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EL CUENTERO CAIZÁN
caizán
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04-03-2013 18:34

AMOR VIRTUAL
Cuando bajó del colectivo ya no era él. Se quedó parado en la esquina, tratando de dominar sus nervios. No era fácil. A los 20 años, Hugo estaba yendo hacia una posible relación sexual; estaba asustado; era consciente que esa materia la debía, nunca la había rendido bien; no se podía mentir. Su ignorancia le daba miedo; no quería fallar.
Apretó contra su pecho el libro que llevaba en la mano: “las rimas de Bécquer”; cuando le dijo a ella que le parecía cursi; Norma le contestó:--Por eso te lo pido, no habrá dos en el local.
Levantó la cabeza e inició su marcha hacia el lugar de la cita: dos cuadras – se dijo – no se apuró, faltaba media hora.
Norma entró a su cabeza en cuatro meses de chat; comenzó de forma educada y romántica y terminó siendo, el último mes, una locura erótica, que llegó al paroxismo cuando recibió la foto, las fotos; primer plano o cuerpo entero; siempre vestida, casual o baby doll. Pero luego en el chat, le contaba como se iba desvistiendo, cómo le gustaría que él estuviera allí. Y se tocaba, los dos se tocaban. Amor virtual, sexo virtual. Todos los días. Un descontrol total. Él, terminaba escribiendo con su mano izquierda.
Hugo le pidió una entrevista, para materializar estos encuentros virtuales. Ella tardó una semana en aceptar. Hoy era el día. Se sentía igual que un andinista primerizo. ¿Haría cima, plantaría la bandera?
Llegó al lugar de la cita, se sentó junto a la ventana; el fresco del lugar le bajó la temperatura corporal, pero el cerebro seguía acelerado, apoyó el libro para que se leyera el título. Aprovechó para mirar las fotos y recordar los textos del chat. Se volvió a acelerar.
Cerró los ojos, trató de poner la mente en blanco, se fue relajando, tranquilizando.
--¿Hugo?
¡Madre santísima! Frente a él de pie: NORMA. Se quedó anonadado, no sabía que hacer, solo dijo:--sí.
Ella le pidió que no se levantara. Sonreía en control de la situación. Él solo miraba y no lo podía creer ¡Qué pedazo de mujer! ¡Igual que la foto! Cabello largo, negro, 1,70 metros de estatura, y un cuerpo… ¡Igual que la foto! Hugo estaba empantanado, no esperaba que ella fuera de verdad. ¡Y era!
Tomó un sorbo de su bebida y llamó al mozo, necesitaba un ¡break! Como los boxeadores. Tenía que tomar distancia para poder decir algo; parecía una mariposa, encandilado por la luz de ese cuerpo y el aura que emanaba su figura. Ella pidió un jugo de naranja natural y habló.
La voz le resultó distinta. Pero, los teléfonos siempre distorsionan.
--¿Cuántos años tenés, Hugo?
--Veinte, ¿y vos?
--Veintisiete.
--¿Ajá!-- Se le había secado la boca por los nervios, tomó otro sorbo y pensó algo inteligente para iniciar la charla, pero estaba bloqueado y ella le ganó de mano.
--Hugo sentí que era mi obligación venir a verte y traerte tranquilidad, ---Hace cuatro meses-interrumpió él. Ella hizo un gesto para detenerlo. No lo logró. El sonido de su voz, cuando terminó la frase, se fue cayendo como una pluma en el aire ---que te espero--- Obedeció, hizo silencio, pero sus ojos le hablaban a su cerebro y éste a sus genitales.
-- Estuve a punto de no venir, recapacité y aquí estoy.
--¿Vos sos Norma, verdad?
-- Sí, la de la foto.
--¡Ah!—Volvió la esperanza.
--Pero no soy la que chatea con vos. Por eso vine.
La mandíbula de Hugo cayó sobre la mesa. Lo que viene no lo quiero oír, pensó.
--Tengo una hermana, treinta años, sobreviviente de Cromañón (*); psíquica y físicamente, destruida. A través del chat trata de crear la vida que no puede vivir. Cuando cae en una depresión su autoayuda es el chat, se inventa una vida para salir a flote; por eso le quitamos el acceso a internet y al teléfono. Antes tuvimos problemas similares. Nunca pensamos que tendría un iPhone, así se conectó con vos.
--¿pero…vos sos Norma, verdad?--- Se sentía a cuatro mil metros de altura, colgado de un peñasco, las manos se resbalaban, y sabía que cuando ella volviera a hablar, se caería, indefectiblemente.
--Soy Norma, la de la foto. Mi hermana usó mi nombre y mi foto. Yo no tengo nada que ver. Me pareció indecente lo que te hizo y por eso vine.
--¿Vos no…? – Estaba en caída libre. Aplicando la Ley de Newton.
--No, Hugo. No vine a buscar nada. Vine por que quiero que esto sea solo un recuerdo, sin adjetivo. Cuando tengas treinta años, te vas a sonreír. Los hechos comienzan siendo un drama y con el tiempo, se convierten en comedia.
Hugo escuchó todo esto con los ojos cerrados; iba cayendo, cuando llegó al pie de la montaña, los abrió.
No había nadie. Solo él y Bécquer.
JSM
(*) Ver: Google

