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TALLER DE RELATOS
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
23-05-2014 21:10

En busca de respuestas

Busco respuestas ante esta situación inaceptable. Obligado por la circunstancia examino el concepto de la muerte, intoxicado de lecturas un pasaje me refleja, quizás lo leí en la Ilíada. En fin, he decidido quedarme con esta exclamación desesperada que hago mía:
“Malditos los tiempos en que sean los padres quienes preparen los funerales de los hijos y no al contrario”

Necesito mirar los ojos de la muerte, recorrer el camino que atravesó mi hija completamente sola y poder seguir la vida que me corresponde, con este increíble vacío que es su ausencia.

Un amigo antropólogo se ofrece a ayudarme y emprendemos una expedición. Llegamos a un asentamiento Yanomami, mi amigo es bien recibido, lleva regalos que son apreciados y habla con el Chamán, rápidamente se forma un círculo y yo quedo en el centro. Sentado en el suelo frente a mí el chamán con una larga cerbatana y un plato de barro lleno de bolitas verdes.

Mi amigo traduce lo que dice:
La muerte camina con nosotros, es la sombra que no nos abandona y aunque por momentos la sombra desaparece, no podemos escapar de su presencia, no podemos zafarnos de ella. Te podemos ayudar a que encuentres lo que buscas siempre y cuando hayas vencido el miedo.

Me entregó un saquito de moriche tejido, tomó la cerbatana y disparó directamente dentro de mis fosas nasales las bolitas verde intenso que tenía en el plato a su lado. Sentí cosquillas en la nuca, algo se movió en mi plexo solar y comenzó a ascender desde el coxis por mi columna vertebral, una serpiente incandescente de anillos plata y negro salió como un chorro de luz por la mollera y reptando se internó en la selva.

Sin perder un segundo la seguí, corrí entre árboles sorteando obstáculos con la mirada fija en los destellos de luz de la serpiente y la vi desaparecer dentro de una madriguera que estaba custodiada por un enorme pájaro de alas amarillas y pico escarlata, instintivamente revisé el saquito que me había colgado en banderola y encontré una cerbatana pequeña, dos peonias, frutas de cundiamor y cazabe. Lancé un puñado de cundiamores y el pájaro se fue tras ellos, aprovecho para meterme por el boquete y me arrastro a oscuras, entre sombras, hasta que puedo caminar, el calor es sofocante y logro ver al final los ojos relucientes de la serpiente, que mantiene la cabeza levantada, en guardia y enroscada alrededor de mi pequeña recién perdida.

Por un instante me paralicé, la serpiente se levantó aún más sobre sí misma y de sus ojos saltaban chispas que inmediatamente se encendían y hacían el calor insoportable, amenazando con convertir la madriguera en un volcán.

Tomé la cerbatana y disparé las únicas dos peonias, tan certeramente que se incrustaron en los ojos de la serpiente, ciega comenzó a buscarme con su lengua bífida, me paralizó el miedo, sudaba a chorros, con las manos mojadas saque el cazabe del saquito y esperé que la serpiente se acercará, cuando lanzó su cabeza de cuatro dientes sobré mí la cubrí con el cazabe que se había mojado y de inmediato se quedó dormida.

Cargué a mi bebé y salí de la madriguera, afuera el inmenso pájaro me miró y se me vino encima, saqué más cundiamor y extendí la mano, despacio y agradecido comió la fruta, coloqué a mi niña sobre el pájaro, sentí batir sus poderosas alas y alzar el vuelo hacia los cielos, cerré los ojos un instante para evitar que el polvo me cegara y cuando los volví a abrir el Chaman estaba a mi lado y dos Yanomami me abanicaban.

