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VAMOS A CONTAR HISTORIAS
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
05-12-2021 16:33

La puerta de las posibilidades

La duda es un exigente impulso. La duda nos empuja por caminos desconocidos con el único fin de desentrañar la verdad y nos obliga a movernos. Yo soy un convencido, de que la duda, es también un elemento capaz de lograr el efecto contrario en ánimos desprevenidos, la duda puede conducirlos a esa esquina oscura en donde impera la parálisis, el desencanto y nos deja sumidos en la nada absoluta.

Intento desde hace mucho encontrar una respuesta razonable, convincente, a la interrogante de la existencia del hombre, pero son mayores las dudas que las certezas. Los caminos me han conducido a vértices y abismos que no logro comprender, seguramente mi falta inteligencia, de conocimiento, de rigor en mis pesquisas, me impiden acceder a esa información y seguramente el destino le tiene reservada esa respuesta a otro con mayores créditos que los míos, pero aun así, mantengo el interés del explorador, la urgencia del que busca la verdad.

Entre muchas teorías, algunos esgrimen la posibilidad de que, la verdad de la aparición del hombre sobre la tierra se oculta en una aleatoria cadena de eventualidades, en combinaciones siderales circunstanciales, que conjugadas en debidas proporciones, hicieron posible este milagro.

Otra de las muchas posibilidades para descubrir este misterio, se presentan al estudiar el conjunto de elementos que permanecen enterrados en capas geológicas. La variedad de teorías y explicaciones diferentes con respecto al tema, hacen surgir innumerables dudas y nos alejan de la verdad.

La ciencia asoma la posibilidad poética, de que somos polvo de estrellas diseminado en el juego sin límites del tiempo.

Seguidores religiosos afirman, que bastó el gesto de la mano infinita del supremo creador, para que el hombre apareciera con su carga de cromosomas y su inteligencia por encima del instinto.

Los descreídos aseguran, que el hombre está sujeto a la evolución, que es el producto inevitable del desarrollo en condiciones favorables. Otros, en cambio, utilizan argumentos sin peso, apócrifos, para argumentar, que el hombre es la respuesta obligada a los intereses de seres impensados, habitantes del microcosmos, o viajeros voluntaristas del macrocosmos.

Realmente sabemos poco del mundo donde vivimos y menos sobre nosotros mismos, nos hemos acercado a tropezones y a oscuras a desarrollar posibilidades, teorías, pero son mayores las dudas que las certezas.

Muchos piensan que no tengo los conocimientos, ni tampoco las herramientas necesarias, pero la obsesión no me da respiro y persisto en encontrar una huella que me permita acercarme a la verdad, no tengo caminos definidos, me muevo a oscuras persiguiendo destellos en el azaroso movimiento de la tierra, de mi propio destino, con la esperanza de encontrar un resquicio, un hilo de luz, una puerta que me señale el camino a la verdad.

En esta búsqueda permanente mis pasos se extravían y me conducen por pasajes desconocidos, por rutas carentes de toda lógica y me hacen tropezar con un portal. No me permito darle oportunidad al miedo, ese fantasma que nos acecha entre las líneas de lo desconocido. Mi creciente necesidad de encontrar una respuesta es mucho más fuerte que el temor y con decisión, cruzo la frontera desconocida, atravieso sin pensar el portal abierto, sin mirar atrás, sin medir la trascendencia de este acontecimiento, sin oportunidad, ni tiempo para realizar los cálculos de un posible regreso.

Con asombro descubro otra dimensión, un plano distinto en donde converge otra realidad, entiendo que he traspuesto la puerta a un mundo espejo y quizás aquí, encuentre las respuestas que busco. En principio se respira entusiasmo, el entusiasmo contagioso y compartido del conocimiento, que nos permite creer, que el triunfo tocará a todo aquel que se esfuerce en conseguirlo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
03-12-2021 22:56

Portero electrónico

Tengo mi propio cementerio de ideas, mi personal depósito de cadáveres, de pensamientos caídos en combate, o liquidados antes de iniciar siquiera alguna acción. Con cierta frecuencia visito a estos muertos míos, para no dejarlos caer en el olvido, o en las sombras espesas de lo perdido sin remedio.

Yo me resisto a abandonar esas ideas en el saco de los desperdicios, en el hueco de los fracasos. Esas ideas que mantengo en suspenso, en descanso, son una parte importante de mi vida y por eso las conservo. No son recuerdos, son pensamientos firmes, que mantengo como una provisión alternativa de posibilidades, para poder ejercer mi labor de creador.

Muchas de estas ideas son la respuesta obligada a momentos de ira, de impotencia ante hechos concretos y consumados. Pero más tarde, sosegado el ánimo, las intenciones de llevar adelante esos pensamientos surgidos del resentimiento se apagan en las aguas de la razón. Con los vientos calmos de la reflexión, esas terribles acciones duermen ahora en los nichos de estas catacumbas, siempre al alcance de una ventolera que me consuma, de la realización de una obra que sea expresión de la realidad.

