Todo estaba preparado para la gran ceremonia, los manteles bordados, la vajilla más lujosa que habían logrado conseguir; los servicios de la mejor calidad. El menú consistiría en arroz con pollo al curry, champiñones y leche de coco, codornices en escabeche y ensalada de salmón y naranja. Todavía no se ponían de acuerdo con los postres, que debían ser los más exóticos que se pudiera imaginar. El gozo embargaba a los parientes, que iban a asistir a la boda de la única niña de la familia y todos esperaban que, una vez cumplidos los rituales del matrimonio, dejaría las costumbres estrafalarias que los tenía tan preocupados. Tal vez el amor, y con el tiempo la llegada de un hijo, la hicieran desistir de sus rarezas.
El último capricho de la novia era su regalo de casamiento. En lugar de pedir los habituales juegos de té y de café, o algún amoblamiento para la casa, se le había ocurrido que quería una abubilla, pájaro bastante difícil, casi imposible de conseguir en aquellos territorios. Desde hacía semanas el novio recorría cuanta feria encontraba, buscando al vistoso pajarraco, al quien ya odiaba sin conocerlo por los malos ratos que le estaba haciendo pasar. Le había preguntado a su prometida si se conformaría con un loro que hablaba en cinco idiomas, pero no; ella quería ese pájaro que, según decía, le daría un toque de distinción a la fiesta. Incluso había mandado confeccionar sus vestidos con los colores haciendo juego con el plumaje del ave esperada.
Todos los familiares colaboraron, pero no hubo caso. Y llegó por fin el día de la ceremonia; no faltaba nada, salvo la abubilla, y la novia estaba desconsolada; había estado soñando todas las noches con ella. La veía ahí mismo, en su habitación, entonando sus cantos, y se despertaba llorando al comprobar que nada de eso era cierto.
No hubo luna de miel: la novia estaba demasiado triste y prefirió quedarse en casa. El novio no dijo nada, porque la quería realmente y ya estaba acostumbrado a sus caprichos.
Un día despertó y se encontró con que ella se había marchado dejando una carta sobre la mesa de luz. La carta decía: “Voy en busca de mi abubilla, sin ella nada tiene sentido”
Desde entonces, todos hablan de la maravillosa boda que duró varios días, donde saborearon los manjares más exquisitos. De la niña nadie dice nada, pero todos guardan la esperanza de que algún día vuelva, con el pájaro o sin él.
Soy un mensajero, tengo algunas libertades a la hora de efectuar las entregas, pero al comprometerme a realizar el trabajo debo cumplirlo sin importar las condiciones, reconozco que debo asumir todos los riesgos y soy el único responsable de cualquier fallo, estoy perfectamente consciente que los errores cuestan caro en este trabajo. Una mínima equivocación en esta estudiada y planificada labor de entregar el mensaje último y definitivo, un acontecimiento no calculado me conducirá a la frontera no deseada de la desgracia, y me hundirá en el naufragio de la derrota, que no puedo permitirme, porque el desastre en el que me veré envuelto tiene un precio imposible de contabilizar en efectivo.
Hice los cálculos sin descuidar detalle, revisé paso a paso los eslabones de la cadena de acontecimientos, de sucesos previsibles. La cita para mi entrega era esta vez en el Champiñón Dorado, un lugar nuevo, pero que aún no ha sido descubierto por esa parranda de payasos, esa feria de pedantes, esa romería de petulantes, que se adueñan de los espacios íntimos de la ciudad y los convierten en puntos de culto, que luego abandonan y dejan como cadáveres insepultos y continúan en esa búsqueda desenfrenada, incesante, de establecer circuitos de moda en donde aposentarse, mostrarse. Se asemejan a esas bandadas de abubillas, con sus discursos monótonos, sus poses estudiadas para la ocasión, con los olores de sofisticados perfumes que no soporto.
