DEDICADO A:
Matilde Martin Ribas, de alguna manera me inspiro.
A mis insoportables jugadores de rol, por ayudarme a crear este mundo.
HERIDAS ABIERTAS
La mujer dio unos pasos adelante antes de tambalearse, y, acto seguido, caer al suelo. El frío la helaba, le llagaba hasta los huesos. Temblaba. La calle era estrecha, y para agravar más las cosas, llovía.
Acurrucada en el suelo, para darse un poco de calor, la mujer se puso una mano en el vientre y ahogo un gemido. Luego retiro la mano, roja de sangre.
La oscuridad era casi total, y las saladas lagrimas de la mujer se juntaron con la dulce agua de la lluvia.
Dulce… Por primera vez en su vida, deseo algo dulce con todo su ser. Que cruda era la agonía y que lenta….
Su sangre se juntaba con la lluvia.
De algún punto se oyeron pasos, alguien se acercaba… Y ella cerró los ojos. Pasó un tiempo que le pareció infinito hasta que una mano, calida, le acarició el cabello.
Otra mano la sujeto por debajo del brazo y la levanto con bastante soltura. Ella abrió los ojos, delante suyo se encontraba un hombre, aunque de rasgos indefinidos, pues una capucha le ocultaba el rostro. Su cabeza se poso sobre el cuello de piel de lo que parecía una grande y pesada capa negra, que se unía a la capucha. Toda su vestimenta era negra.
Una voz ronca y fría, con un deje de tristeza la sorprendió. Dijo algo pero no lo entendió. Pasaron unos segundos por los cuales la mujer notaba como su vida se escapaba lentamente, cual arena en una mano. De nuevo el hombre habló.
- Anaka…
La mujer, con un quedo susurro intento contestar, pero el hombre se le adelanto.
- ¿Que ha pasado aquí? - con un gesto de cabeza se echo para atrás la capucha.
- Nada… Tan solo es superficial.
La mirada del hombre so volvió dura. Poseía una purpúrea cicatriz en la mejilla derecha, casi sepultada por una barba incipiente, y su pelo -corto - era negro.
- ¿Superficial? Esto esta lleno de sangre… ¿Quién?
- Nadie… Fue… Un error, ¿vale? Metí la pata…
Se adentran en un portal, donde la lluvia no les molesta.
- Tienes fiebre, y estas temblando, deja que te mire esto.
Deja la mujer apoyada en uno de los lados del portal, mientras el hombre, con mano bastante experta, le observa la herida y, con un trozo de tela, le vendo la herida.
- ¿Andarás?
- Sin duda.
- Entonces vamos, tenemos que salir de aquí lo antes posible.
LA LLEGADA
Centenares de pies machacaban, al unísono, un empedrado camino. Llovia, rutina en el continente. Los hombres desfilaban por una gran ciudad hacia uno de sus extremos, su ruta por la ciudad había empezado en las gigantescas puertas de la ciudad, y parecia, tener como objetivo, el castillo que se elevava al otro lado de la ciudad.
Los hombres vestian con armaduras lijeras, echas con centenares de anillas metalicas unidas entre si. Para protegerse del frio viento, una gran capa negra. Pasos rapidos, acompañados de un repiquetear de las jabalinas.
Detrás suyo, en el espacio que separaba al hombre de la columna dos hombres avanzaban cada uno por un lado, aguantando negros estandartes.
A los lados del camino, apretujados y, casi comprimidos, se encontraban los ciudadanos de la ciudad, bastante acostumbrados, por lo que se podia leer en sus ojos, a ese tipo de desfiles.
Solo media ciudad separava la comitiva de la fortaleza.
-¡NO! - un puño golpeo el estrado. Resono en toda la habitación. Redonda. El estrado se elevava unos dos metros por encima del suelo. Oposadamense te encontraban tres filas de bancos, todos ocupados por la nobleza de la ciudad.
En el centro de la sala se mantenia derecha una mujer. Alta y delgada, de mirada fria y de ardientes cabellos rojos. Pese a su aparente debilidad poseia una notable fuerza. Su pecho, bastante pequeño, subia y bajaba a una velocidad casi de vertigo. Aún asi, su porte era orgulloso. Exalo una vez más antes de hablar.
-¡No podemos dejar que esto continue así! ¡Ellos lo saben! ¡Esta vez no van a tener piedad, y nos van a masacrar!
Un leve silencio se apodero de la sala, a espaldas de la mujer, incluso parecieron oirse risitas nerviosas y, por lo general, apagadas. El hombre que se sentaba en tribuna contesto, omitiendo esas burlas.
-Muy bien, Anaka, ¿tu crees que atacaran de nuevo? Si es así, ¿Por qué deberían hacerlo? ¿Acaso no cumpliste con el plan establecido?
La mujer enrojece, pero al hablar, no demuestra sentimiento.
-Si, lo cumpli…
-¡ENTONCES NO VENGAS CON ESTUPIDEZES! ¿SI EL SE FUE POR VOLUNTAD PROPIA PORQUE TENDRIAN QUE ACUSARNOS A NOSOTROS?
Un paso, otro, otro más… repiqueten las javalinas una y otra vez. Miradas dirigidas al frente. Sin previo aviso, y toda la columna para delante las abiertas puertas de la fortaleza.
-Entonces esta todo solucionado.
Los asistentes, sentados, empiezan a debatir en voz baja, mientras que Anaka, pensativa, agacha la cabeza.
-si no tienes nada más que objetar, puedes largarte.
-El caso es que… hubo un problema.
Se hace un silencio en la sala. Roto solo por la voz del dirigente.
-¿Cuál? ¿Acaso no traiste hasta aquí a Naaren?
El silencio se apodera de la estancia. Y la mujer, con la cabeza alzada orgullosamente contesta.
- No.
El hombre suelta una carcajada
***
-¡Anaka!
Un hombre de avanzada edad se acerca hacia ella.
CAIDA
- ¡La ---- escalera Kahe! ¡Eryn, ayudale! ¡Nog aqui!
En la estracha muralla los hombres se apiñan unos a otros, dos de ellos dejan sus armas y se acercan a una de las escaleras apoyadas contra los muros, mientras cuatro hombres armados con arcos disparan casi a ciegas hacia abajo.
Otro - de descomunales dimensiones - se acerca al que reparte ordenes a derecho y siniestro, vestido de negro absoluto, con una pesada capa negra unida a una capucha que le oculta el rostro. Colgando en la espalda hay un pesado mandoble.
El gigante, cuya gran figura se ve reforzada por una armadura completa se para a su lado.
- Ordena.
El hombre señala hacia los dos hombre, que a patadas, intentan echar una escalera al suelo. De repente, un hombre llega arriba, más de una patada le echan abajo.
- Consigue algunas varas o algo para empujar las escaleras, ¡YA!
Con un gesto afirmativo de cabeza el hombre se marcha, haciendo señas a dos tropas de repuesto a que le sigan.
- ¡SEPTHA!
Un hombre vestido con una armadura similar a la del gigante aparece por la puerta de una torre, como el encapuchado, tambien lleva la misma capa negra, más sin capucha. Los dos hombres se acercan, empujando a las tropas que intentan, por todos los medios, que nadie suba por las murallas.
- ¿Yrwe Ghyez?
- Septha, quiero todas tus tropas de repuesto disponibles a la puerta ¡YA!
El encapuchado asiente con la cabeza, mientras que el hombre se vuelve por donde llegó desenfundando una espada larga.
