DESTINO: BARILOCHE
Siempre fui previsor, sobre todo si voy a salir de viaje con mi coche. Le hago revisión total, verifico los elementos necesarios: rueda de auxilio, inflador eléctrico, llave cruz, linga de remolque, tapa de distribuidor (en este caso, un distribuidor completo). Amén de todo esto, una revisión por mecánico y electricista, que me confirmen que todo está bien. Trato de prevenir posibles sucesos.
A fines de la década del setenta, los autos eran más simples, tecnológicamente, éste además, era inmenso, un Dodge Polara. Cabíamos 6 personas, más dos en el baúl (muertas).
El trayecto Buenos Aires-Bariloche, no se hace en un día, como mínimo dos; depende de la edad de los viajeros, nosotros estábamos en la de dos días.
Dos matrimonios, entre cuarenta y cincuenta años; amigos los cuatro. Es importante aclarar esto, si las mujeres son amigas, los dos matrimonios son amigos. Ellas determinan la empatía y el que lo niegue es un mentiroso o soltero. En nuestro caso, además de amigos éramos socios, él dijo:--¿Che, si nos vamos los cuatro a Bariloche?
--Sí. Hago revisar el coche y nos vamos.
--¿Anda mal?
--No. Pero no quiero tener sorpresas, el electricista siempre me dice que lleve un distribuidor de repuesto, por cualquier emergencia, él me lo presta.
--Con los motores no tengo problemas, hago cualquier reparación ligera ¿vos lo sabés? Soy un experto.
--Vos sos un fenómeno y yo no entiendo nada, por lo tanto mañana lo hago ver por el mecánico, el electricista, y pasado nos vamos, si no, vamos en avión.
--El placer del viaje es hacerlo por tierra, las nubes son todas iguales.
Salimos con las revisiones hechas y nos detuvimos en Bahía Blanca y en Cipolletti; es un poco más largo pero, cuando uno es joven siempre toma el camino más largo, las paradas significan comer y beber y ese es el valor agregado de todo viaje. La degustación.
La ruta Cipolletti- Bariloche, tiene un punto alto, lo que en España sería: un puerto, pasando Confluencia se llega a: Paso del Águila, dos mil metros de altura en un clásico camino de montaña; a la derecha, subiendo, la montaña; bajando, un precipicio. En el punto más alto – como debe ser – el Dodge tose y se detiene, el “experto” dictamina: “Se jodió el distribuidor, trae el repuesto y lo cambio”. Mi especialidad en esos casos es: “ayudar a”, fui al baúl y traje lo pedido, miré la hora aunque no hacía falta, mi estómago decía que era hora de almorzar. Era. Sol de verano a pleno, una hora después el “experto” informa:-- Le doy unas vueltas a la ruedita y ponelo en marcha—No me pregunten qué ruedita, ya dije que no sé nada.
Le doy arranque. No se pone en marcha. El experto saca el filtro de aire, mira el distribuidor y dictamina: --La Cagué, le di a la ruedita al revés.
--¿Y?
--Voy a tratar de poner el viejo—Una hora más de espera al sol. No arranca. El experto dictamina:-- La cagué, rompí el platino.
Demás está decir que por esa ruta, a esa hora, no pasa nadie,tampoco sabíamos si alguien pasaría, suponíamos que sí, que en algún momento ocurriría. No recuerdo si tuvimos miedo. Seis de la tarde, muertos de calor,con hambre, sed y cansancio, aparece un bus pequeño que trae turistas rumbo a Confluencia. Se detiene, observa que nada puede hacer y se va con el encargo de avisar al Automóvil Club para que nos venga a auxiliar.
Nueve de la noche, llegamos a Confluencia, para hacer noche y esperar la reparación.
Menos mal que las mujeres eran amigas, si no, allí se rompía una amistad y una sociedad.
JSM
Rodrigodeacevedo
17-10-2013 21:03
Una vez más me he excedido en la extensión del relato. Os pido disculpas; no sé cómo recortarlo.
NOCHE DE PERROS.