Observador
Observador
17-05-2014 13:30

LAS AFUERAS

De repente, me encontré deambulando sin rumbo fijo por un lugar que no conocía. Eran las afueras de una ciudad también desconocida para mí. No estaba soñando, porque me pellizqué fuertemente las mejillas hasta hacerme daño. Tampoco había perdido la memoria ni la razón; sabía cómo me llamaba, recordaba la calle donde vivía y cuál era mi profesión. Lo que ignoraba era qué hacía en aquel sitio desconocido y cómo había llegado allí.
Intenté mantener la calma. Me acerqué a un anciano que pasaba junto a mí para preguntarle dónde estaba, pero no me respondió, ni siquiera me miró. Yo diría que tampoco me vio. Achaqué el despiste a su avanzada edad y seguí caminando.
Mi preocupación fue mayor cuando le hice la misma pregunta a un hombre de mediana edad y me ignoró como si no existiera. Me volví a pellizcar y me toqué el cuerpo para cerciorarme de que no era un fantasma. Sentí el tacto de mi piel y de mis extremidades. Yo era real. Entonces, ¿qué estaba pasando? ¿Por qué las personas con las que me cruzaba me ignoraban como si no estuviera allí?
De pronto, vi de lejos a un amigo del que hacía bastante tiempo que no tenía noticias. Me alegré mucho de verle y fui a su encuentro. Me reconoció enseguida e hizo un gesto de saludo con la mano al verme.

―Hola, Andrés, cuanto tiempo sin verte, ¿cómo tú por aquí? ―le pregunté.
―Yo siempre estoy por aquí ―me respondió con gravedad.
―¿Te has mudado a esta ciudad? ―le pregunté extrañado.
―No, no me he mudado. Una mañana aparecí aquí, en este descampado. Desde entonces camino por este lugar sin rumbo fijo, sin saber qué hacer ni dónde ir.

Aquellas palabras de mi amigo me llenaron de inquietud y desasosiego. A él le estaba ocurriendo lo mismo que a mí. ¿Dónde estábamos?, ¿qué significaba este desconcierto?

―Vamos a ver, Andrés ―le dije intentando conservar la calma―, ¿cuánto tiempo hace que deambulas por aquí?
―No lo sé exactamente, desde que llegué no tengo noción del tiempo. En el lugar donde estamos el tiempo no es importante ―me respondió sin alterar el rictus de seriedad de su cara.

Ahora me fijé en que no parpadeaba al mirarme.

―¿Pero qué estás diciendo, Andrés, cómo no va a ser importante el tiempo?, ¿me quieres explicar qué está pasando aquí? ―le pregunté alterado.
―Pensé que lo sabías. Tú y yo estamos muertos ―me contestó con serenidad.
―¡Cómo vamos a estar muertos si estamos hablando aquí y ahora! ―dije gritando y con los nervios desatados.
―Vas a tener que acostumbrarte a esta nueva situación. Aquí no hay tiempo. En realidad el tiempo solo es una invención del ser humano. Lo inventamos para poder cuantificar los cambios en nuestro entorno y sobre nosotros mismos. Una vez que abandonamos la vida terrenal, el tiempo desaparece de nuestra existencia. No podemos saber en qué instante nos asignarán nuestro nuevo destino ―dijo con parsimonia.
―¿Pero cuándo he muerto? ―le pregunté aterrado y con un hilo de voz―, no me he enterado.
―Ignoro el momento en que sucedió. Solo sé que tuviste una muerte placentera. Ahora estás en este lugar esperando tu destino.
―Pero cuando alguien muere, se acaba todo en ese instante ―argumenté, intentando aferrarme a mis creencias.
―No, eso no es así. Si generalmente tardamos nueve meses en nacer, ¿por qué razón íbamos a morir en tan poco tiempo?

Al oír su pregunta, dejé caer mis brazos a lo largo del cuerpo con resignación. Fue entonces cuando tomé conciencia de que tendría que deambular por aquel descampado desconocido en espera de un destino incierto.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
13-05-2014 15:14

JUICIO FINAL.

Estaba postrado en la cama, por causa de fiebre alta producida por una gripe maligna que me hacía pasar del desvelo a la somnolencia, según bajaba o subía. Sueños incoherentes, se sucedían, dejando un vago recuerdo en mi cerebro. Una y otra vez mis párpados se cerraban en contra de mi voluntad, doblegando mi esfuerzo por mantenerlos abiertos, hasta que de pronto, una impavidez desconocida se apoderó de todo mi ser. Y al abrir nuevamente los ojos, sentí que mi cuerpo no tenía peso, que yo estaba suspendido en el aire, mirándome a mí mismo tendido en la cama, como si durmiera. Es lo que llaman, creo, un desdoblamiento astral involuntario.