- ¡Yrwez! Todas las tropas de refuerzos a la puerta ¡YA!
En ese momento Nog y otros dos hombres llegan con varios palos, con una largaria de dos o tres metros y empiezan a repartirlos a los que intentan echar las escaleras al suelo.
Siempre hay un principio...
Luna roja, señal de sangre. Silencio, malos presagios para las gentes de la luz si vienen juntos.
Perfecto ambiente para sus enemigos.
Susurros en la oscuridad, suaves pasos entre callejuelas. Ocho figuras. Seis hombres, dos mujeres. todos andan por las estrechas calles. De pronto canvian su camino y desembocan en una gran calle. Aquí hay luz, pesadas teas iluminan a trozas la calle. Las figuras revelan sus rostros, excepto la que les conduce de manera furtiva en medio de la oscuridad.
Andan en fila, en silencio.
El primero viste de negro, una gran capa negra vuela destras de él, unida a ella y ocultando el rostro una capucha. Su visión se asemeja a la de una sombra. En el cinto lleva un largo cuchillo, en la espalda, abultando debajo la capa, una gran espada. Su presencia aterroriza.
La segunda es una mujer. Alta, aunque no tanto como la figura de delante. Su cabello es rojo, suavemente ondulado. Encima de una lijera túnica negra, cubriéndola, ay una pesada túnica de pieles. En su mano lleva una vara de madera. Es bella, y destila poder. Su presencia impacta.
Después de esos vienen cinco hombres, todos portan pesadas armaduras, son altos, mas que su guia, las armaduras son negras i en las hombreras naces incontables púas. Sus cascos se adornan con cuernos. Tres aguntan pesadas hachas tan grandes como ellos, los otros dos empuñaban espadas tan grandes como la de la primera figura, a una mano, i en la otra agarraban pesados escudos paveses. Poseían una fuerza increíble, una persona normal no pudiera haber llevado ambas armas.
La segunda - i ultima - mujer, vestía igual que sus compañeros blindados, a diferencia del casco, pues no llevaba. Su cabello es negro, como la noche que ronda alrededor de las teas.
La calle sube, arriba ai una gran torre. Ese es su objetivo.
Una patrulla les detiene. Son dos guardias fuertes pero asustados. Al ver las armas y armaduras del grupo se apartan. No desean problemas esa noche, ellos no han visto nada.
Por fin llegan delante la gran puerta de la torre, es de madera noble, roble, seguramente. El encapuchado golpea la puerta.
Se oyen debiles pasos detras de ella. Una portezuela se abre. Sale un hombre bajito, lleva la misma tunica que la mujer del grupo. El pequeño parece aterrorizado. Intenta cerrar la puerta, pero antes el encapuchado pega una patada en ella. Esta se abre violentamente.
El canijo se queda en el suelo.
El encapuchado y la mujer entran y abren la puerta a los blindados. Ellos no caben por la portezuela. Luego la puerta se vuelve a cerrar lentamente.
Se hace el silencio en la sala. Se han agrupado varias personas. Todas ellas con tunica. Perdura el silencio. Dura una eternidad.
Al final el uno de los de la tunica habla, es alto i viejo, infunde respeto.
- Que os trae por aqui, Septha? - su voz es grave - No veo razon que os pueda conducir aqui, a la casa de la diosa.
A fuera empieza a llover.
- Lo sabes, Anagroom, tus sucios tratos me molestan, i no estoy dispuesto a aguantarlos.
El hombre se encoleriza i grita:
- Cuida tu legua Septha, bien harias!
Silencio.
Septha desembaina la gran espada. La hoja brilla con la tenue luz de las incontables velas, tiene aun manchas de sangre seca. Los hombres dan un paso hacia atras, los acompañantes del encapuchado tambien sacan las armas. Anaka se queda inmovil.
- Estas pidiendo una afrenta, Septha? - pregunta uno de los viejos con la cara roja de ira - Sabes que tenemos el favor de las mas poderosas familias del Norte.
El encapuchado da unos pasos hacia adelante. Aguanta la espada con una mano.
- ¡Yo pedir una afrenta! - grita Septha, aun con la cara oculta bajo la capucha - Creo que eres mas estupido de lo que crei, Anagroo., ¿A que crees que juegas? Quizà creas que no se de tus sucios tratos con las familias del Sur. ¡Pareces ya un perro Theda, mas que el servidor de la Diosa que dices ser!
Se hace el silenci de nuevo.
La estancia es redonda, grandes estanterias de madera negra esconden las paredes, i grandes velones iluminan la estancia. Hay una escalera al fondo, que sube a las plantas de la torre. Esta todo bastante oscuro.
Septha da un paso hacia adelante, y un relampago sale de la mano de uno de los portadores de tunica. Anaka mueve el brazo violentamente y el rayo se desvanece.
Los acompañantes acorazados esprintaron de golpe hacia los otros, Septha decapitó a uno i pego una patada al cuerpo antes de que cayera. Seguidamente agarro a Anagroom i le echo contra una de las estanterias.
Masacraron a todos los ancianos en segundos, las hachas de los acorazados les partian como si fueran de aire.
Anaka se quedo quieta, contraarestando todo lo que los ancianos intentaban invocar.
Solo se respira muerte i sangre.
Solo se oye a Septha enfundando su espada, y, de fondo, los guerreros hablado su roco idioma.
Solo se ven sangre i cadaveres.
Un golpe en la puerta hace que todos se giren a la vez. Este se repite dos veces más, i la puerta cede ante quince guardias. Los guerreros de Septha dan un paso atras, hasta colocarse en linea.
La mujer se queda atras, y Septha llega hasta el medio de la formación. Los guerreros le abren un espacio en el medio. El saca de nuevo su espada, su rostro aun se esconde en las tinieblas.
Nadie da un paso. Los aparecidos se muestran indecisos, los otros, inmoviles seguros de si mismo, y esperando la muerte.
Al final los guardias, - que visten de azul - se avalanzan ante el muro de acero que muestran sus enemigos. Solo consiguen quedarse muertos unos pasos delante del muro. Solo queda uno, delante de Septha.
Los dos se miran, el encapuchado ve a una presa, la presa ve a la muerte.
Le agarra por al cabeza, mientras enfunda la espada con una mano. Los desorbitados ojos de terror del hombre se abren aun más, asta convertir su cara en una irreal mueca. En ese punto el encapuchado le echa contra el suelo, i su voz - ahora inflexible - grita:
- En marcha, - calla un momento y prosigue segundos después - y chafad a este gusano!
Todos le obedecen i salen rapidamente por la destruida puerta. Anaka se coloca en su lado silenciosamente. Los seis acompañantes pasan por encima del asustado guarda, pegando un fuerte pisoton en la caja toracica del hombre.
Vuelven a andar en la oscuridad, siguiendo un camino diferente, esquivando las patrullas y apagando las antorchas que encuentran a us paso.
Rato después llegan hasta una pequeña puerta de roble ennegrecida. A un lado hay un cartel, donde se lee en runico: Dragon Bebido. Entran rapido a la pequeña posada. Es oscura, y hay cinco mesas, todas llenas de gente. El ambiente es calido i acojedor. Despues de una corta ojeada Septha se dirige hacia una mesa donde hay sentados un grupo de hombres que llevan las mismas armaduras que los guerreros de Septha. Se sientan con ellos, en cuanto unos han ido a buscar varias sillas de resisitente madera. Septha y Anaka se sientan delante de un hombre joven, con la cara plagada de marcas de cicatrices. Su pelo es largo y negro. Su complexión, más ancha incluso que los otros.