Hola; soy Nik, un golden retriever como los que salen en los anuncios de papel higiénico, pero en grande. Ustedes se preguntarán qué pinta un perro en lo que debiera ser un relato sobre miedos, carreteras siniestras y coches averiados. Les cuento. Me enteré de la historia por mi nuevo amo, el Viejo. Perdonen, pero no se cómo se llama. Habla a solas, como todos los solitarios, y habla sobre las cosas que le ocurren y las que tiene que hacer. La otra noche lo hacía sobre una historia que tiene que escribir sobre el miedo (el miedo humano, entiendo) un coche averiado y una carretera solitaria; algo como de ambiente gótico. Yo me levanté de mi sitio y le miré insistentemente a los ojos con esa mirada perruna, tan humana, que a veces tenemos los perros. Él entendió y escribió “mi” historia.
Me compraron cuando yo era un “delisioso cashorriyo” (sic) según expresión de Elisa, mi antigua ama, cuando iba a nacer su bebé, Ramirito. Según los humanos, el perro es el mejor amigo del hombre, lo que no siempre es cierto a la inversa. Pero, al parecer, cuando un bebé humano y un cachorro de perro crecen juntos, esa amistad es inquebrantable de por vida. Tampoco es siempre así. Ramirito, desde pequeñín, ya demostró que iba a ser un cabronzuelo. A mí me hacía la vida imposible y a sus padres más aún. Algo que he aprendido en mi convivencia con los hombres es a dar el exacto sentido a algunas expresiones que nos afectan. Sé, por ejemplo, qué quiere decir el término “perrerías”. Ramirito me las hizo todas.
Cuando fue adolescente sus perrerías pasaron a mayores. Sus padres estaban aterrados con el comportamiento del muchacho, aunque tampoco hicieran mucho por corregirlo: lo dejaban hacer. Al parecer se hizo muy amigo de alguien que se llama “droga”. No me sé explicar mejor. El caso es que murió joven; algo oí relativo a sobredosis: tampoco me pregunten. A partir de ahí la vida en aquella casa se hizo insoportable; también aprendí qué es eso de la violencia doméstica. Gritos, bofetadas, insultos, cacharros que se arrojan marido y mujer. En fin, un infierno, ya digo. Elisa se marchó pronto de casa. Fernando, el marido le espetó un día: “Coge tus cuatro p... cosas y márchate con tu amante.” Yo creía que las esposas se marchaban con sus madres, pero esto del amante era nuevo para mí. Total, que cogió sus “cuatro” pertenencias (dieciocho bultos, entre cajas y maletas) y se marchó.
Todo cambió para Fernando y para mí. Él se refugió bebiendo güisqui y todo lo demás. Yo no podía. A pesar de mis esfuerzos por demostrarle cariño nada conseguí. Su dolor era demasiado fuerte y su insensibilidad acerca de los perros, mayor. Ya ni me cepillaba mi lustroso pelo, apenas se preocupaba de mis comidas y menos aún de mis “necesidades”. Pero si alguna vez se me escapaba el pis en algún rincón me corría a patadas por toda la casa. Yo me escondía donde podía, gimiendo con tristeza hasta que se le pasaba el acceso o se caía harto de alcohol.
Una noche me metió de malos modos en el maletero del coche. Recorrimos carreteras y caminos; finalmente paramos en un denso bosque. Yo no conocía nada de aquel recorrido. Me bajó en un claro; en principio pensé que me llevaba a hacer mis desahogos. Pero no. Pronto ví sus intenciones. Me ató al tronco de un árbol, me rascó la pelambrera, como solía hacer en los buenos tiempos y me dijo: “Adiós, Nik; te deseo que seas feliz. Conmigo ya no podrías.” Qué ca.brón. Esa noche aprendí qué era pasar una “noche de perros.” Y “obscuro como la boca de un lobo.” Y tener un “hambre canina”. Allí, atado, en aquel bosque negro, desconocido, amenazador, con ruidos extraños, supe valorar lo que los hombres llaman niveles del miedo: miedo, terror, pánico... Yo sentía verdadero pánico. Y siguiendo mis atavismos genéticos comencé a ladrar. Al parecer el ladrido es la forma que tenemos los perros de ahuyentar el miedo, al igual que los humanos lo ahuyentan cantando.
