ALIVIO
1. m. Acción y efecto de aliviar o aliviarse.
2. m. Atenuación de las señales externas de duelo una vez transcurrido el tiempo de luto riguroso.
REMISO
1. adj. Flojo, dejado o detenido en la resolución o determinación de algo.
2. adj. Dicho de una calidad física: Que tiene escasa actividad.
Con rimas y a lo loco
Rodrigodeacevedo
17-10-2016 21:49
Y aprovechando esta buena racha salutífera (?) escribo mi segundo relato para ponerme al día. Naturalmente gira acerca de mi experiencia como enfermo (ma non troppo) de estos últimos días.
FIEBRE
Un atardecer más, desde el sillón de que acompaña mi dolor, conforta mis ánimos y alimenta la esperanza con su cálida comodidad, veo llegar la noche desde el mar, como una inmensa barca de Caronte, lúgubre y apenas teñida con los colores de un arco iris funerario, desdentado de sus colores vivos: sólo quedan los opalescentes colores del ocaso. Confundo el sonido del mar que me llega apenas amortiguado; no podría decidir si es una nana susurrada por un padre de voz ronca o una amenazadora advertencia de todo un panteón sumergido, que reclama un imposible silencio para que este mundo convulso y enfermo recupere la paz que transgrede sin cesar. Los dioses no son insensibles a los ultrajes de los hombres.
Y con la noche, como ominosa compañera, llega la fiebre. Una fiebre que me lleva al borde de la alucinación. Durante el día los cuidados de mi querida compañera la mantienen alejada; paños de agua fría, medicación puntual, su sonrisa... Pero en el oscuro magma en el que nos sumerje la noche quedo desarmado ante el virulento y traidor ataque de la fiebre. La fiebre en esas altas horas de la noche es una especie de espejo deformante; me traslada a otra realidad, a otro nivel de percepción que solemos llamar delirio. Yo estoy convencido que es otra realidad “real”, con sus dimensiones, sus leyes imprecisas, sus imágenes que acaban siendo familiares. Una realidad paralela en la que las alteradas funciones de nuestro estar habitual se trastocan, se cambian por otras en las que el drama ocupa el firmamento todo de la vida. La deformada realidad de un enfermo apenas convaleciente.
Puede que de esa otra realidad surgiesen los terribles y desmesurados monstruos que crearon Lovecraft, Poe, Lord Dunsany y aquellos iluminados pioneros del cuento de terror, de ese terror nuevo que vino a sustituir con terribles premoniciones al otro terror antiguo, el romántico de los fantasmas y muertos horripilantes, pero, finalmente infantiles. “El sueño de la razón crea monstruos” dejó escrito aquel otro gran atormentado que fue Goya, el aragonés. Debía referirse a esa razón soñolienta y casi libertada de sus ataduras intelectuales y dogmáticas. La razón que hace libre al ser humano. Y en esa razón enfermiza (o puede que en la cúspide de su clarividencia) me acompañan mis monstruos nocturnos que nacen de la fiebre.
Veo las luces de los pequeños pesqueros que faenan por la noche. Esas luces se agrandan como fuegos infernales; tras ellas se contonean brujas en orgías saturnales, nigromantes que orquestan las danzas de los íncubos... Frente a tanto horror, en cambio, yo me siento tranquilo, inconscientemente tranquilo: soy uno de ellos y se que no pueden hacerme daño. Los calofríos que me produce mi estado febril los imagino producto de esa danza de la Muerte, con la que avanzo hacia la oscuridad y el horror; pero no tengo miedo. Mi esposa me seca las sudoraciones que extraen de mi cuerpo dolorido los humores mefíticos de la fiebre. Bebo algo de agua azucarada. Bebo con la avidez de quien quiere beber la vida. Trato de dormir de nuevo, aunque la emoción de esas vivencias alteradas me mantiene en un estado de excitación nerviosa que acaba siendo insoportable.
Empieza a amanecer. Por el lejano horizonte, desde el oriente, comienza a insinuarse una tenue línea de luz lívida. Un nuevo día que gracias a los sanos conjuros de mi cuidadora, mi esposa y compañera, alejará la fiebre y los atroces monstruos nocturnos que deja en mi imaginación alocada. Un nuevo día que me acercará a la salud perdida. La luz del sol naciente perfora en tímida transverberación las nubes que se aglomeran sobre el mar. Será un hermoso día de otoño en el que podré soportar los todavía dolorosos retortijones que retuercen mis vísceras infestadas. Hay muchas razones para ser feliz en esta realidad dolorida, aunque razonable y cotidiana.
Rodrigodeacevedo
17-10-2016 11:03
Hola, compañeros: feliz comienzo de semana. Yo voy disfrutando de una lenta, pero progresiva mejoría. Ya veremos. Compruebo con alegría que "la nave va", como tituló F. Fellini una de sus mejores películas. Aquí está mi aporte.
