TALLER DE RELATOS.
DEL AMOR A LA DISCORDIA.
Encarna López González y Filomena Egea Pozuelo, se conocían desde la infancia. Vivian en el mismo pueblo, iban al mismo colegio, y salían con frecuencia con sus padres los fines de semana, al campo. Ellas se juntaban para hacer los deberes escolares, y poco apoco, se creó una amistad inquebrantable. Así fueron creciendo, y así llegaron a la adolescencia. Esa etapa en la que se desarrolla el ser humano, biológica, psíquica, sexual y socialmente, inmediatamente posterior a la niñez, que comienza con la pubertad.
Desde pequeñitas, sus sentimientos más que de amigas, habían sido como de hermanas. A partir de esa edad, Encarna y Filomena empezaron a sentir sensaciones que no comprendían. Ya no se veían como hermanas; ni siquiera como amigas. Sus emociones eran otras. La libido se les estaba despertando y no pensaban en los chicos, sino en ellas mismas. Su inclinación sexual se definía hacia el mismo sexo. Se querían de distinta manera a la que se habían querido en su corta existencia anterior.
Sus respectivas familias notaron el cambio afectivo de sus hijas, y trataron por todos los medios de disuadirlas, lo que creó una situación de enfrentamiento de ambas con sus padres.
Como para el amor no existen barreras, continuaron con su desafío, fue pasando el tiempo, y cuando llegaron a su edad adulta, decidieron vivir juntas, compartir sus vidas como pareja homosexual. Se prometieron amor para toda la vida, fueron pasando los años y todo iba bien; eran felices.
Pero el destino y el demonio, a veces, se alían para hacer el mal y perturbar la paz. Encarna y Filomena, como cualquier matrimonio o pareja, empezaron a tener sus altos y bajos y la convivencia se truncó. El amor ya no era recíproco al cien por cien entre ellas. Se distanciaron. Más bien Filomena se distanció de Encarna. Empezó a salir sola, los fines de semana. Entonces, Encarna se quedaba llena de tristeza y rabia a la vez. No podía pasar sin su amada y se saturó de celos. No entendía porqué ya no la quería. Porqué el cambio, si ella seguía enamorada como el primer día y lo estaría siempre.
El desencuentro amoroso, el individualismo, la incomprensión, lo fugaz de las relaciones impedía intentar lo imposible para reconciliar lo irreconciliable entre dos personas del mismo sexo que se amaron mucho pero una de ellas no pudo seguir amando. La desunión desembocó en riñas que a medida que pasaban los días eran cada vez más violentas, hasta que un viernes por la tarde, Filomena se fue y no volvió hasta el sábado por la noche. Cuando llegó, dijo:
-Encarna, tenemos que hablar.
-Sí, hablemos, -dijo Encarna que ya llevaba un tiempo con una idea dándole vueltas en la cabeza-.
- He conocido a otra persona y he decidido que quiero irme a vivir con ella.
-¿Ya no me quieres? ¿Adónde quedaron las promesas que nos hicimos? ¿Te has cansado de mí? ¿Qué mal te he hecho para que actúes así? ¡Yo te sigo queriendo como el primer día!
-No. No es que me haya cansado de ti. Es que las uniones, aunque al principio pensemos que son para toda la vida, no son así. El paso del tiempo nos cambia, y las circunstancias también. Y a veces, una propone, el destino dispone y todo se complica.
-Y, ¿cuándo piensas marcharte?
-El viernes próximo. Durante la semana me iré llevando mis cosas. Lo siento por ti que además de quedarte triste, tendrás que pagar el alquiler del piso tú sola hasta que rehagas tu vida.
Así quedaron las cosas. Desde ese día apenas se dirigieron la palabra y Encarna, fue madurando su plan preconcebido. No estaba dispuesta a dejar que Filomena rompiera su vida. No quería ni podía vivir sin ella.
-¡No te separarás de mí! ¡Eso jamás! -Pesó.
El jueves, cuando llegó Filomena del trabajo, le dijo Encarna:
-He reflexionado y llegado a la conclusión de que estás en tu derecho de vivir tu vida con quien quieras. No te guardo rencor. Podemos seguir siendo amigas, vernos de vez en cuando y ayudarnos si fuera necesario. Y como te vas mañana, para que veas que hablo en serio, he preparado una cena copiosa, y después, espero que me concedas una última noche loca. Una última noche de amor como despedida.
-Por supuesto. Agradezco tu comprensión y te prometo una noche inolvidable. Cenemos primero, y luego el postre será especial.
Cenaron y bebieron casi hasta emborracharse. En la madrugada, embriagada de placer y de alcohol, Encarna se miró en el espejo del dormitorio, y en ese momento su mirada era como si hubiera sido poseída por Lucifer. Se abalanzó sobre Filomena que dormía plácidamente después de tanto vaivén sexual, y antes de que pudiera reaccionar, le dio un mortal tajo en la garganta con un afilado cuchillo de cocina que previamente había escondido en la mesita de noche. Y mientras Filomena moría ahogaba con su propia sangre, Encarna se dio un corte igual en su garganta, cayendo sin vida sobre el cuerpo de su amada.
Así las encontró la policía cuando forzaron la puerta, alertados por un vecino tras varios días sin verlas ni oír sus discusiones.
En la lapida había un epitafio que decía " que la muerte una para siempre lo que la vida os separó".
Encarna López González
11/02/70... 15/08/2020
Filomena Egea Pozuelo
13/04/72... 15/08/2020
SAN VALENTÍN.
Como cada año, tenemos una cita memorable el 14 de febrero para celebrar el día de San Valentín, fecha especial con un origen un poco dudoso y misterioso a la vez, para dedicar al amor.
Al parecer, San Valentín, la víspera de su ejecución envió una carta de despedida a la hija de su carcelero en la que firmó con las palabras "de tu Valentín"
Aunque por suerte no me encuentro en esa triste situación, como él hizo, le escribo esta carta a mi esposa, para recordarle que sigo amándola como el primer día, aunque el amor como todas las cosa, ha evolucionado a lo largo de los años.
Cuando le conocí, no imaginé que nuestra relación fuera a fructificar como lo hizo ni que perduraría en el tiempo con la misma ilusión, con la misma armonía. Pero estaba equivocado; tuve ocasión de comprobar que, el paso del tiempo nos acercaba día tras día hasta crear un vínculo amoroso irrompible.
Estoy convencido de que no existe en el mundo otra persona como ella, que en el momento en que le conocí despertó el sentimiento más hermoso que he llegado a concebir en mi corazón. Ese sentimiento tan hermoso, tan especial, tan maravilloso es el amor. Un sentimiento que solo ella, me ha hecho sentir…
Qué bello es sentir su cariño, mirar sus ojos en los cuales veo reflejada su pasión, la misma que siento al verla. Recuerdo como si fuera ayer, cuando le vi por primera vez. ¡Sentí algo especial, distinto, su mirada que me volvía loco, hizo que me rindiera para siempre!
Quiero decirle una vez más, lo importante que es para mí y lo mucho que deseo su felicidad. El tiempo ha pasado rápidamente pero en nuestros corazones perdura esa cálida sensación de satisfacción por estar juntos. No sólo complacencia y deseo es lo que siento por ella, sino, esa confianza de contarnos lo que pensamos y sentimos sin temor, a reproches, por lo mucho que nos queremos. Quiero que sepa que cada día seré honesto y que mi apoyo incondicional no se desvanecerá.
Hemos andado un largo camino, juntos, con alegrías y tristezas, con altos y bajos, pero siempre unidos y sin desesperar. Cierto es que la unión hace la fuerza, y nuestra unión y nuestro amor han vencido todos los obstáculos, que no han sido pocos, pero no hemos desfallecido ante la adversidad. Le doy gracias por haberme elegido para estar junto a mí y compartir todo su amor conmigo. A lo largo de muchos años hemos compartido y seguiremos compartiendo nuestras vidas hasta que el ocaso apague nuestra luz.
