No es una historia sin sentido.

De nuevo gracias y espero poder seguir leyéndote con frecuencia, recuerda que este oficio es un mínimo de inspiración y un mucho bastante del trabajo duro de picapedrero.

Ana Alonso
Ana Alonso
11-05-2014 08:00

J.J., hace un par de días que leo tus tres últimos cuentos, empiezo a comentarlos, y cuando voy por el tercero o cuarto renglón borro todo lo que escribí. Es que no encuentro palabras que estén a la altura de lo que siento al leerlos; es difícil hacer una comentario formal, la emoción pasa por encima de todas las reglas. Los tres hombres de tus cuentos tienen características similares a pesar de sus diferencias; con códigos propios, con una valentía y una conciencia a toda prueba; con una honestidad que no nace de la educación sino de las entrañas, y los tres cuentos "terminan mal"; por supuesto que dentro de la lógica del texto, parece que no podría ser de otra manera, pero es doloroso, sobre todo en el último, porque un hombre con esas características, con esas convicciones, capaz de multiplicar el coraje para poder compartirlo con quienes lo perdieron, tiene que haber "abandonado", o mejor aún, tiene que haber sido traicionado por sus ideales; tiene que estar muy decepcionado de todo para tomar esa decisión, y eso es realmente una pena. Lo más tremendo de todo es que son historias dolorosamente verosímiles, y entonces me pasa lo que me pasa, que no me los puedo sacar de la cabeza y al fin termino escribiendo estas palabras que no dicen ni de lejos todo lo que quisiera decir, así que por sobre todo te dejo mi felicitación por estos textos que me parecieron de lo mejor que leí en los últimos tiempos, aún cuando me golpearon y me dejaron pensando que mientras no sea capaz de aprehender este tipo de historias y mostrarlas en toda su crudeza, con las palabras adecuadas, no tendrá mucho sentido nada de lo que pueda escribir. Un abrazo J.J., reitero mis felicitaciones; tu trabajo es excelente.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
09-05-2014 23:44

Dicen que cuando abundan las ausencias, los presentes debemos hacer mayores esfuerzos y así lograr volver a convocar los. Por eso copio, pego y edito estos textos viejos

Un recuerdo se soltó esta noche

Afiebrados los ojos abiertos buscando una luz en la noche íngrima, un peso enorme el silencio, el silencio del abandono, el mar se confunde en lo negro de la noche convirtiéndose en una inmensa mancha de desconsuelo, la luna se esconde para no convertirse en el único testigo de tanto dolor, se escabulló entre las nubes para no ser cómplice de una decisión tomada una tarde de pájaros parados.

Dejó de llover y los vientos de la tempestad desatada de improviso esta tarde hacen girones las pocas esperanzas tardías, cruzan silbando los años, rompen, quiebran los sueños, susurran sin melancolía y con algo de fiereza.
¡ABANDONADO!

Confundido con las sombras lo veo, las escasas máscaras de los sonámbulos repiten en su propia máscara, espejo roto, esa mueca de sonrisa que se pierde sin respuesta, certera pedrada en el oscuro y profundo ojo de la noche y repite con el viento.
¡ABANDONADO!

Esa figura difusa no es otro que juan Cristóbal, una sombra deslizándose entre el agua con los pies llenos de algas, de arena, de palos y restos rotos de una vida que fue, o con la que se pudo construir otra historia.

El abandonado es esa figura imprecisa que camina sobre las calles entre el rio de gentes, que espera sin impaciencia el cambio del semáforo con el rostro hundido, apenas perceptibles todos los naufragios, todos los fracasos, va y viene entre nosotros con la cara pintada de desaliento y al verlo sentimos el impacto tremendo, se nos paraliza el corazón cuando pasa a nuestro lado.

El abandonado es este susto al romper la esquina y vernos de pronto reflejados sin explicación alguna en el gran espejo de esta tienda y encontrarnos desasistidos, huérfanos, escondiéndonos de nosotros mismos, ocultándonos en las mentiras de los periódicos.

A Juan Cristóbal lo conocí en medio de la calle insurgente, cuando confundía el tiempo y la historia con los sueños y siempre, invariablemente encontraba un sol inmenso alumbrando mis días de estudiante.

