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EL CUENTERO CAIZÁN
caizán
caizán
04-03-2013 14:57

VOLVER

--¿Volver? ¿Vos me invitaste para cantarme un tango?
--No, Mariano—se sonrió—Igual tenés que reconocer que los letristas de tango, después de los autores griegos, tocaron todos los temas pasibles del ser humano—le pasó el mate y se quedaron los dos pensando.
--¿Me podés contar que pasó?—le devolvió el mate.
--La vida, viejo. ¡La vida!
--Porque no largás la sanata y me contás la causa de este cambio.
--Mariano. Hace casi setenta años que vivo en este departamento, lo compraron mis viejos, cuando ellos murieron vine a vivir con mi esposa, nacieron mis hijos y durante años fuimos cuatro los habitantes. Un día mis dos hijos se fueron, uno a Canadá y otro a Canarias, cuando pude hacer el duelo de esa separación, murió mi esposa—le pasó el mate.
--Edelmiro, eso es historia antigua.
--La historia de tu vida nunca es antigua, la revivís todos los días, la actualizás, le agregás detalles que vas recordando. Los días son largos ¡Y hay tantos recuerdos! Se hacen cortos—recibió el mate.
--Insisto, eso es historia antigua. No te pudo hacer cambiar tanto. Lo hablamos muchas veces y siempre me dijiste que te ibas a morir aquí, te negaste sistemáticamente a volver a España. ¡Esta es mi tierra! Fueron tus palabras. ¿Qué pasó, viejo? Y no me vengas con eso de: la vida.
Edelmiro le dio la chupada final al mate, le puso agua y se lo pasó a Mariano,
--Después de la operación, me cayó la ficha. Uno a los veinte es inmortal; a los treinta trascendental; a los cuarenta empieza a comprender; a los cincuenta, entiende que le pasó y después de los sesenta acepta; la familia es lo más importante. No el dinero, el éxito, la gloria; esas son futesas. Uno se prepara para disfrutar de ese bien, que siempre tuvo, sin darle el valor adecuado, y lo ve deshacerse como castillo de arena en la playa. Estas arrodillado y el mar de la vida se lleva todo. Entonces te operan, y pensás que tu vida se vació de contenidos, de proyectos; que a nadie le importás, ni siquiera a vos. En ese momento tenés dos opciones claras. Te regodeás y aceptás lo que te ocurre, o tratás de salir de ese marasmo mental. Poco a poco vas analizando el deseo de volver a tu tierra, que nunca lo fue en la vida activa pero que puede ser un destino en la etapa pasiva, con el plus, que la familia reside allí; están los nietos y la posibilidad de crear un mundo nuevo a tu alrededor—recibió el mate.
--Si te quedás, la poca luz que tenés se irá apagando en el atardecer de tu cabeza, no importa que la vida bulla alrededor, si crees que no pasa nada, nada pasa—le cambió la yerba al mate, volvió a cebar, tomó y le pasó a Mariano—Hermano, si tengo que morir quiero morir peleando. Si no me voy, presiento que me rendiré, depondré las pocas armas que tengo, sin pelear. ¿Vos, en mi lugar; qué harías?
Mariano le devolvió el mate, parsimoniosamente. Lo miró fijo y dijo:
--¡VOLVER!
JSM

caizán
caizán
06-03-2013 16:23

UNA CARTA

Querida hermana, dos puntos. Ésta es una carta virtual, habituales entre nosotras.
Hoy fui al médico. Sola. Me ratificó el diagnóstico anterior: EPOC. No hay
ninguna duda. Seré la primera, en el juego que jugamos con mi esposo desde que éramos novios. Un día me dijo: --- ¿A qué colegio vamos a enviar al nene?
--- ¿Qué nene?
---El nuestro.
Lo miré, para ver por dónde venía la cosa. Lo detecté y lo seguí.
---A un buen colegio, católico
--- ¡Ah, no, no! Colegios confesionales no. ¡De ningún tipo! --- Y empezaba una discusión, que siempre, terminábamos riendo. Nacieron los hijos y la cosa fue: --- ¿Vos estás de acuerdo con la carrera que eligió nuestro hijo mayor? -¡Tenía cuatro años!- Luego: --- ¡Vos te fijaste con quién sale la nena, ese tipo no me gusta! -¡Tenía 10 años! - Estos temas se convertían en largas disquisiciones. Cuando empezábamos a creerlo y discutir, asomaba la risa. Lo bueno de esa gimnasia mental fue, que cuando llegaron esos problemas, teníamos posición tomada y se hizo más fácil “digerir” la situación.
Después que pasó los 70 años, me dijo: ---Mirá, estuve pensando en el final de nuestras vidas y he decidido que yo seré el primero.
--- ¿Sos Dios?
---No. Soy práctico. Yo sólo, en esta casa no voy a encontrar ni los fósforos
---No quiero hablar de eso.
--- ¡Yo sí! ¡Quiero que me incineren!
---Yo también. Pero ahora, no tengo ganas de hablar. – Después, comprendí que tenía miedo a la soledad, por eso elegía ¡irse primero!
Hoy, sé a quién le toca el primer turno. Y no lo diré, porque no deseo que me internen, me hagan una traqueotomía, coloquen un respirador artificial y pasar varios meses padeciendo; mi familia y yo. Prefiero una muerte súbita. No quiero sufrir. A él, le quedará: recordar: nuestros 55 años vividos con distintas vicisitudes. Con amor y con muchos momentos de felicidad. ¡Como ráfagas!
Además, yo también tengo miedo. No de quedarme sola en casa. Éste es mi reino, Pero cuando salgo afuera, estoy perdida. No sé hacer trámites, ni escribir a las empresas prestadoras de servicios, sea por la mala calidad o un cobro excesivo. No manejo la computadora; que es la actual vía de comunicación. Por lo tanto, me quedaría encerrada en una casa llena de recuerdos y vacía de sonidos. Sobrevolada por Eros. No, hermana, no. Prefiero que el dulce Tánatos, junto con Hipnos, se antepongan a las crueles Keres.
Querida hermana. Vos te “fuiste” el mes pasado. Sé que nos vamos a encontrar pronto. Un beso-
,------------------------------------
Mensaje dirigido a varios correos electrónicos

A mis familiares y amigos: Ayer, a las 2 a.m., falleció mi esposa.
Fue incinerada.

JSM

caizán
caizán
06-03-2013 16:17

LÁZARO
Una simple tertulia de café puede terminar en: un aprendizaje o una duda.
Los sábados por la mañana, en la cortada de San Ignacio esquina Boedo, me reúno desde hace años con distintos personajes: periodistas, escritores, pintores, músicos y diletantes, mi grupo.
No recuerdo de qué se hablaba, en determinado momento dije: --“Hay que ser Cristo para resucitar a alguien” –la conversación siguió y tomó varios rumbos, lo normal en cualquier tertulia que se precie de tal.
Quedamos Luis y yo, todos los demás nos habían abandonado. Él me propuso--¿Almorzamos juntos? –No pensé en ninguna artimaña, siempre mantuvimos cierta distancia en el trato y me consta que no es un tipo opulento, por eso mi respuesta fue:--Si cada uno paga lo suyo, sí—se rio con ganas.
--Quiero hablar con vos de algo oscuro, pero desconté que no tendría que pagar por ello—Una forma fina de contestarme, muy de él.
Durante el almuerzo hablamos de todas la nadas imaginables, cuando bebíamos el café inició su comentario.
--En la mesa dijiste algo que no es nuevo, por eso te lo quería aclarar. Todos creen que Jesús resucitó a su amigo. No fue así. Él no tenía buen contacto con los pibes, por bullangueros le molestaban. El rechazo era mutuo, los niños se apartaban a su llegada.
Cuando fue a visitar la tumba de su amigo, había muchos sentados frente a la misma, el muerto era muy querido por ellos, lo seguían y jugaban con él, fuera donde fuera. Se crispó por la presencia de tantos. Pidió a los cuidadores correr la piedra que la cerraba y entró.
Estuvo allí un momento, cuando salió, sólo, era otro. Los pequeños lo percibieron, lo rodearon y jugaron con él. No los rechazó, participó en sus juegos con alegría. Desde ese día logró tener el amor, dé y por los niños; los aceptó y ellos lo siguieron toda vez que lo veían.
Ése fue el verdadero milagro. Lázaro no volvió a la vida, introdujo en Jesús el amor que él poseía por los niños, una especie de transmigración de sentimientos o almas.
¿Cuál de los dos lo produjo? Creo que el único vivo. Pero eso amerita una digresión que nos puede llevar lo que nos queda de vida.
Hoy que lo recuerdo, la duda por lo realmente ocurrido, me carcome la cabeza.
JSM

