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TALLER DE RELATOS
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
18-03-2015 17:19

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 3 relatos en el taller. Mi agradecimiento por vuestras valiosas aportaciones.

Comenzamos una nueva etapa. Miren la propuesta en la cabecera.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6-5-7-5-4-6-4-4-4-5-5-2-6-6-7-5-6-6-6-7-6-4-3-2-8-9-9-8-8-8-7-8-7-5-5- 3-6-5-4-4-5-3-5-5-5-4-2-3-3-2-5-6-4-3-277 relatos.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
16-03-2015 19:31

TRADUTTORE, TRADITORE.
(Una maldición bíblica.)

“Ganarás el pan con el sudor de tu frente...”
Génesis, 3:19

Aquilino Facúndez nació en el seno de una familia muy tradicional de la clase media provinciana (fue el cuarto de los hijos) de arraigados principios morales, que nadie, en aquella época, osaría cuestionar. Su padre era funcionario de la Administración local, que era ya, entonces, una eufemística manera de designar a los empleados municipales: más concretamente era uno de los conserjes del Ayuntamiento.

Enfundado en su uniforme gris, con botonadura y tiras doradas en las bocamangas, don Servando, que así se llamaba el padre de Aquilino, era el modélico hombre de bien, con un expediente limpio, ya que no brillante dada la escasa importancia de su cargo público, trabajador hasta la extenuación, pues además de su empleo oficial llevaba contabilidades a los pequeños negocios del barrio, atendía por las tardes al comercio de su esposa (“Novedades Herminia”, modas y lencería) y colaboraba, ya entrada la noche, al orden y limpieza domésticos y a la educación de sus cuatro hijos varones, ayudándolos en sus deberes colegiales y repasando los temarios de sus exámenes; esto le permitía, además, tener cierta fama de hombre culto entre sus compañeros.

Su esposa, Doña Herminia, era su apoyo moral -no así físico dada la precaria salud y poca energía de la señora- y su estímulo constante para poder cumplir aquellos desmesurados horarios. Dentro del riguroso convencimiento que como buenos católicos tenían de que su papel en este “valle de lágrimas” lo marcaba el trabajo que tanto dignificaba al ser humano (“Y no quiera Dios que nos falte”, decía compungida Doña Herminia cuando, como ella decía, “venían mal dadas”) uno de los soportes morales de su fe era la frase bíblica “Y ganarás el pan con el sudor de tu frente...” Nunca, ni por lo más remoto, tuvieron la sensación, pecaminosa por demás, de servidumbre u opresión, la necesidad de rebelarse contra lo que era un mandamiento divino. Faltaría más.

Pero Aquilinito, cuando ya en el inicio de su adolescencia empezó a ver el mundo con otras perspectivas, no comulgaba demasiado con esos principios inamovibles. Una imperdonable imprudencia de su padre, bienintencionada por otra parte, hizo que su educación fuese encomendada al colegio religioso de la localidad, en lugar de hacerlo a la escuela pública, como hicieron con sus hermanos. El “colegio de los curas” tenía connotaciones elitistas, era más caro y además exigían uniforme. Pero daba lustre y brillo a quienes allí profesaban. Allí, en aquel supuesto semillero de próceres, Aquilino aprendió de la diversidad de opciones que la vida daba al ser humano y de la injusticia que muchas veces acompañaba a esa diversidad.

Así, él, Aquilino Facúndez, era un alumno poco distinguido, a pesar de tener clara conciencia de ser más inteligente y aprovechado que sus compañeros de clase. Nunca fue distinguido con condecoraciones al mérito escolar (después supo que se pagaban y eran caras, cosa que sus padres no podían permitirse.) También supo de regalos sabrosos que las familias pudientes ofrecían a la congregación, regalos que, de forma positiva, repercutían en los curricula de los alumnos privilegiados. En definitiva, Aquilino comenzó a acumular argumentos y razones para cuestionar seriamente la relación directa del trabajo con el sudor de la propia frente. Inició entonces un proceso intelectual por el cual aplicaba la ley del mínimo esfuerzo para solventar los obstáculos que su desarrollo le presentaba en todos los órdenes. Comenzó a sentir lástima de sus pobres padres, que tanto trabajaban y tan poco medraban en la vida y a analizar, con sana curiosidad, las actitudes y actividades de los que él veía prosperar con menos méritos y esfuerzos.