Aquí también descansan otros pensamientos, que surgieron en momentos de dolor, entre el desamparo y el desespero y me empujaron al borde de precipicios lamentables. De esas catástrofes me aparté con miedo y logré impedir a tiempo la caída. Conservo esas ideas y ahora son mis señales de alerta.

En este espacio ilimitado que es mi memoria, a medio enterrar, mantengo otras percepciones que me acompañaron en momentos de euforia, de entusiasmo y no pude llevarlas adelante, la falta de elementos imprescindibles, el exceso de fantasía y mis propias limitaciones me impidieron consumarlas y coronar el éxito.

Una noticia inesperada, una convocatoria que pasé por alto, un llamado a concurso que no ví a tiempo, que se escabulló entre los compromisos domésticos, me obliga a dar respuesta y me empeño en crear una obra que me represente antes de cumplirse la fecha de entrega. Creo que debo estar presente en nombre de mi generación. El deber de un artista es trabajar sin descanso y confrontar su obra en concursos y salones de arte.

Para cumplir este compromiso me enfrento al escaso tiempo que me queda y me detengo ante la duda y el dilema. La interrogante a responder es, sí por esa falta de tiempo debo buscar patrones enterrados entre manías y obsesiones antiguas, revisar quizás, las viejas posibilidades que mantengo guardadas por capricho, o buscar en el cementerio de ideas, o concebir un ingenioso diseño de formas y apariencias distintas, que cumplan el propósito de reemplazar símbolos por imágenes y sean verdaderas representantes de la vanguardia.

Decido realizar un proyecto novedoso, dar paso a nuevas concepciones que permitan visualizar otros horizontes y me olvido por momentos de las viejas obsesiones, las dejo en paz en el cementerio de las ideas, como cadáveres inservibles y me empeño en elaborar un concepto diferente.

Improviso un croquis arbitrario con más intuición que certeza, juego con la superposición de nociones adquiridas, reemplazo antiguos y conocidos mecanismos por singulares impulsos con efectos de movimiento, decido optar por por la sencillez de lo inmediato, el impacto de lo inminente, el golpe visual de lo cercano, la firmeza de la línea contra lo difuso de las formas y finalmente, ilumino los trazos utilizando variaciones del verde, ese color que simboliza la esperanza, la ilusión de renovadas y nuevas promesas capaces de abrir la puerta de la libertad.

Para entregar este proyecto me faltan todavía algunos detalles, estoy en el límite, cuento las horas y hasta los minutos, no tengo descanso ni me permito horas de sueño. Con esfuerzo, oficio y mucho empeño he logrado culminar la obra y me siento satisfecho. He terminado la imagen, que como todos mis actos, desde ese instante en que apareciste en mi vida, te evoca. Mi empeño contra el tiempo gana la partida.

Tengo que vencer un último contratiempo, terminado el proyecto hay que entregarlo. Hoy se vence la fecha y decido tomar un taxi para no enloquecer buscando un lugar para estacionar mi vehículo. En esta ciudad se lucha desesperadamente contra el tráfico, las calles dejaron de ser amables y se vive en un eterno congestionamiento, en un permanente estado de atasco, de tránsito lento y pesado, que impide el cumplimiento de los compromisos y obliga la impuntualidad como conducta.

Voy en camino, el inflexible reloj me exige prisa y el paso de la ciudad impone un ritmo diferente a mis necesidades, estoy al borde del incumplimiento, en un peligroso límite de tiempo. La insistencia de una ambulancia que anuncia una emergencia mayor que todos nuestros compromisos pide paso, las sirenas encendidas desbordan la ansiedad y agregan una angustia mayor al tiempo que nos falta por cumplir y advierte, que un segundo puede significar el límite del final definitivo y último. Los autos se mueven peligrosamente a los costados y abren una brecha estrecha por donde pasa la ambulancia con la esperanza de salvar una vida. De inmediato se cierra la brecha, vuelven los autos a sus respectivos lugares, a sus posiciones iniciales y cierran el paso, como dientes enormes, deformes, de diferentes tamaños y vivos colores.

Me bajo del taxi con los segundos contados y corro los escasos metros que me faltan para llegar, salto de dos en dos los escalones, ese último tramo que debo salvar para cumplir mi meta, un paso más y gano la entrada, pero el puntual y estricto mecanismo se ha puesto en marcha, el portero electrónico que sustituye la interacción humana y abre las posibilidades de entendimiento, se cierra automaticamente, me impide el paso y cubre de silencios mis expectativas.

Estupefacto, inmovil, derrotado, observó cerrarse mi oportunidad, cumplido el último segundo el portero electrónico me dejó afuera. Desde la calle, del otro lado de la puerta cerrada, mi mirada se pierde en el desconcierto a través de la transparencia de los cristales, los pasillos están desolados, no hay a quien pedir ayuda.

Un ingenioso mecanismo electrónico, instalado contra la impuntualidad, esa mala costumbre que se apoderó de nosotros, frena mi avance, no hay humano que interceda ante el riguroso cumplimiento del horario establecido, la máquina inflexible cumple su cometido y no encuentro un alma que pueda impedir este tropiezo.