caizán
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04-03-2013 15:26

PERIPECIA

Sentado, en soledad, en el silencio ominoso de esa pobre casilla sin terminar, como su vida, miró sus manos; miró sin ver, era un acto reflejo. Estaba vacío, sin pensamientos, sin sentimientos; todo él pendía como un globo desinflado, sin contenido; algo lo había hecho explotar.
No tenía conciencia de lo ocurrido en ese atardecer, húmedo, lluvioso. Se levantó, fue hasta el balde y comenzó a lavarse las manos; automáticamente. No hubo ninguna orden cerebral que así lo dispusiera, tampoco estaban sucias. Era un mandato ancestral de Poncio Pilato, las restregó largamente dentro del agua, las secó despaciosamente y caminó, lentamente, hacia la puerta. Había dejado de llover y a lo lejos apareció el arco iris.
Maravillosos colores: amarillos vibrantes, espléndidos azules, naranjas cálidos y verdes vitales estaban frente a él pero seguía sin ver; sus ojos vagaban pero el diafragma de su mente no permitía imprimir nada de lo que miraba.
No tenía conciencia que había emprendido un camino sin final feliz. Su vida había hecho implosión y a partir de ello, se había vaciado de contenido. Su respiración era corta y poco profunda, no estaba oxigenando bien. Encendió un cigarrillo, el humo, al penetrar profundamente, lo hizo toser y lo obligó a aspirar mayor cantidad de aire, relajando el diafragma. Comenzó a darse cuenta. Reconoció su barrio, ni siquiera era una villa, era un pobre y solitario asentamiento con pisos de tierra apisonada, con paredes de madera, chapa y cartón; apretujadas entre sí para defenderse del mal exterior, del único lado que podía venir el mal: DE AFUERA; la policía, el municipio, invasores “extranjeros” de otras villas. Todos venían para lo mismo, por distintas razones pero para lo mismo: ECHARLOS. Ellos eran los modernos troyanos que trataban de mimetizarse, para no ser distintos, en busca de una inclusión, rechazada sistemáticamente por los glóbulos blancos de la sociedad; por ser parte de la grey sin pertenencia social alguna, de las que pululan afuera y adentro de toda gran urbe que se precie de tal.
A medida que pitaba, el humo le expandía los pulmones y levantaba el velo de su mente, empezó a ver el entorno de casuchas sin terminar, como la suya, mono ambientes; cocina, comedor, dormitorio; todo en quince metros cuadrados, techo de chapas viejas y afuera, un retrete de un metro por un metro.
Sin agua, sin cloacas, sin luz eléctrica y con una garrafa con gas, que alimentaba la cocina, la estufa y el sol de noche. La cama eran listones de madera apoyados sobre ladrillos, para separarlos del piso y sobre las maderas un colchón que había encontrado en la calle, en su diario corretear de cartonero. En la cocina: una mesa y dos sillas. Los cajones de manzana eran alacenas y el papel de diarios, las cortinas.
El cielo se fue abriendo y la luz que bajaba le hizo ver el arco iris. Hacía cinco años que Sara y él se habían juntado, se conocieron en otra villa, con matrimonios infelices y huyeron hacia adelante buscando la felicidad, esa vieja zanahoria con la que los políticos de turno los llevan de las narices y ellos los siguen porque el que nada tiene mucho espera y con poco se conforma. Arman y desarman parejas porque creen que pasión y amor son sinónimos, ignoran que son antónimos, ni siquiera es una regla que tiene sus excepciones como si lo fuera; cuando muere la pasión no queda el amor. Viven el día fraccionado, con más tensiones que alegrías, el futuro no existe, pensar el día siguiente ya es un proyecto importante, que quizás antes que comience lo tienen que cambiar. Estaba pensando, eso era malo; no quería pensar. Todas sus desgracias le ocurrieron por pensar: su pequeña hija se murió pensando que lo que tenía era pasajero, cuando decidió llevarla a la salita, más de tres kilómetros, la encontró cerrada, después le explicaron; nadie quiere quedarse de noche, sin médico, sin remedios, sin movilidad; una vieja enfermera que trae de su casa el algodón, el alcohol y recibe “la bronca” de la gente desesperada que viene en busca de ayuda.
Todo cambió, él, Sara. Todo cambió, no se buscaban, eran dos extraños que convivían en una miseria desesperada, la muerte de Jezabel les hizo ver su realidad. Él cartoneaba más horas para no estar en la casa, ella se fue abandonando cada día un poco más, al final ni la comida hacía. Y luego entró la rival invencible: LA CULPA. Sara le enrostró la muerte de Jezabel, primero con dolor, luego con odio. Al final lo atacó con un cuchillo, lo quería matar.
Él la estranguló. Esa fue su peripecia. Estaba muerta sobre la cama. Pensó que en su vida no hubo ni un asomo de grises indecisos ni mestizos marrones. Oía la sirena del coche policial. Pensó… que no debía pensar. Seguramente los vecinos fueron al destacamento a denunciar el hecho ¡Qué rápido!
Cuando llegó la policía se dio cuenta que tenía el reloj adelantado una hora y media.
JSM