Estudió letras, carrera menos ardua que cualquiera de ciencias; y dentro de las letras se especializó en filología de lenguas muertas. Total, igual de improductiva le iba a resultar y allí los aprobados los daban “a capón”. Y él tenía por su carácter apacible y algo taimado bastante afinidad con los profesores, en su mayoría religiosos, que lo educaban. Tenía muchas posibilidades de encontrar un hueco tranquilo que le permitiese vivir la vida sin lujos pero sin esfuerzos. Pero él quería más. En una de sus actividades académicas tuvo que estudiar las diferentes traducciones de la Biblia que habían ido ocupando lugares canónicos en la bibliografía usual. Naturalmente en aquella España católica, la versión de Nácar-Colunga era la de referencia frente a la revisionista de Cipriano de Valera, aquel hereje santurrón, protestante y anatemizado, cuya obra estaba tan prohibida.

Y en esos estudios que Aquilino emprendió con inusitado entusiasmo, creyó encontrar un “gazapo” del traductor (¿griego, latino, castellano medieval?) en el que pudo basar toda la apoyatura para sus dudas y posibles alternativas. El traductor había incorporado al sagrado texto la frase de Jehová: “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás.” Allí estaba el fallo, el meollo de su búsqueda. Según su interpretación la traducción correcta sería: “Te ganarás el pan con el sudor del de enfrente...” Lo del polvo ya lo habían reinterpretado algunos compañeros suyos, habituales a los centros de lenocinio. Una simple cuestión semántica. Naturalmente aquel descubrimiento nunca salió a la luz; no quiso problemas con la Santa Inquisición que, con otros nombres, seguía vigilando la pureza de la fe.

Y alentado por tan sustancial revelación, Aquilino se dedicó al mundo de los negocios, cumpliendo con ello (previo descabalgamiento de sus poco arraigados principios éticos) sus perspectivas de progresar en la vida sin dar “palo al agua”. Que otros trabajasen para él y por él. La vida ya le había premiado por su perspicacia para dar con el verdadero sentido de una supuesta maldición bíblica.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
16-03-2015 04:27

Sobreviviente, un oficio, una actitud

Mi oficio es el de sobreviviente, hay millones como Yo y al igual que Yo se mantienen nadando siempre contra la corriente, porque de eso se trata ser sobreviviente, de un permanente enfrentamiento contra la adversidad sin tener que medrar jamás en el oportunismo salvaje a expensas del otro. Este oficio que realizo con la debida dignidad que me permiten los tiempos requiere de un esfuerzo constante, no llevo nota de los acontecimientos, lo que puedo asegurarles es que los realizo desde un tiempo sin memoria.

No tengo calificación alguna para desempeñarme en labores de ningún tipo, todos los estudios los dejé a la mitad y no pude concluir ninguno, motivos y razones sobran, como todo sobreviviente hago de todo, soy en la expresión popular un “todero” y he tenido buenas y malas épocas. En esta situación y constantemente provocado, forzado, vigilado por el rostro amenazador de la necesidad, estuve un tiempo haciendo la tareas de un Detective Privado, ya no recuerdo el año, pero era una época de crisis. Desde que me conozco los tiempos son de crisis.

Antes de intentar resolver mis problemas económicos por esa vía intente la cocina como alternativa, pero apenas cortaba una cebolla un chorro de lágrimas inagotable me nublaba el rostro y se hacían charcos en las estaciones de trabajo, y se incrementaba en forma alarmante el riesgo de cortarme un dedo, de quedar inválido, intenté de lavaplatos, para no ponerme exquisito y no soporte la intensidad de ese llanto insoportable.

Sin darme por vencido probé como corrector de pruebas, pero los acentos me golpearon con insistencia, las comas se salían de control a veces por la abundancia y otras por la escasez y los puntos se convertían en profundos huecos negros en los que me hundía sin poder salir y era tragado por ellos.

Alguien dijo que intentara como empleado público, pero no tenía ninguna convicción política y por tanto no contaba con padrino que me ayude, quien me abriera la puerta, en los diferentes Ministerios en donde me postulé no conocía ni a los del Sindicato ni tampoco a los Jefes, por tanto quede afuera, y de esa manera tampoco puede ejercer de empleado público y perdí la oportunidad de esperar cómodamente mi jubilación.

Una y otra vez cada uno de los empleos que intenté tenían un punto de convergencia en donde se unían mi incapacidad, mi soberbia, mi ignorancia y terminaba por escapar.

