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VAMOS A CONTAR HISTORIAS.
Estela
Estela
14-09-2016 05:54

EL VASCO LOPETEGUI

Querido VAsco, que seguramente seguirás andando las estrellas, quiero rendirte el JUSTO homenaje de mi recuerdo infantil, maravilloso, entrañable.

Viví mi infancia en un barrio, en los suburbios de mi ciudad; barrio de obreros, de gente de trabajo donde todos nos eramos CERCANOS, italianos, españoles levantando sus casitas, trabajando de sol a sol. Mis padres, ambos hijos de inmigrantes, nos marcaron a mis hermanas y a mí con la fuerte impronta del trabajo, del cumplimiento de la palabra empeñada, de la dignidad, el respeto y el deseo indeclinable de superarnos.

En ese barrio , con calles de barro, con zanjas abiertas, donde chapaleaban en una EXTRAÑA AFINIDAD los pies infantiles en medio de gritos y risas, recibimos por primera vez la visita del "hielero", con aquella primera heladerita con las barras de hielo.

Pero ya antes de eso... entra el vasco Lopetegui en esta historia.

Don Lopetegui andaba por la calle treinta con sus vacas; yo vivía ahí; recuerdo claramente hasta las manchas que tenían sus vaquitas; y como no bien despuntaba el alba, con voz RONCA anunciaba que se iba a acercar a vendernos la leche, en un servicio a la vista... nuestra primera LECHERÍA.

Y mientras él iba por la calle, anunciando su mercadería, yo iba por las veredas, siguiendo el paso de las vacas, dado que me parecía mágico aquel rito.Y un día, don Lopetegui, advirtió mi "persecución".

Y me dijo: ¿ Querés ir al lado mío, de mi mano, una o dos cuadras, y mirás de cerquita como ordeño? y cuando le dije que sí, y le pedí permiso a mi mamá(que me lo concedió) allí fuí, de la mano de don Lopetegui, el vasco querido que marcó aquel cuarto año de mi vida.


Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
09-09-2016 19:17

Aquí seguimos. Esta ventana es importante para nosotros y por eso la mantenemos abierta en todas las estaciones Un abrazo y agradezco la entrega calentita.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
09-09-2016 14:02

No sólo tú te demoras, querido J.J. Tu relato me ha recordado que todavía tengo pendiente el mío. Pero más vale llegar tarde que nunca. Aquí viene, calentito.

UN VIAJE AL PASADO

Como venido desde un sueño propio de un fumador de opio me encontré súbitamente en medio de los arrabales de una ciudad como las que yo imaginaba en la España del S. XVII. Desde mi temprana juventud he estado muy interesado por aquella España, tan protagonista de una variada literatura, siempre imaginada, siempre adobada con leyendas y realidades mitificadas o mistificadas. Un país, aquella España de difícil parto hacia la modernidad, una modernidad que en nuestros convulsos días ha sido tan desbordada, ocupada hoy día por esa otra “modernidad líquida” que hoy estudian los sociólogos, cuando no por un nihilismo demoledor.

Pero ahora, abotargado todavía por los vapores de un vino deleznable, en la mefítica atmósfera de una taberna sacada de los peores decorados de las películas de género de la que, sin duda, en este insólito y quimérico viaje procedía, me veía a los pies de un inmenso acueducto, entre dos de los solemnes y recios pilares de los que, por decenas, soportaban el caz que llevaba el agua desde alguna sierra vecina hasta el centro de la población.

Atardecía. O eso percibía mi imaginación distorsionada. Unas leves luces como restos o inicio de un ocaso vespertino se percibía al través de las arcadas, recortando con un estético efectismo de claroscuro el perfil de las viviendas, casi ruinas, que cerraban la placeta cruzada por la pétrea conducción. El pavimento era, bien de adoquinado rústico, bien de tierra erosionada por el paso de caballerías y carruajes, con raquíticos rastros de mustios yerbajos. En aquel sórdido ambiente, desorientado y amedrentado, busqué a alguien que me pudiese informar de dónde y en qué época me encontraba.
Surgido como de la nada un personaje, una especie de fardo envuelto en harapos que pronto identifiqué como una mujer,una anciana encorvada y mendicante, que me mostraba apenas una mano sarmentosa en gesto de pedir limosna. Su rostro, entrevisto apenas entre los pliegues deshilachados de la especie de manteo en el que se envolvía, mostraba sobre un cutis que recordaba a los campos de labor, pardos y surcados por profundas arrugas, unos ojillos vivarachos, maliciosos, que me observaban con maligna curiosidad recelosa.