Supongo que la esencia del miedo en el hombre y en el perro es la misma, aunque no lo sean sus causas ni sus expresiones. Yo, por ejemplo, nunca tendría miedo a una “ejecución hipotecaria”, que a Fernando le aterrorizaba. Pero aquella noche mi experiencia con el miedo me marcó para toda la vida. A mis ladridos pronto respondieron otros. Y pronto también aparecieron sus causantes: media docena de perros que llaman asilvestrados, perros que, como yo, han sido abandonados por sus amos. Tenían los lomos erizados, las bocas babeantes, los ojos como tizones encendidos. Un horror.
Yo aumenté la intensidad de mis ladridos y gruñidos y daba zarpazos sin cesar. Eso y mi aspecto, todavía no degradado, consiguieron que se fueran. Logré liberarme de mi correa a mordiscos y corrí, corrí desesperadamente sin saber hacia donde. Había perdido todo rastro de mi antiguo hogar y no conseguía orientarme en aquel bosque. Noche de perros, ya digo. Por fin se hizo de día. Mi instinto me llevó hacia zonas habitadas. Aún peor. Los perros que guardaban las casas y sus amos me recibían con ladridos y palos. Me veían como una amenaza, un intruso peligroso. De casa en casa, cada vez con más hambre, sucio y desgreñado (mi hermoso pelaje color de trigo maduro estaba revuelto y embarrado) siempre era rechazado con malos modos.
Me acostumbré a comer en los vertederos. Durante los días que duro este peregrinar supe lo que quiere decir “vida de perros”. Y mi miedo, mi tremendo miedo a todo en aquel mundo nuevo y hostil disolvió mi apacible comportamiento de perro “civilizado”. Estaba renaciendo en mí la parte más oscura y salvaje que todos los perros llevamos dentro: me estaba asilvestrando. Comenzaba el invierno. Una tarde, atraído por un doméstico olor ya conocido, llegué a una casa aislada; una casa bastante destartalada, pero al menos no aparecieron perros ni hombres con palos. Silenciosamente me acerqué a la parte atrás. Oí una voz, tranquila y sosegada: “¿Qué se te ha perdido por aquí, chucho?”.
“Chucho”. Me sonó agradable. Quien lo pronunció era un hombre viejo, robusto, de grandes barbas blancas. “¿Te has perdido, eh? Aunque tienes pinta de ser “otro” abandonado.” Se me acercó sin dar muestras de miedo, tranquilamente. Me acarició la sucia pelambrera. “¡Joder, qué sucio estás!” Después ya no hablamos más. Pero me dejó pasar al interior, cálido, desordenado, familiar; y me dio algo de comer. Desde entonces soy “Chucho”, tengo casa y hay un hombre que se preocupa de mí y me trata como a un verdadero perro. Pero sigo teniendo miedo y ladro por las noches.
Esta es mi historia, la historia de mis miedos, de un coche que me sacó de mi mundo y una carretera siniestra que cruza un bosque. Allí fui abandonado. Espero que haya sabido contar la historia que el viejo solitario escribió cuando le miré con la mirada perruna más humana que pude conseguir.
Jose Jesus Morales
17-10-2013 16:17
No sé lo que vi
Salí de la oscuridad y entré al Bar sin mirar a nadie, sonaron doce campanadas en la iglesia, me senté en la primera mesa que encontré, pedí una botella de “Caballito Frenao” y un vaso largo.
Lo llené hasta la mitad con mano temblorosa y me empujé casi sin respirar tres buenos tragos, un anciano, único cliente a esa hora se me acercó y dijo con confianza mientras se sentaba a mi lado:
-Parece que acaba de ver un espanto el amigo.
-No sé lo que vi. Respondí.
¿Puedo? Y sin esperar respuesta se sentó y sirvió de mi botella.
Soy un cobrador, dije. Lo más peligroso para un hombre con dinero ajeno son las mujeres, por lo tanto las evito.
El anciano intentaba adivinar lo que decía en ese balbuceo, con atención me escuchaba y bebía con la misma rapidez que yo.
