RAYUELA
RAYUELA
COMUNIDAD LITERARIA
Conéctate o Regístrate
Email:
Contraseña:
Mantener conexión
Registrarse
Últimos comentarios
jota jota
jota
"Uno más 2020-2024En esta noche íngrima de anuncios.."
19-04-2024 17:58
jota jota
jota
"Quien tuvo al mar de vecino alguna vez, tuvo, tamb.."
19-04-2024 15:30
Rodrigodeacevedo
Rodrigodea.
"Hay camino abierto y fuerzas para recorrerlo. Un c.."
17-04-2024 10:58
Rodrigodeacevedo
Rodrigodea.
""Recorro estas calles que conozco de memoria avanz.."
13-04-2024 11:17
Rodrigodeacevedo
Rodrigodea.
"Pues parece que estemos viviendo un período de una.."
13-04-2024 11:01
jota jota
jota
"04062024Los astros señalan en la punta del sur a u.."
07-04-2024 19:05
jota jota
jota
"04052024Conozco de memoria estas calles y puntual.."
05-04-2024 19:11
jota jota
jota
"Para tus ojos brujos 96-2024En un mes incierto, so.."
02-04-2024 18:11
jota jota
jota
"Gracias Rodrigo por tantas imágenes logradas, que .."
02-04-2024 18:09
Rodrigodeacevedo
Rodrigodea.
"Nostalgia desde el mar de aquel pueblo pequeño e í.."
02-04-2024 14:25
Usuarios más activos
Rodrigodeacevedo
Rodrigodea.
 
2.740 Comentarios
Jose Jesus Morales
Jose
 
1.547 Comentarios
Eratalia
Eratalia
 
1.411 Comentarios
Estela
Estela
 
1.085 Comentarios
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio
 
1.027 Comentarios
jota jota
jota
 
793 Comentarios
caizán
caizán
 
527 Comentarios
Des
Des
 
446 Comentarios
juan fozara
juan
 
436 Comentarios
Observador
Observador
 
355 Comentarios
CONECTADOS
71 Usuarios registrados
12.544 Comentarios creados
0 Usuarios conectados
Estadísticas
Nº Páginas Vistas

Nº Usuarios
Enlaces útiles
· Diccionario de la RAE
· Diccionario de sinónimos y antónimos
· Buscador de ideas relacionadas
· Contador de sílabas en poesía
· Diccionario de rimas
Mapa de visitas
  
TEXTOS DEL MES
Aquí colgaremos el que consideremos nuestro mejor texto para ser comentado por todos una vez al mes.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
19-11-2013 01:20

METAMORFOSIS

Aquella soleada mañana de domingo el profesor K. daba su habitual paseo por los bosques aledaños a la ciudad de H. El profesor, entomólogo de gran prestigio, ejercía la docencia en aquella antigua e influyente universidad, siendo sus investigaciones punto de referencia mundial acerca del complejo y variado mundo de los insectos.

Aunque caminaba distraídamente, absorto en sus pensamientos, un movimiento de las hojas de hierba que crecían en el ribazo del camino llamó su atención. Inclinándose y con su penetrante y profesional mirada localizó inmediatamente el motivo de su curiosidad: un ejemplar adulto de ciervo volante macho, coleóptero no infrecuente en esas latitudes, pero siempre de estudio interesante, dada su situación de especie en extinción. Cuidadosamente lo tomó con unas pinzas que siempre llevaba consigo y trató de introducirlo en una de las bolsas especiales que, asimismo, formaban parte de su bagaje cuando paseaba por el campo.

Observó que el insecto presentaba unas magulladuras en su caparazón, por las que aun supuraba el líquido hormonal, reparador de la cutícula. Con suma delicadeza abrió la bolsa especial y, en el momento que introducía en ella al insecto le pareció percibir una especie de susurro, un sonido modulado que el profesor quiso identificar con una voz humana casi imperceptible. Absolutamente asombrado por el fenómeno, ya que el ruido que habitualmente producían este tipo de insectos era mucho más intenso y rudo, el profesor acercó su oído al insecto, percibiendo con mayor claridad una lastimera voz que le pedía:

“Por favor, devuélvame al suelo; no me lleve fuera del bosque”.

Atónito, el profesor K. terminó de introducir al escarabajo en la bolsa, que cerró con todo cuidado y, velozmente, se dirigió a su laboratorio. Una vez allí pidió al guardia de seguridad que no fuese molestado por nadie y se encerró con su increíble descubrimiento.

Sacó al coleóptero de la bolsa y le aplicó una lupa para examinarlo con más detenimiento. El animal no ofrecía ninguna resistencia a su manipulación y, por el con- trario, parecía dirigirle una mirada suplicante desde sus brillantes ojillos preantenales.
K. depositó al insecto en una cápsula de vidrio, con un ligero lecho de algodón en su fondo. El susurro procedente del negro bicho volvió a percibirse, esta vez nítidamente:

-“Señor, soy el viajante de comercio Gregorio Samsa y ruego a Ud., a quien supongo un honrado caballero, me devuelva al bosque donde me ha encontrado. Tengo razones muy poderosas para pedirle que no cambie el curso de mi destino.”

La estupefacción del profesor K. llegó al límite, teniendo que apoyarse en el respaldo de su sillón de trabajo, aturdido por un ligero vahído. Con un fuerte esfuerzo de concentración, K. se repuso y, sentándose frente a la cápsula con el insecto, trató de eliminar los rasgos absurdos de la situación, admitiendo que, efectivamente, se encontraba frente a una anormalidad biológica, un ejemplar de insecto muy conocido y estudiado, el “lucanus cervus”, ciervo volador en lenguaje corriente que, sin embargo, parecía tener el don de la palabra.

