John V. Murra (1916-2006),
intérprete de la economía andina
carlos contreras
Pontificia Universidad Católica del Perú [email protected]
El 17 de octubre de 2006 falleció John Víctor Murra, uno de los más
brillantes investigadores de la historia y la cultura de la región andina. Su
nacionalidad de origen fue la rumana, pero radicó desde muy joven en
Estados Unidos, donde se hizo antropólogo. Como investigador, profesor
y conferencista resaltó permanentemente la creatividad y capacidad de
los pobladores andinos para aprovechar los recursos —y aun crear riqueza—
en un medio geográfico complejo, en el que la opinión ilustrada de
hoy solo ve pobreza y gentes a quienes sería necesario educar, capacitar
y ayudar para que puedan valerse por sí mismas. Murra recordaba, en
cambio, que fueron esos mismos hombres quienes desarrollaron una
cultura sumamente original, que alcanzó una densidad demográfica
elevada para el estándar del siglo XV y la envergadura de los desafíos
planteados por el territorio.
John Murra estaba retirado desde hacía algunos años en su casa de
Ithaca, en el Estado de Nueva York. Su precaria salud, resultado de sus
noventa años y de una vida siempre alineada con los perdedores de este
mundo moderno —republicanos en España, indios en América y negros
en Estados Unidos— le impedía ya viajar e investigar, como lo había
hecho a lo largo de más de medio siglo. Nacido en Odessa en 1916, pasó
su infancia en Bucarest, hasta que, siendo un adolescente, se embarcó al
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país del norte, siguiendo a un tío medio gitano que tocaba el contrabajo.
Ingresó en la Universidad de Chicago, pero poco después marchó a la
guerra civil española como soldado. En este conflicto —como él mismo
lo destacara tiempo después—, su dominio del ruso, inglés, francés y
castellano le resultó excepcionalmente útil. La derrota republicana lo
hizo volver a Estados Unidos, donde terminó los estudios de Antropología.
Tras una fase en la que se orientó a las investigaciones sobre
África, apuntó su interés hacia el área andina. En los años de la Segunda
Guerra Mundial, en el país del norte se popularizaron los estudios sobre
áreas culturales. La región andina fue identificada como una de estas, y
Murra, que ya había estado en el Ecuador en la década del cuarenta, se
alistó entre sus investigadores.
Entre los años cincuenta y ochenta publicó un conjunto de innovadores
trabajos sobre la historia de las poblaciones andinas, entre los que
se recuerdan, sobre todo, aquellos dedicados a la función política del
tejido, la organización económica y social basada en el control vertical
de pisos ecológicos, el papel de los curacas o autoridades étnicas en la
jerarquía política prehispánica y colonial, y sus semblanzas sobre una serie
de personajes (como fray Domingo de Santo Tomás y Huamán Poma)
que, proviniendo del mundo occidental o del indígena, funcionaron
como intérpretes o interlocutores de la cultura andina. Lo fascinaban
esos hombres que, en medio de sociedades duales, procuraron tender
puentes y conseguir una convivencia que no implicase asimilación.
Quizás él mismo se reconocía en ese papel.
Su ensayo sobre «El control vertical de un máximo de pisos ecológicos
en las sociedades andinas», publicado originalmente en castellano
en 1972 como parte de la edición de las Visitas de Huánuco del siglo
XVI, marcó un hito importante en la comprensión de la economía de
los campesinos andinos. Aunque algunos autores —como el geógrafo
alemán Carl Troll— habían adelantado ya décadas antes la idea de una
adaptación de la economía de los campesinos andinos al territorio rugoso
y accidentado de la región en que vivían, fue el artículo del control vertical
de Murra el que definitivamente consolidó el modelo.
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Según este, los hombres andinos accedían a distintos tipos de bienes
no por medio del comercio o del mercado, sino controlando tierras
en distintos pisos ecológicos. Las violentas oscilaciones del terreno en
la región andina hacen que en un radio de apenas cien kilómetros en
línea de aire, que es la distancia que un hombre puede recorrer a pie
en pocos días, las personas puedan tener un acceso directo a productos
de distinto temple. Pescados y mariscos del litoral, algodón y frutas de
la costa, maíz y alfalfa de la región quechua, papas y tubérculos de la
región suni, lana y animales de pastoreo de la región de la puna, y coca
y ají de la yunga podían así ser controlados por grupos humanos cuya
organización social y económica estaba diseñada, precisamente, para
asegurar dicho abastecimiento.
