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Libres o rimados, incluso tus versos perversos, aquí toda la poesía tiene cabida.


Con rimas y a lo loco
jota jota
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01-05-2024 17:01

Un texto para conmemorar el día del trabajador

El Gavilán

El Gavilán vive en las alturas de Quenepe, desde allí el mar es una apacible franja azul, un apresurado brochazo bajo un cielo atormentado. El Gavilán es un mulato grande, de pelo ensortijado, que camina como un pescador de redes vacías. Inquietos y traviesos los brazos danzan a los costados de su cuerpo recio, la cabeza en alto y el pecho abierto. Para más señas es Cumanés, comedor de cazabe, de ají chirel con caraotas negras, arroz blanco y pescado salado.

El ojo izquierdo del Gavilán es azulado y permanece abierto con autonomía de movimiento. Por ese ojo perdido no ve colores, ni formas, ni siquiera siluetas, sólo sombras. El ojo derecho, en cambio, es profundo y oscuro, intenso, como el mismo fondo del mar.

El Gavilán no vuela, pero ha rodado por el mundo y sabe de todos los oficios habidos y por haber, sabe de trabajo duro. Se le endurecieron los pies en el camino de sus treinta y ocho años, siempre calzado con pesados zapatones de punta de hierro. El pellejo se le curtió de llevar el sol a cuestas sobre el lomo descubierto.

Sencillo, llano, como la punta de una playa, el Gavilán cuando te ve en medio de la pista, entre los enormes aviones y por encima del ruido de las turbinas encendidas, los arrancadores, los motores de los camiones te grita: “Y queeeeee amistaaa” y de una vez, sin mayores formulas, te pide un cigarrillo, mirándote a los ojos con su mirada de cíclope, sin temerle a los aviones que permanecen al acecho, esos inmensos animales que nos vigilan desde el acero pulido ondeando sus banderas extranjeras de signos extraños.

Con la mano extendida y abierta, el Gavilán te da un apretón fuerte, familiar, de hermano, de cielo franco, como si todo Cumaná te tomara la mano, sus manos son ásperas, de echar maletas sobre las correas eléctricas, manos que fueron juntando piedra, arena, cemento, mezcla y listones de madera hasta lograr construir esa casa que desafía vientos y tempestades, allá arriba en Quenepe, en donde se acaban las escaleras.

Su casa es una suerte de milagro arquitectónico, la sustenta la esperanza y por eso no se desbarranca cerro abajo con todo los corotos, con la mesa cubierta con mantel plástico de flores grandes y rojas y el frasco de boca ancha lleno hasta el tope de picante, como si fuera un faro atento en medio de la nada. La casa se mantiene entera desafiando aguaceros y protege la cocinita de kerosén, la cama de hierro, con su chiquichá, chiquichá, cada vez que le metes ritmo a la mujer. Amparados bajo el techo sin goteras, permanecen el colchón con la sombra grabada de los cuerpos y los muebles que le compraste al turco por cuotas y ya no le debes nada, porque no eres hombre de deberle a nadie, salvo aquel día sin fecha en el recuerdo, pero vivito en la memoria. Algunas noches, cuando te encuentras hundido en el silencio, repetido por tu sombra, camino a tu casa, tiembla incontrolable el ojo izquierdo al recordarlo.

Ese día era viernes, día de pago. Terminó el turno de las ocho horas y todo tu grupo se quedó trabajando tiempo extra y tú con ellos y con el pago de la semana arrugado dentro de un bolsillo del pantalón, los billetes dentro de su sobre marrón, con la grapa pegada todavía, resguardado de tanto amigo de lo ajeno y del sudor, de correr apurando la tarde, alimentando la panza de los aviones, de saltar y encaramarte a los camiones en marcha, de agacharte y volver a levantarte sin descanso.

La ley de los viernes es trabajar hasta reventar, los aviones llegan en bandadas como pájaros que emigran, toman un respiro y siguen espantando los cielos con sus rugidos terribles.