Ese día llenamos la calle de gritos contra la muerte, siempre la injusta muerte, cientos de razones nos sacaban de los seguros salones de clase y nos llevaban a incendiar con banderas y consignas aquellas mañanas.

Acudía sin falta a esta cita, a ese compromiso impostergable llegaba lleno de temor, perseguido de cerca por los pasos del miedo, pero dispuesto a que mi voz se dejara sentir. Cientos de voces convertidas en una voz limpia y clara de alerta contra el engaño y la burla de las declaraciones oficiales.

Caminamos con entusiasmo la ruta demarcada, ruta establecida de antemano, ruta conocida sin ser agitadores de oficio, muchas veces habíamos andado por las estrechas callejuelas sembrada de edificios y desde las ventanas nos saludaban señoras mayores que veían en nosotros sus propios hijos, las paredes de los edificios quedaban marcadas, señalando nuestro paso. Por mucho tiempo quedarían nuestras voces encendidas, vivas, grabadas en esas paredes.

Aprovechamos una vuelta de esquina para pintar ¡NO A LA BOTA! ¡VOTA! sin darnos cuenta quedamos rezagados, solos, aislados, alejados del grupo de la marcha, que siempre es la mejor protección, fue en ese instante que vimos a los esbirros, sin anuncio, sin gritos disparaban, eran los temidos perros de caza con sus colmillos pavonados de muerte, preparados para repetir otra masacre complacidos.

Aquí, aterrorizado en esta esquina me encontré con Juan Cristóbal, moreno, pequeño, de pelo duro bien cortado, que tranquilamente metió la mano en su chaqueta de pana marrón y sacó una pistola con la firme decisión de disparar. Con voz segura, sin gritar nos dio una orden: rápido, una barricada con lo que encuentren, no se alejen, no se despeguen de esta esquina, no se expongan y no vayan a dejar que los agarren.

Vamos a salir y meternos entre la gente rápido, sin creer en nadie. Disparó dos veces para detener a los mastines de traje negro, que se escondieron detrás de unos autos y sin sacar la cabeza disparaban como locos, en un dos por tres levantamos una defensa con unos pipotes de basura y les prendimos fuego, me ardían los ojos y la garganta, echamos a rodar los pipotes encendidos contra los autos que se acercaban silbando su escándalo de miedo y muerte.

Algunos comenzaron a avanzar en dirección del montón de gente que se esfumaba en todas direcciones huyendo de las balas y del miedo. Juan Cristóbal los detuvo con un grito seco, nos pegamos todos a una pared, porque los bombazos y las balas nos estaban buscando en el aire.

Juan Cristóbal dijo: De aquí nos vamos todos juntos, nada de cometer imprudencias, no es hora de correr sin dirección, es el momento de salir enteros, con el pellejo sin un rasguño, vamos a caminar derecho, una columna pegada a la pared, en la próxima esquina le damos pá bajo, nos vamos a ir cuidando unos a otros. Negro tú al frente, Yo voy detrás por si se les ocurre seguirnos, nos encontramos en la puerta de Ciencias y pase lo que pase tenemos que esperar a que todos nos reportemos.

Comenzamos a salir de aquella encerrona siguiendo las instrucciones al pie de la letra, continuamos pegados a la pared hasta la esquina, había una enorme confusión y de una compacta manifestación enardecida de consignas, apenas quedaban pequeños grupos dispersos y al igual que nosotros buscaban con los ojos ardiendo y el miedo tatuado en la piel una salida, bajamos por la calle dos cuadras, la calma se confundía con el olor ácido de los gases lacrimógenos, atrás dejamos una invasión de sirenas y el miedo metiéndose en las calles, en los edificios, obligando a cerrar puertas y ventanas., Caminamos rápido y en columna sin detenernos hasta la próxima cuadra, quedaba muy poco para salir de ese caos y tomar un auto por puesto que pasaba cerca de la Universidad y confundirnos entre la gente y los cientos de posibles destinos. Cruzamos la calle y logramos dar unos cuantos pasos cuando sonó la voz de un catire bañado en sudor, pistola en mano y disparando, párate o te quemo gritó.