caizán
caizán
06-03-2013 01:17

EL RASTREADOR
Casi todas las provincias argentinas tienen un lugar común: LA SOLEDAD DE SUS CAMPOS. Grandes extensiones donde no vive casi nadie. Santa Cruz es el epígono, hasta no hace mucho tenía un habitante por kilometro cuadrado. NADIE.
Los que viven en esas soledades son poco dados a exteriorizar sus sentimientos, sus pensamientos. Son parcos y sentenciosos,pero certeros definiendo personas o hechos y tienen muy alto los valores que “un hombre debe tener”.
En tiempos pretéritos, cuando en las estancias se hacía muy poca tarea con equipos mecánicos, el número de personal conchabado era grande y cuando llovía se juntaban en la matera, alrededor de un fuego, donde había una pava con agua caliente y un mate de porongo grande, que circulaba por toda la rueda de mano en mano, hasta llegar de nuevo al cebador; éste era siempre el más experto en hacer rendir a la yerba su máximo sabor, sin revolver la bombilla dentro del mate. Los cebadores y los asadores, son poco afectos a trasmitir su sabiduría.
Hacía casi una semana que no paraba de llover, los bajos de la pampa estaban anegados por el agua y las nubes habían tapado el cielo. En la matera la rueda era grande, todos se conocían menos uno que había llegado hace dos días, a pie, embarrado, empapado; recién hoy tuvo sus pilchas secas para compartir la reunión, mientras atardecía.
Los más comedidos le preguntaron ¿Qué le había pasado? Y él contó que venía de lejos, con su caballo. en un bajío se quebró una mano y lo tuvo que “despenar” con la única arma que tenía: su facón.
Alguien dijo:--La pucha, compadre, fea muerte la del animal.
--Y. sí –respondió.
¿Y cuál es su nombre, mocito? –preguntó otro.
--Lisandro. Para servirles.
En respuesta, todos los presentes dijeron sus nombres y Don Zacarías preguntó:-- ¿Y qué lo trajo para estos lados, o esta de paso?
--Tenía noticias que la romería de este pueblo es muy concurrida.
--¿Por mujeres? – preguntó el capataz, Don Soriano-
--¡Y. sí!
--¡Ajá! Viene bien rumbeao, no le han mentido. Espero que tenga unos pesos para invitar, porque pinta no le falta. Seguro, algo va a conseguir. --¿Se piensa quedar mucho tiempo?
--Lo que dure la romería, a lo mejor un día más. Tendré que conseguir un caballo para irme.
Aja –Dijo el capataz. Y Don Zacarías. Agregó:--¡Pájaro que comió!…
La risa fue total. Leandro pidió silencio y agregó:--Parece que viene alguien. --Se levantó y fue hasta la puerta—Si, es un jinete—concluyó. Unos cuantos se levantaron para ver quien llegaba, en días así no eran comunes las visitas, y esta era la segunda, en poco tiempo.
El recién llegado se apeó, ató el caballo al palenque y saludó sacándose el chambergo:--Buenas y santas, quisiera compartir su techo para secarme un poco, si se puede.
El capataz, desde la puerta le dio la bienvenida:--Pase nomás paisano, saquesé el poncho y póngalo a secar junto al fuego y acompáñenos con un mate, si gusta
--¡No me ha de gustar! El cuerpo me pide algo caliente, hace dos días que vengo viajando y siempre bajo agua. Se agradece un rescoldo y un mate; después hacemos circular el porrón por la rueda (era una botella de ginebra). ---Mientras esto decía, se fue quitando el poncho, debajo estaba el porrón aludido y fue entrando en la matera. Había poca luz, anochecía y no se distinguían bien las caras. El recién llegado se presentó ante todos, diciendo:--Buenas noches a todos. Mi nombre es: Tiburcio Padilla, para servirlos. Agradezco la buena voluntad de dejarme participar de la reunión--Inmediatamente, le arrimaron un tocón para sentarse y el cebador empezó la rueda con él. Don Zacarías, como más viejo, preguntó:-- ¿Viene a la romería?
--No, ya no estoy para fandangos. Me traen otras cosas.
--Ajá-- dijo el capataz —Tiene que ser algo gordo, porque con este tiempo nadie sale a pasear. Arrímese al fuego así se le secan las pilchas.
--Gracias, Don…
--Braulio—dijo el capataz.
--Braulio— remató Toribio, mientras se arrimaba al fuego y se frotaba las manos para secarlas —Tiene razón, era algo gordo, que se convirtió en grave, por esas vueltas de la vida--Todos se callaron, esperando que el recién llegado se animara a contar, lo noche era propicia para oír historias. Estaban expectantes esperando que Toribio se animara a contar su problema grave, el único sonido lo producía la bombilla o la chupada final del último en la rueda. El paisano es respetuoso, jamás va a provocar, o incitar a alguien que tiene un problema, a contar. Si le nace y lo cuenta, bien. Si no, se queda callado, respetando al otro en su mismidad.
Toribio amagó a quitarse las botas, antes de hacerlo miró al capataz y le pidió permiso:-- ¿Puedo, no le molesta?
--Meta. Para nada. Si se queda con los pies mojados. Se va a agarrar un enfriamiento. —Asintieron todos. Los ladinos querían oír su historia y se congraciaban con el posible narrador. Se quitó las botas y arrimó los pies al fuego, para secarlos; sacó un atado de pitillos y lo tiró a las llamas, estaba mojado. Inmediatamente, aparecieron paquetes en todas las manos, el hombre eligió y encendió el cigarrillo con una ramita, parsimoniosamente. Echó una voluta de humo que sobrevoló sobre los presentes, silenciosos, cómo esperando el sermón del cura.
Empezó, hablando en voz baja, como meditando –El de rastreador no es un oficio, es un don. Se tiene o no. El que lo tiene, lo debe ejercer; la comunidad se lo exige, como el que tiene don de curar. Al rastreador lo convoca casi siempre el comisario o el juez de paz, para buscar algún indino, ladrón o asesino, que huyó. Toribio Padilla tiene ese don, pero es humano y cometió el error de des oír los consejos de sus antecesores: no hay que acollararse (*) —el mate había dejado de circular, todos estaban pendientes de sus palabras –Falté de casa más de un mes, llegué en medio de esta tormenta; cuando empezó, truenos, rayos, agua; venía al paso para que el animal no tropezara en algún pozo. Al bajarme, sentí un revuelo en la casa y, no más entré me di cuenta que algo pasaba, sobre la mesa había dos bultos de ropa; uno de mujer, otro de hombre. No era ropa mía. Mi mujer, Adelaida, tenía puesto un poncho pampa, para protegerse del agua. Estaba asombrada y asustada. No me esperaba. El juez le había dicho que andaba por el norte de Santa Fe y volvería dentro de un mes. Mientras me decía esto, se escuchó un caballo que partía al galope, me asomé a la puerta y vi un jinete que se llevaba a mi ruano, en pelo. Dándome vuelta, le dije: ---Parece que te has quedao sin galán.
Se largó a llorar; las mujeres son flojas de ojos si las agarrás en un renuncio. Ahora te ensillo al manso que vos montas, y te vas.
--Toribio, yo...
--¡Y te vas!-- La paré en seco. Amagó a acercarse, me di vuelta y me fui a ensillar su caballo. Ella había decidido, yo también. Cuando volví, seguía llorando y me cuenta que el galán se fue con toda la plata nuestra--¿Toda? – Me dijo que sí. Era mucha. Eran varios años de ahorros.
Y la maté.
Fui a verlo al Juez, le conté y no me dejó seguir, me interrumpió diciendo:--Hace rato que esperaba algo así, sos falible como todo hombre. Arreglalo. Dentro de unos días venis y te hago un acta de abandono. No merecés terminar en la cárcel. Si hubiera para tontos, te merecerías perpetua. Arreglalo y volvé. A mi no me dijiste nada, hablaré con el comisario, para ponerlo en autos.
Lo arreglé. Hicimos el acta y salí a buscar al que me había robado la plata y el caballo. No se me podía escapar. Al caballo lo encontré, degoyao, ¡pobre animal! Y al jinete lo seguí hasta acá. Está por allá, en el fondo, en lo más oscuro. Si me permite don Braulio, quiero conversar con él, afuera, de hombre a hombre, para que me diga que hizo con mi plata. Acepto ser cornudo, imbécil no. Usted dirá.
--Toribio es su derecho. Aquí nadie se lo va a prohibir. Tiene mi permiso y el de toda la peonada— hubo un asentimiento general, que remató Toribio, diciendo:
--¿Qué me dice, mocito. Me acompaña afuera, para hablar de hombre a hombre?
Lisandro no hablaba ni se movía. La rueda se disgregó y quedaron frente a frente, a la distancia, Toribio se dio vuelta para salir de la matera, más atrás salió Lisandro. Los demás se volvieron a sentar, en silencio, volvió la ronda del mate.
Al rato, se oyó un grito. Nadie se movió, se detuvo la rueda del mate. Todos miraban la puerta. Apareció Toribio, se acercó al capataz y le agradeció su actitud.
--¿Está finau?
--No. Es un mandria (*). No vale la pena. Uno no debe dejar que le “hirva” la sangre. Me devolvió toda la plata. Para que se acuerde de mi, le hice la risa perpetua (*) – Tomó el mate que le daban y se sentó en el tocón. Ante el respeto de todos.
GLOSARIO:
(*) la risa perpetua: Es un corte hecho en la cara, el cuchillo corta desde la comisura de los labios, toda la mejilla, hasta la altura de la oreja . El corte afecta los músculos faciales y la herida se convierte en prolongación de la boca, al formar dos labios quelatosos, parece que se está riendo.

caizán
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05-03-2013 21:22

EL DESTINO

Entró a la casa, exultante, diciendo:--¡Me salvé! Me salvé.
La familia lo rodeó, todos contentos. Cuando se tranquilizaron, la madre preguntó: --¿Número bajo?
--No, mamá; tanta suerte no tuve. Me tocó tierra, un año ¿Mirá si me tocaba marina? , dos años y vaya a saber dónde. Trajeron gaseosas, cerveza, vasos; había que festejar. Todos querían saber dónde “le tocaba” y cuándo tenía que presentarse.
--No sé nada, me dijeron que habría información pública y casi siempre hay que presentarse en Palermo; allí te dan el destino – siguieron el festejo, en medio de risas y entrechocar de vasos; gente joven, bullicio grande.
Al mes siguiente apareció en todos los diarios la noticia: “La clase 62, deberá presentarse en los cuarteles de Palermo, los días que corresponda a la inicial de su apellido. Allí, se les indicará el destino final”. A continuación, por orden alfabético, aparecían los días de presentación.
El día fijado, Ricardo, por sugerencia de sus padres, se levantó temprano, así volvía a casa y se preparaba para ingresar al regimiento que le había tocado. Se fue y no volvió. Un día, dos días. Al tercer día, el padre se presentó en los cuarteles de Palermo; era un descontrol, nadie sabía nada. Un sargento viejo le dijo que no se preocupara ya que al día siguiente de su llegada, los cargaron en camiones y los llevaron a su destino, que no perdiera tiempo allí porque todo el personal estaba ocupado en el traslado y “los papeles” para saber dónde los llevaban, estarían ordenados dentro de un mes; con suerte. El conscripto se comunicará con sus padres dentro de unos días. Terminó con un: --Quédese tranquilo, señor. Esto pasa todos los años, pero nunca se perdió ninguno.
--Salió con poco dinero, sin ropa y lo…
--Lo primero de todo: en el regimiento le dan el uniforme y la ropa de cama – lo interrumpió el sargento – vaya a su casa y espere, no pasa nada.
Volvió para su casa, tranquilo no, porque allá estaban la madre y los hermanos, esperando sus noticias.
Cinco días después llamó Ricardo, estaba en Río Gallegos; en un cuartel que había sido frigorífico de ovinos ¡un lugar horrible! precisaba ropa y dinero. Los habían transportado en aviones de carga. Terminó: --mandame ropa de lana, ¡no sabés el frio que hace aquí! Entra viento por todos lados, hacelo por vía aérea, y mandá giro—se cortó la comunicación.
Todos lloraban: --Pobrecito, a sus 18 años ¡Mirá dónde lo mandan!—dijo la madre, mientras preparaba una valija con ropa -- y siguió – Eso le pasa por caprichoso, le dije: “nene pedí prorroga por dos años, vos sos estudiante, pero él…”-- El padre, salió para el correo, por el giro telegráfico – llegaba más rápido, le habían dicho –
La semana siguiente, volvió a llamar, contó: el lugar era de terror; la instrucción también. Hasta el mes próximo no volvería a llamar; nadie tenía franco, se designaban las tareas que cada soldado debía cumplir; amén de la instrucción ¡Una salvajada!
Antes del mes, llamó. El teniente coronel lo designó su asistente. Estaba en el comando, vivía en un hotel y comía bien, a veces en un restaurante. Al cuartel no iba más --- ¡Salió el sol, vieja! Salió el sol; parece que estoy de veraneo en Gallegos – En la casa volvieron a llenar los vasos de cerveza y gaseosa. Había que festejar la buena noticia que dió el nene.
El teniente coronel le otorgó la baja definitiva, por buena conducta, antes de fin de año. ¡Chau colimba! Pasaría las fiestas en familia.
Ricardo volvió a sus estudios y la vida en esa casa retomó la normalidad.
En 1982, asustado, llamó al teniente coronel –Quedate tranquilo, pibe. No vas a Malvinas. Va esta clase y la anterior; la tuya no --- le informó su jefe. Le comentó a su madre, agregando:--Mirá si pedía prorroga… ¡Estaba en Malvinas!
La familia asintió, convalidando, pero su padre comentó con un raro acento: --El destino es el destino; no tenía que ser, no fue – sonó como una profunda sentencia.
La vida siguió su curso. Ricardo terminó sus estudios. Comenzó a noviar. La guerra de Malvinas era un doloroso recuerdo nacional, habían pasado 14 años.
Estaba bien empleado y con la novia hacían planes para casarse. Habían alquilado un departamento. Bajo alquiler, con el compromiso de ponerlo en condiciones; el anterior inquilino, lo había destruido, además de irse debiendo un año. Ellos pintaron, arreglaron las instalaciones sanitarias, eléctricas, de gas. Pensaban festejar el cumpleaños de ella en el departamento, una especie de inauguración.
Llegó el día. Compró una botella de champán y avisó que no lo esperaran a dormir, se iría directo al trabajo.
Al día siguiente, 11 de la mañana; llaman de la empresa para saber si estaba enfermo. No había llegado. Nadie sabía dónde estaba el departamento, no querían llamar a casa de la novia porque desconocían lo que ella había dicho y no tenían el teléfono del trabajo.
La familia estaba alterada, sin saber qué hacer. En los hospitales no había ingresado; la policía no tenía registrado ningún accidente, ni estaba detenido.
Solo les quedaba esperar. Litros de café por medio.
21,30 horas, suena el teléfono. Una comisaría del gran Buenos Aires. Pregunta si esa es la casa de Ricardo Montero y dan el número de documento –Si señor, aquí es – dijo uno de los hermanos.-- Le pidieron que fuera alguien de la familia. Había ocurrido un accidente, le dieron la dirección y cortaron. Se quedaron sin saber lo ocurrido.
Toda la familia fue a la comisaría; allí se enteraron que había fallecido. Asfixiado por el monóxido de carbono que desprendió un calefón defectuoso. Un accidente.
La noticia dejó a toda la familia en una crisis de llanto y desesperación, por lo imprevisto. El padre, llorando, salió a la puerta de la comisaría y entre lágrimas dijo: --¡El destino es el destino! Tardó 14 años, pero lo encontró ¡Tenía que ser y fue!
Volvió adentro y se abrazó con los suyos.
JSM