Permanecí en ese estado, con extrañeza, hasta que me sentí elevado por una extraña fuerza a la que no me pude resistir. A una velocidad vertiginosa, entré en un corredor luminoso donde en el final, veía una claridad mucho más brillante, cuyo resplandor no deslumbraba mis ojos. Al llegar el final de ese rápido viaje, la luminosidad se transformó en un horizonte claro. De repente, me vi rodeado de gente que no conocía, que caminaban hacia un edificio al que entraban pausadamente.

Encaminé mis pasos hacia allí, y al llegar a su entrada, un anciano con luenga barba y aspecto bonachón, dialogaba con todos. Decidí averiguar qué me estaba sucediendo.
―Señor, ¿puede decirme qué edificio es este?
―El tribunal. ―Respondió sin levantar la vista.
―¿Qué tribunal? ―Insistí.
―El que juzga los actos de vuestra vida...
Estaba muy confundido. ¿Estoy muerto? ―Me pregunté.
―No, respondió el anciano como si hubiera leído mis pensamientos...
―¿Entonces? ―Volví a preguntar…
―Eso lo decidirá el Tribunal.
Y esas fueron las últimas palabras que dijo antes de incorporarse y entrar al edificio. Permanecí, ordenando mis ideas, y al notar que solo yo estaba fuera, y suponiendo que no estaba muerto, entré en aquel extraño lugar.

Era un espacioso salón, en cuyo fondo destacaba un escritorio rodeado de personas vestidas todas de igual manera, y me sorprendí al ver sentado detrás el escritorio al anciano que antes estaba en la puerta. Un secretario nombraba a las personas presentes, y una a una, se acercaban. Pero al no poder oír lo que decían, poco a poco me fui acercando para escuchar mejor y esperar mi turno.
El secretario, dejo un nombre agregó: criminal de... y los que rodeaban al anciano decían a coro. Al infierno, por sus culpas ¡al infierno!
El secretario, dijo otro nombre agregando: criminal de... y otra vez el coro, ¡al infierno!

Y así se fue repitiendo la escena, sentenciando a toda clase de personas, hasta que de repente escuché al secretario decir mi nombre y agregar: ¡escritor amateur!...

Perdí el sentido del tiempo, y sin saber cuál había sido mi sentencia, otra vez me vi en el mismo corredor, pero esta vez de regreso.

Unos suaves toquecitos me despertaron, y sentándome en la cama comencé a recorrer con la vista el lugar. No había ni rastro del lugar donde había estado. Nada de intensa luz, nada del anciano, nada de aquel juicio al que había sido sometido.

En pocos días la fiebre desapareció, y retorné a mi rutina habitual; a buscar personajes para mis cuentos, con la convicción de que yo había recibido la más dura de las sentencias.

¡Me condenaron a seguir escribiendo!



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
12-05-2014 18:05

UNA NOCHE EN UN MONASTERIO.

Existe un viejo monasterio, perdido en las abruptas sierras de la cacereña comarca de La Vera, abundantes en agua y cubiertas por cerrados bosques de castaños y robledales. Las formaciones graníticas, esculpidas por vientos y lluvias, recrean toda una fauna fabulosa de monstruos y formas prodigiosas. Allí, en esa región aislada del mundo, de población escasa y ruda, está el lugar que eligió nuestro único emperador, el Rey Carlos I de España y V de Alemania, como retiro y residencia para para pasar los últimos días de su vida, llena de afanes y luchas: el Monasterio de Yuste. Quizás a alguno le quepa la suerte de haberlo conocido por los años cincuenta, cuando era una magnífica ruina, accesible a cualquier extraviado que se perdiera por aquellos contornos. Ahora, constreñido a los estereotipos de “monumento nacional” y europeo, cuidado y vigilado por los monjes jerónimos y los guías y funcionarios de Patrimonio ha perdido aquel melancólico y dramático aspecto que, en la “Itálica famosa” inspirasen a Rodrigo Caro sus hermosos versos: “Estos, Fabio,¡ay dolor! que ves ahora/ campos de soledad/ mustios collados...” Después de una cuidadosa y respetuosa restauración sigue siendo, no obstante, un edificio de solemne austeridad, en el que permanece callado y recóndito el espíritu que animó su construcción por los lugareños “veratos”(*), el de acoger a los “ermitaños de la pobre vida”. Y allí, como un monje más, enfermo y desilusionado de las glorias terrenales, se retiró el César Carlos para prepararse a buen morir.