La mente lógica del investigador se resistía a continuar la parodia, pero su curiosidad se impuso. Con un hilo de voz, como temiendo ser escuchado por terceros y ser el hazmerreír de la comunidad científica,dijo al escarabajo:

-“Sí. Continúe, por favor”

-“Ud., señor, sin duda conoce mi historia. Un tétrico y des.graciado escritor me creó. Soy un producto de su imaginación malévola y desorbitada. Fui el protagonista de una especie de libelo que se llamó “La Metamorfosis”, muy difundido al parecer y de reconocido éxito entre sus conciudadanos, que lo interpretaron y reinterpretaron en tesis, estudios de licenciatura, guiones de películas, en fin, todo un universo de creación ficticia, cuyo protagonista he sido yo, un oscuro y anónimo vendedor a comisión. Desde entonces mi nombre, Gregorio Samsa, pertenece al colectivo imaginario y, desde redacciones escolares hasta sesudos estudios psicológicos, se usa y abusa de mí, de forma totalmente desconsiderada. Ud. recordará, seguramente, mi peripecia familiar, la agresión a la que fui objeto por parte de mi señor padre y las terribles heridas que se me infligieron en los últimos días de mi vida en la casa familiar. Finalmente fui dado por muerto y la asistenta me retiró con su escoba al cubo de la basura. Pero en aquel caparazón reseco y polvoriento aun latía un ápice de vida. Era el mes de marzo, el sol comenzaba de nuevo a calentar y, por azares de la naturaleza y por un designio superior al de mi creador, mi vida no estaba llamada a desaparecer en aquel momento.”

El insecto, con evidentes signos de cansancio se retiró suavemente, apoyándose contra el cristal de la cápsula, haciendo con sus patitas un pequeño arrebujamiento en el algodón de la base, como buscando calor y protección.

“Descanse un momento, se lo ruego –dijo K. estremecido y confuso por cuanto estaba viviendo- ¿puedo traerle algo de comida? Estaría encantado de serle útil en sus necesidades. Por mi condición de entomólogo creo conocer bien las costumbres de los seres de su especie”

- “Gracias, no necesito nada. Sólo le pido nuevamente que me devuelva al bosque donde me encontró”

“Comprenderá Ud., Sr. Samsa –a K. le sonó como una sombría carcajada aquel nombre, con el que de forma tan natural se había dirigido al insecto- comprenderá Ud. que en su situación mi obligación como persona y como científico es …”

“No, se lo ruego –terció el escarabajo- no se atribuya responsabilidades morales. Soy un bicho, mi mundo es el que es, donde Ud. me encontró. Le insisto que me devuelva a él.”

La perplejidad de K. era cada mayor y sus ideas sobre el asunto, confusas y contradictorias. Finalmente, optó por abandonar el laboratorio, dejando la cápsula con el escarabajo, a quien dotó de algo de comida –detritus enmohecidos- encerrada en uno de los armarios de su uso exclusivo.

El profesor meditó largamente durante toda la noche cual habría de ser su actitud frente al futuro del insecto.
Veía claramente que era su gran oportunidad como científico si conseguía, en tan originalísimo campo de investigación, llegar a conocer cual había sido la evolución de aquel extraordinario fenómeno que el azar había puesto entre sus manos. No se le escapaban, analíticamente, las componentes extracientíficas que el asunto presentaba, como si de un fenómeno paranormal se tratase.

Desde luego no parecía que la investigación que se proponía llevar a cabo debiera ser basada en análisis de ADN, estudios de las caracerísticas peculiares del insecto que, por lo demás, parecía absolutamente normal en su morfología y costumbres, excepto su extraña facultad de expresión oral coherente.

Por el contrario, la vía investigadora que se le presentó claramente a K., era la de estudiar qué otros fenómenos similares se habían producido y estudiado en la historia de la humanidad. Inmediatamente se le vinieron a la mente personajes como el Golem, la criatura del Dr. Frankenstein, etc. Es decir, aquellos en los cuales la fuerza creadora de un autor era de tal magnitud que había sido capaz de insuflar vida a su criatura.

La primera dificultad que encontró K en su planteamiento fue la de que era completamente lego en esa materia. Apenas unas pocas lecturas de juventud y los conocimientos de carácter general, que difícilmente se podrían llamar científicos, acerca de deformaciones monstruosas, fenómenos como la licantropía, las sirenas, etc. Prácticamente nada sólido que le permitiese iniciar, con una cierta solvencia, su línea de investigación.

Durante los días siguientes, y en el más absoluto secreto, su relación con el insecto se limitó a alimentarlo, cambiar los algodones que le servían de lecho y cobijo y las escuetas conversaciones (¡Santo Dios, ya había admitido como normal que con un vulgar escarabajo pelotero pudiese mantener una conversación!), en las que reiteradamente el bicho le pedía, le exigía, le suplicaba la libertad y K., obstinadamente le manifestaba su renuencia a concedérsela en virtud de las más variadas y, cada vez más insostenibles, razones.

En esa situación, ante la intransigencia de K., y dado que, por otra parte, las condiciones físicas de vida del escarabajo eran saludables y hasta cierto punto confortables, si se exceptúa su falta de libertad, Gregorio Samsa (¡Oh, Dios, ¿también nosotros aceptamos llamar al pequeño monstruo con el nombre de un ser civilizado?) empezó a considerar como única alternativa la de su aceptación resignada del destino, el “fatum” que esta vez sin intervención de su creador, el Sr. Kafka, parecía marcar de manera inexorable el camino de su vida futura.

Así que mientras que su cuidador estudiaba meticulosamente todos los libros, artículos, ponencias, tesis doctorales, etc., que relativas a este tipo de fenómenos caían en sus manos, que ciertamente eran escasas, y desechaba una tras otra las hipótesis de trabajo que se iba planteando, Gregorio Samsa se fortaleció, sus heridas y magulladuras se cicatrizaron y, en definitiva, adquirió de nuevo el aspecto de un hermoso ejemplar de “lucanus cervus”, de potente mandíbula y lustroso caparazón.

Al mismo tiempo la relación entre el profesor y su prisionero fue haciendose más intensa, podríamos decir más humana. La voz del escarabajo Gregorio se hizo más clara y potente y las conversaciones entre ambos se enriquecieron. Insensiblemente el profesor K., había pasado de su escepticismo inicial al de admitir una especie de amistad, formalmente absurda, pero con un cada vez más profundo sentido como comunicación de dos almas y dos sensibilidades.

K. decidió que era ya tiempo de conceder a Gregorio algún tipo de libertad de movimientos y, durante el día, dejaba que el insecto deambulara libremente por el reducido recinto del laboratorio en que K. pretendía llevare a cabo su experiencia .