Mi fortaleza permanece intacta, la obra está terminada. Esta es una de tantas circunstancias, de las muchas eventualidades a las que me enfrento en el momento de crear, de convertir las ideas en hechos, de confrontar mi trabajo. Pierdo la oportunidad de un premio y de obtener el reconocimiento y el dinero que con urgencia necesito, pero mantengo la obra, la satisfacción de haber cumplido con el acto de crear.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
02-12-2021 21:10

eso espero, J.J.; que la cosecha guardada de material suficiente para otro largo período de Rayuela. Porque ni la musa me visita ni las condiciones por razón de edad me son propicias. Cómo envidio a Gregorio... Un abrazo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
02-12-2021 17:59

Te has lucido con la conferencia Rodrigo. No cierres el baúl y dale aire y un toque de revisión, por si acaso lo merecen, a todos esos escritos extraordinarios que guardas y que muestran esas dos caras de la sociedad y los hombres que la conforman. Gracias. Tenemos textos para rato.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
02-12-2021 17:02

Un recuerdo audaz

Con insistente perversidad el recuerdo lo acorrala, lo lleva una vez más con falsos apremios a la esquina en donde sabe que tambalean y fallan sus pobres defensas. El recuerdo lo castiga sin consideración y lo obliga a vivir nuevamente cada detalle del irresponsable impulso que hoy lamenta. Esa determinación de ayer que lo convirtió en un hombre inflexible, un hombre, que en el remolino de sus triunfos y para no oír lamentos ajenos, se hizo insensible y creyó falsamente, que era dueño de su destino, que tenía en sus manos el horizonte de su futuro, que únicamente de su capacidad depende su mañana y no necesitaba ayuda, ni compañía, ni afecto alguno.

Su padre, desde la lejana y deshabitada ausencia en la que se encuentra desde hace años, le recuerda, con el eco de su voz grabado en la memoria, que el hombre, no es más, que un animal de costumbres. Pero él es incapaz de acostumbrarse a estos ataques retorcidos a los que recurre el audaz recuerdo cada día, no puede acostumbrarse a estos vestigios, a estos trazos de sus dudosas acciones pasadas, a esa anterior conducta, que una y otra vez su memoria aviva y entonces, el recuerdo de sus actos pasados se convierten en suplicio y transforman su vida en martirio.

Hace mucho que este recuerdo se convirtió en su enemigo, en un peligroso y audaz enemigo transfigurado en vengador de viejas afrentas ajenas. Ese recuerdo tiene la fuerza suficiente para perderlo en las arenas cambiantes de un desierto sin ruta ni horizontes.

Para escapar del odioso recuerdo intenta mentir, mentirse. Cree que una vez suelta la mentira las líneas de la verdad pueden desdibujarse en la tenue neblina de dudas que la farsa esparce, piensa, que es posible engañar al infame recuerdo con una mentira piadosa, con una mentira blanca, con una mentira inocente, pero no hay tal, la mentira siempre será un bárbaro argumento de defensa de actos innobles y la mentira viene acompañada de sus propias y devastadoras consecuencias.

Al transitar los caminos que la mentira impone es imposible volver, no hay un rumbo a seguir, ni trayectos establecidos de antemano, ni retorno seguro. La única posibilidad es atravesar los atajos que se abren de momento y avanzar por ellos a ciegas. Al soltar la mentira se huye sin asidero probable, se salta entre imprevistos en busca de salidas dignas.

En un acto reflejo de supervivencia utiliza la mentira para enfrentar al recuerdo, es su respuesta a la cobarde actitud de negar sus actos. La mentira no lo ayuda a salir del atolladero y por el contrario, lo obliga a iniciar peligrosas peripecias, que finalmente se convierten en ridículas maromas y lo desnudan, lo dejan al descubierto.
Demasiado tarde entiende, que la temeridad de utilizar la mentira para engañar al insistente recuerdo, es impulsada por sus aspiraciones ilegítimas de seguir adelante sin el peso de la culpa.

La mentira, su intento de mentir, de mentirse, para evadir la culpa, para intentar engañar al intransigente recuerdo, le señala su maldad y se convierte en un saltaperico que brinca en la punta de la lengua y los efímeros y lúcidos fogonazos momentáneos no resuelven el problema, en todo caso, crean otro, que lo obliga a penetrar en estado de alerta por un túnel angosto, por un estrecho pasaje, en donde constantemente debe falsear la realidad. Descubre, que la mentira es dañina y que son impredecibles los resultados.

Al finalizar la jornada de su tediosa rutina entra al bar, el recuerdo lo acompaña intacto, persistente y audaz. Bebe con rapidez en un acto mecánico hasta perder la cuenta y la consciencia, bebe vasos de un aguardiente transparente que le quema la garganta y la lengua. Esa lengua que es tan responsable como su conciencia de las duras y altisonantes palabras que pronunció aquel día y que su memoria infalible no le perdona, palabras que el recuerdo le presenta intactas.

