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VAMOS A CONTAR HISTORIAS
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
15-09-2021 20:14

Muchas gracias, Gregorio y J.J., por vuestros amables comentarios a mi texto. Todos, Gregorio y yo por razones evidentes y J.J. porque le ha tocado vivir de lleno las convulsiones de un país destrozado por la avaricia y las hambres de poder, tenemos alguna experiencia de aquellas otras épocas en las en una cierta parte se cumplía aquello de "cualquier tiempo pasado fue mejor."

Y subrayo lo de que se cumplía sólo en una cierta parte, aquella en la que el ser humano, los ciudadanos de entonces, tenían todavía a flor de piel los valores humanos que se han ido disolviendo con la tecnologización de la vida y su consecuente deshumanización. Entonces, todavía, la sonrisa cálida al desconocido, que no era considerado un extraño, era un gesto habitual, el compartir la escasez también. El predominio de lo naturalmente humano sobre las costumbres mecánicamente impuestas era el verdadero valor de aquella forma de vivir tan limitada en sus medios materiales.

Pero salimos y creo que salimos reforzados; conservamos aquellos valores de la juventud y de la adolescencia y los podemos oponer a los que nos llegan de países extraños.

Y como me toca proponer tema lo hago con el siguiente:
LA PROSTITUCIÓN. Trato de que en un relato pongamos cuatro pinceladas acerca de nuestra visión de ese tema y alguna anécdota, siquiera ficticia, relativa a alguna experiencia, real o imaginaria, sobre este asunto.

Hasta ya mismo.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
15-09-2021 16:38

Gracias JJ por tu comentario y por los ánimos que tienes, y por invitarnos a que sigamos publicando. Ciertamente, soy así: si me empeño en hacer algo, lo hago cueste lo que cueste. Y me he propuesto publicar en Búho, un relato cada 15 días.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
15-09-2021 14:31

Tu relato, Rodrigo, me trae recuerdos de aquella nefasta época, en la que si bien la cordialidad de la gente sencilla, la mayoría, era encomiable y tan dada a ofrecer lo poco que se tenía, la recuerdo con nostalgia, pero, el nivel de vida era tan ínfimo que es mejor que no vuelva nunca. En tu texto has relatado con maestría, la cruda realidad que se vivió en aquellos tiempos, que había hombres que por disentir, se con-vertían en proscritos, los maquis, y tenían que vivir aislados y perseguidos, como el que describes en tu relato, pero, eran indulgentes con los de su igual, y solo atacaban a los amigos del régimen. Un buen trabajo.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
15-09-2021 14:16

Con el Motel Las Brujas, Gregorio se divierte describiendo para nosotros el paisaje, el recorrido por esos campos de España y los temporales que siempre amenazan las estaciones, los detalles los inconvenientes transitorios y su encuentro con el miedo, estas vez lo representa una casa, que Gregorio nos describe con oficio. Una casa con autonomía que se alimenta con la vida de los viajeros, de los perdidos, de los incautos, de los temerarios que se atreven a cruzar su puerta. Lo singular de este texto, además de la descripción, es la convicción que Gregorio nos transmite de no rendirnos ante las eventualidades, ante el miedo, ante los problemas y a seguir adelante, triunfa sobre la casa que intenta secuestrarlo, pero sobre todo, su triunfo consiste en vivir y nos convoca a todos con entusiasmo a vivir intensamente. Las últimas lineas del texto es una declaración de firmeza y fe: Pero soy constante y obstinado, y me dije: nada ni nadie me va a impedir llegar a Torrecilla de Don Juan, ni a cualquier otro pueblo al que decida ir.

Gracias Gregorio, debemos decir contigo: nada ni nadie. Ni yo mismo, que me he convertido en mi propio enemigo, van a impedir que escriba las maravillosas historias que estan en mi cabeza y viviré con intensidad cada personaje, cada situación y en cada palabra imprimiré mi honestidad de escritor, con eso me basta. Los invito a colgar en el Buho lo que escribamos aquí, ustedes creeran que no es así, pero hay gentes necesitadas de nuestras historias y sería egoista de nuestra parte no publicarlas.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
15-09-2021 01:41

Le toca proponer el tema a Rodrigo para finalizar este mes.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
15-09-2021 01:38

Este es mi aporte al tema de la primera semana de septiembre, sobre un viaje en el que se incluya el miedo como elemento.

Héroe

Alejandro quiere ser recordado y reconocido como un héroe, pero él nunca ha tenido la oportunidad de enfrentarse a un verdadero peligro, su vida jamás ha estado en riesgo y aún así, como muchos otros hombres, él cree contar con el valor suficiente para desafiar cualquier amenaza. Los compromisos laborales y los horarios de estricto cumplimiento copan su tiempo y conspiran contra su deseo de ser el héroe que imagina. Sus días son el triste resultado de una aburrida sucesión de acontecimientos sin importancia. Cada mañana, al cerrar la puerta de su casa, alimenta la esperanza de encontrar en la calle la oportunidad de mostrar su valor, su arrojo, su determinación. Se imagina venciendo el miedo, enfrentando el peligro. La vida en un hilo y la muerte un suspiro.