Al principio se desplazaba torpemente, pero poco a poco el escarabajo fue recuperando una cierta agilidad en sus movimientos y hasta se permitía algunos cortos vuelos que le llevaron hasta el alfeizar de las ventanas abiertas sobre el parque del Instituto de Investigación. En definitiva, la paciente labor de K. en el cuidado y reeducación del escarabajo, había llevado a la relación entre ambos a una especie de normalidad consentida. K. parecía haber renunciado a profundizar en los orígenes de Gregorio, aceptando sus extraordinarias características como se acepta el origen del universo o la teoría de la relatividad, cuando se carecen de capacidades y conocimientos para comprenderla.

Por su parte el escarabajo Gregorio había aceptado su destino en la parte de su ser que era simplemente un escarabajo. Pero su humanización progresiva se manifestó en, en primer lugar, en la no aceptación sin rebeldía de ese destino impuesto.

Ya no estaba Franz Kafka para delinear en unas páginas la evolución de su vida ni imponer la inevitabilidad se sus actos. Él, Gregorio, como hombre era libre para decidir y actuar. Como simple escarabajo carecía de facultades y recursos para salir de ese limitado hábitat que, con la mejor voluntad, le había proprcionado el profesor K. Así que, con el esfuerzo de una voluntad extraordinariamente vigorosa, forjada en sus tiempos de sobreviviente en el bosque, se produjo su segunda transformación: volvió a su original forma humana.

A la mañana siguiente, cuando K. penetró en el laboratorio para proceder al cotidiano aseo y alimentación del insecto, se encontró, con enorme sorpresa y alarma, un joven de aspecto distinguido, bien formado y completamente desnudo, apoyado en la jamba del ventanal, observando a su través con gran atención el paisaje exterior. La primera reacción de K. fue la de llamar al agente de seguridad interna, pero la agradable y bien modulada voz de aquel joven lo dejó paralizado en su sitio. La voz se expresaba en su propio idioma, si bien tenía giros y matices arcaicos, expresiones ya en desuso.

“-Querido profesor, permítame que me presente: soy el viajante de comercio Gregorio Samsa, antes obra de un siniestro escritorzuelo llamado Franz Kafka y hoy, de nuevo hombre, gracias a sus desvelos y a mi voluntad.”

Con un hilo de voz apenas audible, como antes le sucedía al pequeño escarabajo encontrado en el bosque, el profesor musitó:

“- Gregorio, Gregorio Samsa, tú…esto es inconcebible. ¿Dónde está mi querido escarabajo?”

“-Ya no hay escarabajo, profesor, yo soy el escarabajo, aunque se resista a creerlo”.

El profesor se desplomó, aturdido, en el sillón de su mesa de trabajo. Rápidamente, no obstante, comprobó con la vista que las ventanas seguían herméticamente cerradas y con las rejas exteriores intactas. De manera que no era posible que nadie hubiese podido penetrar desde el exterior.

“- Profesor, seamos prácticos, dijo suavemente el ex-escarabajo Gregorio. Mi presencia en estas instalaciones le compromete a Ud. seriamente y a mí me impide comenzar lo que ha de ser mi nueva peripecia como hombre. Proporcioneme algo de ropa, algún documento y un poco de dinero y déjeme en una calle cualquiera. No repita, se lo ruego, su antigua tozudez cuando no quiso abandonarme en el bosque.”

K. comprendió que era la única, por ahora, salida posible: la libertad de Gregorio era su propia libertad y la sola posibilidad de que en un futuro próximo pudiera reanudar su aproximación al fenómeno Samsa.

Aquella noche, sigilosamente, el profesor K. proporcionó a Gregorio cuanto había pedido y lo acompañó hasta una silenciosa y discreta calle del barrio antiguo de la ciudad de H., en la suposición de que Gregorio estaría más familiarizado con esas viejas y tortuosas callejuelas, sin tráfico de coches ni luces de neón, que en medio del tráfago enloquecedor del centro de la ciudad.

“- Gregorio, ¿puedo llamarte hijo?. Aquí nos despedimos por ahora. Te ruego que tengas cuidado y prudencia. En estos tiempos he encontrado en tí virtudes antiguas, sólidas, que hoy no se estilan y que no debes manifestar ante cualquiera, pues quizá te traigan más problemas que ventajas.”

“-Profesor, es hora de manifestarle mi agradecimiento por sus cuidados y desvelos conmigo. Gracias a ellos adquirí la salud y la fortaleza necesarias para mi vuelta a la condición humana. Pero también quiero maldecirle por ello. Yo era inocente en mi bosque. Alguien veló por mí y me permitió conservar esa vida rudimentaria de la que no quise salir. Ud. me arrancó de ella, me dio la posibilidad de volver a ser hombre. Y eso me ha hecho de nuevo des.graciado. Ya fui hombre, siquiera de forma imaginaria, y sufrí enormemente: mi odioso creador me transformó caprichosamente en escarabajo, me dotó de unos padres que no me valoraban, de una hermana que, con su ternura, no hacía más que poner en evidencia mis carencias en ese aspecto… En fin. El purgatorio que ud. ya conoce. Y ahora me devuelve a él. He decidido ser perverso. Las virtudes que Ud. me atribuye, desde luego que no pienso manifestarlas. Ha permitido ud. crear un nuevo monstruo, como el de su admirado Dr. Frankenstein. Mi cerebro se ha transmutado en un órgano de maldad. Y así me recibirá el mundo.”

Al día siguiente fue encontrado el cadáver del prestigioso profesor K. en un rincón de una sórdida calleja , con dos pinzas similares a las mandíbulas de un enorme escarabajo, clavadas en su garganta. La Policía jamás pudo resolver ese misterioso e injustificado crimen.

Mientras, el joven Samsa, aquella fatídica noche, después de asesinar al profesor, deambuló distraídamente por las callejuelas de H. Pronto encontró un extraño portal, adornado con luces rojas que, inmediatamente asoció con aquellas otras luces que, en su anterior vida de hombre, señalaban las casas a las que acudía para sus desahogos sexuales.

Ese fue el inicio de la segunda parte de una larga y podríamos prever que extraña vida de un viajante de comercio a comisión. Pero no. Larga sí que fue su vida, pero no extraña. Gregorio inició una de las actividades que, según había averiguado en sus conversaciones con K., podía ser más letal para la sociedad que lo iba a acoger: consiguió un puesto de director de cuenta en una prestigiosa agencia publicitaria, desde la cual, con su ingenio y antigua experiencia comercial, creaba y fomentaba necesidades ficticias en una población ávida de consumo y, con ello, su insatisfacción e infelicidad.

caizán
caizán
12-03-2013 18:01

GLOBALIZACIÓN

-¡Buen día señor!

