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TEXTOS DE HUMOR
caizán
caizán
30-04-2013 15:35

Pues chica, te diré mis ancestros.
En el siglo XIX, mis abuelos paternos caminaban las ferias (gallegas seguro, de otras no sé) contando "historias de ciegos",de eso vivían, mi abuelo tocaba el violín, mi abuela recitaba lo que la pantalla tenía en figuras, por ej.:El Crimen de Cuenca, luego peli.
Valle Inclán llevó a esos juglares al teatro en DIVINAS PALABRAS.
Gracias por hacerme recordar.
Y te digo:"nunca digas no" jajaja.

Eratalia
Eratalia
30-04-2013 14:20

ROMANCES MEDIEVALES

Y ahora os voy a colocar aquí, en textos humorísticos, una poesía de mi archivo particular, que se quiere aproximar al género de las aleluyas (les auques de redolins para los catalanes) arromanzadas, esa que cantaban los ciegos por las plazas -yo no estaba allí, que conste, pero me lo contaron... que no se piense mi estimado Don Caizán que el XVII yo ya andaba componiendo, que ahora que le ha dado la vuelta a la tortilla lo creo muy capaz- Son unas composiciones que me resultan realmente divertidas de hacer...

ROMANCE MEDIEVAL DE LA BELLA ELIODORA

Vive la bella Eliodora asomada a su balcón
Si ve venir un jinete,le galopa el corazón

Sale al balcón con presteza y al caballero requiere
Le explica su situación y su historia le refiere

Deteneos caballero, ¿podéis hacerme un favor?
Yo sabré recompensaros poniendo todo mi ardor.

Sabed que a mí no me dejan salir de esta habitación
Y que vivo custodiada por un horrible dragón.

Si subís hasta mi torre y me traéis su cabeza
Os estaré agradecida y os serviré con presteza.

Explicadme, mi señora, los motivos de tal cosa
Pues podéis contar conmigo, Gumersindo de la Rosa.

Mi padre me ha prometido a un duque anciano y malvado
Y al negarme yo a la boda aquí me ha confinado.

Yo no quiero estar unida a un vejestorio espantoso,
Anhelo fuego y pasión en los brazos de un esposo.

Tardaré solo un momento, id preparando una copa
Y si os sobrase algún tiempo, aligeraos de ropa.

(Cuando llegue derrengado tendré que animarlo un poco
Le voy a hacer un “estriptis” que lo voy a volver loco…)

Después de mil escalones al dragón yo no lo he encontrado
Dejadme ahora que os contemple, que sin aliento he quedado.

Si no os importa señora, que lo deje para luego…
No creo que ande muy lejos, porque yo ya noto el fuego.

Os confieso noble hidalgo que el fiero dragón no existe
Tan solo os hice subir porque mi vida es muy triste…

Pero, adorable señora, no teníais que haber mentido
Con solo decirme: ¡Ven! Corriendo hubiera subido.

Gumersindo, yo, a cualquiera, entregarme no quería
Antes deseaba saber vuestro arrojo y valentía.

Acomodaos caballero, que, visto tanto valor
Voy a quitarme la ropa, olvidando mi pudor.

El caballero y la dama retozan con alegría
Pierden la noción del tiempo y no ven que acaba el día…

¡Oigo cascos al galope! ¡Ausentaos con presteza,
Si mi padre os coge aquí, os cortará la cabeza!

Al oír esto, al valiente le han entrado los temblores
Y sale despavorido aunque va en paños menores.

Eliodora se sonríe, muy contenta y satisfecha…
El truco no le ha fallado ningún día hasta la fecha.

Los placeres que precisa en bandeja le han servido
Así que vive encantada ¿para qué quiere un marido?

Cuando su padre pregunte ¿qué es lo que has estado haciendo?
Dice: Rezar y bordar… y tocar un instrumento.


Con rimas y a lo loco
Eratalia
Eratalia
29-04-2013 22:42

¡Madre mía! Qué historia tan, tan... Bueno, pues que me ha gustado mucho el corte irónico-sarcástico de este acto teatral u lo que sea.
Aderezado, como siempre, de las pinceladas humorístics y el palabrerío encumbrado.


