Hay ciertos acontecimientos que a veces, pero no siempre, son como moverse en aguas turbulentas; me refiero en concreto a las reuniones familiares. No todas son iguales. No es lo mismo ir a casa de un familiar del cónyuge, que a la de un hermano o a la de los padres. Conozco a un matrimonio que por tradición, invitan a los hijos con sus respectivas parejas y a sus nietos, a comer ese día. Para ellos es una gran ilusión verlos a todos reunidos. Tres generaciones que intentan pasar una velada agradable y feliz. Durante los días previos, preparan todo lo necesario para que no falte de nada.
Durante una reunión familiar, todos los miembros comparten sus sentimientos y son perfectas para que los padres, los hijos y los nietos se brinden apoyo mutuo, lo que contribuye a fortalecer el vínculo afectivo, así como los valores. Si los padres y abuelos muestran que son justos y respetuosos durante esas reuniones, los niños sabrán que esos son valores de la familia.
En mi relato describo la última reunión vivida el día seis, por esa familia. Son catorce miembros: los padres, tres hijo con sus respectivos/as y seis nietos. Después de varios días de compras y preparación del evento, por fin se montó la mesa, a la espera de que fueran llegando. A las dos, ya todos reunidos, procedieron al reparto de regalos y a la grabación en vídeo del acontecimiento.
La comida comenzó a las tres y acabó sobre las cinco. En el reparto del roscón de reyes se produjeron las típicas risas cuando al benjamín de la familia, de cinco años, le tocó el haba y le dijeron que según la tradición, le tocaría pagarlo a él el año que viene. Primero se puso muy serio, pero enseguida reaccionó y dijo que lo pagaría su padre.
Luego, en la salita, hicieron un reportaje de fotos en distintas tomas; los abuelos solos, con los hijos, con los nietos, en grupos diversos y todos en conjunto. Después, los vieron en el televisor entre comentarios y risas; en perfecta armonía.
Pero esas reuniones pueden ser, también, un arma de doble filo. Puede ser un evento festivo y entrañable, o convertirse en un auténtico campo de batalla si salen a relucir los rencores, las envidias y los reproches. Laura de seis años se encaprichó de la muñeca de Mireia de cinco, se la quitó, Mireia le tiró del cabello, Laura hozo lo mismo y cuando las oyeron llorar, (estaban en otra habitación) estaban pegándose. Sus madres empezaron a gritar, que si era culpa de Laura, la madre de Laura que era culpa de Mireia. El resultado fue, que se marcharon enfadadas, las niñas y las madres, para desconsuelo de todos, pero más para los abuelos que se les quebrantó la ilusión y el esmero que habían puesto para que todo fuera bien, y quedaron con la duda de si sería buena idea volver a reunirse toda la familia.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
08-01-2014 19:56
CENA DE NOCHEBUENA
El mustio sol de aquellos primerizos ocasos del invierno se reflejaba en el rosetón de la catedral próxima. Las delicadas filigranas de colores, milagrosamente preservadas de guerras y profanaciones, expandían sus reverberaciones como revoloteantes pajarillos en la penumbra del salón de la casona. Don Arturo, como un mueble más del solemne decorado, enjuto, severo y firme, fuera ya del tiempo, mostraba su noble cabellera blanca por encima del respaldo del sillón en el que hacía ya años solía reposar sus interminables horas de inactividad. Un año más había llegado la Navidad y Don Arturo esperaba reunir a su gran familia -hijos, nueras y yernos, nietos y algún bisnieto ya- alrededor de la inmensa mesa de nogal. Un año más la vajilla de fina porcelana del Buen Retiro, de herencia familiar, junto a la cubertería de plata inglesa y la cuidada cristalería de Moser, comprada por un abuelo suyo cuando fue a tomar las aguas a Karlovy Vary, cuando aún era Karlsbad. En el multicolor caleidoscopio que los reflejos del rosetón catedralicio convertía a esas horas el salón y la imaginación de Don Arturo, todos colores alegres, delicados y vitales, los recuerdos afluían atropelladamente a su cabeza. Esta noche se reunirían de nuevo todos; sus ocho hijos vivos (a dos me los mataron en la guerra), cada uno con su esposa y ¿cuántos nietos ya, Arturo? Creo que una media de cuatro cada uno, es decir... También vendría su hermana la viuda, Aurorita, no quiero que pase sola estas fechas tan entrañables. Y Doloritas, ese fruto de mi juventud alocada. Doloritas es la única que me queda al lado; buena chica, noble como yo y fuerte como su madre. Gracias a ella y sus desvelos voy tirando. Porque los chicos han ido cada uno por su lado y a pesar de su fidelidad a la familia no es frecuente reunirlos a todos. El mayor, Servando, sigue con la Notaría; por cierto, tengo que recordar decirle que me pase las escrituras de... La Notaría. Esta es ya la cuarta generación de notarios Agúndez. Otros dos, médicos, en Madrid; el arquitecto en Barcelona. Ricardito, el quinto, trató de establecerse cerca de mí, aquí en la ciudad, como abogado; no quiso competir con Servando por la notaría. Y todos los demás: mis hijos, mi obra.