A medida que se cruzaba con sus subordinados el comisario Cáceres iba recibiendo el saludo y una informal venia, sin cuadrarse, de todos ellos, porque era buena persona.
No hacía ostentación ni abusaba del poder que el cargo le otorgaba, lo que generaba afecto y un natural respeto, poco común entre los profesionales de las fuerzas de seguridad.
Fue devolviendo los saludos mientras de dirigía a su oficina, amplia, luminosa, con pequeñas macetas que cuidaba personalmente como primera tarea matinal. Entró, se quitó el saco, buscó una regaderita de plástico y las fue regando a todas.
Se sentó al escritorio, observó algunos papeles que puso a un costado y llamó por el intercomunicador:
-¿García? ¡Buen día viejo! por favor me traés las novedades.-- Era el oficial principal de ese cuarto; estaba próximo al ascenso y tenía muchos años de policía.
Mientras esperaba a García puso a calentar el agua. Le gustaba el café soluble fuerte y el cigarrillo negro para, alegaba:-¡Joderte bien los pulmones y el estómago! ¡Los dos juntos! Así no perdés tiempo llamando al “tordo”, directamente, llamás al sepulturero.
-¿Cómo te va Mario? – saludó García. Hacía años que compartían seccionales e inquietudes. Eran amigos.
-¡Joya! ¿Te animás con un café?
-No. Gracias. Ya tomé mate. Hoy viene cargada la mano.
-¿Por?
-Tuvimos que “limpiar”. Hay una delegación del fondo y los tipos querían ir a la Recoleta y a Puerto Madero. Hubo que “pasar la escoba” y sacar de circulación a los clásicos, como siempre. Algo dejamos, si no van a pensar que llegaron al Paraíso.
-¿Todavía están adentro?
-No ¿Estás loco? Los fuimos largando poco a poco en la madrugada. ¡No sabés el olor que dejaron! Ya mandé manguerear todo.
Sonó el teléfono. Atendió Cáceres:
-Sí. ¿Es el doctor Morales? Hacelo pasar – escuchó -¿No? ¿Quién es?
¡No! no ¡Esperá!, ahora va García—colgó.---haceme el favor, fijate quién es la mina que está en la guardia. Es de la oficina de Morales.
--¿El gordo?
--Sí. Si es “nada”, manejala vos. Si no, traela.
--Está bien—salió García. No tardó mucho en volver.
--Lo siento. La tenés que atender. Trae una tarjeta personal de Morales y además, está algo “embalada”.
--¿Por?
--Parece, que en el operativo de anoche “levantamos” un operador de campo de ellos.
--¿Sí?
-Ya sabés como son, tipos que se disfrazan para mimetizarse y captar lo rescatable de la gente de la calle. Ya lo soltamos, no hace mucho. Andan sin documentos; hasta que verificamos... lleva tiempo. Esa doctora quiere saber: ¿Por qué? ¿Dónde están y cuándo los largamos? ¡A todos! Y preparate porque es joven, justiciera y está convencida que somos: ¡LA GESTAPO!
--Bueno – se resignó el comisario mientras se ponía el saco –hacela pasar.
--Pase por favor, doctora – pidió García, cediendo el paso a la joven que lo acompañaba. Hizo las presentaciones: -El comisario Cáceres. La doctora Pérez Garrido.
--Mucho gusto – saludó, ella.
--Igualmente. Por favor, tome asiento.
--Gracias. El doctor Morales le envía su tarjeta – se la pasó – era una tarjeta personal con su firma y una sola palabra: llamame.
--¿Si me permite? – Cáceres tomó el teléfono. La doctora hizo un gesto de autorización con la mano. El llamó: --¿El doctor...? ¡Ah, sos vos! ¿Cómo te va? Aquí tengo a la doctora Pérez Garrido que…–escuchó –bueno. Cómo no, está bien. ¡Quedate tranquilo! – Colgó –Parece que el amigo le brinda su apoyo incondicional. De cualquier manera usted siempre será bien atendida por nosotros.
--Muchas gracias comisario. Le explicaba al principal los dos objetivos de mi visita a esta seccional. Uno ya me la aclaró y lo entiendo. Queda el otro. Que para mí es el más importante, porque hace a la razón de ser de nuestra institución –Cáceres dejó la cara y se fue a “navegar”, recordando el cumpleaños de uno de sus nietos y que todavía no había elegido el regalo.
De pronto, una palabra lo hizo “volver”: abuso. La doctora estaba opinando que ellos habían cometido abuso de autoridad, al detener a personas cuyo único delito es: vivir en la calle.
--Vea doctora – interrumpió – A esos los trajimos por expreso pedido del Ministerio del Interior, hay un memo interno con esa orden, pero déjeme decirle que no somos represores ni autónomos, y hablo a título personal; no le permito a nadie de esta seccional que viole ninguna convención ni que se maltrate a la gente porque sí. Y no crea que eso sea fácil. Nadie entra a una comisaría para anunciarnos una alegría, un hecho feliz. Aquí todos vienen por desgracias, leves o graves, pero siempre desgracias, y si nos equivocamos lo pagamos muy caro, porque nadie nos perdona un error. Se supone que un profesional sabrá reaccionar consecuentemente en el momento y en el lugar con total idoneidad y certeza, pero no es así. Permítame que le cuente una pequeña historia:
-Hace más de veinte años, un oficial de mi camada. Ubíquese en el tiempo por favor. Década del setenta. Tuvo un franco compensatorio de tres días y decidió pasarlos con su novia. Hombre joven, con poca experiencia en el oficio y la pasión propia de la edad, se queda recluido los tres días en casa de la novia.
El día que debe tomar servicio viste el uniforme y se va. Cuando está llegando con el ascensor a planta baja, escucha un griterío sin entender bien lo que dicen, un poco porque va pensando en otra cosa y porque las voces son confusas. Lo que sí es claro: hay gente bajando a la carrera por la escalera. Cuando él llega a la planta baja y abre la puerta del ascensor, las voces se hacen nítidas:--¡Paralo! ¡Paralo! ¡No lo dejes ir! ¡Bajalo!
--Y allí estaba un joven oficial inspector en el lugar y en el momento inadecuado. Sin darse cuenta que “era a él” a quién le daban la orden.
Cuando lo entendió, ya era tarde. Por la escalera apareció, descendiendo, un muchacho joven de dieciocho o veinte años, que sí sabía lo que pasaba; al ver al uniformado le disparó dos balazos, uno le interesó la rodilla.
Quedó tirado junto a la puerta del ascensor; un profesional que por el franco largo no supo que esa era “zona liberada”. Cuando se dio cuenta, estaba herido en una rodilla, menoscabado e insultado por un grupo de tareas, que lo dejó abandonado a su suerte y siguió detrás del joven que se les escapaba.
Era lo único que les importaba. – se detuvo Cáceres y lo miró a García, quien retomó la narración:
--Como colofón. El joven oficial fue “demorado” en sus ascensos y recién con el primer gobierno constitucional le permitieron apelar y borrar de su foja de servicios la sanción que impedía su promoción al grado superior. Yo, doctora, tendría que ser comisario en actividad y debo esperar hasta el año próximo para pasar a subcomisario. Ninguna organización de los derechos humanos me defendió o se preocupó por mi problema.
--¡Usted tampoco fue a reclamar!
--Los que detuvimos ayer tampoco fueron. De cualquier forma ¿si yo hubiera ido? ¿me habrían defendido?
--Posiblemente no.
--¿Se da cuenta doctora? Ustedes defienden solamente a los que consideran abusados por el poder. Y no me parece mal. Después de todo lo que pasamos dentro de las fuerzas armadas en las décadas del setenta y ochenta, lo mejor es no permitir que la semilla fecunde en lugar de cortar el árbol, que nadie sabe si ya dio frutos.
-- Esa época – siguió García - vista desde una perspectiva actual, me sirvió para conocer “lobos”, que convivían conmigo, disfrazados de seres humanos.-
--Algunos de nosotros no estábamos preparados para ser parte de lo que ocurrió y no participamos activamente en esos hechos – concluyó García.
--Sí lo hicieron: por omisión.
-No doctora – respondió Cáceres - nosotros siempre actuamos por órdenes: desalojar una casa; reprimir una huelga o perseguir a un delincuente. Todo es igual. No somos una fuerza deliberativa, y lo que la trajo aquí es prueba de ello. Nos dieron una orden y la cumplimos. Luego, fuimos corrigiendo y al momento solo quedan dos personas ¿es así, García?
--¡Afirmativo! – respondió éste.
--Quisiera hablar con ambos. Si es tan amable – expresó la doctora.
--Si, como no. Por favor, señor García, traiga a... – miró un libro –Pedro Méndez Ginés – concluyó.
García cumplió la orden y a poco apareció en la puerta con el susodicho.
--Permiso señor – hizo entrar al detenido, que se quedó de pie en medio de la oficina.
Cáceres se paró:
-Por favor, dígale a la doctora: su nombre, edad, ocupación y si sabe
por qué lo hemos traído.
--Pedro Méndez Ginés, cincuenta y tres años, desocupado – miró a todos los presentes – creo que por cantar y decir poesías en la calle – el aspecto del hombre era prolijo. Afeitado, ropas adecuadas, lucía un pañuelo anudado al cuello y en la mano traía una boina moderna. El cuadro general era agradable.
-- Por cantar y decir poesías en la calle ¡lo detuvieron! ¡No lo puedo creer! - se escandalizó la doctora.
--Bueno. Es que, además... paso la gorra – la levantó haciendo el típico gesto de pedir.
--¡Ah! Usted es un limosnero.
--No, ¡no! doctora – el hombre estaba ofendido – yo soy un artista. Recito a poetas nacionales, extranjeros y también cosas mías, por ejemplo – tomó una posición de recitador:

- Quisiera,
 en este otoño matinal
que una luz de primavera
nos devuelva lo principal,
que a nuestras vidas dio sabor:
el amor.
La doctora trató de salir airosa de la situación que había creado el detenido.
-Por favor señor. Yo no estoy aquí para evaluarlo. Sólo quiero saber si
ésta es su primera vez y cómo lo han tratado.
--No. Me detienen una o dos veces al año, el trato es bueno, sobre todo si estoy con la guitarra; mi repertorio les gusta y me la paso en la cocina, tocando y cantando para la guardia.
--Y dígame, ¿cómo llega usted a esto?
--La globalización. Yo era un profesional de fuste, muy requerido en las empresas y casas importantes. Con mi padre teníamos una página en la guía de teléfonos, haciendo publicidad con nuestras fotos. No dábamos abasto. Había lista de espera. ¡Y nos esperaban! ¡Vaya si nos esperaban! ¡Eramos únicos!
Y de pronto ¡zas! Nuestros clientes cerraron, quebraron o emigraron. LA GLOBALIZACIÓN, doctora. ¡LA GLOBALIZACIÓN! Mi padre se murió de pena y a mí me salvó la vena artística.
--¿Cuál era su profesión?
--DESHOLLINADOR.
La doctora miró a los policías y suspiró, moviendo la cabeza.
Ellos pusieron cara de sacristán hurtando el vino de misa.
--¿Le puede dar salida, comisario?
--Ya mismo. García llévelo a la guardia para que le den salida.
El detenido agradeció, dándole la mano a la doctora y saludó al retirarse:
--Buenos días-
Todos contestaron el saludo.
El comisario, consultó: --¿Le traigo al otro, doctora?
--Si es como este, no.
--Parecido.
--No. Mejor déle salida a ambos y los veo en la guardia. Hoy aprendí a distinguir los grises - se levantó y cordialmente extendió la mano - Buenos días y gracias.
--Para servirla – estrechó su mano - vuelva cuando guste.
La doctora se retiró y saludó al principal cuando se cruzaron, ella salía y él entraba a la oficina, éste cerró la puerta y con gesto cómplice preguntó:
-Che, ¿Qué te dijo Morales?
--Que la vareara un poco, porque le falta calle.

J.S.M.

NOTA:Este texto tiene más de 15 años, a los que residen en Argentina les pido que lo lean sin prejuicios, que vean los grises,que eviten pensar en blanco o negro. No es fácil.Para mí tampoco lo fue.
Estela me motivó.

Estela
Estela
12-03-2013 04:57

LAS LARGAS SECUELAS DE LA REPRESIÓN

Raúl jamás se recuperó de lo que había tenido que vivir, cuando hizo su servicio militar obligatorio.