INSUMISO, SA
1. adj. Inobediente, rebelde. Apl. a pers., u. t. c. s.
PALANGANA
De or. inc.
1. f. jofaina.
2. f. Ur. lavabo (‖ pila con grifos para lavarse).
3. m. y f. despect. coloq. Arg., Perú y Ur. Persona fanfarrona, pedante. U. t. c. adj.
4. m. y f. C. Rica y Ur. Persona boba, tonta.
5. m. y f. C. Rica. Persona indecisa.
6. m. y f. C. Rica. Persona entrometida.
Estela
17-10-2016 07:11
MEDIALUNA REMACHES
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Jose Jesus Morales
17-10-2016 02:30
Es la hora de recolectar siete palabras para esta segunda quincena. Propongo
Fisura
Externa
Rodrigodeacevedo
14-10-2016 20:44
Gracias, J.J., compañero. Te agradezco la dedicatoria que es bálsamo y acicate para mí en estos días. Trato de corresponder con un relato fantasioso, más que fantástico, y así cumplo parte de mi compromiso con el foro.
Nací y llegué a mi adolescencia en una vieja ciudad, llena de rincones y misterios; una ciudad medieval que, en alguna forma, impregnó mi sensibilidad orientándola hacia los antiguo, hacia los sabores rancios, pero auténticos, que dejan las épocas pasadas cuando los ojos, tanto del cuerpo como del espíritu, saben encontrar en ellas la esencia del Tiempo y de la Vida. La ciudad donde nací ha cumplido ya más de dos mil años, casi tantos como yo. A ella y a mí el paso de las Edades nos ha dejado huellas, cicatrices, deformaciones que, al menos en mi caso he tratado que no fuesen ni demasiado profundas ni tampoco duraderas.
Después he sufrido los agobios de la gran ciudad, sus apresuramientos, su vivir fuera de sí, apartando continuamente pantallas interpuestas entre la realidad y yo, para no equivocar mi camino; siempre con la referencia de mi pasado histórico que trato que tenga su reflejo en un pasado metafísico. También los tiempos y sus avatares me han llevado por muchos y variados lugares en los que he dejado parte de mi existir y, a cambio, he adquirido saberes y experiencias. Finalmente y como una premonición del sentido circular del tiempo, he recalado en otra ciudad medieval, sede papal en agitados años de luchas religiosas y hoy hervidero de turistas y vacuidades que desvirtúan por completo la nobleza de sus murallas, de sus calles empinadas, de sus esplendorosas vistas hacia ocasos y amaneceres, en audaces escorzos sobre el vacío que limita el mar. Aquí espero y pretendo finalizar la fluencia de este karma doloroso que me abra el camino hacia otras luces más nobles.
Remata el casco antiguo de este anómalo pueblo un hermoso castillo que pude admirar, en mi condición de observador sobre tiempos y circunstancias, cuando no era más que una ruina de las muchas que amueblaban las tierras de España. Una ruina imponente, majestuosa, a pesar que la fortaleza ya había sido transformada por necesidades estratégicas adoptando unas líneas y espesores impropios y advenedizos a sus trazas originales: fueron los templarios quienes basados en saberes esotéricos eligieron el emplazamiento, aunque la verdadera razón fue la ambición y tozudez de un cierto Papa cismático, que encargó a la enigmática y ambiciosa Orden de caballería la construcción de lo que finalmente fue su refugio hasta el final de sus días.
Es emocionante, y así lo sentí yo en mi primer contacto con estas piedras casi mágicas, situarse en la celda- estudio que fue de aquel hombre rudo, empecinado, obsesionado con la autenticidad de su Ministerio que él creía dimanado de su Dios, que le confería un poder espiritual y terrenal que los hombres no le dejaban ejercer. Un mínimo espacio adherido a un paño de muralla y a través de cuyo único y rudimentario hueco se veía el refulgente mar, a cuyo límite él contemplaba con los ojos de su espíritu la Ciudad Eterna de Roma, en sus esplendores mundanos, su enorme corrupción y el inmenso poder que otorgaba a quien se sentaba en el Trono vicario de Dios.
Una ronda por los alrededores de las murallas, modificadas para mejorar su función defensiva por un rey español con vocación de universalidad, lleva al paseante, suspendido entre cielo y mar, a esperar la sorpresa de una visión cósmica, de un encuentro nada casual con el espíritu eterno de la ciudad, del pueblo que aloja esta presencia ruinosa, adulterada por los criterios temporales de los hombres y sus cegueras. Pero el paseante en este caso, avezado como los ángeles que, a pesar de todo, tratan de preservar la sustancia de lo que nació para ser aliento y voz inaudible de dioses protectores, trata de alcanzar un ritmo hesicástico que lo aísle de la temporalidad, de la contingencia, elevándolo a esa esfera a la que, en ciertos estados febriles o de alteraciones psicotrópicas, le otorgan tal vez misión y condiciones de poeta.