Alejandro afirma con certeza, que la implacable rutina a la que está sometido le impide realizar su sueño de convertirse en héroe. Encerrado en esa amplia oficina de contabilidad, el mayor peligro que enfrenta es el de equivocarse en una sencilla operación matemática y está convencido, que al permanecer durante incontables horas dedicado a la suma de deudas ajenas, no tiene ninguna oportunidad para participar en la singular aventura que supone la vida.

Alejandro está decidido a convertirse en héroe, a buscar las posibilidades que se le niegan y sin tomar ninguna previsión, al finalizar su trabajo, decide pasar la noche cerca del mar. Necesita sentirse vivo, la costa está apenas a una hora de camino. En la autopista el tráfico fluye con normalidad, ningún accidente, ningún choque, nadie pide ayuda. El trance inmediato que Alejandro enfrenta es el de no encontrar alojamiento para pasar la noche y rebota sin éxito en varios hoteles, hasta que finalmente, encuentra habitación en un modesto hostal cercano al muelle.

Camina por estrechas callejuelas, presiente que el momento de ser héroe está cerca, a la vuelta de la próxima esquina. En un oscuro callejón, unos ojos centelleantes de miedo miran el rostro de la muerte, que empuña un feroz cuchillo y está a un segundo de atravesarlo. Es el momento de ser héroe, de enfrentar al agresor y de salvar a la víctima que se ha entregado a su destino de abandono y olvido, pero Alejandro no puede moverse, está paralizado, la mirada de miedo del hombre ante su muerte próxima, el terror que se siente ante lo inevitable del violento fin lo han contaminado y un insospechado terror lo convierte en esclavo del miedo. El único acto heroico que Alejandro puede llevar a cabo y con dificultad, es intentar huir y salvar su vida, nunca imaginó el inmenso poder del temor, el miedo unm se impone a los sueños, a las creencias más firmes y se hace dueño de la voluntad más férrea.

Alejandro intenta avanzar pero las piernas no obedecen, el pánico es su dueño y lo obliga a presenciar un acto cruel, de una violencia y ferocidad que jamás imaginó, los ojos que antes centelleaban se apagan y justo en el momento que el rostro del asesino se muestra, impulsado por el miedo, o por el instinto que se impone a este oscuro instante, Alejandro logra avanzar atacado por temblores y convulsiones involuntarias. Está a punto de desmayarse, las piernas no lo sostienen, le faltan fuerzas y en el último momento, detrás de él, oye retumbar contra las sombras pasos firmes que se acercan, cree que el asesino lo ha descubierto y viene a terminar su tarea, el pensamiento lo abandona, pero él sigue adelante dando tumbos con torpes pasos vacilantes. El otro le da alcance, el corazón se dispara incontenible, se asfixia, todo está perdido, ya sin fuerzas se detiene en un último intento de tomar aire. El dueño de los pasos pasa a su lado, sigue de largo sin prestarle ninguna atención y Alejandro penetra en el oscuro túnel del pánico y ya no podrá salir jamás.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
15-09-2021 01:33

Un viaje en tren, de Rodrigo, se convierte en un extraordinario cuadro realista, con precisas pinceadas para definir los rostros, los trajes, la época, pero además el lenguaje de los diferentes personajes anónoimos ayuda a participar intensamente de ese viaje y nos llegan los olores del pan y los sabores de esos chorizos bien condimentados y el miedo y la fraternidad y la alegría de salvar la vida de uno de los tantos héroes de esa España rota y de pronto todo se deshace en un instante y la injusticia y la muerte y el dolor se hacen presentes y es tanto ese dolor, que sesenta más tarde, Rodrigo lo recuerda y nos abre la puerta para mostrarnos esa España que no se olvida. Realmente Rodrigo es un texto extraordinario desde el ángilo que lo mires. Gracias por no abandonarte y mantener la punta del lápiz bien afilada. Los buhos, en donde abundan los españoles, deben leer este texto, o este estudio de sociologia.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
14-09-2021 20:44

Gracias, JJ y Rodrigo por vuestras inmerecidas palabras. Dicen que sabe más el sabio por viejo, que por sabio. Y yo no soy sabio, pero sí viejo. Un abrazo, queridos amigos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
14-09-2021 20:30

Esta vez no me rezagado tanto. Puede que la presencia de Eratalia haya acelerado mi imaginación. Que os guste.

UN VIAJE EN TREN
o un pequeño estudio sociológico.