Pero hasta ese momento para el que aún falta mucho, seguiremos celebrando un San Valentín cada día. Y después de pensar mucho sin saber qué le podía regalar para el día 14, he decidido que mi regalo será distinto a los tradicionales: le regalaré ese amor que aún perdura dentro de mí, y el resto de lo que me quede de vida para estar con ella.
EN EL FONDO DEL ABISMO.
El vacío existencial, es uno de los procesos más duros que puede sufrir el ser humano. Produce temor a la propia vida. Un temor, espantoso incluso para las personas que se creen más evolucionadas. Mi experiencia de vacío existencial, llegó a vulnerar el propio instinto de supervivencia. Es algo inconcebible pero, sin embargo, se produce. Un proceso en el que carecía de referencias. Estaba como flotando y no tenía ni idea de lo que podría venir después. Mi mente percibía extrañas sensaciones, y me desesperaba porque era como estar en la nada. Una mente sin referencias corre serio peligro de enloquecer.
Las causas que conducen a ese estado son diversas y la evasión inconsciente suele ser el arma preferida para enfrentarse a sensación tan punzante. A veces trataba de calmar la ansiedad con el trabajo y me convertí en adicto capaz de trabajar muchas horas diarias. También es fácil caer en cualquier vicio como el alcohol y las drogas. Otras veces, buscaba consuelo en el exterior rodeándome de gente, con el fin de llenar ese hueco sin contenido vital.
Supongo que cada uno según su desarrollo personal, responde de distinta manera a esa experiencia. Por momentos, volvía la mirada y los oídos hacia dentro, y me estremecía el silencio percibido como única respuesta. Una oscuridad absoluta ante mis ojos. Al principio no veía pistas a seguir para continuar camino y el desierto existencial era muy grande y presuponía mucho tiempo para atravesarlo. Parecía no terminar nunca, sobre todo, porque una duna era igual a la siguiente, abundaban los espejismos y no sabía como avanzar. Los pies se me clavaban en la arena de la desesperación y me faltaban las fuerzas. Entonces, empezaba a caminar con pies y manos y gritaba en medio de la gran inmensidad desolada y vacía. Corría cuesta arriba, tratando de llegar a toda prisa hasta la cumbre porque en mi corazón albergaba la ilusa esperanza de que al llegar arriba, el paisaje que vería al otro lado sería distinto. Y cuando llegaba, divisaba con desesperación la siguiente, y la siguiente...
Hubo momentos sufriendo tan aterradora experiencia, que me encontré especialmente inmerso en tal confusión mental, que no percibía referencia alguna para encontrar la salida. Me sentía golpeado por una repentina tormenta de negros nubarrones, el calor era más asfixiante que nunca y no me era posible seguir avanzando. Incluso, era difícil respirar. En esa situación no se puede hacer nada; creía que iba a morir. El entorno me sobrepasaba, y me veía pequeño, muy pequeño. Toda la fuerza, el coraje y la imagen estupenda que había intuido de mí mismo, era insignificante. No era nada. Era como si no existiera. Ese fue el momento más álgido de mi experiencia de vacío, de incertidumbre. En ese momento, me derrumbé, y busqué consuelo en los brazos del vicio más fácil; la bebida.
En esos instantes nada podía hacer. Creía que si la angustia duraba un minuto más iba a morir. En cierto modo así fue; morí en el abismo para renacer en el infierno. Aparentemente mi situación era mejor, pero era lo contrario. La angustia y el dolor emocional me hacían sentir como barco a la deriva. Cualquiera que haya experimentado aunque sea un instante la sensación de vacío interior, sabe de qué se trata.
El vacío provoca vértigo, mareo, falta de aire, temblor de piernas, miedo... no es fácil describirlo con palabras, y menos, que éstas alcancen para que quien no lo ha padecido, se haga una idea de cuanto se sufre.
Me rendí y permití dócilmente que la borrasca pasase por encima de mi cabeza, sin importarme que tronara si tenía que tronar, o que lloviera, porque no podía hacer otra cosa. Entonces comprendí algo importante; que todo en el mundo funciona por razón de ciclos. Que nada de lo que podemos ver, tocar o experimentar, dura eternamente. Todo pasa, y mi sufrimiento también pasaría. Que todo desierto tiene sus oasis. Había momentos que el desierto parecía menos desierto y el vacío menos silencioso. Algún pequeño cambio se estaba produciendo y notaba que mis sentidos se agudizaban y mi capacidad de atención empezaba a aparecer de nuevo. Fue por eso que advertía los cambios sutiles y los mensajes susurrados de aquel enorme espacio más diáfano, que se extendía ante mí.
Cuando creí que todo estaba perdido, que todos mis esfuerzos resultaban vanos, entendí que algo podría hacer. Que siempre, por desesperada que sea la situación, hay opciones. Respiré hondo, seguí adelante poniendo los cinco sentidos en ello, y en la medida de lo posible caminé con la firme convicción de que la angustia desaparecería. Pero eso sólo podía suceder, si continuaba caminando, y sobre todo, si creía que no estaba solo en el mundo; que había personas que me querían, que habían estado y estaban dispuestas a darme la mano y tirar con todas sus fuerzas para ayudarme a salir del bache en el que me encontraba hundido. Que era posible recuperar el equilibrio emocional y reencontrar el sentido de la vida.
Que se podían plantar árboles donde sólo había arenas ardientes, y sembrar de nubes el cielo, y poner vida donde sólo parecía haber aridez. Percibí que estaba saliendo de la nada, siendo auténtico, y ofreciendo lo que tenía de único y exclusivo en lo más profundo de mi ser. No intentaba parecerme a nadie porque por primera vez después de mucho tiempo, notaba que era yo mismo.
La experiencia de plenitud, de placer y felicidad que experimenté, solamente es posible, después de haber atravesado un gran desierto, silencioso y sobrecogedor.
UN NUEVO ESTADO EUROPEO.
LUCENA.
BREVE HISTORIA.
17 de marzo del año 45 a. C. Como todas las ciudades de su entorno, se vio envuelta en la Segunda Guerra Civil de la Republica de Roma, entre Julio César y los Pompeyanos con la última batalla, la de Munda, en sus cercanías.
El cruce de caminos donde estaba y está situada la ciudad, conocida como Ciudad de las Tres Culturas (judía, musulmana y cristiana) o como Perla de Seferad por los judíos de la Edad Media, favoreció la ocupación humana de esas tierras desde épocas que se remontan al Paleolítico Inferior y Medio.
Su papel en la primera época musulmana es importantísimo por ser núcleo principal de la población judía en Al-Ándalus. De hecho, Lucena estuvo habitada exclusivamente por judíos entre los siglos IX y XII y su contribución a la cultura, fue primordial.
Hacia 1124 el rey Alfonso I de Aragón el Batallador, conociendo la insatisfacción de la numerosa población cristiano-mozárabe en territorio musulmán, ante el aumento del fanatismo religioso de la nueva corriente religiosa norteafricana almorávide, se desplazó a Andalucía, y llegó a Lucena donde venció a Abu Bakr, hijo del emir Ali ibn, el 10 de marzo de 1126. Acompañado de numerosos cristiano-mozárabes lucentinos, liberados, regresó de nuevo al reino de Aragón donde se asentaron. Los mozárabes que quedaron fueron castigados duramente y en su mayor parte deportados a Marruecos.
Después de ser una ciudad judía y posteriormente islámica, Lucena fue ganada para la cristiandad por Fernando III de Castilla en 1240, quien la donó al obispo y al cabildo de la catedral de Córdoba, quienes a su vez, la permutaron, en 1342 a doña Leonor de Guzmán, amante de Alfonso XI, por otros bienes rústicos e inmuebles en Córdoba.
En 1483, Diego III Fernández de Córdoba, derrotó y apresó al último Rey de Ganada Boabdil (que fue encerrado durante algún tiempo en la Torre del Castillo del Moral) en la batalla de Lucena.