El saluda primero, los otros dos, despues. Septha, habla primero.
- Gracias por los Coraza, Nog, sin ellos no habriamos exterminado a esos asquerosos traidores.
El mencionado asiente con la cabeza. Luego da un trago de cerbeza.
- Pero despues de esto no creo que la ciudad sea segura para nosotros, no nos atacaran directamente, pero nos joderan bastante.
Ahora la mujer habla.
- Nosotros pensabamos ir al refugio Runa, que ademas viene a ser propiedad nuestra. Podrias venir con tus Corazas. Es terreno seguro, admemás, - agrega con voz àcida - llegar es dificil para los inexpertos guerreros, pues la nieve y el hielo són implacables.
- Si, - añade Nog con voz lenta - creo que será mejor que vengamos - esto en tres dias se convertira en una batalla.
- Tienes razón - dice la mujer - estareis más seguros alli, traete a los Coraza Sangrienta, los Runa destinamos mucho dinero a ellos, y es una lastima perderlos.
Nog asiente lentamente, el es su comandante, el es el padre de aquellos guerreros, esta ligado a ellos. Su estima por la escuadra es mayor que su vida, no aceptara perder a uno, y no aceptará sobrevivir sin ellos.
- Entonces mañana nos vamos, no quiero que quede una sola Coraza en la ciudad.
- Eso sera facil, respone el hombre, todos los que hay estan aqui.
En la mesa hay veinte en total. Aunque no llevan el casco, y sus cabezas son humanas, tienen una aura inhumana, ayudada por la pesada armadura de pinchos negra. Septha les echa una ojeada bajo las sombras. Puede notar en su piel a la muerte, que rodea a esos hombre, una sensacion ante la que muchos no podrian estar. Manchas de sangre i barro estan por todos lados, como si fueran un camuflaje grotesco. Nog vuelve a hablar.
- Y la nisaga Olskaar acaba de empezar a construir un templo Theda en su territorio.
Septha le mira, buscando en la expresion del hombre algun indicio de broma. Nada.
- No miento, hace tres meses que perdimos la comunicación con ellos, y decidimos enviar mensajeros. Ninguno volvió, asi que formamos un grupo de montaraces i nos dirigimos hacia su territorio. Alli la vimos.
- Los mensageros?
- Muertos.
Septha bebe un trago de cerveza. Anoka esta hablando con la posadera, se conocen desde su infancia. Luego mira a Nog.
- I donde les vamos a dar sepultura a esos traidores?
Nog y el se rien.
Solo un muerto desea la guera.
El pequeño grupo sale por una puerta lateral de la muralla. El dia es frio, como siempre, y la niebla lo cubre todo, dando paso a una imagen sepulcral sin movimiento ni ruido aparte del andar y de la apagada conversación que llevan a termino. Andan por un pequeño camino de montaña, en dirección a una sierra - que se albira en el horizonte entre la niebla unos segundos - toda cubierta de blanca nieve. En la parte frontal del grupo andan Septha y Anaka. Detras las negras figuras de los acorazados les siguen. En seguida se adentran en el bosque colindante de la ciudad, aqui la visibilidad es casi nula, pero el grupo esta acostumbrado a ella, aqui el Norte siempre es asi.
Lento transurre el dia, no hay paradas de descanso, no se come ni se bebe, la marcha es imparable, y lo unico que les mantiene en pie es su orgullo. Solo cuando se hace la noche paran en el borde de un acantilado, en el pico de una verde montaña. Solo en ese momento se permiten descansar y alegrar el ambiente. La conversación dura unas horas, luego, extenuados, se achan a dormir.
Tranquila pasa la noche, y como ella, los tres dias siguientes. Al quinto dia entran en un pueblo, una extraña aura de calma se apodera de ellos, no pian los pajaros, solo un apagado martilleo. Todos observan, intranquilos, su alrededor.
Una plaza, con un pozo en el medio. La calma se precede por tensión, un gran ruido les hace girar rapidamente, los más rapidos con el arma en la mano. Un grupo de cuerbos se eleva graznando. Se pierden de vista a causa de la niebla, pero sus estridentes graznidos se continuan oyendo, apagados. Diez de los guerreros han sacado sus escudos i se han puesto en redonda, cubriendo a los otros. Todos sospechan algo, notan furtivas miradas encima suyo, una sensación de peligro. Anaka se acerca a Septha.
- Ignoro que ha pasado aqui, - dice ella con voz suave, mientras el rojo cabello vuela tras sus espaldas - pero deberiamos alejarnos rapidamente, lo que haya pasado aqui ya a pasado.
Uno de los guerreros con hacha se dirige hacia Anaka:
- Crees que han sido espiritus de la niebla?
- Lo dudo mucho, no son agresivos... casi nunca.
Un sollozo cruza el aire, i todos callan.
- ¿Lo habeis oido? - pregunta una guerrera - cro que proviene de alli...
Señala una casa, y Septha da unos pasos hacia ella antes de desenvainar una daga. Alza una mano, indicando que los otros se queded alli. Entonces abre cuidadosamente la puerta y entra en su interior.
La oscuridad es casi total, alli no hay luz pues las ventanas estan tapiadas con maderos. La silueta de una escalera se recorta en un rincón. Alli es donde se dirige.
Mientras, Nog, envia dos hombres a recorrer el pueblo.
Pasa el tiempo, y al final Septha sale de la casa, lleva en manos una niña, de 8 años aproximadamente. Esta cubierta por una piel y tiembla de frio. Enseguida Anaka la recoje arguyendo que ella la tratara mejor.
Unos minutos despues la patrulla vuelve, no hay signo de vida alguno. Se ponen en marcha en segundos, dirigiendose hacia las montañas del horizonte. Detras suyo, Nog va quemando las casas con una tea. El silencio vuelve a apoderarse de ellos. Anaka deja la niña a Ymbol, uno de los veteranos, para que porte la niña.
Mientras haya sol, habrá luna, reza un antiguo dicho Runa. Y esta llegó presta despues de que el gran astro se escondiera. Y, en medio de un helado prado descansa el grupo, alrededor de una fogata. Solo falta uno, Septha. En el ambiente les roncas voces de los guerreros son el unico ruido del ambiente. Anaka calla. Su frio rostro esta ahora cansado. Todos ellos estan acurrucados en grandes mantas, pero sin quitarse la armadura.
Anaka se alza. Silenciosa y fria. Empieza a andar, -bajo la atente mirada de la niña- hacia unas escarpadas rocas que sobresalen en el hielo como macabras espinas. Sentado en una de ellas se encuentra Septha, con su capa ondeando con el frio viento. Lentemente ella sube hasta donde se encuentra él y le abraza por detras.
- Recuerdas la noche en que llegue al Refugio? Desde ese dia un solo sueño viene conmigo todas las noches, una puerta con cadaveres en el suelo, despues de pasar por encima abro la puerta, i me encuentro con un colgado que se rie de mi. En ese punto me despierto.
- ¿Y porque no lo dijiste antes?
- ¿Acaso os he dicho nunca nada? Siento decirte no sabeis nada de mi.
- Porque a veces es mejor no saber la verdad. Y, creeme, esta vez hay un buen motivo, pero en fin, todos tenemos defectos.
La mujer se coloca a su lado. Una flauta se hace oir desde el campamento.
- Y eso? - pregunta Septha.