caizán
caizán
05-03-2013 16:13

FUIMOS
Don Manuel Vázquez salió de la cocina al frío de esa mañana de Julio, se levantó las solapas del sobretodo; después, metió las manos en los bolsillos para protegerlas y que entraran en calor. Sus más de ochenta años le hacían sentir el rigor del clima. Flaco, el abrigo le colgaba como de un clavo. Él decía que era un esqueleto encarnado y no exageraba mucho, por lo menos su aspecto físico lo corroboraba
Sarandí es una localidad del gran Buenos Aires que refleja claramente los cambios económicos- sociales de la Argentina. Los rematadores con sus grandes loteos fueron los gestores, junto con los tranvías, de la “colonización” del Gran Buenos Aires. Sarandí, en la década del 20 y el 30, del siglo XX, casi no tenía casas y las pocas calles trazadas eran de tierra, sin servicios de saneamiento, agua, luz y gas. Sesenta años después el panorama es otro. A la izquierda de la Avenida Mitre, pasando el viaducto lo que se ve son: chales de una o dos plantas.
A la derecha, casas tipo”chorizo” con uno o dos dormitorios, un comedor, una cocina-estar grande y en forma de martillo, el baño, que cierra la galería que corre delante de las habitaciones y cocina detalladas. La cocina tiene una puerta de salida hacia el fondo, donde ya no hay huerta ni jardín si no alambres para colgar la ropa lavada. Entre el baño y la medianera hay una puerta de paso hacia el fondo.
En la vereda, de la casa tipo “chorizo”, don Manuel cerró con llave y volvió a guardar sus manos. Se quedó pensando, tomando una decisión, una vez hecha, cruzó la calle y con su mejor paso firme se dirigió a una casa de “muy buen nivel”, planta baja y un piso, de construcción clásica, frente de mármol, entrada para coche y buena
puerta de madera.
Tocó el timbre, apareció un señor de unos setenta años, con el diario en la mano. Sonriendo, lo saludó con afecto:
---Buen día don Manuel ¿Qué lo trae por aquí? --- ante el silencio del otro, agregó ---perdóneme ¡Lo dejo afuera con este frio! Entre, por favor.
Entró.
El que abrió la puerta, la cerró y se dio vuelta para retomar la conversación.
No pudo.
Se quedó atónito mirando a Don Manuel que de pie, junto a él, esgrimía en su mano derecha un revolver apuntándole al pecho.
Se hizo un silencio tenso que rompió el dueño de casa, diciendo:
-La verdad, decirle que estoy sorprendido es poco ¿Está seguro de lo que va a hacer?
-Sí.
-Nunca pensé que esto podría ocurrir.
-Yo tampoco. Pero las circunstancias me obligan - concluyó.

El empleado se asomó al salón del consulado de España en Buenos Aires, donde unas cincuenta personas esperaban sentadas. Miró un registro y llamó: - número ciento setenta. Nadie vino, reiteró el llamado: -¡ciento setenta!. De la tercera fila se levantó un señor que dormitaba y se acercó con el número en la mano, lo entregó al que llamaba, lo siguió hasta su escritorio y se sentaron.
-¿Usted dirá? – Preguntó el empleado.
Por toda respuesta recibió unos formularios que el otro traía dentro de una bolsa de papel.-
-¡Ah, sí! Lo recuerdo; lo atendí la vez anterior. Espere un momento – tecleó algo en la computadora,
miró la pantalla y fue a una oficina de donde trajo una carpeta que apoyó sobre el escritorio para leer su contenido.
-La verdad, su caso es excepcional – expresó, mirando fijo al visitante. Siguió leyendo para que lo escuchara – Manuel Vázquez, español, nacido en 1918, acredita identidad con cedula de la Policía Federal Argentina
expedida en 1942 y DNI argentino que corrobora esos datos; ahora viene lo extraño, adjunta también un pasaporte español emitido en el año 1938 a nombre de José Bautista Alduriz Méndez, nacido en 1916. Todos estos documentos son legales e irrefutables. Nuestra pregunta original fue “¿usted es alguno de estos dos, o es un tercero?”.
El aludido se apuró en contestar:
-Nací y me inscribieron como José Bautista Alduriz Méndez pero, las circunstancias...
-Sí. Aquí constan – lo interrumpió – durante la guerra civil española, tomó los documentos de un soldado muerto y al terminar la contienda los usó para circular y salir de España hacia Portugal y de allí, a la Argentina
-Es un buen resumen – corroboró Vázquez-Alduriz.
-Lo extraño es, que en más de sesenta años de residencia en la Argentina, nunca se presentó en oficinas consulares españolas-
-¿Para qué? traté de vivir escondido detrás de Manuel Vázquez y cuando murió Franco ya estaba totalmente mimetizado; era, Manuel Vázquez. Tenía una historia de vida realmente vivida aquí que superaba los treinta años, me había casado – se quedó un momento en silencio y siguió – luego, me jubile.
-¿Y en ese momento no pensó en volver?
-No. Allá no quedaba nadie. Mis padres y mi hermana mayor habían muerto, el resto eran amigos o parientes lejanos, de otra vida. Una vida que le pertenecía a José Benito Alduriz Méndez, un señor a quien olvidé. Aunque le parezca mentira me cuesta recordar, sólo me acuerdo de la guerra y de mi infancia. Nada más. En el medio hay un vacío que nunca pude llenar.
-¿Y no pensó ejercer sus derechos de ex combatiente?.
-Yo fui un perdedor y en la guerra los vencidos no tienen ningún derecho. Para ellos, cárcel, paredón, o un eterno peregrinar mendigando el perdón, hasta que olvidan su condición de ser humano y se convierten en algo indigno: un alcahuete, un delator de sus amigos. Finalmente, son estos quienes lo matan.
No. – continuó - Pertenecía a juventudes anarquistas, había ideales, principios éticos inviolables - se detuvo, como si mirara algo y sonrió – discúlpeme, son pompas de jabón, ¿a quién ---- le importan los principios éticos? ¿Podría decirme cómo va el expediente?
-Como ciudadano español, tiene plenos derechos y...
-Por favor – lo interrumpió – las parrafadas burocráticas me caen mal. Hablan mucho y no dicen nada. Este trámite lleva más de dos años sin solución, a lo mejor lo resuelven post-mortem, o nunca.
-Ha cometido actos punibles, falsificación de documento público.
Vázquez Alduriz se irritó.
-¡No le permito! En España jamás alteré mi filiación y la justicia española no tiene jurisdicción en la República Argentina, ¿o sí?
-No se ponga nervioso don Manuel, ¿o debo llamarlo don José?
-Aquí adentro, don José. Sí. Me pongo mal, porque primero habla de mis derechos y luego los vulnera, diciendo que soy un delincuente y me inventa un delito que no cometí. Como bien dije: en más de sesenta años, ¡jamás! hice ninguna gestión consular ni alteré mi filiación original. Si de algo soy culpable, quienes lo deben determinar son las autoridades argentinas, que tuvieron una actitud diametralmente opuesta a ésta. He sido tratado con un respeto digno de elogio; cuando ingresé, con un documento a nombre de Manuel Vázquez, fui inmediatamente aceptado como tal, obtuve mi cédula de identidad y con el tiempo, mi DNI; y algo más importante, la Argentina me permitió ascender en la escala social; entré, analfabeto, en un taller gráfico, barriendo el piso y cuarenta años después me jubile como tipógrafo – linotipista, con el valor agregado de mi crecimiento cultural, por las múltiples lecturas a las que mi profesión me hizo adicto. En cambio aquí, en mi país, me tratan como si fuera enemigo público.
-Eran otros tiempos. En América se trataba de dar una mano a los refugiados y había predisposición favorable a los españoles.
-Sé que son otros los tiempos, los he vivido y he visto el cambio para peor que tuvimos aquí; pero nunca pensé que podría ser un extraño en España.
-Reconozca que nos planteó algo difícil. Tanto Manuel Vázquez como José Benito Alduriz Méndez figuran desaparecidos y pasado el tiempo legal, se los dio por muertos. Ahora, tenemos que “resucitar” a José Benito Alduriz Méndez, quien tendrá que renunciar a cualquier derecho que pudiera corresponderle.
-¿Qué derecho?
-Podrían haber hereditarios, y civiles como ex combatiente; que alguien, de buena fe tomó para sí. Verificar eso lleva tiempo. ¿Sabe como son esos trámites?
-No. Por eso luchamos. Para que la burocracia oficial no fuera la dueña de nuestras vidas. Fuimos vencidos; debo aceptar que las cosas no son como me gustaría que fueran.
-No es así. Ordenar equitativamente todo, lleva su tiempo. Esto no es una anarquía. – lo miró y se detuvo, temeroso de haberlo ofendido - perdón, fue un lapsus.
-No se aflija. Hoy me sonrío por lo que en el 36 me habría hecho matar. Los jóvenes siempre son propensos a las utopías libertarias, en nuestro caso se potenciaba por la ignorancia; pero si usted recuerda, el movimiento hippie propiciaba lo mismo por distintos caminos y luego, el Mayo Francés hizo otro tanto. Quien de joven no fue contestatario, probablemente de viejo será un tonto. Soy buen perdedor. No me enoja su comentario, ni tampoco la gestión que estoy haciendo...
-Es un trámite correcto – lo interrumpió.
-...como mendigo – concluyó.
-¡No diga eso!
- -¡Esta bien!, no discutiremos nuestros distintos puntos de vista, no conducen a nada. Mejor, explíqueme si avanzamos dentro de éste expediente y apoyó la mano sobre el legajo.
El empleado se abocó a la tarea indicada, leyendo para sí los últimos tramos del mismo. Hecho esto, comentó:
- -Bueno, creo que estamos llegando al final. Se ha determinado fehacientemente su
identidad y se autoriza: expedir un pasaporte a nombre de José Benito Alduriz Méndez.
-Pero mi pedido era otro - alegó el nombrado.
-Espere, no se apure. Primero le damos su pasaporte como residente en la República Argentina y luego hacemos el trámite de repatriación por cuerda separada-
- Con tal que no sea para colgarme – manifestó sonriendo.
-No. Ya verá. Haremos la baja consular para darle la documentación como residente en España.
-¿Aquí?
-No, allá. En España. En tanto, haga la transferencia del pago de su jubilación. De eso no se nada. Tendrá que ir a Anses y ellos le dirán qué hacer. Ocúpese ya para que no le queden cosas sin resolver o pendientes en las reparticiones argentinas. Esos trámites son personales. Le deseo suerte.
-¿Suerte?
-¡Claro!, esta jubilado como Manuel Vázquez. El traspaso a su nombre verdadero no será fácil.
-Gracias por sus buenos deseos. ¿Cómo sigue todo esto?
-Despreocúpese. Cuando esté todo listo, el consulado le enviará la citación a su casa para entregarle el pasaporte. Lo demás viene correlativamente.
-Queda lo de mi esposa.
-Ella no tiene problemas, porque es ciudadana española y en el consulado figura como residente. A lo sumo, se tendrán que casar en España.
-¿Otra vez?
-Será la primera vez con José Benito Alduriz Méndez
-Tiene razón.
-Aquí está inscripta como soltera, por eso le sugiero que lo haga en España. En la Argentina puede ser un follón. Sobre todo con Anses.
-Vuelve a tener razón, gracias – terminó. Mientras se levantaba para retirarse, el empleado le preguntó:
-Don José, ¿habrá hecho alguna previsión para este cambio?
-No.- respondió, ya dispuesto a irse – siempre habrá un vecino rico a quien robar y con ello cubrir mis primeros gastos - mientras se alejaba, escuchó la risa del empleado y su comentario:
-¡Bueno esta usted para asaltante!