Sumida en la pobreza durante siglos por el caciquismo y más tarde por los distintos gobiernos dictatoriales, por fin llegó la democracia y con ella el estado de las autonomías. Y una vez consolidado, Lucena previo acuerdo de todas sus fuerzas políticas, se declaró independiente de Andalucía y del estado Español, convirtiéndose en un nuevo Estado Europeo.
A partir de esa fecha, Lucena comenzó un rápido crecimiento económico convirtiéndose en uno de los principales centros industriales de Europa.
Sin perder su industria del sector primario, Lucena es la segunda productora de aceituna y de aceite a escala mundial, tras la ciudad jienense de Martos. Además de ser un importante centro vinícola de la Denominación de Origen de Montilla-Miriles, Lucena es la segunda productora de muebles y la primera productora de frío industrial (80% de la producción en toda la Península Ibérica), entre otras industrias.
GEOGRAFÍA.
Lucena, Estado Europeo. Según su Instituto de Estadística, en 2011 contaba con 42.560 habitantes. Su extensión superficial es de 351 km² y tiene una densidad de 118,79 hab/km². Sus coordenadas geográficas son: 37º 24' N, 4º 29' O. Se encuentra situada a una altitud de 487 metros y a 67 kilómetros de, Córdoba.
Cuenta con las pedanías de Jauja (1080 habitantes) y Las Navas del Selpillar (967 habitantes), aunque también existen algunos núcleos de población diseminados, como Campo de Aras, Las Erillas, La Tajea y El Cristo Marroquí en los que vive muy poca población.
Su nombre proviene de Eli ossana (del hebreo אלי הושענא Dios nos salve), nombre con el cual fue llamada originalmente por los judíos, mientras que los musulmanes la denominaban اليشانة Al-Yussana.
Está situada en un importante nudo de comunicación de carreteras.
Actualmente, en el Estado Lucentino, no hay paro, y la enseñanza, la sanidad y la vivienda, son completamente gratuitas. Además, todos sus habitantes cobran el mismo sueldo y pagan el mismo porcentaje de impuestos. La edad de jubilación es a los 60 años y se conserva el mismo sueldo, que se actualiza cada año. El trabajo es obligatorio para todas las personas que están en edad de trabajar y no están enfermas.
Es un Estado pequeño, pero un modelo a seguir por su novedosa forma de administración económica, social y política.
ESTELA Y JUAN CARLOS.
Estela y Juan Carlos, vivían en el mismo edificio con sus familias. Allí crecieron, fueron al mismo colegio, y siempre fueron muy buenos amigos. Congeniaban muy bien y se querían como si fueran hermanos. Siempre estaban juntos; jugando, en el colegio y haciendo los deberes. Así fue transcurriendo el tiempo, hasta que se les despertó la libido, y ya no se veían como hermanos, sino con ojos de deseo. Sus juegos cambiaron y su cariño también. Se prometieron amor eterno, y hace un año se independizaron, viven juntos y son muy felices.
Estela tiene la mesa preparada en el salón. Unos amigos vienen a comer. La ventana da al parque ajardinado y se ve el cielo azul radiante. Estela espera un niño. Después del café, decide dar la noticia. ¡Había tenido tantas ganas de decirlo, porque sabía que Juan Carlos lo deseaba! Él mira por la ventana hacia el cielo azul, como dando gracias, la abraza y sonríe contento. No están casados, pero no importa. Lo importante es que se quieren. Juan Carlos está riendo feliz, la coge y la eleva con sus fuertes brazos. Es todo tan bonito que le parece estar viviendo un sueño. Estela sonríe. Al verla sonreír tan feliz, ha comprendido que ese niño es deseado por los dos y les va a hacer muy felices. Juan Carlos la abraza y pone la palma de su mano sobre el vientre de Estela. Está tan alegre como si le hubiera tocado la lotería, y le dice: me has hecho el hombre más feliz del mundo. Vamos a ser muy felices los tres.
Juan Carlos está algo celoso porque después, cuando nazca, el niño va a requerir más atención, pero eso es todo, lo acepta de buena gana. Sabe que ese bebé es parte de sí mismo y quiere cuidarlo con todo su amor.
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Estela y Juan Carlos, vivían en el mismo edificio con sus familias. Allí crecieron, se relacionaban, pero nunca fueron buenos amigos. No congeniaban bien y se enfadaban con frecuencia. Pero, siempre estaban juntos, porque eran vecinos, iban al mismo colegio, y ambas familias salían juntas los fines de semana. Así fue transcurriendo el tiempo, hasta que se les despertó la libido, y empezaron a verse con ojos de deseo. Y en contra del más lógico razonamiento, que hubiera sido continuar con sus discrepancias, sus desacuerdos, empezaron a salir, y creyendo estar enamorados, hace un año se independizaron, viven juntos, pero no son felices.
Estela tiene la mesa preparada en el salón. Unos amigos vienen a comer. La ventana, da al parque ajardinado y se ve el cielo azul radiante. Estela espera un niño. Después del café, decide dar la noticia, con mucho miedo a la reacción de Juan Carlos. Él mira por la ventana que da al callejón trasero, a los cubos de basura, y a una tapia llena de pintadas obscenas. ¿Qué es lo que te divierte tanto, desgraciada? ―Le ha dicho, cuando se han marchado los amigos y ya no le pueden oír.
Menuda lotería me ha tocado, me cago en... Soy el hombre más desdichado del mundo. Maldita suerte la mía. Ahora mismo vamos a una clínica para que te saquen ese... niño, y luego no quiero volver a verte. ¡No quiero volver a verte, ramera, más que ramera, que eres capaz de decir que ese niño es mío, y eso no te lo voy a permitir! ¿Me entiendes? Eso no, no me haré cargo ni de ti ni de tu bastardo. La ha golpeado hasta que ha caído al suelo y ahí indefensa, ha seguido golpeándola. Luego, se ha marchado.
Ensangrentada, con cortes y moratones, ha conseguido llegar al hospital. ¡Todo era tan bonito! Como si fuera parte de un sueño...
¡Estela ya no tendrá un bebé!
UNA NOCHE DE LUNA LLENA.
Es de noche. Vivo en una casa a las afueras del pueblo. La luna llena brilla solitaria en lo alto del cielo completamente bruno. Es una de esas noches que ningún ruido perturba el silencio reinante, en la que puedo oír hasta los latidos de mi propio corazón.
Me encuentro solo, sentado en un sillón cerca de la chimenea desde donde puedo ver la claridad de ese satélite solitario, como yo, entrando por la ventana. Ya es cerca de la medianoche. He apagado la luz, y la claridad de la luna que penetra a través de la ventana del salón, sumada al resplandor del fuego de la chimenea, me iluminan tenuemente. Llevo más de dos horas leyendo un libro y Morfeo me invita insistentemente; mis ojos se cierran, se cierran...
Un fuerte golpe me ha despertado, y cada sonido que irrumpe en mi soledad, es como un aviso de peligro desconocido. Su eco retumba en toda la habitación perturbando el silencio. Parece venir de todas partes. Ha sido un golpe seco, como de algo que ha caído al suelo. Levanto la mirada tratando de descubrir qué lo ha producido, pero al no ver nada fuera de lo normal, no le doy mucha importancia. Debe haber sido mi bastón, que al estar mal colocado sobre la pared ha caído al suelo, -pienso.
Pero... desde algún lugar de la habitación escucho un murmullo. Es apenas perceptible y no puedo distinguir qué dice. Poco a poco, la voz se hace más clara. Permanezco inmóvil durante unos minutos, mientras intento discernir de donde proviene. Parece venir de todas partes pero no veo a nadie. Es como un eco cacofónico, indefinible. Trato de tranquilizarme pensando que quizá todo es producto de mi imaginación. Pero de un momento a otro el susurro se ha convertido en risa; una carcajada que rebota en las paredes.