Esa noche no quisiste ir al Sambo con los muchachos, ni tampoco a la Pedrera en donde te espera Luisa, casi desnuda, con sus labios gruesos pintados de rojo encendido, del color de las semillas del cundiamor, con su piel blanca y fina como la arena de las playas en Río Caribe y el repetido “mi amor, bríndame un palito” pedido en un susurro, acercando su boca a tu rostro, acariciando tu nuca atravesada por líneas tejidas como cabuyas.

Tampoco quisiste la cervecita que te ofreció Trago largo. Estabas pendiente de cuidar como ningún otro viernes el sobre con los billetes arrugados y sudados, te habías comprometido con tu mujer de entregarle el sobre intacto y tú eres hombre de una sola palabra.

Saliste derechito, sin mirar a los lados, huyendo a la tentación y te pusiste en la cola del transporte, ni siquiera quisiste bañarte, ni cambiarte de ropas. Allí, en la cola, estabas con la misma ropa de dril teñida de azul, como el mar, un azul pesado que se confunde con las sombras, con la noche.

En uno de los bolsillos el sobre y en el otro el acero, inseparable compañero, fiel como ninguno, para cortar las mallas que protegen la carga, o abrir la panza a una que otra caja que te guiñe el ojo, o saltarle los seguros a alguna linda y bien cuidada maleta de primera clase, siempre que se descuide el personal de seguridad y no te sorprendan.

En silencio, sentado en uno de los últimos asientos hiciste el viaje sacando cuentas. Con los números bailando todavía en tu cabeza, bajaste del autobús en la esquina de siempre y comenzaste a subir cansado las alturas de Quenepe, arropado con el miedo a los fantasmas.

Los fantasmas aparecen en las noches con el silencio, con la falta de otros pasos que sigan a los tuyos por esos rumbos que marcan tu vida y te invade el miedo y se pega a tu piel, a tus huesos. El temor te sube desde el estómago para ahogarte, es un cosquilleo que se hace dueño de tu cuerpo y en ese momento te dominan los escalofríos. El susto lo llevas por dentro bien escondido y aparece apretando tu garganta en medio de la noche, cuando te encuentras íngrimo y solo entre las sombras, obligado por el trabajo, por los turnos, por la mujer y los muchachos, por esa cadena de responsabilidades que te sujeta a esta vida y te impone caminar la noche enfrentado continuamente tus temores.

Gavilán miedoso convertido en gallina. El miedo que enfrentas está alimentado con los recuerdos de los velorios en Cumaná, allá, en una rueda los mayores contaban de aparecidos, de fantasmas, de ánimas buenas, pero siempre desconocidas, impredecibles, espíritus burlones. Velorios de humo, licor y cuentos. Se contaba para acompañar al muerto en su viaje a lo desconocido, de voces sin cuerpo que arrastraba el viento, de lamentos y ruidos de cadenas y del hombre sin cabeza, que pasaba todavía chorreando sangre a borbotones. Velorios buenos aquellos, de carterita y caña clara, velorios que dejaron ese miedo sembrado en tus huesos.

Bajaste del transporte pasada la medianoche, a esa hora ya no subía "Jeep" al cerro, ningún "Pirata" que te acercara a tu casa y tuviste que subir contando los pasos por calles oscuras y estrechas, por escaleras apretadas de basura y hediondas a meaos.

Intentabas espantar el miedo con oraciones y allí mismo, al final de uno de los escalones, casi encima de ti, en donde decían que aparecía el fantasma de Arévalo los viernes, pidiendo un trago, una sombra entre las sombras saltó de la nada y apareció frente a ti, un fantasma de cuerpo presente, pistolita en mano, que con voz pedregosa te pide el sobre, los billetes, el esfuerzo de toda la semana.