caizán
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04-03-2013 15:18

UN CRIMEN PERFECTO

Las dos mujeres caminaban lentamente en el geriátrico. La mayor le explicaba a la más joven: --En general, son tranquilos. Los dueños no aceptan discapacitados ni personas con problemas psiquiátricos o de conducta; esos te obligan a una mayor atención y hay que restársela a los otros. ¿Más personal? ¡Ni por casualidad! Como te dije: son tranquilos; podrán tener algún día “complicado” pero les das “unas gotitas o una pastillita”... –hizo un guiño cómplice, la otra asintió --¡Y listo!
Se detuvieron junto a un hombre que dormitaba; la cabeza contra el pecho y el torso en falsa escuadra hacia la derecha. La más joven quiso ponerlo en ángulo recto pero la otra lo impidió:
-¡No, dejálo así, Nora! Dentro de un rato se inclina otra vez. Éste es don Giménez. Pasa más tiempo dormitando que despierto.
-¡Pobre! ¿Es muy viejo?
-Sí –contestó la mayor – Él estaba aquí cuando yo empecé y de eso hace... --entrecerró los ojos mirando hacia arriba para hacer memoria –más de diez años.
-No, ¡no!, Isabel, me refería a su edad cronológica.
-¡Ah! Más de noventa. Nació en 1915. A veces le cuesta bajar del árbol.
-No comprendo -- dijo Nora.
-Quiero decir: que algunos días, se va por las ramas y es muy difícil poder volverlo al tema inicial. Pero sacando eso, lo demás, bien. Controla esfínteres, que a esa edad es una bendición y se abastece a sí mismo bastante bien, ya vas a ver –contestó Isabel mientras se alejaban.
Cuando se fueron, éste entreabrió su ojo derecho para atisbar a las mujeres. Enderezó el cuerpo; dejó sus ojos entrecerrados, para tener una visión borrosa del entorno e inició una perorata interior:
-¡Je, je! Esto de hacerse el dormido sirve para saber que piensan.
Isabel no es mala. ¿Vamos a ver que puntos calza Nora? En general, las mujeres no son confiables, demasiado emocionales; para mí. Ahora no me importa. Pero en la década del cuarenta, sí. Grisanto Giménez para algunos. “Risita” (por las iniciales) para otros. “Don Grisanto Giménez” o, “señor Giménez” cuando juntaba las cejas y clavaba la mirada en alguien.
En ese tiempo, no era fácil el tuteo, como hoy. Yo era hombre de la “milonga confiteril”: Nobel, Sans Souci, Ruca, Picadilly. Etc. Donde el “mujerío” era de buen nivel. Todas querían gastar sus sueldos de profesionales, secretarias, profesoras y maestras; en buena ropa, en disfrutar la vida. Un Buenos Aires que festejaba la independencia económica de las mujeres. Algo nuevo. Había terminado la Segunda Guerra Mundial, ellas querían ocupar esos espacios que se ofrecían y... allí estaba un servidor: ¡Grisanto Giménez! Buen bailarín de tangos y boleros calentones. Buena pinta y mejor “empilche” – de los “49 auténticos” – Hombre de la noche. Figura conocida y respetada por el “minaje” y en especial por los varones. Había que ser muy hombre para hacer lo que un servidor: levantarse, ir a la mesa elegida y decirle a la ocupante: --- ¿me acompaña esta pieza?--- sin jamás un “rebote”. ¿Qué hombre se atrevía a eso? Ninguno. Siempre era, el cabezazo discreto; que la mujer aceptaba o rehuía. ¿Quién se iba a animar a un rechazo público? ¡Nadie! Por eso los varones me respetaban. En su fuero interno, todos esperaban el fracaso. ¡Que no llegaba!
Así siempre. Miércoles, jueves y domingo a la noche. Viernes y sábado ¡nunca! Esos días populares el centro era invadido por los barrios y te encontrabas con tipos y tipas “Divito”. Todos iban a hacer “facha de”... ¡No señor! Lo mío era: miércoles, jueves y domingo a la noche. Lunes para balance y martes para proyectar la semana. ¡Qué tiempos aquellos! –Dejó escapar un largo suspiro –me invade la nostalgia.
--¡Ojo! Grisanto Giménez no era un “blandengue sentimental”. ¡No! No, viejo. Las minas, para bailar, para “el momento higiénico”, y nada más ¡Minga de romance! Si aflojabas en eso, chau, eras “boleta”. Podías escuchar:
-¿Sabés el modelito que vi en “Las Filipinas”?. O en “Maison Julien”
¿Te imaginás la envidia de las chicas y los amigos? ¡Vos y yo, abrazaditos, bailando! ¡Ni quiero pensar! --Ese era el momento que aprovechaba un servidor para “tomarse el raje”. Mejor era no llegar a eso. En general, las mujeres son hijas del rigor. Por lo menos en mi tiempo. Vos les dabas ventaja, las consentías y...”chau pinela”.
--Había una... ¿Qué estaba diciendo? ¡Ah, sí!... ”La revoltosa”. Esa sí que fue un caso. No me acuerdo cómo llegó. Quizá me agarró con la guardia baja. No sé. Cuando me di cuenta, hacía tres días que vivía conmigo. ¡Tres días con sus noches! ¡Y qué noches!... Me las pasé en vela. Entre el calor y “la revoltosa” yo ya estaba para “vieytes”; ahora le dicen: el Borda. Esa tarde en la oficina me encontré pensando: “tengo que matarla”.
Al principio sonreí por lo disparatado. Pero el pensamiento seguía sin irse y un poco en broma, otro poco en serio, fui analizando diferentes sistemas para lograr: “el crimen perfecto” y disfrutar el placer de la impunidad. Poder decirme, al leer los titulares de Critica: -Fui yo ¡Fui yo!
Entrar a tomar un café y escuchar los comentarios de los parroquianos y los mozos sobre “ese hecho misterioso”, que tenía desvelado a lo mejor de la Policía Federal. Y sentir la satisfacción de saber que están hablando de uno. ¡Que sos la figura del día! Que “el boletín sintético de Radio El Mundo” menciona: “la falta de testigos y de indicios en el caso, tendría desorientados a los investigadores”
Tenía que analizar bien las distintas formas posibles, con sus pros y sus contras. De plano descarté el veneno. Casi todos aparecen en las vísceras y los que no, son difíciles de conseguir. Así discurriendo se pasó la tarde y el horario de oficina.
Me paré en la esquina de Corrientes y Florida. Automáticamente, doblé hacia el bajo. Cuando llegué a la esquina de Corrientes y Alem. Sin ningún motivo, impensadamente, decidí tomar el té en la confitería del edificio Comega. Allí, tratando de ver la ciudad de Colonia, oscureció... y ya tenía todo resuelto. Ya sabía cómo la iba a matar. ¡Sin culpa ni castigo!
Esto merecía un festejo. Por lo tanto decidí: cenar en el London grill y dormir en el Jousten. Necesitaba comer bien y dormir mejor. Así, con las ideas claras, la cabeza despejada y bien alimentada, revisaría todo el plan y estaría en óptimas condiciones de acometer la tarea decidida.
Me desperté temprano. Mientras desayunaba en “La Fragata”, revisé todo. Perfecto ¡Perfecto! Causal de muerte: APLASTADA. Todo bien. ¡Sos un genio, Grisanto!
El día transcurrió sin mayores incidencias. Tomé el tranvía para ir a casa, en él leí “Noticias”. Sobre todo, los pronósticos de turf.
Cuando llegué, el departamento estaba silencioso, ordenado. Me preparé el pijama para después del baño y busqué las pantuflas, como siempre. Seguro había “bronca”, porque ni asomó. Debía estar en la cocina, era su lugar preferido cuando me dejaba en paz.
Bañado y peinado, me di unas palmaditas en la cara con colonia Lancaster. Mi rutina. Acomodé el sillón junto a la ventana y la abrí para ventilar el ambiente; puse en marcha el ventilador, para renovar el aire interior. Me senté y desplegué el diario; relajado, tratando de no alertarla.
Entonces la vi, recortada a contraluz en la puerta de la cocina. Yo, tranquilo; leyendo Noticias Gráficas y haciéndome el desentendido. Ella, se acercó un momento al combinado y luego dio unas vueltas alrededor – por eso, le había puesto “la revoltosa” – se acercó a la ventana y volvió a la cocina.
Yo aproveché para revisar todo el plan; cuando se apoyara en la ventana que daba a la calle, sin levantarme- ¡Zas! A la mierda “La revoltosa”. Todo perfecto.
Volvió a aparecer y se dirigió directo a la ventana. Allí se quedó, mirándome. Yo me preparé para cuándo se diera vuelta y mirara la calle.
Las manos me transpiraban. Los segundos de espera, en tensión, parecían horas.
Ella seguía mirándome. Yo, detrás del diario, haciéndome el “gil”.
De pronto, comenzó a girar y se quedó apoyada en el marco de la ventana, mirando hacia la calle; seis pisos más abajo.
No esperé más. Casi sin mover el cuerpo, desplacé el brazo derecho y le di duro --¡Morite, hija de ----!
La palmeta de junco trenzado cayó fuertemente sobre el alféizar.
La mosca salió volando, a la calle. Libre.
J.S.M
(*) Manicomio público.

LA RAZÓN DEL POR QUÉ

En 1948, estaba en “Gente de Arte de Avellaneda” o el “Teatro Municipal de Avellaneda”, no recuerdo en cual de ellos. Como sea, allí conocí al escribano Jorge Melazza Muttoni, escritor y director de la biblioteca del Congreso Nacional.
Ël editaba un semanario, en Avellaneda, y en una de esas charlas intrascendentes, me dijo: “tengo un espacio chico, libre; si tenés algún texto pequeño, te lo publico”
A los 18 años, verse en letras de molde es como editar un libro. Le dije que sí y le mentí, no tenia ningún texto, lo hice especialmente, tendría 24 renglones; el final de éste texto, con otro título: “La Mosca”.
Pasados 52 años, lo recordé. No tengo ninguna copia del original, recordé la historia y como empezaba a lidiar con el ordenador, lo rescribí.
Mantuve la ambientación en el Buenos Aires de la década del 40, fue cuando lo escribí. Casi todo lo que allí menciono, ya no existe. Me parece un cuento muy porteño, si no se ha vivido es casi ciencia ficción, ni los diarios existen.
Ese mundo era real, lo conocí; lo viví con la avidez de esa edad.
Fue mi primer texto público.
Esta es la razón del por qué hoy lo cuelgo aquí.
JSM

caizán
caizán
04-03-2013 15:14

¡UN DIA PERFECTO!