Don Antonio Varela se levantó esa mañana de Julio de mal humor.
Viejo vecino de Sarandí, había construido la buena casa que habitaba porque nunca quiso abandonar
“su barrio”. Vivía allí con su esposa y dos hijos solteros,
Para el común de los vecinos, era un hombre rico.
- -Lamentablemente en esta Argentina lo anormal se ha convertido en normal, por la reiteración – murmuró, mientras entraba al baño para su afeitada y ducha diaria. Al hacer lo primero, se cortó.
-¡La gran puta! ¡Todo me pasa hoy! – exclamó enojado, al entrar a la ducha - ¡flor de día!, mejor me olvido,
Porque, si no... – concluyó, mientras se jabonaba.
Era argentino, hijo de inmigrantes españoles; con la doble nacionalidad, tramitada en los años setenta.
-Por si acaso- dijo su padre en aquel momento.
- Época dura e imprevisible. ¿Pero, cuándo fue previsible este país?- pensó y siguió:
-Con Perón (1946-1955) los gremios te tenían agarrado de las pelotas; si no arreglabas te convertías en un infame traidor a la patria, a la peronista, por supuesto; por lo tanto, lo conveniente era tenerlos en cuenta en todo negocio que hicieras, y por cuestiones comerciales nadie te iba a molestar. La Argentina no es una cosa abstracta, - continuó pensando - esta constituida por argentinos. Los pícaros la manejan y les dicen a “los tibios”: ustedes no se metan.
- ¡Lindo país formamos!, desde que tengo memoria, los que tenían o detentaban el poder, lo usaron en su beneficio, generando fortunas que nunca pudieron justificar.
- - ¡Esta porquería no para de sangrar! – exclamó, saliendo de la ducha para pegarse un trocito de papel higiénico sobre el corte y seguir discurriendo:
- Al final, mi viejo tenía razón cuando decía: “Rueguen que no se corte la inmigración europea. Si eso llega a suceder, este país se irá a la mierda. Los argentinos son todos gerentes o coimeros, conocen bien sus derechos pero olvidan sus obligaciones; actúan todos como herederos y como tales van a terminar. Cuándo se agote la máquina de dar ¿qué van a hacer? Si trabajar no quieren.
- El viejo murió. Si estuviera hoy aquí y viera en que nos convertimos...
- - ¡La gran puta!- el jabón se le escapó de las manos hasta el centro del baño, - -mientras lo recogía, siguió reflexionando:
- Recordó su decisión de colocar dinero en España, fue un golpe de suerte que hoy agradecía. Ocurrió en los años ochenta, aprovechando su doble nacionalidad.
El origen fue un hecho fortuito: estaba cenando con su esposa, en un local de moda y en otra mesa,
detrás, hablaban de economía:
- - Mirá viejo. Lo que poseo en la Argentina tiene como valuación: cero.
- -¿Cómo cero? – se asombró el otro – tenés coche, casa...
- -¡Cero! -repitió el primero, interrumpiendo. - aquí no hay valores estables, por lo tanto, tengo lo mínimo. Si lo pierdo, no me caliento. Mis bienes de verdad están “afuera” y me dan una renta segura que me permite vivir bien aquí o en cualquier otro país, sobre todo tranquilo, porque nunca sabés cuando las circunstancias son propicias o “tenés que rajar”.
- -¡No será para tanto! – comentó el otro.
- El primero se río y respondió: -preguntale a mi jefe dónde tiene “la guita”.
Terminaron riendo los dos.
- Esperó que quienes así hablaban se fueran. Cuando los vio salir se quedó atónito. Uno de ellos, era el segundo en el Ministerio de Economía de la Nación.
- La semana siguiente fue trascendental. Debía tomar una decisión difícil; no sobre qué, eso estaba resuelto. ¿Dónde?, esa era la cuestión, al fin se decidió: España, era lo mejor, compraría un piso en Madrid, le vendría bien como base de operaciones en sus habituales paseos por Europa.
- Hoy sabía que ése, fue un día de suerte; el mercado común europeo y España en particular le permitían vivir sin sobresaltos. Se vistió y bajó a la cocina para hacer su rutina: mate y periódico; en eso estaba cuándo sonó el timbre. Fue hasta la puerta con el diario en la mano. Era temprano.
-Los únicos que madrugan en este barrio son: los que te invitan a leer la Biblia o el sodero – pensó.
- Se equivocó.