- La niña, supongo. Ninguno de nosotros sabe tocar la flauta o no lo ha dicho, cosa que tampoco creo...
Entonces Septha se gira i pone su mano en la panza de la mujer.
- Como estas?
- Se puede decir que bien, faltan solo unos meses...
Amanecer. Frio y nublado. Silencioso.
Todos se apretujan en torno a la hoguera, y dos acorazados protegen la niña del frio con sus raidas i sucias capas negras. Sin miramentos el encapuchado se levanta en medio de la ventisca. Al acto, sin discussiones, todos se levantan, solo los ojos de la niña parecen protestar unos segundos, pero acto seguido se apretuja contra el pecho de su portador.
De uno a otro la visibilidad casi es nula, solo oscuras siluetas indican la localización del compañero de enfrente, de nuevo vuelven a formar la silenciosa y oscura marcha.
Apenas pasan unos segundos que la timida y suave melodia de la flauta se alza sobre sus cabezas, y aunque para ellos no existen los animos, todos aceptan de grado, y en silencio, la melodia, que les calienta y reconforta los corazones como qualquiera de las bebidas más fuertes.
Y siguien tres semanas de helada monotonia, hasta que una tarde en la que, milagrosamente no nieva, divisan una pequeña construcción adherida en una montaña, negros estandartes cuelgan de los muros de helada piedra, y se mecen al compás de un caprichoso viento.
Al llegar a los pies del edificio Septhak se para unos instantes y eleva su mirada hacia el cielo. A su mente llegan recuerdos de hace apenas uno o dos años... Su primera llegada al refugio... Su padre... Su madre moribunda... Mueve la cabeza suavemente de un lado a otro, intentando con un gesto inutil alejar esos pensamientos. Acto seguido, como si su pequeño ritual hubiese funcionado, entra por la puerta. Es cuando baja la cabeza en el momento que se fija que diez hombres se dirigen hacia ellos, todos recubiertos de armaduras pesadas que, todo y su tamaño, no superan a las de los acompañantes de Septha. Todos ellos portan una larga capa verde y – excepto el que anda en el medio y que se identifica claramente como lider – un casco que les oculta el rostro.
El del medio es un hombre de mediana edad, con la cara plagada de cicatrices y la nariz rota, cosa que lo identifica como a un veterano. Cuando los dos grupos se encaran se produce un grave silencio.
Septha, desde la oscuridad de su capucha, observa las ventanas del edificio, en todas ellas aparecen otros hermanos Runa, silenciosos y con semblante preocupado, algunos de ellos, conocidos de Septha le saludan brevemente.
Las capas ondean ante el suave, pero frio, viento. Anaka siente un ligero escalofrio y se apretuja más contra su capa. Lentamente Septha de un paso al frente, con el rostro oculto y dejando caer su equipaje – una mochila – al suelo.
- Septha... Verdad? Te andamos buscando, muchacho.
- El mismo... Y en persona. Pero dejame preguntar que os trae por aquí.
La mirada del hombre rebosa ira, y el encapuchado continua esperando, con parsimonia. Un momento lleva su enguantada mano hasta el mango de su hacha, pero la retira lentamente, con los ojos cerrados.
- Acaso te burlas de mi?
- De ninguna manera, Artyn, solo pasa que no se de que me estas hablando.
Los dos hombres callan, el llamado Artyn enrojece de ira, y los guerreros de los dos bandos desenfundan las armas.
Septha alza el brazo justo en el momento que sus hombres empiezan a dar el paso. Insantaniamente paran y vuelven a mentenerse firmes. Los capas verdes tambien se paran.
- Sabes perfectamente de que te hablo, Septha – Artyn se calla unos segundos y su semblante se torna blanco como el papel –, tu has asesinado a mi hermano Septha, eso es lo único que eres, un asesino. Y por esa razón no me sorprende que con solo dieziseis años estes ya comandando un grupo de Berserkers Runa.
- ¿De acuerdo, y eso significa? ¡Si! Lo reconozco, e asesinado a tu hermano y a tanta gente que perdi la cuenta, lo acepto, pero... ¿Quieres decir que tu no me superas? ¿Acaso no fuiste tu el comandante de la Batalla de los tres Puentes? Que yo sepa es la que más rumores tiene.
Sin aviso Artyn se abalanza daga en mano sobre Septha, y le asesta una puñalada en la pierna. Los guerreros dan dos pasos la frente, pero la mano de Septha, que se alza lastimosamente, pero con energia, les frena.
-Si muchacho, yo era el comandante de esa batalla, pero... - su voz tomo un tono asqueado - Aquí todos somos soldados, somos asesinos, ladrones y mercenarios. No tenemos conciencia, pues solo seria una carga innecesaria. Somos una plaga, y hasta que no nos erradiquen no cejaremos de destruir.
Anaka se acerca hacia Septha y, agarrandolo por la espalda le ayuda a levantarse penosamente. Y una mano agarra el hombro de Artyn, que rapidamente se gira.
Detras del guerrero se situa un hombre de notable edad, tambien de complexión ancha, pero que viste una gran abrigo de pieles, y en su cinto una espada larga.
-Atryn... No me gusta que nadie se mate dentro de mi castillo si no es por una buena causa.
Dicho esto el viejo aparta a Artyn del medio y se dirige a Septha.
-Como esta la herida?
-Bien, no pasa nada, solo es... algo superficial.
Realmente todos saben que miente, pero la palabra de un Runa es la verdad, y se la tiene que creer cueste lo que cueste.
-De acuerdo, Septha, y vuestro objetivo?
-Cumplido, ¡pero... joder podias avisar que tenia que asesinar al hermano de Artyn!
El viejo se gira y se aleja lentamente, recostado en un viejo bastón de madera. A medio camino se para y con voz susurrante dice:
-Tampoco te habria interesado, Septha, y lo sabes.
Al aludido, en la impenetrable oscuridad otorgada por la capucha, se le escapa una mirada de pena, y en su interior arde el odio hacia si mismo. Sin contestar se levanta apoyandose en Anaka y se dirige hacia una puerta lateral, mientras Artyn proclama a gritos maldiciones contra los Runa.
***
Septha abre los ojos lentamente, le duele terriblemente la pierna, pero lo qu le preocupa más es un vago presentimiento de desgracia que ha logrado conquistar su pensamiento. Y con solo quince años no puede sospechar aun gran cosa. Al mirar su pierna descubre a Anaka revisando su vendaje. Con un hosco gesto intenta cojerle el brazo, pero ella se huye.
-Vas a tener que descansar Septha, la herida era más grave de lo que parecia. - Dicho esto Septha vuelve a tumbarse y Anaka prosigue hablando – Septha... tenemos verdaderamente problemas...
-¿Que pasa? - casi grita el hombre.
-Hemos... sido exiliados.
El silencio se apodera de la estancia, y es entonces quando Septha oye los pasos sobre la fria piedra, pasos lentos y con aire triste, pasos que conducen al camino del olvido.
-¿Todos? - la voz de Septha parece un simple murmullo.
Anaka asiente.
-Hoy tenemos que abandonar el catillo.
-Ahora entiendo porque me hirió en la pierna, el sabe que no puedo cruzar el Hyle asi, ya me pareció raro que se vengara asi, pero ahora veo su plan real, matarme lentamente y sin honor. - en este punto se para unos segundos, y con voz firme pero triste continua - No puedes quedarte Anaka, tu tienes que irte. Salvate.
-No. - Es la simple respuesta de la mujer.