Doloritas, hija: ¿ya tienes preparada la mesa? Ya sabes, el mismo orden de siempre. Los críos en la salita de recibir, que se ocupen sus madres de ellos. Sobre todo mucho cuidado con no romper nada, que lo que tenemos es de mucho valor. ¿Han traído las pulardas del pueblo? ¿Y has podido recoger los besugos de la pescadería de … Ya empiezan a llegar. Ya oigo la algarabía de los niños. Estos arrapiezos, tan revoltosos. Doloritas, no los pierdas de vista, que éstos nos hacen cualquier trastada; que haya siempre algún mayor con ellos. Que no entren todavía, ya sabes que me gusta que lo hagan ordenadamente, como siempre se ha hecho en esta casa. Un besamanos como yo hacía con mis padres y éstos con los suyos. Oh, pero que escándalo; ya se oyen las voces de las mujeres, como gallinas alborotadas. Ya verás, ya, Doloritas, como acabarán enzarzándose la mujer de Claudito, el ingeniero que se fue a Murcia, con la Florinda, la del abogado. No se soportan, pura envidia se tienen la una de la otra. Cómo voy perdiendo la memoria; me cuesta recordar quién es la mujer de quién. Y de los nietos, ya ni los nombres. Claro, vienen tan poco a ver a su abuelo.
Bueno, Doloritas, nos esperan unas horas felices, aunque agitadas. Hoy día la educación y las formas han cambiado mucho. Antes, ya sabes, todos alrededor de la mesa; era casi como en la iglesia, había un respeto y un todo. Anda, hija; echa un vistazo a ver cómo van las pulardas, que tú tienes muy buena mano para el guiso. Pero qué escándalo están organizando; acabaré con dolor de cabeza; y esta noche quiero estar alegre y despierto. Doloritas ¿te acordaste de subir de la bodega los Vega-Sicilia? Descórchalos ya, que se vayan oreando. Quiero que quedemos muy bien esta noche; al fin y al cabo las mujeres de mis hijos también son de buenas familias, y luego hablan y dicen lo que no deben. Nosotros, los Agúndez... Pero ¿porqué no para esa ruidera, ese vocerío, Doloritas? Me van a matar...
El sol ya había declinado totalmente y los fuegos de la vidriera del rosetón se apagaron hace un rato. El frío iba cuajando en el desierto salón. El anciano se rebullía inquieto en su vetusto sillón. Doloritas, arrebujada en su toquilla de lana negra, como un espectro del pasado, se acercó a Don Arturo, que la miró desde sus ojos miopes y llorosos:
-¿Ya están todos, Doloritas? Anda, ayúdame a levantarme.
-Tendrá que esperar un poco, Don Arturo; quizás las nevadas... Ande, tómese este caldito caliente que le he preparado; hace muchísimo frío.
Un desolador pensamiento habitó un momento la desgastada mente de Don Arturo. Sólo un momento: impío, cruel, despiadado, como él había sido con los suyos, iluminó aquel cerebro. Nadie vendría; él era su sola familia. Y Doloritas, aquella desventurada, fruto de su juventud alocada, que, a pesar de todo -misterios de la misericordia divina- había querido acompañarlo en su declive, desde que la Notaría hubo de cerrar por irregularidades, desde que la porcelana y la cristalería y la cubertería y los lujosos muebles de ébano y nogal se malvendieron para poder seguir comiendo alguna vez en aquella casona de los Agúndez, Notarios desde hacía cuatro generaciones.
caizán
08-01-2014 19:33
LA COMIDA
El jefe de familia llegó de la calle con muchos paquetes. Era un domingo especial, estarían sus cuatro hijos y sus novios y novias. Tenía dos varones y dos mujeres. Mientras descargaba su compra en la mesa de la cocina le preguntó a su esposa: --- ¿Nadie se levantó a ayudarte?
--No. Las chicas se están acicalando y los chicos duermen.
---Sara. Estos hace rato que dejaron de ser chicos, son cuatro sinvergüenzas que tenían que darle una mano a su madre ¿Cuándo crees que van a ser adultos?