Actualmente es un cuidado recinto, con sus artificiales ornamentos: cuadros, tapices, los relojes del Emperador, la truculenta silla de madera donde se aliviaba de sus dolores de gota... Pero creo que su esencia, la que yo pude disfrutar en aquellos olvidados años, sólo es perceptible por quienes pudimos conocerlo con alma y ojos románticos. Claro que entonces yo poseía todo el vigor físico de la juventud y la incendiada imaginación que es su secuela. Ahora la ausencia de romanticismo, mi cartesianismo en la visión del mundo ha reducido mucho aquella hoguera a través de la cual, y junto a su calor, yo veía lo terrenal y sus cosas. Pudiera decirse que yo en aquella época era un radical y ahora vengo a ser un deslavazado conjunto de diletantismos y buenas maneras.

No recuerdo la fecha exacta, pero era verano. Durante alguna excursión de las que solía hacer para conocer a pie llano las tierras donde nací, me sorprendió una tremenda tormenta; me refugié en el monasterio, a donde me dirigía, y allí hube de pasar la noche. Me alojé en lo que fue una celda de monje. Aprovechando las grises luces de la tarde, con la fantasmagoría luminosa de los breves relámpagos, pude recorrer las dependencias en su trágico abandono. Ví la desolada iglesia, el pequeño habitáculo desde el que el Emperador oía su misa diaria, las cocinas... Por todas partes devastación y ruinas. Enormes incunables con sus vitelas arrancadas, los facistoles derrumbados, las puertas desencajadas... desolación.

Llegó la noche. Para darme calor y compaña encendí una pequeña hoguera sobre los restos de otras anteriores. Desde algún pergamino a medio arrancar, una letra capital, bellamente iluminada, me hizo guiños como pidiendo auxilio. El viento que se filtraba por tantas aberturas producía una melodía siniestramente meliflua. Parecía que un espíritu vagaba buscando una compañía amiga: el espíritu de Carlos I, de aquel hombre que se desposeyó de sus grandezas y murió allí, donde yo pretendía pasar la noche. Aquí estaba, mirándome desde la pequeña letra capital, desmontado de su grandioso caballo sobre el que lo inmortalizó Tiziano. Curiosamente no sentí ningún temor; al contrario, una especie de energía, una cordial seducción que fluía hacia mí desde aquella visión, para mí figura real, que flotaba en la oscuridad de la celda me sumió en el espíritu de los tiempos imperiales. El Emperador estaba interpretando viejas músicas en una especie de clavicémbalo, de aquellas que importó junto a su séquito cuando llegó a este país pobre, de escasa cultura.

Hoy, aquella visión, sería para mí una simple alucinación, un mero delirio. Es cierto que la tormenta, el escenario ruinoso, mi propio cansancio eran factores que podían propiciarlo.Pero entonces, para mí, fue real. El espíritu de aquel hombre que marcó la Historia de forma tan trascendente seguía reinando en aquellos ámbitos que lo vieron dejar su envoltura carnal. El Emperador y yo, juntos en la humilde celda, su adusta y paternal mirada contemplándome desde la oscuridad éramos la conjunción ocasional pero cierta de dos realidades.

Afuera la noche rugía y los cielos de desplomaban en lluvias. Pero yo me sentía protegido por un hombre que un día fue y ejerció con toda su dignidad como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de las tierras incógnitas de la Nueva España.

(*)Veratos.- Naturales de La Vera, comarca extremeña.