El patrón de asentamiento disperso, que tanto descolocó a los conquistadores
hispanos en el siglo XVI, al punto de considerarlo señal de
primitivismo y behetría; las continuas migraciones de colonos o mitimaes,
que marchaban a trabajar tierras en las alturas o en las zonas calientes;
y la dualidad en el sistema de autoridades, con su cacique de arriba y el
de abajo, pudieron entenderse entonces como la adecuación de la organización
social y política al tipo de economía autárquica desarrollado
por el modelo del control vertical.
Un sistema así requirió de una organización política fuerte, que pudiera
imponer el desplazamiento de personas —por temporadas que podían
ser largas— fuera de su lugar de residencia habitual. La verticalidad de
la organización territorial halló su complemento, así, en la verticalidad
de la organización política, al tiempo que la autoridad reemplazaba al
mercado en el papel de distribuidor de los bienes. Los derechos de los
hombres destacados a las tierras de las colonias eran preservados en el
territorio central mediante una organización social que preveía este flujo
de una parte de sus miembros.
John Murra fue más dado a escribir artículos que libros. El único
trabajo que puede ser considerado propiamente como un libro fue su
tesis doctoral, que escribió por exigencias académicas. Presentada en
1955, solo fue publicada mucho más tarde bajo el nombre de La organización
económica del Estado inca (Lima/México: Instituto de Estudios
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Peruanos/Siglo XXI Editores, 1978). Esta investigación, junto con
Formaciones económicas y políticas del mundo andino (Lima: Instituto de
Estudios Peruanos, 1975) —una compilación de artículos—, causaron
un notable impacto en los estudios sobre la región andina. De esta última
publicación, el Instituto de Estudios Peruanos y la Pontificia Universidad
Católica del Perú hicieron, en el 2002, una reedición ampliada y corregida
bajo el título de El mundo andino. Población, medio ambiente y ecología,
en la que se incorporó una docena de nuevos artículos publicados por
el autor entre 1975 y el 2000.
Un elemento novedoso en los estudios de Murra fue la interdisciplinariedad.
Con el nombre de Etnohistoria, creó un enfoque en el que se
integraban los métodos del historiador, el antropólogo y el arqueólogo.
Así, uno de sus méritos fue leer con ojos de antropólogo los documentos
y la correspondencia dejados por los funcionarios de la administración
virreinal. No se trataba de crónicas hechas para ser leídas en la posteridad,
como aquellas con las que habían trabajado los historiadores de los incas
del siglo XIX, sino de informes económicos y políticos o de encuestas
que el Estado colonial aplicaba a los indígenas para su mejor gobierno.
Entre sus fuentes predilectas estuvieron los reportes de Juan Polo de
Ondegardo, asesor del virrey Toledo y gran conocedor de la cultura y
el derecho indígenas.
El año 2000 Murra visitó por última vez el Perú. Vino a despedirse
de los muchos amigos, alumnos y colegas que había reunido aquí en su
larga vida. También de una realidad social con la que había desarrollado
un íntimo compromiso. En este sentido, fue un intelectual ejemplar.
No se limitó a investigar, en el sentido corriente de contratar asistentes
que recolectasen datos que luego él analizaría en su despacho, sino que
se preocupó por formar discípulos en las regiones en que llevaba a cabo
sus estudios y crear las instituciones donde ellos pudieran desarrollar
luego su quehacer profesional. Quizás por haber sido un inmigrante al
que le costó hacerse un sitio en la academia norteamericana sabía de la
importancia de crear espacios abiertos en los que los investigadores pudiesen
vivir de su trabajo. En países como el Perú y Bolivia debió luchar
muchísimo para que el Estado o las empresas privadas invirtiesen en el
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estudio del pasado y la realidad rural. Le gustaba porfiar en esas batallas,
y disfrutó mucho con las pequeñas victorias que significaron, por
ejemplo, llevar la primera fotocopiadora a Huánuco en los años sesenta
o que la universidad de esa ciudad publicara una de las largas encuestas
hechas en el siglo XVI a los campesinos de la región.
Generoso con su tiempo y su saber, Murra dictó cursos en la Universidad
de San Marcos a finales de los años cincuenta, y ya en los ochenta,
en el primer programa de maestría en Historia Andina de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales, en Quito. En 1964 fundó, junto
con varios de sus ex alumnos y colegas sanmarquinos, el Instituto de
Estudios Peruanos, con el objeto de que este centro reuniese a estudiosos
de la historia y la cultura andinas. Ahora que su presencia entre nosotros
ya no es física, quedan sus trabajos y su ejemplo para aprender a valorar
lo original y lo valioso que hay en la cultura de los hombres andinos, con
quienes él nos enseñó a tener un diálogo respetuoso y entre iguales.