Con rimas y a lo loco
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
29-04-2013 20:49

Como El Camarote anda últimamente como muy reglamentado y eso, cuelgo aquí lo que yo entiendo como un mero texto de humor. Las reclamaciones a mi representante.

ARGIMIRO Y LA TECNOLOGÍA.

En aquella mañana resplandeciente de lámparas de vapor de mercurio, el caballero Lohengrin se presentó como un encrespado energúmeno ante el Margrave Frizt de Baviera, jurando en indostaní antiguo y reclamando satisfacción a la ofensa inferida a su persona y a la justa causa de la que pretendía ser valedor.

-¿Cómo osáis, oh tú, espulgador de walkirias, asignarme un cisne común, un ansariforme bastardo , con el cuello negro para mayor inverecundia, para ser uncido al dorado esquife que ha de llevarme ante el Rey? ¿Cómo creéis, zafio insolente, que puedo presentarme con semejante anátida enyugado a mi falúa de diseño para ser el campeón que defienda a la bella Elsa?

-Habréis de perdonarnos, oh bravo Lohengrin. Un encargo imprevisto, un ucasé llegado de las más altas instancias del Imperio nos ha obligado a enviar allende los mares a todos nuestros cisnes blancos, aristocracia sin parangón de las anátidas europeas. Una superproducción musical de un tal Busby Berkeley, favorito de aquellos dioses bárbaros y paranoicos, pero dueños de fabulosos recursos económicos, así lo ha ha exigido sin tener en cuenta las perniciosas consecuencias para nuestros caballerescos ideales. No admiten, dicen, daños colaterales. A cambio nos han ofrecido su trueque temporal por algunos pingandúes o pingandús, pájaros exóticos como el que os han preparado para vuestro servicio. Son de total garantía, de primera mano, aunque carezcan de su refinada elegancia.

Lohengrin, presa de la más arrebatada desesperación, comenzó a despojarse de su blanca y deslumbrante armadura, atacando a golpes de espada todo el decorado, tosco pero digno, de este primer acto.

Un bufón que a la sazón aguardaba para hacer sus malabarismos se prosternó ante el Margrave y espetó el siguiente parlamento, fuera de guión:

- Oh, tú, el mejor de los teutones. Permtidme ofrecer una solución a tan delicada situación.
- ¿Y tú quien eres, bufonzuelo irreverente?
- Soy Argimiro, señor, emigrante español; tengo papeles. Yo, señor, he llegado a este país de próceres convocado por la capitana de vuestras valkirias, vuestra Hammerfrau Brunilda Merkel, que ofrece trabajo y sustento (más de lo primero, si he de ser sincero) a los hijosdalgo españoles, vuestros antiguos señores si me está permitido decirlo, hoy en precaria situación de subsistencia.
- ¿Y que propones, truhán?
- Os lo diré en privado, sin la presencia del caballero ultrajado.

Al cabo, un resplandeciente cisne, totalmente blanco, era presentado a Lohengrin, quien arrobado ante tal animalito se quedó traspuesto en la segunda bambalina.

-¡Cáspita! Argimiro. Decidme: ¿cual ha sido la causa de tan portentosa transformación? interrogó el Margrave.

- Señor: sabido es que los españoles tenemos entre nuestras escasas virtudes aquella de la improvisación, que otros llaman chapuza. Dadme cualquiera de vuestros complejos mecanismos y lo repararé sin demora. De unas pilas en desuso puedo hacer una central nuclear, ahora que ya no se llevan. Aquí, con el bicho éste, una simple manita de pintura de la mejor calidad, alemana, desde luego, ha obrado el prodigio.

Y el Margrave, admirado y reconocido, cosa inusual en aquellas austeras tierras, concedió a Argimiro el título de Von (Argimiro von Logroño) y la licencia de apertura de un taller de reparación de chapa y pintura; taller que, posteriormente, fue absorbido por el Grupo Krupp. Así se escribe la historia.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
09-04-2013 21:22

Esto iba para "Conexión...". Pero me entró la vena chunga y salió "esto". Así que pensé que en Textos de humor tendría mejor acogida. Por lo de las licencias del asunto y eso. Que os guste.