Ilust.: Carlos V en Yuste. Eugène Delacroix

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
05-05-2014 12:54

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 4 relatos.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6 5 7 5 4 6 4 4 4 5 5 2 6 6 7 5 6 6 6 7 6 4 3 2 8 9 9 8 8 8 7 8 7 5 5 3 6 5 4 —221 relatos.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
04-05-2014 06:15

Barón Rojo

Mi nombre es Marcos Pujol y quiero relatar en pocas líneas los sucesos que me han envuelto y no logro comprender, pero que acepto desconcertado.

Soy un hombre de certezas, de decisiones tomadas, o creía serlo antes de conocer a Dinorah Duarte, mi novia, una hermosa muchacha de cabello corto y negro, ojos color miel, labios escandalosamente rojos y unas hermosas piernas doradas que muestra sin misericordia. Jamás usa pantalones, según me confesó.

Hace tres meses nos hicimos novios, ambos vivíamos, o eso pensé en ese espacio que abre el amor cuando recién amanece, en donde no caben dudas ni negaciones, esa explosión intensa de emociones que te lleva a caminar sobre piedras húmedas, resbaladizas y haces malabares para mantener el corazón intacto, porque te has asomado finalmente a la calle de la esperanza en esos ojos color miel.

Me sentía cómodo en mis treinta y cinco años de independencia, pero con la aparición de Dinorah comencé a pensar decididamente en la posibilidad de compartir mí tiempo y dejar de lado las compañías ocasionales por esta hermosa aparición definitiva de mujer.

Una mañana se presentó en mi apartamento con una inmensa sonrisa, una maleta y un setter irlandés del color oscuro y brillante de los ladrillos quemados en hornos artesanales, el perro estaba a su lado sin correa y sin bozal.

Entraron y me dijo señalando al perro, que se acercó, me olió y guardó un discreto silencio:
Este es el Barón Rojo, necesito que lo cuides por dos semanas, debo hacer un viaje de urgencia y no puedo llevarlo conmigo, además está inscrito para participar en una competencia importante y no podré estar aquí para llevarlo, sé que ganará, por favor no me digas que no. Tú eres la única persona a quien le puedo confiar mi corazón.

Debo confesar que tengo miedo a los animales, nunca he podido descifrar sus códigos de comportamiento. Recuerdo que de niño visitaba unos tíos que dedicaban su tiempo y afecto a un inmenso Pastor Alemán de hocico negro y pelaje marrón, dueño y señor de todos los espacios de ese caserón y del afecto de mis tíos.

La primera vez que pisé la casa de mis tíos el perro quiso morderme, y de allí en adelante cada vez que sentía mi presencia gruñía y ladraba con fiereza desmedida, se necesitaban dos personas para someterlo y llevarlo a un cuarto en donde era encerrado para impedir que alguno de mis huesos terminara entre sus dientes. Un día logró burlar las trabas y salió de su encierro, me buscó siguiendo el rastro de mi miedo hasta encontrarme, me brincó encima, me tumbó al suelo y por un segundo me salvé de ser mordido por ese animal. Desde ese momento mi temor a los perros se convirtió en terror.

Ven Marcos, acércate, le gusta que le pasen la mano por la barriga.
Tomo mi mano, deje de temblar y juntos le hicimos cariño a un perro dócil. Todo lo que debes saber lo tienes aquí y me entregó un pendrive. Se despidió con un beso intenso de sus labios encendidos.

Caminé hasta la computadora como quien pisa cristales rotos, el perro mansamente decidió acostarse tranquilamente cerca de mis pies. Pasé días sin poder dormir esperando un ataque del perro, pero la imagen de Dinorah me guiaba y me encontré dedicado a las rutinas del Barón Rojo. Efectivamente ganó la competencia y entré a ese mundo de perros con paso firme.

