| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Gracias JJ. Lo publico en GB. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Jose Jesus Morales |
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La frontera imposible Por pura casualidad una tarde tropecé con ella y ya no me encuentro bajo la piel que me cubre. Ella caminaba por un sendero de acacias que habitualmente yo recorro y de inmediato un corrientazo en la columna vertebral me dejó inmovilizado. Cerré los ojos un instante y me asfixió el aroma de su piel al pasar junto a mí, sin siquiera poder articular una palabra me perdí detrás de sus piernas perfectas y su imagen se grabó en mis pupilas.
Un impulso más fuerte que mi miedo me obligó a seguirla y detrás de sus pasos, sobre sus huellas, la noche se me vino encima. Acompañé su sombra y me dejé envolver por la estela de su luz. El miedo me mantuvo detrás de ella y me impidió acercarme, pero puedo asegurar que estuve en esos lugares asombrosos y desconocidos que yo conocía por referencias, pero no me atrevía a visitarlos. Encerrado en los límites que el temor impone me conformaba con imaginarlos. Finalmente, ella llegó a su casa, vive en un anillo de departamentos alrededor de una fuente. Esperé a que se encendieran las luces del departamento y vi su silueta una vez más en el número 55.
Regresé a mi casa maquinando posibles encuentros, tejiendo complicadas tramas, urdiendo trampas, elaborando argumentos, intentando artificios de conquista, ideando maniobras probables, ingeniando estrategias.
Los gestos de esa muchacha, sus cabellos negros. recogidos en una brillante y sedosa cola de caballo bailando frente a mis ojos, se quedaron tatuados a fuego en mi recuerdo y ya no puedo, ni quiero, ni soporto el olvido.
Me desconozco, de la noche a la mañana dejé de ser la persona que con cuidado mide cada palabra que pronuncia y se asegura de cada paso para avanzar, que con rigor planifica sus días para asegurar el futuro. Ahora voy a impulsos, ciego, con la imagen de esa muchacha sin nombre guiando mis acciones, creo haber encontrado en ella la desconocida y sempiterna luz de mi existencia y quiero que su luz me alumbre para siempre.
Al amanecer ya estoy en pie, la ansiedad es mi dueña y obliga acciones más bien desesperadas. Voy directo a su casa, ella abre la puerta y yo le entrego un ramo de rosas amarillas, la miro a los ojos y atropellando las palabras, para no dejarlas atravesadas en mi lengua, digo.
-Permiteme ser tu esclavo y con esa excusa poder seguir viviendo.-.
Con una sonrisa me hace pasar y quizás, acostumbrada a estos desafueros ajenos, contesta.
-Tienes que saber que soy un espíritu libre y el desapego es mi forma de vida. Hace mucho rato deseché los ritos, porque al hacerse imprescindibles su único fin es ocultar la verdad-. -Vivo sin ceremonias, atiendo mis impulsos inmediatos y no permito ni siquiera, que las condiciones climáticas gobiernen mis estados de ánimo, no mido el tiempo y disfruto los cambios de estación y los regalos que la brisa me ofrece. No utilizo reloj como prenda de vestir, en cambio, me adorno con semillas de rudraksha, con collares de piedras costosas, con cuentas de habichuelas, con cuerdas tejidas de colores-.
-Esta noche me voy a Estambul, quiero ver el sol levantarse mañana sobre el Bósforo mientras como aceitunas, queso feta, yogurt y tomo café turco desde una terraza empinada-. -Quiero pasear una vez más por la iglesia de la Divina Sabiduría, la Santa Sofía-. -Voy a contemplar desde el suelo, desde mi pequeña estatura, el pináculo dorado de su Bóveda-. -Entrar a la Mezquita Azul con los pies desnudos y mis cabellos cubiertos con un manto de hilo-.
Intenté hablarle y me interrumpió. Adivinó en mis ojos desesperados las palabras que no me permitió pronunciar.
-No repitas lo que dicen los informativos de las protestas y los peligros que se esconden en las calles de Estambul, que hoy están envueltas en la autoritaria oscuridad que la gobierna-. No intentes detenerme, ni manchar la simple transparencia de tu sinceridad, con el temor a la incertidumbre de lo desconocido-.