Luego de innumerables intentos en diferentes áreas del mercado laboral, teniendo en cuenta mi falta de preparación, mi ignorancia creciente, intenté un emprendimiento personal, personalísimo.

Me hice detective Privado. Un trabajo en el que estás en la calle observando a la gente, intentando saber que piensan, cómo actúan y sobre todo a donde van. La mayoría de mis trabajos fueron descubrir infidelidades, una vez me contrató tanto el marido como la esposa y ambos se engañaban. Eran infieles con los votos a lo que se habían comprometido.

En ese caso los cité a los dos, se sorprendieron al encontrarse conmigo, pero no les di oportunidad de evadirse y les mostré descarnadamente las fotos que había tomado y colocado en un solo paquete, les pedí que intentaran encontrarse y me fui sin cobrar honorarios.

El caso más complicado que tuve me obligó a cambiar de profesión, entendí que era otro el papel que me tocaba desempeñar. A través de esa red invisible que nos va conectando en este trabajo, Federico Fuentes, mi cliente, me pidió llorando ante una fotografía de una mujer hermosa y tan joven como él, que la encontrara, que se había desaparecido, que él temía por su vida, según me comentó, cuatro meses atrás se había desaparecido y no había rastro de ella, ni sus amigas, ni su trabajo, ni su familia conocía su paradero, en esos casos me dijo: lo más probable es que una de las mafias que operan en esta ciudad la hayan secuestrado y la tengan ejerciendo de p.uta en cualquier parte del mundo, desesperado se arrancaba los cabellos.

Un mes completo, y sencillamente por azar me encontré a la novia de Federico, quizás también porque la estaba buscando, vivía con otra mujer y parecían amantes. Hablé con ella, o mejor dicho le impuse una conversación a la que intentó negarse, pero el solo nombre de Federico la trastornó, cambió el semblante y aterrorizada perdió la compostura y toda esperanza, se desplomó.

Me comentó que Federico efectivamente había sido su novio, pero la maltrataba, le pegaba, la celaba hasta del espejo en donde se miraba y entendió que acabaría muerta, que no quiere saber nada de hombres, ni buenos ni peores que Federico, que la mujer con la que vive es su guardaespaldas, pero mi presencia no le daba otra opción que suicidarse, Federico la encontraría y le haría daño, un daño irreparable.

Esa mujer despertó un sentimiento que pensé no poseía, le di mi palabra de que podía ser feliz, que intentara ser feliz, que podía ser feliz, que yo arreglaría ese detalle. Me miró con unos ojos que aún hoy logro ver con toda nitidez y creo que me protegen.

Cité a Federico una tarde en un hermoso lugar desde donde podíamos ver la playa. El sol desaparece luchando entre las aguas, a brochazos los grises y los rojos en un cielo sin nubes, caminamos entre las piedras, me detuve un momento, el mar se estrellaba al fondo contra rocas enormes y le dije, mirándolo fijamente ¡La encontré! No pudo esconderme la verdad y las palabras de esa mujer se hicieron una certeza. En un instante viví el horror de la novia de este hombre, que no la merecía y que yo había encontrado, sin darle oportunidad lo empujé con fuerza y se reventó contra las rocas, una ola lo arrastró hasta el fondo y desapareció.

Ahora me dedico al sicariato.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
15-03-2015 21:05

RETRATO DE UN TRABAJADOR EN PARO

Como tantos otros, Pedro quedó en paro por un reajuste de personal. La empresa en la que había trabajado durante dieciocho años, se declaró en suspensión de pagos e inició el expediente de regulación de empleo (ERE), que parecía la antesala del cierre definitivo.

Pero no fue así. La empresa cuando redujo la plantilla a menos de la mitad, fue vendida, y curiosamente, los anteriores dueños quedaron como directivos de la misma. El chanchullo estaba servido.

A partir de ese momento y a instancia de los sindicatos, se inició una larga serie de asambleas, con el fin de buscar una solución para los que, como Pedro, se habían quedado fuera, que eran más de la mitad de la plantilla. Una de las soluciones propuesta por las sindicatos, fue la de integrarlos en los cursos subvencionados para prepararse para otra actividad laboral. Pero, nada, los sindicatos despotricaban contra el gobierno, porque según decían, por más que ellos luchaban para conseguirlos, no les daban fondos, y por tanto no podían hacer nada por esos trabadores.