Dinorah llamó por teléfono y dijo:
Encontré otro hombre, adopte un bóxer para él y lo estoy entrenando.

caizán
caizán
02-05-2014 12:41

LA AMIGA INVISIBLE

Llegaste subrepticiamente, como siempre, pero yo te presiento. No es la primera vez que me visitas, tampoco será la ultima, aunque me gustaría. Se que llegarás, tengo esa sensación pre menstrual de tu arribo: mi vida comienza a funcionar en piloto automático, nada exterior me llega ni atañe, cumplo mi rutina, duermo mucho, poco, nada; me ensimismo. Me hablan, se que me hablan porque veo caras y manos que gesticulan, labios que se mueven, voces que me llegan y no entiendo, palabras que me escriben cuyo sentido no capto.
Entonces llegás vos, te sentás en el borde de la cama si estoy acostada o en el sillón vecino, si estoy sentada. No hablamos, seamos precisos: no tenemos oralidad, pero yo te hablo con mi pensamiento e intuyo tus respuestas y podemos estar horas así, discurriendo, siempre me das la razón justificando mi actitud, eso te convierte en interlocutora válida, necesaria para estos momentos sin amigos ni familia.
Lo bueno o triste de todo esto es que jamás he cuestionado tu arribo ni por qué es posible que estemos días y días sin que el mundo exterior nos invada o nos preocupe, tú y yo solas, siempre, no existe el amor, la amistad, la familia. Solo nosotras. Bueno, reconozco que tuve un lapso, somos tres: olvidé a Puppy mi perrito, es que está conmigo desde que aprobé la escuela primaria; le había pedido a mi padre un perrito y él cumplió su palabra, cuando aprobé me regaló este peluche. Nunca me aparté de él, duerme conmigo, padece conmigo y ha sido, y es, mi confidente. Nadie me conoce mejor y sé que mis secretos jamás serán revelados, morirán con él.
He visto sobre mi mesa de noche un llamado de atención, alguien está tratando de alejarte de mí, en algún momento dejaron allí una cajita que dice: FLUOXETINA. Siempre que ella aparece es solo cuestión de tiempo, una semana, un mes o varios meses después nos quedaremos solos Puppy y yo.
En tanto sigamos unidas el mundo exterior no podrá invadirme, no contestaré teléfonos, correos, whats app, Puppy nada puede hacer para ayudarme, solo estar conmigo y aceptar mis decisiones sin chistar.
¡Bienvenida tristeza! No te vayas nunca.
JSM

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
22-04-2014 21:10

"AMIC", o UN TRÍO IMPOSIBLE

Al entrar en el jardín, antes de cerrar la verja, “Amic”, mi viejo golden retriever, planta, en actitud de fiero dogo rampante, sus enormes patazas en mi pecho. Ya está mayor y torpe. Sus ojos tienen una pátina esclerotizada, miopes y legañosos. Pero sigue alegre y revoltoso, igual que de pequeño. En el jardín apenas respeta al escuchimizado camelio que a duras penas sobrevive en un rincón. Quizá le de pena la endeblez del arbolito o, tal vez, en su corazón sensible y agradecido de perro bonachón, los continuos regalos de sus blancas flores hayan tallado un altarcito donde venera al pobre arbusto. Esconder sus tesoros en el césped es mi desesperación y su mayor placer. Y su especialidad, avanzar con su torpe cuerpazo entre los macizos de prímulas y caléndulas, destrozando mi trabajo de jardinero amateur de fines de semana.

¿Cundo apareció “Amic”? Permitidme que me repantingue en el sillón, así, frente a la chimenea hoy apagada, con mi tacita de café bien caliente. Es para ensoñar aquellos días de doloroso recuerdo. A “Amic” lo trajo ella; fue, mejor dicho, un capricho suyo. Lo vimos en el escaparate de una tienda de mascotas, acurrucado, una deliciosa bolita dorada. Y, naturalmente, quedó prendada de él. Bueno, pensé, como pareja funcionamos bien; no creo que importe el “ménage à trois”. Y así nació en mi vida una de sus circunstancias más contradictorias: de “Amic” recibí todo el calor y la amistad que sólo un perro puede dar a un ser humano y “Amic” fue la piedra de toque que determinó la fragilidad de una relación de pareja cuando la ecuación que debe igualar sus términos no está bien planteada. Confundir amor con pasión fue una terrible equivocación.