Cuando uno se enfrenta a un relato con este argumento una cierta sonrisa de satisfacción se le dibuja en los labios, como diciendo: “Vaya, esto está chupao; relatos basados en hechos significativos de nuestra infancia, o adolescencia, o...” y uno, en su ingenuidad, tira de memoria y empieza a repasar sus andanzas, o las andanzas de otros que hubiesen marcado su vida. Y ahí comienza el drama: nada que resaltar, o, al menos, nada que resaltar que pueda interesarle a otros. Yo imagino que sí, que han habido muchas cosas que en aquellos nuestros años de formación y amoldamiento fueron trascendentes... entonces.

Hoy, desde la perspectiva de los años, filtradas por el tamiz de la memoria, esas cosas, esos acontecimientos se minimizan, se relativizan, perdiendo esa importancia que entonces y todavía en algún momento de nostalgias les atribuímos, al igual que sucede con el tamaño de nuestros paisajes infantiles, de nuestras antiguas casas, de las vacas del corral vecino, que pasan de ser descomunales, porque éramos niños, y niños bajitos, quienes los veían, a recuperar su escala normal, esa en la que ahora nos desenvolvemos.

Entonces, un tren era un artilugio enorme, ruidoso, sudoroso y sucio, un monstruo disforme en el que podían ocurrir las cosas más inauditas. Hoy, aquellos trenes hasta nos parecen obras de arte de la ingeniería de entonces, con sus dorados relucientes, con sus maderas pulidas y brillantes. Incluso el impersonal paradigma de la modernidad que es el AVE, nos resulta familiar y hasta humano, un juguete algo mayor, pero esencialmente lo mismo, de esos con los que juegan mis nietos.

El tren, los antiguos tenes. Un reciente relato que he leído me ha traído recuerdos de aquellos tiempos en los que los ferroviarios eran una especie de héroes, tiznados, con sus manos, su rostro y su “mono” cubiertos de tiznotes de grasa. Una parada del tren en medio de la noche, en medio de la nada que eran entonces las tierras sedientas de España era una fuente de aventuras que brotaba incontenible en la imaginación de los niños y no tan niños. Pero el alma del tren no eran solo los ferroviarios, los inspectores cachazudos y mal uniformados que picaban nuestros billetes. El tren tenía un alma poliforme, casi universal: desde la sala de espera donde nos hacinábamos los viajeros de tercera, hasta y sobre todo, esos mismos viajeros, con sus cestas cubiertas con paños en las que llevaban los embutidos, las tortillas, las hogazas bienolientes, recién horneadas. Y algún que otro obsequio para la familia de la ciudad -ya saben, allí no es como en el pueblo, les falta de todo; unos choricicos, unos huevos recién puestos, pobrecicos, cómo los agradecen.

Cuando el tren arrancaba en cada departamento (cuando teníamos el privilegio de viajar en un tren con departamentos y no en aquellos inmensos y desolados vagones sin compartimentar) se organizaba una pequeña y efímera familia. Una especie de sustrato emocional nos servía como magma solidario para compartir la aventura del viaje. Las elementales presentaciones, las razones del viaje, pues yo vengo de Alcázar de San Juan y voy hasta Baracaldo, casi tres días de viaje, mire usté. Después, el compartir la pitanza, rústica pero sabrosa, con alguna bota de buen vino que nunca faltaba: pruebe usté este jamón, es de mi matanza, este año han salido muy buenos. Ande, coma una de estas perrunillas, las hizo ayer mi nuera, las borda... en eso estoy contenta, sabe usté...

Yo, en aquella época, viajaba cuatro veces al año desde Extremadura hasta el norte, por estudios. Los trenes que iban al norte solían ser todos de departamentos, lo que propiciaba la intimidad de los viajeros y, cosa curiosa, hacía brotar una especie de reglas de educación impensables y no mostradas por aquellas buenas gentes en otros ambientes: ¿Le importa que abra un poco la ventanilla? Hace un calor agobiante ¿verdad? ¿Podríamos apagar las luces? parece que el personal ya va teniendo sueño. Y así. Mi recorrido incluía dos transbordos, que en mitad de la noche solían ser accidentados: cargados con las viejas maletas de cartón, la cesta de las viandas, ayudando al abuelo que, sabe usted, está muy mal de las piernas. Después, unas horas interminables en la sala de espera “de los de tercera”. Gélida, casi agresiva en su inhóspita conformación; raras veces dotada con una miserable estufa que solía estar apagada. En la cantina de la estación uno se calentaba con algún carajillo de coñá y compartía algunas palabras con el señor de enfrente.