El resultado fue, que Pedro pasó a formar parte de esa legión de cinco millones de desempleados y tuvo que enfrentaste a una situación, desconocida. Entonces, Pedro hizo de la búsqueda de otro trabajo, su trabajo diario. Salía por la mañana de su casa y pasaba el día pidiendo como el que pide una limosna, un trabajo en los supermercados, en las pocas fábricas que habían quedado, en los campos… pero solo encontró puertas cerradas. Por las noches preparaba copias de su currículum vitae, y las enviaba a todas las empresas en las que consideraba que podían interesar sus servicios. Tampoco obtuvo ningún resultado positivo.

Él, su esposa y sus cuatro niños, empezaron a sufrir las consecuencias, se fue deteriorando la relación del matrimonio, no tenían lo suficiente para dar a sus hijos la comida adecuada a su edad, dejaron de pagar la hipoteca y perdieron su casa.

Empezaron a vivir con los padres de él, unos meses, con los de ella otros tantos. Les dieron casa y sustento, dentro de sus posibilidades; hasta donde llegaba la pensión de los abuelos. Pedro dejó de pedir trabajo y se puso a pedir comida para sus niños, en las tiendas, en las casas, en los pisos… nunca pidió dinero. Solo pedía, y pide comida. Afortunadamente, la gente es generosa y cada día trae algo para su casa. Pero ese no puede ser su medio de vida; él aspira a conseguir un trabajo, una casa, y ver crecer a sus hijos como antes de perderlo todo y que toda la familia retome su normalidad y su felicidad.

Y Pedro sufre más aún, porque Pedro vive en Sevilla, Andalucía, donde el dinero se va a los bolsillos de los sindicalistas, los políticos y los empresarios, donde hay un 35% de paro, frente al 24% a nivel nacional, y donde se implantó, de forma subrepticia, el populismo, hace 29 años…



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
03-03-2015 11:54

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 4 relatos en el taller. Mi agradecimiento por vuestras valiosas aportaciones.

Comenzamos una nueva etapa. Miren la propuesta en la cabecera.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6-5-7-5-4-6-4-4-4-5-5-2-6-6-7-5-6-6-6-7-6-4-3-2-8-9-9-8-8-8-7-8-7-5-5- 3-6-5-4-4-5-3-5-5-5-4-2-3-3-2-5-6-4-274 relatos.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
juan fozara
juan fozara
02-03-2015 19:42

MUDANZA PERMANENTE

Había una vez un niño tan pequeñito como un grano de arroz. Vivía dentro de un bolígrafo y cuando miraba de frente el paisaje que veía era blanco. Cuando se asomaba por el borde: amarillo. Las natillas que le hacía mamá.
El niño crecía de mente pero poco de tamaño. No obstante tuvo que mudarse a un cuaderno de rayas horizontales. Allí aprendió a leer y escribir: mi mamá me mima.
Los profesores le enseñaban con miedo a no aplastarlo como a una hormiga.
Siguió creciendo el niño y se mudó a un libro, mejor dicho, a varios, en una biblioteca, sección infantil.
Allí había libros sobre las cruzadas, vaqueros, islas con tesoros y piratas. El mundo de la fantasía infantil, le dejó un buen recuerdo.
En esa época descubrió que a él le gustaría también escribir historias, pero estaba más pendiente de que no lo tirara al suelo el paño de limpieza de la bibliotecaria que por falta de presupuesto hacía también la labor de barrer y quitar el polvo.
El joven ya, quería ir a la universidad pero tenía miedo de que le aplastaran los compañeros con sus pesadas botas y bromas.
Así que se quedó a vivir en la biblioteca pero en todas las secciones. Procuraba introducirse en libros eróticos, de aventuras y de sol y playas. Pues era pequeño pero no tonto y tenía la ventaja ya no de leer sino de vivir las historias con sus personajes y ser uno más de ellos.
Por esa época comenzó con sus pinitos literarios, poemas metafísicos e incluso de amor, de estos últimos más bien pocos.
En su juvenil devenir bibliotecario también encontró malas compañías que le subyugaron por su simpatía. A más traviesos más simpáticos y fumaban algo que le daba risa a la vez que profundos sentimientos.
Vaya prosas escribió en esa época, cuentos muy raros. Una vez creyó ver a Dios, pero esa es otra historia.
Poco a poco se fue calmando y en un libro de Honorato de Balzac encontró a una buena chica de la que se enamoró y compartió vida.
Dejó definitivamente las drogas, en parte a palos, porque la chica, aunque buena tenía mal genio y no quería vicios en casa.
En esa época compuso la mayor parte de su gloriosa poesía, mas como estaba cansado de tantas aventuras decidió irse a vivir al campo con su familia. Que mejor que con Alicia en el País de las Maravillas. Era una vida descansada a la par que soñadora.
Después del traslado e instalación de la granja, comenzó a escribir un de nuevo un poco, volcándose mayormente hacia el humor.
Ya en plena y bastante avanzada madurez, una plácida tarde se encontró en un libro con Schopenhauer que iba rosmando por lo bajo. Lo llamó:
- Arthur, Arthur...
Schopenhauer se paró y lo miró.
- Vamos a sentarnos debajo de aquel árbol si tienes un poco de tiempo, quiero hablar contigo. ¿Sabes? Uno de mis libros favoritos es tuyo: "El arte del buen vivir".
Schopenhauer, halagado, accedió.
- Solo unos minutos.
Se sentaron bajo un manzano y comieron manzanas, afortunadamente Isaac no estaba por allí para darles la lata.
- Tú dirás - exclamó Arthur.
- Verás, se me acaba gran parte de mi madurez, me acerco al final de la misma y no sé qué camino tomar en mi escritura: Si el serio y reflexivo obtenido de una experiencia vital o el humor más descarnado posible para pasármelo bien estos últimos años y tomar con cierta irreverencia la futilidad de nuestra vida y la paciencia de nuestra muerte.
- Lo segundo - dijo Arthur - y no vuelvas a pararme si no es para contarme un chiste que yo soy muy serio y muy caviloso y lo que de verdad agradezco es un poco de risa, ¿entendido?
- Gracias. hasta otra.
Nuestro protagonista, ya algo mayor pero poco más grande que un grano de arroz no tuvo duda. Se mudaría definitivamente hacia el humor.