Hay días perfectos.
El cielo azul sin nubes ni viento, 18° de temperatura, 18° de sensación térmica; el sol asomando; humedad: 40%. Para Junio y Buenos Aires, un día perfecto. Uno lo querría congelar y guardar, para repetirlo indefinidamente.
Don Antonio abrió lentamente su pequeño local. Un quiosco. Cabían él y algunas cosas. Nada más. Atendía detrás de un ventanuco y se lo veía de la cintura para arriba. Él también observó el día. Aspiró profundamente para introducirlo en sus ojos y en sus pulmones.
Comenzó a armar la vitrina, con golosinas y cigarrillos, sin apuro; total, a esa hora no venía nadie.
A lo lejos, cruzando la calle, asomaba un colegial. Guardapolvo blanco, mochila a la espalda y manos con guantes de lana azul. En la solapa, una escarapela anunciaba el próximo Día de la Bandera.
Don Antonio encendió su radio-casete. Siempre escuchaba la misma emisora y cuando se aburría, pasaba música. Deslizó la bandeja mostrador hacía afuera y sonrió, pensando: “vamos a ver cómo le va hoy al bicho canasto”
El colegial pasó delante del quiosco y se detuvo; miró hacia atrás, recordando algo, volvió sobre sus pasos y se paró delante de la bandeja con golosinas. Indeciso.
Don Antonio preguntó: - ¿Qué buscás, pibe?
El chico no contestó, metió la mano derecha en el bolsillo del guardapolvo y sacó una bolsita de tela con pasacintas, la clásica, donde los alumnos llevan la colación de la media mañana.
Introdujo esa mano en la bolsita.
Don Antonio reiteró: - ¿Qué querés, pibe?
El aludido levantó la cabeza mirándolo fijamente y, adelantando su mano, exclamó: - --¡La guita, viejo!
El quiosquero asombrado, solo atinó a decir: -¿Qué cosa?
-¡La guita! No te hagás el sordo.
-¡Andá! Andá. Salí de acá, antes que te de un sopapo.
-Dame la guita, si no querés que te mate. ¡Gil!
El hombre comprendió que no era una broma. Se inclinó hacia la derecha, para agarrar un palo.
Comenzó a exclamar: -¡Mocoso de mier...!
No pudo terminar la frase. Ni bien se inclinó, sonaron dos disparos. Secos y solitarios, desde adentro de la bolsita hasta su pecho.
Cayó hacia atrás y terminó la frase en el piso, mientras expiraba.
-¡...da!
El chico se asomó sobre la bandeja de las golosinas. Lo vio tirado en el piso; sacó la mochila de los hombros y guardó la bolsita en ella. Manoteó el cajón del dinero. Estaba vacío, ni siquiera había cambio. Se colocó la mochila en la espalda y eligió dos paquetes de gomitas frutales, que guardó. Dio unos pasos para irse; volvió, eligió un chocolate con maní y lo introdujo en el bolsillo.
-Anóteme todo, Don Antonio – Dijo, despidiéndose y saludando con su mano en alto. Siguió su camino hacia el colegio y musitó:-¡Viejo pelotudo!
En la calle, ni un alma. Silencio. Sólo el crujido rumoroso de las zapatillas al pisar las hojas secas.
Dentro del quiosco, la radio decía:
-¿Qué tiempo tenemos hoy, Martín?
-¡Perfecto! Sin nubes. Sin viento. Con sol y temperatura ideales. ¡Un día para vivir a pleno! ¡Que lo disfruten, queridos oyentes!
JSM