¡El miedo me hiela la sangre! No puedo decir nada. ¡Me he quedado sin habla! ¡Intento ponerme de pie, pero mis piernas no me responden, no puedo moverme estoy como encadenado al sillón! De pronto, la risa ha cesado y tengo duda de que todo sea irreal, producto de mi propia imaginación. Pero, no. Después de unos instantes, escucho la misma voz que menciona mi nombre y no puedo determinar de donde viene, parece estar en el aire que respiro.
Ahora, empiezo a escuchar una respiración que no es la mía. Es lenta y calmada y la oigo acercarse hacía mí, pero no sé desde donde. Es como si todo el aire formara parte de este ser que no puedo ver. Vuelve la risa, la siento aún más cerca. Creo que se burla del deplorable espectáculo que debe ver en mi rostro contraído por el terror. Siento como si algo estuviera presionando mi cuello; como si unas manos invisibles me impidieran respirar. Trato de detenerlas, pero no es algo físico, no es algo palpable. Llevo mis manos hacia donde noto la opresión, no hay nada. Aún, así, siento que aprieta cada vez con más fuerza. Intento gritar pero lo único que sale de mi garganta son sollozos apagados por la fuerza del agresor invisible. Aunque pudiera gritar, no serviría de nada; no hay nadie cerca que pueda auxiliarme.
Después de mi infructuoso esfuerzo por liberarme, noto que, por fin, ha desaparecido la presión sobre mi cuello y lo oigo reírse de nuevo. Su risa suena por todo el salón y penetra por cada poro de mi cuerpo, hasta que el aterrador miedo que me posee, hace que caiga en un estado de sopor profundo... voy corriendo, perseguido por la voz sin cuerpo que ríe y grita mi nombre como poseída por una furia sobrehumana. Corro por un lugar desconocido y oscuro, donde la única luz es la de la luna que brilla solitaria en el cielo con un color rojizo, quizá presagiando mi fin...
He recuperado el sentido y aún es de noche. La estancia está en tinieblas y lo único que la ilumina es un débil rayo de luz de luna. El fuego de la chimenea se ha consumido por completo. Pienso que todo lo pasado ha sido un sueño, pero oigo de nuevo la respiración pesada que se acerca y distingo una sombra pasar por delante la ventana y llegar hasta donde me encuentro sentado. Noto su aliento casi humano; su respiración es calmada, pero sigo sin saber de donde procede. Ya está lo suficientemente cerca, y comienza a reír de nuevo, pero no es la misma carcajada de antes. Es una risa triste en la que puedo distinguir algún sollozo. La voz, cerca de mi oído pronuncia mi nombre y dice:
-¡Márchate! ¡Esta casa es mía!
Instintivamente miro hacía la ventana y veo como su sombra se desvanece. Enciendo la luz, recojo el libro del suelo que debió caer cuando estuve inconsciente, y leo el título:
Historias de Fantasmas.
Charles Dickens.
BESO VELADO.
Estoy afligido, meditabundo, tumbado en la cama, como cada noche. Sigo esperándote. Mi triste realidad se ha vuelto pesadilla, y sólo espero que llegue la noche para soñar contigo de nuevo. Las gotas de lluvia golpean el cristal de la ventana incesantemente, el viento dobla las ramas de los árboles y el frío de la ausencia es tan intenso que va traspasando las paredes.
En aquel fugaz encuentro que estuvimos cerca, pero a la vez lejos, algo se reveló en ti y en mí. Nuestros cuerpos no se resignaron a perder el deseo y la pasión del momento. Aquel beso, velado por la oscuridad de los tiempos, sin contacto visual ni físico, fue una llamarada que no logró apagar el ambiente puritano que nos rodeaba, e impedía nuestra relación amorosa libre y difundida. Aunque ocultos el uno del otro, en un eterno juego macabro de los amantes cósmicos, que se funden en uno solo, como en un rojo ocaso de luna y sol, fue una llama que no pudo extinguir la intransigencia social, que estaba por encima de las puras y naturales relaciones humanas. Ahora, en la calma de la razón, pienso en lo que pudo suceder y me consuelo con lo sentido…
El manto de la noche engalanada, hace su presencia llena de luceros que irradian mil encantos para empezar a vivir este dulce sueño de amor, que surgió mágico en un instante cual suave susurró al viento. Un bramido del alma errante y peregrina, que no-mora en lugar especifico, para no perder su libertad ni su candor.
Mis párpados se cierran suavemente. Ya vienes a buscarme, y siento que mi cuerpo comienza a flotar con plena libertad...
Estoy en un salón en penumbra, sentado en el sofá frente a la chimenea. Escucho el crepitar del fuego. El sonido de una puerta que se cierra. Alguien ha entrado. Unos pasos indican que se acerca. Una sombra pasa cerca y luego se da la vuelta hasta colocarse frente a mí. Es una mujer. Una silueta que se recorta contra la rojiza claridad de las llamas. Eres tú de nuevo, como cada noche. Bajas los tirantes de tu vestido, que cae suavemente a tus pies. Te miro extasiado. Tu figura sufre un cambio radical. El fuego crea figuras danzarinas en tu cuerpo, semejantes a eróticos tatuajes. Te acercas.
Escalofríos, recorren mi espalda y comienzo a sentir un instinto primitivo. Te sientas a horcajadas sobre mí y me miras. Nos estremecemos al unísono. Acercamos nuestros labios lentamente, ahora sin velo, hasta que se rozan, y entonces la escena se desdibuja. Sólo hay manos, bocas y cuerpos buscándose. Por leves instantes somos como volcanes en erupción, cuya lava ardiente, es el deseo mismo en su esencia más pura. En esos instantes, no hay razón ni lógica posible que sirva de muro de contención.
Somos como eternas olas de mar, que se marchan hacia el infinito y retornan a la playa, con más ímpetu aún, como si con ello se pudieran devorar en eterna guerra de sexos hambrientos y sedientos, como fieras salvajes en un desierto. Nos amamos dulces, fieros, eternos, como cada noche...
Suena un despertador. Está amaneciendo. Abro los ojos nublados aún por el sueño. Me levanto pesadamente, y mientras camino hacia la ducha, voy contando las horas que me quedan hasta que llegue otra noche...
TRAGEDIA EVITABLE.
Antes que nada, quiero decir que los accidentes laborales no son fruto de la casualidad, sino que siempre hay una o varias causas que los producen. Es erróneo pensar que los accidentes son debidos a la mala suerte; lo que nos llevaría a creer que lo que se haga en favor de la seguridad en el trabajo es inútil y aceptar el fenómeno del accidente como algo inevitable. Sin embargo, sabemos que el accidente de trabajo en la mayor parte de los casos, se puede evitar.
Los accidentes ocurren porque la gente comete actos incorrectos o porque los equipos, herramientas, maquinarias o lugares de trabajo no se encuentran en condiciones adecuadas. El principio de la prevención de los accidentes señala que todos los accidentes tienen causas que los originan y que se pueden evitar al identificar y controlar las causas que los producen.
En el accidente que voy a relatar se unieron varios de los factores señalados en el párrafo anterior.
José Antonio, un joven de 27 años, recién casado, con muchos proyectos que realizar, y toda su vida por delante, era muy feliz junto a su esposa. Trabajaba en una fábrica de muebles de madera y como cada día, una mañana del mes de agosto llegó a esa empresa donde trabajaban trescientas personas. Como sabemos, las puertas de esas enormes construcciones por las que pasan camiones cargados, en este caso de tablones de madera, son muy grandes y pesadas.
Para ir desde el vestuario a su lugar de trabajo, tenía que pasar por una de esas grandes puertas de corredera que encontró cerrada. La empujó y como no se movía, vio que unas cuñas de madera la tenían bloqueada.
Primer error: el servicio de mantenimiento, no colocó un cartel grande y en lugar visible que avisara que la puerta estaba rota.