-Cada día hay una revuelta en el mundo-. -Las palabras incendian los campos más apartados y hasta en el el cielo se presentan señales de mayor violencia que las del mismo fuego-. -Cada hora se muere y se nace y por eso no deja de girar esta enorme bola, esta esfera que gira sobre su eje sin detenerse y sobre la que estamos parados sin ninguna certeza de lo que nos depara el próximo minuto, el siguiente paso y desconocemos las dificultades que enfrentaremos para cumplir nuestros sueños.
-Nos vemos en el aeropuerto-. Dije como despedida. Y corrí a la embajada con el peso de mi ignorancia a solicitar una visa de urgencia. Tropecé con la reja cerrada y el candado de los reglamentos inflexibles, con la reticente negativa de un funcionario armado, que viste el uniforme de la guardia turca y que con cierta impaciencia ante mi terca insistencia, me explica, tropezando con un idioma que le es extraño, que los viernes no se atienden solicitudes, que debo volver el lunes y que sí se me otorga la visa para visitar Estambul, el trámite tiene un valor de 100 euros y tarda tres días en ser procesado. |
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| Jose Jesus Morales |
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Creo que tambien junto con Rodrigo estás con el nuevo grupo Buho. Yo generalmente lo que publico aquí, también lo publico en ese FB. Lo nuestro es escribir y entregarlo para que lo lean. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Gracias, JJ por tu extenso comentario, y por la impresión favorable que te ha causado el texto. Cuando dices de publicarlo en el otro grupo, no tengo inconveniente. ¿A qué grupo te refieres? Dímelo y lo publicaré. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Jose Jesus Morales |
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La Jugada El día que cumplió veintiún años, Ricardo Sotomayor no pudo celebrar su onomástico como había planificado. Distintos, variados y diferentes acontecimientos se confabularon ese dos de febrero de 2012 y acabaron con sus pretensiones. De signo piscis, Ricardo encuentra en los números abstractos una fascinación digna de un conspicuo matemático, pero su interés en los números se circunscribe al juego de las posibilidades, al azar de encontrar en los números el camino para salir de la miseria en la que está sumido. La desgracia que acompaña a Ricardo es el producto de haber comprado la equivocada idea de hacerse rico sin ningún esfuerzo y desdeñar otras alternativas más efectivas, pero que según su criterio, significan demoras para ese, su único objetivo. Ricardo espera un golpe de suerte, lo ha seducido la extravagante idea, de que un golpe inesperado de suerte cambiará su desventura. Ricardo apuesta cada día a ese espejismo. Este dos de febrero Ricardo está convencido que su gran oportunidad de romper con el infortunio que lo acompaña ha llegado al fin. La suerte hasta ahora le ha sido esquiva, cuenta con algunos triunfos insignificantes, que le permiten no andar descalzo por la vida, ni con los zapatos rotos bajo la lluvia, pero en ningún caso es la fortuna que cree merecer. Ricardo ha perdido en el juego todas sus economías y el sueldo no le alcanza para pagar las deudas de sus apuestas. Esas continuas derrotas no lo amilanan, por el contrario, crece en él la pasión desenfrenada de jugar y elabora combinaciones de números aleatorios, a los que se aproxima utilizando descabelladas teorías, que lo acercan al número que cambiará su vida, al número de la fortuna, al número de la suerte. En estos últimos días, antes de su cumpleaños, se ha instalado peligrosamente en su pensamiento la estrafalaria idea, de poseer el número que lo hará poseedor de la fortuna con la que sueña. En la Oficina descuida sus delicadas tareas de fin de mes, pagos impostergables, movimientos presupuestarios, cobros, cálculo de intereses y aplicación de los estatutos vigentes, lo que se traduce en una pérdida considerable de dinero para la compañía. Un descuido imperdonable. Sin razón alguna, pero impulsado por motivaciones que soy incapaz de comprender, Ricardo se dedicó la última semana del mes de enero a la cábala, ciencia, que según sus propias palabras, -permitirá reventar los números y eclipsar la mala suerte que lo acompaña-. Ricardo me comentó con ojos alucinados: que en las ventas de libros usados encontró un libro titulado “Transforme su vida a través de la Cábala” que el libro se lo leyó de un tirón el mismo día que lo compró y me señala con suficiencia la fecha, ese día fue el 12 de enero del 2012, a los 21 días exactos de mi cumpleañós. Fascinado, Ricardo intenta explicarme, convencerme, de que precisamente hoy, día de su cumpleaños, cambiará su suerte, él ha descubierto, dice, la combinación numérica perfecta, en su poder tiene el único número ganador de la lotería. Al fin, el triunfo al que está destinado está al alcance de su mano. Temblando de emoción, sin poder contener el entusiasmo, sobre un papel me muestra las ideas concluyentes de tamaña afirmación:
12 -El día que compré el libro de la cábala.