Diferentes y variados acontecimientos, eventos imprevistos, incidentes menores, han contribuido a un cambio urgente de mis planes y me han empujado a tomar decisiones eventuales por encima de la rigurosa planificación que establecí de antemano, y que siguiendo mi propia lógica dibujé sobre posibles y diferentes escenarios. Ahora me encuentro desorientado en el territorio de los contratiempos, camino con paso lento sobre una geografía desconocida, que cambia el sentido a cada paso. Pero soy un hombre de recursos y la experiencia me permite reescribir el mensaje con los mismos resultados, este es un oficio que se basa en resultados absolutos.
Al entrar al local una voz conocida me alarmó hasta la desesperación, mi hijo se ha parado de la mesa, me abraza, se ilumina el rostro de puro gozo por este encuentro, que él califica de providencial. Ahora, dice riéndose complacido, no tengo que perseguirte para presentarte a mí novia y además invitarte a la ceremonia de la boda que será dentro de un mes y a la cual no puedes faltar. Ven, comamos juntos, acompáñame a la mesa
Apenas nos sentamos sirven la comida y el ambiente se inunda con el intenso olor a curry, a cúrcuma, a cardamomo a esa combinación de especies y picante que se mete por la nariz y me traslada al otro lado del mundo, en donde alguna vez quise vivir y no pude, o no tuve el valor para enfrentarme a mí mismo.
A mitad de la comida el hombre que espero entra y va con prisas directamente al baño, con una excusa voy tras él, lo encuentro de pie orinando y no le doy ninguna oportunidad, yo tampoco la tengo, para cuando se da cuenta de lo que sucede está en los estertores de la asfixia, entregado el mensaje debo corregir algunos detalles, le bajo los pantalones y lo siento sobre la poceta, cierro por dentro el locutorio y compruebo desde fuera la posición.
Salgo y me siento con mi hijo y su novia a terminar de comer.
Estela
09-05-2014 16:04
Quisiera consultarles algo a todos los participantes de este hilo y es lo siguiente:
¿Serìa factible que en lugar de una semana fueran 15 dìas para escribir y comentar? (manteniendo la apertura del saco los viernes); en mi caso particular, muchas veces no llego a participar, porque me falta tiempo.Simplemente es una proposiciòn que someto a consideraciòn del pùblico.
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Estela
09-05-2014 16:00
PALABRA PROPUESTA:
CARÀCTER
en sus mas diversas acepciones
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Estela
09-05-2014 15:55
PREOCUPACIÒN
Muchos de mi especie me preocupan; se compartan de forma extraña apartándose de las costumbres; hay CEREMONIAS que es preciso cumplir si una es una ABUBILLA.
En el TERRITORIO en el que vivo en este momento se realiza la FERIA anual; todos participamos en distintas tareas; estamos orgullosos que nos hayan elegido para este evento que se repite exitosamente año tras año; vienen abubillas de localidades cercanas, pero hay otras bandadas que llegan desde lejos.
Es un GOZO recorrer los stands y ver la cantidad y variedad de espacios que se pueden recorrer; los artesanos de nuestra comunidad son magníficos por la variedad y calidad de sus trabajos; hay infinidad de boxes para saborear los mas exquisitos manjares; a los habituales puestos que ofrecen nuestra comida predilecta, los grillos, con exquisitas salsas y guarniciones, se suman otros que exponen delicias como arañas, caracoles,y lombrices en variadas preparaciones.
¡Estoy desconcertada! Vengo de la feria y al final de la larga hilera encontrè cinco puestos que ofrecían CHAMPIGNONES al CURRY!
¡Es increíble hasta donde llega la moda vegetariana!
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
caizán
09-05-2014 15:36
VALIENTE
Rodrigodeacevedo
09-05-2014 14:40
Gracias, J.J.: Más vale prevenir que desgañitarse pidiendo las palabras que no llegan. Anotado tu bis, por si hiciese falta.
Jose Jesus Morales
09-05-2014 13:59
Palabra propuesta
Desarraigado
Si por un acaso hace falta propongo
Destartalado
Rodrigodeacevedo
09-05-2014 10:47
Buenos días, colegas y colegos:
De nuevo a pedir palabras, lo que quiere decir que es viernes.