Ya el negro estaba en guardia disparo su revólver y el catire se vino abajo, el miedo me paralizó, se atropellaron en mi cabeza imágenes que confundían los hechos con los sueños. Sentí la mano que me sostuvo y no me dejo caer y me empujó calle abajo arrastrándome, mientras decía con voz grave, serena, oscura: “La vida es apenas una circunstancia, lo total, definitivo, realmente trascendente es la muerte” Con estas palabras repitiéndose en mi cabeza, martillando constantemente las consonantes llegamos a la Facultad de Ciencias.

A Juan Cristóbal lo volví a ver muchas veces en los pasillos de la Universidad, en las calles, en sitios impensados, en lugares públicos, siempre con esa luz rara en los ojos de quien va buscando la muerte en cada paso sin conseguirla.

Durante todo este tiempo que ha transcurrido la bota se ha mantenido cada vez más inflexible, ahogando, asfixiando las posibilidades incrementando el miedo. Me he repetido una y otra vez las palabras de Juan Cristóbal: “La vida es apenas una circunstancia, lo total, definitivo, lo realmente trascendente es la muerte”

Hoy con más fuerza lo repito en voz alta, ahora que las blancas paredes de esta casa, la arena de la playa, el incesante golpear de las olas contra las rocas, las calles, la inmensa y oscura mancha de desconsuelo, todo me grita desde el absoluto silencio de las negativas ¡ABANDONADO!

Esa noche salí a caminar y logré verlo desde lejos, estaba sobre una roca en donde las olas rompían con un estallido de espuma sonoro y la luna alumbraba las sombras, no me acerqué, pero recordé una vez más con absoluta claridad sus palabras seis años atrás. “La vida es apenas una circunstancia, lo total, definitivo, lo realmente trascendente es la muerte”

Lo vi desnudarse lentamente de aquellas sus primeras alegrías, de la sonrisa franca, espontanea, de la mano amiga y su palabra, en cada nuevo paso hacia el agua dejó huellas de ilusiones, sueños, hasta que se ajustó en los huesos desnudos el traje negro de la desesperanza y se amarró en el cuello, sin ayuda de espejos, la corbata de soledades infinitas con un nudo perfecto y anduvo derecho con paso firme y decidido, con esa rara luz en los ojos ahora más brillante que nunca.

Se echó la carga de los recuerdos encima y se internó en la gran noche, se hizo sombra, delgado y agudo silbido sin respuestas, fue apenas rumor de pasos insomnes, una visión fugaz que se pierde entre las ondas rizadas, en lo profundo y negro de las aguas.

Al fin había resuelto las dudas, las incógnitas de todos los problemas, había encontrado la ruta exacta de esa luz rara que siempre brillo en sus ojos.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
12-04-2014 20:02

Posiblemente uno de los defectos que tienen estos hilos "por libre" (aunque debieran ser la esencia del foro) es que no se les presta la atención asidua que merecen. El compañero Caizán nos advierte de la lectura "recién" de unos viejos textos de J.J. Inmediatamente me paso por "Prosa libre" y me enfrasco en la lectura del primero. Algo me suena, algún recuerdo me sobreviene. Ahora caigo: lo leí en su momento, me entusiasmó, pero no dejé huella de mi paso. Suscribo la opinión de Caizán respecto a ambos textos y la deriva que le propone a J.J. en su trayectoria literaria. Ambos textos son excelentes, impregnados de ese fatalismo en sus personajes que inevitablemente ha de recordarnos a Juan Rulfo y otros maestros de la narrativa hispanoamericana. Felicidades a J.J. por traernos estos textos para deleitarnos con ellos, muchas gracias a Caizán por la advertencia y una sugerencia: aunque no sea un hilo "reglado" dejemos constancia de que hemos disfrutado con las aportaciones que en él se hagan.

caizán
caizán
12-04-2014 19:14

Estimado J.J.
Recién hoy leí estos textos. Me parecen: EXCELENTES.
Sales de toda esa mierda política que te comerá la cabeza.
Te sugiero que vuelvas a allí. Me han gustado mucho. Te felicito.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
16-12-2013 01:45