-Es una orden Anaka, no es un ruego.
Lentamente la mujer deja ir la pierna de Septha, abre la pesada puerta de la habitación y desaparece de la vista de Septha.
El vuelve a cerrar los ojos, pero unos momentos despues lo abre de nuevo, en sentir unos suaves pasos y una pequeña – y suave – mano que agarra la suya.
Delante suyo aparece el rostro tierno e infantil de la niña encontrada.
La niña tira de su mano, sin resultado alguno, el hombre permanece inmovil. Mira a la cara del hombre, por primera vez libre de la oscuridad de la capucha, los ojos de este se mantienen abiertos, pero con la mirada perdida. Cada cierto tiempo murmura palabras que ella no logra comprender, pues són de lenguajes desconocidos para ella.
Desamparada se sienta en el suelo, apretujando contra si – en un intento de mantener su calor corporal en la fria estancia – la capa que le dió uno de los Runa.
Su infantil mente no le sirve para escapar del castillo, ahora vacio y desolado. Lentamente cierra sus grandes y verdes ojos, hasta que una gran y aspera mano roza el hombro de la niña, que, asustada, se alza veloz, para encontrarse a Septha – encapuchado de nuevo – de caras a ella.
Vuelve a llevar el mandoble en su espalda, y un zurrón colgando de un lado. En el pecho, encima de su cota de cuero negra, se le cruza negras cadenas que aguantan la funda del mandoble y a un extraño collar.
Le tiende una enguantada mano y susurra:
-Levanta, nos vamos. – al ver que la niña sonrie levemente añade –. Ahora, empieza por hablar y dime tu nombre.
La niña mira a un lado y a otro, como si temiera que alguien la viese, y por primera vez abre su boca para murmurar su nombre, con tal apagada voz, que Septha tiene que prestar toda su atención para oir sus palabras.
-Arla.
El se levanta, mientras un acompasado ruido de pasos – amortiguados por el barro – se hace cada vez mas claro. En la niña aparece una mirada de terror, que desconcierta a Septha, que por primera vez se pregunta. ¿Que le ha pasado a la niña?
Rapidamente aleja ese pensamiento de su mente cuando oye que el ruido de las pisadas disminuye.
Una voz acompaña a gritos la marcha, y en la mente de Septha aparece un nombre: Artyn.
-Ahora escucha, Arla, estamos solos, y yo tengo la movilidad reducida por el bastardo de Artyn, asi que... ¿Sabes cocinar?
La niña asiente, pero con una mirada que hace dudar.
-Nada de eso. Responde con la voz – comenta mientras se baja la capucha –. Tendremos faena, i no quiero estar con otro muerto, no con más...
-De acuerdo, Seta.
-¿Como? - el hombre se alza, con media sonrisa que le aflora en los labios.
-¿No te llamabas Seta?
-Diosa... – murmura el hombre, más para si que para la niña –, mi nombre es... Septha, o más bien dicho, Arudase Ikemmer Septha're Novole Daos Yrade Yth Seryya.
-¿Tan largo? No habia oido nunca a este clan. ¿Esta en la frontera?
-No, Arla, este clan solo esta en mi memoria, solo es un recuerdo que quiero olvidar.
Despues de estas palabras se gira, dando a entender que la conversación se acabó, y abre la puerta cuidadosamente. Y despues de una rapida ojeada, sale al patio aguantandose contra la pared, la niña, unos palmos más baja, le intenta ayudar, pero el la rechaza.
Una suava nieve empieza a caer del cielo.
-Lleguemos a las salas principales cuanto antes possible, alli hay los almacenes, con ellos podremos sobrevivir hasta que me recupere, si no los han quemado antes...
Te levantaste para volver a morir.
Tres años despues.
-¿Urz, ves lo que veo?
-No. - responde el apelado.
-Yo si Ibe, pero Urz a perdido mucha vista. - dice un tercero.
-Tienes razón, Ore. -responde el primero.
-¿Me explicareis que esta pasando? Es de noche, y no veo casi nada, solo algunas sombras. - Pregunta Urz.
-Dos sombras que andan hacia aquí. - cuenta Ibe.
-Dos humanos, Ibe. - aclara Ore
-¿I vienen hacia aquí?- pregunta Urz - ¿Seguro?
-¿Acaso hay otro camino? - pregunta Ibe en tono burlesco.
-Hace demasiado que somos viejos, Ibe, no podemos correr, ni andar apenas. Solo nos queda sentarnos a esperar en esta banco, observando...
Las sombras se encaran a los tres viejos. Són una niña i un encapuchado. El hombre ignora los gestos de saludo y pregunta directamente:
-Donde vive el propietario de estas tierras, o id al grano i decid si alguien vende una casa.
Los tres ancianos sueltan varias apagadas risas. Y el llamado Ibe responde.
-¿Quereis vivir aquí realmente? Mirad bien el pueblo, esto esta en la frontera.
-No has respondido.
-De acuerdo, extraño, hace dos semanas murió un compañero, tenia ya cincuenta años, y...
-¿Puedo conseguir la vivienda? No me importa en absoluto su estupida muerte.
-¿Conseguir la casa? Mientras tengas oro... Sera facil, muchacho.
-Entonces me la quedos, indicame donde esta el alcalde.
-Pregunta en la taverna, en esa hora generalmente esta por allí, – comenta Ibe – ahora dejanos en paz extranjero.
El hombre se gira, y la niña de unos once años les dirije una inquisitiva mirada, despues sigue al encapuchado.
-Extraño personaje. - comenta Urz.
El duo llega en escasos segundos a la plaza, rodeada de miserables edificios i establos, de uno de ellos – viviblemente más grande – se oyen gritos y algunas notas dispersas de música. Sin parar-se un segundo se dirigen hacia la puerta del edificio.
Dentro, el edificio esta lleno de gente por todas partes y varias camareras se apresuran para servir lo que a gritos piden los huestes. Solo una mesa continua vacia, en un rincón, solo con un gran orco tomandose una cerveza. Sin plantear el peligro, el encapuchado se sienta de caras al orco.
-¿Que ---- haces humano? - escupe el bicho, dos palmos más alto que Septha.
-Me siento. Y quiero los mismos problemas que tu, asi que calla.
-Imbecil. ¿Esque no has tratado nunca con uno de los mios?
-Más veces de lo que crees, incluso te puedo decir que eres del Clan Altas Piedras.
-Eso puede saberlo cualquiera, estupido – la voz del orco cada vez se muestra más cabreada –. Asi que callate.
En ese momento llega Arla, tirando de las roidas faldas de una camarera sin piedad, pues la chica se muestra bastante intimidada por la criatura, es casi esqueletica, y lleva el cabello atado con una trenza. Su voz es timida.
-Dos cervezas – aclara el encapuchado –. ¿O quieres otra cosa, Arla?
La chica niega con la cabeza y resta sentada en silencio.
-Humano, me estas cansando.
-Y tu a mi. ¿Esque no nos puedes dejar en paz?
El orco apoya el codo en la mesa, mostrandole la mano, y algunos curiosos han rodeado la mesa. Septha hace el mismo gesto y agarra la mano del orco, alguien coloca dos pequeñas velas justo en el lugar de caida de la mano derrotada.
-Aguanta lo suficiente, humano.
-Tranquilo, lo haré. - y dicho esto Septha empieza el duelo por sorpresa.