caizán
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04-03-2013 15:00

- UNA VIDA

-¿Usted cree en el amor?
-Todas las mujeres creen en el amor.
-Pero a mi me importa su opinión ¿Usted cree en el amor?
-¡Claro! ¿Cómo no voy a creer? Permite que una soporte algunas cosas y se sienta recompensada cuando recibe una caricia.
La dos mujeres estaban sentadas, escritorio por medio, en una salita pequeña; tranquila y pulcra. Había detalles que trataban de dar calidez al lugar.
Estela, licenciada en psicología, atendía su primer caso; el doctor Ferré había elegido esta historia clínica y le había pedido un informe con todos los datos del caso, y su opinión. Estaba nerviosa, como cualquier principiante.
Frente a ella, Mabel; aparentaba tener unos cuarenta años; vestía humildemente. Manos recias y pelo que solo conocía el agua y el mal jabón; hacía rato que había dejado de ser cabello. Le faltaban cinco dientes inferiores y alguna muela, no tenía oponente.
Se miraron largamente.
Mabel esperando saber qué quería “la doctora”. Estela tratando de recordar los consejos de sus profesores y colegas; sobre todo las charlas del doctor Ferré. No quería fallar. Miraba el cuaderno, esperando que de allí saliera “la palabra adecuada”, pero el cuaderno estaba en blanco, como su mente.
Percibió la curiosidad en la mirada de Mabel, hizo un garabato en el cuaderno y arrancó:
-Bueno, cuénteme su vida.
-¿Qué vida?
Debía ser concreta y sencilla. Siguió: -Un día cualquiera de su vida. ¿Qué hace? Si trabaja o no. Si trabaja, ¿qué hace? Si no ¿En que ocupa el tiempo?
-¡Ah! Bueno, yo...
-Perdón – la interrumpió Estela –Empiece por hablar de su pareja, luego de usted ¿Que hace? ¿Entendió?
-. Sí. ¿Cómo no la voy a entender? El Roque y yo, vivimos juntos en la villa hace más de seis años. Él trabaja. Cartonea. Yo lo ayudaba. Así nos conocimos. Yo cartoneaba con mis viejos; después, cuando el tren los mató, seguí sola. Ya nos conocíamos; una noche se animó y vino a verme, y de ahí, seguimos juntos.
-¿Cuántos años tiene, Mabel?
-Veinticinco.
--¿Y él?
-Cuarenta.
-A partir de estar juntos, ¿usted lo ayudaba en su trabajo?
-Al principió sí. Después tuve que largar; por el Chagas ¿vio? Me apareció algo en el corazón y el Roque no quiso que saliera más con él; en la villa hay montón de pibes que buscan changas.-- Mabel hacía rayitas con el dedo sobre el escritorio; continuó: -¡Es bueno el Roque! Tiene sus cosas, como cualquier hombre. Pero es bueno. ¿Vio?
Estela comenzó a anotar en su cuaderno. Levantó la vista y le pidió a Mabel:
-Cuénteme un día cualquiera de su vida. Desde que se levanta hasta la noche.
--Nos levantamos temprano, tomamos unos mates y el Roque se va al depósito a vender lo que juntó el día anterior. En su zona, el trabajo empieza después de las seis o siete de la tarde y le mete parejo toda la noche; ¡bah!, toda la noche no, porque después de las once, los camiones pasan y no queda nada. Hace unos cuantos clientes fijos, más algo que levanta yirando, ¡y ya está! Tarda en volver porque está lejos, y él tira del carro.
-¿Y usted después que se va Roque, que hace?
A Mabel le causó gracia “Todas estas minas son igual: se lavan el culo y van a la oficina – pensó-- Creerán que atrás viene alguien con una varita mágica y arregla todo el desorden que queda en la casa. Sonrió por su pensamiento; mejor se lo explico, así aprende.
-Bueno, una se para en la puerta, suspira mirando el barullo... y arranca. Lo primero, eso sí; enciendo la radio. Unas buenas cumbias o los “pibes chorros”, que me hacen mucha gracia ¿vio? Después barro, hago la cama; meto todas las cosas que hay para lavar en el fuentón; `pongo la ropa en el lavarropas; lavo los cacharros, los acomodo; apilo toda la ropa que hay para planchar o arreglar y empiezo a preparar el almuerzo. El Roque es puntual; quiere que la comida este lista cuando llega. Comemos. Yo me voy a lavar los platos, a él no le gusta que quede todo sucio; ¿vio?
-¿Beben?
-¿Lo qué?
-Si beben con la comida.
-¡Claro! Un cartoncito y medio, ¡o dos! Eso sí; blanco. Es más fino y hace menos daño; dice él yo no sé. Pero me gusta; ¿vio?
Se quedaron en silencio, Mabel se frotaba las manos y hacía rayitas sobre el escritorio. Estela la impulsó:
-¿Y cómo sigue el día?
Mabel seguía con las rayitas. – Y... yo lavo y seco los platos.
-Eso ya me lo dijo. Cuénteme como sigue su día.
--Bueno, el Roque siempre duerme una siestita.
-¡Ajá! ¿Y?
- Y... ¿qué?
-Usted, ¿qué hace? ¿Duerme, se va? ¿Qué hace?
-¡Ah! ¿Usted quiere saber qué hacemos? Bueno, como le dije, al Roque le gusta dormir la siesta; se saca la ropa y se mete en la cama. Es la parte del día que no me gusta.
-¿Por qué no le gusta?
-Bueno, ¿vio? El vinito blanco lo calienta y el Roque empieza a llamarme:
-Mabel, vení, viejita. Dejá los platos para después. Yo te ayudo.
-Yo sé que es mentira. ¡Nunca me ayudó! Él lo que quiere es sacarse la calentura que le agarra a la siesta, después que toma el vinito.
-¿Y a usted no le gusta?
-No. Ya le dije.
--No me dijo. ¿Por qué?
-¡Ah! “eso”
-Sí. “Eso”
-Mabel bajó la mirada, siguió con sus rayitas. Estela esperó para que la otra lo expresara con sus palabras, presentía que era un nudo gordiano y trataba de no forzarla, no quería una mentira bien contada.
-Verá, doctora – arrancó Mabel – yo no me casé virgen. Si es lo que quiere saber.
--No, Mabel. Lo que quiero saber es si usted tiene problemas con el sexo.
-No. Con el sexo no. Con el Roque.
--O sea: ¿Roque no la satisface en la cama?
-Para nada.
-¿Usted, lo habló con él?
--Si. Cuando esta “fresco”. Pero a él, “las ganas” se las da el vinito y allí no hay Dios que lo haga entender. El la mete y ¡chau! A mí que me parta un rayo. Yo me seco toda y me da un dolor tremendo. ¡Hasta tuve que ir al hospital, a ver un médico!
-¿Y qué le dijo?
-¡Que se yo! Que es psicológico y físico, me habló de no se qué, de “la bartola”
-Las glándulas bartolinas.
-¡Esas! Yo me pongo nerviosa y me seco. Entonces, cuando él la mete, me lastima y me duele. ¡Hasta llagas tuve! ¿Vio?
-¿Y el médico, no le dio nada?
--Sí, una pomada para que me ponga media hora antes.
-¿Y...?
-Nunca me da tiempo. A veces puedo y me la pongo. Pero no sirve para nada. Solo me quita el dolor.
-Le voy a hacer una pregunta muy personal. Contéstela si quiere. ---- ¿Usted llega al orgasmo?
-Mabel dejó de hacer rayitas. Levantó la cabeza, cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas. No pudo, se deslizaron dos hilos cálidos. Mantuvo los ojos cerrados unos minutos y luego, lentamente, los abrió para confesar, con voz mustia:
-Yo con el Roque no acabé nunca. – Dejó caer la cabeza sobre sus manos y lloró, ahora sí; desconsoladamente.
Estela esperó que la mujer se recuperara anímicamente. Había escuchado la confesión de una mujer -------. Dónde ninguna de las partes eran conscientes de la violación sistemática, cometida durante seis años.