NOCTURNO (POR PONER ALGO)

Con mi esperanza y mi Estrella
amanezco cada día;
brilla una ciega osadía
en mi aventura tras de ella.

Ella, sueño o nube negra
de una noche de alcoholes
-como luz de los faroles-
me apareció pelinegra.

Pelinegra de ojos claros
¡qué peligro, que ocasión,
que escultura, qué primor!
Salgo pitando tras ella.

Y desde entonces mi vida
insoportable se ha vuelto.
Mi Estrella me lleva al huerto;
la esperanza ya he perdido.

A Estrella, como nocturna,
la comparto con mil hombres.
maqueró ahora es mi nombre
y ándome triste y soturno.

Pero un amigo me dijo
después de catar mi Estrella:
“Bragada es la tal doncella,
aunque sin bragas me vino.

Montemos, amigo mío
un suculento negocio,
¿quieres que seamos socios
y la llevemos al río?

Acuérdate del poeta,
el que la creyó mozuela
y a poco si se la cuela
en cuanto abrió su bragueta.

Una estrella reflejada
en las aguas caudalosas
son dos estrellas sabrosas
que doblarán tu soldada.”

No pensé más; así lo hice
patentando mi negocio:
el profano sacerdocio
de duplicar meretrices.

Eratalia
Eratalia
02-04-2013 10:43

Mira, yo no sé quién habrá sido la compi del privi, pero la felicito en su nombre y en el suyo propio por haber conseguido esto. ¡Qué hartura de reír, que regodeo y deleite me da leerte!
En cada faceta tuya te superas a ti mismo, mismamente.


Con rimas y a lo loco
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
01-04-2013 23:56

Y mientras nos ponemos de acuerdo sobre lo de El Camarote digo yo que habrá que alimentar la cosa humorística. Una compi me pidió por privi que si tenía algo de humor. No sé exactamente a qué se refería. Pero, por si acaso, aquí dejo esta... esta... bueno, estas líneas escritas con la gracia y el salero que me caracterizan. Que os aproveche.

LA LAMENTABLE HISTORIA DE UN SEÑOR DE IZQUIERDAS.

Quiero aclarar, antes de nada, que lo de señor de izquierdas nada tiene que ver con ninguna adscripción ideológica, inexistente en mi caso. Sólo significa que en toda mi vida nada me ha salido a derechas.

Por eso iba a empezar esta coñahistoria diciendo: “Cuando yo nací mi mamá no estaba en casa”, pero resulta que esa frase ya la ha dicho un tal Miguel Gila y no me gusta ser copiota. Aunque la originalidad no ha sido precisamente el logro más significativo de mi vida. Al mismo tiempo que yo nacieron muchos más niños (y niñas), todos envidiosos y cargados de ese afán, tan humano y español, de jo.der la marrana al prójimo. Todos eran regordetes, todos mamaban de las ubres maternas con igual ferocidad que yo (de eso me enteré más tarde) y todos estaban dispuestos, aun sin conocerme, a ser mis competidores y rivales sañudos el día de mañana. A pesar de eso tuve muchos amiguitos (y amiguitas) tanto en el cole como en los ingenuos e inocentes juegos callejeros.

Lo del cole lo llevaba peor, pues era a base de aparentar una mediocridad que no sentía (ni creo que tuviese) y dejar que mindundis medio mongólicos me superasen en “mates” y latín, lengua que, aunque muerta, daba mucha vida al personal discente. En la calle, aparte de que nadie quería incluirme en su banda y me excluían de los equipos de fútbol que se formaban, tenía un cierto ascendiente entre la peña por mi destacable capacidad de fabular. Y a las niñas les caía especialmente bien por mi bobaliconería, que despertaba en ellas sus instintos maternales. Los otros, desgraciadamente, no. Esos estaban reservados para los líderes natos, que siempre había alguno.

