Hola, compañeros:
De nuevo viernes. Una nueva oportunidad para ser felices aportando nuestra palabrita al saco de las historias y relamiéndonos con el proyecto de relato que dejaremos para que lo disfrutemos todos.
Mi palabra:
OBRA
1. f. Cosa hecha o producida por un agente.
2. f. Cualquier producto intelectual en ciencias, letras o artes, y con particularidad el que es de alguna importancia.
3. f. Tratándose de libros, volumen o volúmenes que contienen un trabajo literario completo.
4. f. Edificio en construcción. En este lugar hay muchas obras.
5. f. Lugar donde se está construyendo algo, o arreglando el pavimento.
6. f. Compostura o innovación que se hace en un edificio. En casa de Pedro hay obra.
7. f. Medio, virtud o poder. Por obra del Espíritu Santo.
8. f. Trabajo que cuesta, o tiempo que requiere, la ejecución de algo. Esta pieza tiene mucha obra.
9. f. Labor que tiene que hacer un artesano.
10. f. Acción moral, y principalmente la que se encamina al provecho del alma, o la que le hace daño. U. m. en pl.
11. f. Cantidad que se satisface al erario o fábrica de una parroquia, colegiata, catedral, etc.
12. f. Ingen. Parte estrecha y prismática de un horno alto situada inmediatamente encima del crisol.
Que tengáis un feliz día.
Rodrigodeacevedo
20-05-2014 21:27
EL VIAJERO.
El Viajero recorrió con una lánguida mirada la larga hilera de columnas que bordeaban el camino hasta la cumbre. Unos postes renegridos, rectos y bien alineados, que definían uno de los bordes de aquella calzada de piedras irregulares que llegaba hasta la cumbre. El paisaje era un desolado páramo pedregoso en el que no existía el menor rastro de vida. No obstante, en la cumbre, unas modestas ruinas evidenciaban todavía que allí existió actividad humana. El Viajero recordaba. Hacía ya mucho tiempo, tanto que de las generaciones que él conoció habían desaparecido hasta los últimos descendientes; pero en aquella época las ahora yermas laderas estaban cubiertas de olivos, higueras, altivos palmerales regados con abundantes aguas. Y ciudades. No suntuosas ni demasiado pobladas, pero acogedoras. De éstas ya ni ruinas quedaban; habían sido cubiertas por ruinas de ruinas y el viento del desierto había extendido espesos mantos de polvo y silencio sobre casas, templos y sedes palaciegas.
Pero él recordaba, aunque hacía ya muchos eones de eso. Fue en alguno de los diversos tempo-tránsitos durante los que era enviado desde el Origen para saldar cierta antigua deuda de la que el Viajero todavía no tenía una idea clara ni de su origen y ni de su justificación. Él sólo obedecía y no preguntaba; sabía que, con diferentes circunstancias y decorados, periódicamente tenía que pasar una temporada transformado en un personaje común, hombre por lo general, que solía terminar en sacrificio, en su propia inmolación, la cual, según costumbres, debería simular ser muy dolorosa y cruenta. En realidad, su especial composición biológica evitaba esos sufrimientos físicos. Los espirituales eran otra cosa. Nunca llegaría a entender que tuviese que ser víctima propiciatoria para salvar (¿salvar de qué?) a un conjunto de muérganos irredentos, cuya abulia e inmoralidad debiera excluirlos de cualquier programa cósmico de salvación Y eso lo angustiaba. Al fin y al cabo existían (según se comentaba) millones de planetas habitados por gentes como éstas, pero cuya evolución intelectual les permitía casi equipararlos con el propio Viajero. Pero él era un simple enviado.
Ahora contemplaba la ringlera de gruesos palos que subían hasta lo alto, postes sacrificiales que, por alguna extraña razón el Origen había decidido respetar, al igual que las ruinas de la cima, una exigua torre mocha que en su tiempo se erigió para conmemorar el sacrificio del Viajero. Qué ironía. Éste sonrió al recordar y una luz sobrenatural le iluminó los ojos. La misma luz que le permitía ver bajo las capas de piedras y tierras otras capas ya localizadas y estudiadas con petulante suficiencia por los arqueólogos, quienes dictaminaron que allí, junto a las tierras que pisó el Viajero y bajo ellas, yacían otras ruinas indeciblemente más hermosas que también conocieron de sacrificios, de dioses y de holocaustos.