" La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño ": Nietzsche.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
25-02-2015 19:47

Una Discusión, una maldición que Pude Evitar.

Un silencio pesado, atroz, más doloroso que la primera noche de un abandono forzado me arrincona, ese silencio sordo a mis quejas, me golpea, me hiere, abre heridas toscas, que tercas se mantendrán abiertas y solo el tiempo y muchos otros sueños y esperanzas quizás tengan la virtud de cerrarlas, pero no tengo esperanzas. La realidad me lo confirma.

Ese silencio que hoy me asesina es el de una casa que se cierra, que se deja, que se abandona. Son sus paredes manchadas, rotas, quebradas de recuerdos las que me asfixian, desde los techos cuelgan como ojos fuera de sus orbitas los bombillos sin lámparas, las ventanas sin cortinas muestran un agotado paisaje de hormigón y acero, una colmena de celdas mínimas en donde se suceden otras vidas. Los pisos despejados dejan ver las sombras, las oscuras marcas de sucio a donde nunca llegó la escoba, ni producto de limpieza, ni esfuerzo.

No hay formas ni maneras establecidas para aceptar los días terribles de una mudanza, porque una mudanza no es cosa de un minuto, de una hora, de unos días y nada más, entran en este juego un buen montón de sentimientos, de recuerdos, de pedazos de una vida que no queremos, no podemos, no debemos olvidar. Se hacen los minutos interminables, te sofocan, te asfixian y una vez más piensas que esta será tu última mudanza, pero nos equivocamos, siempre, invariablemente nos equivocamos y la amenaza de una nueva mudanza y su dolor se hace realidad, nos agrede y vuelve a confundir.

Definitivamente no hay formas ni maneras establecidas de enfrentar este doloroso desapego de cuatro paredes, paredes que nos protegieron, nos cuidaron, nos abrigaron y sobre todo nos dieron la seguridad necesaria para vivir entre ellas y poder soñar un mañana. La esperanza de otro día para vivir.

Resistirme a la mudanza fue una batalla que di con éxito, gané en los tribunales mi derecho a permanecer entre cuatro paredes rentadas, pero hoy no estoy dispuesto a desgastarme en una controversia legal, porque tengo la absoluta certeza que en donde gané, perdí.

Esta vez el dueño del departamento que tengo que dejar, con todas sus ventajas y desventajas, en donde vivo alquilado hasta el día de hoy, con sinceridad me dijo: Necesito subir el alquiler de la renta, legalmente no puedo, a menos que sea un nuevo inquilino. Necesito que el departamento esté desocupado. Yo tengo mis problemas y no quiero aturdirte con ellos, en todo caso, te estoy pidiendo un favor, puede sonar extraño, pero necesito que me ayudes, necesito de tu generosidad y comprensión. Llega un momento en que debes aceptar la retirada, escapar, huir, cerrar la puerta y no volver y ante esta solicitud inesperada, esa hora me llegó.