Sale del bar de madrugada y termina en la calle hablando con las sombras, reconoce con voz torpe ser el único responsable de esta y de todas sus desgracias. Finalmente, derrotado por el audaz recuerdo le concede la razón y dice.

-Tienes todo el derecho al reclamo. No pude sembrar estrellas en el desierto, como le aseguré a ella en aquel momento, desde la altanera pedantería de creerme dueño de mi destino y esa frase, que consideré genial, la utilicé como escudo para cometer la barbaridad de abandonarla, de condenarla y desde ese momento cosecho desgracias. Mis triunfos se convirtieron en desastrosos reveses y hoy estoy marcado como una mala baraja, todos huyen de mi presencia y mi destino es permanecer solo para siempre, enfrentado a su recuerdo y a mis malas acciones.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
01-12-2021 23:53

Desaparecidos sin tumba ni olvido

Llegué al D.F en México, luego de un viaje agotador. Necesité varios vuelos y conexiones en países diferentes y atravesar innumerables inconvenientes para participar en una reunión planificada con anterioridad. Mi presencia es necesaria para avalar un compromiso adquirido entre empresas hermanas y globalizadas.

Llegado el momento, quienes debían presentarse a la reunión se excusaron, escurrieron el bulto, inventaron motivos y compromisos ineludibles, con el fin de faltar a un encuentro, que únicamente responde al capricho de los mexicanos, ellos necesitan esta reunión para inflar sus cuentas y justificar el gasto en sus balances.

Con engaños y falsas promesas me cedieron la representación de la empresa, un papel que no me corresponde. No pude negarme y preparé un viaje de urgencia, sin tomar ninguna previsión.

Vivo en las orillas de la playa, mis pasos rozan la espuma esquiva de las olas, mis pies se cubren de ese encaje efímero, que luego desaparece entre las rocas, esas burbujas de sal, que golosa, se traga la arena blanca del Caribe.
Aterricé sin mayores preparativos en una geografía diferente, con un meridiano distinto y respiré un aire sucio con ausencia absoluta de yodo, que abunda en mi playa.

Entré a la reunión sin siquiera haber pasado por el hotel y a mitad de ese encuentro, entre jerarquías, a las que no pertenezco, el brusco cambio de altura me pasó factura. Sentí un pequeño mareo y un insistente latigazo en las sienes, que amenazó con destrozarme la cabeza, pero seguí en pie y logré mantener la compostura hasta el final.

Con cierta dificultad me presté de cuerpo entero para la foto, no quise quedarme para el almuerzo y me dirigí directamente al hotel. Dormí profundamente hasta las siete de la noche, me bañé con un potente y reparador chorro de agua caliente y me sentí renovado, dispuesto a recorrer las calles de la capital de México, ciudad que no conozco.

Salgo del hotel y camino directamente al zócalo, todos los locales muestran esqueletos de diferentes tamaños y en actitudes contradictorias a su falta de carnes, fuman y beben alegres, se cubren la osamenta con grandes sombreros de charros, visten trajes llamativos y las flores amarillas de cempasúchil, adornan los espacios y se enfrentan entre sí, quieren ser el centro de todas las miradas y combaten en belleza con alhelíes blancos y una flor roja, que llaman Pata de león.

En las calles hay mesas con ofrendas, sahumerios, comida, pequeñas lámparas de luz opaca y alumbran las esquinas con la llama de las velas. En cada local comercial, por humilde que sea, la muerte es bienvenida y esperada. En las casas se hacen los últimos preparativos para regalar a sus deudos con comidas y bebidas, dispuestos a pasar una noche en vela, inolvidable.

Al caminar entre las calles vestidas para esta fiesta única, me percato que es primero de noviembre, que es el día de todos los muertos y aquí, en México, la muerte se venera y se respeta de una manera diferente.

En este día los muertos regresan a casa, hacen un largo viaje para reunirse con sus parientes y amigos. Los muertos atraviesan la frontera de lo imposible y con un pasaporte refrendado, un salvoconducto único, este día, los muertos dejan las sombras y peregrinan desde ultratumba a la gran fiesta del recuerdo. A los muertos los guía la luz que despide la memoria de los vivos y únicamente por este día, dejan las sombras y se ausentan veinticuatro horas exactas, pero su nombre permanece grabado en esa página oscura, que delata el final del camino y no hay forma de borrarlo.

Los olores y el hambre me empujan a una calle en donde se alinean carros de comida, aquí se come con sumo cuidado, entre los codos de desconocidos, evitando las manchas, que delatan un descuido, aquí sirven con generosa abundancia y se despachan con rapidez los alimentos, sin grandes miramientos, con más placer que incomodidad.

