PIENSO Y SIENTO.
─¡Hola! ¿Me puedes explicar qué te ocurre? Miras a un lado y a otro, no ves a nadie y sigues pensando. No sabes cómo empezar. Sentado delante de tu máquina, no eres capaz de pulsar una tecla. Oyes mi voz, te confundes aún más y sigues mirando sin comprender.
¿No me ves? Te hablo a ti, sí a ti, escritor frustrado. Estoy delante de ti. Soy la hoja en blanco. No me ves, porque me tienes miedo. Miedo no; pánico. Te sientas ahí con tu mente tan blanca como mi cuerpo y pareces un pasmarote. Ya sé, no me lo expliques. Llevas mucho tiempo escribiendo de tus recuerdos, de tus vivencias. Se te han agotado los recursos y tu NARIZ no es capaz de olfatear en las innumerables materias que te rodean, que puedes exprimir para sacarle el jugo literario. Estás cansado. Sientes apatía, vacío, y te sumes en la nada. Es fácil llegar a eso, cuando uno vive en el pasado. Olvida tu ABSOLUTISMO y escribe un ESPLÉNDIDO relato. Debes mirar al futuro que es más esperanzador. También yo me siento apática y vacía, (nunca mejor dicho), viéndote ahí sin tocar una tecla.
─¿Y qué puedo hacer si se me ha volado la inspiración?
─¿Me pides consejo? Te lo doy, y te advierto: ¡no se te ocurra hacer conmigo lo has hacho con mis compañeras! ¡No se te ocurra arrugarme y tirarme a la papelera! ¡Yo soy la última! No tendrás otra oportunidad. Si fallas, será el fin de tu mediocre trayectorias como escritor. La musa jamás volverá, los lectores se aburrirán y pasarás a la historia como el escritor que fue vencido por la hoja en blanco. Como un PELAFUSTÁN, un pelagatos insignificante sin posición social ni económica. ¿Crees que no tenemos vida propia? ¿Qué no sentimos? Te equivocas. Sentimos. Yo siento y sufro cuando te veo soportar el bloqueo mental típico de los escritores. Y a veces me río, porque no existe tal bloqueo. Es indecisión, desidia.
¿Alguien te dijo que existe el miedo al papel en blanco? No hagas caso. Son paparruchas que se inventan los malos escritores. Si te has sentado delante de mí, es porque tienes algo que contar. Si no estás aquejado de SORDERA, y me estás oyendo, empieza. Escribe sin pensar, lo que se te venga a la mente, aunque sea algo MAQUIAVÉLICO. Aunque creas que son incoherencias, no lo son. Verás cuando releas lo escrito y hagas algunos retoques, que el subconsciente te ha guiado y has conseguido plasmar tus sensaciones, tus sentimientos y con ellos vas dando forma a los personajes que han ido fluyendo sin que te des cuenta. Ellos te irán guiando como si tuvieran vida propia. Realmente, tiene vida propia. Verás cómo la fantasía y la realidad se enlazan y danzan al unísono hasta convertirse en una nueva esencia.
Otra vez miras la máquina y miras hacia mí. Yo también te miro desafiante... ¡anímate! A ver si puedes conmigo. A ver si alguna vez logras escribir algo que mancille mi imagen, la profane y no me vea como una novia, inmaculada y virgen. ¡Escribe…! ¡Escribe…!
─Te miro incompetente. Me gustaría llenarte de palabras para que jamás me hablaras así. En cambio, mis dedos inútiles se paralizan ante el teclado y sólo logro observarte y admirar tu blancura.
─Como veo que no reaccionas, te contaré la historia de Amalia. Espero que no te pase lo mismo que a ella.
Amalia se bloqueó y decidió no escribir más. Cerró el Word, apagó su ordenador y se fue a dormir. Durmió hasta el nuevo día y se olvidó de todo.
Sus letras olvidadas se sumieron en la tristeza, se enmohecieron las palabras, y se tornaron de un color parduzco poco esperanzador. Las arañas tejieron sus redes en los rincones y el silencio ocupó los espacios entre palabras.
Los puntos suspensivos se convirtieron en eco y prímulas rebeldes ramificadas en los espacios interlineales, se abrieron en la oscuridad de los pasillos. Llovió sobre los poemas escritos con esmero, y partículas de nieve cubrieron los cuentos.
Las metáforas se arrancaron los cabellos, las imágenes se pusieron amarillas, y el paréntesis se dedicó a la bebida. Las comas y los puntos se rindieron exhaustos, pues Amalia había dejado de escribir sin conocerlos. Los acentos se arrojaron por el acantilado reservado al punto y aparte, proclamando su derrota.
Un día de lluvia, cuando había pasado mucho tiempo, Amalia recordó que tenía un ordenador. Lo puso en marcha, abrió su Word y las palabras guardaron un obstinado silencio.