Mabel levantó la cabeza, ya repuesta de la crisis; buscó algo en sus bolsillos, que no encontró, Estela le alcanzó un pañuelo; se secó las lágrimas y “sonó” las narices. En voz baja, dijo:
-Discúlpeme. ¡Gracias! No se lo que me pasó.
-No se preocupe. Es normal. Revivió un hecho doloroso-- Esperó hasta que la oyó respirar tranquila. Entonces, peguntó:
---Antes de Roque, ¿tuvo algún orgasmo?
---Antes sí. No tuve problemas de ese tipo. Los problemas eran de otro tipo.
-¿Me lo quiere contar?
Mabel la miró. Estaba tratando de tomar una decisión. Estela comprendió de pronto, que algo como un torrente irrefrenable iba a salir de esa boca. Esos raros presagios. Uno ha provocado algo y no sabe como puede terminar. Mal o muy mal, pero nunca bien. Se estaba por abrir la caja de Pandora. Tuvo miedo; porque no sabía si estaba capacitada para soportar lo que iba a escuchar.
La decisión estaba tomada.
--Antes del Roque, hubo una sola persona. Disfruté siempre todas la veces que me fifó. Pero también me llené de culpa cada vez que lo hacía. Quería que ocurriera pero no quería que pasara. Vivía en permanente lucha. Asustada. Pero, cuando sabía que iba a ocurrir, lo deseaba. No a la persona. No. Al placer que me daba; trataba de olvidarme quién era él para gozar ese momento. Después venía la culpa, porque sabía qué lo que hacía, Dios me lo iba a cobrar. ¡Y me lo cobró!
Se había creado un clima de confidencia, de media voz. Mabel hablaba para si con la mente en otra dimensión.
Estela percibió que esa puerta entreabierta en el tiempo, podía dejar escapar los demonios que bullían en el alma de esa chica; por eso, suavemente inquirió:
-¿Era un familiar?
-Mi papá.
Lo dijo con los ojos abiertos sin ver. Mirando un punto fijo en la pared donde se proyectaba, sólo para ella, la película de su vida. El archivo secreto que cada uno tiene y siempre niega. La parte proteica que nadie quiere ver ni recordar. Comenzó a llorar en silencio, suavemente. Su respiración se fue agitando. Se estaba crispando.
Cerró los puños y golpeó sobre el escritorio repetidas veces.
Entonces, el monstruo salió:
--Yo no sabía. ¡Yo no pensé que ella sabía! ¡YO LOS QUERÍA! ¡YO LOS MATÉ! Estaba en una crisis nerviosa, lloraba y gritaba. Se había puesto de pie. Estela se acercó para abrazarla y contenerla.
--¡YO NO PENSÉ QUE MAMÁ SABÍA! -- Se dejó sentar, sin parar de llorar; ahora lo hacía mansamente. Siguió mirando “su película” en la pared, y a contarla:
-Cuando llegaba el tren, mamá abrazó a papá, fuertemente; lo besó con un beso apasionado. Y así, abrazados, cayeron los dos del andén; por decisión de mamá, y culpa mía.
Ya no lloraba, la película había terminado. Lentamente, se encendieron las luces de su mente y volvió a mirar a Estela con una sonrisa apenas dibujada, triste. Una insinuación de sonrisa como La Gioconda. Estela volvió a ocupar su lugar detrás del escritorio, dejó pasar unos minutos, observó que la respiración de la otra se había normalizado y propuso:
-¿Querés que nos veamos la semana próxima?
-Sí. Como vos quieras.
Varios días después, mientras preparaba su minuta para el doctor Ferré, cayó en la cuenta de ese final espontáneo. ¡Se habían tuteado!
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Con el doctor Ferré solo pudo hablar por teléfono. Él le dijo que no era conveniente que hablaran de ese caso ahora; quería su opinión profesional y personal; le sugirió que no hablara con nadie que pudiera influenciarla. Le interesaba mucho su parecer como mujer. Ferré era de los psiquiatras que nunca hablan de Freud. Para él el padre del psicoanálisis y su criatura, no tenían nada de científico. Siendo benévolo, lo podía considerar: “una filosofía” y lo remataba diciendo: “cuando tenés el mate rajado, no lo arreglás cambiando la yerba”. Frase esta, iniciadora de bataholas descomunales entre sus colegas psicoanalistas y él. Estela no pertenecía “a su bando”, pero respetaba su criterio clínico; sus diagnósticos eran certeros y confiables, era el obligado hombre de consulta, cuando hacía falta una segunda mirada. Por ello, lo saludó y dio por terminada su charla telefónica. Se quedó pensando: ¿por qué Ferré le pedía su criterio de mujer? ¿Por qué era más importante que el profesional?
No lo entendía. Otra cosa más que no entendía. Semana de cartón lleno, ojalá pudiera decir: ¡Bingo! cuando terminara con las entrevistas a Mabel
Para empezar, le arruinó el fin de semana. Tenía previsto ir a Monte a pasar dos días “tiernos” con Horacio, todo programado para sábado y domingo. El viernes, sin qué ni porqué, terminaron discutiendo y Horacio se fue enojado. Una tontería. El domingo se disculpó, pero se pudrió el fin de semana que le habría permitido arrancar con más bríos y sobre todo, relajada. Evidentemente, esto la tenía sobre ascuas.
Armó un esquema de trabajo y decidió ir a verla nuevamente el martes. Hizo los trámites pertinentes y ese día a las nueve de la mañana, estaba sentada en la misma salita, esperándola.
Entró con mejor semblante, sonrió al verla y se quedó de pie, irresoluta. Estela aprovechó para saludarla con afecto; quedaron las dos de pie, la invitó:
-Sentate y contame como te fue en estos días – el tuteo surgió normal y espontáneo; la otra se aflojó y fue hasta su silla, distendida. Se sintió querida y respetada. La sonrisa seguía en su boca.
---Bien. ¿Sabés una cosa? No me vas a creer, pero es la pura, te lo juro. Ese día después que te fuistes, me lloré todo. Pero después a la noche, me dormí todo. Como que aceptaba lo que me estaba pasando, ¿vistes? ¡Me entró una paz! Desde que estoy aquí fue la primera vez que dormí sin sobresaltos, sin pesadillas. Normal.
--Me alegro. ¿Te das cuenta la importancia que tiene recordar? Revivir algo que en su momento nos hizo daño y cuando lo reflotamos, comprendemos el mal que nos hicimos “tapando” esos hechos.
Mabel seguía sonriendo, apoyó sus manos sobre las de Estela y dijo: --¡Gracias!
Ésta dejó sus manos bajo las otras y sugirió: -¿Por qué no me contás como empezaron tus problemas con Roque?
Retiró sus manos y se sentó recta en la silla - ¡Uy, es un lío! No sé por dónde empezar. Por doña Vicenta; por el Mauricio. No sé. En realidad a ella llegué por el Mauricio, así que tendría que empezar por ahí ¿vistes?
-Me parece bien, porque “del Mauricio” no sé nada. Es la primera vez que oigo ese nombre. Sería bueno que me contaras.
-Es que nadie me preguntó el origen de lo que pasó. Todos querían saber lo último. El por qué de lo último. Menos mal que a vos se te ocurrió. Así lo vas a entender.
Estela abrió el cuaderno y anotó algo, la miró con afecto y dijo:- Te escucho.
Mabel hurgó en su cabeza, buscando como iniciar su historia:
-¿Te acordás que te dije que con el Roque yo la pasaba mal?
--Me dijiste que nunca tuviste un orgasmo con él ¿A eso te referís?