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- -¡Buen día, don Manuel! ¿Qué lo trae por aquí? – saludó con afecto. Ante el silencio del otro agregó: -¡Perdóneme, lo dejo afuera con el frío que hace!, ¡entre por favor! –Entró y cerró la puerta. Dio la vuelta para retomar la conversación. No pudo. Se quedó atónito mirando al recién llegado, que de pie, junto a él, esgrimía en su mano derecha un revólver apuntándole al pecho. Se hizo un silencio tenso que rompió el dueño de casa expresando: - ¿esta seguro de lo que va a hacer?
-¡Sí!
-Nunca pensé que esto podría ocurrir.
-Yo Tampoco. Pero las circunstancias me obligan.- concluyó.
-¿Entonces, debo entender que esto es definitivo?
-¡Sí!
- -En ese caso, tome asiento y espéreme un momento – le contestó, dejó el diario sobre la mesa, junto al mate y se dirigió a la planta alta.
- No tardó en volver. Le entregó un dinero e invitó:
- -¿Le preparo un té de menta, como siempre?
- -Bueno – contestó, dejando de contar los billetes.
- El dueño de casa fue a la cocina para cumplir con lo ofrecido. Al volver, fue increpado por el visitante:
- -¿A qué se debe esto? ¡Hay una cantidad mayor de la que habíamos pactado! ¡Me hace sentir mal!
- Don Antonio se sentó. Mientras cebaba un mate le respondió:
- ¿Cuánto hace que fijamos este valor? ¿diez, veinte años? No sé, ni me acuerdo, tampoco tiene importancia; el valor es simbólico; lo tiene por sí y por las historias en las que participó. Sabe de mi pasión por todo lo atinente a la guerra civil española. Desde que me habló de ella quise comprársela y siempre se negó, pero dejó en claro que cuando tomara la decisión yo sería el primer oferente.
-¡Y he cumplido!
-Debo reconocer que sí. Ahora, solo falta la explicación. ¿Por qué hoy?
-Siempre le dije que sería dueño de esta arma, si me moría o si me iba. ¡Cómo muerto no estoy!
-¿Arregló lo del consulado?
-Sí. Primero dejemos en claro esto del dinero. Yo...
- -Ese tema está cerrado. Guarde los billetes y yo guardo el arma – lo interrumpió-- no quiero que venga mi señora o alguno de mis hijos y vea esto sobre la mesa - lo recogió y fue a la cocina. Al volver, trajo el té y continuó: -lo que cree una demasía es solo un adelanto por las historias que me contará y en pago por las que me contó en estos años.
- Don Manuel quiso replicar pero el otro no lo dejó.
- -¡No hablemos más de esto y guarde la plata en su bolsillo! - así lo hizo el aludido - déjeme calentar un poco el agua y cambiar la yerba, ¡esto es una lavativa! -cuando regresó, mientras cebaba su mate, ansiosamente le pidió: -¡bueno, cuénteme lo del consulado!
-Antes debo corregir algunas cosas que le dije e informarle de otras, que no sabe. – el otro se echo a reír - ¿qué le resultó gracioso?
-Ni usted ni sus palabras. Me acordé de algo que pensé esta mañana: “que éste iba a ser un mal día”. Su historia le dio un giro de 180 grados a ese pensamiento. ¡Cuente, cuente!, por favor.
-Primero, me voy a sacar el sobretodo porque ya entré en calor – lo hizo, y contó: - hace unos tres años le pedí que me permitiera nombrarlo apoderado ante la Anses. ¿recuerda? – el otro asintió. –en ese momento le expliqué que era “por si me enfermaba”. Le mentí. No fue por eso. Lo hice para que usted cobrara la jubilación y me girara el importe a España. Para mí, no será posible. Acto seguido le explicó la resolución de su expediente en el consulado y su doble filiación. Cuando terminó, toda la casa se había puesto en movimiento. Los hijos salieron a sus tareas. La señora se acercó solicita y preguntó
-¿Almuerza con nosotros?
El aludido miró su reloj – ¡Ya es mediodía! No señora, gracias, debo irme para darle la comida a mi esposa. - se levantó y comenzó a ponerse el sobretodo.
Mientras lo ayudaba, don Antonio le recordó – mire que lo espero a la tarde,
¡no me va a dejar esta novela inconclusa!
-Por supuesto que no, necesito que esté al tanto de todo. Usted es la única
persona que tengo para salir airoso de este barullo.
-Lo aguardo entonces.
-Sí – dijo – vendré a tomar otro té de menta
-Y yo, uno de tilo – contestó sonriendo el dueño de casa.
Pasado el almuerzo, volvió.
-Vayamos a la cocina, estaremos más tranquilos y tomamos el té – el recién llegado asintió y fueron. Mientras preparaba las infusiones, continuó – lo que me contó esta mañana es una historia increíble. Realmente, con usted no hay límites. Por favor, explíqueme ¿por qué soy necesario?--se detuvo, riéndose--¿cómo debo llamarlo, ahora? – la respuesta vino rápida:
-Para usted debo ser siempre; siempre: Manuel Vázquez. Me hubiera gustado que no supiera nada de esta historia. Porque el que nada sabe nunca miente, finalmente la analicé y decidí ponerlo al tanto de la verdad de mi vida, descontando que no habría problemas posteriores que podrían perjudicarnos. No puedo pedir a la Anses el traslado de mi jubilación porque en España seré: José Benito Alduriz Méndez y sería imposible tener cuenta bancaria a nombre de un indocumentado llamado: Manuel Vázquez. ¿Entiende ahora porque le dije que era necesario?, casi le diría, imprescindible. Como apoderado cobra y me envía el dinero a nombre de Alduriz Méndez, yo tendré que demostrar, todas las veces que sea necesario, con mi DNI Argentino, que Vázquez vive; eso le permitirá cobrar mi jubilación.
Se produjo un momento de silencio mientras bebían su té.
-La verdad, lo escucho y todo parece tan fácil. Me da un poco de miedo que no haya alguna duda en su proyecto. Que el diablo meta la cola. Nunca falta un funcionario que por exceso de celo y nada que hacer, se ponga a escarbar y...
-. Y, ¡nada! lo interrumpió – mi jubilación Argentina es legitima, mi nombre también. Allá tengo donde vivir; está todo bien. Con nuestras dos jubilaciones y lo que me va a enviar...
-¡Ah! Esa parte no me la contó, ¡por Dios! ¡Usted parece Scheherezada!
-exclamó don Antonio riendo.
. - Como apoderado de mi señora y mío, cobrará las jubilaciones. Le dejaré un dinero que repartiremos en doce o quince envíos mensuales y para ese entonces ya habrá vendido mi casa; eso nos dará la autonomía necesaria para vivir tranquilos algunos años. Si tenemos la desgracia de vivir demasiado, poseeremos la antigüedad suficiente como para tener derecho a la ayuda social española. Si no, con lo nuestro, alcanzará sin problemas para más de diez años. ¿Qué le parece?
-Pero, los bancos...
-No hay bancos. Lo primero que hice en casa fue: ”mi corralito”; donde guardé monedas duras: libras esterlinas, águilas mejicanas, dólares; de acuerdo a la época. Por mi formación política nunca creí en los bancos. Durante años viví con el temor a ser deportado por mis problemas de afiliación política; y ése era mi seguro de vida para poder escapar. Trauma de fugitivo, por eso nunca tuvimos hijos, son el ancla emocional que impide huir. Y el mundo que pretendíamos estaba cada vez más lejano.
Don Antonio estaba procesando lo escuchado. Al final solo dijo:--¡Chapeau! Se quedó callado un instante
y luego, agregó: Dígame la verdad ¿por qué carajo se va? Por lo que contó, usted no está económicamente mal
¿Por qué se va?
-Porque estoy muy viejo para vivir en este país sin garantías. No hay bancos confiables. No puedo tener dinero en casa, por el peligro de robo y muerte. Pero lo peor es, que perdí la confianza. He sido defraudado por mi padre.
-¿Su padre?
-El gobierno de un país es el padre putativo de todos sus habitantes. El primer deber de un padre es no
mentir, no engañar ni defraudar a “sus hijos”. Podemos correr la historia hacia atrás, todo lo que quiera, y
verá, como la mentira fue creciendo sin cesar hasta que al final se hizo ingobernable, un Golem que cayó sobre nosotros y ninguno de nuestros padres de turno, tuvo el coraje de avisarnos, ni siquiera lo quisieron reconocer.
Ahora, estamos tapados de mierda hasta las orejas. Solo falta que la probemos, nos guste y la comamos. Percibo que La Argentina es un país, pero no una nación.
Fue lo que sentí durante la república, en España.
Republicanos, socialistas, anarquistas, comunistas, agrarios, y no sé cuantos más. Todos querían lo mismo, pero a la manera de cada uno. No fuimos capaces de unirnos por el bien común. Nadie se quiso bajar de su verdad y mire el resultado. Todos peleábamos por las Autonomías, y estás son como el amor a la madre; muy digno y noble, si no se convierte en: edipico o patológico.
--Pero España, está pasando un momento maravilloso.
-- Hace más de sesenta años que me fui, y nunca volví. Creo que ha triunfado el: “Tanto tienes, tanto vales”.
Viven en la burbuja del nuevo rico. Ojalá no saquen los pies de la tierra; no es fácil. Nosotros lo pasamos
Aquí, hace años ¿lo recuerda? Cada uno fue dueño de sus éxitos y los demás, fueron culpables de nuestros
fracasos.
Todo el primer mundo ha avasallado sin misericordia a los del segundo, tercer o cuarto mundo- El diez o veinte por ciento de los que habitamos este planeta viven bien o muy bien, a costa de la miseria del resto.
Siento que mi tiempo ha pasado. Los valores que hoy se pregonan me llenarían de vergüenza en mi juventud
y ya no estoy para pelear, ni siquiera para discutir con los que viven este momento, como dice usted:
“maravilloso”, que acepto por que no me parece mal. Yo también he cambiado; ahora, tengo una mano
derecha que antes no tenía. La tendencia del ser humano es: al bienestar. Y si no, míreme a mí; de joven,
anarquista, reformador del mundo; de viejo, un cobarde capitalista.
Ya en la década del 30 el Presidente Roosevelt proclamaba: “La mejor forma de combatir al comunismo es darle pan al pobre”, fue una figura acertada, el hombre satisfecho, feliz, no quiere ni busca problemas. Lástima que los que ocupan hoy su lugar no lo apliquen. Quizás tilde mi opinión de anticuada.
-Pero alguna culpa tuvimos nosotros.
-Siempre fuimos minoría. Cuando éramos demasiados nos “inventaban” un conflicto y allí íbamos, a morir unos y otros como chinches. Eso sí, siempre por la libertad y la justicia. Demonizaban una etnia o un país y los buenos iban a salvarlos. ¡Una película de cowboys! El que ha pasado por una guerra, lo único que quiere es: estar fuera de ella y “vivir bien”. Nada más. No piensa en reivindicaciones comunitarias, solo piensa en él. Predomina el: sálvese quien pueda.
- Cuando terminó la guerra civil española, los vencidos tratamos de huir o escondernos de la cacería de “rojos”; unos pudimos, otros murieron y los que quedaron, “rojos y nacionales” estaban unidos en la desgracia española: el hambre, la miseria, la falta de trabajo.
Solo los alcahuetes, los delatores al servicio de los ganadores la pasaban un poco mejor. Algo más de cartilla
de racionamiento y un mínimo de dinero para el “estraperlo”, a costa de la impiedad hacía el prójimo, y de su
propia dignidad. Pero ¿A quién le importa la dignidad cuando lo que está en juego es la supervivencia, de él y
su familia? ¡A nadie! El hombre puede, en esas instancias, alcanzar las simas más profundas. El prójimo se
convierte en un bien de cambio y él, en un mercader. Esto lo he vivido Lo pude sortear porque era joven.
Ahora no. Es un problema de subsistencia ¿Me entiende?
-Lo entiendo pero no comparto su opinión. No podemos comparar.
-¿Porqué la Argentina no tuvo una guerra civil?
-No solo eso. Las circunstancias son distintas.
-¿Distintas? No hay gobierno. No hay trabajo. No hay dinero. Solo hay hambre y desesperación. Miedo a perder el trabajo. Miedo al futuro. Miedo a vivir sin esperanza.
-Gobierno hay.
-¡Por favor! No llame a ésto gobierno. Quien no puede ejercer el poder, no lo tiene. Todo lo que importa, lo que vale, no es argentino. Se materializó la canción de Yupanqui: lo único nuestro son las penas.
Cuando todo lo que uno tiene está embargado, hipotecado o prendado; los acreedores son los verdaderos dueños de su vida. Ellos, y nadie más, deciden lo que debe hacer y cómo lo debe hacer. Uno es solo un gerente
a sueldo o un testaferro genuflexo.
Y luego está “el hambre”. ¿Cómo se puede hablar de hambre en un país que tiene un promedio de cien habitantes por kilómetro cuadrado?, cuatro climas bien definidos, agua y tierras feraces en abundancia. Eso es desidia, ignorancia, corrupción. Pareciera que el llamado de Ortega y Gasset: “Argentinos a las cosas”, dicho hace más de sesenta años, nunca fue aplicado.
--¿Cuál es la solución, el socialismo? -
-El socialismo fracasó en todo el mundo. No fue capaz de instaurar en el hombre el respeto y la solidaridad con el prójimo. Hoy es solo una utopía, fue derrotado por el capitalismo. Un sistema cruel y despiadado que es capaz de gastar fortunas en destruir a “los malos”, pero incapaz de convertirlos en “buenos” posibilitando trabajo, educación y salud, con mucha menos inversión. Su permanencia se basa en que todos creamos y aceptemos lo que proclaman. Si nos rebelamos seremos aniquilados por malos...
-No sea tan tremendista, – interrumpió el dueño de casa – Tiene que haber una salida. No puedo aceptar como destino la emigración o el suicidio
-Habrá que reformular un nuevo socialismo, sin adjetivos, y rebelarnos en todo el mundo. Contra eso, no hay quien pueda. Lástima que no estaré aquí para verlo. ¡O bajarse del caballo!
Don Antonio lo miró azorado.
-No comprendo.
-Usted venía a caballo del éxito hasta que vio algo que lo asustó. ¡Se bajó! y el caballo lo mandó al exterior. Hay una dicotomía entre lo que dice y lo que hace. Creo que su verdad es lo que hace. Éste es el
doble discurso que se le escucha a todos los que en la Argentina tienen remanentes importantes – se echó a
reír--Ahora, pienso que son los únicos socialistas, hablan de un mundo ideal y perfecto, en el que participan
de palabra, nunca de hecho; porque lo que importa, su capital, esta a buen resguardo. Todos los grandes
industriales vendieron, ninguno se animó a dar batalla y unirse, por el bien común de la gente. Ni ellos ni la
dirigencia política tuvieron la grandeza de pensar el país. Lo mejor que pueden hacer ahora es callarse y
permitir que surjan nuevas ideas. No creo que lo hagan. No espero ninguna renovación. Tienen demasiada
fuerza para permitir que alguien los ponga en evidencia y demuestre palpablemente su falta de coraje e ideas.
Nos pintarán una o varias figuritas para que las aceptemos y creamos que ese es el cambio. Pero. lo que me da miedo de verdad son los niños y los jóvenes. No tienen futuro. Los niños van a la escuela a comer, esa es la prioridad, el estudio es accesorio, y los jóvenes deambulan sin contención familiar, sin trabajo, sin posibilidad de estudiar y sin ganas de hacerlo porque se dan cuenta que no les sirve para mejorar su calidad de vida ni para su inserción en el mundo laboral. Proyéctese a 15 ó 20 años y tendrá un ciudadano medio con un coeficiente mental y social pauperizado. Sea sincero. ¿Puede haber nación en estas condiciones?
El dueño de casa guardó silencio, cavilando sobre el negro panorama ofrecido, soltó un largo suspiro y contestó:
-Para ser honesto, no sé si en estas condiciones puede haber nación. Sin hacer un análisis tan amplio como el
suyo, ciñéndome exclusivamente en lo mío y empleando un término actual le diría que: “ya fui”. Sí. Tiene razón, me bajé del caballo y lo vendí. No estoy arrepentido. No. Yo creía todo lo que me decían. A partir de eso, todo cambió. Mi visión del país fue más crítica. – se quedó en silencio, mirando el piso, meditando en lo que acababa de decir. Lo miró a don Manuel y con la sombra de una sonrisa le pidió - ¿Podríamos hablar de otra cosa? ¿Se siente feliz de su retorno a España?
-¡No!
-Pero usted vino de luto total. ¿Cómo es eso? Esta volviendo a su tierra y dice que no es feliz.
-Ésta es mi tierra. Llevo más de 60 años aquí. Puedo hablar con quien quiera durante días, sin parar, del tema que se me ocurra. ¿De que podría hablar en España? ¿De Buenaventura Durruti? ¿Habrá alguien que lo recuerde? ¿Y a su contrafigura? Onésimo Redondo Ortega. Obrero uno, abogado el otro. Perseguían un mismo fin por distintos caminos. Solo coincidieron en el año de su muerte: 1936. Dos idealistas. Ambos proponían utopías y no lo sabían. Hoy lo sé. Fueron la chispa que encendió la mecha, y murieron cuando explotó la bomba de la guerra, porque ya no eran necesarios. La mecha había cumplido su cometido a los fines de tipos como Juan March. Ese sí trascendió, para darle por las narices a todos los que sostienen que el mal no premia. Hoy lo comprendo, en aquel momento Durruti no habría vacilado en matar a Redondo Ortega y los acólitos de éste, a Durruti. Cuando dos antagonistas tienen razón, habrá pelea. Esa fue nuestra culpa, oír sin escuchar, refutar sin dejar hablar.
