Cuando hablamos de investigación educativa nos referimos a la generación de conocimiento científico referida a un hecho social que denominamos ‘Educación’. Reconocemos en esto la necesidad de la especificidad de la investigación educativa en el marco de las ciencias sociales.
La investigación educativa se distingue por la complejidad epistemológica de su objeto de estudio pero no por la existencia de específicos modos de investigarlo. Desde esta perspectiva, incluso, aspectos que consideramos dilemas intrínsecos a la naturaleza de la investigación educativa, como el referido al contenido “normativo” o de “deber ser” propios de varios de nuestros esquemas conceptuales y disciplinarios son también compartidos por otras ciencias sociales, como la ciencia política, por ejemplo.
La investigación como una práctica social caracterizada fundamentalmente por: la confrontación teoría y empírea; la “previsión” de una estrategia metodológica desde el inicio (como brújula o andamiaje general flexible y dialéctico no “corcet”) y su originalidad en cuanto a alcanzar conclusiones no implícitas en el planteo inicial. La confrontación teoría y empírea es uno de los desafíos esenciales en toda investigación científica y particularmente en las ciencias sociales. Dicha confrontación se resuelve en función de diferentes modos de operar con el “corpus teórico” y el “corpus empírico”. Con esto, me refiero a la manera como el investigador concibe, cual escultor, el “amasar” el entretejido de teoría y empírea.