Mis papás, que eran pobres venidos a menos, no querían que yo siguiese la trayectoria familiar; veían en mí el resurgir de la estirpe, el advenimiento del nuevo especimen que hiciese renacer los viejos brillos y colocase de nuevo el blasón familiar a la altura que le correspondía. Pobrecillos, qué miopía histórica. Mi abuelo, el materno, probo funcionario (entonces todos los funcionarios eran probos además de pobres, no como ahora, pandilla de corrutos) me inició en el arte de seducir féminas. Qué trabajo le costó al pobre; y cuantos reales (sí, reales) se gastó en lupanares barriobajeros para que yo supiese que “la cosita” servía para otros menesteres diferentes al de simple aliviadero del pis. Claro que en ese ambiente la labor de seducción estaba garantizada por los dineros que se aportaban, aunque las señoras meretrizas siempre ponían alguna pega (“otra vez el gordito-gafotas éste, con lo sosomanío que es”) que mi pobre abuelo acallaba con algún real (sí, real) extra. Pobrecillo también él. Que dios los tenga en su gloria.

Después, ya adolescente cumplidito, llegó la difícil elección: o cura o militar. Lo de cura estaba más sencillo; no había que saltar el potro ni subir la cuerda de nudos. Pero yo, anteponiendo a mis escrúpos pacifistas mi deseo de originalidad y de retomar los antiguos brillos, el blasón, etc., etc., me apunté a lo de soldado. Vaya batacazo, en todos los sentidos. Entonces apareció aquella tercera vía que era la del funcionariado. La oposición y todo eso, vamos. Un oscuro porvenir, una aurea mediocritas, que mis olvidados genes de rancio hidalgo me hicieron rechazar. Además, que eso de pasarse las noches estudiando el Fuero de los Españoles y derecho administrativo, pues que no, vaya.

En aquella época Ehpaña, mi patria y la de muchos españoles más, empezaba a resurgir de su largo, largo, largo ostracismo (para mí que la cosa venía de atrás, desde los Reyes Católicos, pero entonces no se podía decir). Empezaba el personal a tener coches -pequeños-, televisiones -en blanco y negro y con un solo canal doctrinario y adoctrinador-, y se podía comer pollo entre semana, no como antes que sólo se comía en Navidad y en el “cumple” del abuelo. Los demás días se alimentaba uno a base de … cocido. ¡Ay, mi cocido, mi añorado cocidito...! Entonces empecé a engordar; siempre fui gordito relleno y gafotas, ya lo he dicho, pero ahora es que era ya francamente gordo. Esto, naturalmente, aunque la cosa no era tan exagerada como ahora (lo del culto al cuerpo y todo eso, me refiero) limitó mucho mis opciones laborales; no podía ser modelo de haute couture, ni nadador olímpico, ni siquiera encofrador ; en fin, un rollo. Así que, siguiendo mi destino de ser un tío original y diferente, me empleé en una tienda de ropa. Algo es algo, debí pensar.

Llegó por fin la deseada y temida hora de elegir esposa. La verdad es que la lista de aspirantes no era precisamente abundante. Es más, ni siquiera fui elector, sino elegido. Pero me encontró, la puñetera. No le costó mucho convencerme; siempre se ha dicho que las chicas son más espabiladas que los chicos, cosa que en mi caso no era precisamente imposible. Además, sus papás eran de pueblo y en su casa se seguía comiendo... cocido. Y unas morcillas, y unos chorizos... en fin, que la chica era un buen partido. No sé que vería en mí; poco, porque era mucho más miope que yo; yo sí que la veía bien: 10 arrobas de humanidad son difíciles de pasar inadvertidas. Al principio yo no caía en la cuenta; fue ella quien me lo advirtió de forma tajante: “O dejas de mirar a las demás chicas o te arreo un bofetón que te dejo nuevo, cegato de mierda”. No era muy delicada, que digamos.

Superadas esas pequeñas crisis iniciales la cosa empezó a funcionar mejor y a pesar de las enormes dificultades, tanto antropomórficas (dos perímetros abdominales de 180 cms.) como de mera atracción física (por mi parte; ella es una perra en celo) la coyunda fue efectiva y hoy tenemos seis espléndidos vástagos, entre vástagos y vástagas. Y yo, cuando vuelvo de la tienda donde sigo cumpliendo mi honrosa función de vendedor de tejidos y novedades dejo mi imaginación volar hacia los imperiales designios que en mí no se han cumplido: ¿mi Gaudencito será piloto de pruebas? ¿O será la pequeña Teodomira la que volará grácilmente sobre sus puntas en el escenario del Covent Square Garden Orchestra de Nueva York? Aunque, en mi fuero interno, creo que ese destino mío de ser de izquierdas no permitirá que esos sueños tampoco me salgan a derechas.

juan fozara
juan fozara
28-03-2013 22:04

Felicidades Eratalia por este logrado poema de Jueves Santo.Humor y romanticismo unidos de la mano,con acierto,fondo y salero.Ahí es nada.Perfecto.