Manejaba por la autopista 5 Sur, cuando llegué a la salida de Guanare el cruce estaba cerrado y tomé un camino vecinal, una vaca al final de una curva se atravesó en mi carrera, frené con tanta fuerza que el cinturón de seguridad me marcó todo el costado. Antes de salir del susto, temblando todavía, para mi mayor asombro en medio de la nada una mujer de cabello negro, largo hasta la cintura tocó mi ventana, vestía de blanco, la vaca había desaparecido por arte de magia.
Intento encender el auto y no responde, la mujer golpea la ventana, persiste en las señas, resignado, con desconfianza, bajo la ventana. Estaba consciente de que rompía mis propias reglas y podía ser mi perdición.
Puedo hacerlo encender si quieres, dijo con dulzura, acepté de mala gana, abrí el capo sin bajarme y se estuvo un rato con la cabeza dentro. No sabía que debía hacer y me mantuve aferrado al volante, lo utilizaba como un escudo de protección.
En este momento debe estar descomponiendo el auto y dentro de poco se acercaran los compinches para asaltarme y matarme, quizás la enviaron mis enemigos y es parte de una componenda para sacarme del negocio, pero, y la vaca que apareció de la nada, necesito comprender que está pasando.
Conozco la sensación de miedo, se inicia una insignificante alerta por un detalle menor, que no has calculado, los pensamientos se sueltan en tu cabeza y recorren extraños vericuetos dueños de tu imaginación, siempre contraria a la realidad y eres dominado por el miedo, por el pánico de estar en un mundo ficticio, lo que obliga en muchos casos a acciones desesperadas, o a la inmovilidad total, estoy paralizado aferrado al volante.
Necesito calmarme, centrarme únicamente en salir de esta carretera con vida y no matarme en la próxima curva.
La mujer finalmente sacó la cabeza del motor, me indicó por señas que lo encendiera y respondió al pasar la llave. Me pidió que la llevara a su casa, al aceptar ya me había arrepentido, recriminándome en silencio mi debilidad.
Manejo atento a la carretera y vigilo los movimientos de la mujer, ya quiero llegar a su casa y volver a mi tranquilidad, intento controlarme, pero persiste la idea de que mis enemigos la enviaron, se arrima, coloca su mano en mi pierna y pide que le encienda el cigarrillo. No fumo, respondo secamente.
En ese momento un grito espantoso rompe la noche, la mujer, o lo que era, abrió la puerta y se lanzó.
El anciano se sirvió lo que quedaba en la botella y dijo:
Tuvo suerte el amigo, se encontró con la Sayona, si le hubiera encendido el cigarrillo no lo estaría contando.
OMAR
14-10-2013 17:03
Extraño pinar
Decidí que ese sería él último altercado con mi esposa, la próxima vez nos veríamos frente al notario para firmar el divorcio.
Bajé al garaje; de manera automática arranque el auto y partí sin rumbo. Fueron necesarias varias cuadras para blanquear mi mente, porque se mezclaban sin parar los momentos de felicidad y las discusiones con Mayté.
No puedo decir los kilómetros manejados mientras me alejaba de la ciudad. Volví a ser consciente de mis actos cuando el motor dejó de funcionar: se había terminado el combustible.
Entonces, todavía sentado y con las manos en el timón, comencé a mirar alrededor. El primer impacto fue contra la oscuridad, era tremenda y terrible. Y comenzaron las dudas, ¿me bajaba del auto?, ¿clamaba por ayuda? ¡Pero claro! ¡El teléfono! Entonces llegó el segundo golpe: cobertura inexistente.
Decidí bajar y, aunque ya la vista se acostumbraba a la rara iluminación de la noche, fue inevitable, después de caminar cuatro o cinco metros, introducir ambos pies en un tremendo fanguisal, conformado por la afluencia de varios manantiales angostos y prácticamente imperceptibles. No tuve otro remedio que continuar caminando, cada vez con más peso en los pies y más temor en mi cabeza.
¿Dónde podría estar? Ni siquiera tenía idea de la hora, porque en uno de los intentos para localizar alguna cobertura con el móvil, este resbaló de mis manos y se hundió en el molesto fango.