--Pedro hoy debe ser un día de alegría para todos están nuestros hijos y sus novios; es la primera vez que estamos todos juntos. Tratá de vivirlo bien, con felicidad. Prometeme que no te vas a enojar, pase lo que pase.
--Pará ¡Pará! Pase lo qué pase, no. Por ahora son visitas, cuándo sean la familia no sé que haré, a lo mejor les aguanto alguna cabronada, pero ahora no; la obligación de la visita es respetar la casa a la que es invitado.
---Y el deber y la obligación del anfitrión, es…
--Está bien, vos no querés que me enoje fácilmente. Según ustedes, tengo malas pulgas y por cualquier cosa exploto. No te prometo nada. Ya sabés el dicho: “genio y figura”…
---Viejo – interrumpió Sara – la figura hace rato que la perdiste, lo único que llevarás a la sepultura será tu “mal genio”. Hacé un esfuerzo por hoy, serán unas pocas horas; después que se vayan, gritá, pataleá. Pero no tengas preconceptos; quién te dice que no son chicos encantadores y nos roban el corazón; pensalo al revés, qué las visitas son nuestros hijos y los dueños de casa son las visitas.
--Sara, tango que buscar un lugar en esta casa para hacerte una hornacina—-terminaron riendo los dos. Entraron las hijas y ambas se ofrecieron para ayudar, la madre les pidió que preparen la mesa y pongan la vajilla de “fiesta”. Pedro fue a levantar a sus hijos. La casa se pudo en movimiento; llegaron las visitas, de a uno. Las presentaciones de rigor, las frases usuales de cortesía y Pedro los invitó a tomar un aperitivo en el comedor. Todos accedieron y también aparecieron los hijos.
Marcelo reconoció a uno de los novios de sus hermanas: --- ¿Qué tal Raúl de quién sos novio?
--De Liliana
--¡Ah!—Se volvió hacia su padre y, guiñándole un ojo, dijo:--Viejo necesito tu opinión, de algo que compré –giró hacia los demás y se disculpó por la interrupción. Salieron. Cuando estuvieron solos le dijo al padre: ---Papá, este Raúl es un reverendo hijo de pu tha, dejó una novia embarazada y se borró. Es un mal bicho.
--Bueno nene. Ahora cállate. Cuando se vayan todos, hablaremos con tu hermana. Mamá me pidió que no levante presión; ahora yo te lo pido a vos. ¡Tengamos la fiesta en paz!
Volvieron los dos al comedor, simulando una opinión sobre lo visto. Sara avisó que pondría los ravioles en el agua y se fue a la cocina, las hijas trajeron el peceto relleno que acompañaría a la pasta, lo sirvieron como primer plato y se fueron generando grupos de conversaciones. Pedro se puso de pie e hizo un brindis:--¡Por la familia existente y las futuras familias que devendrán a partir de hoy!—Una unánime aceptación del brindis, fue la respuesta.
Raúl golpeó su copa para llamar la atención, cuándo la obtuvo expresó: --Familia lo que voy a decirles, justifica el inicio de mis palabras. Liliana y yo, hemos decidido casarnos, y creí que ésta reunión era el momento indicado para hacer el anuncio. —Se acallaron las voces; el asombro se reflejaba en todas las caras.
Marcelo, tratando de mantener la calma. Expresó:-- Raúl creo que todos nos hemos quedado alegres por la noticia y asombrados por lo inesperado de la misma; me podrías decir ¿cuando sería la boda?
--La semana próxima.
--¿Por qué tan rápido?
Liliana exultante, exclamó:--¡vamos a ser padres!
Marcelo de pie, explotó:--¿Vas a hacer con mi hermana lo que hiciste con tu otra novia?
--¿De qué estas hablando? ¡No te permito!—Se generó una discusión general; nadie escuchaba a nadie. En medio de esa batahola, llegó Sara con la fuente de Ravioles, momento que aprovechó Pedro para ponerse de pie y gritar:-- ¡Se acabó la reunión. Quiero que todos se vayan de ésta casa!— Dio media vuelta y se fue al dormitorio.
Sara anonadada, miraba la mesa vacía, con la fuente de carne y los ravioles sobre ella. Impotente fue en busca de su esposo. Cuando entró al dormitorio, Pedro lloraba silenciosamente. Ella se sentó al lado, tomó sus manos, diciendo:--Viejo por favor, tranquilízate. ¡Todo se va a aclarar! No llores por todo esto.