Alguien termina y se va, deja un espacio vacío en uno de los carros de comida y me cuelo hasta llegar al frente. Sobre el alerón del tarantín, alineados de punta a punta, los tarros de greda ofrecen salsas de todo tipo y color, pequeñas cucharas de madera se sumergen en estas espesuras de colores condimentados y los aromas, sobre todo los aromas, siempre los aromas, me obligan a decidir. Con dudas y grandes expectativas sobre esta oferta gastronómica, hago mi pedido, después de consultar la lista de nombres incomprensibles, pintados con tiza, sobre un precario pizarrón improvisado.

El hambre es mala consejera y quiero probarlo todo. Pido una flauta y antes de morderla pongo una cucharada de salsa verde, detrás de cada mordisco una salsa diferente. Me pido un taco de manitas de cerdo y lo riego con picante, con cada mordisco me lloran los ojos y la nariz y entre las lágrimas, en el costado izquierdo del puesto de comidas callejero, surgen dos hombres que hablan, comen y beben. Tengo la sensación de conocerlos.

Los señalo y pregunto.

¿Qué bebe esa gente?

El muchacho que me atiende, siempre amable y dispuesto. Responde.

-Paco, el gordito, un jarrito loco y Juancho, el de barba, un pulque.

Me arden hasta los pensamientos con la ingesta de picante, pido un vaso de cada bebida y en un sorbo de pulque, una ráfaga del recuerdo me trae los nombres completos de estos hombres. Paco Ignacio Taibo II y Juan Villoro, son los personajes que creí conocer.

Los he leído, son escritores mexicanos, sus fotografías están en las tapas de sus libros, escriben columnas en los periódicos y hoy dejan de ser signos de admiración en mi propio imaginario y comen a mi costado izquierdo este primero de noviembre, en una calle oscura del D.F.

Recuerdo algunos personajes de sus libros, la trama de los textos. Para celebrar este momento pido dos tacos: un taco al Pastor y otro taco de carnitas. Me emociono y estoy a punto de atragantarme con una hilacha de carne condimentada.

No quiero interrumpirlos y cuando se marchan los sigo, espero tener el valor suficiente para hablarles.

La calle por la que avanzamos desemboca directamente en el zócalo. El círculo ha sido invadido por puestos ambulantes con faroles encendidos, venden esqueletos, calaveras de mil formas y tamaños en posiciones diversas y humanas. Esta noche hay un hervidero de gente dando vueltas en el zócalo.

De uno de los edificios, quizás, de un portal oculto dejado expresamente por Siqueiros, de una grieta camuflada, entre dimensiones y perspectivas del tiempo, pintadas por Orozco, o de las misteriosas rendijas insondables, cómo heridas, de los murales de Rivera, salen 43 sombras, que reconocen a Juan Villoro y a Paco Ignacio y caminan tras sus pasos.

43 sombras vestidas de humo una noche huérfana.
43 nombres sin tumbas en donde se puedan colocar las luces que los guíen a sus casas, para comer y beber con sus familias.
43 almas perdidas.
43 fantasmas coronados con tristes calaveras pálidas, desorientados, lejos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
43 ánimas sin camino en el medio de la nada. En un limbo.
43 esqueletos que arrastran una mochila por donde los sueños escaparon sin dejar rastro, cómo escapó la sangre de sus cuerpos y la tierra sedienta allá en Iguala se la trago toda, sin dejar siquiera una gota, como muestra de su paso por Guerrero.
43 nombres, que a un año de su desaparición, se han convertido en una lista, o en parte de esa lista interminable de injusticias.
43 recuerdos, sin paz ni sosiego.
43 que buscan quien cuente su historia.
43 que junto a millones, oyen el reclamo de sus familias:
¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos de vuelta!

Ellos. Los 43, encontraron en las letras impresas de los libros, las definiciones que buscaban y quisieron transformar su horizonte de cercas y alambres de púas. Desafiaron la hostilidad de un orden establecido por el poder y la bárbara realidad los extravió, hoy, quienes gobiernan, se encargan como siempre de cubrir las huellas que señalan la verdad de su desaparición forzada.

Los 43 son invisibles y caminan tras Paco Ignacio Taibo II y Juan Villoro, dos escritores comprometidos con su tiempo, con la historia, con el futuro y sobre todo con las letras. Las letras, las peligrosas letras capaces de desenterrar los 43 cuerpos de debajo de las piedras y hacer justicia.

En procesión caminamos por la calle Madero, llegamos a la Avenida Reforma, veo al Imponente Ángel de la Libertad ¡Ese símbolo! Siempre hablando, Villoro y Taibo se dirigen al Ángel.

Hago el intento de seguirlos, pero un agudo dolor me lo impide, asustado, con el temor de morir lejos de mi playa, de mi mar, de mi cielo, corro al hotel en donde me alojo, que se encuentra muy cerca.
En la recepción del hotel sufro un colapso, llaman a un médico de urgencias y me trasladan a mi habitación. Confundido, con fuertes dolores, entre extraños, que me acompañan con una vieja solidaridad olvidada, oigo el diagnóstico preciso, en boca de un científico mexicano.

-Una vez más se cumple la venganza de Moctezuma.