Dejar que se consuman los inevitables cambios a los que somos sometidos constantemente sin resistencia, dejar que el futuro dicte la norma a pesar de nuestros apegos y temores, dejarle a otro que esté dispuesto a vivir y compartir sus secretos con estas paredes silenciosas que respetaran su intimidad y hasta podrán esconderlo de sus miedos.

Son innumerables e inútiles los objetos que atesoramos, hoy están cuidadosamente guardados, protegidos de miradas y del torvo manejo de los cargadores, sin mayor conocimiento que el de su propia fuerza, y la necesidad que los obliga a convertirse en animales de carga, sacaran sus cuentas mientras realizan este esfuerzo de llevar, cuidar, manejar y trasladar unos tesoros que no le pertenecen y que seguramente para ellos no valen nada, su valor, su único valor consiste en el recuerdo del momento en que se adquirieron.

Hoy se cumple la fecha prevista, otra más, marcada en el calendario, mientras espero el camión de la mudanza reconozco la fuerza de esa maldición árabe que me cayó encima, cuando el turco aquel finalizó la discusión que nos llevó a enredarnos en valores y principios que defendíamos con pasión y sin razón y a la que llegamos por diferentes caminos de errores y palabras equivocadas, sin poder llegar a ningún acuerdo, en un callejón sin salidas, a punto de una irracional violencia, que finalmente es el arma de los que no tienen razón, el turco dijo entre dientes, con una sonrisa más bien cínica, escondiendo los ojos chispeantes de ira detrás del humo de su cigarrillo ¡Espero que te mudez pronto!

No supe que me maldecía hasta hoy y tampoco que sus palabras me perseguirían durante estos siete años en los que he tenido que mudarme continuamente y a disgusto.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
23-02-2015 20:26

Gregorio, compañeros: nobleza obliga. Este no es un relato original para El Taller. Ya se publicó hace tiempo; alguno tal vez lo recuerde. Tan sólo lo he pulido, lo he agrandado para adaptarlo a las normas del hilo. Espero sepáis disculpar esta pequeña trampa.

PASIÓN Y MUDANZA.

Álvaro del Valle, Alvarito, era el tercero de los hijos de un hidalgo rural, de familia provinciana y blasonada, acaudalado y bastante libertino. Álvaro era un joven apasionado que vivió su infancia en total libertad, libertad que arraigó en su espíritu como virtud suprema, pero a quien las rigurosas tradiciones de la época y el lugar, habían encorsetado, debiendo guardar las formas hipócritamente, al igual que hacia su padre mientras los caudales de su amplia fortuna lo permitiesen.

Como era de rigor en las familias como la suya, el mayor de los hermanos varones adquiría el mayorazgo, se hacía cargo de la hacienda que recibía en herencia en su totalidad con el único compromiso de atender las necesidades de sus hermanos menores.

El segundo varón era destinado por la familia al servicio de la Patria: ingresaba en el Ejército y pasaba a formar parte de los jóvenes alegres y vividores en algún puesto subalterno. Y él, el tercer hijo varón, era entregado a la Iglesia, pasaba al servicio de Dios.

Álvaro había cursado sus estudios eclesiásticos con notable aprovechamiento, ocultando sus naturales instintos que le llevaban a la vida de lujo y placeres. Ahora, con la bendición del Obispo, se le ofrecía en la Iglesia un prometedor futuro, una canonjía incluso, lo que le hacía rebullir en su alma joven e impetuosa aquella otra vida, oculta pero no olvidada, la libertad codiciada.

Aquella represión de sus instintos, aquel someterse a estrictas reglas de orden y disciplina tan contrarias a su carácter, creó en el joven Álvaro una dicotomía espiritual que pronto cuajó en cinismo y escepticismo. Aprendió a aceptar, como tantos de sus iguales, la doble moral de la clase a la que pertenecía. No le era necesario hacer mudanza de sus principios; simplemente los hizo elásticos.