Copio y pego textos viejos

La calle

Mira chico; quien ha vivido en una pensión, quien por necesidad ha caído en esas casas y compartido con los residentes, ha vivido todos los horrores del fracaso, la oscuridad de los caminos cerrados, las limitaciones llevadas al límite.
Las pensiones invariablemente están hediondas a repollo sancochado, jamás puedes encender la luz cuando te viene en gana, instalado en el baño hay un cronometro que grita, chilla, vocifera amenazas cuando te pasas del límite e intentas romper la norma de los cinco minutos, norma inflexible y que te dejan claro desde el primer día, el agua es un elemento vital y no se desperdicia.
La dueña es española y se vino enceguecida detrás de las palabras y promesas de un hombre, o persiguiendo el sueño de la América y en el camino perdió el hombre y olvidó el sueño y se quedó sola con esta casa, que convirtió en un laberinto de habitaciones impensadas.
A la pieza de una pensión llegamos con pasos falsos, prestados, precedidos por la humillación de encontrar la cama invariablemente vacía, para quien siempre esperó la mejor de las compañías, la oscuridad, para quien lucha incesantemente por la luz de un mañana de libertad, en una pensión tienes prohibida la luz, incluso, el ronco sonido de tu voz, de tus protestas, después de las diez de la noche. Una pensión inexorablemente huele a viejo, a cucaracha muerta, el escaparate da grima abrirlo, está forrado con periódicos amarillentos y las maderas rechinan de dolor ajeno, dan fe de los otros que mucho antes que tú ya estuvieron y dejaron una huella indeleble sobre la mesa de noche y esa gaveta permanentemente atascada, que obliga una imprecación entre dientes dependiendo de la hora y sus limitaciones.

Así decía Daniel, ¿Te acuerdas de Daniel? Aquel que se vino de Caicara con su maletica magullada, amarrada con mecates y dejó las piedras y el polvo y los caminos hacia el Guarapiche y las casas destartaladas y el Baile del Mono el día de los inocentes y a su vieja que no pudo enterrar. Supo de su muerte una semana después y Daniel andaba enredado intentando componer el mundo, perdido entre proclamas y manifestaciones, huyendo siempre de la policía.

Daniel llegó al Café de la Avenida Nueva Granada con la cabeza en alto, miró con aparente descuido hacia los lados adivinando enemigos, con pasos firmes, seguros y esa mueca suya de morderse los dientes le marca el rostro y le da ese aire de desprecio a la esperanza huérfana.
Pidió un marrón, esperó quince minutos exactos y se marchó acosado por los recuerdos, sin un miserable minuto de esperanza. Era la tercera vez en este día que entraba a este café, uno de tantos en donde establecía sus contactos, escogido por su ubicación; justo enfrente de la avenida, a diez pasos contados del próximo semáforo, rodeado de calles estrechas con muchas salidas a otras calles que tienen acceso directo al cerro poblado de miseria y basura y escaleras. Chequeo por última vez su reloj sin convicción, el sol lo agotaba en esta tarde de soledades infinitas.
Sabía que era su última oportunidad y cometió la tontería de regresar una tercera vez, lo que nunca se había permitido, ni siquiera en los tiempos difíciles de compañeros caídos, de estafetas vacías, de desinformación.
Daniel había regresado sin ninguna necesidad, sabia de sobra de ausencias y despedidas, pero se aferraba a la idea de verla llegar contra todo temporal, sonriente, alumbrando los caminos, abriendo horizontes rompiendo barreras, calmando con su chorro de voz cristalina todas las angustias.
Se aliso la chaqueta paso su mano por la cintura y se aseguró del pequeño bulto imperceptible de la 38 cañón corto que portaba sin licencia, siempre cargada, limpia y aceitada, a ella le dedicaba sus mejores momentos, era lo único que tenía y lo había obtenido sin el fracaso que lo persigue desde que se conoce y lo ha arrinconado a una vereda sin salida en lo que se ha convertido su vida.