Caminé todavía un rato guiándome por unos flaches luminosos que aparecían y desaparecían de pronto. Me asustaban mucho, pero eran lo único que me acompañaba dentro de los altísimos pinos. Esos rayos de luz al mismo tiempo reflejaban figuras de sombra que me hacían detener casi metro a metro. Combinaciones de luces y tinieblas que en realidad me aterrorizaban; pero no tenía otro apoyo dentro de la noche que me tragaba. ¡Necesitaba compañía! Por qué habría discutido con Mayté al extremo de abandonar la casa, si al menos ella estuviera a mi lado
Cuando le di el tirón a la puerta de la casa todavía era claro, pero no imaginaba las horas que había manejado. Ni siquiera la dirección.
Ya los pies se hundían casi hasta la rodilla, parecía ser un pantano dentro del pinar. ¡Qué terrible morir allí solo, y tragado vivo por la tierra blanda y húmeda!
Pero encontré una piedra más o menos conveniente para sentarme y esperé varias horas, creo. Pude esforzar la vista localizar el carro a unos cuarenta metros de distancia. Me arriesgué y atravesé el fangal hasta él.
¿Cómo pude llegar a ese lugar? ¡Qué pinos tan altos! Apenas dejaron un trillo para que yo no chocara mientras manejaba inconscientemente.
Encontré en el asiento trasero algo de comida y agua. Auto animándome comencé a caminar de nuevo. Ni los pinos, ni el fango se terminaban; las malditas iluminaciones y sombras tampoco. Pero la comida y el agua el día, sí.
En un momento me percaté de algo muy extraño: no había escuchado el sonido de ningún animal.
¿Adónde me habría llevado mi furia incontrolada? No me decidía a detenerme; se me hacia incómodo seguir avanzando y muy lentamente comencé a ver la brillante luz mencionada por todos los que dicen haber avanzado por el túnel de la muerte.
Nunca pensé morir así: aterrado y solo en una noche interminable…
—Quizás no fue la mejor solución —fueron las primeras palabras que escuché—, quizás no debimos provocar la discusión con Mayté; pero te necesitábamos en ese lugar y con ese nivel de alteración, para lograr una abdución apropiada. Ahora te pedimos disculpas.
«...solo el amor convierte en milagro el barro...»
S.Rguez
Castelo
11-10-2013 22:41
Siempre vence
Lo recuerdo todo perfectamente. Le cuento: Me invitaron a comer en un pueblo de la sierra, no muy lejano de donde yo vivo, y aunque detesto conducir, las ganas de encontrarme con mis amigos y pasar una buena tarde pudieron más. Total, que fui, en que hora, pero fui. Ya sabe usted como son estas reuniones; siempre acaban tarde. Sobremesa, charla, risas, cartas, "quédate a ver el partido"; total, que cuando por fin me despedí era ya noche cerrada.
Usted conoce esa carretera, apenas caben dos coches juntos, y encima no soy un buen conductor, precisamente. Noche, carretera mal iluminada y, aún por encima, una neblina que empieza a cerrarse según avanzo. El bosque que hay que atravesar tampoco ayuda, y a mi coche, que tiene ya sus años, sólo le funcionan las luces de cruce. Yo iba tenso, muy tenso. Con la cara pegada al parabrisas y sin ver más allá de un par de metros. Prácticamente me guiaba por las líneas blancas que separan los carriles y que, medio borradas, apenas lograba ver. Aún encima iba cuesta abajo. El aire se filtraba por las ventanillas produciendo unos inquietantes ruidos que me distraían y atemorizaban aún más. Comencé a sudar; el motor del coche-ya le he dicho que es viejo- se unió a la dichosa sinfonía de ruidos aterradores, y para colmo, empezó a llover. Dios mío. Fue horrible. Debía ir a diez por hora, como mucho, cuando de pronto, a medio metro frente a mí, vi una figura difusa con una lucecilla ¡parecía un espectro con su vela! Cerré los ojos y...¡Zas! Un fuerte golpe. Note chocar mi cabeza en el salpicadero; el ruido del coche saliendo a la cuneta; quede paralizado; confuso por el testarazo, aterrado por lo que acababa de ver; bloqueado. Ni me atreví a bajar. Allí estaba, con los ojos crispados, las manos aferradas al volante y con un miedo que me impedía reaccionar, pensar. De pronto, y no fue mi imaginación, comencé a escuchar arañazos. Algo estaba arañando la chapa del coche. Mis pulsaciones subían hasta el punto que las podía oír, y entonces empezaron los lamentos; gritos ahogados y lamentos cada vez más cercanos, más sordos, más secos. No sé cuanto duró aquello, perdí la noción del tiempo, hasta que un resplandor de luces se acercó hacia mí, cegándome; esa es la última imagen que recuerdo.