No Sara. No lloro por ellos. Lloro por ese montón de comida que nadie comerá. Con lo que me gustan los ravioles y el peceto mechado. Toda mi infancia la pasé suspirando por no poder comerlos. En casa éramos muchos y muy pobres; los domingos, tallarines o moñitos, sin salsa, ni carne, y hoy, aquí, tiramos un mes de comida de aquellos tiempos.
JSM
Observador
07-01-2014 21:28
EL PUNTO DE EBULLICIÓN
Yo sabía que en cualquier momento tenía que estallar; su cabeza era una olla a presión. Tenía la certeza de que ninguna persona podía contenerse tanto: jamás opinaba en las conversaciones, siempre estaba callado y observando en silencio.
Todos los años organizamos en la academia de pintura la cena de Navidad. A lo largo de este tiempo de trato y convivencia, hemos formado, junto con los alumnos y profesores, lo que podríamos considerar una familia. Fue durante una de estas cenas navideñas cuando alcanzó el punto de ebullición. Nada más entrar, noté que sus ojos tenían un brillo especial e intuí lo peor.
Su mujer nos había contado que tenía fuertes depresiones y estaba sometido a controles psiquiátricos que lo mantenían estable gracias a la medicación. Alguna vez advertí ligeros cambios en su estado de ánimo, pero aquella noche su mente se destapó para alcanzar el punto más álgido y, como en la famosa novela de Stevenson, Arsenio se nos convirtió en Mister Hyde. Aunque, afortunadamente, nuestro alumno solo se transformó en una versión cómica del siniestro personaje de ficción.
Lo primero que nos sorprendió fue que entró en la academia con una sonrisa de oreja a oreja repartiendo saludos afectuosos. Teniendo en cuenta que es el hombre más triste que conozco, esa nueva personalidad hizo que al profesor y a mí se nos encendieran los pilotos de alarma. Luego, sin previo aviso, comenzó a deleitarnos, a voz en grito, con una zarzuela que decía haber compuesto él. Pero el espectáculo no se quedó ahí; Arsenio, que se encontraba a sus anchas, se acercó a una de las alumnas y, cogiéndola por la cintura, trastabilló con ella unos zarzueleros pasos de baile, mientras continuaba berreando sin parar. La escena era bastante cómica, porque la mujer porfiaba por desasirse de los cariñosos brazos de Arsenio y este cada vez la abrazaba con más fuerza. No tuvimos más remedio que intervenir, ya que la alumna comenzó a gritar con la intensidad de la sirena del camión de los bomberos. Cuando por fin conseguimos liberarla de las garras del apasionado bailarín, dijo casi llorando: este hombre está loco. Arsenio, lejos de ofenderse, se quedó mirándola y respondió: anda, no disimules, si tú eres la Tomasa. Antes no te quejabas cuando bailabas conmigo en las fiestas del pueblo. ¡Menudos achuchones y revolcones nos hemos dado tú y yo en la era!
Tenemos la costumbre de colocar las mesas para la cena, con la comida y las bebidas, en el centro del estudio. Los taburetes solemos retirarlos a un rincón para ganar espacio, de forma que podamos movernos con libertad por la sala.
Todos estábamos alucinados contemplando la espectacular metamorfosis de nuestro alumno más prudente y taciturno. Arsenio, ignorando nuestro asombro, se fue en busca de su siguiente víctima. Sonriente y con gesto socarrón, se acercó a Ana Sánchez, una alumna que piensa que es una autoridad en el arte de la pintura y siempre está corrigiendo a los demás y diciéndoles cómo tienen que pintar sus lienzos. Ana estaba en uno de los grupos que se habían formado alrededor de las mesas. Imitando la voz del profesor, Arsenio le dijo como si estuviera valorando uno de sus cuadros: mal, muy mal, señorita Sánchez, su pintura carece de expresividad; los colores están muertos y los trazos son grotescos, torpes e infantiles. Lleva usted un montón de años en esta academia y cada vez pinta peor.
La alumna Sánchez, doctora en medicina de profesión, a pesar de la evidencia del comportamiento anómalo de su compañero, se olvidó del juramento hipocrático y solo tuvo en cuenta que aquel horrible hombre la había molestado con sus desagradables comentarios. Como una niña ofendida, se acercó a mí y me dijo que llamáramos por teléfono a la familia de Arsenio para que se lo llevaran de allí.
Como responsable del negocio, me fui a hablar con nuestro travieso alumno para intentar convencerle de que depusiera su actitud y no fuera tan sincero, pero solo conseguí ser su siguiente víctima. Me miró como a los demás, sonriente y socarrón, y me dijo: tú lo mejor que puedes hacer es callarte, porque siempre nos estás analizando y observando con cara de juez, pero no tienes narices, como yo, para decirnos a la cara lo que estás pensando de cada uno de nosotros.