1 -El mes de enero, inicio de año y mi iniciación en la cábala.
2012 -Fecha del año que vivimos.
2 -El día de mi nacimiento,
21 -La hora que vi la luz por primera vez.
2 -El mes en el que nací
21 -Los días entre mi cumpleaños y la adquisición del libro. Según la teoría que elabora Ricardo, todas las leyes del Universo giran en torno al número 3 y el 21 es el número cabalístico por excelencia, ya que representa las leyes del Universo y este día especialmente está marcado para su fortuna. -Hoy cumplo 21 años-. Ricardo afirma con convicción: -Yo debo comprar el número ganador de la lotería a las 12 del mediodía-. Mi fortuna se inicia a las doce del día de mi cumpleaños-. Con una sonrisa de triunfo me mostró el número al que está asociado su destino. 21 - 2 - 12 -Nuevamente el 3-. -El número 3 repetido desde cualquier ángulo que lo mires y el 21 para cumplir la cábala-. -La combinación es perfecta-. Dice. Ricardo lleva también por cábala, un pequeño iman circular a la altura del corazón, en el bolsillo de su camisa, un cordón amarillo con siete nudos, en el bolsillo de su pantalón y se ve así mismo comprando el número ganador. Una sonrisa de triunfo indiscutible asoma a sus labios en el momento que atraviesa la calle en busca de su suerte. El número 21 se le vino encima, en un instante único las leyes del Universo se acoplaron y el 21 atropelló todas las combinaciones de números y posibilidades. Todo lo demás perdió brillo para Ricardo Sotomayor el día de su cumpleaños y quedó a las 12 del mediodía del día 2, del mes 2, del año 2012 bajo las ruedas del camión que luce un enorme 21 en su parachoques. EL jefe de la Compañía esperó inútilmente el regreso de Ricardo Sotomayor con la carta de despido sobre el escritorio. |
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| Jose Jesus Morales |
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Macarena es el título del texto que Gregorio nos entrega y también, es el nombre de la mujer que encarna a todas las mujeres que sufren al lado de sus hijos de la violencia de sus maridos, sus parejas, sus novios, sus padres. Descarnadamente y eliminando todos las palabras que puedan suavizar la horrible situación que viven millones de familias, Gregorio nos relata o dibuja con trazo firme de lo que es capaz el ser humano y en defensa de la integridad física de sus hijos, a pesar de las consecuencias Macarena decide enfrentar a su agresor y finalmente termina muerto. Hace justicia por propia mano y la justicia la castiga, en este caso le condonan la pena impuesta, pero en la mayoria de los casos la justicia no apoya a las victimas. Es un buen texto que puede considerarse perfectamenete como Crónica y que por su calidad y el tema tratado, sugiero que también se pulique en el otro grupo, a ver si genera alguna discusió o sensibilizaciñon, ante esta situación nunca está demás actuar, sobre todo si nos colocamos al lado de las victimas. |
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| Jose Jesus Morales |
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La rutina asesina
En la mayoría de los casos los hábitos son malas mañas y la costumbre una práctica detestable. La rutina oxida los reflejos y casi sin darte cuenta eres un blanco predecible y la indolencia se convierte invariablemente en el vehículo que te lleva a la tumba.
En todos los talleres y cursos de seguridad a los que he asistido, se insiste en la necesidad de terminar con la práctica de la rutina, de romper con las costumbres adquiridas, de acabar con la manía de repetir los pasos ya andados y sobre todo, no frecuentar el mismo lugar por ningún motivo, no tomar un camino único para llegar a la casa, o al trabajo y se nos exige ser creativos si queremos seguir vivos.
