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Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
10-09-2012 19:54
UN DIA PERFECTO.- Caizán.

Un relato estremecedor y nada improbable. Un suceso que en determinadas sociedades empieza a adquirir caracteres de normalidad. Aquí el autor lo describe rayano casi en el límite de la deshumanización; pero estamos en el camino: robar un poco de “hierba”, el monedero de una pensionista desvalida, la paliza al mendigo por pura diversión... todo en días perfectos, amables y con las temperaturas coincidiendo con la sensación térmica. ¿Para cuando decía usted lo del fin del mundo?
Estela
Estela
10-09-2012 04:15
EL BEBÉ DE JOSEFINA

A Josefina le dijeron que su hijo había nacido muerto; y cuando ella comenzó comenzó a gritar, a llorar, a insultar, le dieron calmantes para dormirla, pero cuando despertó se acordaba perfectamente que se lo habían robado!

Su familia también insistía en que el bebé había nacido muerto, y que ella no recordaba, que había estado presente cuando lo enterraron en la tumba de los angelitos.

Y luego la llevaron al psicólogo, una y otra vez, no la dejaban un momento sola, la acompañaban a todos lados, y querían que aceptara algo, que ella sabía que eran mentiras

Finalmente la encerraron en el internado, pero se había escapado, y estaba segurísima que iba a encontrar a su bebé

Josefina comenzó a andar sin rumbo; observaba las casas al borde del camino; espiaba los movimientos de los niños en los jardines;pero no...no veía a ningún bebé; así fueron pasando los días; dormía al raso, comenzó a tener hambre, sus ropas se fueron desgarrando, pero lo que tenía intacto, era su seguridad de que sí iba a encontrar a su bebé,que le habían robado!.

Algunas veces robaba frutas de algunos árboles, y en lugares poblados, cuando observaba furtivamente que alguien se le acercaba, se escondía.

Estaba muy cansada , tenía mucho frío, porque no tenía nada para cubrirse cuando dormía en el suelo,por las noches; no obstante, continuó su búsqueda, y de pronto lo vió un sótano por una ventana casi a ras del suelo.

Ahí estaba su bebé!....

Había una mesa de madera larga y herramientas sobre ella; el niño parecía estar dormido, no veía muy bien porque era el atardecer; debía tener cuidado, porque había un hombre en la habitación; esperaría que se fuera y entraría sin que la viera...

Cuando el escultor salió del taller Josefina entró, tomó la talla inconclusa, se sentó en el suelo y comenzó a acunarlo, mientras cantaba una canción de cuna,

Luego se levantó, la colocó cuidadosamente en su lugar, y salió; todos los atardeceres, andrajosa y demacrada,Josefina entraba al taller para estar con su hijo, y al anochecer escapaba sin que la vieran.

Un día, el escultor volvió al taller porque la talla estaba terminada, y al descubrir a Josefina con el Niño Jesús en brazos, comenzó a forcejear con ella,que, tomó una gubia y se la clavó en el brazo; en ese forcejeo la talla se deslizó y se hizo pedazos; el escultor huyò

Josefina se sentó en el suelo, juntó los pedazos de su bebé,los abrazó y reinició su canción de cuna
caizán
caizán
08-09-2012 19:55
¡UN DIA PERFECTO!