-¡A eso! – corroboró Mabel. – Después de “la siesta”, el Roque se levantaba e iba a preparar el carro. Yo me quedaba juntando bronca y no podía dormir; me sentaba en un silloncito bajo y después que él salía, cabeceaba un poco, entre dormida; nunca tuve en claro por qué lo hacía. Lo hacía y listo. Hace unos meses apareció “el Mauricio”. Y se me metió entre las piernas...
¡Cómo! – se le escapó a Estela.
_ Bueno, yo no te conté. Cuando el Roque me quiere “fifar”, me
acuesto con el camisón y el corpiño, pero sin la bombacha. ¡Para que él haga uso! ¿vistes? Entonces, cuando todo termina, yo cabrera, me vengo al silloncito. La primera vez que llegó el Mauricio lo eché a la mierda. Imaginate, con la bronca que tenía y éste me viene a “franelear”. Pero el tipo no se iba, se quedaba ahí al lado, tranquilo.
Estela simulaba escribir, no la quería interrumpir, tenía miedo que detuviera su historia. Mabel siguió:
... Y se ve que un día me quedé dormida y empecé a soñar que estaba haciendo el amor ¡con un placer! Y cuando estoy acabando, no va que me despierto y lo veo al Mauricio metido entre mis piernas y lambiéndome “ahí” ¡lo saqué cagando! ¿vistes?
-¿Qué edad tiene Mauricio?
-¡Que se yo! Seis, siete años.
-Estela no quería preguntar, tenía miedo que esa historia se cortara. Lo que estaba escuchando era peor que lo del otro día. No dejaba de sorprenderla. Optó por no decir nada, para ver como seguía el relato.
Mabel retomó: -Durante unos días no pasó nada, el Mauricio venía y se quedaba piola a mi lado, yo lo acariciaba y a él le gustaba. Pero nada más. De pronto ¡Zas! Me vuelvo a quedar dormida y... ¡otra vez la misma historia!
-¡Lo echaste! -Se le escapó, y tuvo miedo que dejara de contar. No fue así.
--¡No! ¡Que lo voy a echar! ¡Lo dejé! Nunca en mi vida había gozado tanto. ¡Te lo juro! Y a partir de ahí, empezó una romance entre nosotros. Era vivo. Se iba el Roque y llegaba él. Yo me hacía la dormida, entreabría las piernas y el Mauricio hacía su faena. Por fin me sentí bien, feliz. Como siempre mi felicidad se basaba en algo que tenía que ocultar, como con mi papá ¿vistes? Pero me hacía bien, hasta me había cambiado el carácter. Yo creo que el Roque algo “pispió”, porque una tarde, en lo mejor de la “faena”, entró, y ahí se armó el quilombo. Sin decir agua va, lo agarró al pobre Mauricio y lo mató. Le aplastó la cabeza contra el piso. ¡Lo hizo mierda!
-¿Lo denunciaste?
-¿A quién?
-A Roque.
Mabel se rió. –Era lo único que faltaba. Me cagó a sopapos, gritándome de todo. Mirá si lo voy a denunciar. ¿Y además? ¿De qué lo iba a denunciar?
-¿Cómo de qué? ¡Del asesinato de un menor!
¿De qué menor?
-De Mauricio.
Mabel soltó una carcajada franca y sonora -¿Entonces vos te creíste que?....jajajajajaja.
Estela estaba perpleja. No entendía esa reacción. Él había cometido un crimen horroroso; había matado a una criatura de seis o siete años, y ésta se reía como loca.
A Mabel le corrían las lágrimas de tanto reírse; cuando se tranquilizó, explicó: -El Mauricio no era un pibe. Era un gato. ¡Mirá si yo voy a dejar que un pibe de esa edad me la chupe! ¿Quién te crees que soy?
--¿Le contaste a alguien esta historia?
--¡No! Debe ser mi “signo”. Doña Vicenta me dijo que algunas personas, solo encuentran la felicidad en cosas que para los demás son pecado.
--¿Vos que crees? ¿O que pensás?
Mabel se quedó callada, con sus grandes ojos abiertos, tratando de ver como espectadora, una película de su vida. Algo que le había pasado a otra y le permitía opinar desde afuera. La proyectó toda y opinó: -No es fácil. Un padre te quiere y vos lo querés. Es más; necesitás que te quiera y no tenés en claro cuál es el límite de ese cariño. Tampoco tenés con quien hablar. Termina siendo un secreto entre dos que se quieren y se dan placer. Cuando crecés, empieza la lucha. Te das cuenta que podés lastimar a alguien, a quién también querés. Yo había cortado mi relación con el viejo hacia rato, por eso me sorprendió la reacción de mamá. Era una historia antigua ¿Por qué actualizarla?
-Entonces, ¿considerás exagerada la determinación de tu mamá?
-¡Claro! Se arreglaba con una charla entre los tres. ¡Si ya no pasaba nada! ¿No te parece? ¡Nos cagó la vida a todos!
--¿Y lo de Mauricio?
Se sonrió. - Eso es otra cosa. No podés comparar. No sé como explicarlo, ¿vistes?
-Tratá, yo no tengo apuro. Pensá lo que sentías y por qué no se lo contaste a nadie-- pidió, mientras anotaba algo en su cuaderno.
-Al principio me dio asco. Yo “eso”, ni a un hombre se lo permito. Imaginate! ¡Un gato! ¡Dios me libre!
-¿Y entonces, por qué pasó?
-¡La verdad? ¡No sé! Hay cosas de una que ni una conoce. Ésta debe estar en “esa parte oscura”. Vos pensá: durante seis años o más, mi vida sexual es mala; no podés hablar con nadie, por vergüenza y para evitar que alguien se tire un lance; porque ojo, yo no soy una putita de barrio, que anda ventilando sus problemas, para que se la monten todos los potrillos que andan sueltos por ahí. A mi me fue mal por ese lado. Mala suerte, punto. ¿Me comprendés?
-Sí. Pero no me explica lo del gato.
-Ya te dije. La primera vez me dio asco y bronca. ¡Gato de mierda! Después de la segunda vez me quedé pensando. Y dije:” ¿A quién jodo? ¡A nadie! ¿Cuánto hace que yo no tengo un...? ¿Cómo dijistes?
-Orgasmo.
-¡Eso! ¿No tengo derecho a ser feliz? ¡Sí! – Me contesté – Y como es mi vida privada; nadies lo debe saber.
-¿Fuiste feliz mientras duró?
-¡Ya te dije que sí! Me cambió el carácter. Hacía las cosas con alegría. Mirá, llegué a entender un dicho que se aplica a las mujeres agrias que siempre contestan mal; a esas por lo bajo se las llama: ”mina mal cogida”. Ahí comprendí que es cierto.
--- ¿Y que pasó a partir de la muerte de Mauricio?
--- ¡Nada! ¿Qué va a pasar? Había un gato. El gato se murió. ¡Chau! No hay más gato.
Estela trataba de encontrar preguntas más inocuas, era necesario que contara “su verdad”, libremente, sin prevenciones. – Tuvo que haber cambios en ustedes. Vos me dijiste algo de: sopapos. ¿O me pareció?
- Si. En ese momento el Roque estaba “sacado” ¡Qué se yo! Para él, fue como si me hubiese encontrado con un tipo, ¿vistes? Y sí, me sopapeó, después lo agarró de la cola al Mauricio y le aplastó la cabeza contra el piso. Yo me puse a gritar como loca. Entre las cachetadas y el desparramo de sangre que armó… ¡No paraba de golpearlo contra el piso al pobre gato! Me asusté mucho. ¿La verdad? Pensé que me iba a matar. Nunca lo vi así. ¡El quilombo era total! Ahí aparece doña Vicenta. Claro, pobre. Ella no entendía nada; pensó que yo gritaba por lo que le hacían al gato, me llevó para su casa y dijo:
-Bueno, ¡Bueno! ¡Ya pasó! Quedate tranquila. Los hombres son raros cuando se ponen locos. ¡Pobre bicho! ¡Si no le hacía mal a nadie! Vos quedate tranquila, después que se vaya, limpio todo bien con lavandina.
-Yo no podía parar de llorar. Doña Vicenta me preparó un té de yuyos – es media curandera – y me lo hizo tomar. Yo estaba asustada, no sabía que podía pasar con el Roque necesitaba hablar con alguien que me orientara, o por lo menos, que me escuchara. Y hablé con ella. Le conté lo que había pasado, para peor, le conté por qué había pasado. ¿Te parece que hice mal?