Ya no había quien detuviese a Arsenio. Como si fuera un temerario torero se recreaba en su suerte y ahora se dirigía a lidiar al cuarto morlaco. En esta ocasión no midió sus fuerzas, porque fue a torear a Tatús, una alumna de armas tomar con más mala leche que un sargento chusquero de la Legión. Ajena a todo el revuelo que se estaba organizando, la mencionada Tatús se hallaba atacando a dos carrillos un plato de canapés, de espaldas y ligeramente inclinada hacia delante. Arsenio se quedó mirando a una parte generosa de su cuerpo, en concreto a una vasta región donde la espalda pierde su nombre. Y sin más, y por supuesto, sin el filtro previo que utilizamos los seres humanos antes de dirigirnos a nuestros semejantes, le descargó a bote pronto la siguiente frase: ¡vaya pandero que tienes! Me están dando unas ganas de tumbarte sobre mis rodillas y pegarte unos azotes...
La reacción de Tatús no se hizo esperar. Como si la hubieran puesto un hierro candente sobre la mencionada parte, se incorporó y se fue hacia Arsenio con el arranque de una res brava, al tiempo que le decía: tú lo que eres es un viejo verde, cacho c a b r ó n. Si me das un azote en el culo, te meto cuatro hostias que te pongo mirando a Murcia.
Creo que si el profesor y yo no llegamos a intervenir, la fornida Tatús hubiera estampado al enjuto Arsenio como un sello contra la pared.
Afortunadamente, a los pocos minutos llegó su yerno, avisado por teléfono, a buscar a nuestro locuaz alumno.
-Venga, Arsenio, vamos a casa -le dijo.
-Que va, yo de aquí no me muevo -le contestó con cara de muñeco diabólico- ¡Si me lo estoy pasando de p u t a madre!
Después de insistirle mucho, conseguimos por fin entre su yerno, el profesor y yo convencerle para que se marchara a su casa.
Aquel suceso me hizo pensar en la fragilidad de la mente humana que, sin previo aviso, puede llegar a hacer saltar por los aires su endeble tapadera y llevarnos a alcanzar el punto de ebullición.
Gregorio Tienda Delgado
30-12-2013 11:46
Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 7 relatos.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.
Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
23-12-2013 18:39
Amigos y amigas, compañeras y compañeros escritores.
A partir de hoy lunes 23, solo comentarios. El día 30, nuevo tema, nueva etapa.
Felices fiestas y mis mejores deseos para 2014.
Un abrazo para los caballeros, un beso para las damas.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
caizán
21-12-2013 22:53
CUENTO NAVIDEÑO
El taxi marchaba raudo por la ciudad, nada interrumpía su andar. Adentro, una pareja en silencio, pensando:
Él—Debo elucubrar algo que justifique mi ausencia para las fiestas. No recuerdo qué dije el año pasado, seguro que ella lo recuerda y si llego repetir la excusa, arderá Troya. ¿Qué dije el año pasado? Cuando lo sepa, lo anotaré, y el de este año, el próximo empezaré cuatro meses antes. Uno debe ser prolijo con estas cosas, las mujeres tienen un pendrive de varios terabytes, todo lo registran, nada borran, y si te equivocás, te dirán que hace treinta años, a las tres de la tarde, yendo para la casa de la tía Manuela – que era insoportable – le dimos esa misma razón para pasar el fin de semana fuera de casa. No, eso lo tengo que analizar con calma, cualquier error podría terminar en una reyerta y ya estoy cansado de peleas que a nada conducen.
Ella—Seguro, terminaré sola, en casa, como siempre. Pasaré las fiestas con mi hermana, llorando y escuchando sus palabras: “Coca, tenés que aceptarlo, cuando muere el sexo en la pareja, comienzan los conflictos. Nosotras, las de nuestra generación, somos muy capaces en manejar la casa, los hijos, las necesidades de nuestro marido y nos olvidamos de la primera: La sexualidad, la de la pareja. Cada vez que hablamos de esto vos me salís con esas historias dignas de la abuela. ¡Coca!Coca, el sexo es importante para los dos, no solo para los hombres, si no te mentalizás, si no te incluís ¡tú matrimonio se va a la mierda! Tu hija en Alemania, tu hijo en Londres; quedaron: vos, la casa y tu marido. Tu prioridad es la casa, se puede ir a cualquier hora y está impecable, pero él, se va por la mañana después de tomar el desayuno que le preparás, y se va ¡Se va! ¿Entendés? No es una figura retórica, cada vez vuelve más tarde. Esto no se arregla llorando, hay que afrontarlo y tomar una decisión, si lo querés, dejá los remilgos que te han llevado a esto y cambiá. Vos también tenés una vagina ¡Usala, carajo!
