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texto que mandó OSCAR sobre RESUMEN CAP. XXIV‏
Marcos
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11-06-2011 19:23
El Proceso de Acumulación originaria. La concepción de Marx
“La propiedad comunal era una institución germánica antigua que subsistió bajo el manto del feudalismo(…) el violento despojo de la misma, acompañado por regla general de la transformación de las tierras de labor en praderas destinadas al ganado se inicia a fines del siglo XV y prosigue durante el siglo XVI. Pero en ese entonces el proceso se efectúa como actos individuales de violencia, contra los cuales la legislación combate en vano a lo largo de 150 años. El progreso alcanzado en el siglo XVIII se revela en que la ley misma se convierte ahora en vehículo del robo perpetrado contra las tierras del pueblo. (…) La forma parlamentaria que asume la depredación es la de los ‘Bills for Inclosure of Commons’ (leyes para el cercamiento de la tierra comunal), en otras palabras, decretos mediante los cuales los terratenientes se donan a sí mismos, como propiedad privada, las tierras del pueblo”.
Carlos Marx, El Capital.

“La vieja estancia formada en campos abiertos, sin otros cercos que los obstáculos naturales, sufre profunda transformación: tras largo proceso gestatorio surge el alambrado que delimita todo su perímetro y la convierte en dominio verdaderamente privado (…) La implantación de alambrados revolucionó profundamente las costumbres.(…) los transeúntes pasan a depender del propietario, que muchas veces cierra un camino u obliga a dar grandes rodeos. Los hilos del alambrado dan también el golpe de gracia al gaucho, que finaliza inexorablemente su vida andariega y ociosa”.
Horacio Giberti, Historia económica de la Ganadería argentina.

En el capítulo XXIV de El Capital, Marx toma la idea de la acumulación originaria, aclarando desde el mismo título que no se trata de un concepto propio, sino que ha sido desarrollado previamente por autores en el campo de la Economía política. La llamada “acumulación originaria” es para Marx la clave que permite entender la génesis del capitalismo, saliendo del círculo vicioso que supone la acumulación en el marco de dicho modo de producción. En efecto, por acumulación entiende el proceso por el cual el capital genera plusvalor y se acrecienta. Pero “la acumulación del capital presupone el plusvalor, el plusvalor la producción capitalista, y ésta la preexistencia de masas de capital” , que de algún lugar debe haber salido. Aquí entra a jugar el concepto de acumulación primitiva, etapa previa a la implantación plena del modo de producción capitalista, y que no forma parte de él, sino su punto de arranque.
Marx arremete contra la idea dominante entre los economistas políticos de su tiempo, que ubicaba el origen del capitalismo en el encuentro entre una un sector emprendedor, inteligente y con recursos, y una masa de “vagos y holgazanes”, que sólo podían ofrecer su humanidad para trabajar en favor de los primeros. Es la concepción “idílica” del origen del capitalismo, que Marx se encargará de rebatir a lo largo del capítulo. “En realidad –dice- los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos” .
La formación del capital exige desde un principio lo que Marx llama “polarización del mercado de mercancías”; presupone la existencia de un grupo poseedor de los medios de producción y del dinero, que para transformarse en capital debe ponerse en contacto con otro sector, de trabajadores “libres”, desprovistos de los medios de subsistencia y obligados a vender su fuerza de trabajo a los primeros. Esta relación del capital –relación de producción- es producto de un proceso por el cual los trabajadores directos se ven privados de los medios de producción. Es la prehistoria del capital: “La llamada acumulación originaria no es, por consiguiente, más que el proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción” .
En el curso de este despojo, de esta expropiación, Marx reconoce diversos aspectos constitutivos que para el caso de Inglaterra son inseparables y confluyen en la génesis del capital, constituyendo el modelo “clásico” para el proceso: El desalojo compulsivo de los campesinos, su conversión en mano de obra libre, la transformación de la producción agraria en producción capitalista, la creación del mercado interno de consumo -al convertirse los medios de subsistencia campesina en mercancías- , la expansión externa con su secuela de saqueo, explotación y colonialismo, y el desarrollo del capitalismo industrial.
Pero la piedra basal, el fundamento del proceso, es la expropiación que le quita al productor directo el control sobre la tierra, aclarando Marx que esto reconoce etapas y aspectos diferentes según se trate de cada país, pero que sólo en Inglaterra –como decíamos más arriba- reviste su “forma clásica”. Allí, ya para fines del siglo XIV había desaparecido de hecho la servidumbre de la gleba; el modo de producción feudal se disolvía en un panorama dominado por la presencia de una masa de campesinos libres cultivando sus propias tierras, y un sector de arrendatarios trabajando en las tierras señoriales, con un grupo aún poco numeroso de asalariados agrícolas ofreciendo su fuerza de trabajo en las grandes fincas, y laborando para ellos mismos en parcelas que en ellas se les asignaba, además de hacer uso de la tierra comunal para el ganado.
