Me llamo Tomás y estoy enfermo. Tengo esa enfermedad que aqueja a muchos miles, quizá millones de personas en todo el mundo. Mi cuerpo ya no soporta tanto sufrimiento. Parece como si me hubieran extraído todos los órganos de mi interior. No entiendo por qué estoy pagando un tributo que no me corresponde, pues, no he hecho mal a nadie.
Ya no es sólo la sensación de vacío como si me hubieran extraído las entrañas. Hay algo peor: mi aspecto exterior. Cuando me miro en el espejo y contemplo la imagen que éste me devuelve, me sorprendo al observar al ser inmundo que supongo soy yo mismo. No queda nada en ese rostro que recuerde una sonrisa, no hay ninguna mueca que me alegre, es el rostro de la apatía, extrema. Me siento indignado con mi mala suerte.
Mi espalda se ha curvado quizá por el peso de la enfermedad, y casi todo mi pelo se ha caído y los pocos cabellos que me quedan se aferran a mi cabeza con tan poca elegancia que me dan ganas de arrancarlos. Este terrible malestar me está consumiendo, y estoy perdiendo el interés por la vida. Mi faz, con los ojos hundidos por la desesperación y mi espesa barba descuidada, me dan un aspecto desagradable.
Recuerdo cómo valoraba la vida antes de encerrarse en mi casa, para dejarme consumir por mi mayor enemiga, que me acompaña día y noche desde hace algún tiempo. No encuentro la clave para redimir el infortunio que estoy viviendo. No hago encomienda de mi mal a los médicos porque ninguno puede ayudarme. No hay medicina que alivie mi inmenso padecimiento y mi profunda tristeza.
Mientras esos pensamientos inundan mi mente y hacen estragos en mi herido ánimo, mi corazón comienza a fallar. Todo se desvanece alrededor. La imagen que me devuelve el espejo comienza a ser borrosa, tenue, oscura, y me siento satisfecho; por fin llega mi hora. Dejaré de sufrir y el daño que me atenaza desde hace años, se marchará para siempre. Me gana, pero ya me he rendido hace tiempo, ya no quiero luchar más.
Suena el timbre de la puerta. Lo oigo como en sueños, mientras continúo tendido en el suelo luchando por seguir respirando sin mucha ilusión. Con mucho esfuerzo abro los ojos. Mi mente comienza a responder. ¿Quién será el majadero que llama? ─Me pregunto. Reacciono. La puerta es mi salvación. Al otro lado está la vida, mi posibilidad de vencer mi horrible decadencia. Me dirijo a la puerta, como impulsado por una fuerza sobrenatural. Respiro con normalidad y mi corazón palpita rápidamente. Lo siento latir cuando me dispongo a abrir la puerta que me ha aislado del mudo y me ha condenado a mi encierro, al peor de los sufrimientos posibles, al que quita el sentido, anula para siempre, y no deja vivir. Abro la puerta y me encuentro frente a un hombre de mediana edad, que me sonríe amablemente.
─Yo a usted no lo conozco. ─Digo─, e intento cerrarla. Pero el hombre habla:
―Buenos días, soy su nuevo vecino. Me llamo Pablo y quiero decirle que acabo de llegar al edificio y le ofrezco mi amistad. Si me necesita, estoy en la puerta de al lado, en el 3º 3ª.
―Gracias ―balbuceo asustándome de mi propia voz, por llevar tanto tiempo sin escucharla. Cuente con la mía. Y cierro la puerta ante la sorpresa de Pablo que no comprende mi situación ni mi estado.
La llamada y el ofrecimiento de Pablo, me hicieron abrir los ojos a la vida y tomar la determinación de luchar contra mi dolencia.
¡La soledad!
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
13-07-2014 22:11
Queridos amigos y amigas, hay novedades en el taller de relatos. Léanlas en la cabecera, en color rijo.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
12-07-2014 19:28
He aquí otro relato XXXL; ya ni pido permiso para publicarlo. Creo que trata de varios tipos de soledad; que cada cual lo interprete a su gusto. Y si no he acertado, pues a tirarme de las orejas.
QUÉ SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS.
