Ains, mi pobre rinconcito de marginalidades, qué abandonadico está. Y es que todos preferimos lo ortodoxo, la rima, el metro y el carajillo coñá. Como diría J.J., para "los amigos que no visitan otros foros", aquí os dejo un nuevo poema o versiculación heterodoxa de palabras sinsentido (ahora me ocupo de la literatura del absurdo, manías seniles que me van apareciendo)que publiqué estos días en otro foro al que distingo con mi presencia...

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Para los más curiosos diré que este poema, o lo que sea, es una retrospectiva en plan surreal de algunas vivencias mías, mucho más joven, de mi época de vivir en Zaragoza; allí había un cierto antro en la ciudad vieja (casco viejo, lo llaman allí) al que se accedía desde callejuelas detrás de la Seo (catedral.) En el tal antro, la inevitable prestadora de favores carnales idealizada aquí por la clemencia del recuerdo. Alguna travesía del desierto hicimos juntos, desde la obnubilación etílica. Dejo constancia.
DESIERTO DE VIDRIO Y LUNA
Llegué hasta tí descendiendo
desde los bosques intermitentes del olvido.
Llegué caminando turbiamente
por las callejas esquivas que se ocultan
tras las frías catedrales habitadas por el musgo.
Allí estabas, en el fondo inequívoco de la copa;
entre el vidrio trizado y el desierto que buscaba, te encontré.
Parecías un ágil crótalo con el veneno dispuesto,
letal hierofante para oficiar mi leve tránsito.
Allí, en el ónfalo vicario de lo eterno,
desierto lunar para un lunático errabundo,
compartías el viejo aire de los perfumes marchitos
y la música en la que agonizan las gardenias.
Llegué hasta tí, Antinea, sarracena sigilada,
oculta en las rocas espasmódicas de los deseos fracturados,
vestal dispuesta a entibiar las madrugadas,
cuando la luna se apaga.
En el desierto de la cuidad dormida,
entre espejos donde se acuna el neón
y cariátides llagadas por el blando llanto de las nieblas,
tras las cortinas macilentas, dispensadoras de sombras,
tú me esperabas, en el fondo inequívoco de la copa.
Largo fue el camino entre paisajes asolados,
a través de otros desiertos alunados.
Me orientaba desde tu aroma de hembra acezante,
sonrisa sigilosa desde la atroz calavera.
Eras tú, Antinea o Muerte inexorable,
quien orientaba los espejos hacia la luz postrera,
vocación de los exhaustos muñidores de esperanzas,
ofrenda y oficiante de las lúdicas hecatombes.
Envuelta en la luz que expande los Misterios
apenas carne mancillada, me esperabas en tu sombra,
aquella que nacía de tus ojos, vidrio y desierto en el alba,
luna que se apaga en el cielo y en el fondo de los pozos.
Y alojado en el negror abisal de tu pupila
emprendimos juntos el camino de regreso.
Yo alumbraba el torvo camino
con mi trémula luz de luciérnaga.
Cruzamos de nuevo el lácteo desierto
entre aromas de cantueso y lamentos
de los centauros extraviados.
Volvíamos al útero cardinal de los vencidos.