Durante el día, él y sus compañeros eran sometidos a un adiestramiento intensivo,y generalmente de una crueldad sin límites,a humillaciones permanentes, porque así "se hace hombre, soldado".

Si solo hubiera sido eso, sería hoy un recuerdo desagradable, pero lejano, y quizá alguna anécdota rondaría por sus labios. Pero a Raúl le tocó hacer el servicio en el año 78, y recordaba las veces que los subían al camión, para "levantar a los subversivos", a quienes llevaban a centros de detención, los torturaban y luego de "obtener información", para que denunciaran a otros, los trasladaban, y los mataban con métodos de una crueldad inusitada.

En muchas ocasiones, se vio obligado con sus compañeros a ver como tiraban los cuerpos ya agonizantes, a una fosa común; todavía recuerda que en varios ocasiones, tuvo la sensación de que algunos de los cuerpos se movían, pero pensó que si se lo decía a sus superiores, los rematarían, y que tal vez, si no hablaba, y estaban vivas, esas persona lograrían escapar.

En uno de sus francos, un fin de semana, se fue a pescar a Punta Lara, en las costas del Rïo de la Plata; de pronto escuchó ruido de avionetas y se escondió entre los pastizales sobre el otro costado, donde estaba la selva marginal.

Desde allí, pudo observar como arrojaban cuerpos atados de pies y manos a las aguas del río. Pensó en varias ocasiones en denunciar lo que pasaba,aunque estaba aterrorizado , pero...¿a quién dirigirse?¿cómo hacer? si solo tenía 18 años.¿Quién lo escucharía?

Siempre los amenazaban que no se les ocurriera abrir la boca, y no dijeran nada de lo que sucedía, y les insistían en que eran patriotas, que estaban ayudando a limpiar el país.

Hoy Raúl tiene 54 años, es un hombre derrotado, que armó su familia, pero también la destruyó, perdió su casa, sustrae dinero por donde va , ha llegado a robar a su propia hija, no puede dormir, perdió todos sus trabajos, y en la actualidad sostiene que lo persiguen, que le apretan las manos con tornos para que él no pueda trabajar, que están esperándolo en cada lugar para torturarlo.

Jamás logrará superar aquellos momentos.

Estela
Estela
12-03-2013 04:43

Este apartado que a mí tanto me gusta, está bastante abandonado. Es un buen lugar, para los que a veces no contamos con mucho tiempo, así que aquí voy a "desempolvar" este rinconcito.

Rendan-Laveriz
Rendan-Laveriz
22-01-2013 01:41

NOSTALGIA
Me han quedado muchas cosas por hacer, elecciones que por razones diversas no he tomado, situaciones a las que la vida no me ha dado pie, momentos que no me he atrevido a experimentar y experiencias que, simplemente, no he tenido oportunidad de realizar. Todos estos caminos que tuve la opción de tomar pero que por suerte o por desgracia no hice, caminos que quedaron atrás y por lo tanto ya no volveré a ver más.
Desde que nacemos hasta que morimos nos encontramos con un montón de intersecciones en las que tenemos que elegir una dirección, solo una, teniendo que rechazar el resto sin saber jamás a donde llevarían.
La nostalgia es el recuerdo de estas intersecciones, “Cómo era algo antes de que…”, “Cómo pudo haber sido si no hubiéramos…” son preguntas que nos hacemos mientras un nudo en el estómago nos termina de matar embriagándonos con un sentimiento de tristeza.
“Qué hubiera pasado si…”, “Qué fue de aquella persona que…” los recuerdos de antes de elegir tu camino te llevan a preguntas que jamás podrás contestar.
Nostalgia, ese sentimiento que te hace pasar un mal rato y sin embargo te enorgulleces de tener.
Ese ya mencionado nudo en el estomago que acabas conociendo muy bien y el cual siempre que lo echas en falta reaparece, ese pensamiento de posibles vidas paralelas que nunca tendrás, ese recuerdo de momentos mejores que desaparecieron para dar paso a otros.
Ahora solo me queda asumirlo y estar dispuesto a elegir mis caminos futuros lo mejor posible.
Nostalgia.


"Todo lo que nos permite la libertad, es dar la opinión personal de las cosas"
Observador
Observador
29-10-2012 21:01

EL GORDO DE LA PRIMITIVA

*El gordo de la primitiva: juego español de azar que consiste en elegir cinco números del 1 al 54 y un número clave del 0 al 9. Si se acierta la combinación ganadora de primera categoría, se puede obtener un premio millonario.