Segundo error: José Antonio quitó las cuñas y la puerta se volcó en su dirección. Él corrió, pero el borde superior de dicha puerta lo alcanzó de refilón golpeándole la columna dorsal.
El resultado fue, que quedó inválido de cintura para abajo. En la cama del hospital tuvo muchas horas para pensar y reflexionar, y además de la puerta, también el mundo, se le vino encima.
Pensaba mucho en como sería su calidad de vida una vez le dieran el alta hospitalaria, lo que le llevaba a la desesperación. No quería vivir el día a día aceptando sus limitaciones. Forzándose a estar por debajo de las posibilidades y aspiraciones que antes tenía.
Pasó cuatro meses en el Instituto Guttmann en Toledo, y allí empezó a aceptar la tragedia vivida. Cosas que para él tenían mucha importancia, cedieron en favor de otras que a su vez la aumentaron. El simple hecho de una caricia, una sonrisa y la aceptación de su nueva situación por terceras personas, adquirieron un gran valor creando una satisfacción igual o superior al esfuerzo que estaba haciendo para mejorar su calidad de vida.
Ahora, después de más de dos años y a pasar de sus secuelas, su vida es casi normal, gracias su gran empeño y a sus ganas de vivir. Ha sido fundamental el apoyo incondicional de toda su familia y la ayuda de los verdaderos amigos. Más primordial aún, el gran equipo de profesionales del Instituto Guttmann de Toledo. Puedo decir, que su vida no se rompió, sino que sufrió un cambio brusco muy radical, muy difícil de asimilar, pero superable. Actualmente se maneja bien con su silla motorizada, puede conducir su coche, tiene una hija, su esposa, y creo que dentro de su situación especial, los tres viven felices.
La historia que he relatado es real, y muy cercana mí.
LA SANDÍA AVENTURERA.
Así como entre los humanos, generalmente conformistas, hay quienes discrepan y se rebelan contra ciertas tendencias de cambio acelerado de forma artificial, lo mismo ocurre con algunos vegetales que no están de acuerdo con crecer y multiplicarse de forma distinta a como lo han hecho a lo largo de miles de años.
"SANDÍYYA ROJA", era una de esas rebeldes que había luchado con toda la fuerza de sus raíces, para no absolver los estimulantes artificiales que le suministraban para que sus hijas engordaran y fueran más rentables para el agricultor. No, ella solo se alimentó de los nutrientes naturales de la tierra y del agua. Siguió las enseñanzas de sus ascendientes, heredadas a su vez de sus ancestros oriundos del desierto de Kalahari donde todavía viven en su estado natural. El resultado fue, una prole de sandías pequeñas, pero más puras y dulces que las otras engordadas artificialmente. Juan Pedro, el dueño de la parcela, dijo a sus empleados que cargaran primero en el camión las sandías gordas y luego aquellas pequeñas, para que no fueran aplastadas por sus compañeras. Aunque no son rentables, trataremos de venderlas a un euro la pieza. ―Concluyó.
Las pequeñas sandías que oyeron el desprecio de Juan Pedro, se enfadaron y hablaron con la intención de liberarse y seguir cada una por un lado, y así, reproducirse y mantenerse puras en tierras no cultivables, fuera del alcance de los humanos.
―Es lo mejor que podemos hacer, ―dijo una que parecía la más lista e instruida.
―Pero, ¿cómo vamos a sobrevivir en esas tierras donde hay multitud de depredadores herbívoros?
―Mejor ese riesgo que ser manipuladas y perder nuestra idiosincrasia. ―Dijo la más instruida y continuó. ―¿Sabéis qué he oído decir? Que a muchas, les han manipulado los genes, y su interior no es rojo, sino amarillo, e incluso blanco y tanto unas como otras, son insípidas. Y eso no es lo peor, las hay que no generan semillas. ¿Cómo se van a reproducir? Es el principio del fin. El principio de nuestra extinción. Quedaron de acuerdo, todas, en abandonar aquella caja con ruedas en la primera oportunidad que se les presentase. El camión circulaba por una carretera que discurría por la ladera de una montaña, la cual tenía algunos baches profundos. Era el momento ideal. Saltarían una en cada bache, y rodarían ladera abajo para dispersarse, como habían acordado. Así lo hicieron y algunas consiguieron rodar hasta el valle por donde corrían las escasas aguas de un río.
UN AÑO DESPUÉS.
Juan paseaba con su hijo Roberto por la ribera del río y entre unas matas vio algo que llamó su atención.
―Roberto, acércate y dime qué es aquello.
El chico corrió y cuando estuvo cerca, gritó.
―¡Es una sandía!
El padre se acercó y contempló que había crecido una mata de sandía salvaje de la que sobresalían varios frutos de tamaño mediano.
―¿Nos las llevamos, papá? ―Preguntó Roberto.
―Calaremos una para ver si está buena y si nos gusta nos las llevamos.
Juan sacó su navaja del bolsillo y extrajo una tajada. Tenía un color rojo intenso, estaba y jugosa. Le dio un trozo a su hijo, la comieron y estaba bonísima.
―Nos las llevamos, pero dejaremos una para que sus semillas arraiguen y se reproduzcan. Así, el próximo año nacerán nuevas matas que contribuirán a perpetuar su especie, y nosotros las volveremos a coger, todas menos una. ―Dijo el padre.
Ya en casa, la familia disfrutó comiendo las exquisitas cucurbitáceas, durante varios días.
DE LA ILUSIÓN A LA DECEPCIÓN.
Llega el otoño y al igual que a los árboles, empiezan a caer mis hojas de la esperanza. ¿Por qué digo esto? Porque a lo largo de mi vida, he tenido muchas ilusiones y como la mayor parte de ellas no se han cumplido, han mutado en decepciones. Pero sólo voy a escribir sobre una, cuya importancia ha sido crucial y causante de que no se hayan cumplido la mayor parte de ellas.
Desde niño, desde que empecé a tener razón para analizar mi entorno y las circunstancias de mi vida, mísera vida en aquel caos que era la posguerra, tuve la esperanza de que pronto llegaría un cambio de gobierno, con la desaparición de la dictadura de Franco y su camarilla de secuaces que la sustentaban. Por fin llegó, muy tarde, eso sí, la ansiada democracia que hizo renacer como un árbol bien abonado y bien regado, mi ilusión y mi esperanza en una fructífera vida en paz y armonía, y una reconciliación verdadera y duradera, de todos los españoles. Desgraciadamente, esa reconciliación no se ha producido, ni se producirá nunca.
Poro, obviando esto último, mi ilusión creció desmesuradamente, cuando se formó el primer gobierno socialista de Felipe González Márquez. En mi ignorancia política empezó a germinar la idea de que este es un gran país, y que con un gran gobierno se iban a solucionar todos los males vividos durante los aciagos años de dictadura.
Craso error el mío. No se solucionaron todos los problemas, (sí, algunos) sino que, se cometieron ciertas barbaridades políticas que todos conocemos, por parte de aquel gobierno que duró 14 años, y alcanzó en 1994 una tasa de paro del 24,55%) según la EPA.
Luego, en la etapa de José María Aznar, también se cometieron barbaridades políticas y si bien se redujo el paro a la mitad, aumentó la precariedad en el trabajo y se redujo considerablemente el poder adquisitivo de los salarios, con respecto a los beneficios de las empresas.
José Luis Rodríguez Zapatero, llegó al gobierno en condiciones anormales, por los dramáticos acontecimientos del atentado en Madrid, y su gestión fue nefasta. No hizo valer nuestra posición con respecto a la Unión Europea y su política económica fue dispendiadora. No ejerció ningún control sobre las autonomías, que despilfarraron más que el estado, lo que supuso una gran dilapidación, de los impuestos de todos. Si Zapatero hubiera sido un buen gobernante, no habría subido la tasa de desempleo del 10.19% del primer trimestre de 2005, al 20.89% del segundo trimestre de 2011 y la deuda a un 9%. Creo que pasará a la historia como el peor presidente de la democracia, hasta el momento, por su ineficacia.