Hay una cierta creencia popular, sin ningún soporte científico que yo sepa, que atribuye la muerte definitiva del ser humano no al momento en el que su corazón deja de latir y en su cerebro se configura un electroencefalograma plano. Según esta creencia, la verdadera muerte, la muerte histórica podríamos llamarla, es cuando el recuerdo de ese individuo desaparece del mundo de los vivos. Así, aquellos personajes que figuran en los libros de Historia, en los anales de crímenes perfectos, en los martirologios o hagiografías o en relatos verídicos de aventuras y descubrimientos, pasan a la categoría de “inmortales”, sólo por el hecho incuestionable de que, generación tras generación, se siguen leyendo sus vidas y milagros. No es así con el común de los mortales, empleados de comercio, fontaneros, funcionarios, etc., cuyo recuerdo perdura durante dos o tres generaciones, en función de su propia "densidad humana" y de la amplitud y fertilidad reproductora de sus familias; hasta el indefectible momento en el que el tataranieto segundo le pregunta al papá -tataranieto primero-frente a una extraña fotografía antigua : “Papá ¿quien es este señor tan raro con bigotes y vestido de marinerito?” Pues no, sé, hijo mío. Es una vieja fotografía que guardaba mi bisabuela y nunca me animé a tirarla.” En ese momento, inconscientemente, el papá acaba de eliminar del mundo de los vivos, sección recuerdos, definitivamente al señor vestido de marinerito.
Yo viví una experiencia de ese tipo que sólo con el paso del tiempo, mediante algunas lecturas y las nuevas sensibilidades y percepciones que aporta la edad, la demasiada edad por decirlo de alguna manera, he podido adscribir a esa teoría de la desaparición aplazada de un finado.
Resulta que durante algún tiempo, en mi mocedad, yo solía acudir regularmente a un frondoso parque, hoy bloque de apartamentos, que era el lugar de esparcimiento de los habitantes del barrio. Allí iba yo, con mi libro de poemas bajo el brazo y mi imaginación enfervorizada tratando de hilvanar algunos versos y solía coincidir con un un simpático abuelito de aspecto bonachón, mirada dulce y grandes barbas blancas. Ese tipo de abuelitos, en aquella lejana época, todavía no eran personajes estrafalarios. Hoy los abuelitos practicamos joggin, discutimos acalorados en partidas de petanca o hacemos el recorrido de obstáculos que los próceres de la ciudad, procupados por nuestro estado de forma llaman “circuitos de la vida” o vida-trail, para los más finos. Y si se nos ocurre llevar barbas, nunca son esas tan frondosas y viriles como las de aquel conocido mío: las nuestras serán, en todo caso, bien recortadas y discretas, cortitas y de fácil mantenimiento.
Pues aquel buen señor del parque se las ingenió para trabar amistad conmigo. La verdad es que era muy afable, de conversación amena e ingeniosa y a mí me alegraba mis melancólicas mañanas. Así me enteré de su nombre, Don Baudilio Cordero de la Dehesa, que había sido funcionario de los antiguos fielatos y que pertenecía a una familia muy numerosa: trece hijos (siete ya fallecidos), catorce nietos, diez bisnietos y, creía recordar, cuatro tataranietos, aunque a éstos apenas los conocía. Se sabía punto por punto (su memoria era realmente asombrosa) toda la genealogía familiar, cumpleaños, defunciones y fechas dignas de recordar de toda su extensísima parentela. A mi hacían gracia sus anécdotas y chismes, pues enlazaba con la mayor facilidad los sucedidos a familiares suyos con episodios de la historia reciente de la ciudad, que yo conocía porque en aquella época era muy aficionado a seguir los “Ecos de Sociedad” y las “Crónicas de la Villa”
Pero un día, para enorme sorpresa mía, me espetó que él estaba muerto, que murió a la edad de ochenta y siete años, el año tal y que, como había sido un excelente padre y mejor abuelo, estaba cumpliendo ese período de adaptación a la muerte que debe de seguir cualquier difunto mientras se continúe, en el mundo de los vivos, hablando de él. Me puso varios ejemplos, de los cuales yo pude identificar algunos que, efectivamente, conocí y me causaron gran extrañeza.