Mi enorme falta de conocimiento, mi ignorancia, del tamaño del mar de donde vengo, me obliga a pedir una explicación y pregunto más muerto que vivo:
¿Qué enfermedad es la venganza de Moctezuma?

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
01-12-2021 21:19

Buena propuesta, J.J. Para ir haciendo acopio de lecturas aquí os dejo un relato, un poco largo, que encontré en lo más hondo del baúl hace unos días. Me gustó, la he repasado y aquí os la dejo. Que os guste.

LA CONFERENCIA.

No siempre la asistencia a este tipo de actos le producía esa satisfacción íntima y generosa que éste le había producido. Había asistido a la conferencia con un creciente grado de atención. Desde las primeras palabras del ponente supo que estaba conectado al espíritu de quien hablaba con unos lazos anímicos de una solidez y consistencia que no eran frecuentes en él. Él, el solitario, el independiente, el exclusivo, pocas veces se asociaba de tal manera a otras formas de pensar y participaba en experiencias vitales ajenas tan profundamente como en esta ocasión. Aunque había sido un tema que de antemano suscribía y, salvo interpretaciones del conferenciante demasiado heterodoxas, reforzaba la filosofía de vida que le impregnaba, la que le justificaba ante él y ante la sociedad de su persistencia en la soledad, de su autosuficiencia moral e intelectual.

Se había enfrentado a esa soledad del espíritu excelso después de romper todos los que, en los manuales, se llaman “vínculos primarios” entre el individuo y su entorno social y familiar. Su preparación intelectual, su infancia y adolescencia vividas en el recoleto entorno, casi claustral, de una familia de desvaídos blasones o en internados de élite, le habían ido conformando y afirmando en la idea de su aristocracia, en la doble acepción, en su caso, de la sangre y del espíritu. Era, se consideraba verdaderamente un ser espiritualmente excepcional, llamado en cualquier momento a ser guía y ejemplo de las masas grises y adocenadas. Mientras, debía seguir su camino de iniciación. Lecturas, viajes y soledad; desde la altura de sus pensamientos percibiría cuando era llegada su epifanía. La red se estaba tejiendo; sus escritos, divulgados bajo pseudónimos y a través de ocultas conexiones, sus anónimas participaciones en movimientos sediciosos, germen (creía él) de una nueva sociedad en la que individuos como él dirigirían a las gentes amorfas hacia ideales que ellos nunca hubiesen imaginado. Solo un poco más de paciencia.

EL PARQUE DE ATRACCIONES.

Salió a la céntrica calle con esa sonrisa de satisfacción y suficiencia que deben tener los prohombres cuando se ven rodeados de vulgaridad. Aquellas gentes pronto aclamarían su nombre, sus sonoros apellidos blasonados y le pedirían anhelantes la redención de sus miserias, espirituales y económicas.
En un inusitado gesto de solidaridad con los humildes, mezclado entre ellos, su prominente estatura sobresaliendo entre el mar de cabezas que lo rodeaba, quiso extender esta momentánea generosidad y participar en alguna de las diversiones plebeyas. Frente a él el Parque de Atracciones. Una constelación de luces llamativas, de músicas estridentes, de gentes apretujadas que expresaban bulliciosamente su grosera alegría. Pasó al interior; su traje de impecable corte, sus zapatos de exclusiva manufactura inglesa, su porte, en definitiva, llamaban ciertamente la atención en aquel ambiente popular, de una gregaria convivencia, con una zafiedad de gestos y voces que, en principio, le repugnó profundamente. Las gentes, instintivamente, abrían corro a su paso; aquella presencia inusual les producía una inconsciente, primaria, actitud respetuosa. Eso le agradaba. Entre las vaharadas pestilentes de las fritangas, del hedor de los cuerpos sudados, él se sublimaba espiritualmente y se veía redentor de tanta grosera simpleza. Una especie de arrobamiento místico comenzó a embotarle los sentidos: el vocerío, los apretujones, las músicas estridentes, las luces de colores chillones, todo aquel mundo desacostumbrado y adverso a sus modos y costumbres le creaba una cierta inestabilidad, una especie de embriaguez no del todo desagradable. Pero necesitaba un poco de descanso, de aislamiento.

EL LABERINTO DE LOS ESPEJOS.

Un poco apartado del gentío y sin demasiada aglomeración en su entrada vio una caseta de atracción, de discreta apariencia: “EL LABERINTO DE LOS ESPEJOS”. Allí quizás pudiera retirarse un momento y dejar que el torbellino de emociones que estaban zarandeando su espíritu se asentase y le permitiese salir con una cierta calma de aquel pandemonium. Tomó su tique y se introdujo en una agradable penumbra. Una música tópicamente misteriosa, pero suave, envolvía el oscuro ámbito. Los reflejos de los múltiples espejos que conformaban las calles, angostas, por donde debían discurrir los visitantes multiplicaban las difusas fuentes de luz que provenían de tubos fluorescentes, disimulados en los rincones. Un desvaído color azulino aumentaba aún la lividez del entorno. Aquel ambiente tenebroso, enigmático y la incertidumbre de sus pasos, continuamente desviados por los planos de espejos que dificultaban su caminar, hizo que una creciente inquietud, nacida en algún desconocido vericueto de su espíritu, se fuese difundiendo, adquiriendo consistencia física, a través de todos los nervios y músculos de su cuerpo. Era una sensación inédita en él, paralizante, a la que no sabía como reaccionar. Por fin alcanzó una especie de plaza limitada por cuerpos de espejo dispuestos regularmente en su perímetro y que disimulaban arteramente cualquier salida que allí hubiese.