Él—Todos los días recuerdo las sugerencias de Raúl: “viejo, vivir así no tiene sentido", aceptalo, esto no va más, tenés que sentarte a conversar con ella para lograr una separación consensuada, "los dos se merecen una vida mejor” En esto sí tiene razón: los dos nos merecemos una vida mejor. Pero ¿por qué por separado, por qué no, juntos? Ésta es la parte difícil para decidir qué hacer, ni siquiera tengo la excusa de ser cornudo, desde la partida de los chicos, poco a poco se fue “enfriando” y ocupándose cada vez más de la casa. Qué difícil es terminar algo que era:”hasta que la muerte nos separe”, bueno, aclaremos, nadie nos dijo a qué muerte se refiere esa frase…
Ella—Oscar ¿es tu celular?
Él busca el celular—Diga— (escucha) ¿Sos vos Anita?— (escucha) –Sí, sí. Esperá que te doy con mamá. Tomá—le pasa el teléfono.
Ella--¿Cómo estás hija, bien?—escucha--¿Rodolfo también? Nena, que alegría ¿Cuándo, a qué hora? Sí, estaremos allí. Esperá que te paso con papá así le contás. Un beso mi amor (le pasa el teléfono)
Él—Sí Anita (escucha) ¿Los dos? –Escucha –Hija, será una Navidad maravillosa ¡Los cuatro juntos! ¿Y cuándo llegan?—escucha—Bueno, los vamos a buscar con mamá. Un beso grande. Esperá, te doy con mamá para despedirte. Hasta luego, hija.
Mientras ella habla con su hija, él mira la calle, distendido. Sus ojos se detienen en el cartel colocado en el respaldo del chofer, con sus datos personales, lee: Nicolás Paz.
Ella termina la conversación y el taxi llega a su destino. Él pregunta el importe, paga y deja cinco pesos de propina al conductor. Ambos bajan y se van.
El taxi parte, morosamente. Dentro, el taxista sonríe y piensa: No sólo con renos y trineo podemos dar felicidad.
JSM
Observador
18-12-2013 21:51
FRÍO
Hoy es 24 de diciembre. Amanece en el solitario bosque y Arcadio ve caer los copos de nieve a través del cristal de la vieja cabaña. La imagen le recuerda a esas esferas transparentes, con un paisaje en su interior, que al agitarlas desprenden unas partículas blancas simulando el efecto de la nieve. “En cierto modo, la Navidad es algo parecido -reflexiona-: un paisaje artificial donde se proyectan ilusiones, que la dura realidad desvanece como copos de nieve al tocar la superficie”. Siempre ha tenido ilusión por la Navidad, pero desde que ocurrió la tragedia (hoy hace un año), su vida dejó de tener sentido. Ahora solo vive para alimentar la venganza.
Hace frío en la cabaña, pero Arcadio no puede encender la chimenea porque se darían cuenta de su presencia. Lleva varios días en paradero desconocido y así va a continuar hasta que cumpla su cometido. Fue una suerte guardar una copia de las llaves de la vieja cabaña de su difunta hermana soltera. Es un escondite perfecto para ejecutar su plan; no hay casas en diez kilómetros a la redonda y solo él conoce su existencia.
Tradicionalmente la Navidad es una época de alegría para celebrar en familia, pero su mujer y sus hijos perdieron la vida el año pasado, aquel fatídico 24 de diciembre, cuando su esposa decidió abrir la llave del gas y poner fin a sus penurias económicas, llevándose consigo también a sus dos hijos. Marta no pudo superar la inminencia del desahucio y tampoco quiso que Ana y Pablo lo padecieran. Arcadio ya no la culpa. "La desesperación le hizo cometer aquella locura. Después de todo, ella y los niños han sido tres víctimas más del sistema" -piensa.
El corazón de Arcadio se ha convertido en un enorme bloque de hielo incapaz de fundirse. Solo vive para ser el brazo ejecutor, en nombre de tantos desfavorecidos por ese rodillo implacable y cruel que destruye familias inocentes como la suya.
La Navidad suele ser esa época del año en la que todos nos sentimos más generosos, dejamos atrás los rencores y confraternizamos con el prójimo, pero cada vez que recuerda aquel nefasto 24 de diciembre, la rabia le inunda el cerebro y los ojos se le inyectan en sangre.