Mi primer impulso, que por cierto tardé bastante tiempo en desechar, fue pensar que estaba ante un pacífico loco. A nadie en su sano juicio se le ocurre ocupar el papel de un muerto cuando habla con un vivo. Él comprendió rápidamente mi reacción y trató de argumentar su “genialidad”. Durante su discurrir como ser vivo había sido un buen hombre; su familia era casi exageradamente numerosa y eso merecía una cierta recompensa. Se le permitía, bajo la apariencia de ciudadano normal, seguir repartiendo las cuotas de felicidad que le fuesen posibles. Añadió: “Tú piensas que sólo hablo contigo y sé que te encuentras feliz conmigo, que te distraigo algo de tu casi insoportable soledad. Pero no es así; tengo el don de la ubicuidad y ahora mismo estoy dando conversación a un grupo de jubilados en Astorga y jugando al ajedrez con otro anciano que está muy solito -por cierto, desahuciado ya por los médicos, pero él aún no lo sabe- en el Barrio de Delicias, en Zaragoza.” Aquí sí que ya me terminó de convencer de su extraña locura. Aquello me situaba dentro de un guión de alguna película de Frank Capra. Pero merecía la pena seguir adelante. Y él lo sabía.
Seguí frecuentando el parque y coincidiendo con el insólito personaje. A veces faltaba a la cita. “No te extrañes cuando falte. Me encuentro bien, sólo que ayer nadie me recordó; nadie me trajo con sus palabras a tu mundo, el de los vivos.” Bueno; dentro de aquella locura la disculpa me pareció hasta razonable. Cierta vez su ausencia fue bastante prolongada. Cuando coincidimos de nuevo se explicó: “Ha fallecido otro de mis hijos; uno menos para recordarme. Porque las nueras y los nietos, ya se sabe, no te mencionan mucho.” Y así, poco a poco, fueron distanciándose nuestros encuentros, y en sus reapariciones lo encontraba más apagado, menos “vital” (¿me estaría yo también volviendo loco?) Un día me dijo: “Puede que no volvamos a vernos, amigo mío. Mi último pariente vivo, un nieto al que quiero mucho, está muy grave; tuvo un tremendo accidente de moto y fallecerá en cualquier momento. Ése es mi último lazo con tu mundo. Los demás ya no me recuerdan, ignoran que he existido. Después, cuando él falte, ya no tiene sentido mi regreso. Hay otros, no muchos, con méritos suficientes para ocupar mi papel. Lo siento. No hace falta que me recuerdes, tu recuerdo no hará efecto sobre mí porque tú, no te disculpes, nunca has creído verdaderamente mi historia.” Y añadió: “¡Qué solos nos quedamos los muertos...!” Así fue. No volví a verlo y siempre me quedó la duda sobre la veracidad de esta historia, de “su” historia.
Mi vida siguió transcurriendo árida y estéril. Pocos recuerdos voy a dejar, pienso con frecuencia. Tan solo la soledad, esa fiel y constante amiga mía, ambigua en su forma pero densísima en su contenido. Ella, mi soledad, nunca me abandonará, pero tampoco me recordará cuando me vaya.Y ahora que yo también me encuentro al final del camino, como tengo muy pocos parientes y amigos que aspiren al puesto de “mantenedores de mi recuerdo” pienso que sí, que la historia del anciano fue cierta, que el reparto de felicidad es muy escaso y que a mí me gustaría, aunque no se si tengo méritos suficientes, “volver” para repartir algún consuelo a quienes lo necesiten. Durante este arduo vivir mío, la verdad es que he repartido muy pocos.
Gregorio Tienda Delgado
09-07-2014 22:46
Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 4 relatos, pero el de Rodrigo por su extensión podría valer por 2.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.
Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
09-07-2014 20:11
Vacaciones en el Caribe
Un estudioso de los astros, amigo, me dijo que estoy mal aspectado. No entiendo el significado de esa expresión, pero me aseguró, que al cambiar mi conducta habitual puedo romper con la cadena de acontecimientos que en esta época hacen mi vida tan lamentable que dan ganas de morirse.
Precisamente cuando el sol revienta cada mañana en una explosión de alegrías incontrolables y provoca iniciar un viaje para conocer los puntos que unen al mundo con los sueños, a mí me entran temblores de un miedo legítimo.