Cuando me desperté, ya estaba aquí. Los sanitarios me contaron que perdí el conocimiento, y que aquellas luces que recuerdo eran de un camión que, por fortuna, paso en ese momento. También me enteré, porque me lo ha dicho usted, que aquellos arañazos y lamentos que escuché eran de un ciclista que atropellé y que agonizaba bajo mi coche.
Sólo puedo decirle una cosa, agente; yo no le maté. Hagan conmigo lo que quieran; ahora eso da igual. Pero no fui yo, créame, fue el miedo. Como siempre. El miedo.
Tigana
11-10-2013 21:57
¡Maldita Sea!
Una pequeña hilera de bombillas distanciadas entre sí y con limitada potencia iluminaban lo poco que podían aquel estrecho y frío pasillo.
Las gotas de sudor bajaban rápidamente por mi frente, mi nariz, perdiéndose su rastro en la boca, dejando allí de sentir su molesto correteo.
Mi fuerte respiración apenas dejaba escuchar el lejano zumbido de un invisible extractor de aire. Y sólo el alocado vuelo de algún torpe murciélago, estrellándose contra los exiguos cristales abandonados por las piedras, lograba apartarme del temor y llevarme al sobresalto, que dejaba mi pecho a poco de morir.
¡Maldita vida de vagabundo!
Cada poco, paraba mis piernas, comprobaba que era el eco de mis pasos quien me seguía. Que era yo el que chapoteaba sobre los oscuros charcos del pasillo.
Seguía caminando a tientas, con escasa visión a dos metros y nula a diez más. Seguía caminando sin poder volver atrás.
¡Maldita vida de vagabundo! ¡Maldita fábrica abandonada!
El viento, el zumbido del extractor, poca, muy poca luz; humedad y frío. Algún golpe perdido e invisible y nada, al frente todo oscuro.
¡Maldita puerta que me permitió entrar! Intenté abrirla desde dentro, quería volver a la calle. Volver a mi furgoneta estropeada. Me enfurecí con el pomo hasta romperlo, golpeé su cerradura hasta la sangre y apalanqué con mi cuerpo su cuerpo de puerta. Y todo para poder dormir tranquilamente.
¡Maldita sea!
Seguí caminando, huyendo de aquella puerta, buscando otra que se abriese con la facilidad de un pequeño soplido.
Más pasos, menos luz…
Aparecían cada vez más bombillas inertes, muertas, fundidas. La oscuridad se volvía espesa; el pasillo, irrespirable y mis ganas, más débiles.
Deseaba caer dormido allí mismo y no tener que pasar más miedo. Levantarme con la luz y encontrar una puerta a mi lado.
Empezaba a tener mucho frío, ahora todo era oscuridad y pequeños pasos, titubeantes y perdidos, guiados por la puntera del derecho; avisándome de los peligros y despertando a alguna tranquila rata.
Estiraba los brazos, tocaba ambos lados del pequeño pasillo, y así, crucificado entre dos paredes y arrastrando mis pasos, seguía hacia delante por el recto camino de la noche.
Estaba a punto de rendirme, de desplomar mi cuerpo con el de las ratas.
No podía más… cuando mi puntera se paró en seco, arrastrando a mi corazón y al resto de quien me contiene.