LA ALUCINACIÓN.

Desde el centro de aquella placita se vio reflejado en las infinitas imágenes con las que los espejos le devolvían la suya; inacabables imágenes de su cuerpo, demoradas hasta el absurdo en alineaciones sin fin. Lanzó un grito de terror; un pavoroso miedo sacudía convulsamente su cuerpo, como si una corriente eléctrica lo atravesase. Sintió como un aleteo de millares de murciélagos que le manoseasen la cara, las manos, como si estuviese atravesando un bosque de telas de araña, y detrás de cualquiera de ellas le aguardase el picotazo mortal. Se veía en las trémulas reverberaciones como si una legión innumerable de ángeles oscuros lo rodeasen, lo llamasen a no sabía que prolongados abismos.

En el colmo de su crispación se fijó en la imagen reflejada de su rostro. Lo que vio allí superaba con mucho cualquier crueldad de la más refinada imaginación. Era él, sin duda. Su rostro en cada espejo presentaba gestos alucinados, soeces, lascivos, pústulas pavorosas, labios leporinos que lo deformaban en trágicas sonrisas. Era él en las más ignominiosas expresiones, era un él infrahumano, monstruoso. “Aquello” no podía ser el ser superior, el magnífico superhombre que había de redimir a las masas adocenadas, sometidas al empobrecimiento espiritual a que les conducía una sociedad desprovista de aquellos valores que él representaba, la aristocracia perdida por el marasmo al que la renuncia a lo sublime estaba empujando a los hombres.

En un esfuerzo supremo de concentración trató de sobreponerse. Aquello era, tenía que ser, irreal; las imágenes, pura virtualidad. Él seguía allí, dentro de su impecable traje, calzado en sus exquisitos zapatos ingleses, sus guantes de fina cabritilla envolviendo sus manos, tan cuidadas. Pero él, el único, se había visto ultrajado en otos muchos “él”. Miles, millones de figuras similares a la suya, deformadas, degradantes, le hacían brotar en lo más íntimo de su ser la duda. ¿Donde estaría la verdadera realidad, si es que alguna realidad puede ser verdadera? ¿En su cuerpo, tembloroso, alucinado, o en aquellas imágenes grotescas y crueles?

LA SALIDA.

Ofuscado, sin recursos mentales (él, tan hecho a ellos en las difíciles situaciones que sus severas ascesis le creaban) buscó desesperadamente la salida. Continuamente era obstaculizado por un espejo; una imagen burlona e insultante le cerraba el paso. Gritó, aulló, llamando a alguien que le guiase, guiarle a él, el futuro guía de los hombres. En su mente efervescente las aterradoras imágenes se multiplicaban, aumentaban la intensidad de su angustia. Tenía la boca reseca, el sudor le empapaba las ropas. Finalmente en un brusco y exasperado gesto rompió uno de los espejos. Como el animal acorralado que en esos momentos era no sintió el dolor ni la sangre. Siguió avanzando, rompiendo uno tras otros, todos los frágiles vidrios que se le interponían, hasta que llegó a la lona de la carpa del espectáculo. Como un loco la rasgó por una de las costuras y salió al exterior, en medio de la multitud, como un borracho, trastabillando, empujando, golpeando. Las gentes protestaban y le devolvían los golpes y los empellones. Las gentes. Aquellos muñecos autómatas seguían reproduciendo su imagen, como los espejos rotos; eran él, seguían imitando groseramente su porte, su rostro, igualmente adulterado por gestos y úlceras, como en los espejos. En medio del torbellino humano que lo zarandeaba vio como dos ángeles opacos, siniestros, lo arrancaban de la cima excelsa donde se encontraba y lo arrojaban a un vacío espeluznante. Caía; caía desde no sabía donde, desde aquel dorado trono que aún le parecía entrever en la altura. Caía hacia un mefítico nido de oscuridad y dolor. Su obra, inacabada, había sido destruída. ¿Qué dios oculto y malvado, temeroso de su futuro poder, le había destronado? Tantas preguntas y él seguía cayendo en las profundidades de un dramático sueño...

FINAL.