Estela trató de ser ambigua. – Y mirá, en momentos así, de descontrol; ¿quién te puede decir qué está bien o mal? Lo contaste y punto. Necesitabas descargarte; le tocó a ella, como le podía tocar a cualquier otro. ¿Entendés?
-¡Claro! Fue así. Ella me consoló, me tranquilizó. Me pidió que hiciera las paces. Me daba buenos consejos; como si fuera mi madre ¿vistes?
-Se estableció una buena relación entre ustedes ¿Antes no la conocías?
-No. Para nada. Hacía más de cuatro años que vivía ahí y nunca pasamos del saludo. Esas cosas. Desde ese día fuimos intimando cada vez más y terminamos muy amigas.
-¿Muy amigas?
---Para mí fue como mi segunda madre. Ella me abrió los ojos sobre el Roque y sus actitudes machistas. Por sus sugerencias me hice valer, sobre todo después de la muerte del Mauricio. ¡Ahí se pudrió todo! Estuve sin hablarle más de diez días. ¡Bah! Él tampoco me hablaba. Yo me la pasaba con doña Vicenta, le contaba lo que pasaba y me aconsejaba bien. Le volví a hablar por ella, por su indicación. Si fuera por mí, no le hablaba más.
-¿Y cómo volviste a hablarle?
-Cuando el Roque se avivó que nos pasábamos el día juntas, me empezó a mirar con mala cara, con desconfianza. Yo no le di bola y seguí en la mía, y ahí aparece doña Vicenta y me dice: que afloje un poco, que si me habla, no le de vuelta la cara; que le conteste. Y así, poco a poco, volvimos a la normalidad de nuestras vidas.
-¿En la cama también?
-¡No! Eso nunca más. doña Vicenta me lo explicó y lo entendí. No me podía dejar basurear. La verdad: él tampoco intentó nada; solo una vez, pero me parece que estaba dormido. Me apoyó una mano en la cintura y yo se la saqué al toque.
-¿Vos sentías odio por él?
-¡Para nada! Me había dejado de importar.
-¿Y entonces, por qué pasó todo?
-Por una boludez mía. Estaba tomando mate con la vieja – yo a doña Vicenta cariñosamente, le decía “vieja” – y le digo:--” me gustaría darle algo para que se vaya de una ---- vez” y ella me dice:
-Si vos querés, Mabelita en menos de una semana, “Chau Roque”.
-Yo la miré y le dije: -¿me lo dice en serio o en joda?
-¡Qué joda ni joda! Vos decime que querés hacer y yo lo saco de tu vida en menos que canta un gallo.
- Lo que quiero es sacarlo de mi vida para siempre.
-Mabel ¿Vos estás segura que eso fue lo que dijiste? ¿No usaste la palabra: “eliminar”?
-¡Ufa! Vos también. La verdad, ya me tienen podrida con lo que dije o no dije. Una dice cosas, pero no tengo un grabador cada vez que hablo. ¿Qué me voy a acordar si dije o no dije: “eliminar”? Después de todo ¿En qué cambia? Lo que pasó, ¡pasó! Éramos dos amigas charlando de la vida y sus problemas. Mirá si cada vez que te encontrás con alguien le decís: “esperá que conecto el grabador” ¿Sabés quién te va a dar bola? ¡El espejo! Se estaba alterando. Trató de tranquilizarla.
-Te entiendo y creo que tenés razón. No tiene importancia. ¿Ella te dio algo ese día?
--No. A la semana. Estábamos tomando mate, como hacíamos todas las tardes, y me dice: “Ya te preparé el tecito”.-- La miré sorprendida, porque no me acordaba de qué me hablaba y le respondí: ¿Qué tecito?
-Para Roque. ¿Te acordás de lo que hablamos el otro día?
-¡Ah! Sí. ¿Lo hicistes?
-¡Claro! Acá está.-
-- Y me dio un papelito doblado, con un polvo adentro.--¿Y esto qué es?.
-Son varios yuyos, muy poderosos. Yo los hiervo, los seco y los muelo, vos le haces un té.
-El no toma té, toma mate cocido con leche.
-Es igual. En lo que él tome: mate, vino, gaseosa. Es un brebaje que nunca falla.
--- ¿Y qué pasó?
-Nada. Se lo di y no pasó nada. A los dos días, doña Vicenta preparó otro y cuando me lo dio, dijo.
-Mabelita esto se lo tenés que dar con luna llena, para que tenga efecto. Lo toma y desaparece de tu vida para siempre.
-- Miré el almanaque, para saber cuándo había luna llena. Y ese día se lo di.
-¿Y?
-Se armó un quilombo de Dios es padre.
--¿Por?
-Porque al rato que tomó el yuyo empezó a los gritos y a retorcerse todo, se tiró en la cama, agarrándose la panza con las dos manos. ¿La verdad? Yo creí que eran gases, así que le dije:-- tratá de eliminarlos, te vas a sentir mejor, y ahí se pudrió todo. Me empezó a gritar: ¡Hija de ----, vos y esa vieja de mierda me envenenaron! Yo me puse como loca ¿cómo me iba a decir eso? ¡Ni siquiera lo pensé nunca! A partir de ahí todo fue un barullo tremendo. Recuerdo que le gritaba que eran gases, que los largara, que se iba a aliviar y agregué: ¡te voy a ayudar!
--¿Dónde estabas vos?
-Detrás de él. Le empecé a golpear la panza para que los largara y poco a poco se tranquilizó. Hasta que se quedó quieto y dejó de gritar. Entonces, me senté en una silla que estaba al lado de la cama, a sus espaldas; recién ahí me di cuenta.
-¿De qué?
-Que tenía un cuchillo en la mano, manchado de sangre, y que él estaba muerto.
-¿Y qué hiciste?
-Nada. Me quedé sentada, mirando mi mano derecha que apretaba el cuchillo grande, de la carne. El mango del cuchillo y mi mano chorreaban sangre. ¡No lo podía creer! No sabía en que momento agarré el cuchillo, ni por qué. No se cuanto tiempo estuve así, sentada en la silla y con el cuchillo en la mano. Me levanté, sin soltarlo, y di vuelta alrededor de la cama para enfrentar al Roque. Estaba todo enchastrado de sangre. Miré mi mano, la abrí y el cuchillo cayó en el charco de sangre. ¡No lo podía creer! Estaba muerto y yo lo había matado. ¡Yo lo había matado! Salí corriendo y gritando a la casa de doña Vicenta.
-¿Y qué te dijo?
-No se. Me desmayé. Creo. Después que salí de casa, no recuerdo nada. Cuando me desperté, estaba en la salita del barrio con la enfermera y un vigilante. Me preguntaban cosas y no entendía, no entendía lo qué me decían. Pasé varios días así. No sabía donde estaba, no reconocía a nadies ni recordaba nada. Me preguntaban qué día era y no sabía. Me empecé a recuperar de a poco, gracias al cambio de médico; el que vino era un hombre mayor, después me acordé era el mismo que me atendió cuando murieron mis viejos. La verdad, me tranquilicé porque era un buen tipo, ¿vistes?
-¿Te acordás del nombre?
-¡Claro! ¿Cómo no me voy a acordar? ¡El doctor Ferré!
-Estela pensó para sí: que reverendo... era su paciente y no me dijo nada. Ahora entiendo su Meta-mensaje: quiere una evaluación de género que incluya mi opinión profesional. Me pide que la juzgue; no, por lo qué hizo, si no: ¿por qué lo hizo? Por eso me eligió; necesita una opinión de mujer, sin preconceptos profesionales. ¡GRACIAS MAESTRO!
Las dos quedaron en silencio, que fue quebrado por alguien en la puerta. La abrió y exclamó:-¡Hay que encender la luz! – Era la celadora.
Estela contestó.:- Sí, por favor. Nos quedamos conversando y no nos dimos cuenta de la hora. Ya terminamos. La señorita se retira, hágame el favor de acompañarla.
-¡Cómo no! ¡Vení, Medina! –Ordenó perentoria.

JSM

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