Entre mediados del siglo XV y comienzos del XVI se echaron las bases del cambio hacia el nuevo modo de producción, con la “disolución de las mesnadas feudales” y la consiguiente aparición en el mercado de trabajo de una masa de proletarios libres, arrojados de sus tierras por los señores que desconocieron los contratos y usurparon las tierras comunales. Dicho de otro modo, una nueva sociedad que surge de las ruinas del antiguo modo de producción.
La Reforma eclesiástica del siglo XVI le dio un violento impulso a este proceso, con la expoliación de los bienes de la Iglesia católica, propietaria feudal a ese momento de gran parte del suelo inglés: “La supresión de los monasterios arrojó a sus moradores al proletariado. Los propios bienes eclesiásticos fueron (…) vendidos por un precio irrisorio a arrendatarios residentes urbanos que expulsaron en masa a los antiguos campesinos tributarios hereditarios (…)” . Pero más trascendente aún que la expropiación de las tierras, Marx señala como más perdurable el efecto de la destrucción de los bienes de la Iglesia como “baluarte religioso” de las antiguas relaciones de propiedad. Esto es, el decisivo papel cumplido por la Iglesia medieval en la justificación y fundamentación ideológica del feudalismo en todos sus aspectos.
A la apropiación de las tierras eclesiásticas se sumó la de las tierras fiscales, practicada en forma fraudulenta desde el propio Estado, con el acceso al poder de los burgueses a fines del siglo XVII: “La ilegal enajenación de los bienes de la Corona (…) en parte por venta y en parte por donación, constituye un capítulo escandaloso de la historia inglesa…un fraude gigantesco contra la nación”.
La propiedad comunal, herencia del régimen feudal, también sería objeto del despojo. Con la oligarquía en el poder, la legislación que protegía aquella antigua institución fue trocando en medidas que consagraban su cercamiento y su expropiación para convertir esas tierras en propiedad privada, tanto para fines productivos, como para la distracción de los grupos dominantes con la implementación de cotos de caza.
El proceso de expropiación culmina, según Marx, con el “despejamiento” de las fincas, es decir, con el desalojo liso y llano de sus ocupantes, que no tendrían de aquí en más un lugar para vivir. “La expoliación de los bienes eclesiásticos, la enajenación fraudulenta de las tierras fiscales, el robo de la propiedad comunal, la transformación usurpatoria, practicada con el terrorismo más despiadado, de la propiedad feudal y clánica en propiedad privada moderna, fueron otros tantos métodos idílicos de la acumulación originaria –sintetiza-. Esos métodos conquistaron el campo para la agricultura capitalista, incorporaron el suelo al capital y crearon para la industria urbana la necesaria oferta de un proletariado enteramente libre”.
En su “prehistoria”, el capital necesita apelar a la coacción extraeconómica para imponer sus condiciones al trabajador. Pero con el proceso de separación del productor directo de los medios de producción, también se iría separando del control de los medios de subsistencia, antes obtenidos por su propio trabajo en sus propias tierras, y en lo sucesivo convertidos en mercancías. Como tales, deben ser adquiridos por el ahora proletario, incorporando un aspecto decisivo para la lógica de funcionamiento del nuevo sistema. Esto supondría una relación de dependencia respecto al capital, que sería aceptada como “natural”: “Con la parte liberada de la población rural se liberan también, pues, sus medios alimentarios anteriores. Estos ahora se transforman en elemento material del capital variable”. Es decir, del salario del trabajador, del precio de la fuerza de trabajo convertida en mercancía, mientras que las materias primas agrícolas –que abastecen a la industria- pasan a engrosar el capital constante.
Con ello, todo el proceso de expropiación conduciría no sólo a la formación del ejército de asalariados necesarios para producir, sino que se generaría el mercado interno como parte inseparable de la realización y ampliación del capital. El capitalista agrario pasaría a vender como mercancías y en forma masiva, los medios elementales de subsistencia que antes eran consumidos de forma directa por sus propios productores.
Al mismo tiempo, la industria urbana iría destruyendo las manufacturas rurales –entre las que se destacaban las organizadas “a domicilio”- convirtiendo también al propio campo en su mercado de consumo. Es lo que Marx llama “escisión entre la manufactura y la agricultura”, indispensable para la consolidación a nivel nacional del modo capitalista de producción, conquistando para el capital industrial al mercado interno en su totalidad.