De pronto se oyen ruidos en el sótano de la cabaña. “El perro debe de estar inquieto porque intuye que voy a iniciar pronto la cacería” -piensa.
A su mente acude con nitidez la imagen de don Anselmo, el director de la sucursal, ofreciéndole aquel producto que, según le aseguraba, iba a cambiar su vida (y ¡vaya si la cambió!). Durante tres meses seguidos sufrió el acoso y derribo de don Anselmo hasta conseguir que le diera su conformidad. “Él es así, como un perro de presa al servicio de su todopoderoso amo -piensa-, y yo era una víctima propiciatoria. Es lo que tiene el sistema: los de la cúpula ponen a trabajar a sus peones para mantener su privilegiada situación. A fin de cuentas, don Anselmo solo es un pequeño eslabón de la cadena. Pero el muy hijoputa se guardó una información fundamental: el banco estaba en números rojos. Ellos lo sabían antes de ofrecer el producto, por eso lo querían colocar a toda costa antes de que estallara el escándalo y los medios de comunicación difundieran la noticia de que estaban en quiebra. Ahora los de siempre estamos pagando los platos rotos y ellos han salido impunes. Cuando la justicia no funciona, los ciudadanos tenemos que ser juez y parte”.
No fue difícil reducir a don Anselmo. Arcadio solo tuvo que observar sus movimientos durante unos cuantos días (es un tipo bastante solitario y de costumbres fijas) y aprovechar la ocasión propicia para abordarle en la calle, cuando no hubiera testigos. “Se cagó de miedo cuando le apunté con la pistola a la cabeza -recuerda-. Su cara de individuo frío y prepotente se convirtió en la de un corderito llorón y asustado. Estos tipos no son nadie fuera del parapeto de sus despachos".
Arcadio se pone una barba blanca postiza y enfunda su cuerpo en un traje de Papá Noel. Después baja las escaleras del sótano de la cabaña portando una artificial sonrisa navideña en su rostro.
-¡Oh, oh, oh! Feliz Navidad, don Anselmo. Vengo a entregarle su regalo. ¡Comienza la cacería!
Gregorio Tienda Delgado
16-12-2013 23:08
UNA NOCHE ESPECIAL
El viejo Juan José, después de programar la música que le deleitaría esa noche de Navidad, se dejó caer en su sillón de lectura frente a la chimenea, dispuesto a destapar una botella de vino, reserva especial de las que tenía almacenadas para la ocasión. Colocó el teléfono en uno de los reposabrazos del sillón para observar el tintineo de las bombillitas multicolores del arbolito de navidad y desde allí, recibir cómodamente las llamadas de felicitación de sus amigos, hasta la llegada de sus hijos y otros familiares, que tradicionalmente cenaban junto a él.
A lo largo de sus 82 años de vida había saboreado noches de Navidad inolvidables, pero desconocía que ésta sería la más especial de todas. En el comedor, la cena que había encargado a un restaurante, estaba lista. Sin embargo, el antiguo reloj que estaba situado frente a él, marcó las 23:30 horas y el teléfono no había sonado y nadie había venido. Un poco inquieto, Juan José decidió acercarse hasta el balcón de la segunda planta de su casona, desde donde observó un movimiento infrecuente entre los moradores de las humildes casas de los alrededores. Al sonar las 12 de la noche, se despertó un júbilo desconocido por él.
Los vehículos hacían sonar sus cláxones, el cielo se llenó de luces multicolores, los villancicos que en toda la noche se escuchaban tenuemente, subieron a escala más alta; alegría y ruido por doquier. La gente se abrazaba, se besaba, se felicitaba, la muchedumbre estaba como borracha de una felicidad que parecía incontenible, inundada de unos arrebatos y de unos entusiasmos que a Juan José le eran ajenos. Estaba desconcertado. Desconocía que las personas más pobres, pudieran disfrutar de tanta felicidad.
Por primera vez se sintió prisionero de su mejor posición social. Aquellos desposeídos que le circundaban estaban felices, y dentro del estupor que le embargaba junto a la gran soledad que ocasionaba el que sus amigos no le hubieran llamado y que sus familiares no hubieran llegado, reflexionó:
––He sido un hombre bueno, he practicado con humildad los mandamientos del Señor, la caridad y la justicia. ¿Qué he hecho mal? Nunca le he causado daño a nadie. Mis viejos amigos me llamarán, y mis familiares vendrán a cenar conmigo.
