Abulia, Poste, Sede, Órdago Muérgano, Mocho, Deuda
La Permanente Lucha Contra El Olvido
El muy muérgano intentó desdibujar de su rostro el susto, el asombro que le causó verme y pintó una sonrisa compasiva que le quedó mal colgada en los labios y se convirtió en una mueca de burla, en un insulto a mi condición de mocho, lejos del gesto de misericordia que pretendió mostrar.
Supe al verlo que se enfrentaba desnudo, con absoluto desconocimiento de herramientas a la presencia de un miedo superior a la razón. Sin preparación alguna se percató en un instante que en un descuido podría llegar a convertirse en un mutilado y como una epifanía descubrió que no sabía si sería capaz de soportarlo, comprobó para sí mismo que su seguridad se basaba en la fortaleza de su cuerpo completo y ahogándose con tal perturbación lamentó haber venido a esta cita.
Acostumbrado a reacciones similares, parecidas, no presté ninguna atención, nunca reclamé deuda alguna por mi condición. Le calcule veinte años y a esa edad no se conoce ni siquiera la lastima, en ese estado supremo de egoísmo gobernado por el órdago del YO. En cambio su acompañante tenía sus buenos cincuenta años, se notaba que los había vivido intensamente y estaba dispuesta a conmoverse ante los agravios, las ofensas, las humillaciones ajenas. Esa pareja de extremos contrapuestos y sentados uno a lado del otro quedó grabada en mi cerebro y los convertí en el centro de mi discurso.
Llegué a la sede de la OCO (Organización Contra el Olvido) como llego cada día, exhibiendo con orgullo mis ausencias producto de viejas batallas, de combates extraordinarios en los que tuve que participar obligado por el enorme peso de la historia, de los días que me tocaron vivir y tuve que asumir responsabilidades que me arroparon.
Alguien dijo o escribió alguna vez que el hombre es la suma de sus circunstancias y quizás eso es lo que soy y no el héroe que algunos pretenden.
En esta tierra terriblemente herida decimos que el hombre es del tamaño del compromiso que se le presente y esa humilde estatura es la que considero que tengo. Precisamente esos compromisos me han impedido llegar a esa esquina oscura de la inmovilidad, de la derrota, que otros prefieren llamar abulia, término que enmascara la verdad a la que es difícil enfrentarse sin menospreciarnos.
La OCO se fundó con el único fin de no volver a repetir los tiempos oscuros que tuvimos que combatir y al igual que yo muchos otros se presentan a dar testimonio, una y otra vez, no porque se consideren un faro en la oscuridad, ni un poste de luz que alumbra el mañana, sino porque el enemigo de siempre acecha detrás de los olvidos para saltar una y otra vez en pos de un triunfo que le permita repetirse, multiplicarse y jamás se rinde ante la derrota. Espera amparado en las sombras que el olvido teja su manto sobre los inocentes.
Llega mi hora de cumplir este otro compromiso en la vanguardia, siempre me tocó estar al frente y asumo el papel que me corresponde.
Miro en el fondo a la pareja que noté al entrar y doy comienzo a mi detallada exposición contra el olvido.