Abro el chiringuito con una auténtica joya de nuestro idioma:
berroqueño, ña.
1. adj. granítico.
2. adj. Duro, áspero, poco sensible y delicado. Carácter berroqueño.
Que paséis buen finde.
Rodrigodeacevedo
08-05-2014 19:36
CITA A CIEGAS (ENSOÑACIÓN GASTRONÓMICA)
-Pues la foto del facebook no te hace justicia...
Esta frase, tejida con protocolarias palabras violáceas, pretendía tender con sus tantos arcos y pilastras un ambiguo y almibarado puente entre ambos lados de aquella mesa del viejo café.
Debía ser ya a principios del invierno; los cristales de los ventanales estaban recubiertos por ese vaho glauco y transitorio en el que los dedos de los amantes trazan corazones que, después, un prosaico fenómeno físico descuartiza y transforma en jeroglíficos insólitos, sólo interpretables por los perros callejeros y los poetas urbanos. Era el territorio que antes fue propicio y ahora estaba en
vías de extinción para las ceremonias de cortejo de los fortuitos aspirantes a enamorados o de los amores subrepticios clasificables como ilícitos en la época. Tórtolos o abubillas, novicios o reincidentes en la siempre equívoca búsqueda del amor
Aquello era un encuentro a ciegas. El libro sobre la mesa, con una rosa sobresaliendo y violentando la intimidad de las hojas, como tópica contraseña de identificación, así lo evidenciaba. Y el café era uno de aquellos últimos supervivientes esclerotizados, con veladores de mármol y las notas de las últimas canciones de cuando fue café-cantante adheridas en los respaldos de las sillas y en los pliegues de las ajadas cortinas de terciopelo. Las lámparas de araña destilaban sus lágrimas congeladas por los fríos suspiros de los amores rotos.
- En cambio tú si que eres clavadita a la imagen de la webcam.
Pero en realidad lo que ella veía en él, en aquella cabeza amorfa y chaparra, era un enorme tubérculo piloso, de color terrizo, poco apetitoso, salvo que una elaboración previa, complicada y poco esperanzadora, lo tranformase en un suculento plato: unas deliciosas pommes de terre a la Parmentier y champiñon de París bien laminado, gratinado con un buen enmental y mantequilla. Su intuición femenina ya le había dicho que por muy bien que consiguiera cocinar aquel montón de féculas, nunca alcanzaría con él ese orgasmo cósmico, trepidante, que la transportase a la esencia misma del gozo. Es decir, ése que nunca alcanzó.
Él, por su parte, veía en ella una inmensa, apetitosa ostra de valvas nacaradas, palpitante y jugosa, esperando ser deglutida bajo aquel liviano vestido de satén floreado, impropio de su edad y de la época. Unas excrecencias de vello púbico serían los restos filamentosos que adhiriesen aquel apetitoso molusco a la dura roca matriz, hasta ser puesto frente a él, bien en forma de seafood chowder calentito, bien como coquille Saint-Jacques, con su punto justo de gratin, regado desde luego con un riesling d'Alsace, bien frío. Aunque imaginaba que para acentuar los inciertos sabores de aquel bocado, cuya perdida lozanía, ya lejana en el tiempo, le habría hecho malograr sus sutiles y exquisitos matices, sería preciso sustituirlos por otros menos delicados pero más seguros, aderezándolo con abundante e intensa salsa de curry.
Pero la urgente hora en la que la carroza se transforma en calabaza se había cuajado sobre los incipientes amantes. La feria de sus vanidades estaba llegando a su fin en esa tarde. Un cierto velo de desilusión estaba opacando el brillo inicial con la que sus ojos ardieron en el efímero momento del reconocimiento. La hoguera no había prendido. Y en aquella atmósfera ámbar del viejo café quedaron, como dos fósiles más, los apetitos gourmand, uno a cada lado de la mesa, de aquellos iconoclastas, pobres víctimas de internet.