Pero los minutos pasaban y nadie llegó. El teléfono tampoco sonó, por lo que un sentimiento grande de nostalgia y soledad se apoderó de su corazón y se arrodilló allí mismo, fijó su mirada en el universo estrellado y se preguntó con toda la fuerza de su corazón:
––¿Por qué? ¿Por qué Señor estoy tan solo en esta noche de pascua?
––Por creer sólo en mí, hijo mío, ––pareció contestarle una de las estrella, la más brillante de todas.
No lo podía creer, ––debe ser el vino, pensó.
––No es el vino, repitió la voz que parecía venir de la estrella. ––Preguntaste y te contesté.
Era innegable que la estrella le estaba hablando, por lo que preguntó:
––Y entonces, Señor mío, ¿en quién debo creer?
––En el hombre, hijo mío, repitió la estrella, desapareciendo de la vista del anciano.
Una media hora después, él había tomado ya la decisión única e inaplazable de un hombre a quien Dios privilegió con sus palabras. Con el rostro resplandecido, sonreía, cenaba con los pobres, un poco apresurado, ya que el teléfono no paraba de sonar. Afuera, los vehículos de sus amigos y familiares, se estacionaban delante de su casa.
Justo en ese momento… se despertó. El cielo empezó a cubrirse de nubes, y una obstinada llovizna acarició su soledad mientras empezó a escuchar los cristalinos acentos del villancico noche de paz, que empezó a sonar en su flamante aparto de música…
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Tigana
16-12-2013 18:50
La Muerte está de Ronda
Se va a caer. Tengo que avisarla, he de llegar hasta ella y apartarla de la ventana. El árbol de navidad se bambolea, se está cayendo. ¿Es que sólo yo me doy cuenta? Tras la ventana no hay nada, solamente un vacío oscuro y enorme. La noche se la tragará.
¡No! Ahora no quiero nada, déjame en paz, quiero llegar hasta el otro extremo de esta enorme sala, quiero llegar hasta la chica de la ventana. ¿No ves que la muerte está de ronda? No la ves, es el espectro mortal el que me sonríe. Pero ¡déjame de una vez! No, no quiero beber ni escucharte. Me aburres con tus nimiedades. Ahora he de llegar a tiempo de salvarle la vida.
Voy a gritar; pero ¿para qué, si es lo que está haciendo todo el mundo? No me oiría nadie, ni ella ni ninguna otra persona. Parece que la ciudad entera está dentro de este piso, a cada paso que doy surgen más personas de debajo del parquet.
No oigo nada dentro de este bullicio, sólo veo su imagen enmarcada por el cerco de la ventana y un enano que baila delante de ella el claque. Y junto con la imagen alta y descarnada que tiene a su lado se forma el cuadro mortuorio. La verdad representada por su tragedia inmediata que es la caída inevitable.
¡Pero no! ¡Yo la puedo evitar! Si me dejan… No, ahora no quiero ningún matasuegras, ni serpentinas de colores. No tengo nada que celebrar ¡joder! ¿Es que todos queréis verla morir? Verla aplastada contra la acera y sus sesos desparramados. ¿Es eso, verdad? Os falta el morbo en la fiesta.
Veo que ella me mira y me sonríe. Me está llamando con su mirada. Y a la vez mira al abismo. Me está diciendo ven, sálvame, no me dejes morir. ¡Quiero vivir! ¡Oh no! Ahora lo sabe, me mira resignada, es la sonrisa del ataúd. Veo una lágrima de sangre. Tiemblan sus manos. Me implora ayuda, porque a su lado no hay nadie. No hay gente, no hay suelo, no hay vida.
El árbol se acerca a ella y la empuja. Se aferra a una rama, pero el árbol se ríe y aparta su mano. Ella ya no está. Ahora nadie se ríe. Nunca el silencio hizo tanto ruido.
El camino de vuelta a casa es una pesadilla. Mis pasos la están pisando. El crujido de la nieve es el son de sus huesos al romperse. Los charcos son sangre. Dedos acusadores me señalan: “asesino, tú la dejaste morir”.
Por favor, que sólo sea un mal sueño, que alguien me despierte ahora mismo. No puedo seguir pisando huesos toda mi vida.
El teléfono no para de sonar y me asusta. Su sonido me taladra como el viento helado taladró su cuerpo mientras caía. Su insistencia me tortura, tanto como el recuerdo de sus mudas súplicas. ¡Deja de sonar!
Por fin enmudece y el sueño me envuelve. Descansar al fin. Sueño con esa negrura. Me precipito hacía lo negro. Y allí está ella:
“¿Por qué no me ayudaste?”
Fuera de los límites de la raza canina, el libro es el mejor amigo del hombre; dentro de los límites del perro no hay suficiente luz para leer. Groucho Marx