Introibo ad altarem Deo

En el cerebro de Álvaro el recuerdo de estas palabras retumbó como un seco golpe de timbal, como gruesos granizos cayendo sobre un herrumbroso tejado de zinc.
Apenas ayer, no hacía ni veinticuatro horas, ofició su primera misa. Su vibrante sermón movió a los emocionados feligreses a derribar sus servidumbres, aquellas que los ataban al pecado, particularmente a los pecados de la concupiscencia. Apenas ayer sus bellas y cuidadas manos de aristócrata elevaron por vez primera la sagrada forma. En ese momento de unción, todos los acosos del Maligno se disolvieron como azúcar en agua. El deleite casi extático de la transustanciación en carne del Espíritu de Dios, dentro de aquella delgada oblea de trigo ácimo, tuvo el efecto místico que tantas veces había leído y oído y que envolvía en esos sublimes momentos a las almas grandes.

Kirye eleison, Chiste eleison, Kyrie eleison

Ahora, las manos de Álvaro, nerviosamente, deshacían, uno tras otro, apenas encendidos, los perfumados cigarrillos turcos que solía fumar. Los aplastaba en el cenicero tallado, colocado en el alféizar de la ventana, frente a la cual contemplaba el placentero amanecer entre los castaños del vecino parque. La tibia penumbra del dormitorio, en el que los abundantes cortinajes de raso, el valioso mobiliario y la brillante lámpara de estilo veneciano, proponían una escenografía acorde con el boato del propietario. En el lecho adoselado, la figura desnuda de Herminia, la bella cocotte, yacía como un pequeño y lánguido animalito, saciado su apetito de placer tras una intensa noche de amor. Sus voluptuosas formas, abandonadas entre las sábanas de lujosa seda, parecían irisar con sus carnaciones nacaradas los rincones más oscuros de aquel nido de lujurias.

De profundis clamavit, Domine

Porque aquello no había sido un simple tropezón. No. Álvaro tuvo que elegir entre las dos carnes: la divina, encarnada en la sagrada forma y la deliciosamente humana, la de aquella cocotte, Herminia, que tanto placer le daba. Y Álvaro mancilló, apenas unas pocas horas después de consagrarla, la carne del Dios de sus padres, de su mismo Dios, aquel que, por unos breves minutos le mostró en éxtasis su divina grandeza y los placeres de su gloria. Álvaro eligió a Herminia, su placer inmediato, su gloria, quizá efímera, pero también magnífica criatura de ese mismo Dios. El neófito misacantano eligió, entre las dos encarnaciones divinas, la suculenta, la de las delicias del Venusberg. La otra, la de la enteca oblea, quedaría para las celebraciones diarias en las frías madrugadas de las iglesias. Al fin y al cabo no rompía ninguno de los principios a los que tuvo que adaptar su vida.

Ilust.: "Rolla", de Henri Gervex

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
21-02-2015 20:00

LA MUDANZA Y EL MOTIVO.

España continuaba hundida en la miseria y la hambruna, muchos años después de una guerra civil cruenta y fratricida. Los vencedores seguían instalados en una cruel dictadura, en la que su objetivo principal seguía siendo la humillación de los vencidos en todos los ámbitos de la vida. Quien afortunadamente no haya vivido una escasez tal, ni una opresión tan brutal, no puede por mucho que lo intente hacerse una idea del sufrimiento tan grande que se padece.

Algo se había prosperado, pero no lo suficiente. En otras partes se había avanzado más; concretamente en Madrid y Barcelona. Una cosa tenía muy clara: el trabajo agrícola por cuenta ajena, no tenía porvenir. Y después de dos años intentando conseguir un empleo en el comercio o la industria de mi pueblo sin conseguirlo, decidí marcharme; mudarme a otro lugar, a otra ciudad. Fue una decisión muy triste para mí, pero irrevocable. Triste por distintos motivos: alejarme de mi familia, de mi novia, de mis amigos, de mi tierra,... no había viajado más allá de 170 kilómetros desde mi pueblo, pero después de meditarlo mucho, la decisión estaba tomada.

El día 3 de junio de 1961 a las trece horas, subí a un autocar con dirección a Barcelona, paramos en Madrid una hora y media para comer, y ya me parecía estar muy lejos. Reanudé el viaje y llegué a Zaragoza a la una de la madrugada, ya día cuatro, y dos horas más tarde, a las tres, tomé el tren para Barcelona donde llegué a las diez de la mañana. El viaje me pareció interminable. Todos los viajes anteriores no sumaba, ni la tercera parte de los casi 1000 kilómetros que hay desde mi pueblo a Barcelona, pasando por Madrid. El día que llegué, cuatro de junio, era domingo. Hay fechas y hechos que no se olvidan nunca, por mucha memoria que se pierda con la edad, y esa es una de ellas.