Este capitalismo industrial crecería y se consolidaría al compás del crecimiento del mercado mundial a partir de los descubrimientos geográficos desde fines del siglo XV. Dos elementos –dice Marx- trababan la conversión del capital comercial, dinerario, en capital industrial: la tenencia feudal de la tierra y el régimen corporativo que dominaba las manufacturas urbanas. De ahí que las nuevas industrias se asentaran en puntos alejados de aquellos controles, como los puertos exportadores. Y en todo esto, el saqueo y la explotación de los territorios ultramarinos por parte de las potencias europeas cumpliría un papel decisivo. Marx lo condensa en un párrafo muy conocido: “El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria”.
Factores que se sucederían, en sucesión cronológica, con España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. En esta última se combinarían, hacia fines del siglo XVII a través del sistema colonial, con la deuda pública, el sistema impositivo y el proteccionismo. Métodos que, lejos de ser pacíficos, se fundan en la utilización de una brutal violencia: “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica”.
La explotación colonial favorecería la acumulación capitalista por la enorme disponibilidad de recursos monetarios para las potencias europeas, al tiempo que las consolidaba en el dominio de la navegación y el comercio. Por el mecanismo de la deuda pública, los países más fuertes irían canalizando los excedentes generados por las metrópolis coloniales endeudadas, en el marco de la guerra comercial europea. Con ello, dicha deuda “se convierte en una de las palancas más efectivas de la acumulación originaria. Como con un toque de varita mágica, infunde virtud generadora al dinero improductivo y lo transforma en capital, sin que para ello el mismo tenga que exponerse necesariamente a las molestias y riesgos inseparables de la inversión industrial e incluso de la usuraria”.
El proteccionismo, por su parte, tendrá que ver con la intervención de los estados. Marx lo define como un “medio artificial” de generar capitalistas, esquilmando al propio pueblo fronteras adentro, o arruinando y extirpando la producción fronteras afuera, como el caso de la manufactura lanera irlandesa, o –agreguemos nosotros- la producción artesanal de la mayor parte de las regiones colonizadas, e incluso de importantes intentos de industrialización incipiente.
La existencia de la nueva mano de obra “libre” no excluirá la explotación embozada de verdaderos esclavos, como el caso de los niños en Inglaterra sometidos a durísimas condiciones de trabajo en las minas de carbón o en la industria textil, ni la desembozada utilización de esclavos negros en América, cuya comercialización a través de la trata atlántica proporcionará gigantescos recursos monetarios a determinadas ciudades-puerto europeas. Liverpool, por caso, encontrará en el comercio “triangular” de esclavos –al decir de Marx- su propio “método” de acumulación primitiva de capital. El nuevo modo de producción subsume a los anteriores y los pone a su servicio.
Redondeando, Marx sentencia: “Si el dinero, como dice Augier, ‘viene al mundo manchas de sangre en la mejilla’, el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”. Al mismo tiempo, formula un pronóstico de lo que él llama la “tendencia histórica” del capitalismo. Remitiéndose al planteo hegeliano, que define el camino dialéctico en términos de afirmación- negación- negación de la negación, Marx entiende el proceso de acumulación capitalista como la verdadera negación de la propiedad privada. De aquella donde el trabajador es dueño de sus condiciones de trabajo, el campesino es dueño de la tierra que cultiva; el artesano, dueño de sus herramientas. Este nuevo modo de producción dominante implicará la negación de aspectos como la cooperación, el control y regulación social de la relación con la naturaleza y el desarrollo libre de las fuerzas productivas.
Modo de producción que encuentra sus límites en cuanto alcanza un cierto desarrollo. El de las fuerzas productivas, trabado por las relaciones de producción. La irrupción violenta de las nuevas formas, con toda su carga de violencia y atropello, es vista por Marx como el desemboque “natural”: “esa expropiación terrible y dificultosa de las masas populares, constituye la prehistoria del capital. Comprende una serie de métodos violentos, de los cuales hemos pasado revista sólo a aquellos que hicieron época como métodos de la acumulación originaria del capital”.
Con ellos, los trabajadores se convierten en proletarios. La transformación ulterior –dice Marx- de la propiedad privada en propiedad colectiva adquiere un nuevo carácter: “El que debe ser ahora expropiado no es ya el trabajador que labora por su propia cuenta, sino el capitalista que explota a muchos trabajadores”. Es la negación de la negación: La propiedad capitalista y las relaciones de producción que impone, se convierten a su vez en trabas para el desarrollo de las fuerzas productivas: “La concentración de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan un punto en que son incompatibles con su corteza capitalista. Se la hace saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados”.

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