Mañana es el día señalado. Miles de personas tienen puestas sus esperanzas en este sorteo, porque hay un bote acumulado de 170 millones de euros; el mayor de la historia de las loterías en España.
Serafín sube la empinada cuesta con esfuerzo. Después de mucho tiempo en el paro sólo ha podido conseguir este trabajo. Su mujer le miró con sarcasmo cuando se lo dijo. “Bueno, mejor que nada…” “Ten cuidado, no te vayas a herniar” -fueron los irónicos comentarios de Laura al recibir la noticia.
Las ideas se le atropellan a Serafín en la mente, como insectos que se estrellan contra el parabrisas de un automóvil a gran velocidad. Pensando en lo que le dijo su mujer, le viene a la memoria una de las acepciones de la palabra primitiva: rudimentaria, elemental, tosca. Serafín es licenciado en filología hispánica. De vez en cuando, por matar el tiempo, se entretiene enunciando significados de palabras. De repente, recuerda su época de estudiante. “Entonces todo era diferente” -piensa.
Laura y él se conocieron durante el primer curso de la facultad de filología y estudiaron toda la carrera juntos. Se casaron al año de licenciarse y tuvieron dos hijos. Todo iba bien hasta que cerraron la editorial y Serafín perdió su empleo. Después, los acontecimientos negativos se precipitaron con la celeridad con que un objeto pesado cae al suelo por el hueco de una escalera de caracol. Serafín tuvo una profunda depresión y se quedó como un boxeador sonado. Acudió a algunas entrevistas de trabajo, pero en todas ellas lo rechazaron. El sueldo de Laura era insuficiente para pagar la hipoteca y el resto de gastos familiares. Tuvieron que vender el piso y trasladarse a un pequeño apartamento. Desde entonces se mantenían a duras penas, gracias a la ayuda de los padres de Laura.
Serafín continúa su camino sudando por todo el cuerpo. Sus movimientos son torpes y pesados. Las pancartas de cartón, que lleva bajo el brazo derecho, dificultan aún más su marcha. Debido a la depresión ha cogido bastante peso, y su cuerpo acusa mucho la falta de ejercicio físico. Recuerda que tiene que pasar primero por la administración de loterías antes de ponerse a trabajar. En ese momento le viene a la memoria la frase: ¿Y si te toca? “Eso solucionaría todos nuestros problemas” -piensa.
Todavía le faltan por recorrer tres manzanas de casas para llegar al local, y ya no puede más. Aunque la calle donde tiene que ir no queda muy lejos de su domicilio, se arrepiente de no haber ido en coche. Desplazarse en transporte público hubiera sido muy engorroso, porque las pancartas ocupan mucho espacio. Pero por otra parte, piensa que no iba a pagar un parking o renovar continuamente el tiket del aparcamiento controlado de la calle, pues no compensa la miseria que va a recibir por hacer ese trabajo. Así pues, como tampoco tenía quien lo llevara, se ha visto obligado a ir andando con las planchas de cartón a cuestas. La persona que lo contrató le dijo, mientras le entregaba las pancartas, que tenía que estar a las diez en punto en el puesto, y ya son y veinte.
Cuando llega al despacho de lotería ve una gran cola de gente, que espera con impaciencia el turno para hacer sus apuestas. Deja caer su voluminoso cuerpo sobre el asiento de un banco, resoplando por el esfuerzo. Una mujer, con cara de pocos amigos, sale a toda prisa del local y se queda mirando furiosa a Serafín, que permanece sentado en el banco jadeando.
-Vamos, ¿a qué esperas? Tenías que haber empezado a las diez y todavía estás ahí sentado. Pienso hablar con la agencia. No estoy dispuesta a pagar si no se cumple lo que habíamos acordado.
-Perdón, señora, es que he calculado mal el tiempo que iba a tardar en llegar desde mi casa hasta aquí -balbucea tímidamente a modo de disculpa.
-Déjate de pamplinas y al tajo. Cuanto más tiempo tardes en empezar, menos te van a pagar. No se te olvide repartir también los folletos.
Serafín se levanta con resignación del banco, abre las dos pancartas de cartón, que están unidas en los extremos por cuerdas, y mete la cabeza por el hueco que queda entre ambas. En ese instante se transforma en un orondo hombre anuncio. Las dos planchas cubren las partes delantera y trasera de su voluminoso cuerpo, de manera que sólo quedan al descubierto la cabeza, los brazos y parte de las piernas. En cada una de las pancartas se puede leer este mensaje: “Juega al gordo de la primitiva. ¿Y si te toca?”
Serafín se pasea avergonzado por las inmediaciones de la administración de loterías. De vez en cuando reparte algún folleto. Las reacciones de la gente no se hacen esperar. Algunas personas le miran con lástima, otras se ríen. Un grupo de niños le rodea y uno de ellos grita señalándole: “es el gordo de la primitiva… Jajajaja…”
Serafín se siente acosado como un toro en el ruedo y mira a su alrededor con el rostro pálido y desencajado. Un chaval se acerca sigilosamente a él, le mete el brazo por la espalda, por encima de la plancha de cartón, y dice a voz en grito: “le estoy pasando por la chepa el boleto de la primitiva al gordo para que me dé suerte”. Acto seguido, Serafín se da la vuelta e intenta golpear al gracioso, pero el chico lo esquiva y se une a su grupo de amigotes, que le ríen ruidosamente la gracia.
Entonces decide que ya ha tenido suficiente humillación. Se quita de encima las pancartas y las estampa con rabia contra el suelo.
-¿Alguien más se quiere reír a mi costa? -grita desafiante mirando a la concurrencia, que le observa en silencio.

Después se aleja de allí calle abajo, sin saber qué rumbo seguir. No quiere volver a casa, una vez más, con las manos vacías. No soportaría la mirada inquisidora de Laura ni los rostros de lástima de sus hijos.

caizán
caizán
16-10-2012 17:02
MI AMIGO OSCAR

La vida se puede: vivirla, o pasarla. Era una frase que repetía, cada
vez que lo visitaba, mi amigo Oscar. Era un tipo raro. Yo también.
Nos podíamos pasar todo un día sin decir una palabra, él tomando mate; yo bebiendo vino. Esto último lo hacíamos sin prisa. Silenciosamente.
Una vez le pregunté:--Oscar, ¿por qué comprás vino? Vos sos abstemio.
--Para los amigos que me visitan-- No tenía amigos, el único que lo visitaba era yo. Nadie toleraba sus rarezas; sobre todo esos silencios prolongados. Yo, sí. Eso confirma lo que dije: éramos dos tipos raros.
Vivía en un primer piso de avenida San Martín y Juan B. Justo; los días buenos, podíamos estar en el balcón, viendo pasar la gente y oyendo el bochinche de la calle. él con el mate, yo con el vino.
Tenía días sonoros, monologaba; no precisaba interlocutor. Era una especie de delirio. Al principio, me asustaba. Después, cuando lo comprendí; lo disfrutaba. Era un delirio poético, qué podía empezar de cualquier forma y terminar igual. Recuerdo un día, entré en la cocina y sobre la mesada de mármol había un zapato de mujer, con un soquete adentro. Era un día sonoro y me contó:-- Hoy me pasó algo mágico, estaba sentado en el balcón y una moto atropella a una chica joven, se armó un lío bárbaro. Un hombre la cargó en brazos y, cuando la traía hacia la vereda, me vio y la subió a casa; no sé por qué. Ni nos habíamos mirado. Como sea, ya en el living, el hombre la apoya sobre el sillón, le pregunta cómo se siente, ella dice que bien, que solo fue un susto; que la moto la rozó y la desestabilizó.Él sale. Ella empezó a agradecerme y pedir disculpas por las molestias que estaba ocasionando, se sacó el zapato y el soquete para ver como estaba el tobillo. En ese momento entró un policía, el médico de la ambulancia, el tipo de la moto y dos mujeres ¡Dios mío, me habían invadido!
El médico constató que no tenía nada y el policía me pidió el documento, era testigo; lo fui a buscar al dormitorio. Cuando volví, no había nadie, ¡nadie! Fui hasta la puerta, cerrada; volví a la cocina, tampoco había nadie. Me quedé parado y de pronto, lo vi. Sobre la mesada había un zapato con un soquete adentro. Me extrañó, ninguno se va descalzo, salvo que lo lleven en brazos, en silla o en camilla. No vi ni escuché nada. Me acerqué a la mesada, agarré el zapato, saqué el soquete y dentro, no lo vas a creer: estaba éste papel, con un número de teléfono y la palabra: GRACIAS. Ahora todo tenía sentido, comprobaron alguna lesión y se la llevaron, ella tuvo la deferencia de dejarme su número de teléfono y decirme: gracias. Verdaderamente fue un día extraño y caótico.-- Mientras decía esto último, puso a calentar agua para el mate, lo preparó y cuando estaba todo listo, se fue al living.
Me acerqué a la mesada, agarré el zapato y miré, adentro había un papel, lo saqué y leí: “talle 36”. Nada más.
Fui al living y le pregunté:--¿la llamaste?
--- No. Voy a dejar pasar unos días, que se ponga bien de salud y después sí, la llamo. Debe ser el destino, por lo tanto, puede ser el amor-- Mientras él seguía con su monologo, fui a buscar el vino; para sentarme al lado y oír su perorata.
Esto pasó hace mucho tiempo. Oscar murió y como no tenía familia, me dejó en herencia el departamento. Ahora estoy en el balcón, tomando mate, solo. Mirando el tránsito, la gente. Una moto atropella a un chico y yo, salgo rápido del balcón.
JSM