Al verme comenzó a gritar con una voz chillona y penetrante: “¡El alcabalero, es el alcabalero...!” Como respuesta a sus alaridos, en los deformes ventanucos que se abrían en las fachadas llagadas por la misería, comenzaron a aparecer especies de sombras fantasmales, bultos animados por alguna especie de ira antigua, que en respuesta al vocerío de la vieja, gritaban a su vez insultos con gestos soeces. A la gesticulante arpía se unieron otros espantajos igualmente vociferantes y rabiosos. Pronto me vi rodeado por amenazadores zascandiles, por espectros armados con enormes y puntiagudos matacandelas, que me infundían un pavor descontrolado.

Sentí un mareo profundo, una especie de vértigo que me sumió en el mismo sueño del que parecía que había surgido a esta fantasmal aventura. Perdí la noción del tiempo y la conciencia de mi estado. Allí pensé que habían llegado mis últimos momentos. De modo que aquella España tan líricamente fantaseada por mí iba a ser el escenario de mi muerte, de una muerte indigna entre los gritos de personajes miserables que nunca imaginé en mis ensoñaciones...
Alguien me zarandeaba suavemente; una voz, dulce y conocida, me llamaba desde no sabía qué mundo: “Rodrigo, Rodrigo, despierta, cariño...” Entre brumas rojizas entreví a Clara, mi compañera en estas arriesgadas aventuras del beber y el soñar. Seguí mi despertar en un charco de vómitos, sobre el tablero de mármol de un velador del cafetucho donde solíamos terminar nuestras correrías nocturnas. “Rodrigo, vida mía; qué mal beber tienes últimamente...” De nuevo en España, en esta España de hoy día, que ahora se, gracias a mi “aventura etílico-astral”, que no ha ha cambiado mucho desde la época imperial.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
08-09-2016 16:47

Lamento la demora. Aquí está mi entrega de la última quincena de agosto

Acueducto. Alcabalero. Grito. Matacandelas. Respuesta. Vomito. Zascandil.

La lamentable historia de un Bandido

Era un redomado zascandil, no tenía remedio, con enredos y astucias había engañado a todos en el pueblo. Desde hacía años venía dando tumbos por esos caminos de olvido y siempre encontraba la manera de engatusar con falsas promesas, a los confiados vecinos que no le conocían.

Logró convencer al alcabalero sin mayores esfuerzos, con la vieja trampa de siempre y ya tenía en la bolsa una buena cantidad de dinero. Había llegado el momento de las desapariciones, de convertirse en fantasma, en el mal recuerdo de sencillas gentes de bien. Otro pueblo lo espera, otros simples incautos, pero quiere más, desea llevarse de la iglesia una antigua talla de San Erasmo, patrono de los marineros, una reliquia, que según su parecer no necesitaban en este confín del mundo y tiene un alto precio en el mercado.

Finalmente creyó haber encontrado la manera de convencer al cura, reacio a que la imagen abandonara el templo se negaba a entregarla. La pediría en custodia por unos pocos días, una semana a lo sumo, con el fin de ser restaurada por un artista, un ermitaño de manos maravillosas, que se apartó del mundo para orar.

En la puerta de la iglesia vio al viejo sacerdote apagando las velas con un matacandelas y sin ningún temor al gran poder de Dios, entró decidido a llevarse al santo, se comprometía solemnemente a devolverlo restaurado para el próximo domingo, recompuestos y enaltecidos todos sus colores.
Escondió sus perversas intenciones bajo gruesas capas de adulaciones, endulzó la voz, escondió el brillo de la codicia con una actitud de falso desinterés, y para no ser descubierto, bajó los ojos con el remedo de una humildad que nunca sintió.

Contó una mentira delante de la imagen, sin importarle el descaro de cometer un pecado, todos sus años de tropelías le aseguraban que no sería descubierto.