Rapidamente la criatura reacciona y vuelve a ganar terreno, el humano aguanta varios segundos, pero luego – lentamente, ante la cara de sorpresa del orco – empieza a retroceder, y al final su mano cae pesadamente sobre la vela, que le produce una ligera quemada.
-Te puedes quemar, Indecente – en la voz de la criatura se muestra un atisbo de burla –.
-Como digas, tampoco el la primera vez que pierdo...
Ante la afirmación de derrota de Septha los curiosos se van murmurando.
-¿Dedonde vienes? Tu has luchado antes, humano.
-Del Norte, mi nombre es Septha.
-¿Más alla de los Almads?
-Del fin del mundo, pero no creo que tu vayas a denunciarme.
-¿Runa? - su voz es casi imperceptible.
Septha afirma con la cabeza, movimiento que se convierte en un lijero movimiento de la capucha.
-Te has metido en la boca del lobo.
-Pues mejor, no conozco lobo alguno que vigile lu boca, de todas maneras, tu tampoco estas exento de culpas según los Inquisidores.
-El alcalde me da una buena protección a canvio de algun servicio.
-A ese busco yo, quiero aduañarme de una casa – dos cervezas golpean la mesa, interumpiendo al humano, que saca una pesada moneda de plata y se la echa en manos de la atónita camarera –... No te hagas ilusiones, chica, con esto viene incluida una noche, supongo – mientras se gira la chica muestra una pequeña sonrisa –. Bueno. ¿Pues donde esta al alcalde?
-Hoy esta en su casa, se encuentra algo mal. ¿Y le has pagado una de Plata? ¡Pero si no es nada del otro mundo!
Su mirada se posa con suavidad encima del pequeño pueblo situado entre montañas. Viste una roida tunica negra llena de fango, y el cabello suelto y deseordenado.
Aspira suavemente y cierra los ojos. ¿Cuanto tiempo lleva vagando sola?
Rapidamente saca esta pregunta de su cabeza. A sus pies esta – tirada sin el menor aprecio – una vieja mochila. Lentamente ella la agarra, y, suavemente, se la coloca. Su cabeza es un caos de pensamientos, y entre ellos, destaca Septha.
Sin la menor prisa, Anaka empieza a bajar hacia el pueblo por una enfangada carretera a su lado, los demacrados aldeanos se desviven por sus campos, y cada unos metros, un guardia apenas armado vigila a los trabajadores.
Absorta en el desmoralizador paisaje, la mujer no oye el atronador galope de un caballo hasta que pasa por su lado – casi atropellandola – encima va un hombre enfundado, en comparación por los inexpertos vigilantes, la armadura de un rey.
Por desgracia, la vida de Anaka, aunque corta, le ha proporcionado bastante experiencia.
Pero igualmente, un hombre de tal rango en esa perdida aldea solo da una conclusion a Anaka. ¿O quizá es que se obsesiona demasiado?
De todas las maneras, accelera el paso. El caballo acaba de entrar en el pueblo.
Unos minutos despues la mujer tambien entra en el pueblo, sin querer ha ido accelerendo la marcha, hasta el punto de emprender una pequeña carrerilla.
Ante sus ojos aparece una plaza, de pequeñas dimensiones, donde, en uno de los extremos, siete hombres, encabezados por el jinete aporrean una puerta.
Al no contestar nadie todos ellos se tiran atrás.
Uno de ellos toma carrerilla y cae al suelo con una flecha que le atraviesa la cabeza. Un espeso charco de sangre y barro empieza a formarse rapidamente.
Todos alzan la vista hacia el tejado de la choza, situado a dos metros del suelo, desde donde Septha esta colocando otra flecha en un arco. Todos ellos corren a cubrirse en cualquier sitio, excepto el jinete, que agarra un pesado escudo pavés con una mano, mientras que desenfunda un hacha con el otra.
Septha tira el arco y salta del tejado desenfundando su mandoble.
La mujer, por su parte, deja la mochila y empieza a buscar algo dentro freneticamente, hasta sacar una ballesta de mano y tres proyectiles. Cargando uno, esprinta hacia una esquina, desde donde ve que Septha murmura algo al jinete, que a la vez le contesta. Desde su posicion, le es imposible oir nada, asi que se centra en apuntar a un guardia que esta montando un arco.
Rapidamente apunta al cuello del hombre y pulsa el resorte del arma. La flecha, pero, se desvia en su trayectoria y da en el brazo del hombre, que aulla de dolor. Rapidamente empieza a cargar el segundo virote, mientras echa una rapida ojeada a Septha.
Septha descarga sobre el escudo del jinete pesados golpes de mandoble, ante los que el otro se ve obligado a recular. Solo de vez en cuando es capaz de lanzar un ataque a Septha, pero su hacha se queda corta y no logra alcanzar a su contrincante. En poco tiempo el escudo cruje, y ante el siguiente golpe se parte por la mitad, y el mandoble corta el brazo al jinete, que grita de dolor, y, en un momento de rabia, se avalanza sobre Septha, que da varios pasos hacia atrás. de golpe el hombre se para.
Sus ojos transmiten un dolor sobrehumano, y a la vez una gran ira. En el cuello se dibuja una roja linea de sangre.
Septha, con un gesto rapido le agarra y le obliga a postrarse, ante lo cual le rompe la manibula de un puñetazo. En su interior, Septha, siente un lijero regocijo que es interrumpido por la voz de Anaka.
-Tarde, Septha, ese ha sido mio – la voz contiene un tono lijeramente divertido –.
-¿Anaka? ¿Que haces tu aquí?
-Por lo que parece, salvarte el pellejo.
-Venga vamonos, esto es otro pueblo en mi lista negra. - despues de estas palabras grita - ¡ARLA!
Y una chica aparece por la puerta, Anaka frunce el entrecejo, para ella, le es lijeramente familiar, aunque no sabe de que. Lentamente le viene a la cabeza el dia en que encontraron a una niña...
-¿Y esta? - preguntan las dos a la vez.
Septha rapidamente las presenta, echando, por debajo de la capucha, miradas a la callejuela por la que huyeron los acompañantes del jinete.
-Anaka, esta es Arla, más tarde tenemos que hablar sobre ella, y Arla, esta es Anaka, mi... ¿prometida?
En ese momento, Septha se gira desenfundando su mandoble, un orco viene corriendo hacia ellos.
-¿Adreek? ¡Se puede saber que pasa!
Entre jadeos la criatura grita:
-¡TE LO CONTARE LUEGO! ¡AHORA... CORRE JODER!
Por la callejuela empiezan a brotar, cual hormigas brotando del hormiguero, payeses y sus correspondientes vigilantes. Ante esta visión Septha empuja a las mujeres, que instintivamente empiezan a correr siguiendo a Adreek, que sale del pueblo por una callejuela y despues de un lijero esprint alcanzan un bosque, donde, siguiendo varias sendas, llegan hasta una cueva. En ese momento, Arla se gira, pues era la penultima, y ve que Septha no la sigue, alarmada toca el hombro de Adreen.
-Septha ha...
Y el orco se la sacude de encima con un gesto.
-Sabe cuidarse, no temas por él. A estas horas habra masacrado a tres o cuatro payeses. Procurad descansar, con él o sin él mañana nos vamos.
-¿Mañana? - pregunta incredula Arla.
-Aqui no nos encontraran, y si no encuentran huellas en poco tiempo se desmoralizaran y continuaran con lo suyo.
Anaka, ausente a las palabras de Adreen limpia sus ensangrentados virotes con su tunica.