- Se produjo un largo silencio.
–No – siguió - la España que conocí no existe y de la actual no sé nada. Ni de fútbol podría hablar. Esto, más que una vuelta es un destierro; extrañaré todo, hasta lo que no consumo: el mate, el tango, el dulce de leche, los alfajores.
-¿Y entonces por qué se va?
-Miedo. Nunca quise una muerte sin sentido, morir por nada. Cuando era joven y comprendí el desquicio de la guerra, hui. Hoy, no podría afrontar un ataque y vuelvo a repetir la huida. Mentalmente, también soy otro. Quizás como el elefante, elijo apartarme de la manada para morir- miró el reloj en la pared -¡Cómo ha pasado el tiempo!, dejé a la vieja sola, mirando la tele y es hora de la cena - se puso de pie.
-Pero es temprano todavía.
-Tenemos la costumbre de cenar temprano, como en los hospitales – comenzó a ponerse el abrigo.
-Está bien, no lo retengo. Me gustaría que nos encontráramos para ultimar
detalles de todo lo que me contó.
 ¡Quédese tranquilo! Uno de estos días vuelvo con más tiempo y pautamos los pasos a dar, así lo tiene
claro. ¿Le parece bien?-
-Sí hombre, sí, cuando quiera. Estoy a su disposición.
- -¡Buenas noches, señora! – se despidió de la esposa. Desde algún lugar, ella le contestó:
-¡Adiós, don Manuel!
- Los dos hombres fueron a la puerta de calle, allí se despidieron, apretándose el antebrazo y dándose una palmada en el hombro.
- -¡Hasta luego! –se dijeron mutuamente.
- Entró a su casa. La primera habitación era el dormitorio; adentro estaba su esposa, Carmen, sentada en la cama con su espalda apoyada en las almohadas de la cabecera, padecía una artritis reumatoide que la obligaba a estar acostada o en silla de ruedas. Se sentía mejor así.
- Ingresó al dormitorio, se quitó el sobretodo y se acercó a ella. La saludó, con un beso y una caricia.
-¿Cómo está hoy mi reina?
- -¿Cómo voy a estar, viejo?
- --¡Ya sé! ¡Linda como siempre! Me refería a si tienes, o no, dolores.
- --No. Hoy no. Parece que estas pastillas, me hacen bien. ¿Y a ti, cómo te fue?
- Él frente a su mujer era jovial, vital, alegre. Creía que la mejor medicina para ella era: esperanza y fe en el futuro.
- --¡Bien! –le respondió –don Antonio es un amigo y con ellos uno se siente protegido, apoyado. Conoces el dicho: “Si quieres saber quien es tu amigo, ponlo frente al dinero; si lo deja sobre la mesa, es tu amigo, si lo
coge, solo es un hombre más, ni bueno ni malo. Pero no es tu amigo”.
- ¡Ay, Manuel, tú y tus dichos! – se rió – los españoles estamos llenos de refranes, lo malo es creerlos.
- -Como no vas a creerlos si todos son experiencia, son constantes que los humanos aplican desde hace siglos. Son la verdad. Si no crees en ellos tienes toda la vida para arrepentirte – desde los pies de la cama, continuó diciendo -¿qué quiere cenar hoy, doña Carmen?, menos champagne y caviar, tenemos de todo.
- -¿Ostras?
- -Se acabaron esta mañana, pero puedo preparar una sopa minestrón y luego un suflé de jamón y queso, ¿qué te parece?
- - Es un menú de príncipes – respondió sonriendo.
- -¡Lo que somos! Ni más ni menos – contestó, mientras iba a la cocina. Alguna vez, hablando con su amigo y vecino había sostenido que el verdadero amor no dependía de las hormonas; si no del cuidado y el afecto que uno dispensaba al otro; el estar atento a sus necesidades, a sus gustos; sentirse cómodo estando solos, conversando o en silencio; cada uno ocupando su espacio sin interferir en el del otro; eso produce momentos de paz, lo más parecido a la felicidad; un arco iris que no todos pueden ver. Sólo aquellos que lo han disfrutado están capacitados para entenderlo y eso se logra cuando la testosterona “no impone su derecho”--Sí-- se dijo – La vejez es la mejor prueba del amor. El buen vino es óptimo cuándo se añeja; el malo, en cambio, se avinagra. Somos un buen vino –dijo en voz alta y se echó a reir por hablar solo. Eso es un buen
signo – pensó – el poder ir y venir en el tiempo, sin quedarse trabado en alguna parte del pasado, es señal de
salud mental; la salud más importante de la vejez, totalmente irreemplazable.
- Mientras preparaba la cena se acordó, y comenzó a tararear Suspiros de España; mientras doblaba el soufflé no pudo evitar lagrimear por los recuerdos que esa canción le trajo.
- -Ya está listo, vieja – gritó para salir del trance; preparó las bandejas, para ambos, las colocó sobre la
mesa rodante, fue al dormitorio y concluyó: -señora Carmen, aquí viene su pedido.
- Sonrieron con ternura. La hora de la comida, era de conversación, intercambiaban informaciones, ella le narraba las noticias dadas en la televisión y él le contaba de amigos o conocidos que había encontrado en sus paseos o diligencias.
- -¡Ah, Carmen! Te manda muchos saludos Mabel ¿te acuerdas de ella?
- -¿Mabel, Mabel? ¿La compañera de Alpargatas?
- -La misma.
- -¿Pero, no había muerto?
- -Parece que no, porque me habló.
- Mientras terminaban de cenar, le contó su encuentro con Mabel. Carmen le informó las últimas noticias,
lo que motivó una reflexión de él: --Tendrías que hacer como yo, nada de noticias, sólo música. Nosotros no
podemos cambiar lo que ya pasó y saberlo sólo nos genera angustia.
- -¡Ay Manuel! no tengo tu fuerza para apartarme de los chismes y las noticias. ¡Y no digas que eso es privativo de las mujeres! ¡A los hombres también les gusta!
- - En estos tiempos, es tan delgada la línea que separa los sexos, que no todos los que orinan de pie son hombres cabales. - se rieron y Manuel acomodó la vajilla sobre el carrito. Mientras se iba, agregó – Te dejo con tus noticias.
- -Y tú a la música y al cafecito – le respondió.
- Fue a la cocina, luego de ordenar todo, se sentaría en la mecedora que estaba en el “comedor”, se colocaría los auriculares y escucharía música grabada, o la radio; mientras bebía, lentamente, su pocillo de café.
- Los ciegos, necesitan un orden inalterable dentro de su vivienda, y los viejos dentro de su vida. Es la única forma que tienen ambos, para vivir sin sustos ni sobresaltos.
- Mientras se balanceaba en la mecedora repasó “su día”; había sido bueno. Bebió un sorbo de café y se dejó envolver por la quietud de la casa. -- Carmen escuchaba la TV con auricular – que le creó una paz interior.
- Se colocó los auriculares y encendió el aparato de radio, Judy Garland cantaba: “Siempre persigo el arco iris”. Cerró los ojos, tarareando la canción y dirigiendo una orquesta imaginaria con su mano izquierda; a continuación, Dyango cantó su versión de: Suspiros de España. No pudo evitar la emoción, y un pensamiento lo invadió “Sí. Yo también he disfrutado del arco iris”. Dyango dejó de cantar, el locutor comenzó un largo comentario y Manuel se fue adormeciendo, entrando suavemente en la nada de la vida.
- El locutor cerró su comentario anunciando: Comenzando “Tangos en la noche”, escucharemos dos temas por la orquesta de don Osvaldo Pugliese, cantando Roberto Chanel el tango de Dames y Manzi: “FUIMOS” y luego, sin solución de continuidad, el tango de Osvaldo Pugliese “RECUERDO”.
- -------------------------------------------------------------------------------
- Estamos Carmen y yo en la puerta de la vieja casa de departamentos, en la calle San Antonio donde vive
Joaquín, el hombre que cambió mi vida y convirtió a un inmigrante analfabeto en un ilustrado tipógrafo-linotipista, ávido lector, nada ecléctico; que entró barriendo en la Fabril Financiera, lo único que sabía hacer. Estaba enfermo y nosotros, después de muchos años de convivencia veníamos a decirle que nos habíamos casado, como él quería, ---”legalicen su situación, no vale la pena vivir así, si les pasa algo a uno de ustedes, el otro podrá asistirlo legal y económicamente, “¡déjense de joder, che!”
No teníamos miedo a contarle, nos asustaba estar frente a él y simular que estaba bien cuando sabíamos que le quedaba poca vida. Tomé coraje y agarré el picaporte, simultáneamente se abrió la puerta y un señor bajito, regordete y con sombrero me abrió la puerta y dijo:
--- ¡Pasa José!
Quedé de una pieza, no lo podía creer. Se me escapó un: --- ¡Ostias!--- Porque, quién me abrió la puerta era… ¡el generalísimo Franco!, mientras lo miraba irse, sólo atiné a exclamar: ----- ¡Me cago en la mar salada!-- Carmen a mi lado también estaba estupefacta, temblaba y no emitía sonido alguno. Mientras el tío se alejaba, entramos rápido al pasillo de la casa, para protegernos de quién salió, ¡que sabía mi verdadero nombre! Tratamos de recomponernos mientras íbamos por el pasillo hacia el departamento de Joaquín. Vivía solo. Viudo, sin hijos. La puerta estaba sin llave y entramos, Joaquín desde su cama nos vio entrar y nos saludó con alegría ---Carmen, Manuel; dichosos los ojos. ¡Que gusto verlos por aquí! Pasen, pasen.
Entramos, realmente estaba muy desmejorado; pusimos nuestra mejor sonrisa para contarle que se lo veía bien. Él se río -- ¡Dejáte de joder Manuel! Lo mío no tiene arreglo. ¡Saturnismo, viejo, saturnismo! Mirá que linda palabra para una enfermedad tan fea, es casi poética y te lleva a la chacarita, me gustaría cambiar de planeta, pero no creo que me dejen.-- Se rió.-- Siéntense, Che. Agarrá unas sillas Manuel y cuenten de su vida, algo alegre. Ya sentados, le contamos. Por un momento sentimos su felicidad por la noticia. Me quería. Alguna vez dijo: --Sos el hijo que no tuve --en éste momento lo constaté; como sabía que iba llorar, y no quería, le dije que iba a pasar al baño; así me sonaba los mocos que ya venían.
--¡Andá, andá, yo sigo con Carmen, ¡Que alegría, viejo! -- Entré al baño. Me vi envuelto en una nube de polvo y terrones de tierra- ¡Estaba en una trinchera, en plena guerra civil española! Cuando se disipó la nube de tierra, producto de algún obús o cañón, me encontré en un lugar desconocido y frente a mí, un enemigo. Le apunté con el fusil, temblando de miedo. Era un joven de mi edad. Sujetándose las tripas con las dos manos, me decía: --¡Hala, jala del gatillo, no dudes, ----! haz al favor de matarme, tengo mis manos ocupadas sujetando mis tripas, no me dejes sufrir esta muerte, que Dios te lo va a agradecer, es un acto de caridad cristiana.
Lo único que me faltaba, pensé, temblando de miedo; un ----- cirios de mierda que me pide que lo mate ¡Que lo mate su puta madre! Trataba de justificarme porque en realidad yo no era capaz de hacerlo, esto no era un acto de guerra, esto era un encuentro cara a cara, con alguien que estaba en otro bando, un joven como yo, que estaba donde estaba sin saber por qué estaba, igual que yo.
---Anímate, ----, rojo de mierda. Si estamos enrolados para eso, para matarnos, en tu lugar ya te habría matado y sin ningún cargo de conciencia, porque sé que Dios vería con buenos ojos que mate a un asesino de curas y monjas.
- Casi lo logra. Me ofuscó eso --Yo no soy un asesino ¿Cómo te llamas?
_Manuel, Manuel Vázquez. Lloraba en silencio, las lágrimas corrían por sus mejillas ¿Y tú?
_ José.
_José, coge mi revolver y dispararme, si no te animas con tu arma coge la mía y hazlo, por favor ¿Tendrás una madre, verdad?
_Sí.
Pues hazlo de una puta vez. Mira, como premio te daré algo importante.
_ ¡No quiero dinero, no soy un asesino, soy un soldado enemigo, nada más!
-Vale. No te ofrezco dinero. Te ofrezco algo mejor, tu vuelta a casa. Tengo un salvo conducto y mis documentos. Si me haces el favor de matarme ¡Eres libre! Te puedes ir a tu casa y salir de esta guerra de mierda, ¿o eres feliz en ella?
-¡Que va!
-¡Entonces, hazlo! No eres tu quien me mató, fue una granada que falló y me reventó las tripas, tu solo eres el destino que me dará la paz que necesito y me quitará el dolor, Hala, José, coge mi revolver y haz el bien de parar este sufrimiento y conviértete en Manuel Vázquez, un hombre libre. Cierra los ojos y hazlo.-
- Fue lo último que dijo. Le volé la cabeza y busqué en sus bolsillos el salvo conducto y sus documentos, los guardé sin leerlos detenidamente porque comenzó de nuevo la artillería. Otra nube de tierra me envolvió, cuando se disipó estaba hablando con alguien, un portugués que me decía que me metiera en la bodega, entre los bultos que allí había, el destino final podía ser: Santos o Buenos Aires. Para mi era igual, con tal de salir, cualquier destino de América era lo mismo.
Entré a la bodega y me quedé dormido, cuando desperté estaba en un negocio de alimentación, junto a mí, un muchacho de mi edad, me decía:- ¡Arriba, Manuel, que ya son las cinco de la mañana! Mis tíos ya abrieron el almacén y hay que darles una mano en el despacho de bebidas. Dormíamos en un sótano y como cama teníamos bolsas vacías de azúcar y arroz. Nos lavamos la cara en una pileta de lavar ropa, nos pasamos un mugroso peine por la cabeza y nos metimos en el despacho de bebidas, a servir café, grapa, aguardiente, caña quemada, vasos de vino y algún que otro café con leche. Uno de los tíos me dijo;-- Manuel, a las ocho, te cruzas a la Fabril Financiera y lo ves a Joaquín que tendrá el pedido para el almuerzo, no te olvides.
--Sí, señor.
Cuando me encontré con Joaquín, lo primero que me pregunto fue: --- ¿Hace mucho que llegaste galleguito?
- --No, hace ´poco. Pero no soy gallego, soy español.
--Aquí, todos los españoles son gallegos. ¿Tenés familia aquí?
--No. Vine solo y me recogieron estos paisanos de Vieytes e Iriarte.
_--¿Sabes leer y escribir?
-No.
-- ¿Y barrer?
--Sí, eso sí-
--Bueno, esperá. Cardozo – llamó – Haceme el favor anotáme a este pibe, para que mañana empiece en maestranza. Se dirigió a mí: vos, mañana a las siete me ves a mí.
- ---Pero ---dije.
- --.Ningún pero, vos, mañana a las siete en punto me ves, ya te voy a encontrar dónde dormir y comer, aquí, te vas a alfabetizar
-- ¿Que cosa?
-- Nada, nada, vos vení mañana a las siete, para empezar tu nueva vida.
Y fui.
Carmen y yo estamos en la cocina de la casa de Sarandí, charlando.
_--Manuel, las cosas nos van bien, tú en la Fabril; yo en Alpargatas. Ambos ganamos muy bien y podemos ahorrar, pudimos comprar esta casa ¿No te gustaría pensar en un hijo?
--- ¡Hay Carmen, no vueles por favor! Para empezar, no soy Manuel, soy José. Un obrero gráfico que milita en movimientos de izquierda, antiperonista ¿cuánto crees que puede durar lo mío? Según Joaquín, poco. El movimiento peronista es imparable; cree que la izquierda argentina es traidora y llegado el momento, nos entregará sin ningún escrúpulo.
-¿Entonces?
--Entonces, mi querida Carmen, hay dos cosas que nosotros debemos hacer: Una, no tener hijos. Si tenemos que huir, no debemos tener anclas ni lastre, de esa forma huimos separados y nos encontramos en algún sitio seguro, y dos: tener banco propio.
- --¿Banco propio? ¿Qué dices?
--Sí. Aquí, en esta cocina. ¿Ves esa tapa cámara de 20X20, con un botón de bronce en el medio? --_Si-
--Ese es nuestro banco. Parece una cámara de inspección, pero solo es un hueco de 40 cm. de fondo, donde guardo monedas de oro para el día que tengamos que huir, dentro o fuera del país. Sin confiar en nadie.
- -- ¿Pero, qué vida es esa, Manuel?
--La que nos ha tocado en suerte, querida Carmen. Por ahora, sólo tu y yo, luego, si llegamos a viejos, sorteando esta sucia política que vivimos. Se verá. Estamos obligados a vivir el día a día, como si fuera el último, no nos queda otra opción; porque si quieres salir, saldrás. Pero muerto. Somos peligrosos para todos, para los nuestros: por lo que sabemos y conocemos. Para los peronistas, porque ocupamos el lugar que ellos quieren. Así que, mí querida, esa es nuestra vida y ojalá que dure. ¡Estas informada!
Salí al patio.
Estaban mis padres, mi madre lloraba porque me iba al frente y mi padre la reprendía diciéndole: -- ¡Quita, mujer! El muchacho volverá pronto, la república arrasará a los fascistas y a los moros en un periquete, ya verás. No le saques el coraje que necesita, en unos meses está de vuelta en casa lleno de honor y orgullo por el trabajo hecho.
---Espero que así sea, pero, mientras tanto…
--¡Calla! No le quites la gloria que es defender la república, vendrá envuelto en la tricolor, rojo, gualda y violeta ¡Triunfador, triunfador!