Hay días perfectos.
El cielo azul sin nubes ni viento, 18° de temperatura, 18° de sensación térmica; el sol asomando; humedad: 40%. Para Junio y Buenos Aires un día perfecto. Uno lo querría congelar y guardar, para repetirlo indefinidamente.
Don Antonio abrió lentamente su pequeño local. Un quiosco. Cabían él y algunas cosas. Nada más. Atendía detrás de un ventanuco y se lo veía de la cintura para arriba. Él también observó el día. Aspiró profundamente para introducirlo en sus ojos y en sus pulmones.
Comenzó a armar la vitrina, con golosinas y cigarrillos, sin apuro; a esa hora no venía nadie.
A lo lejos, cruzando la calle, asomaba un colegial. Guardapolvo blanco, mochila a la espalda y manos con guantes de lana azul. En la solapa una escarapela anunciaba el próximo Día de la Bandera.
Don Antonio encendió su radio-casete. Siempre escuchaba la misma emisora y cuando se aburría, pasaba música. Deslizó la bandeja mostrador hacía afuera y sonrió, pensando: “vamos a ver cómo le va hoy al bicho canasto”
El colegial pasó delante del quiosco y se detuvo; miró hacia atrás, recordando algo, volvió sobre sus pasos y se paró delante de la bandeja con golosinas. Indeciso.
Don Antonio preguntó: - ¿Qué buscás, pibe?
El chico no contestó, metió la mano derecha en el bolsillo del guardapolvo y sacó una bolsita de tela con pasacintas, la clásica, donde los alumnos llevan la colación de la media mañana.
Introdujo esa mano en la bolsita.
Don Antonio reiteró: - ¿Qué querés, pibe?
El aludido levantó la cabeza mirándolo fijamente y, adelantando su mano, exclamó: - --¡La guita, viejo!
El quiosquero asombrado, solo atinó a decir: -¿Qué cosa?
-¡La guita! No te hagás el sordo.
-¡Andá! Andá. Salí de acá, antes que te de un sopapo.
-Dame la guita, si no querés que te mate. ¡Gil!
El hombre comprendió que no era una broma. Se inclinó hacia la derecha, para agarrar un palo.
Comenzó a exclamar: -¡Mocoso de mier...!
No pudo terminar la frase. Ni bien se inclinó, sonaron dos disparos. Secos y solitarios. Desde adentro de la bolsita hasta su pecho.
Cayó hacia atrás y terminó la frase en el piso, mientras expiraba.
-¡...da!
El chico se asomó sobre la bandeja de las golosinas. Lo vio tirado en el piso; sacó la mochila de los hombros y guardó la bolsita en ella. Manoteó el cajón del dinero. Estaba vacío, ni siquiera había cambio. Se colocó la mochila en la espalda y eligió dos paquetes de gomitas frutales, que guardó. Dio unos pasos para irse; volvió, eligió un chocolate con maní y lo introdujo en el bolsillo.
-Anóteme todo, Don Antonio – Dijo, despidiéndose y saludando con su mano en alto. Siguió su camino hacia el colegio y musitó:-¡Viejo pelotudo!
En la calle, ni un alma. Silencio. Sólo el crujido rumoroso de las zapatillas al pisar las hojas secas.
Dentro del quiosco, la radio decía:
-¿Qué tiempo tenemos hoy, Martín?
-¡Perfecto! Sin nubes. Sin viento. Con sol y temperatura ideales. ¡Un día para vivir a pleno! ¡Que lo disfruten, queridos oyentes!
JSM



Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
07-09-2012 20:42
CONSECUENCIAS IMPREVISTAS.- Observador.

Un relato que podría ser el núcleo para una película de Hitchcock o una novela de Ágatha Christie. Muy bien ambientado, con una anécdota sencilla, el autor sabe darle las vueltas justas y suficientes para desarrollarla hasta perfilar una perfecta historia de ¿misterio?. La sonrisa final que provoca en el lector cambia el drama por un típico "happy end".
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
07-09-2012 20:35
EL DÍA DE LOS OLVIDADOS.- Sergueivanovich.

Pues, en mi opinión, te ha salido redondo el cuentecito.Creo que has sabido mantener el "suspense" hasta el mismísimo final, dejando al lector ese tragicómica invitación a la sonrisa, que, al menos en mi caso, no sabe a qué carta quedarse: si a la de la ironía y el tratamiento jocundo del asunto o la de la trágica realidad que asola a esta sociedad. Mis felicitaciones.
Observador
Observador
06-09-2012 19:57
CONSECUENCIAS IMPREVISTAS




Cuando le invitó a pasar el fin de semana en su chalet, no pensó que aquella invitación pudiera traer consecuencias tan funestas. En un principio rechazó el ofrecimiento, alegando que tenía un perro enorme y no se atrevía a dejarlo al cuidado de nadie. El propietario del chalet insistió, argumentando que tenía un gran jardín y podría dejar suelto al animal para que correteara a sus anchas. A él le pareció una buena idea y aceptó por fin la invitación.
El sábado por la mañana, los dos amigos estuvieron charlando tranquilamente de sus asuntos en la terraza del chalet. De repente, apareció el perro con un pájaro en la boca. El anfitrión se alarmó, porque reconoció al loro de su vecina viuda aprisionado entre las fauces del animal. El amigo le pidió todo tipo de disculpas, sacó al pájaro muerto de la boca de su perro y limpió la tierra que tenía el loro alrededor de su cuerpo. Los dos hombres permanecieron allí estupefactos y sin saber qué hacer. Entonces el anfitrión recordó que, casualmente, la dueña del loro estaba ausente ese fin de semana y, según su costumbre, regresaría a su casa el domingo por la mañana. Como el pájaro no tenía marcas de los colmillos del perro, pensó que podrían entrar al chalet por la noche y meter al loro muerto en su jaula. De esta forma parecería una muerte natural y la viuda no podría sospechar nada de lo que había ocurrido.
De madrugada, los dos hombres se dirigieron a la casa de la dueña del loro, situada frente a la del anfitrión, teniendo la cautela de no cruzarse con nadie en el camino para no ser vistos. Con ayuda de una escalera de mano saltaron la tapia. El foco de luz de una linterna les guió hasta el porche y allí, sobre una mesa baja, encontraron la jaula vacía con la portezuela superior abierta. Con mucho cuidado, depositaron el cuerpo inerte del animal en su interior y se aseguraron de que quedara bien cerrada. Volvieron sin encontrarse con ningún vecino y, por fin en su casa, el anfitrión suspiró aliviado.
El domingo por la mañana, fueron despertados por los ladridos del perro y los gritos histéricos de la mujer. Los dos hombres salieron rápidamente al jardín y vieron a la viuda caer desplomada junto a la jaula del loro muerto. El anfitrión le dijo a su amigo que, para evitar complicaciones, se marchara antes de que él llamara a una ambulancia. Ambos convinieron en mantener todo lo sucedido en secreto.
Cuando llegaron los servicios sanitarios, sólo pudieron certificar la muerte de la mujer como consecuencia de un ataque al corazón. La policía cerró el caso suponiendo que una mujer viuda había fallecido debido a la fuerte impresión que le produjo la muerte de su loro, al que sin duda tenía mucho cariño.