Con la llagada de Mariano Rajoy al poder, con mayoría absoluta, se activaron mis ilusiones y esperanzas en un cambio positivo de la política que sacara a España de la debacle en la que está sumida, en un tiempo razonable. Pero después de nueve meses, las perspectivas son poco o nada esperanzadoras. Lo que me lleva de nuevo, de la ilusión a la decepción.
Una de las constantes de todos los gobiernos de la democracia, es, no haber sido capaces de atajar la corrupción.
Concluyo: Si creía en el socialismo y me ha fallado, no soy de derechas, y no creo en la justicia, ¿en quién puedo creer?
Sinceramente, estoy muy decepcionado con los políticos en general y sobre todo, con los que de alguna manera, nos gobiernan.
ANOREXIA.
Carmen. T. M, con 13 años y una estatura media, pesaba 6o kilos. A esa edad, los amigos y amigas, y los compañeros de colegio son muy crueles, y se sentía marginada. Esa incomprensión por parte de su entorno juvenil, fue el detonante de la explosión emocional que se produjo en ella. A partir de ese momento, por ser excluida, se volvió muy exigente y se propuso ser perfecta. Tal vez por esa exigencia, se sentía culpable. Se sentía culpable de comer, de mirarse en el espejo y verse gorda. Y empezó a obsesionarse con su peso y con la perfección que quería alcanzar.
Quizá la gente más allegada a ella no lo notaba, pero su personalidad iba cambiando. La habitual confianza con su madre se iba deteriorando para dar paso a una continua serie de mentiras que pretendían enmascarar su realidad cambiante. Se inventaba excusas para no explicarle a su madre lo que hacía, cuando hasta ese momento no existían secretos entre ellas. Su carácter era más apático y desagradable, no quería comer, no quería hacer nada. Sus padres no intuían el problema que se estaba gestando en la mente de su hija.
En tres meses bajó su peso diez kilos. Sus padres, no dieron importancia a su pérdida de peso casi repentina, y sus compañeros alababan su nueva figura, lo que le animó a perder más, hasta pesar sólo cuarenta. Las consecuencias fueron: debilidad muscular, deshidratación severa, sensación de desmayo, fatiga, debilidad general y pérdida de cabello entre otras.
Cuando sus padres quisieron reaccionar, ya era tarde. Su carácter había cambiado tanto que era muy difícil acceder a ella y, además, peligroso: podía producirse un rechazo que la sumiera aún más en el abismo. ¿Qué hacer? Las peleas eran constantes, las malas contestaciones y el malestar. ¿Cómo se podía hacer entrar en razón a alguien que no veía ni aceptaba que tenía un problema? El primer paso para solucionar algo, es, ser consciente de que existe, si no, no se puede actuar en consecuencia.
Cuando C. T. M, ya estaba perdida en el círculo de la anorexia, su madre la convenció para ir de vacaciones a la torre, (casa de campo) donde viven sus abuelos. No quería pero, adoraba a sus abuelos y accedió. Nada más llegar, sus abuelos que conocían su grave situación, intentaron hacer algo para suavizar tensiones. Entonces ocurrió algo decisivo. Algo que ayudó a C. T. M, a darse cuenta de lo que le estaba pasando. Tras una de las habituales peleas en el seno familiar, el abuelo acabó la discusión diciéndole: ¡basta! ¡Lo que haces no es normal! Has perdido tu lozanía queriendo estar más atractiva, pero has logrado el efecto contrario. Eras muy guapa y ahora estás fea.
Esas palabras le tocaron el corazón: su abuelo, una persona a la que admira y a la que quiere más que a sus propios padres, estaba profundamente decepcionado con ella. A partir de ese comentario, reflexionó, y poco a poco, se volvió más asequible. Todos empezaron a dialogar con ella, a escucharle, y sobre todo, hacerlo sin que se sintiera presionada.
C. T. M, una chica de 13 años, que estaba llena de seguridad, buen carácter, una personalidad abierta, tolerante y confiada, después de cuatro largos años de anorexia ha pasado a ser desconfiada, insegura y muy triste. Sus ojos reflejan todo el dolor por el que ha pasado y toda la carga que le han supuesto sus problemas por esa enfermedad. Es un daño que cuesta de apreciar. No surge de un día para otro, sino que, se va creando, inducido por distintos factores del entorno.
C. T. M, ya lleva tiempo, intentado reponerse. Aún no lo ha conseguido del todo, pero lo logrará. Todavía necesita seguir con el tratamiento, y otras medidas, afectivas sobre todo, para acabar de salir del pozo en el que estaba hundida. Ha recuperado la mitad de su peso perdido, y una mínima parte de su antiguo carácter y personalidad luchan por volver a la normalidad. Ha tenido mucha suerte y aunque aún no es del todo consciente de ello, con la ayuda de su familia, ¡Lo va a conseguir!
LA LIBRERÍA.
Hace diez años, en verano, fui de vacaciones a Guadalajara. Un amigo que es de Adobe, un pueblo pequeño, me habló muy bien de esa provincia y me decidí a ir. Soy un entusiasta de los libros. Para mí, no existe mejor regalo. Cuando alguien que te quiere te regala uno, significa que desea compartir contigo sus gustos, sus historias, sus anhelos, su universo. Como nadie me había regalado uno entonces, decidí regalármelo yo mismo.
Empujé la puerta y me golpeó el perfume inolvidable a libro. Ese olor característico a papel impregnado de letras, puntos, comas, misterio... amor... ese olor con el que uno se imagina en un campo húmedo por el rocío del amanecer, en un solitario árbol bajo el que desayunar pan con aceite, tomate y olivas, mientras ojea las primeras páginas...
Eché un vistazo con el despiste fingido del discípulo que se niega a serlo, que se afierra a su ya perdida condición de novato para conservar la facultad de sorprenderse, de admirarlo todo como si fuese la primera vez. Tantos libros que, en mi interior, les oía gritar: llévame, que estoy lleno de historias de amor; no, llévame a mí, que te haré reír hasta que se te caigan las lágrimas; no, a mí, que te enseñaré cosas importantes para enriquecer tu intelecto.
Me los habría llevado a todos, pero no buscaba solamente eso. Buscaba algo que quedase durante meses en la mesilla para ser leído y releído; para ser abierto y cerrado con el cuidado propio de algo que merece ser guardado para siempre. Recorrí las estanterías tocado sus lomos con la punta de los dedos. Siempre lo hago y cada vez siento un extraño calor en las yemas. Como si los libros me transmitieran su propio fuego interior, su vida, su energía. Cerré los ojos y me invadió un pensamiento estúpido que no dejaba de tener cierta lógica: ¿se podrá relacionar el término librería, con el hecho de sentirse libre? Los libros dan libertad, eso es cierto. Me dirigí a la sección de libros usados y por fin lo encontré.
Acababa de comprarlo y estaba deseando llegar al hotel para echarle un vistazo. Su portada me atrajo de tal manera, que lo hubiera comprado a cualquier precio. Cuando llegué, saqué el viejo volumen de la bolsa. Lo abrí cuidadosamente y comencé a ojearlo. De pronto, encontré un papel doblado en su interior. Parecía muy antiguo. Al abrirlo, observé que era un mapa de un lugar cuyas coordenadas estaban perfectamente indicadas, y tomé una decisión: iré al lugar indicado y averiguaré qué secreto esconde. Quizá esconde un tesoro.