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-- ¿Don Antonio, usted cree que sufrió?—
- --No, doña Carmen, los médicos dicen que fue un infarto masivo, ni se dio cuenta. Pasó de la vida a la muerte en un segundo. Bien para él.
--Sí, pero nosotros…
--Nosotros lo recordaremos por lo que fue.
- JSM

caizán
caizán
05-03-2013 16:04

MI AMIGO OSCAR

La vida, se puede: vivirla, o pasarla. Era una frase que repetía cada
vez que lo visitaba, mi amigo Oscar. Era un tipo raro. Yo también.
Nos podíamos pasar todo un día sin decir una palabra, él tomando mate; yo bebiendo vino. Esto último lo hacíamos sin prisa. Silenciosamente.
Una vez le pregunté:--Oscar, ¿por qué comprás vino? Vos sos abstemio.
--Para los amigos que me visitan-- No tenía amigos, el único que lo visitaba era yo. Nadie toleraba sus rarezas; sobre todo esos silencios prolongados. Yo, sí. Eso confirma lo que dije: éramos dos tipos raros.
Vivía en un primer piso de avenida San Martín y Juan B. Justo; los días buenos, podíamos estar en el balcón, viendo pasar la gente y oyendo el bochinche de la calle. él con el mate, yo con el vino.
Tenía días sonoros, monologaba; no precisaba interlocutor. Era una especie de delirio. Al principio, me asustaba. Después, cuando lo comprendí, lo disfrutaba. Era un delirio poético, qué podía empezar de cualquier forma y terminar igual. Recuerdo un día, entré en la cocina y sobre la mesada de mármol había un zapato de mujer, con un soquete adentro. Era un día sonoro y me contó:-- Hoy me pasó algo mágico, estaba sentado en el balcón y una moto atropella a una chica joven, se armó un lío bárbaro. Un hombre cargó a la chica en brazos y, cuando la traía hacia la vereda, me vio y la subió a casa; no sé por qué. Ni nos habíamos mirado. Como sea, la chica en el living, el hombre la apoya sobre el sillón, le pregunta cómo se siente, ella dice que bien, que solo fue un susto; que la moto la rozó y la desestabilizó. Empezó a agradecerme y pedir disculpas por las molestias que estaba ocasionando, se sacó el zapato y el soquete para ver como estaba el tobillo. En ese momento entró un policía, el médico de la ambulancia, el tipo de la moto y dos mujeres ¡Dios mío, me habían invadido!
El médico constató que no tenía nada y el policía me pidió el documento, era testigo; lo fui a buscar al dormitorio. Cuando volví, no había nadie, ¡nadie! Fui hasta la puerta, cerrada; volví a la cocina, tampoco había nadie. Me quedé parado y de pronto, lo vi. Sobre la mesada había un zapato con un soquete adentro. Me extrañó, nadie se va descalzo, salvo que lo lleven en brazos, en silla o en camilla. No vi ni escuché nada. Me acerqué a la mesada, agarré el zapato, saqué el soquete y dentro, no lo vas a creer: estaba éste papel, con un número de teléfono y la palabra: GRACIAS. Ahora todo tenía sentido, comprobaron alguna lesión y se la llevaron, ella tuvo la deferencia de dejarme su número de teléfono y decirme: gracias. Verdaderamente fue un día extraño y caótico.-- Mientras decía esto último, puso a calentar agua para el mate, lo preparó y cuando estaba todo listo, se fue al living.
Me acerqué a la mesada, agarré el zapato y miré, adentro había un papel, lo saqué y leí: “talle 36”. Nada más.
Fui al living y le pregunté:--¿la llamaste?
--- No. Voy a dejar pasar unos días, que se ponga bien de salud y después sí, la llamo. Debe ser el destino, por lo tanto, puede ser el amor-- Mientras él seguía con su monologo, fui a buscar el vino; para sentarme al lado y oír su perorata.
Esto pasó hace mucho tiempo. Oscar murió y como no tenía familia, me dejó en herencia el departamento. Ahora estoy en el balcón, tomando mate, solo. Mirando el tránsito, la gente. Una moto atropella a un chico y yo salgo rápido del balcón.
JSM

caizán
caizán
05-03-2013 16:00

PLINIO

Mi historia es bastante común, mis primeros dos años los viví con un ser miserable, impartía órdenes con un bastón, a raíz de ello casi pierdo un ojo, lo salvé cuando me castraron, aprovecharon para arreglarme el ojo. Pasé varios meses con ellos, mis salvadores. La verdad, lo pasé bien, compartí juegos y amistades con otros congéneres, eso me hizo lamentar irme, allí era feliz, comía, retozaba y no pensaba en como sería el mañana, era feliz en el día a día.
Como dije, me vinieron a buscar, hice el viaje en silencio, no conocía mi destino y temía volver al lugar del que había salido. Por suerte no fue así.
La casa era grande ¡y había niños! me gustan más que mis congéneres, no se cansan nunca y no me muerden. Divertir me iba a divertir, pasó el tiempo y un día los niños vinieron a despedirse, llorando, se iban lejos, fuera del país. Lo sé porque se lo escuché a los mayores – aquí, quiero hacer una digresión: Los humanos creen que no entendemos, se equivocan, entendemos cuando nos hablan y explican que pasa cuando nos saludan o nos cuentan sus alegrías o sus penas, que no hablemos no significa nada más que eso, no tenemos el don de la palabra, pero sí de la inteligencia. Con nuestros actos o gestos, demostramos que comprendemos lo que nos dicen. Ellos no entienden lo que pensamos y decimos con nuestros gestos. Ellos son los carenciados.
Con en tiempo agradecí que los niños se hubieran ido, los años pasan para todos y uno se pone menos juguetón, más pensante, más filosófico; entiende a los mayores y sus problemas, los acompaña en sus alegrías y en sus pesares. Los mayores nos hablan más y cuando eso ocurre nunca falta el otro mayor que diga: -- Cualquiera de estos días, te contesta. —El otro ríe y responde: --- ¡Eso espero!
Uno comprende que en esa casa solo quedamos gente mayor, yo incluido. Nuestra vida es más tranquila, más sosegada, más reflexiva. La familia se va achicando, casamientos, alejamientos, muertes, todo se dice en la casa y mis oídos perciben los sonidos y, lo más importante: los sentimientos, el tono con que se dicen las cosas me permiten saber con certeza lo que debo hacer, consolar, callar, no inmiscuirme, pedir caricias, darlas, ¡y pensar!
Y un día me despierto triste, no sé bien que me pasa, pero mis genes me dicen que me estoy haciendo viejo, a la par de los habitantes de la casa. Comienzo a compartir sus pensamientos, a añorar los tiempos pasados, no porque fueran mejores, si no porque nos quedaba mucho más por delante, había un futuro, lejano, muy lejano. Ahora solo nos queda el pasado, lejano, muy lejano y un presente lleno de recuerdos.
Y empiezan las despedidas, de a uno, todo el mundo, nuestro mundo cotidiano, se va acotando. Esta mañana, estaba meditando en ello, éran diez, seis, cuatro, dos y ahora somos dos, incluido yo. Algunos días hablamos mucho, otros nada, a veces lloramos en silencio. Yo estiro mis dos patas delanteras y apoyo en ellas mi cabeza, mirando a mi interlocutor, si veo que tarda mucho, me apoyo en sus rodillas, esperando su caricia que lo aparte de la tristeza y si se agacha lo beso con mi lengua, para que sepa que lo quiero, que me importa, que lo entiendo.
Meditar no es bueno, cuando lo hago término triste, y no es para menos, porque pienso: ¿quién partirá primero? Sea el que sea, el que quede no tardará en irse en busca del mundo feliz que había en esta casa.
JSM