Ahora se que ella nunca llegó a querer a “Amic”, aunque no quisiera reconocerlo. Fue dura y egoísta con él, tal vez como reflejo inconsciente de lo dura y egoísta que trató de ser conmigo, o por celos ilegítimos porque yo buscaba en el perro los afectos que me iban faltando en la mujer . Y ahora debería decir aquello de “cuanto más conozco a mi perro...”. Pero en mi caso lo limitaré a “cuanto mejor conocía a mi perro mejor conocí a mi mujer” Y me quedé con el perro, claro.

“Amic”, por convenio no escrito entre él y yo, su amo, no pasa al recinto de la vivienda, excepto a la cocina, en la que tiene su pequeño rincón para dormir. Tan sólo en los inviernos, cuando el frío arrecia le permito pasar al salón, donde en la chimenea crepita un alegre fuego. “Amic”, a pesar de su abundante pelaje color canela claro, se tumba próximo a la boca del hogar, frente a mi sillón. Entonces yo aprovecho, amo cruel, para calentar mis pies sobre su cuerpo, frotándolos con fruición, después de tenerlos toda una jornada encarcelados en las botas de trabajo. “Amic”, sin girar la cabezota, que mantiene entre sus potentes brazuelos, vuelve hacía mí sus ojos, tiernos, dulces y miopes, y me mira: nunca he sabido si complacido con mis caricias o permisivo con el evidente abuso de utilizarlo como felpudo.

Al final, adormecidos por el suave calorcillo, perro y amo conjuntamos nuestro sueño. A la hora de retirarnos, “Amic”, a regañadientes, se dirige a su confortable rincón, y yo al inhóspito y frío dormitorio, que antes fue de matrimonio, hasta que mi pareja decidió “volar”, cuando me planteó: “O 'Amic' o yo; tú decides” Y, naturalmente, decidí, como ya dije antes. Claro que esto no creo que lo sepa “Amic”, pero pienso seriamente que desde su intuición perruna algo comprende. Sabe que desde hace algún tiempo ella no está; que ahora las palabras que recibe son siempre cariñosas; y que nadie le regaña cuando deja las huellas de sus inmensas patazas sobre el parquet recién fregado. Aunque desde que tiene los ojos miopes no puedo percibir todas los sentimientos que desde las profundidades de su alma de perro me quiere expresar cuando, sentados frente al fuego, intenta aliviar mis soledades.

Buen amigo, mi fiel “Amic”.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
18-04-2014 11:56

BLACK.

Manuel y María no tenían perro. Pero tuvieron uno que se les murió de viejo, y juraron que nunca más tendrían ningún otro, aunque lo añoraban. Rex, así se llamaba, recorrió todo el camino de su vida y llegó a su final haciendo compañía a sus amos. Era un perro pastor alemán, muy inteligente, muy cariñoso, y nunca protestaba aunque lo provocaran.

María y Manuel, estaban convencidos de que después de pasados tantos años sin él, aunque se acordaban de la compañía que les había hecho, sería muy difícil volver a tener todos los inconvenientes que un perro produce. Ellos lo habían tratado siempre como un miembro más de la familia. Hicieron una iguala con un veterinario que se cuidaba de ponerle todas las vacunas, para que gozara de plena salud. Antes, tuvieron inconvenientes cuando iban de vacaciones, porque la mayoría de hoteles no tienen guardería para perros. Todos esos problemas y otros más, se habían acabado. Ya han pasado muchos años. Diez, o quizá quince.

Desde que dejaron de viajar, hacen sus vacaciones en una urbanización, donde se construyeron una casita y les quedó un trocito de terreno para huerto y jardín. Les regalaron dos loros y no pensaban en tener ningún otro animal. Ya tenían bastante.

En la urbanización se lo pasaban muy bien con un grupo de amigos que casi constituían una familia y compartían todo aquello que era compartible. También, tenían la costumbre de celebrar juntos, todas las fiestas señaladas del calendario de verano y los santos y cumpleaños de todos ellos.

Paseaban juntos bajo la sombra de unos frondosos pinos en las zonas verdes comunales distribuidas por todo el entorno, y gozaban del maravilloso paisaje. Como la urbanización está cerca de la playa, cada día disfrutaban de las delicias de un buen baño en el mar Mediterráneo y tomando el sol que refleja la costa. Cuando se encontraban con alguien que paseaba seguido de un perro, no podían evitar hacerle alguna caricia.