Piadosamente, el Viajero, desde la inaccesible distancia que le separaba de aquellos humanos que un día lo conocieron y ahora ya lo habían olvidado, incluso como personaje histórico, contemplaba aquella desolación y se preguntaba porqué el Origen insistía en salvar a aquel pequeño y residual grupúsculo al que debía localizar e integrarse el él. El final sería el mismo; ya le resultaba conocido y familiar. Estos serían los últimos; antes de ellos y en progresiva aniquilación de sus individuos, sucesivas guerras, devastaciones atómicas, degeneración de la especie por enfermedades que ellos mismos habían producido en un insensato órdago a sus divinidades, habían transcurrido cientos de miles de años, esa ridícula unidad de tiempo que a partir de alguna de sus generaciones los hombres habían adoptado para medir lo inmensurable. Después... sólo el Origen lo podía prever.
Pero al Viajero lo seguía inquietando el secreto de aquella obstinación en salvar a quienes, desde su creación, traían el estigma de lo efímero y corrompido. Alguna vez, meditando sobre ello, recordó una frase del Origen sobre este producto suyo: “He hecho al Hombre a mi imagen y semejanza”. La verdad, pensaba el Viajero, que yo no encuentro que se parezcan en nada: será una debilidad de anciano. Y prosiguió su ardua búsqueda.
caizán
20-05-2014 11:02
FILIBERTO
La abulia había entrado en su vida para quedarse, nunca fue un tipo brillante pero tampoco un mocho sin ideas, vendía una imagen de hombre capaz y emprendedor, por eso la gente decía que no había tenido suerte porque capacidad sí tenía. Algunos tienen esa cualidad, los demás los ven muy capaces, ganadores en todo y ante el resultado adverso dicen: “A Filiberto no le sale una buena, la suerte le es esquiva”
Cuando se casó con la hija del farmacéutico, todos apostaron a algo, los envidiosos decían que era un braguetazo de suerte, y vaticinaban que “ese muérgano no llegaría muy lejos” y los que se guiaban por lo que parecía, opinaban que tendría una vida de òrdago con el apoyo de su familia política. El suegro, a instancias de su mujer, movió todos los hilos que tenía a su alcance para instalarlo en un trabajo bien remunerado, él como padre de una única hija, lamentaba esa unión, la consideraba – y no era envidioso - “un braguetazo”, pero no tuvo el coraje de enfrentarlo, evaluó la situación y se dio cuenta que era perdedor, el muchacho se había ganado a la hija y a la madre, por lo tanto, plantarse e ir al choque con él significaría perder su lugar de jefe en esa familia, dejaría de ser el eje espiritual y comercial y se convertiría en un poste al que todos eludirían y un día lo quitarían del medio por molesto. Había tratado que su hija tuviera una profesión, que fuera independiente con un título terciario, pero no tuvo suerte; su mujer tuvo mucho que ver con eso, no quería que su hija la sobrepasara, no la quería perder, la fue encadenando con todo su amor desmedido e inconsciente y nunca comprendió ni aceptó que le estaba haciendo un daño al aceptar sus caprichos por desmedidos que fueran, todo era poco para “la nena”, su nena. Así llegó a la mayoría de edad sin un novio oficial, algunas simpatías hubo, pero la madre siempre atenta, los espantaba como si fueran moscas. Seguramente tampoco a ella le interesaban mucho, o no había llegado a la madurez hormonal necesaria para “buscar” una pareja, por eso no puso objeciones a las actitudes maternas.
Isabel no supo, cuando conoció a Filiberto, que iba a ser su marido. Era un muchacho buen mozo, con cara de ganador, de buena labia, que tuvo la suerte de llegar justo a tiempo: cuando la breva estaba ma dura; como dirían la novelas rosa: fue un flechazo, se vieron, se gustaron y hasta el matrimonio no pararon.
El suegro lo ubicó en una droguería, como ayudante en el depósito. No estuvo mucho tiempo. Su mujer y su suegra no lo permitieron, él estaba para mucho más, no podía ser un peón cargando camiones. El primer año de casado tuvo varios trabajos y siempre había un pero para que renunciara, lo peor era que el muchacho quería tener sede propia, no quería vivir más en la casa familiar y la suegra decía que sí pero hacía lo imposible para retenerlo a través de su hija, inclusive le boicoteo la idea de tener un hijo, con el pretexto de que eran muy jóvenes y tenían que vivir más la vida antes de pensar en un hijo que crea muchas obligaciones; así, poco a poco, fue atando a toda la familia y el moño final lo puso cuando dijo:-- Yo creo que Filiberto tendría que abandonar esos trabajos que no están a su nivel y trabajar con vos en la farmacia. Pensalo viejo, nosotros nos podríamos tomar esas vacaciones siempre pospuestas, vos tendrías un reemplazo de confianza en el negocio y los chicos nos podrían pagar su deuda de nietos ¿No te parece?
El viejo aceptó y Filiberto fue cooptado por la abulia.