Desde que me conozco las vacaciones de verano son días fatales, intento estar preparado para las situaciones que la vida me tiene cuidadosamente guardadas y jamás dejan de sorprenderme.
Para salvaguardar mi integridad física y psicológica intenté quedarme en el trabajo, pero el sindicato obligó a la empresa a dar Vacaciones Colectivas.
Entendí que no tenía escapatoria y decidí hacer un viaje de vacaciones, pero con una pequeña diferencia.
Esta vez conscientemente me entregué a esa condición de estar mal aspectado con los astros y en una Agencia de Viajes compré un boleto al único destino disponible en esta época. Una isla de habla inglesa en el Caribe ¡Ideal para quien no habla inglés!
Reservé un taxi al aeropuerto con cuatro horas de anticipación, el taxi no llegó, me informaron que había tenido un accidente y que no tenían más vehículos. Resignado saque de la maleta lo indispensable, lo metí en un morral y me subí al primer taxi que se detuvo.
Mantengo ese estado de entrega consciente, y testarudo sigo adelante, si logro estar a la altura de mis circunstancias, sin un mal gesto, aceptando cada momento, estoy seguro de poder cambiar mi destino.
Llegué al aeropuerto con tiempo todavía, pero un tubo matriz se había roto y no había agua ni aire acondicionado, la cola y el calor eran infernales, soporté estos pequeños inconvenientes con esperanza, había imaginado cosas peores. Al entregarme el pase de embarque se acercaron dos agentes de seguridad del aeropuerto, soy sospechoso por viajar con un morral y solo, me llevaron a un cuarto de interrogatorios, me decomisaron el desodorante, el bloqueador solar, la espuma y la máquina de afeitar.
Finalmente luego de varias horas me llevaron a la puerta de embarque, no perdí el avión porque se retrasó. Con cierta satisfacción me dediqué a cultivar la paciencia.
Con un día de retraso, en la madrugada estaba finalmente en el Hotel, en un accidentado español y mucha comprensión entendí que había perdido la reservación, me explicaron que podía quedarme, pero la habitación me costaría el doble, por ser otra categoría.
En otras condiciones discutiría hasta quedarme ronco, exigiría mis derechos, obligaría a la línea aérea a darme una habitación sin cargo, pero me entregué a mi condición sin chistar.
Abrí la ventana del balcón y la vista me impactó. La luna iluminaba un cielo plantado de estrellas, que plateaban la espuma del mar y retozando desaparecían sobre arenas doradas.
A medio ducharme corro hasta la puerta, alguien intenta abrirla con torpeza, a los gritos y patadas. Abro la puerta y entra una mujer completamente borracha que me golpea con rudeza, me insulta en un idioma completamente desconocido, evidentemente se confunde, revisa toda la habitación y al darse cuenta que estoy solo me empuja nuevamente al baño, se desnuda y se me echa encima.
Nuevamente voces, una sombra enorme desde la puerta dispara, corre sangre en la ducha. Pido auxilio, clamo por ayuda.
En una isla del Caribe cuido a una mujer desconocida, que me habla en ruso y me mira con dulzura.
Gregorio Tienda Delgado
09-07-2014 09:03
Si, J.J puedes colgarlo. Gracias.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
09-07-2014 03:41
Gregorio.
Sé que estoy a destiempo, pero si me permites cuelgo el que estoy terminando.
Gracias
Rodrigodeacevedo
27-06-2014 12:17
VACIONES DE VERANO (Final, por ahora.)
EPÍLOGO.
Desgraciadamente este esbozo de viaje es puramente imaginario. Nunca hice ese recorrido que todavía me quema junto a otros, muchos, proyectos abortados. Después, ya sabéis: el trabajo, la familia, disculpas todas para ir posponiendo las realizaciones que llenan nuestro existir de auténtica vida. Por eso hoy me he decidido a emprender con “El Taller” ese viaje que tanta ilusión me hacía. Como tengo, eso sí, mi antigua documentación, puede que siga viajando imaginariamente y relate antiguas consejas, tradiciones, gastronomía, parajes increíbles por su adusta belleza que, naturalmente, llevan anexas leyendas de aparecidos y moros que raptan doncellas. Todo un universo cultural casi desconocido.