Mi amistad con Tom, dueño y barman de un ruidoso local al este de la ciudad, tiene más de veinte años, él me ayuda con consejos y valiosas informaciones que me han permitido resolver difíciles casos y también salvar la vida en algunas oportunidades en las que me tocó arriesgar el pellejo.
Tom es un confidente confiable y visitarlo es una costumbre que no puedo evitar, utilizo diferentes caminos, complicadas vías, horarios contradictorios, pero al frecuentar a Tom soy consciente del riesgo que corro.
En el bar de Tom me quedo mirando el engañoso destello de los genios encerrados en frascos de cristal, herrumbrosos colores de alcoholes que se repiten en el gran espejo de la pared. Me hipnotiza la falsa sensación de quemar ilusiones en un mechero.
En la barra le comento a Tom en tono de broma:
-Estoy entre dos peligros abrumadores y esta noche no sé por cual abismo decidirme-. -Desde el extremo izquierdo la desalmada mafia rusa me empuja a un vodka helado y desde el lado derecho del abismo, el feroz cartel de Sinaloa obliga un tequila reposado-.
Tom pule su copa sin abrir la boca, pero a mi lado, una voz oscura de mujer, una voz enronquecida por el humo de todos los cigarrillos del mundo contesta.
-Quédate en la cuerda floja-. -Entre la perversidad y la depravación de la Ciudad de Nueva York y acompáñame con este Old Parr Superior, que no tiene comparación-.
Giré y miré fijamente en sus ojos verde botella un brillo de mentiras escondido entre esmeraldas. -Mi nombre es J.B-. Y extendió su mano.
-Yo soy Scott-. Dije. Y estreche su mano sin anillos.
Ese simple acto me permitió conocer mucho más de J.B. que toda la conversación que mantuvimos dando vueltas a círculos concéntricos, sin acercarnos a ninguna verdad y sembrando mentiras sin raíces.
Supe por el calor y la firmeza de la mano, que J.B. es una mujer ambiciosa, que su extraordinaria voluntad la mantiene viva, que en los extremos del peligro encuentra placer. Por las uñas largas y curvadas, pintadas de rojo, perfectamente cuidadas, estoy seguro que es extraordinariamente posesiva. Termina el apretón de manos con un gesto preciso y demuestra que es metódica en su manera de actuar y conducirse. Por sus dedos largos, sé que tiene en un alto valor la estética y lo compruebo al ver su blusa de seda plateada y el pantalón negro talle alto que viste con elegancia.
J.B. Al finalizar el cuarto whisky, con la seguridad de ser dueña de la noche me conmueve.
-Vamos a mi casa-. Dice, -pero no quiero que me confundan, sígueme, encuéntrame en San Patrick con Vincent en cinco minutos-.
Llegué a la calle que me indicó y detengo mi auto detrás del suyo, ella arranca conduciendo un Volvo blanco. Llamo desde mi celular y solicito información de la matrícula, me informan que el auto es robado.
Este fenómeno no me lo esperaba y de inmediato solicito apoyo para mantener un protocolo de seguimiento, debo saber cuál es la jugada, necesito respuestas urgentes.