Al cabo de algunos días el cuerpo de un hombre aún joven, vestido con los harapos de ropas que debieron ser caras, eviscerado por los perros callejeros, lleno de cortes y magulladuras fue encontrado por algunos paseantes que gustaban de los sitios marginales. No tenía documentación ni efectos personales. Nadie reclamó aquel cuerpo ni pudo ser identificado por sus huellas; tampoco tenía antecedentes policiales. Caso cerrado. Una señora que se dedicaba a hacer labores de limpieza en las casas comentó en un lujoso barrio que su señorito, aquel chico tan elegante, distinguido y educado, hacía días que no aparecía por casa. Pero no iba a ir a la Policía; ella no tenía papeles y no quería líos. Al fin y al cabo, los ricos tenían costumbres muy raras.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
30-11-2021 18:19

Mi querido Gregorio, siempre gracias a ti por acompañarnos,quiero recordasr que enestos dos meses no tenemos compromiso de escribir sobre un tema, pero no por eso abandonamos del todo Rayuela y seguiremos publicando aunque sean textos viejos recién revisados. Así como este texto, que es del 2018.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
30-11-2021 18:15

Aguijón de alacrán

El látigo de la edad impone el ritmo a la vida. El almanaque transcurre inflexible y nos obliga a ver desde esquinas distintas el camino que atravesamos. El yugo de los imprevistos, la fuerza de lo inevitable frente a la incertidumbre del próximo acontecimiento, nos asigna el ángulo de mira que corresponde y en perspectiva, bajo el tono de amargas sincronías observamos transcurrir la vida frente a nosotros. La carga de los años nos obliga a mantener una posición determinada, una actitud acorde con el peso de la edad, para poder enfrentar los sucesos que nos tocan vivir con cierta dignidad.

La vida dividida en etapas, en ciclos, en épocas, se diluye con el paso de los días que minan nuestros impulsos, doman los bríos y nos obligan a aceptar, casi con indiferencia, esta lamentable condición donde imperan los achaques, el cansancio, el abandono.

A mis setenta años cumplidos no puedo negar que estoy viejo, que las arrugas han desdibujado el rostro, tanto, que dan pena, y no me dignifican. Tampoco niego que las fuerzas físicas me abandonan y me llevan a escandalosos límites de decepción.

Yo intento sobreponerme, mantengo mi optimismo intacto y acepto sin miedo la disminución de mis condiciones. Con los años he perdido los reflejos y corro el riesgo de caerme en cualquier momento, los huesos se han convertido en bolsas de harina y en la noche, debo interrumpir el sueño y levantarme para ir al baño dos y hasta tres veces.

A una hora imprecisa de la noche la urgencia de ir al baño me despierta, la fuerza de la costumbre condiciona los sentidos y me despierta y me levanto obligado por la necesidad. A diferencia de otros viejos, no tengo la costumbre de utilizar pijamas y duermo en calzoncillos, tampoco uso pantuflas y no pierdo el tiempo buscándolas en la oscuridad. Salto de la cama y al poner el pie en el suelo un pinchazo en el dedo me hace levitar, pero no puedo detenerme, renqueando y de cualquier manera llego al baño y apremiado por la necesidad y el dolor, orino sentado.

Estoy seguro que me picó un alacrán, una gota de sangre mancha el dedo gordo del pie derecho, el veneno avanza, el dedo crece y se calienta, siento el aguijón enterrado bajo la piel. Debo encontrar al alacrán, es importante llevarlo al hospital, para que lo examinen y puedan aplicar el antídoto correspondiente. Enciendo las luces, busco con desesperación por todos los rincones de la casa, el animal ha desaparecido, pero el dolor se mantiene.

Me visto, logro calzarme los zapatos a pesar de la hinchazón en el dedo, llamo por teléfono y solicito los servicios de un taxi que me lleve a la clínica. A mi edad y con fallas de la vista tengo expresamente prohibido conducir en las noches.

En urgencias le explico al Doctor: que me picó un alacrán, que lo busqué y que no lo encontré, que debo tener el aguijón en el dedo. El Doctor me mira con desconfianza, casi con burla. No me cree. Es otra de las desventajas de llegar a viejo, no nos creen y dudan de nuestro buen criterio.

El Doctor ordena una ecotomografía de partes blandas. En silla de ruedas me trasladan a un cubículo y me realizan el examen, el Doctor pasa por el dedo afectado la esfera de un grueso lápiz conectado a una pantalla, en donde se refleja la imagen de un cuerpo extraño, lineal, ecogénico, de 16 mm de longitud y 1 mm de ancho, localizado a 2 mm de la superficie cutánea. Me llevan al pabellón y en un procedimiento quirúrgico logran extraerse una aguja de coser.

Dos días atrás había cosido un botón a una camisa y en un descuido involuntario, dominado por las prisas, por la indolencia, ganado por la desidia, no me tomé la molestia suficiente para buscar la aguja, que cayó al suelo y terminó por clavarse en el dedo gordo de mi pie derecho.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
30-11-2021 17:57

Gracias, queridos amigos, Rodrigo y JJ, por vuestros comentarios. Disculpar que esta vez no comente los vuestros, pues si difícil ha sido escribir el mío, más aún, es comentar los vuestros. En esta pausa de dos meses, os deseo lo mejor junto a vuestras familias, incluidas las navidades y el nacimiento del nuevo año. Un abrazo.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
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