Las olas se estrellan ruidosas y alegres en los basamentos de lo que fue sede papal. Yo vuelo en mis alucinaciones del tiempo ido.
(Referencias: Peñíscola. Papa Benedicto XIII y el Cisma de Occidente o de Aviñón. Rey Felipe II.)
Jose Jesus Morales
13-10-2016 21:36
En un intento de sacar una sonrisa a nuestro amigo Rodrigo, contribuyo con mi texto de esta quincena, estoy consciente que debo dos.
Tengo setenta y cinco años, me siento con ánimos suficientes para seguir viviendo, desde luego, no quiero crear confusiones y es necesario decir, que el espíritu está intacto, pero no son aquellos arrestos de los cuarenta años, ya lejanos, de la etiqueta en el vestir, el corte de los trajes a la moda, los zapatos apropiados, justa la corbata, exacto el nudo, impecable el cuello de la camisa. Pero es la misma emoción que conozco desde siempre, que me acompaña y que dibuja la intensidad por seguir adelante, en espera de otros deslumbramientos.
Confieso que he perdido mucho, de la firmeza lúcida de los cincuenta años, aquella época en que mi vida era gobernada por horarios impuestos y compromisos laborales, y defendía: Códigos ajenos, la información compartida, los enunciados del trabajo en equipo, el cumplimiento de las normas establecidas.
También, es verdad, no puedo ocultar, que a esa edad mantenía la lejana esperanza de un cargo, de compromisos superiores en el esquema de trabajo, y era yo quien imponía el ritmo en la intensa carrera por la obtención de un reconocimiento, que pensé alguna vez merecer, situarme más cerca de la cúspide en la pirámide, y entregar mi experiencia a los intereses superiores de la Compañía.
Hace rato pasé de los sesenta y con ellos los temblores, las convulsiones, el espanto que causa el retiro obligado, engaveté el miedo a la jubilación, que en aquel momento sonó temprana, injusta, y obligado por la convención colectiva, acepte de mala gana esta otra cara del destierro, este obligado alejamiento de un entorno que hice mío. Mantengo el paso firme, todavía, y avanzo decidido, he dejado mucho lastre en el camino, pero no me rindo.
Soy un hombre activo, a pesar del carnet de jubilado, me niego a ser parte de ese estrecho mundo, de ese grupo de quejas ambulante, de esa asociación de eternos convalecientes, que se reúne para hablar de sus falencias, del dinero que no alcanza, de los achaques, de la salud que siempre falla, de la falta que hacen los ausentes, de los muertos que nos alcanzan. No hay nada positivo en esos encuentros, la risa es tan falsa como los dientes.
A mis setenta y cinco años sigue intacto el afán de vivir, marco presencia en diversas tareas, en faenas propias a mi conocimiento y sin paga, por el puro placer del ejercicio intelectual, apoyo a un grupo de investigadores que buscan otras rutas a la verdad compartida, mi única exigencia es un espacio para hacer el trabajo, no soporto el encierro de mi casa. Me impongo otros términos, más flexibles acordes a mi condición, y me doy la libertad de las horas que considero justas.
Apetito no me falta, me alimento en abundancia, hoy por cierto, no pude resistirme en el almuerzo, a un plato enorme de caraotas negras, arroz blanco y carne salada, con una cerveza helada. A las seis de la tarde entré a mi casa bañado en sudor, me acuchilló un retortijón y me doblé de dolor.
Mi esposa corrió en mi auxilio, un quebranto cualquiera siempre la alarmó y se disparan en ella alertas exageradas. Llamó al Doctor de inmediato, un viejo conocido, y le habló de apendicitis, del colapso de los intestinos, de una falla en la vesícula. El Doctor se presentó a la carrera y luego de un examen y un cuestionario de preguntas concluyó:
No hay ninguna necesidad de internarte y menos de intervenirte, se te atravesaron los porotos, comentó con una carcajada. A tu edad, debes ser más comedido en las porciones, puntualizó con la seriedad de su título.
Estela
11-10-2016 04:38
Qué bueno que nuestro amigo nos acompañe con su ánimo y su calidez, y esté en tren de recuperación, aunque esta lleve su tiempo.
!Qué buena definición esa de "inverosímil aventura" al hablar de este lugar!
Es perfecta! Una inverosímil aventura que nos llena el corazón, que nos acerca, que nos hace sentirnos bien los unos con los otros.
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Jose Jesus Morales
11-10-2016 02:16
Es bueno saber que Rodrigo mejora, pero mejor aun, que Des retorna y se queda un poquito. Un abrazo señora Era y a mantenerse buena de salud.
Des
10-10-2016 23:28
Gracias Era, gracias Rodrigo...y gracias a todos.
Intentaré quedarme un poquito más .