Me mantengo detrás del Volvo, el apoyo viene en camino y de improviso, desde una esquina, un camión sin luces se me echa encima. Por puro instinto saco la pistola, le disparo al conductor y acelero a fondo para salvarme, el Volvo desaparece y pienso: la rutina es mi asesina, tengo que buscar otro lugar para encontrarme con Tom. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Mi aportación para la primera quincena de agosto. TEMA: VIOLENCIA EN EL DOMICILIO MACARENA Macarena fue maltratada desde que tenía 18 años. Convencida de que había encontrado a su príncipe azul como en los cuentos, se enamoró de un joven policía, Gonzalo Soler Parra, que tras un año de noviazgo le propuso matrimonio, y fue a vivir con él en la casa de su madre. Al principio todo era de color de rosa en la casa de su suegra. Tenía que lavar, planchar y otras faenas de la casa. Lo hacía a gusto, y estaba bien con su familia. Sin embargo, al poco tiempo, Gonzalo empezó a ponerse celoso sin motivos, a prohibirle que hablara con los vecinos, que saliera, a castigarla dándole golpes, y tuvo muchos problemas con él. La maltrataba psíquica y físicamente, y ella tenía el temor de que quizás algún día la iba a matar. Cuando llegaba por la noche, borracho, tenía que saltar por la ventana, quedarse afuera hasta que se dormía, y su suegra le abriera la puerta, porque él la cerraba por dentro. Tuvieron dos hijos, un niño Esteban, y una niña, Isabel, y su suegra se marchó a vivir con su hermana. Y a medida que los niños iban creciendo, también los maltrataba; les daba bofetadas y caían al suelo. La ofendía diciéndole que era una zo-rra, y cuando le pegaba, le dejaba moratones en distintas partes de su cuerpo. Durante nueve años, los golpes le provocaron serias lesiones en sus pechos y en otras partes de su cuerpo. Se convirtió en una persona de reacciones violentas. No solo le pegaba, sino que también la ofendía, diciéndole que era la zo-rra de todos los vecinos, que eran sus amantes. Lo aguantó a pesar de que le pegaba. Su aguante, y su resignación, también eran herencia del clima violento que vivió desde niña en su hogar cuando su padre, después de pegarle a su madre, la amenazaba apuntándole a la cabeza con una pistola. Era algo que no se podía explicar. No entendía porque su madre vivía con un hombre así.
En el Centro Social le ayudaron mucho con sus hijos. Le ayudaban, porque le daban tranquilidad, y también algunas cosas; ropa y alimentos, porque Gonzalo se gastaba casi todo el sueldo en su adicción a la bebida. Le preguntaban si a los niños los maltrataba, y ella les decía que no, porque le daba terror, y porque Gonzalo le decía que podía denunciarle, que la Policía no le iba a hacer caso. Lo denunció dos veces, tramitaron sus denuncias, pero no surtieron efecto; no llegaron a juzgarle.
Al principio, se dejó manipular por no discutir, por disfrutar su relación. Pero llegó un momento que también se sentía harta de su carácter agresivo, y se consolaba pensando que todos los hombres eran iguales, que así eran las relaciones, que debía olvidar lo negativo, y ver lo positivo. Se alejó de su familia, de sus amigos, de sus costumbres, de su vida. Lo puso en primer lugar, antes que a su trabajo y que a cualquier otra cosa. Cuando intentaba hablar con él de lo que sentía, le decía que estaba loca que fuera a terapia psicológica. Pero ella estaba bien cuerda. Callaba, no expresaba lo que sentía, y poco a poco, fue mermando su voluntad. Todos le decían que lo dejara, que no valía la pena, y decidió valorarse, quererse, decidir por sí misma, escuchar a su cuerpo y a su mente. Muchas veces su cuerpo le avisaba de que tenía un límite, que debía reaccionar. Entonces, como la policía no solucionaba su problema, decidió enfrentarse a él. Se acabó la sumisión, se acabó el sometimiento. Si venía borracho, no se ocultaba. Él la insultaba, y ella lo insultaba a él. La tensión fue subiendo, y no sabía qué hacer si le atacaba, o atacaba a los niños. Cada día lo esperaba preparada para defenderse y sobre todo, defender a los niños, que previamente les decía que se escondieran. Y llegó ese día. Vino a las diez de la noche borracho, y nada más entrar se acercó a ella y le dio una bofetada que le hizo tambalearse. Corrió hasta la cocina y cerró la puerta. Él la siguió, la abrió, le puso las manos en su cuello y empezó a apretar con intención de estrangularla. En esa situación desesperada, cogió un cuchillo del cajón que estaba detrás de ella, y se lo clavó en el cuello. Un chorro de sangre salió a presión, cayó fulminado, y quedó muerto al instante. Entonces, llamó a su madre para que viniera a buscar a los niños que estaban aterrados, y cuando se los llevó, llamó a la policía. Mientras venían, pensó en las consecuencias. Sería detenida, juzgada y encarcelada por varios años. Sus hijos serían criados por su familia, y cuando saliera, volverían a ser una familia los tres. Aunque fuera un balance triste, era positivo, porque estaban vivos sus hijos y ella. De lo contrario, ella estaría muerta, y quizás sus hijos también. Eran las dos de la madrugada, cuando una mujer llamó a la comisaría. El agente que cogió el teléfono preguntó:
—Diga señora, ¿Qué le ocurre?