¿Que porqué ahora, jubilado con tiempo libre, no emprendo ese viaje? Pues me alegro que me hagas esa pregunta: sencillamente porque aquellas Hurdes ya no existen. Llegó la civilización; las administraciones se preocuparon por erradicar aquella miseria que ensuciaba el buen nombre de la provincia y arrasaron con todo. Hicieron buenas carreteras... y la gente emigró a las ciudades. Deshicieron las casas de lajas de pizarra, que se confundían con el suelo y en su lugar, construyeron, o dejaron construir, casitas de ladrillo caravista, con cubiertas de uralita. En las laderas fragosas las repoblaciones de pinos foráneos ha roto la estremecedora silueta de los “canchos” de pizarra. Con deciros que hasta el dictador Franco nombró “ahijados” suyos a los hurdanos... Y tengo miedo a la decepción, a una más de las muchas que ya me pesan. Mis “Hurdes”, las que nunca conocí más que en el estremecedor documental de Buñuel siguen vivas en mí. Los riscos y los “chorruh” pueden que aún sigan allí. Pero ¿y el espíritu de la tierra?
Hoy, por lo que tengo sabido, Las Hurdes son dominio de los todo-terreno, de los senderos balizados para practicar el cicloturismo o el senderismo. Ya el teléfono del tío Benino es inútil, porque el wi-fi llega a todos los rincones y el celular comunica todos los valles. Todo eso está muy bien. Los que allí siguen viviendo disfrutan de mejor calidad de vida, aunque han perdido el ancestral apego a la tierra: son emigrantes vocacionales que vuelven los veranos a disfrutar de las excelencias del paisaje.
Es una lástima que todo esto haya sucedido sin darme tiempo a recorrer aquellas mis Hurdes que ahora imagino.
Nota final.- Por si alguno está interesado acompaño el enlace de "Tierra sin pan", de Luis Buñuel, que publica youtube.
Rodrigodeacevedo
27-06-2014 12:13
VACACIONES DE VERANO (3)
Parte 3ª.- En el corazón de Las Hurdes.
Gente dura y noble las de aquellas tierras. Tenía que seguir; la ruta era larga y difícil. A lo largo del río Esparabán, por los caminos de mulas, me interné en el corazón de aquel paisaje tan bronco. Formaciones de pizarras que parecían gritos de piedra elevándose al cielo, implorando que algún dios suavizase sus durísimas condiciones vida. Llegué a otro pueblo relativamente importante: Casares, en el que tenía otro “contacto” paterno, también el tendero de la localidad. Allí tuve un encuentro con la pareja de guardias civiles que recorrían el término y que al comprobar mis documentos y con el aval del “tío Parranda”, el tendero, no me importunaron lo más mínimo; antes al contrario, se me ofrecieron para acompañarme, “que estah tierrah son mu malinah, sabe usté. Así que pa los amigoh del Parranda estamoh a suh órdeneh.”
La comarca de Las Hurdes son una sucesión inacabable, aunque nunca monótona, de pequeños valles, de laderas escarpadas, por cuyos fondos discurren arroyos turbulentos. La vegetación, aunque formada por especies de porte bajo, carascas, jaras y algún castaño, hace ameno el paisaje, por lo menos durante las horas de luz. A la caída de la tarde se vuelve lóbrego y amenazador. Parte de la jornada siguiente la recorrí a pie, acompañado de mis amigos los guardias. Bueno, resulta trranquilizador saber que te escoltan dos fusiles naranjeros, por si surge algún imprevisto, muy improbable por lo demás.
Aunque, por lo que tengo visto, las gentes son muy acogedoras, aunque muy encerradas en sí mismas. Les cuesta comunicarse con los forasteros. Comprobé que sigue el raquitismo endémico y el idiotismo es asimismo abundante, como denunció Buñuel; que las mujeres padecen de bocio y los niños son, todavía, pasto de las moscas; que siguen dando cobijo a los animales domésticos en las mismas dependencias en las que viven los humanos. Y algo me dice que todo esto, muy pronto, desaparecerá. Que esta terrible belleza que tienen la miseria y la muerte se olvidará, aunque queden algunos nostálgicos, como yo mismo, que la entronicen en su memoria. Es el imparable progreso.