Relató con teatral convicción, que en uno de sus viajes lo sorprendió una tormenta, aseguró haber sentido los vientos desatados creando remolinos en todas direcciones, amenazando con su furia hacer trizas las velas de la embarcación y las enormes olas se empeñaban en reventar la quilla. Afirmó haber pensado por un momento, que sus huesos se perderían bajo las aguas de un mar embravecido.

Detalló: que con mucho miedo pidió a San Erasmo por su vida y la de sus compañeros. El santo oyó sus súplicas, intercedió ante las fuerzas de la naturaleza y el temporal amainó, se aquietaron las aguas y tuvieron buen tiempo hasta que arribaron seguros al puerto.

Declaró estar en deuda con San Erasmo, que lo había salvado de un naufragio seguro, que él era un convertido y que al ver su imagen en ese estado lamentable, siente la obligación de ayudar y está seguro que este artista devolverá los colores a la imagen que él venera.

Antes de bajar al santo de su pedestal, el viejo cura lo sentó frente a la imagen y una tras otra le contó los créditos y las historias que hicieron posible convertir a este sufrido mártir en santo. El sacerdote con pasos pesados lo acompañó hasta la puerta de la iglesia. En mitad de la calle un menesteroso clama por ayuda con voz lastimera.

Tiene el triunfo entre sus manos, pero debe salvar este último trámite, en respuesta se acerca al indigente para ayudarlo, pero el hombre está en un estado lamentable de borrachera y al intentar prestar auxilio al mendigo, este lo vomita. Siente que todas las cloacas del acueducto se han desbordado, que le caen encima restos malolientes, sabe que el cura lo observa y forcejea sin violencia con el hombre que lo arrastra al suelo, la botella de un aguardiente que quema las tripas se rompe y baña la imagen de San Erasmo.

Con dificultad el sacerdote se ha acercado a los hombres que yacen en el suelo, la imagen ha quedado en un peligroso equilibrio al filo de un escalón, expuesta a la incandescente luz del mediodía reluce como nueva luego del contacto con el alcohol. Al ver la imagen con sus colores recobrados, el sacerdote se olvida de los hombres y grita ¡Alabado sea Dios!

De inmediato -------- la voz y se improvisa de urgencia una procesión por el pueblo, los fieles cantan alabanzas y los descreídos certifican un milagro.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
04-09-2016 20:43

Querida Eratalia: opino que tu sintetifrase tripliteada es la perfección absoluta. Creo que la calidad del foro Rayuelero gana muchísimo con tus presencias poético-prosísticas. Gracias en nombre de tod@s.

Eratalia
Eratalia
04-09-2016 13:49

¿Cuatripito?
¿O cuatriflauta?

No, que sería excesivo.


Con rimas y a lo loco
Eratalia
Eratalia
04-09-2016 13:47

Tripito incluso: (Ay, qué pronto se me gana con lisonjas)

Tenía afinidad con aquel extraño de voz ronca y pastosa, que encontraba cada día justo en la parada de bus cercana a mi casa, delante de la lechería.


Con rimas y a lo loco
Eratalia
Eratalia
04-09-2016 13:42

Me dices esas cosas tan bonicas, que repito sintetifrase:

Justo ayer fui a la lechería. Al entrar oí, cercano a mí, un ronco estertor; el lechero yacía en el suelo en medio de un extraño charco de líquido pastoso.
Nunca tuve afinidad con él, así que me di la vuelta y me fui.


Con rimas y a lo loco
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
03-09-2016 20:04

¿Ves, Eratalia, con qué poco esfuerzo das lustre y brillo al foro? Gracias, compañera.

Mi sinteti...

Afinidad.
Cercano.
Extraña/o.
Justo.
Lechería.
Pastoso/a.
Ronco.

Una extraña afinidad con Justo, el dueño de la lechería cercana me hacía pregonar gritando las excelencias de los lácteos; por eso mi voz es ahora ronca y pastosa.

Eratalia
Eratalia
03-09-2016 18:43

Afinidad.
Cercano.
Extraña/o. Justo.
Lechería.
Pastoso/a.
Ronco.

Estaba ronco y caminé hacia la cercana lechería en busca del pastoso alimento, justo para comprobar una vez más mi extraña afinidad con el lechero.


Con rimas y a lo loco
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