—Que he matado a mi marido. Quiero entregarme.
—¿Es una broma, señora?
—No es una broma. Lo he matado.
—Deme la dirección de su casa. Enviaré un coche patrulla con dos compañeros. Espere, no se mueva de su casa.
—Esperaré hasta que vengan.
Y cuando llegaron los agentes, evidentemente, un hombre yacía tendido en el suelo de la cocina, encima de un gran charco de sangre que se extendía fuera de su cuerpo. La brigada científica actuó, y comprobaron con su documento de identidad, que sin duda alguna, era su marido. Esperaron hasta que llegó el juez, que autorizó el levantamiento del cadáver, y se los llevaron a los dos; él al instituto de medicina legal para hacerle la autopsia, y ella a la comisaría para tomarle declaración. Como era un caso poco habitual, lo hizo el comisario Greg Treggod personalmente.
—Diga su nombre completo, señora.
—Macarena Gallardo Bravo.
—Ahora, dígame porqué mató a su marido.
—Porque de no haberlo hecho, me habría matado él, y quizá también a mis hijos.
—Describa cómo les maltrataba.
—Sí le diré lo cruel que era, y que ya no podrá serlo nunca más. Nos maltrataba, y llegó un momento en que temí por nuestras vidas.
Se comprobó que era verdad lo del maltrato, y el juez lo tuvo en cuenta como atenuante. Macarena fue acusada y condenada a dos años de cárcel que no cumplió, porque fue indultada cuando había cumplido seis meses. |
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| Jose Jesus Morales |
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Encuentro de amigos Un grupo de viejos amigos decidimos pasar un fin de semana juntos en el campo y aprovechamos los días adicionales que el ocasional feriado en conmemoración de una fecha patria le suma al fin de semana. Nos emociona reunirnos lejos de la ciudad y cerca de las montañas, con la esperanza de pescar rémoras, cazar liebres, perseguir algún jabalí y recordar el vitral de sueños que tuvimos. Mirar atrás en la nebulosa inconclusa del pasado, acomodar ese incómodo peso que mantenemos en silencio, comparar cuánto de los logros que soñamos no alcanzamos. Cada uno debe hacer un pequeño esfuerzo personal para cumplir con el encuentro, ya que todos tenemos compromisos con el demonio de la rutina, con ese engaño de la vida que nos encadena a elementos vacíos, a círculos cerrados, a las falsas ilusiones de la costumbre y nos convence, a fuerza de repetir los mismos actos, de la utilidad de nuestros días. Con cierto postín intentamos transponer el tiempo y engañar las horas persiguiendo un futuro que se parece mucho al tedio, al aburrimiento. Empeñado en llegar antes del anochecer al Carmen y encontrarme con mis viejos amigos no me quise detener en el camino. Perdí mucho tiempo intentando salir de la ciudad, el tráfico es insoportable, creo que todos necesitan escapar con la misma urgencia que me impulsa, que alguien los espera. Pareciera que se corrió el rumor de una epidemia en la colonia y nadie quiere quedarse a mirar el rostro de la muerte.
Encerrados en los autos, aferrados al volante, con la mirada fija en el camino y sus peligros, ninguno quiere quedarse y descubrir la incógnita aterradora que se esconde detrás de ese paso a lo desconocido. Al cabo de unas horas, finalmente, la ruta se despejó. Mantengo la velocidad promedio y no me detengo ni para tomar café, pronto oscurecerá y tengo prohibido manejar de noche, ya no me alcanzan los ojos para ver entre las sombras y con los años, los reflejos han disminuido considerablemente. No aparto los ojos de la ruta, ni me distraigo con el paisaje. Atento a los imprevistos del camino, me permito recordar que todos queríamos ser notables, figuras importantes de nuestra época, alguno, incluso, se perfilaba como un egregio de las letras, pero la vida se encargó de señalar otro camino para nuestro entusiasmo y terminamos convertidos en estos personajes grises, lamentables, apagados, con marcados rasgos de desencanto y que de vez en cuando nos reunimos para contar nuestras miserias, intentando sacarle brillo a lánguidos destellos ocasionales y continuar en el engaño de vida que llevamos. Dejé pasar el momento de ir al baño y ahora el tiempo me apremia, corro el riesgo de mojar los pantalones y agregar un desencanto más a la cuenta de los años, es urgente orinar. ya no pienso en la vida que no tuve, en las oportunidades desperdiciadas, ni siquiera en mi desinterés habitual, ahora mi único objetivo es contener el chorro, las ganas enormes de orinar.