Septha inspira profundamente, a cuatro metros, uno des sus perseguidores esta meando de espaldas a él. Silencioso, saca una ballesta bastante grande de su funda y la monta en segundos. Luego, desde detras de un arbol, saca la cabeza – y la ballesta – mientras el hombre, tranquilamente, se da la vuelta y agarra una azada que llevaba como improvisada arma. Justo cuando se levanta una flecha se le clava, y casi atraviesa, el cuello. La sangre mana a borbotones, mientras que al hombre se le producen espasmos al intentar respirar. Segundos despues, se queda quieto.
Septha, ballesta en mano, sale de su escondrijo, y se dirige al muerto. Con una mano le agarra el cabello, y con la otra le arranca la ensangrentada flecha. Y justo en ese instante, oye un lijero susurro detras de si. Rapidamente se gira para encontrarse de caras con un hombre que aguanta un arco. En sus ojos se lee tanto miedo que el encapuchado casi se echa a reir. Las manos del sujeto tiemblan, pero no lo suficiente para fallar, asi que se arrodilla con sus manos encima la cabeza.
El hombre aprovecha para pegarle una patada – bajando el arco – en la cabeza de Septha, que cae de espaldas al suelo.
La nariz, casi rota, le empieza a sangrar, y, desde el suelo, devuelve una patada en los cojones del aldeano, que cae de rodillas mientras el otro se levanta daga en mano, con la otra agarra el arrodillado por el cabello y le hunde la daga en el cuello.
Con excesiva lentitud saca el arma del cuello del hombre, sus guantes y parte de la ropa se han manchado de la inocente sangre, más no parece importar mucho al encapuchado. Se levanta lentamente, con aire ausente.
¿Donde le habia dicho Adreen que iba a llevar a las mujeres?
***
La noche es aún joven y hace frio. Vuelve a llover. Adreen duerme ruidosamente, y las dos mujeres estan aún despiertas – en silencio – una al lado de otra, tapadas con la unica manta de Anaka que han encontrado en la mochila de esta. Tambien habian unas quantas raciones secas.
-Oye... Anaka.
-Dime – la voz de esta denota sueño –. ¿Que quieres?
-¿Conoces a Septha realmente?
La otra deja ir una pequeña risita.
-¿Realmente? No, ni yo ni nadie. Solo se que una noche apareció en Refugio, era experto en armas y en seguida se ganó el favor de los superiores. Asi yo le conoci poque me pusieron en su grupo. Nos amabamos. Pero siempre, desde que llegó tenia esa mania por llevar su capucha. No son muchos los que le han visto el rostro, y supongo que tu eres de ellas. Cuando te encontramos por a la vuelta de una salida disolvieron la familia, pero esto ya lo debes saber, asi que no se porque te lo cuento.
-¿El Refugio?¿Que me encontrasteis?
Anaka la mira tan perpleja como lo hace Arla.
-¿Tu no eres esa? Un momento... no hay duda, eras tu. ¿Pero – más bien habla para ella misma – porque no te acuedas? ¿Septha?
-No lo se, pero en canvio si se que tu sabes algo más sobre él. Y, sea lo que sea, quiero que me lo cuentes – su tono es decidido, su padre adoptivo nunca hablo con ella de su pasado, –.
-Mejor no. Además, si el esta detras de tu perdida de memoria – hace un gesto con la mano – es por una buena razón. Creeme, no suele equivocar-se. Asi que procura vigilar.
-¿Insinuas que me hizo desaparecer la memoria? - la voz de la muchacha es incredula.
-No, solo te digo que la guardo... seguramente en su mente. Si quieres podria intentar descubrir-lo, pero si es asi – suspira –, creceran tus problemas. Creeme, Septha esconde demasiadas cosas. Pero te puedo contar algo, si me juras que vas a callar.
Arla agarra la mano de Anaka, que, a pesar de su fragil semblante, guarda una gran fuerza.
-Entonces cuantamelo.
La mirada de Anaka se pierde en algun lugar de la entrada de la cueva mientras deja ir la mano de Arla.
-Se poco de él, pero bastante más que todo el mundo. Proviene del Imperio, de familia noble, exactamente la rama Daos. Su familia más proxima murió... con extraños asesinatos. El huyó de quien sabe quien, y al cabo de unos años llego al Norte, en el Refugio, una fortaleza, bueno, mas bien la única, fortaleza Runa, que supongo que sabes quien són...
Arla asiente con la cabeza, y Anaka continua su breve relato.
-Pues bien, alli paso a formar parte de la familia directamente. ¿Sabes en que consiste la Prueba Runa?
La muchacha niega con la cabeza. Septha no le contó nada relacionado con su pasado. Bueno, realmente, no le conto nada.
-Entonces no puedo decirtelo – la voz de Anaka duda, y sus ojos, – . Bueno, ahora no se si no puedo contarlo... Pero es igual, tampoco de serviria – la voz cambia hacia un estado más alegre –. Una vez en el Refugio demostro ser un experto en el dominio de las armas, y se excusó fingiendo ser un mercenario. No tardo mucho tiempo en ascender, por esta razón y porque hacia todos los trabajos. Siempre estaba solo... Algunos ya rumoreaban sobre el, otros, intentamos conocerle mejor.
Anaka calla unos minutos. Arla la mira atentamente, y entonces, lentamente, Anaka empieza una ultima frase.
-Lo unico que conseguimos de él fue nustra condena.
Tu deseabas otro futuro.
Oscuridad. Quince miradas muertas y una viva entre todas ellas. Una suave, - y escasa – lluvia cae sobre la hierba de un pequeño prado. Con ella, la sangre se mezcla con el barro. Los cadaveres, mutilados, se limpian lentamente, mientras una oscura figura limpia su gran espada con su capa. Luego, la guarda cuidadosamente en una funda de cuero.
Y se quita la capucha.
Le duele la cabeza, y las pequeñas gotas le ayudan a calmarlo. Aún la adrenalina recorre su cuerpo, y le impide relajar-se.
En su rostro se dibuja un cote en la mejilla. Reciente. La sangre baja ya asta el cuello, mezclada con sudor y agua.
En su mente aflora de nuevo dolor, y, cual espasmo, alza la palma de su mano delante suyo, como si quisiera recoger algunas gotas. Más sangre. Sus manos se recubren de sangre ajena.
Una idea aflora en el, que, misteriosamente, le parece divertida.
¿Puede que su sudor se transforme en sangre?
Una sonrisa aflora en su labio.
Unos minutos despues, vuelve a fijarse en los cadaveres. Y empieza a andar casi sin rumbo. Sus negras botas se recubren de fango aún más. Ahora, en busca de la nombrada cueva.
***
Anaka se estremece levemente. Algo le ha rozado levemente, e interrumpe su fragil sueño.
Se levanta de un salto.
Delante suyo esta la oscura silueta de Septha.
-¿Ya llegaste? – pregunta esta adormecida.
-¿Acaso no estoy aqui? – la voz no deja espacio para sentimiento - ¿Porque has vuelto?
Anaka sonrie mientras se despereza, algo en su interior le avisa que la conversacion con Septha sera larga, o si mas no, importante.
Ante su silencio el hombre vuelve a hablar.
-Vamos a fuera, en esta region las noches son calidas.
El hombre se gira, la mujer se levanta, y los dos andan hasta la salida. Anaka le rodea con un brazo, cierra los ojos dejando un rostro de conforte, y deja que el la guie mientras piensa.