El acero no brilló en esta noche de cielo huérfano y sin luna, con la mano firme sorprendiste al aparecido y lo abriste de derecha a izquierda y se desvaneció escaleras abajo, mientras un Gavilán asustado volaba al nido.

jota jota
jota jota
26-04-2024 18:41

Que imagen fantástica y surreal la de las escrituras que deja la lluvia en la noche sobre una ventana cerrada y para complemento todo el contexto y la mujer que sueña y es imposible leer sus sueños, al igual que es imposible leer las líneas que escribe la lluvia sobre una ventana cerrada. Y en las calles que fueron campos de batalla, hoy en sus encrucijadas acompañas a una dulce viejecita. Que gustazo leerte Rodrigo, que viaje emocionante al que me llevaste.

Estoy confundido, pensé que dejabas el litoral y regresabas a tus tierras extremeñas, pero según tus palabras al principio de este texto, es lo contrario.. Lo mejor es que estemos en donde estemos, seguimos vivos y escribiendo.

jota jota
jota jota
25-04-2024 17:21

04252024

Avanzo con paso familiar
a la encrucijada próxima,
llegaré una madrugada
sin equipaje
con el peso de la luna
sobre la espalda.
Y es tanto lo vivido,
tantos los años,
que me pierdo en la cuenta.
Tanta la distancia
de fronteras inflexibles,
que olvido las ciudades
y el color de sus cielos.
Tanto zapato roto
en el trayecto,
tanto olvido voluntario
dejado en el camino.
Y para mi sorpresa,
en el espejo de esta tarde
se refleja alucinado
todo mi cariño intacto.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
23-04-2024 19:51

Cambio de registro, compañeros. Para superar el trauma emocional que ha supuesto mi tralslado desde las íntimas y rudas tierras extremeñas hasta las plácidas y luminosos, pero de algún modo extrañas, tierras del litoral mediterráneo, me refugio en los recuerdos, aquellos ya lejanos viajes de juventud, que son alimento nutricio para el vivir surrealista.
Que is guste.

LLUVIA NOCTURNA EN VIENA

¿Quien descifrará las nocturas escrituras
que deja la lluvia sobre las ventanas cerradas?
¿Quien interpretará esas partituras
de ausentes pentagramas?
No la mujer dormida que ajena sueña en su cama
agitada por húmedos sueños
arropada por la llama cimbreante de su roja cabellera.
No el reloj palpitante que desmenuza la noche
desde su posapié de mármol.

La lectura interrumpida de una vieja carta de amor
como oración recurrente y preludio de sus sueños
es en la mujer que sueña
como un gato ronroneante
como un caballo que esquiva el beso frontal del aire.

Llegan ecos luminosos y arco iris fugaces
Desde la Viena que llora su grandeza
Iconos descabezados interrogan al viandante
¿Donde está mi stradivarius?
Exóticas plantaciones confunden al conserje
del hotel atormentado por un crimen de su pasado.

Desvencijadas encrucijadas de calles que fueron
sangrientos campos de batalla
enderezan los caminos del viajero que camina junto a la anciana.

Viena embrujada y remota como aleluya infantil
Viena donde perdí mi inocencia en vez de hacerlo en París.
La mujer dormida se rebulle como si un orgasmo
llevase su sueño al cenit.
El misterio de los sueños como el de la imposible lectura
de esas páginas que deja la lluvia
sobre el vidrio macilento de una ventana cerrada.

jota jota
jota jota
19-04-2024 17:58

Uno más 2020-2024

En esta noche íngrima
de anuncios inconclusos
el ojo de la luna me acusa.

Cargo culpas
enredadas en ficciones
de futuros inciertos.

Ya no trazo rumbos
sobre mapas de estrellas fugaces,
ni diseño estrategias desleales.

Voy a la desesperada
y sin engaños,
a fin de cuentas
¡soy un villano!
uno más.

jota jota
jota jota
19-04-2024 15:30

Quien tuvo al mar de vecino alguna vez, tuvo, también, una oportunidad única de vivir espejismos frente al movimiento eterno de círculos concéntricos, según Borges, o en espiral, como afirmaba Maltuse. Es ese mar de posibilidades infinitas, en la ola que se muere y en la que nace, es lo que nuestro querido Rodrigo nos señala en esta muestra de mares, y nos anuncia que hay fuerza para continuar, para seguir señalando los innumerables destellos de la sal que convierten los azules en glaucos tonos.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
17-04-2024 10:58

Hay camino abierto y fuerzas para recorrerlo. Un cántaro de agua fresca y la sombra de una higuera. Brilla el sol mediterráneo y los antiguos rapsodas vienen a hacer compañía...