Una tarde, el vecino más próximo, fue a visitarles acompañado de un perro. No era bonito ni de raza, pero tenía una mirada muy inteligente y era muy suave y cariñoso. Sintieron añoranza y recordaron a Rex. Por eso, cada vez que María iba al mercado, compraba alguna cosita para dársela; les agradaba mucho verle contento y satisfecho con lo que por costumbre le traía.

El perro venía donde estaban ellos cuando lo llamaban, y agradecía lo que le daban, moviendo el rabo y dando vueltas por allí, hasta que le decían: ya te puedes marchar. Se lo miraban y volvían a decir: no, ya tenemos dos loros.

Y sucedió lo siguiente: un día, la hija del vecino, vio un perro pequeñito cuando paseaba con su bicicleta por una carretera cercana. Se aproximó a él para asegurarse, miró si había alguien, pero no. Estaba solo, abandonado y desnutrido, tenía sed y hambre, y daba la impresión de tener parásitos.

Un cachorro negro, de pelo corto pero rizado, tan bonito que daba pena no acogerlo; en su casa ya tenían uno, así que pensó en María y Manuel. Si se lo llevo dirán que no lo quieren, pero después de que lo vean un ratito seguro que dicen: sí. Y efectivamente, dijeron sí. Se hicieron cargo de él. Acto seguido, después de lavarlo, lo llevaron al veterinario y a la peluquería. Le compraron un cuévano, y un colchón para dormir. También, un hueso artificial, una pelota para jugar, un collar muy bonito y una correa extensible para ir a pasear...

CINCO AÑOS DESPUÉS.

Black, es el nombre que le pusieron, creció, se hizo de un tamaño mediano, y ha vivido esos cinco años dando compañía a Manuel y María. A cambio, ha recibido el cuidado y el cariño de sus dueños. Quizás por eso, en agradecimiento a ese trato casi familiar que ha recibido, ha protagonizado un hecho que le ha valido el reconocimiento y el afecto de todos cuantos han sabido de esta historia.

La semana pasada, vinieron a pasar unos días con ellos, su hija Magdalena, su yerno Pascual y su nieta Sheila de tres años. El mismo día que llegaron, Sheila y Black se hicieron muy buenos amigo. Jugaban casi todo el día. Black es muy dócil y cariñoso y jugaba con Sheila como si fuera su juguete nuevo. Y parece que el sentimiento de Sheila era recíproco.

Al tercer día, la tragedia estuvo a punto de destrozar emocionalmente a esa familia. A diez metros de la casa, tienen una pequeña piscina. Se la construyeron para refrescase los días que no les apetece ir a la playa. Ahora que son mayores se han vuelto más perezosos. En la sobremesa se pusieron todos a ver la televisión. Sin darse cuenta se durmieron, pero la niña no. Suerte que Black que estaba ojo avizor, vio cómo Sheila caía al agua, y fue a despertarlos con sus ladridos. Cuando vio que Magdalena se movió, sin pensarlo, corrió y se tiró a la piscina. Pasó su cabeza por debajo de la niña, y la sostuvo a flote sobre su cuerpo, hasta que llegaron todos y los rescataron a los dos.

Ahora que se han serenado después de tan tremendo susto, están más contentos aún, de haber acogido a ese animal que les ha devuelto la vida de su nieta, y han pedido que les construyan una valla alrededor de la piscina, para evitar que Sheila o algún otro niño, caiga al agua.

Esta es la historia de Manuel y María, y de un perro que fue abandonado como tantos otros por personas carentes de sensibilidad, y acogido por otras que son sensibles y saben y quieren tratar a los animales como se merecen.

¡Ah! Los loros a veces se enfadan, pero los tres son amigos y se comportan muy bien.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
14-04-2014 11:21

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 5 relatos.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6 5 7 5 4 6 4 4 4 5 5 2 6 6 7 5 6 6 6 7 6 4 3 2 8 9 9 8 8 8 7 8 7 5 5 3 6 5 —217 relatos.
Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
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