A su mente aparece una mansión. A la puerta, Septha, invitandola a entrar. En la imagen el chico es mucho más joven, y viste un rico traje de relucientes colores. Él le tiende una mano, y el recuerdo desaparece.
Septha se libera de su abrazo.
-¿Porque?
Ella coje aire.
-Queria verte. Volver a estar juntos. Hace tiempo que no hablamos, que tu odio hacia mi sigui ahi, pero ahora eres más frio. ¿Acaso desapareció tu estima por mi? Me haces sufrir... Te quiero, Septha, te deseo como nada en el mundo.
El hombre continua derecho, sin moverse, sin bacilar. Y su voz vuelve a sonar, insipida, sin sentimiento.
-Hay otra razón. Y no puedo creerme tus palabras, Anaka. Tu juraste algo. Solo te lo recuerdo.
Una sonrisa aflora en los labios de ella.
-Rompi el juramento. Se acabo para mi. – suelta una pequeña carcajada – Al parecer no soy la unica que ha roto con su pasado. Soy libre...
-¿Tan libre que no puedes entrar ni en tu propio pueblo sin esconderte? ¿Que classe de libertad es esta? No podemos, ni tu ni yo, acercarnos a ninguna frontera. Somos proscritos para todo el mundo. La has jodido, Anaka, tu juramento era lo unico que nos aguantaba y nos permitia convivir con los Runa.
Silencio.
-¿Que futuro crees que tenemos, Anaka?
El hombre se sienta en el suelo. Su voz no ha cambiado en absoluto. Ella se sienta a su lado y se acurruca debajo su brazo.
-No se que haremos, pero, agamos lo que agamos, lo haremos juntos. No volveremos a separarnos.
El fuerte brazo la aprieta más contra él.
-Te lo prometo. Nunca más separados.
Silencio de nuevo. E inesperadamente la risa de Anaka, con un toque algo demente. Él se quita la capucha, revelando su rostro. Un rostro de sorpresa.
-Vaya, se me a pasado por la cabeza que incluso tu puedes necessitar la compañía de otros.
El encoje los hombros.
-Anaka, dime solo una cosa – ahora su voz se parece más humana –. ¿Porque me elegiste a mi? La ciudad estaba llena de gente útil.
Medio dormida, responde.
-No lo sé. A ciencia cierta, no se porque tuve que ser yo la que elegia. Un... capricho de mi madre.
-¿Tu madre? ¿Pero no decias que estaba muerta?
-No creas saberlo todo, Septha. A veces a uno se le escapan cosas.
-¿Pero? ¿Me engañaste? Realmente esta viva o es otro engaño, ¿Anaka?
-Depende. - bosteza -. Es una larga historia.
-Cuentamela, hay tiempo.
-No. Primero debaras contar tu tu historia. Y tu real histria. Nada de mentiras.
El hombre se queda perplejo.
-Tu sabes mi historia, Anaka.
-¡A mi no! ¡Tonto! - rie a desgana mientras le pega un golpe en el hombro. - A mi madre.
Septha hace un gesto con la cabeza, dando a suponer que lo entiende. Pasan unos minutos de silencio, y cuando el vuelve a abrir la boca, se da cuenta de que ella esta dormida.
La coje en brazos suvemente, y asi la lleva de nuevo hasta la cueva. Casi no pesa, esta extremadamente débil. Y se pregunta cuanto tiempo hara que no prueba bocado alguno. ¿Unos dias? Si lo que le conto es cierto, realmente habra obtenido poca comida.
Una vez en la dipositada en la cueva – cuidadosamente – la besa fugazmente.
El no logra dormir.
***
Adreen es el primero en despertarse. Por la entrada de la cueva, se diftingue un paisage cubierto de neblina. A penas se ven las verdes montañas. Contempla unos segundos el paisaje y luego despierta a los otros. Tiene hambre.
-¿Ahora donde iremos? – pregunta Anaka aun medio dormida –.
Adren no contesta, y Septha toma la palabra.
-Yo voto en ir hacia el territorio Theed.
Anaka le echa una mirda interrogativa, y cuando empieza a abrir la boca Adreen pasa delante.
-Tendriamos que ir al territorio orco, alli seguros y...
-De ninguna manera. Con mi padre estaremos seguros, el nos puede...
-Esto queda a la otra punta de continente – informa Adreen con vozburlona –. En cambio mi territorio queda a dos semanas de viaje.
-Y El Imperio a dos dias.
-¡PERO A MI ME BUSCAN ALLI! - grita Adreen en perder los nervios. Ninguno de ellos es muy hablador.
-¡NO TE JODE! ¡A SEPTHA I A MI NOS DESTROZAN SI...
-¡YA BASTA DE CHORRADAS! ¡SI OS BUSCAN ALLI VAMOS AL TERRITORIO ORCO!
-¡PARAD DE GRITAR! - Arla entra en la discussion - ¡NOS VAN A OIR DESDE...
-!TU CALLATE¡ - la interrumpe Anaka.
-¡YO ME PIRO HACIA EL IMPERIO!
-!PARAD DE GRITAR¡ Nos separamos y ya esta.
Todos se quedan parados, hasta que Anaka empieza a partirse.
-Estas loca. Ninguno de nosotros sobrevivira tres dias solo. Bueno, Septha si.
-¡PUES YO SI ME VOY! !A TIERRA ORCA ESTARE MÁS SEGURO QUE CON DOS RUNAS LOCOS¡
-Entonces adios. Anaka y yo iremos primero al Imperio. Luego a su casa. ¿I tu, Arla?
Los tres se giran, más la aludida ha desaparecido.
-Ya tomo su propio camino, Septha.
-De acuerdo, aquí nos separamos, Adreen. Que tengas suerte.
-Lo mismo os digo.
Los dos hombres se abrazan.
-Septha, no perdamos tiempo. – dice Anaka mientras se dirige a la entrada.
El hombre la sigue. Adreen se queda sentado en una piedra, afilando algo.
Unos pasos más alla, Anaka vuelve a rodear a Septha con un brazo, recostandose a él.
-Tendremos que comprar algo de equipo. ¿Tienes dinero?
La mujer niega con la cabeza.
-Septha. - llama ella con voz impasible - ¿Quieres ya asentarte en un lugar?
El suspira.
-No somos ya jovenes de trece años para buscar aventuras, Anaka. Tenemos diez y nueve y veinte años. Pero si he de serte franco, no. No quiero quedarme en ningun sitio.
-¿Sabes? - la voz de ella es divertida – Habria temido que dijeras lo contrario.
-Y... - su voz se quiebra – Nuestro... ¿hijo?
-A, el niño. Lo deje en casa de mi padre, el le cuidara. Además, volvere antes yo. Aun es pequeño, solo han pasado unos dos o tres años desde que le tuve. Te quiero, Septha.
-¿Me quieres? - su voz tiene un punto sadico - Pues te tendre que defraudar, Anaka. Te odio.
Arla pasa su mano por el pelo, en un vano intento de alisarlo. Hay algo que la inquieta. No recordar algo. Su pasado, quizas. Perdio toda confianza en Septha, y no la busco en Anaka. Por eso les deja atrás.
Porque quiere saber ese algo.
¿De donde viene? No recuerda. Más Septha esmento el Norte, y Anaka tenia toda la pinta de una mujer nordica.
Hacia alli, pues. Hacia su pasado.
Pero antes piensa en la comida. Esta hambrienta.
Y cansada.
“¿Porque no descansar unas horas antes de empezar el viaje?” Piensa. “Solo sera un rato...”