PANORAMA DEL MAR DESDE LA NOCHE

Nace sobre el monte derramado
la curva uña lunar
convexidades siamesas
gotas de la leche sideral
unidas en los arcos cósmicos
del parto no consumado.

Derraman sobre los garzos
lentiscos perennifolios
de hojas como ojos noctámbulos
que abrevan sus miradas fijas
en la cálida desnudez
del templo hecho de rocas infames.

Parpadean como ilusiones de niño
las farolas de las grandes avenidas
Allí la luna incipiente se recoge
en piadoso duermevela
El gran gusano esquizoide
transita por la autopista amnistiada
Una pequeña cabaña da cobijo
a las pérdidas de memoria
del anciano macilento.

No hay musgo sobre las rocas
a las que Sísifo rodó
Sólo el silencio burbujeante
de los grillos eclipsados
por los ecos de saxofón
que llegan desde la lejanía oscura.

Un gallo se despereza
cómplice ya de Venus
tejiendo con su canto dislocado
los velos pudorosos
que cubrirán a las vestales de la diosa.
Amaltea exprime sus ubres
para alimentar a los amantes
que agonizan.

Las calles renuncian
al ritmo de los semáforos
a ser cómplices de las jóvenes taquígrafas
que han sido infieles gozosas
a sus perros y a sus gatos.
Luciérnagas desorientadas
sustituyen a la llama del fanal
que alumbra el faro.

En el mar parpadeante de reflejos
delfines de ubres exhuberantes
certifican su origen mediterráneo
renunciado a la publicidad de neón.

Como reverentes nebulosas
las almas de las danaides se revisten
con el manto de Selene.
Es la noche mediterránea
sólo apta para locos.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-04-2024 11:17

"Recorro estas calles
que conozco de memoria
avanzo sin prisas,
con el afán del porvenir
y el peso de mis errores."

Subrayo estos versos de Jota que creo marcan una característica en su obra tanto poética como en sus relatos. La vivencia de esas calles como surgidas del misterio, por las que discurre entre temeroso y esperanzado.
Todos tenemos una cierta impronta, ese subconsciente que surge inesperadamente, y nos descubre ante los demás en nuestro pasado más o menos brillante. Para los lectores, esas calles desconocidas, se tiñen con los colores que ya les habíamos adjudicado en nuestra vivencia fantástica, en mi caso colores borgianos.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-04-2024 11:01

Pues parece que estemos viviendo un período de una cierta estabilidad en la producción literaria, poética mayormente. Con el inestimable liderazgo de nuestro querido Jota "la nave va"... A ver si algún oculto lector y/o antiguo participante se animan a colaborar. No se cobra, es gratis.

VISIÓN DEL MAR EN TIEMPOS DE DECADENCIA

Oculta el mar sus grutas exquisitas
para mover al hombre a tórridas visiones
el viento peina olas que son montes naufragados
telúrico preludio de sirenas y tritones.

Acerado el azul se disuelve en glauco
incapaz de aprehender las nubes blancas
pero es cárdeno llanto en los ocasos
cuando cantan los grajos en las ásperas llanuras.

Como un paño votivo se extienden tierras sin eco
las cúpulas doradas se fugaron hace años
sólo las cimitarras quedaron guardando sangres
añorando los desiertos seculares.

Lloran los añafiles las lágrimas de la noche
mientras las huríes con cuerpo de violonchelo
juegan con los tigres mansos del harén.

Las estrellas han huído de los turíbulos perfumados
y escriben más allá de eternidades
frágiles versos de amor.

Los cósmicos latidos descompasan los viejos relojes de sol
mientras los girasoles se retuercen en dolorosas espirales
Son tiempos de decadencia.
Todo muere excepto la ola que nace a lo lejos.

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