Quizás, si hubieran indagado algo más y se hubiesen fijado en las pistas que había en el jardín, habrían atado cabos y el resultado del informe policial hubiera sido muy diferente; porque en el césped había un agujero, con arena alrededor, donde habían quedado impresas las huellas de unas pezuñas, el loro todavía tenía restos de tierra y la mujer se olvidó de guardar la pala en el cuarto trastero, cuando enterró en el jardín a su mascota, antes de marcharse de viaje el fin de semana.
Sin foto
sergeivanovich
06-09-2012 11:30
Hola, amigos. Aquí os dejo un pequeño y apocalíptico relato con el que quizás no he terminado de acertar. Agradeceré vuestros comentarios.

El día de los olvidados

Me desperté en el hospital, sudoroso y agitado, cayendo en sueños con un grito de vértigo. Llevaba puesto un camisón verde, abierto por la espalda y un vendaje me envolvía la cabeza. La cama estaba húmeda de orines y sobre mi brazo izquierdo un juego de agujas clavadas en la vena dosificaban suero salino conectadas al gotero de la columna contigua a la cama, donde una máquina impertinente tililaba sin cesar emulando los latidos del corazón. No podía recordar como había llegado hasta allí y apenas alcanzaba a discernir quién era. Tan solo la imagen del limpiaparabrisas de un coche, bailando furioso con la lluvia en una noche de tormenta y una luz cegadora abalanzándose entre una cortina de agua tras una negra curva acudían a mi memoria.

El timbre de llamada a la enfermera parecía no funcionar. Grité varias veces, pero nadie me escuchaba. Me levanté desorientado y dolorido, arrancando los tubos y sondas que me aprisionaban al lecho y fui a tientas al lavabo, donde efectué una micción. Después, paso a paso, abandoné la habitación. El pabellón del hospital se hallaba desierto y los corredores asolados, con papeleras volcadas y sillas arrojadas al suelo. Todo parecía apuntar a una apresurada huida del personal del hospital y sus pobladores.

Ahora he salido a la calle. Respiro una y otra vez el aire de la mañana, inusualmente limpio. Lleno mis pulmones esperando encontrar un virus letal que acabe conmigo, último habitante vivo del planeta, pero no percibo nada. Tan solo el vaho de mi aliento y ganas de fumar un cigarrillo. Estoy descalzo en medio de la calzada y una leve brisa levanta mi camisón agitando las pilosidades del cuerpo desnudo. Me siento como una mezcla de oso Yogui y Marilyn Monroe en medio de la gran urbe. Solo falta que venga un violador y me dé por el culo, aunque al menos me haría compañía. Aquí no hay un alma: Las calle están vacías. El rumor de los coches se ha apagado y los claxons han enmudecido. El incesante ruido de la urbe guarda hoy un inquietante silencio. Mi cuerpo se estremece en una mezcla de terror y frío. Camino sin rumbo, sin saber que hacer ni a donde dirigirme y cada paso me topo con la huella del horror: coches volcados, contenedores ardiendo sobre el asfalto y una nube de papeles rojos que el viento arroja contra mi cara.

Por fin, descubro a la policía. Los agentes permanecen juntos, pertrechados al modo militar y con sus porras y escudos preparados. Me dirijo a ellos en busca de auxilio, pero nadie se inmuta por mi presencia. Al llegar al centro de la calle me doy media vuelta y veo a una muchedumbre llegar en masa, con su andar renqueante, los ojos rojizos, las manos agrietadas y la piel del rostro desplomándose sobre la carne. Percibo su hambre. Están famélicos y enfermos. Junto a ellos caminan algunos vestidos de blanco, con batas de médico, sujetando una pancarta reivindicativa. Parece que a los recortes en sanidad se han sumado los de las pensiones. Más me hubiera valido no haber despertado el día de la huelga general.



Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
06-08-2012 20:58
Aquí os dejo este pequeño tocho porque no se en que otro sitio dejarlo. Muchas gracias a quien lo lea.


LA CAÍDA.
(O en el Olimpo no hay sitio para todos)

LA CONFERENCIA.

No siempre la asistencia a este tipo de actos le producía esa satisfacción íntima y generosa que éste le había producido. Había asistido a la conferencia con un creciente grado de atención. Desde las primeras palabras del ponente supo que estaba conectado al espíritu de quien hablaba con unos lazos anímicos de una solidez y consistencia que no eran frecuentes en él.

Él, el solitario, el independiente, el exclusivo, pocas veces se asociaba de tal manera a otras formas de pensar y participaba en experiencias vitales ajenas tan profundamente como en esta ocasión. Aunque había sido un tema que de antemano suscribía y, salvo interpretaciones del conferenciante demasiado heterodoxas, reforzaba la filosofía de vida que le impregnaba, la que le justificaba ante él y ante la sociedad de su persistencia en la soledad, de su autosuficiencia moral e intelectual.

Se había enfrentado a esa soledad del espíritu excelso después de romper todos los que, en los manuales, se llaman “vínculos primarios” entre el individuo y su entorno social y familiar. Su preparación intelectual, su infancia y adolescencia vividas en el recoleto entorno, casi claustral, de una familia de desvaídos blasones o en internados de élite, le habían ido conformando y afirmando en la idea de su aristocracia, en la doble acepción, en su caso, de la sangre y del espíritu. Era, se consideraba verdaderamente un ser espiritualmente excepcional, llamado en cualquier momento a ser guía y ejemplo de las masas grises y adocenadas. Mientras, debía seguir su camino de iniciación.

Lecturas, viajes y soledad; desde la altura de sus pensamientos percibiría cuando era llegada su epifanía. La red se estaba tejiendo; sus escritos, divulgados bajo pseudónimos y a través de ocultas conexiones, sus anónimas participaciones en movimientos sediciosos, germen (creía él) de una nueva sociedad en la que individuos como él dirigirían a las gentes amorfas hacia ideales que ellos nunca hubiesen imaginado. Solo un poco más de paciencia.

EL PARQUE DE ATRACCIONES.

Salió a la céntrica calle con esa sonrisa de satisfacción y suficiencia que deben tener los prohombres cuando se ven rodeados de vulgaridad. Aquellas gentes pronto aclamarían su nombre, sus sonoros apellidos blasonados y le pedirían anhelantes la redención de sus miserias, espirituales y económicas.
En un inusitado gesto de solidaridad con los humildes, mezclado entre ellos, su prominente estatura sobresaliendo entre el mar de cabezas que lo rodeaba, quiso extender esta momentánea generosidad y participar en alguna de las diversiones plebeyas. Frente a él el Parque de Atracciones.

Una constelación de luces llamativas, de músicas estridentes, de gentes apretujadas que expresaban bulliciosamente su grosera alegría. Pasó al interior; su traje de impecable corte, sus zapatos de exclusiva manufactura inglesa, su porte, en definitiva, llamaban ciertamente la atención en aquel ambiente popular, de una gregaria convivencia, con una zafiedad de gestos y voces que, en principio, le repugnó profundamente. Las gentes, instintivamente, abrían corro a su paso; aquella presencia inusual les producía una inconsciente, primaria, actitud respetuosa. Eso le agradaba.

Entre las vaharadas pestilentes de las fritangas, del hedor de los cuerpos sudados, él se sublimaba espiritualmente y se veía redentor de tanta grosera simpleza. Una especie de arrobamiento místico comenzó a embotarle los sentidos: el vocerío, los apretujones, las músicas estridentes, las luces de colores chillones, todo aquel mundo desacostumbrado y adverso a sus modos y costumbres le creaba una cierta inestabilidad, una especie de embriaguez no del todo desagradable. Pero necesitaba un poco de descanso, de aislamiento.

EL LABERINTO DE LOS ESPEJOS.