 Castelo
Castelo
28-09-2012 16:55



EL PASEO Y LA TREGUA





La guerra vino a interrumpir su placida vejez, su tranquila retirada de la vida, pero como Don Eusebio le dijo a su hijo cuando este intentaba convencerle de emigrar a tiempo:
- Hijo, si he sobrevivido a la paz ¿por qué iba a temer la guerra?
El conflicto se cebó con especial crudeza en su ciudad; la capital. Aún hoy, después de un año de asedio, se pelea calle por calle, esquina por esquina; a diario cada rincón es una batalla sin cuartel, y la lucha, cuando el campo de batalla es territorio civil ,se vuelve en extremo dramática, con el agónico componente de lo reducido del terreno, de la falta de espacio, cuando lo que el miedo pide es correr. Los disparos y esos terribles gritos sordos de la muerte forman parte ya de lo cotidiano, del sonido rutinario de la urbe, del mismo modo que antaño lo fueron los motores de los coches o la voz del chatarrero.

Eusebio recuerda todo aquello; otros tiempos, otros ruidos. Otros paisajes menos grises, quizás. En cambio, el brazo que sostiene firme y dulcemente sigue siendo el mismo. Allí sigue a su lado, con la misma cadencia en el andar y esa serena elegancia en su mirar que un día, lejano ya, le enamoró. La memoria de su esposa ha sufrido serios baches con la edad, pero él esta a su lado para no permitir que perezcan sus recuerdos; cuesta mucho conseguirlos como para dejar que se borren de repente.

Todos los domingos, desde antes incluso de casarse, siendo novios aún, a Eusebio y su mujer les ha gustado pasear por el bulevar de la avenida del céntrico barrio donde viven. Una manera como otra de llenar de cierta paz mente y alma; un baño de aire que atenúe los problemas, al igual que otros buscan la iglesia, el bar o la petanca.
Este día luce un sol esplendido, y tras ayudar a peinar y vestir a su señora, Eusebio hace lo propio y sale dispuesto a dar su paseo dominical. Apenas ha atendido a los pocos vecinos que aún le quedan y que, atemorizados, dicen que cuidado, que la avenida es ahora zona de fuego. Ambas tropas disputan desde ventanas y tejados la gran calle, intentando ganar casa por casa la posición. Eusebio agradece cortésmente las advertencias, pero continua en aquella dirección que tan bien conoce; casi sabría llegar con los ojos vendados.

Una vez allí, en la glorieta donde nace su calle favorita, se detiene unos minutos y observa pensativo. Al poco, toma una gran bocanada de aire, enciende un cigarrito puro, y le dice a su mujer, ya más relajado, que no se asuste por los disparos, que ya cesarán. Y así comienzan, una vez más, a pisar las grandes losas blancas de su tan conocida acera.

Como si de una aparición divina se tratase, los tiradores, atónitos, bajan los fusiles a su paso. Aquella pareja de ancianos parece un espejismo en medio del horror, una señal de vida que detiene a su paso la masacre. La única imagen realmente viva que han visto, seguramente, en todo un año de contienda.
Nadie dispara, incluso un soldado que apoyaba su fusil en el hombro para apuntar recibió un contundente puñetazo de su propio compañero.
Media hora de pausa, de luz, de aire ¿de esperanza? Quizás.
Don Eusebio observa a su mujer. Está algo fatigada ya, se lo nota, y aún queda cierto trecho para llegar a casa. Ambos deciden concluir su paseo y emprenden el regreso.

Al llegar a su portal, una asustada vecina les pregunta, visiblemente inquieta:
- ¡Pero Don Eusebio, como se le ocurre! ¿Pero no tiene usted miedo, hombre de Dios?
Don Eusebio arquea las cejas y sonríe al responder:
- ¿Miedo? Miedo me da la casa, mujer. Imagínese que nos cae una bomba encima ¡Que espanto!



Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
10-09-2012 20:02
EL BEBE DE JOSEFINA.- Estela.

Otro relato de contenido estremecedor. La verdad es que la autora da unos datos que a mí, particularmente, me parecen contradictorios. Es cierto que una de las lacras que actualmente ocupan páginas y espacios en los medios de difusión es el de los robos de bebés. Es cierto que, en muchos casos, se ha demostrado la veracidad de las denuncias y se ha actuado -poco- por las fiscalías. Pero aquí se nos habla de testigos familiares que comprobaron cómo el bebé nació muerto e, incluso, la ceremonia de su entierro. Lo que deja en evidencia la obsesión de la madre, que deviene en trauma psicológico, y con ello pone al descubierto una deriva indeseable de este tipo de informaciones. En todo caso sigue intacto el dramatismo del relato.
Respuestas siguientes >>
2024 Topforo.com | Aviso legal | Uso de cookies | Hacer foros | Foros Arte y Cultura(Cine,TV,..)