Escribí las coordenadas en mi portátil, y no quedaba lejos. Al día siguiente, temprano, puse los datos en el GPS del coche y me dispuse a recorrer los sesenta kilómetros que distaban de la ciudad. La carretera era una nacional en muy buen estado, salvo el último tramo, que era una carretera local de unos 3 kilómetros, con el firme en bastante mal estado, aunque transitable por cualquier vehículo. Tras unos diez minutos en ese tramo, llegué a un claro en el que había un monasterio casi derruido. El paisaje, era espectacular. Me aventuré por una hendidura que el tiempo había labrado cerca de la puerta principal, cerrada a cal y canto. Un extraño olor invadía el recinto. Continué avanzando hasta llegar a una gran sala. En el centro, una grieta en el suelo llamó mi atención. Me arrodillé para enfocar mi linterna hacia ella. El suelo cedió y caí envuelto en escombros. Cuando recobré el sentido, recuperé la linterna que continuaba encendida, y la escena que vi era aterradora. Me encontré en una cripta, rodeado de esqueletos humanos.
Con el corazón a punto de salir por la boca, puse una viga de madera carcomida apoyada en lo que quedaba de aquel suelo, convertido en techo, y escalé con más velocidad de la que nunca hubiera imaginado. Salí corriendo, subía al coche y me marché sin mirar atrás. Naturalmente, es una vivencia que no he olvidado y que nunca olvidaré. Y nunca jamás, buscaré un tesoro.
LA ESTACIÓN DE TREN.
Vivo en una estación de tren destartalada y poco transitada, mendigando alguna sobra de comida y recibiendo algún que otro puntapié de los pasajeros que, queriendo o sin querer me propinan, con la prisa que llevan. Ahora que es de noche, estoy echado sobre uno de los asientos alejados de las zonas más transitadas, inmerso en mis recuerdos...
...Se estaba preparando un viaje. Lo sabía por el movimiento que había en la casa; por el ir y venir de todos los miembros de la familia, y por sus caras de alegría. ¡Creo que nos vamos de vacaciones!-pensé.
Se movían por la casa con cierto desorden; tropezaban algunas veces unos con otros, pero no se enfadaban. Cuando se tiene alegría, se perdona todo. Pero noté un cierto despego hacia mí. No me decían nada, me miraban de una manera que me hizo sospechar que habían cambiado su actitud hacia mí. Incluso Nancy, tropezó conmigo y no se disculpó como otras veces. Ni ella que era mi mejor amiga, me dijo nada ni me acarició una sola vez. Algo estaban tramando; lo veía en sus ojos. Sus gestos lograban engañarme pero sus miradas, sus ojos, no. Después de insistir detrás de Nancy, me dijo: «¡déjame! ¿No ves que nos vamos al veraneo y tenemos que hacer los equipajes? Este año estaremos dos meses»
Para no estorbar, me fui a mi rincón y me hice el dormido. También a mí me hacía ilusión el viaje. Les había oído hablar muchas veces del mar y la montaña, pero no sabía con certeza qué habían elegido. Me daba igual porque podría jugar con Nancy todos los días durante dos meses, y lo pasaríamos muy bien donde fuera, siempre que estuviéramos juntos...
Llegaron dos taxis a la puerta; en uno no cabíamos todos. Bajaron las maletas, las cargaron y nos pusimos en marcha. En el primer taxi subí a la parte de atrás con la pequeña Nancy y su hermano; delante, el conductor y el señor Pedro, dueño de la casa. En el segundo, el conductor, la señora y la madre del señor. ¡Qué bien, de vacaciones!..
Cuando llegamos a la entrada de la estación, no me dejaron bajar. Bueno, –pensé-, seguramente querrán que espere hasta que descarguen todo el equipaje. Vi cómo se marchaban sin mí y mi pequeña Nancy miró hacia atrás, con tristeza en su semblante. Unos minutos después de que entraran en la estación, el conductor me abrió la puerta, y corrí. Corrí con todas mi fuerzas para alcanzarles. Pero cuando llegué, se habían marchado...
Y aquí estoy. No me quiero ir porque espero que vuelvan a esta misma estación donde me dejaron. Estoy muy triste. Creo que la pequeña Nancy vendrá a buscarme. Ella no puede haberme olvidado. Seguro que le obligaron a marcharse sin mí. Aquí estaré, hasta que vengan... duermo poco. Tengo que estar despierto para cuando lleguen... me siento muy solo en esta estación. Aquí estaré esperando... aunque algunas veces dudo, porque ha pasado mucho tiempo; ya es invierno. No sé por qué me han dejado aquí; nunca me porté mal. Jugué con los niños, aguanté el mal humor de los mayores, y nunca me quejé. He vivido con ellos desde que nací, y no recuerdo haberme portado mal. Pero no pierdo la esperanza. Seguiré esperando... la pequeña Nancy vendrá a buscarme. Vendrá, estoy seguro, vendrá... vendrá...
Sólo se me ocurre un motivo para que me hayan abandonado. Que soy viejo. Con mis catorce años, soy viejo y ya no puedo saltar y correr como antes. Ya no les sirvo para nada. Qué ingenuos son los humanos. No se dan cuenta de que llegarán a viejos, y los abandonarán en un asilo o en una gasolinera...
ENCUENTRO CON MI LUGAR DE ORIGEN.
Después de muchos años, regresé al pueblo donde nací. Recordaba los colores particulares de la naturaleza del entorno, los olores, aquella curva peligrosa en la carretera de acceso antes de llegar a ella, aquella recta de un kilómetro que me dejaba ver el paisaje completo. Antes de llegar, cuando me iba aproximando, tuve la sensación de haber equivocado el camino. No había curva peligrosa ni recta de un kilómetro. En su lugar, una recta de muchos kilómetros, los campos despojados de sus bosques, lo que permitía ver en lontananza un pueblo tan grandote que me frustró todos mis recuerdos.
Los cambios me desmoralizaron. El pueblo se había triplicado. Barrios de nueva construcción, donde antes había bosque y campos de cultivo. En la parte que conocía, en lo que antes era el pueblo donde nací, edificios nuevos, calles desaparecidas por ensanches, habían derrumbado casi todas las casas de una y dos plantas, y construido edificios de pisos. Yo, nativo allí era un visitante extraño en un lugar desconocido. Hubiera querido subir por mi calle, entrar en mi casa, subir las escaleras, hasta mi habitación y recuperar mis antiguas pertenencias. Pero la casa no estaba, y la calle tampoco porque fue absorbida por una gran avenida. Paseando por la nueva ciudad, a veces, evitaba mirar para no ver que casi todo era distinto de como lo dejé.
En el barrio donde viví mis primeros veinticinco años, no reconocí a nadie. Los que eran mayores que yo, habían desaparecido o estaban irreconocibles por su edad. Los que eran de mi edad o menores, casi niños, habían cambiado tanto como yo, supongo, y tampoco los reconocí. Cuando al fin me decidí a preguntar y conseguí reconocer y que me reconocieran algunos, las arrugas en sus rostros me hicieron ver que el tiempo había pasado para todos, y también me sentí más envejecido. Entendí que tampoco conocía al que cada día durante todos los años transcurridos desde mi marcha veía cada día al otro lado del espejo.
Por la distancia y el tiempo pasado, me miraban de otro modo. Generé indiferencia cuando me fui, y desperté cierta curiosidad cuando volví, pero de ahí no pasó. Después del reencuentro, en los pocos días que permanecí allí, el trato fue frío y distante. Hola y adiós. La modernización y la expansión afectaron también a las personas. Se había perdido el trato cordial y campechano típico del pueblo mediano que fue. Cuando indagué los lugares particulares, aquellos lugares secretos, los escondrijos que visitábamos en la adolescencia... ni rastro de ellos.
Me alegré por ellos, porque habían progresado, pero la melancolía hizo mella en mí por haberme marchado. Me marché forzado por las circunstancias, y volví por propia voluntad. Y aunque me sentí decepcionado, aunque sólo fui un visitante desconocido, supe que el lugar al que había vuelto era mi lugar de origen...
LOS HORRORES DE MI INFANCIA.