Dio unos pasos evadió el encuentro con dos hombres que entraron comentando la última pelea de Leonard, sin saber quién era el mentado Leonard, Daniel se había apartado de todo. La inútil espera, el sol en medio de un cielo sin esperanzas de lluvia agobiaba más que ningún otro día y dibujaba en su rostro ese tinte de desaliento con el que lo encontraron después,
Caminó por el rumbo que le marcó la calle, perdidas las convicciones que lo sostuvieron, estaba seguro de no volver a los horrores de la pensión, los pasos lo llevaron al Parque, al Bosque de los Luceros como ella lo llamaba y recordó esa noche que andaban juntos y se alumbraron con el brillo de sus ojos y Daniel le dijo abrazándola con fuerza, fuera del control habitual que mantenía. “Hasta el fin del mundo me dejo llevar por ese par de luceros que hoy, en este momento alumbran el camino de mi vida que se volvió oscura en una esquina que crucé sin darme cuenta desolada sin rumbo cierto. Desde ese día se quedó para ambos Parque de los Luceros, una clave que compartían los acercaba y alejaba en una especie de juego fatídico.

Daniel buscó un lugar en donde nunca hubieran estado los dos juntos, se sentó sobre la grama, hizo un recuento sencillo de su paso por la vida, los pro y los contra, tabuló ese largo camino sin salida, codificado por soledades infinitas. La intensidad del sol lo abrumaba, lo golpeaba como la falta de ella, que hoy finalmente se había convencido de su ausencia y abandono permanentes.
Abrió la boca e introdujo el cañón tibio de la 38 y accionó el gatillo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
14-11-2013 23:30

Copio y pego un viejo texto.

El Gavilán

Mulato, negro el pelo pegado, ensortijado. El Gavilán camina como pescador de redes vacías; incansables danzan los brazos a los costados, la cabeza en alto y el pecho abierto. Para más señas es Cumanés, comedor de cazabe, de caraotas negras con arroz blanco y pescado salado.
Tiene un ojo azulado, nublado y abierto con autonomía de movimiento por el que no ve colores, ni formas, tampoco siluetas, sólo sombras. El otro es profundo y oscuro como el mismo fondo del mar.

El Gavilán ha rodado por el mundo y sabe de todos los oficios habidos y por haber, sabe de todos los trabajos, se le endurecieron los pies calzados con pesados zapatones de punta de hierro en el camino de sus treinta y ocho años, se le curtió el pellejo de tanto llevar sol sobre el lomo descubierto.

Sencillo, llano como la punta de una playa. “Y quéeeeee amistaaa” grita cuando te ve en medio de la pista por encima del ruido de las turbinas encendidas, los arrancadores, los motores de los camiones y de una vez te pide un cigarrillo, mirando siempre al frente con su mirada de cíclope, sin temerle al acecho de los aviones, esos inmensos animales que nos vigilan desde el acero pulido ondeando sus banderas de signos extraños.
Con la mano extendida y abierta, de cielo franco, te da un apretón fuerte, familiar, de hermano, como si todo Cumaná te tomara la mano. Manos ásperas de echar maletas sobre las correas eléctricas, manos que fueron juntando piedra, arena, cemento, mezcla y listones de madera hasta lograr construir esa casa que desafía vientos y tempestades, allá arriba en Quenepe, en donde se acaban las escaleras.
Su casa es una suerte de milagro arquitectónico, sustentada con esperanza, para que no se desbarranque cerro abajo con todo y la mesa de cuatro puestos cubierta con mantel plástico de flores grandes y rojas, el frasco de boca ancha lleno hasta el tope de picante, un faro atento en medio de la nada. Con la cocinita de keroséne y la cama de hierro; con su chiqichá, chiquichá , cada vez que le metes ritmo a la mujer, y el colchón con la sombra grabada de los cuerpos. Y los muebles que le compraste al turco por cuotas y ya no debes, porque no eres hombre de deberle a nadie y tienes una sola palabra que cumples aunque revientes.

Salvo aquel viernes sin fecha en el recuerdo, pero tienes vivito en la memoria, algunas noches cuando te encuentras solo, hundido en el silencio, repetido por tu sombra, tiembla incontrolable ese ojo izquierdo perdido y azulado al recordar ese viernes.

Terminó el turno y todo tu grupo se quedó trabajando sobre tiempo, tú con ellos y con el pago de la semana arrugado en un sobre marrón con la grapa pegada todavía, resguardado de tanto amigo de lo ajeno, metido en uno de los bolsillos del pantalón sudado de tanto correr apurando la tarde, alimentando la panza de los aviones, de saltar y encaramarte a los camiones en marcha, de agacharte y volver a levantarte sin descanso.