Acelero, aumento la velocidad sin alcanzar límites temerarios, el dolor se intensifica y hago esfuerzos por contenerme. Detrás de una curva se perfila la casa y la cercanía se convierte de inmediato en alivio momentáneo. Estoy cerca, a un paso. Pierdo interés en el camino, todos los sentidos centrados en no mojarme los pantalones, en no agregar otra desdicha a mi propia desventura. Con el último esfuerzo detengo el auto y lo dejo atravesado de cualquier manera. El dolor es insoportable, en la puerta llamo con insistencia y a la vez manipulo a duras penas el cinturón. Doy pasos cortos frente a la puerta cerrada, aprovecho y me desabrocho el botón del pantalón con la intención de ganar algo de tiempo, finalmente, alguien se acerca y abre. Sin detenerme a saludar entro a la casa y corro al baño, con precipitación bajo el cierre y los pantalones caen con un suspiro de alivio momentáneo. Los dolores son intensos y creo que la vejiga se va a reventar en cualquier momento, en estos casos no puedo mear parado y necesito sentarme. Casi con alivio lo logro, espero unos segundos horribles con los ojos cerrados y el rostro entre las manos, al principio unas escasas gotas anuncian el chorro, es un hilo delgado y continuo, sin fuerza, pero el surtidor está abierto y se decanta el alivio a través de los vasos comunicantes. |
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| Jose Jesus Morales |
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María Teresa Tomaba el desayuno en un café que recién abrió cerca de mi casa y uno tras otro, los pensamientos se convirtieron en ideas que me permitieron elaborar una peregrina teoría sobre la conducta humana y los cambios de estación. Apenas se ha iniciado la primavera y el invierno es un pasado lejano, una triste página olvidada, el soplo de un viento helado que se pierde en los resquicios de la siempre frágil memoria.
El cambio se siente en el ambiente. Ya nadie se viste de negro, ni tampoco de gris. Las calles se han convertido en una pasarela de arcoíris y predominan el verde, el naranja, el amarillo y el azul. Los rostros, que antes se escondían entre bufandas y miraban al suelo evitando las traiciones del frío, ahora se han levantado y miran confiados el futuro, con la alegría dibujada en tonos de acuarela. La primavera es una estación capaz de generar locura colectiva, afloran a la piel con fuerza inusitada esos apetitos que estuvieron hibernando, envueltos en el mucílago de la presión social y los convencionalismos. En el ambiente se difuminan partículas invisibles, que nos imponen, nos empujan y nos exigen acciones compulsivas, nos hacen actuar como locos y nadie parece extrañarse con nuestra conducta, es posible, incluso, que la mayoría la acepte y hasta la comparta. Somos cómplices de exuberantes sensaciones, de necesidades inmediatas, de urgencias de la carne.
Olvidé por completo mis reflexiones, ante el firme olor a sándalo que invadió el lugar. El olor le pertenece a una mujer que entró vestida con una blusa de hilo color verde agua, la blusa con toda intención deja al descubierto los hombros de su dueña que invitan a descubrir otras texturas. La falda apenas acampanada es de un amarillo tostado, requemado, cubre las piernas hasta las rodillas y sus pies estan enlazados por las cintas de cuero de unas sandalias de tacón bajo, el cabello negro y suelto le llega a la cintura. Se instaló enfrente de mi mesa, al cruzar las piernas dejó ver algo más que sus muslos y me sembró la curiosidad de confirmar sí usa ropa interior. El olor a sándalo penetró en todos mis sentidos. La mujer mira la calle y persigue un pensamiento que se cruzó de improviso, busca la huella de esa idea que dejó una estela de recuerdos, recuerdos que hicieron brillar en sus ojos algunas nostalgias, que lograron escapar y desaparecieron intactas al cruzar la esquina. Por un momento me pareció que la actitud de intensa concentración de la mujer, le permitió entrar en esa dimensión en donde los caminos son seguros, no se corren riesgos, no hay amenazas, ni tampoco peligros que convoquen la presencia de temores. Estar sola se convierte en un placer sin nombre. Ella se internó en el laberinto de sus recuerdos y una de sus manos inició el abordaje de una ilusión que navegaba entre sus piernas, la mano subió despacio por sus muslos dorados que complacientes, abre paso al entusiasmo desde las rodillas. Con inocente descuido, con un gesto involuntario, humedeció sus labios y entrecerró los ojos un instante, aproveché ese momento para sentarme a su lado y preguntarle suavemente.