" La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño ": Nietzsche.
Eratalia
Eratalia
28-03-2013 19:16

HISTORIAS DEL JUEVES SANTO

(Una versión ligeramente humorística del tema)

Irene sale a la calle
el Jueves de la Pasión
y va con unas amigas
para ver la procesión

Se ha arreglado con esmero
aunque no es nada coqueta
pero se ha puesto un buen traje,
su mantilla y su peineta.

Piensa pedirle a la Virgen
con acendrado fervor
que encuentre por fin un novio,
que se le pasa el arroz.

Mientras canta una saeta,
¡ay, que triste situación!
le ha impactado una maceta,
caída desde un balcón.

Irene, inerte en el suelo,
está sin conocimiento…
Mientras llegue la ambulancia
va a exhalar su último aliento

Pero en medio del gentío
aparece un nazareno
pidiendo que le abran paso,
porque dice que es galeno.

Llega rápido y la atiende,
haciéndole el boca a boca.
Ella recobra el sentido
y casi se vuelve loca.

Mientras lo mira embobada
suspira con desconsuelo
pues piensa que ya se ha muerto,
que él es un ángel del cielo.

Pero el médico también
ha sentido aquel flechazo
y, para reconfortarla,
la envuelve en cálido abrazo.

Y en ese momento pasa
la Virgen del gran Dolor,
Irene le guiña un ojo
y le agradece el favor.