La ley de los viernes es trabajar hasta reventar, los aviones llegan en bandadas como pájaros que emigran, toman un respiro y siguen espantando los cielos con sus rugidos terribles.

Esa noche no quisiste ir al Sambo con los muchachos, ni tampoco a la Pedrera en donde te espera Luisa casi desnuda, los labios gruesos pintados de rojo encendido como las semillas del cundiamor, la piel blanca y fina como la arena de las playas en Río Caribe y el “mi amor bríndame un palito” pedido en un susurro, acercando su boca a tu rostro, acariciando tu nuca atravesada por marcas tejidas como cabuyas.
Tampoco quisiste la cervecita que te ofreció Trago largo, estabas pendiente de cuidar como ningún otro viernes el sobre con los billetes arrugados y sudados, te habías comprometido con la mujer a entregar el sobre intacto y tú eres hombre de una sola palabra.
Saliste derechito, casi sin mirar a los lados huyendo a la tentación y te pusiste en la cola del transporte, ni siquiera quisiste bañarte, cambiarte. Allí en la cola estabas con la misma ropa de dril azul que se confunde con las sombras, con la noche.

En uno de los bolsillos el sobre y en el otro el acero, inseparable compañero, fiel como ninguno para cortar las mallas que protegen la carga, o abrir la panza a una que otra caja que te guiñe el ojo, o saltar los seguros a alguna linda y bien cuidada maleta de primera clase, siempre que se descuide el personal de seguridad.

En silencio, sentado en uno de los últimos asientos hiciste el viaje sacando cuentas, con los números bailando todavía en tu cabeza bajaste del autobús en la esquina de siempre y comenzaste a subir cansado las alturas de Quenepe, arropado con el miedo a los fantasmas.

En las noches cuando te quedas solo, sin otras voces ni compañía, sin otros pasos que acompañen a los tuyos, en esos rumbos que marcan tu vida, sin haberte bebido un trago para ayudarte a espantar los demonios, te invade el miedo. pegado a tu piel, a tus huesos.

El temor te sube desde el estómago ahogándote, un cosquilleo se hace dueño de tu cuerpo, te dominan escalofríos, el susto lo llevas por dentro bien escondido y aparece amarrando tu garganta cuando estás en medio de la noche, íngrimo y solo entre las sombras.

Obligado por el trabajo, por los turnos, por la mujer y los muchachos, por esa cadena de responsabilidades que te sujeta a esta vida y te impone caminar la noche enfrentado continuamente tus temores.

Gavilán miedoso convertido en gallina. El miedo que enfrentas está alimentado con los recuerdos de los velorios en Cumaná, allí en una rueda los mayores contaban de aparecidos, de fantasmas, de ánimas buenas, pero siempre desconocidas, impredecibles, espíritus burlones, velorios de humo, licor y cuentos. Se contaba de voces sin cuerpo que arrastraba el viento, de lamentos y ruidos de cadenas y del hombre sin cabeza que pasaba todavía chorreando sangre a borbotones.
Velorios buenos aquellos, de carterita y caña clara, pero dejaron ese miedo sembrado en tus huesos.

A esa hora ya no subía "Jeep" al cerro, ningún "Pirata" que te acercara a tu casa y tuviste que subir contando los pasos, calles oscuras y estrechas, escaleras apretadas de basura, hediondas a meaos, intentabas espantar el miedo con oraciones y allí mismo, al final de uno de los escalones, casi encima de ti, en donde decían que salía el fantasma de Arévalo los viernes pidiendo un trago, una sombra entre las sombras saltó de la nada y apareció en la esquina, un fantasma de pistolita en mano con voz pedregosa pidiendo el sobre, los billetes, el esfuerzo de toda la semana.

El acero no brilló en esta de cielo huérfano y sin luna, con la mano firme, de derecha a izquierda atravesaste el fantasma que se desvanecía escaleras abajo, mientras un Gavilán asustado volaba al nido.

lluvia
lluvia
20-10-2013 05:30

Es lindo leerte, Despis; es una bonita forma de sentirnos cerquita. Gracias por tu presencia y por tus letras.

Besote.

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