¿Necesitas ayuda? Me miró directamente a los ojos, retándome, midió en un vuelo mis posibilidades y contestó con chispas de picardía iluminando sus ojos verdes. ¿Te parece que necesito ayuda?
-Estoy seguro que sabes mucho mejor que yo lo que debes hacer, pero estamos en primavera, la sangre corre con mayor fuerza entre las venas y vas a necesitar ayuda, sobre todo, para terminar lo que acabas de iniciar-. Mientras hablaba, un impulso mayor que la propia timidez me obligó a colocar mi mano entre sus piernas y sin esperar respuestas inicie una caricia de vértigo, sentí su piel rizarse levemente, me detuve en sus muslos calculando los centímetros, la distancia que me separaba de ese territorio en donde el deseo se cubre de un vello espeso, la miré con decisión y medí en el intenso verde de sus ojos el impacto de mis palabras. -Mi nombre es Carlos Patiño, vivo muy cerca y me ofrezco para cumplir tus deseos-. -Quiero obedecer únicamente tus ordenes- ¡Soy tu esclavo!
Cerró las piernas, aproveche el movimiento y extendí un poco más los dedos entre sus piernas, presioné la carne tibia y suave con mayor firmeza.
-Mi nombre es María Teresa-. Dijo en un susurro. Reí de buena gana y sin proponérmelo logré sorprenderla.
De inmediato el rostro se endureció y con tono de enfado preguntó.
¿Te causa risa mi nombre? -Recordé una canción-. Dije, y canté con más intención que ritmo unas estrofas en su oído.
-Ya viene Alicia y me lo acaricia
llega Gertrudis me lo sacude
a María luisa le causa risa
siempre Carlota me lo alborota
María Teresa llega y lo besa-. Al final de la canción se ríe divertida y me dice. -Vamos-. Llegamos a mi casa tomados de la mano, apenas cerré la puerta me abrazó, me besó en los labios con fuerza, me mordió sin medirse y comenzó a desvestirme con urgencia. A pedazos me arrancó la camisa. Yo, en cambio, cumplí mi promesa y respondí a sus impulsos midiendo el tiempo en un intento fallido de eternizar el momento.
Le quité la blusa cuidando no romper los ojales, con mis manos en la espalda busqué desabrochar el sostén, descubrí con sorpresa, con asombro, casi con miedo, que no tenía gafete alguno, puse mis manos sobre las copas tejidas en sus senos y encontré en el frente del sostén un minúsculo dispositivo desconocido. Intenté abrirlo y testarudo se negó a mis esfuerzos, auxiliado por el azar logré finalmente liberar sus pechos, saltaron firmes y dulces regados de estrellas luminosas, la besé en los hombros, en el cuello, bajé el cierre de la falda, que se escurrió por sus piernas, la falda, como un sol vencido se apagó en la alfombra. Un instante me llevó observar su desnudez, con placer comprobé la falta de ropa interior y descubrí con la alegría de un niño ante un regalo nuevo, que estaba completamente depilada.
María Teresa me quitó los pantalones, con un salto de atleta amarró sus piernas a mi cintura, la sostuve con mis manos puestas sobre sus nalgas y así estuvimos, meciéndonos, hasta que sus uñas se clavaron en mi espalda con un grito de triunfo. Cargada la llevé hasta la ducha, la bañé con dedicación, la sequé con dulzura y la acosté sobre mi cama, allí pasamos el resto del día. Me dediqué por completo a cumplir mi promesa y hacer realidad sus mínimos deseos. Al anochecer dio las gracias y se fue. |
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