caizán
caizán
05-03-2013 15:57

RESFRIADO
El invierno tiene sus contras: el clima es frio, puede haber heladas, te mojas y por ende, terminas con un resfrío, como mínimo, con lo cual las cosas se encadenan. Viene el médico, te receta cama, te inmoviliza y tu aparato digestivo se malquista y entras lisa y llanamente en el estreñimiento; vuelve el médico, tu le explicas y él te indica algo natural: ingerir fruta seca, sobre todo: orejones de durazno, de pera, de manzana y ciruelas secas, hierves todo, comes la compota y bebes el abundante liquido, saborizado con esos frutos.
Todo esto que parece una paparruchada, no lo es, porque desencadena una serie de situaciones difíciles: nadie tiene en su casa esos frutos secos, yo tampoco.
--Y a mi ¿que me importa?—dirá usted con toda la razón del mundo.
Verá. Vivo solo y debo hacer la compra que indicó el médico. Ya sé, usted volverá a decirme que no le importa y me demostrará su fastidio diciendo que soy un, bueno usted sabe, algo que empieza con G, sigue con I y termina en S. ¿Sabe que no? ¡Creame! ¡No! Esta orden del doctor desencadenó una serie de hechos que paso a contarle.
Este pequeño problema doméstico, no tener las vituallas, me obligó a salir de mi lecho, vestirme, abrigarme con chalina, guantes, gorra y una bufanda que me cubre toda la cara, menos los ojos. Lo más ostentoso era el abrigo de pelo de camello, color beige, Ah, y el gorro, que era de piel, muy práctico en Moscú. Pero aquí…
Y ahí sale un servidor rumbo a la abacería. Nada más llegar a la acera me comienzan a castañetear los dientes – como si fuera una cantaor flamenco –a punto estuve de volver a mi lecho pero, recordando mi estreñimiento seguí camino, para comprar los conspicuos frutos sanadores, que siempre se venden en locales mal ubicados y, por lo tanto, lejos de casa. Éste no era la excepción. Lo encontré; pasé una puerta con campanilla que anunciaba mi entrada y allí, por supuesto, solo había un gato capado y gordo que me miró con curiosidad. A poco apareció una señora mayor qué, mostrador por medio me preguntó que quería, mientras le decía al gato:-- Vete adentro, mi rey – y aclaraba:- Las ordenanzas prohíben animales domésticos en el local pero, él aprovecha la soledad, cuando no hay clientes, y toma su trono como un rey, por eso le puse ese nombre.
--¡Mire usted!—dije yo, harto de tanta cháchara y con un frío de mil demonios, totalmente inexplicable con toda la ropa que me había echado encima. Le hice mi pedido y mientras ella lo cumplía, me aparté hasta el centro del local, mirando los productos que allí se exhibían y cuando me di vuelta, caminando hacia el mostrador, la mujer pegó un grito espantoso:-- Ramón, Ramón, ven aquí con la escopeta, tengo un exhibicionista ¡Un degenerado! ¡Llama a la policía!
El tal Ramón llegó, escopeta en mano, le pregunta a la mujer:--¿Te pagó?
--No. —Me dijo cuanto era. Ramón me apuntaba con la escopeta al pecho. Yo temblaba, de frío y de miedo, los dientes castañeteaban por soleares. No entendía nada, en mala hora decidí curarme el estreñimiento con frutos secos.
--Saque el dinero y pague. Como se le ocurra desabrochar el abrigo ¡le meto todos los perdigones de esta escopeta!—Me dijo Ramón, llevándose la escopeta a la cara. Yo no entendía nada, metí mi mano derecha en el abrigo, luego la izquierda. Nada, los bolsillos estaban vacíos. Cuando amagué desabrocharlo, Ramón me gritó:
--Ni lo piense ¡DEGENERADO!
--Pero, ¿Cómo saco el dinero de mi pantalón?
Bajó un poco la escopeta y respondió:--Eso me gustaría ver.
No sé que me hizo bajar la cabeza, el tono de voz, la situación ridícula que se había creado, no sé. Cuando miré mis piernas quedé anonadado. En ese momento entró la
policía. No podía creer que eso me estuviera pasando a mí; un hombre recatado, de bajo perfil. Pero me pasaba y me iban a llevar a la comisaría, esposado, detenido por conspicuo exhibicionista.
Había olvidado ponerme el pantalón.
JSM

caizán
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04-03-2013 18:41

CABURÉ

Algunas mañanas salgo en bicicleta. Lo recomendó mi médico, el analista: ---Cuándo se sienta desganado, con la crisis de la página en blanco; no se quede en casa, salga a la calle con su bicicleta y pasee, sin prisa, mirando el entorno. Eso lo hará: relajarse, distenderse, y lo pondrá receptivo a todo lo que pase a su alrededor. A lo mejor, ¡aparece una historia!--Y el clínico, cuando se lo conté, me dijo: ---Estoy de acuerdo, todo lo que no hace mal, hace bien. Su vida sedentaria, necesita actividad. Y esa, me parece una excusa válida.
Con esos mandatos, salí a la calle. Yo vivo en: Martínez, localidad del gran Buenos Aires, al noreste de la capital. No por lo que usted piensa, no.(*) Vivo ahí, porque hay: árboles, jardines, calles tranquilas y silencio. Los vecinos no conversan en las veredas, salvo que sean parientes, y uno puede andar por sus calles distraídamente, mirando y oyendo el mundo que lo rodea; el sonido del viento entre las ramas y el canto de los pájaros.

En esa paz, vi y escuché: autos con sirena; por precaución, subí a
la vereda y me detuve. Eran dos coches de policía con sus luces y
sirenas al máximo, seguidos por dos móviles, uno de una emisora
de radio, el otro de una TV, se detuvieron cincuenta metros
adelante ---Bueno –me dije--- aquí puede haber algo.-- Y me quedé
esperando.
Mientras los policías entraban en una casa, en las ventanas vecinas
aparecían caras curiosas, que se convirtieron en cuerpos.
Algo estaba pasando y la curiosidad hizo salir a las empleadas
domésticas, enviadas para informar.
Casi todas miraban desde sus puertas y algunas avanzaron sobre la vereda. En esos barrios la confraternidad no es moneda corriente. Pero el chismoso que cada uno lleva dentro, hizo que comenzaran a dialogar. Todas querían saber.
--¿Qué habrá pasado?
--No sé. Ahí vive un matrimonio joven.
--Sí, pero a ella, hace rato que no la veo.
--Nena. ¿Por qué no te acercás a los movileros? Para oír que dicen.
--Ay mamá, estoy de entrecasa. Así no voy.
--¿Pero quién te crees que sos?
--¡Voy yo!—dijo el hermano.
--Bueno, ¡andá!
Cuando volvió el mensajero, se acercaron otras. El ojo de la cerradura es tentador –Parece que el tipo mató a la mujer. Una tal Chela. La esposa.
--¡Ay Dios santo, no puedo creer que eso, este pasando aquí!
Confirmando lo dicho por el muchacho, de la casa salió la comisión policial llevando un hombre esposado. Entraron en los coches y se fueron, detrás, partieron los periodistas de radio y TV.
En pocos minutos la calle quedó vacía. Las vecinas, hicieron algunos
comentarios y, poco a poco, la vereda quedó vacía. Yo también me fui.

Dos meses después, en la comisaría, los oficiales conversaban.
--¿Hablaste con el fiscal. Qué te dijo?
--Que hay para rato, porque no hay cuerpo del delito.
--Pero, si él confesó ¿no es suficiente?
--Eso complicó todo. Nadie confiesa espontáneamente algo así. Ahora lo están evaluando los psiquiatras y los psicólogos. Parece que no se ponen de acuerdo en cuanto al estado mental del detenido. Los primeros, dicen qué es normal y comprende lo que ha hecho, y los segundos, dicen que tiene una doble personalidad, que lo hace fantasear. El tipo nunca pidió asistencia legal. Por lo tanto, el Juez le designó un abogado de oficio y éste defensor, lo primero que hizo fue: pedir la libertad o la preventiva, porque no puede estar detenido sin causa, ni por tiempo indeterminado.
--De la confesión me acuerdo. La recibí yo, en mano. Cuando la leí, pensé: ¡éste esta loco! Esperá que te la leo. Dice:
“Señor juez: Pedro Pablo Santos, se dirige a usted al solo efecto de declararme culpable por la muerte de mi esposa: Isabel Laura Gómez.
A quién acuchillé varias veces y luego, dentro de la bañera, disolví su
cuerpo en ácido. La pasta resultante la diluí y se fue por la descarga sanitaria” Cierra con una frase: “SOLO LA VERDAD ME HARÁ LIBRE” Sigue su firma, número de documento, y la dirección.
--A mi, me parece normal. Le tomé declaración, respondió tranquilo. Cuándo le pregunté: -- ¿Por qué lo hizo?
Contestó: ---Por celos.
--- ¿Esta arrepentido?
--- ¡Sí!
Ambos coincidieron, no debían involucrarse porque el asunto era demasiado complicado.


Meses después de estas conversaciones, temprano, a la mañana, entró una mujer a la comisaría y pidió hablar con el jefe de guardia. Cuando éste llegó, le dijo:
--Mi nombre es Isabel Laura Gómez, aquí esta mi DNI. Yo soy la esposa muerta.
La hicieron pasar al despacho del comisario, quién le pidió:
--Por favor, señora. Cuéntenos su historia.
La mujer contó que había abandonado a su marido porque la situación se había hecho insostenible. Ella tenía una relación extra marital, de un año y medio.
--Pero no llevó su vestimenta. Eso fue algo determinante al momento de creer o no, lo que decía su esposo.
Ella explicó: fue a buscar su ropa, no era mucha; unos cuantos vestidos, algunas polleras, blusas y ropa interior. En el placar solo estaba la ropa interior. Escuchó ruidos en el sótano, bajó; y encontró al marido, vestido como mujer y maquillado. Le dijo que eso era el colmo, que lo iba a abandonar, porque la situación era insoportable.
--A ver, señora, explíquenos, ¿qué pasaba en su casa?
--Mi marido es bisexual, o gay. Yo lo supe hace dos años. Tuvimos muchas discusiones y él siempre terminaba llorando pidiéndome que lo perdonara, que todo iba a cambiar, que se iba a hacer tratar. Nunca hizo nada. Me negué a tener relaciones sexuales. Me daba asco pensar lo que hacía fuera de casa. Luego inicié esta relación, que terminó en pareja y…
--¡Espere! espere, señora– La interrumpió el comisario- ¿por qué tardó más de cuatro meses en aclarar la situación?
--Después de la pelea en el sótano, volví al dormitorio, tomé toda la ropa interior y me fui. Mi pareja es músico, pianista de un quinteto de tango. Tenía programada una gira, por el litoral, hasta Misiones.
Terminamos en Japón-
-- ¿Cómo: “terminamos en Japón”? Ningún paso de fronteras registró su salida del país ¿me lo puede explicar?
--Sí. Estando en Misiones, nos vinieron a contratar para ir a Encarnación, Paraguay. Todos teníamos pasaporte. Nos llevaron en lancha. Tenían contactos en ambas orillas. Luego, pasamos a Brasil, en Río, tomamos el avión a Japón. Todo normal, ustedes lo pueden verificar-
--Lo haremos ¿Y en Japón?
--Un día fuimos al consulado y allí leí los diarios de Argentina, me alteré. No lo podía creer. Y aquí estoy, para aclararlo.
--Tenemos varios puntos oscuros, primero: entre cornudo y asesino,
hay mucha diferencia. El primero, tiene un castigo social, relativo, el segundo, tiene un castigo penal ¿su esposo esta loco?
-- Creo que no. No sé. El matrimonio le servía de tapadera. ¡Es gay, definitivamente gay! Él provocó deliberadamente mi reacción.
--Sigo sin entender, señora. Eso no esta penado por la Ley.
--¿Usted recuerda el último párrafo de la carta al juez? Dice: “sólo la verdad me hará libre”. Ese es el meollo. Quiere los cinco minutos de trascendencia que le dará este caso; él sabe que no irá preso, porque nada hizo. Y la fama obtenida le permitirá ser como el Caburé.
--- ¿Cómo el Caburé?
--- ¡Sí! El Caburé encanta a sus victimas y luego se las come. ¡Por eso necesita ser noticia! Quiere ser conocido, para elegir a sus parejas. ¿Entiende? eso le dará cartel; si no, sólo será un cornudo más.
Se produjo un gran silencio; todos la miraron con asombro y ella concluyó – La verdad, ahora que lo pienso me asalta una duda: ¿se le habrá aflojado algún tornillo? porque no es el primero ni el último hombre gay que habrá en el mundo ¿no es cierto?

JSM

(*) Martínez es, históricamente, una localidad NEA (nivel económico alto) y algunos NEB (nivel económico bajo), quieren vivir allí para simular que tienen lo que no tienen: DINERO.

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