Con rimas y a lo loco
Hugo Fernández Moira
Hugo Fernández Moira
26-03-2013 14:07

LAS 1.533 TRIBULACIONES DE CECILIO ENVERDAD

No es del todo infrecuente que el mundo, sin despeinarse un solo meridiano, alumbre de vez en cuando una de esas criaturas de rostro universalmente familiar en quien la gente demasiado a menudo reconoce o cree reconocer a un viejo amiguete de la escuela primaria, a un primo segundo que en alguna lejana celebración familiar echó a perder la sobremesa con un extenso repertorio de chistes sin gracia, a un cliente moroso o incluso a un juez sospechoso de prevaricación al que los periódicos de anteayer han convertido en el más despreciable y odioso de los ciudadanos. Cecilio Enverdad, para su desgracia, poseía o era poseído por uno de esos rostros involuntariamente miméticos. Le confundían a todas horas con personas de la más variada procedencia y catadura moral, circunstancia que, como es natural, le ocasionaba más molestias que beneficios.
En cierta ocasión, es cierto, una señorita bastante agraciada le confundió con un novio de juventud de quien, según todos los indicios, conservaba un bello y gratificante recuerdo:
- ¿Eres tú, Dagoberto? ¡Qué coincidencia más maravillosa! ¡Vamos, no tengo mucho tiempo, echemos un polvo rápido en aquel callejón! – le propuso en el acto.
- No…esto… sí, vamos…- respondió el bueno de Cecilio, que también llevaba un poco de prisa y, además, estaba bastante harto de dar explicaciones y promover rectificaciones.
Cuando, diez minutos más tarde, la señorita se ajustaba la falda tras un contenedor de basura situado en la parte trasera de un restaurante paquistaní, se detuvo un instante para observar con más detenimiento a Cecilio que, por su parte, infructuosamente trataba de introducir una de sus flacas piernas en el hueco de los calzoncillos destinado a ese efecto.
- Es curioso, Dago, te recordaba veinte centímetros más alto, negro como un tizón y con los ojos verdes y oblicuos –dijo ella.
- Mi médico dice que puede ser por falta de potasio – zanjó el asunto Cecilio con aire reservado.
- Eso debe de ser.-concedió la señorita.
Y tras una pausa un poco incómoda para ambos consultó su reloj de pulsera, se despidió para siempre de su añorado Dagoberto y salió disparada hacia el aeropuerto en donde, según dijo, la aguardaba su novio, un acaudalado vagabundo panameño a quien ciertos negocios pedigüeños reclamaban unas horas más tarde en Kansas City.
Es cierto, sí; en algunas (muy contadas) ocasiones esa singularidad de su fisonomía había jugado de algún modo en su favor. Pero…¿cómo olvidar, por ejemplo, aquel desafortunado encuentro con un grupo de cabezas rapadas que le confundió con el famoso actor trágico Menéxeno Martí? Le abordaron en plena calle y, después, lo arrastraron a un solar abandonado y sembrado de latas vacías y agujas hipodérmicas para exigirle, acto seguido, que declamara ese célebre parlamento de Eteocles de Los siete contra Tebas en el que éste se lamenta de las desgracias que se siguen de una mala alianza:
- ¡Ah, funesto presagio que asoció un hombre justo a los impíos! – comenzó Cecilio completamente aterrorizado- En toda empresa no hay nada peor que una mala compañía: el fruto no es bueno para cosecharse. Si un hombre piadoso se embarca con marineros ardientes para el crimen, perece con la raza de hombres odiosa a los dioses; o si un justo se une con ciudadanos inhospitalarios que no se acuerdan de los dioses, cae justamente en la misma red y sucumbe a golpes del látigo común del dios…
- ¡Muy mal! ¡Muy mal! –le interrumpió el que ejercía de cabecilla del grupo –Este tío está perdiendo facultades, ¿no te parece, Destruktor?
El aludido, un sujeto bastante corpulento al que le asomaba un colmillo ennegrecido junto a la comisura izquierda de la boca, asintió con gravedad y añadió algunas palabras al juicio crítico de su superior:
- Gestualidad mediocre, dicción defectuosa y una cierta descontextualización.
El resto de la pandilla suscribió punto por punto sus palabras y, tas unos minutos de público y democrático debate, el jefe decidió que lo más sensato sería arrancarle las pestañas con unos alicates especiales que, previsoramente, Destruktor llevaba siempre en el bolsillo de su ----- claveteada.
Este doloroso y humillante episodio convenció a Cecilio de la necesidad de tomar algunas clases de arte dramático en la universidad popular de su pueblo y de agenciarse unas pestañas postizas igualitas a las de Liz Taylor a las que, sin embargo, renunció poco más tarde al considerar que su rostro se prestaría a menos confusiones en el futuro si se privaba voluntariamente de esos apéndices pilosos. Días más tarde, no obstante, esa prudente decisión se reveló inútil, pues le tomaron por un tal Paco Abrahamovich, concejal de deportes, que al parecer también carecía de pestañas:
- Ajá, tú eres el que nos retiró la subvención el año pasado. Puedes estar seguro que el equipo al completo del Rompenucas c.f. se ha quedado con tu fea cara, ojos de tiburón.
-No sé de qué me habla, señora.
-No disimules, microbio, te tenemos bien enfilado.
-Oiga, para empezar yo no le he dado permiso para tutearme.
- Un momento…ay, creo que me he confundido, usted no es ese gusano mierdiforme de Paco Abrahamovich…¡Cuánto lo lamento! ¡Quisiera disculparme de algún modo!
-Me basta con su palabra de chiflada, no se preocupe.
- ¡De eso nada! ¡Tome estos dos euros sudaneses y cómprese un cartón de vino, buen hombre!
-¿Me está llamando pobre? ¡Retírelo!
-Se ve a la legua que es usted un pobre -----------. De asombroso parecido con el putrefacto Paco Abrahamovich, eso sí.
-Bueno, está bien, déme esos dos euros.
-Tome.
En estas y semejantes situaciones se vio envuelto Cecilio Enverdad hasta el final de sus días. En su lecho de muerte, el médico que se disponía a desconectar la máquina que a duras penas mantenía sus constantes vitales, se lo quedó mirando un momento y, dirigiéndose a la enfermera, dijo:
- Este hombre es idéntico al legendario Cecilio Enverdad, el hombre de las 1.532 caras.
La enfermera primero asintió con gravedad pero, después de examinar por sí misma el rostro del moribundo, replicó:
- Pues yo creo que se parece a mi cuñado.

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