JSM
caizán
19-05-2014 23:34
La deuda de la sede social era de òrdago, los directivos eran muérganos como postes, elegidos por abulicos socios con la cabeza mocha.
Rodrigodeacevedo
19-05-2014 22:15
Mi sintetización frasística
Aquellos muérganos, mochos y abúlicos, tiesos como postes, habían echado un órdago sobre el emplazamiento de la sede. El peso de la deuda iba a decidir en su favor.
Jose Jesus Morales
19-05-2014 16:23
La sintética
El órdago de un mocho muérgano contra nuestra abulia lo ha llevado a colocar su sede en el único poste de luz. Exige el pago de una deuda social.
Rodrigodeacevedo
19-05-2014 01:12
Buenas tardes o noches, según convenga. Cerrado a golpe de pala el saco palabrero estas son las palabras propuestas para la semana entrante, por si alguien se anima al agotador esfuerzo de escribir para el hilo:
ABULIA
MOCHO
MUÉRGANO
ORDAGO
POSTE
SEDE
Acaba de llegar justo a tiempo, de parte de Ana:
DEUDA
Gracias, Ana. El hilo está en idem. contigo
Muy feliz semana a todos y aquí quedamos esperando.
Ana Alonso
19-05-2014 01:10
Por si llego a tiempo: DEUDA
Gregorio Tienda Delgado
18-05-2014 11:05
abulia.
(Del gr. ἀβουλία.
1. f. Falta de voluntad, o disminución notable de su energía.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Cerca de estas cataratas un destartalado albergue sirve de cobijo a quienes logran llegar a este punto perdido de la geografía nacional.
Llegué aquí por una circunstancia inaudita, el azar, antes esquivo abrió un destello de luz. En la calle un grupo de facinerosos abuchean a un hombre a quien obligan a brincar en su único pie en un intento suicida para rescatar sus muletas.
Nunca fui valiente, pero las injusticias desde siempre me empujan a actos de los cuales generalmente me arrepiento y con carácter y mucha suerte enfrenté a estos berroqueños y rescaté y entregué las muletas a su dueño. Joaquín Montes.
Por agradecimiento, quizás por ser un extranjero desarraigado, porque encontró solidaridad, apoyo desinteresado a un semejante desconocido y desprotegido, se hizo mi amigo.
En ese tono impreciso de quien ha viajado mucho me confesó con cautela y estudiando mi reacción, que estuvo en la selva y se tropezó con la suerte y la mala suerte que venían juntas y discutían entre ellas cual era más poderosa y me escogieron sin yo saberlo para una prueba.
La suerte me mostró una hendidura en el costado de una roca caliza y negruzca, pude atravesarla con dificultad, para encontrarme en la oscura galería de una caverna y la beta más hermosa de esmeraldas que se pueda imaginar, de un verde tan intensamente profundo, que puedes no salir jamás del embrujo que tienen las esmeraldas. Con dificultad tomé unos buenos pedazos y no pude continuar, un enorme gusano verde incandescente de mil patas se acercaba peligrosamente a mí, de un salto me coloque en la estrecha entrada de la cueva e intenté salir apresuradamente, pero el gusano me pico en el tobillo, corrí con el desespero de la muerte abrasando la sangre, logré llegar al bote y echarme al agua. Desperté en la camilla de un dispensario, sin la pierna y con la suerte de estar vivo.
Desde entonces he logrado sobrevivir con la venta de las piedras, pero he gastado aún más en encontrar la forma de escapar del gusano, y estoy seguro de haberla encontrado, pero mi condición no me permite hacer esa expedición, creo que la suerte nos puso a ambos en esta encrucijada para ganarle la partida a la mala suerte, que hoy le lleva ventaja.
La historia de Joaquín Montes me convenció, con sus indicaciones, siguiendo hilos de agua, retazos de quebrada que se pierden entre matorrales, atento al murmullo del viento me interné en la selva, llegué a la caída de agua, miré el rancho apenas en pie y recordé las palabras de Joaquín Montes:
Te estaré esperando aquí, saca las piedras que la buena suerte te tenga destinadas sin correr riesgos con el gusano, puedes regresar por más esmeraldas cuando quieras, mientras estés vivo y entero.
Encontré la hendidura y entré, apenas hice saltar unas piedras el gusano guardián de este tesoro se acercó silenciosamente, en un último intento logré reventar la veta y recoger piedras profundamente oscuras como los ojos de una mujer enamorada. Salté a la hendidura, el gusano me dio alcance e intento picarme, pero la protección de la malla confeccionada con hilos de cobre impidió que el ácido penetrara en la piel, salí finalmente y corrí sin detenerme hasta la curiara que había dejado escondida, remé con fuerzas para encontrarme con Joaquín Montes y ganarle la partida a la mala suerte.