En uno de aquellos viajes nos sucedió algo que hoy, como si el tiempo hubiese viajado en dirección contraria, se ha magnificado en mi imaginación. Entonces fue un incidente del cual yo no supe, no sabía, interpretar su trasfondo. Hoy puedo encuadrarlo perfectamente en las coordenadas de aquel tiempo y derivar de él bastantes aspectos de lo que era la vida y la sociedad de entonces y cómo mi apreciación de aquella realidad social, sólo intuída entonces, hoy ha tomado cuerpo y me ha permitido analizarla y juzgarla con otros instrumentos más objetivos, con una visión de la Historia más real, menos manipulada, menos producto del “pensamiento único”, ese que hoy, desgraciadamente, nos vuelve a enseñar sus garras.

Estábamos ya todos acomodados; las maletas y las bolsas situadas en los portaequipajes rudimentarios de los que se disponía y, más o menos, con nuestro “espacio vital” en los asientos equilibradamente repartido. Como era ritual, los más jóvenes ofrecíamos a los mayores el asiento junto a la ventanilla; eran los pasajes preferidos. Entonces se abrió bruscamente la puerta del departamento y su hueco fue cubierto por una enorme figura de hombre. Un individuo que todos, en nuestro fuero interno, calificamos de peligroso. Mal encarado, sin afeitar, vestido casi con andrajos, llevaba terciada sobre el hombro derecho una manta militar, enrollada y unidos los extremos con una cuerda; sobre el hombro izquierdo llevaba asismismo terciado un morral de cazador. Sobre todo ello un capote de los que se usaban en el ejército, deshilachado, roto y sucio. El hombre nos miró pausadamente y con una voz inesperadamente agradable dijo: “Soy un fugitivo, un maqui. Voy armado y tengo necesidad de llegar a Aguilar de Campoó. No quiero molestarles ni que me crean un peligro. Voy a esconderme allí arriba, detrás de las maletas. Pronto vendrá la policía y preguntarán; nadie ha visto nada ni sabe nada. Si alguien habla o hace algún signo que alerte a la secreta me lo cargo de un tiro. Yo ya no tengo nada que perder. Buenas noches y queden ustedes con Dios.”

El “allí arriba” al que se refería el fugitivo era un espacio al que se accedía trepando desde los asientos, que ocupaba lo que era el techo del pasillo exterior. Un hueco profundo que los viajeros aprovechaban para situar sus bultos más voluminosos. Pronto quedó instalado el huído y nuestras maletas eran un parapeto que garantizaba su invisibilidad. Arrancó el tren y, como era de esperar, un silencio ominoso ocupó el lugar del alegre parloteo que solía acompañar la partida. Poco a poco los viajeros nos fuímos habituando a la situación y la charla se generalizó, evitando, claro está, toda referencia al intruso.
Al poco pasó la pareja de la Policía secreta, con su siniestra presencia; largos gabanes de cuero negro con las solapas alzadas, gafas de cristales oscuros y la voz: esa voz amenazadora y turbia solicitando nuestras documentaciones. Yo, aún menor de edad, viajaba con una autorización paterna, diligenciada en las oficinas del Glorioso Movimiento, lo que no me eximía de la minuciosa, casi obscena inspección de mi persona. El silencio se mascaba. La atmósfera parecía haberse densificado hasta adquirir consistencia de mercurio, con su misma letal carga de veneno. Al fin salieron y las luces volvieron a apagarse. Nadie suspiró aliviado, porque “allí arriba” seguía “él” y “ellos” podían volver inesperadamente en cualquier momento.

Finalmente el tren ralentizó su marcha y una voz metálica anunció: “Aguilar de Campoó, dos horas de parada”. Desde “allí arriba” la cabeza rapada de “él” inspeccionó el departamento. Se dirigió a mí: “Oye, chaval: sal al pasillo y mira a ver si está libre; y cuidado con engañarme.” Cuando le confirmé que no había nadie bajó con mil precauciones y antes de salir acarició mi, entonces, crespa cabellera. “Gracias, chaval. Ojalá no nos volvamos a ver.” Bajó por la parte opuesta al andén y se perdió en la noche. Ahora sí que el suspiro de alivio fue general: al fin tranquilos. Pero el alivio fue dramáticamente interrumpido por el tableteo de una metralleta, uno de aquellos ominosos “naranjeros” de la Guardia Civil. Nunca supimos qué había sucedido. Únicamente que en nuestra imaginación la figura del fugitivo, de aquel maqui desconocido, se revistió con una cierta aureola de héroe. Trágicos héroes anónimos, víctimas finales de aquella España con silencio de cementerio.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
14-09-2021 20:15

J.J.: Cuando leí por primera vez (hace ya mucho tiempo) la frase con que firma Gregorio tuve la sensación del "dejà vu". Eran palabras dormidas en mi interior. Y me parecieron definitorias de un creador. Creador que nos demostrado serlo a lo largo de muchas páginas y lo que le queda. Yo, en cambio, opté por el hedonismo, co o buen vago que soy...
Y la visita de Eratalia que viene a reverdecer su antiguo huerto... ¿habrá milagro?

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