Procedente de un pueblo de Andalucía, (Lucena, de Córdoba) y sin haber viajado a ninguna ciudad importante, la impresión que sentí cuando llegué a Barcelona fue muy chocante. La estación de Francia donde bajé del tren, era, es, enorme, comparada con la estación casi de juguete que había en mi pueblo. El metro me alucinó; no entendía cómo se habían podido construir esas enormes galerías, y cómo era posible respirar a esa profundidad si, además, dentro de los vagones íbamos muy apretados, sobre todo en las horas de ir al trabajo y luego al retornar. En la superficie, autobuses, trolebuses, tranvías y sobre todo, bandadas de coches similares a hormigueros, sobre unas calles excesivamente largas que me parecían interminables. Todo muy grande: las calles muy anchas, los edificios muy grandes, y muy altos… para mí que nunca he tenido problemas con la altura de los marcos de las puertas, hasta los ciudadanos en su mayoría, eran más altos.

Noté enseguida que el nivel de vida era mucho más elevado que en mi tierra. Se notaba en la gran cantidad de coches, y en los grandes establecimientos comerciales. Incluso en la vestimenta de los que ya estaban arraigados aquí. Al principio, en esta ciudad tan grande, me veía muy perdido. No sabía a donde ir ni como ir. Suerte que encontré con facilidad un lugar para alojarme en una casa particular, y un trabajo en las proximidades, en la Riera Blanca que es divisoria entre Hospitalet y Barcelona. El acuerdo era sólo para dormir, en una cama compartida con otro hombre al que no conocía, y como él estaba antes, me tocó dormir en el lado de la pared. Fue poco tiempo. Por ese trocito de cama y lavarme la ropa, me cobraban más de la mitad del sueldo que ganaba trabajando diez horas diarias.

La comida del mediodía y la cena, las hacía en algún bar de comidas que había muchos, en los que tenían menús económicos, que lo eran en precio, pero también en calidad y cantidad; para la mañana, un bocadillo de mortadela o dulce de membrillo, envuelto en papel de periódico, que compraba la noche anterior en el mismo bar donde cenaba. El resultado era que terminaba la semana sin una peseta en el bolsillo, y de ocio nada; sólo trabajar y malcomer.

Los domingos y festivos, no me permitían estar en la habitación, por lo que tenía que pasar todo el día fuera. Me dedicaba a conocer la parte central de la ciudad: Plaza de Cataluña, Ramblas, Plaza Real, el puerto, y poco a poco las partes más interesantes Del Ensanche. Era muy triste mi vida en esas condiciones, y en varias ocasiones valoré y pensé que no era acertado un desplazamiento de mil kilómetros para vivir peor que en mi tierra. Y también me sentía muy solo a pasar que en esas fechas Barcelona tenía más de dos millones de habitantes. Decidí darme un plazo de tres meses para ver si prosperaba. Era cuestión de sopesar si valía la pena esperar, o volver a Andalucía a realizar un trabajo duro, escaso y mal pagado.

Otro problema añadido fue el idioma. Era muy frustrante oír hablar y no entender nada. Cierto es, que el castellano y el catalán se hablaban quizás a un cincuenta por ciento, pero mi sensación era de estar mitad en España, mitad en el extranjero. Cierto es, también, lo digo con toda sinceridad, que nunca tuve problemas. Si me era necesario, sólo pedir educadamente que me hablaran castellano, lo hacían. Mi impresión sobre los catalanes nativos, (en términos generales) fue y es, que son reacios al principio con quien no conocen, pero después son acogedores, integradores, y educados. Por mi parte, puse todo mi interés en aprender cuanto antes, lo más básico para entenderlos. El clima también me sorprendió. Era junio, y llovía casi todos los días. Amanecía despejado pero a media mañana se levantaban las nubes, y a llover. Acostumbrado al sol limpio y radiante de Andalucía, fue muy decepcionante. Fueron pasando los días, los meses, los años, fui adaptándome y prosperando. Ya han pasado muchos años, vivo bien, pero... una parte de mí, sigue estando en mi tierra natal; Andalucía.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
18-02-2015 16:44

Bueno, compañeros, Juan y Rodrigo, y participantes en general. Ya he publicado la fecha de comienzo y final de esta etapa en el taller de relatos. Cada etapa comenzará los días 1 y 16 de cada mes, y acabará los días 15 y 30 ó 31 de cada mes.

Saludos y al toro.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
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