Un poco apartado del gentío y sin demasiada aglomeración en su entrada vio una caseta de atracción, de discreta apariencia: “EL LABERINTO DE LOS ESPEJOS”. Allí quizás pudiera retirarse un momento y dejar que el torbellino de emociones que estaban zarandeando su espíritu se asentase y le permitiese salir con una cierta calma de aquel pandemonium. Tomó su tique y se introdujo en una agradable penumbra. Una música tópicamente misteriosa, pero suave, envolvía el oscuro ámbito. Los reflejos de los múltiples espejos que conformaban las calles, angostas, por donde debían discurrir los visitantes multiplicaban las difusas fuentes de luz que provenían de tubos fluorescentes, disimulados en los rincones. Un desvaído color azulino aumentaba aún la lividez del entorno.

Aquel ambiente tenebroso, enigmático y la incertidumbre de sus pasos, continuamente desviados por los planos de espejos que dificultaban su caminar, hizo que una creciente inquietud, nacida en algún desconocido vericueto de su espíritu, se fuese difundiendo, adquiriendo consistencia física, a través de todos los nervios y músculos de su cuerpo. Era una sensación inédita en él, paralizante, a la que no sabía como reaccionar. Por fin alcanzó una especie de plaza limitada por cuerpos de espejo dispuestos regularmente en su perímetro y que disimulaban arteramente cualquier salida que allí hubiese.

LA ALUCINACIÓN.

Desde el centro de aquella placita se vio reflejado en las infinitas imágenes con las que los espejos le devolvían la suya; inacabables imágenes de su cuerpo, demoradas hasta el absurdo en alineaciones sin fin. Lanzó un grito de terror; un pavoroso miedo sacudía convulsamente su cuerpo, como si una corriente eléctrica lo atravesase. Sintió como un aleteo de millares de murciélagos que le manoseasen la cara, las manos, como si estuviese atravesando un bosque de telas de araña, y detrás de cualquiera de ellas le aguardase el picotazo mortal. Se veía en las trémulas reverberaciones como si una legión innumerable de ángeles oscuros lo rodeasen, lo llamasen a no sabía que prolongados abismos.

En el colmo de su crispación se fijó en la imagen reflejada de su rostro. Lo que vio allí superaba con mucho cualquier crueldad de la más refinada imaginación. Era él, sin duda. Su rostro en cada espejo presentaba gestos alucinados, soeces, lascivos, pústulas pavorosas, labios leporinos que lo deformaban en trágicas sonrisas. Era él en las más ignominiosas expresiones, era un él infrahumano, monstruoso. “Aquello” no podía ser el ser superior, el magnífico superhombre que había de redimir a las masas adocenadas, sometidas al empobrecimiento espiritual a que les conducía una sociedad desprovista de aquellos valores que él representaba, la aristocracia perdida por el marasmo al que la renuncia a lo sublime estaba empujando a los hombres.

En un esfuerzo supremo de concentración trató de sobreponerse. Aquello era, tenía que ser, irreal; las imágenes, pura virtualidad. Él seguía allí, dentro de su impecable traje, calzado en sus exquisitos zapatos ingleses, sus guantes de fina cabritilla envolviendo sus manos, tan cuidadas. Pero él, el único, se había visto ultrajado en otos muchos “él”. Miles, millones de figuras similares a la suya, deformadas, degradantes, le hacían brotar en lo más íntimo de su ser la duda. ¿Donde estaría la verdadera realidad, si es que alguna realidad puede ser verdadera? ¿En su cuerpo, tembloroso, alucinado, o en aquellas imágenes grotescas y crueles?

LA SALIDA.

Ofuscado, sin recursos mentales (él, tan hecho a ellos en las difíciles situaciones que sus severas ascesis le creaban) buscó desesperadamente la salida. Continuamente era obstaculizado por un espejo; una imagen burlona e insultante le cerraba el paso. Gritó, aulló, llamando a alguien que le guiase, guiarle a él, el futuro guía de los hombres. En su mente efervescente las aterradoras imágenes se multiplicaban, aumentaban la intensidad de su angustia. Tenía la boca reseca, el sudor le empapaba las ropas.

Finalmente en un brusco y exasperado gesto rompió uno de los espejos. Como el animal acorralado que en esos momentos era no sintió el dolor ni la sangre. Siguió avanzando, rompiendo uno tras otros, todos los frágiles vidrios que se le interponían, hasta que llegó a la lona de la carpa del espectáculo. Como un loco la rasgó por una de las costuras y salió al exterior, en medio de la multitud, como un borracho, trastabillando, empujando, golpeando. Las gentes protestaban y le devolvían los golpes y los empellones. Las gentes. Aquellos muñecos autómatas seguían reproduciendo su imagen, como los espejos rotos; eran él, seguían imitando groseramente su porte, su rostro, igualmente adulterado por gestos y úlceras, como en los espejos.