Todas las forma de maltrato son degradantes, pero creo que el maltrato más cruel es el psicológico. Ese que no se ve, que permanecía oculto tras mi semblante esquivo y avergonzado. El dolor interno que no podía expresar libremente por miedo. Sentía que el mundo se había vuelto contra mí. Mi padre me trataba injustamente y me encontraba sin saber que hacer ni porqué me estaba robando la niñez y lentamente, quizá, también la vida. Él no trabajaba. Decía que ningún trabajo le gustaba, que ya había trabajado bastante, y solo escuchaba decirle groserías a mi madre que era la que trabajaba muchas horas. Yo trataba de defenderla pero me sentía impotente, solo era un niño.
El juego con los amigos, era el escape que me ayudaba a sobrellevar la horrible pesadilla que estaba viviendo, pero no me dejaba salir a estar con ellos. Sentía que mi infancia se me esfumaba sin vivirla de forma natural. Que no era culpa mía que así fuera, ni tampoco pedí venir al mundo para ser maltratado.
El tiempo pasaba y todo seguía igual. Conocía la expresión de su cara, de sus ojos, y el tono de voz fuerte y malhumorada, y sentía que el castigo se acercaba inminente. Sabía que era injusto, que no hacía nada malo para ser castigado. Un plato roto sin querer, un recado no hecho a su gusto o llegar unos minutos tarde, era suficiente para recibir otro castigo, más el maltrato psicológico de todos los días, oyendo siempre improperios terribles contra mi madre, contra nosotros, contra toda nuestra familia. Según decía, todos éramos inútiles, ninguno servía para nada. Ya nadie nos visitaba, le tenían miedo y por eso no hacían nada para ayudarnos.
Mi autoestima tocó fondo. No me valoraba, me sentía inútil, inservible para todo. Mis propios padres no me querían. No sentía ganas de jugar ni compartir mi tiempo con nadie. Me pasaba horas limpiando, fregando y me obligaban a comer mala comida. Pero lo más doloroso de todo, no era recibir esos golpes que marcan el cuerpo y el alma, sino ver sufrir a mi hermano menor brutalmente golpeado. La impotencia de ser niño me impedía defenderlo por la fuerza, pero a veces me armaba de valor y le gritaba: ¡no le pegues más! Y me daba otra paliza y me iba a un rincón llorando amargamente, pidiendo que alguien nos defendiera, y nos sacara de aquel infierno.
Un proceder tan brutal que a medida que iba creciendo y me sentía más fuerte, iba cambiando en un comportamiento defensivo. Tal como pasaba el tiempo, iba creciendo y entendiendo que me aproximaba a una encrucijada; o escaparme de casa y emprender un sinuoso camino, o continuar sufriendo el castigo continuado y degradante. Opté por quedarme para ayudar a mi hermano.
Acabé perdiendo el tren de la viada. No sentía ganas de levantarme, ni de vivir. Así todos los días. Si alguna vez sonreía y me sentía optimista, duraba muy poco. Se me nublaba el día enseguida, y otra vez me preguntaba: ¿hasta cuándo, mamá? ¿Cuándo perderás el miedo y te enfrentarás a él? No entendía que mi madre no nos defendiera ni se defendiera. Que tolerara la tortura que padecíamos todos sin luchar.
No era fácil encontrar compañeros. Notaban que mi vida se estaba descarriando poco a poco. Tenía mala conducta en el colegio, no me concentraba, no podía estudiar ni tampoco sentía ganas de hacerlo. Mis pocos amigos se iban alejando al verme despreocupado, irresponsable, irascible, rebelde y con malas ideas. Solo aquellos que habían vivido o estaban viviendo problemas similares me aceptaban, pero andaban enganchados a las drogas y ese no era mi camino. Mis aspiraciones eran otras. Darle la vuelta a mi vida para vivirla honestamente como cualquier ciudadano normal.
Ahora soy adulto, estoy casado y tengo dos hijos pequeños. Hay comportamientos que no entiendo ni entenderé nunca. Creo que mi madre debió jugarse la piel para defenderse y defendernos; para evitar que mi padre nos maltratara. No vale convertirse en avestruz. Otro comportamiento que no entiendo, es, justificar el maltrato a los hijos por haber sido maltratado. Que nadie se atreva a tocar a mis hijos, porque perdería mi vida por defenderlos...
VIVENCIAS.
FRAGMENTO.
...El espejo de mis vivencias, refleja a la perfección las que muchos millones de españoles vivieron; la represión, el hambre y la humillación, en la posguerra.
Mi madre murió devorada por una enfermedad devastadora en aquella época, la viruela, yo tenía cuatro años y comenzaba a dar mis primeros pasos en el sinuoso camino de la vida. Mi padre quedó viudo relativamente joven, con seis hijos. Mi hermano el mayor tenía veinte años y yo cuatro. Dramático panorama en una situación tan problemática como la que se vivía en aquel tiempo en España.
Cuando nací, según me explicó mi tía en alguna ocasión, tuve los ojos cerrados durante varios días, como casi todos los niños que nacían entonces. Pero cuando los abrí a la realidad de la vida siendo todavía muy niño, me encontré una situación aterradora: hambre, miseria, injusticia, incultura, explotación, humillación, muerte...
Imagine el lector a un niño de cinco años, siete años… en la puerta de una barraca, vestido con: una camisa de una tela poco consistente, un suéter raído, un pantalón corto, con las piernas desnudas de rodillas hacia abajo. Con alpargatas de lona con suela de esparto y cintas para sujetarlas a los tobillos, los calcetines rotos, un tanto escuálido, hambriento, y sepa ahora que, es invierno, hace mucho frío, y hay mucho lodo a su alrededor porque vive en el campo y ha llovido la noche anterior. No iba al colegio porque no había colegio; no jugaba con otros niños, porque no había niños cerca, para jugar; no jugaba solo porque no tenía juguetes. ¿Era feliz ese niño? No. No era feliz. Ese era un niño marginal.
Siga imaginando el lector, a ese mismo niño ya más crecido, con algunos años más, en las mismas míseras condiciones de vida, pero trabajando en el campo. Pisando barro, dejándose las alpargatas clavadas en el fango por rotura de las cintas que las sujetaban, mojándose a veces, y todo eso para no ganar nada o ganar muy poco. ¡Ese niño, querido lector, era yo!
Mis primeros trabajos a edad muy temprana, consistían en cuidar de los animales: suministrarles comida y agua, limpiar la cuadra, y llevarlos a pastar a los campos circundantes. Con nueve años ya iba a recoger aceitunas con mis hermanos, mi hermana, y mi padre. Las aceitunas se recolectan en invierno. Comenzábamos a la salida del sol, con un frío que llegaba a los tuétanos. Los campos estaban blancos la mayor parte de los días por la helada, y las aceitunas heladas también, algunas pegadas al suelo, y teníamos que recogerlas con los dedos desnudos; sin guantes.
No es fácil suponer si no se ha vivido una situación similar, el frío que pasábamos, sabiendo, además, que no íbamos bien abrigados. Los dedos se quedaban rígidos y era imposible doblarlos, por lo que de tanto en tanto nos calentábamos, sobre todo las manos, en un fuego que hacían con ramas de olivo, para poder continuar hasta que el sol calentaba lo suficiente, se derretía la escarcha y nos sentíamos mejor.
Cuando se nublaba después de una helada, aún era peor, porque la helada se derretía pero no se filtraba a la tierra, y se convertía en un barro pegajoso que nos arrancaba las alpargatas de los pies. Si lloviznaba, ya era inaguantable. La lluvia nos iba mojando la ropa poco a poco hasta que el agua resbalaba por nuestras carnes atraída por la gravedad. Si no se ha vivido un calvario igual, es difícil comprender que un ser humano pueda aguantar tanto, incluso siendo un niño. Nunca se sabe donde está el límite. Es por eso que, cualquier persona puede soportar en momentos de extrema necesidad, esos sufrimientos tan grandes que en condiciones normales, sería incapaz de soportar. En el juego de la vida, me tocaron las peores cartas.
Como he vivido en esas precarias condiciones de marginación durante bastantes años, percibo y sufro, cuando leo que más de la mitad de la población mundial vive en la pobreza.