Pasé la noche en una pequeña venta con el típico nombre de La Parada (!) donde quedé instalado y recomendado por mi casual cortejo armado. Yo me malicié que la función principal de aquella venta, que tiene su leyenda y todo, es la de dar cobijo a los contrabandistas, que llegan desde la vecina Portugal con sus cargas de café. O de tabaco desde Salamanca. Los guardias protegían los intercambios y participaban en los beneficios. Qué se le va a hacer; son tradiciones de este país.
Y así, de pueblo en pueblo, muchas veces en solitario, otras viajero en carros de mulas o caballero en jumentos zarrapastrosos como sus dueños, fui recorriendo aquella comarca única, cumpliendo ese sueño de mi juvenil aspiración viajera. Naturalmente no pude hacer fotos. En esta época las cámaras de fotos sólo las tienen los extranjeros o los fotógrafos de las ferias. Llevo mi libreta de apuntes donde suelo escribir, por las noches si la fatiga no es mucha, las impresiones del día. Algún día escribiré, como Camilo José Cela, mi “Viaje a Las Hurdes” y seré famoso como él.
Rodrigodeacevedo
27-06-2014 12:11
VACACIONES DE VERANO (2)
Parte 2ª. Primeras etapas.
Y así un buen día, recién comenzadas mis vacaciones colegiales, con mi mochila y mis pertrechos, más parecido a un “guiri” exótico, especie casi inédita todavía, que a un nativo con estudios, me planté en un autobús que llevaba al pueblo hurdano más meridional, en el que podía contar con alojamiento y aprovisionamiento fácilmente. Mi primera sorpresa fue el habla de aquellas gentes: un habla cerrada, con numerosos vocablos casi dialectales que me costaba interpretar. Tengo amigos en pueblos limítrofes a Las Hurdes y en ellos ya puede apreciarse la influencia fonética de esa especie de moscardoneo que es su habla. Pero aquí, en vivo y en directo, la experiencia es más intensa.
Cuando me apeé del viejo trasto que casi me destroza el cuerpo con sus traqueteos y vaivenes, un grupo de lugareños me rodeó, curioseando a aquel insólito personaje que acababa de llegar. Viejas de rostro arrugado cubiertas con negras toquillas; vestidos oscuros y descoloridos en ellas, con mandilones hasta los pies. Los hombres tocados con boinas o con los sombreros de fieltro habituales en la zona, vestidos todos de pana negra, remendadas las rodilleras y con las caras hurañas recurtidas por miles de soles. Una pequeña horda que, después, se me iba a representar como un grupo humano acogedor y esperanzado de salir de aquella pobreza. Pregunté por “mi contacto”: el señor Benigno, el tío Benino, para entendernos. “Ah, sí, el de la tienda de la plaza. Venga usté conmigo, que yo le acompaño.” La suspicacia del recibimiento pronto se disolvió con la conjura de un nombre conocido. Empezamos bien, me dije. Aquella noche, al menos, tuve cena (¡y qué cena!) y cama gratis. Cama en el sentido figurado, porque aquellas buenas gentes sólo me podían ofrecer un camastro con colchón de paja en lo que llaman “la troje”, o “doblado” en otras zonas.
El tío Benino es el propietario del único comercio del pueblo, que tiene además instalado el teléfono -centralita con que el cuenta toda aquella comarca. De aquí en adelante ya no podría comunicarme con …. bueno, tampoco tenía muchas necesidades de hacerlo. Así que mejor no pensar en ello. Mientras Benino cerraba su negocio otros paisanos me dieron conversación; me fueron informando con cierto entusiasmo de las excelencias de aquella comarca. “Mira -mi juventud les hizo apear enseguida el tratamiento- probeh, semoh mu probeh. Noh farta cuasi de tó. Pero que si le va a jasé... mientrah haiga salú... Prontu serán lah fiehtah, yo toco el tamboril y la flauta y hacemu baile en la plaza. Y la verdá es que muh lo pasemoh mu bien con mozah y tó.