En medio del torbellino humano que lo zarandeaba vio como dos ángeles opacos, siniestros, lo arrancaban de la cima excelsa donde se encontraba y lo arrojaban a un vacío espeluznante. Caía; caía desde no sabía donde, desde aquel dorado trono que aún le parecía entrever en la altura. Caía hacia un mefítico nido de oscuridad y dolor. Su obra, inacabada, había sido destruída. ¿Qué dios oculto y malvado, temeroso de su futuro poder, le había destronado? Tantas preguntas y él seguía cayendo hacia las profundidades de un dramático sueño...

FINAL.

Al cabo de algunos días el cuerpo de un hombre aún joven, vestido con los harapos de ropas que debieron ser caras, eviscerado por los perros callejeros, lleno de cortes y magulladuras fue encontrado por algunos paseantes que gustaban de los sitios marginales. No tenía documentación ni efectos personales. Nadie reclamó aquel cuerpo ni pudo ser identificado por sus huellas; tampoco tenía antecedentes policiales. Caso cerrado.

Una señora que se dedicaba a hacer labores de limpieza en las casas comentó en un lujoso barrio que su señorito, aquel chico tan elegante, distinguido y educado, hacía días que no aparecía por casa. Pero no iba a ir a la Policía; ella no tenía papeles y no quería líos. Al fin y al cabo, los ricos tenían costumbres muy raras.
caizán
caizán
06-08-2012 17:01
Mr. THOMPSON
Tener un ideal, un proyecto, requiere: creer en él y aplicarlo honestamente; quien así lo haga en algún momento de su vida o post mortem, TRIUNFARÁ. El que no respete esos principios, tendrá un fin ominoso.
Las ramas cristianas que se apartan del catolicismo, tienen un común denominador, no son célibes, por lo tanto en esas congregaciones, como en el primitivo cristianismo, anterior a la dominación eclesiástica, no ven con buenos ojos que sus acólitos sean solteros.
El rubio Mr. Thompson recordó lo ocurrido hace cinco años. Ese día fue
ungido sacerdote anglicano.
Su Obispo le preguntó: ---¿Tienes algún proyecto, para el camino que hoy inicias?- Implícitamente le preguntaba si había esposa en ciernes, las comunidades desconfían de los solteros, son propensos al pecado.
--Sí. Tengo dos opciones. Una es ir al África central; la gente de Desmond Tutu me ha informado que allí hay una tribu de bosquimanos caníbales que, desde tiempo inmemorial, no tienen contacto con el mundo exterior. La otra opción es, una tribu de Guatemala. Ellos hablan una lengua desconocida y tampoco tienen contacto con el mundo. Debo optar por una de esas tareas, todavía no lo decidí.
Finalmente eligió África. Era la tarea más ímproba, la que colmaba sus aspiraciones personales. Demostrar al mundo el poder de la palabra de Dios.
Cuando se despidió del Obispo, éste le preguntó si iba solo y qué llevaba como equipaje. Respondió:-- Voy a un lugar peligroso, no puedo ir con nadie ya que apenas si podré cuidarme yo. Llevo una mochila con ropa interior, un pantalón, sandalias y sombrero. Lo único fuera de lo común es un teléfono satelital, su batería y una pequeña pantalla solar, para cargarla. Esto último, al solo efecto de tenerlo informado de mis avances.
La tarea era de tres pasos: Ingresar y ser aceptado por la tribu. Evangelizarlos y, hacerlos abandonar el canibalismo.
Pasaron varios meses hasta que pudo informar al Obispo la concreción del primer paso. La grey se alegró por ese avance.
La joven y muy querida hija del jefe tribal fue de gran ayuda para concretar el segundo paso y fue decisiva en la concreción del tercer paso; tras varios años de dura tarea, no solo logró que abandonaran el canibalismo; también los hizo vegetarianos y cristianos a su manera.
El Obispo al tanto de todo, transmitió la noticia al mundo a través de las redes sociales. Los ortodoxos decían: “es un milagro”
Le pidieron que volviera a Londres, para disfrutar su éxito y el de la orden. El Osservatore Romano publicaba: “loas a los hermanos anglicanos”
Cuando nació la blanca niña de la hija del jefe, el Pastor volvió a ser noticia mundial.
Mr. Thompson tuvo dos oportunidades para cambiar su destino. La primera: haber ido a Guatemala. La segunda: haber vuelto a Londres para disfrutar su éxito.
Desnudo, atado a un árbol; mientras oía como subía el sonido de los tambores tribales, que preanunciaban su muerte, comprendió el error: su vanidad lo convirtió en un ser humano común y comestible.
JSM




Sin foto
sergeivanovich
17-07-2012 11:29
AMAPOLAS AL VIENTO

Todas las alarmas saltaron cuando crucé a través del escáner del control de seguridad del aeropuerto. La cantidad de metal detectada por la máquina indicaba una posible amenaza. El vigilante cacheó mi cuerpo registrando una y otra vez su anatomía. Yo no paraba de repetirles lo de mi operación y los implantes que llevaba conmigo, pero los guardias no cesaban en su empeño por hallar el origen del enervante sonido que de modo irritante surgía de la consola de control. Finalmente, me llevaron a una lúgubre sala donde quedé desnuda. Pensaba que se contentarían con introducirme un dedo enfundado en un guante a través de la vagina y el ano, pero el detector de metales había hallado bajo mi piel algo que despertaba su curiosidad.

Al cabo de un rato, el cirujano, empuñando un afilado bisturí, desgarró la envoltura de latex y goma virgen que cubría mis senos desvelando en medio de mis gritos de impotencia el implante acorazado que me mantenía con vida desde aquel día aciago en el que acerté a pasear junto a aquel maldito coche-bomba. En un instante, perdí los pulmones, el brazo, el corazón, los intestinos y en cierto modo la vida. Cuarenta dias de quirófano dejaron tras de sí un entramado de tubos de vinilo soportados por una carcasa de metal brillante engarzados a venas y arterias alrededor de dos pulmones artificiales de silicona comandados por circuitería electrónica y una bomba de membrana que pulsando de modo rítmico bombeaba la sangre al resto de mi cuerpo.

A pesar del rechazo que causa mi apariencia semimetálica, sigo siendo una persona. Un ser humano herido por la locura de la guerra y reparado a base de implantes mecánicos que me mantienen con vida. Cada noche he de enchufarme a la red eléctrica para recargar mis baterias y obtener con ello un dia mas de existencia en este mundo, pero ellos repudian mi invalidez y carencias tildándome de monstruo, mitad robot y mitad ser humano. Para ellos, tengo un nombre. Soy una Cyborg.

Muy a su pesar sigo siendo una ciudadana norteamericana, con pasaporte en vigor y no pueden retenerme en la aduana demasiado tiempo, aunque he de soportar las miradas acusadoras de aquellos que me contemplan como una criatura escapada de un macabro espectáculo circense. Especialmente porque la pequeña María me espera, custodiada por un guardia que acaba de abandonar su puesto, dejándola sola a consecuencia de una repentina hemorragia nasal.

Finalmente, el avión hacia Los Angeles ha despegado y María juega feliz junto a mí, emborronando de colores un cuaderno con los lápices que la azafata ha traido amablemente. Mi mano metálica acaricia su pelo. Es una niña preciosa, de apenas doce años y una embriagadora sonrisa que, después de todo lo acontecido,más allá de las visicitudes que encontramos en el pasado y ahora afloran en mi memoria,aún mantiene radiante. Toda una suerte tener esa facilidad para olvidar, para esconder el pasado en la recámara más oscura de la mente

El helicóptero sobrevolaba un terreno devastado. Un desierto polvoriento se agitaba bajo sus aspas. La tierra calcinada se abría agrietándose. Todo era desolación. Las plantas se habían marchitado y de sus tallos erosionados emanaba un pestilente halo de humo blanco. El mismo que se desprendía a través de las cuencas vacías de ojos y bocas abiertas de cadáveres de animales y personas tras la detonación de la bomba bacteriologica. El virus XVH2 era muy potente, pero de corta vida. Consumía tan rápido y de modo tan letal las células de los seres vivos que acababa desapareciendo una vez que el portador se extinguía.

De pronto, en medio del páramo, cubierta con una capa de polvo de ceniza, encontraron a María. Vagaba sin rumbo, sujetando entre sus diminutos brazos el cadáver de un cachorro de perro. El virus no la había matado. Había sobrevivido milagrosamente.

Ignorando las advertencias de seguridad, el helicóptero aterrizó y Andrés rescató a la pequeña María transportándola en brazos hasta el interior de la cabina. Tras un examen médico y ocular pensaron que el virus no la había afectado. Andrés se quitó la máscara del traje NBQ y cruzó con ella unas palabras.

Cuando la sangre manó de la nariz de Andrés, salpicando el suelo del helicóptero con gotas de su sangre, nadie podía imagirar que a las 48 horas estaría muerto . El virus XVH2 había mutado en el interior de la niña a una cepa menos virulenta, que se extendía por el aire y resultaba letal para personas y animales.

Los médicos de la aldea carecían de trajes NBQ de supervivencia, por lo que decidieron abandonarla en un pozo alejado de la población al que de vez en cuando se acercaban protegidos mediante velos empapados de agua con lejía para suministrarla comida. María permaneció más de un mes en ese pozo, hasta que las noticias de la niña superviviente al XVH2 llegaron a mi pais y los militares me enviaron con la misión de conducir a la niña hasta un piso franco en donde un grupo médico habría de investigar el origen de su inmunidad.

Recuerdo el día en que la saqué del pozo en donde la mantenían con vida, rodeada de cadáveres de animales que ocasionalmente descolgaban desde el brocal para que se sirviera de su compañía. Ningún ser vivo duraba mucho en su presencia. Pero mis carencias como humano resultaban también mi escudo ante el temible virus, ya que los filtros instalados en la aspiración de mis pulmones artificiales eliminaban con total eficacia al terrible parásito.

María se pasaba la vida frente al televisor, viendo entre el paréntesis de analíticas a la que diariamente era sometida, aquellos dibujos animados en donde Alicia caía a través de una interminable madriguera de conejo tras el gazapo del reloj para encontra en su fondo un nuevo mundo, con el sombrerero loco, los gemelos Tweedledee y Tweedledum, la oruga fumadora o el escurridizo gato invisible. Tampoco faltaban el simpático ratón, el perro parlante de aspecto desaliñado, el pato malhablado, la sirenita, y todos aquellos seres animados que constituían su único contacto con la realidad conformando un mundo sin maldad construido a base de color.

Finalmente me ordenaron matarla, de un modo limpio y aséptico sin que su sangre se derramara por el suelo. Una tarea facil para un cyborg. Una criatura metálica sin corazón debiera ser despiadada, pero yo no fui capaz de llevar a cabo el sacrificio. Algo en la mirada de aquella niña detuvo mi mano y provocó una descontrolada reacción química en mi cerebro. En lugar de eso, maté a todos los médicos y juntos desaparecimos del lugar en medio de una alocada fuga.

El avión ha aterrizado. María y yo hemos llegado Finalmente al castillo de los sueños, donde la Bella Durmiente acostumbraba a danzar al ritmo de alegres valses antes de que las sombras poblaran el reino. Contemplamos sus altas torres de techos cónicos azules y banderas triangulares ondeando al viento, sus paredes rosadas , engarzadas con terrazas doradas y los tapices izados sobre farolas que circundan el camino de acceso a través del puente de piedra que conduce al patio interior por el paso levadizo. Adornos multicolores cuelgan de las murallas, iluminadas con un inmenso rosario de pequeñas luces blancas, descolgándose entre las almenas como espuma de hielo fluorescente.

Se acerca la navidad. La carroza de Santa Claus se desliza por el amplio paseo jalonado de abetos navideños engalanados de guirnaldas, luces y bolas de colores. Los niños la vitorean al pasar. Santa Claus rie burlón desde su trineo gigante remolcado por renos que andando sobre dos patas arrojan caramelos al publico. Principes y princesas tomados de la mano desfilan junto a la carroza de un gran muñeco de nieve, en donde gira sin cesar una bailarina de tutú blanco escoltada por una división de soldaditos de plomo desfilando al son de la banda de música, con sus uniformes blancos y rojos repletos botones dorados a juego con el brillo de los instrumentos de viento que suenan sin descanso.

María grita feliz, excitada por aquella explosión de música y color que invade sus sentidos. Su cuerpo menudo se agita entre una melé de crios agachados que pugnan entre ellos por el dulce botín de caramelos que pueblan el suelo. Nunca la he visto tan viva como en estos momentos. Su goce me hace pensar que el viaje ha merecido la pena.

Pasamos el resto del dia visitando la montaña rocosa Matterhorn, deslizándonos en barca a través de canales acuáticos, visitando el exótico mundo submarino, el mundo de los piratas y la mansión encantada. Por fin se ha hecho de noche. Esqueletos mariachi, con sombrero mexicano y un toque navideño cantan frente a nosotros tocando la guitarra, maracas, xilófono y contrabajo en conmemoración al dia de los muertos. Brillantes fuegos artificiales multicolores iluminan el firmamento nocturno. La tierra del pirata y el pato, el perro y el gato. De Alicia y Aladino. El lugar donde los sueños se hacen realidad. María corre enfundada en su gorro con orejas de ratón por el recien estrenado camino que conduce hasta Oz, nuevo y reluciente, cuyo lustre amarillo se llena cada segundo de manchas rojas como un prado de amapolas en el estío y yo siento que la amo, que está más cerca de mí que ninguna criatura. A su paso, el mundo languidece bajo la sombra de seres sangrantes, olvidados de la naturaleza, corrompidos por dentro. Ellos son los monstruos, los que crearon el XVH2, los que lo lanzaron sobre una población indefensa jugando a ser dioses, sin pensar que de algún modo, la naturaleza siempre devuelve los golpes.

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