¡Era una puerta! La palpé, la golpeé y estuve a punto de besarla. Mi corazón había multiplicado su ritmo perdido y ahora me asustaba que pudiera marcharse, pero quien se iba a ir era yo. Necesitaba volver a sentir la suciedad de los incómodos asientos de siempre. Cogí el pomo, lo giré y la abrí.
Al frente todo seguía estando oscuro, no veía absolutamente nada, ni siquiera en la lejanía lograba ver alguna farola saludándome. Pero aquello olía a calle y sonaba a libertad. Así que mi primer paso fue firme, decidido y de escapatoria.
Lo siguiente que recuerdo es a Marta, la enfermera que me atendió los meses de hospital, con su nombre en la bata y alabándome mi buena suerte, después de una caída de tanta altura. Guardaba en la mesilla las llaves de mi desvencijada furgoneta. Lo único que a mí me importaba en esta vida.
-Por favor, Marta, ¿puede bajar las persianas? ¡Tanta luz me molesta!
Fuera de los límites de la raza canina, el libro es el mejor amigo del hombre; dentro de los límites del perro no hay suficiente luz para leer. Groucho Marx
Gregorio Tienda Delgado
09-10-2013 22:46
MIEDO Y SOLEDAD.
Me propuse escribir un libro sobre los pueblos abandonados, o que solo hubiera unos pocos habitantes. Supuse que en esos pueblos, hallaría historias interesantes que podría rescatar, ya fuera por hallazgo de documentos olvidados en ayuntamientos, iglesias y casas, y por testimonios de los habitantes que aún quedaran. El primer día, comencé mi aventura transitando por una carretera comarcal, cuando descubrí un desvío a la derecha. El rótulo, casi ilegible, indicaba a Torrecilla de Don Juan. Me desvié por la carretera rural que por no ser utilizada, estaba en muy mal estado.
Transcurría por una planicie agrícola, donde por los rastrojos ambarinos, se percibía que había predominado el cultivo de trigo. Era como un desierto amarillento. Ese día nublado, desapacible, que amenazaba con una gran tormenta, me encontraba solo, a muchos kilómetros de cualquier área urbana. Grandes nubarrones ensombrecieron el cielo, sumiendo el día en una gran oscuridad. Eran las tres de la tarde y tuve la sensación de que estaba anocheciendo.
Mi viejo coche, propenso a las averías, a los quince minutos me dejó tirado en medio de la nada. Tras unos instantes de indecisión, cogí del maletero un impermeable y una linterna y caminé hacia delante bajo la amenazante tormenta. Intuía que el pueblo no estaría lejos.
En cinco minutos que me parecieron eternos, apareció ante mi vista, ya cerca, un edificio de dos plantas. Por su aspecto parecía estar en mal estado. Cuando me acerqué, pude leer en la entrada: "Motel las Brujas". Un nombre poco alentador.
La soledad rondaba aquel lugar. Con recelo, golpeé la puerta con los nudillos y esperé uno segundos. Al no obtener respuesta, la empujé y se abrió. El interior estaba en penumbras. Con la luz de la linterna pude apreciar que había telarañas, polvo, suciedad y restos de comida. Basura dejada por alguien que se cobijó entre sus paredes. El edificio estaba abandonado.
Me acerqué al mostrador de recepción. Justo en ese momento, una corriente de aire helado pesó por mi nuca, oí un golpe seco, y vi que la puerta se había cerrado. Pensé que la había cerrado el aire que noté. Un trueno enorme seguido de una catarata de agua que empezó a caer, aumentó mi intranquilidad. Fue entonces, cuando sonó un ruido en la planta de arriba, como si una puerta o ventana se cerrase o rompiese de golpe. La oscuridad era muy densa y mis piernas empezaron a temblar. Me dirigí a la puerta con intención de salir de allí cuanto antes. Intenté abrirla pero estaba atascada y yo atrapado.
Exploré todas las ventanas de la planta baja para encontrar una salida. Todas las contraventanas estaban aseguradas con clavos. Imposible abrirlas. Pasé al otro lado del mostrador para buscar alguna herramienta que me ayudara a desclavar una. Cuando iluminé con la linterna, quedé paralizado; sobre la pared, recostado, había un esqueleto humano que me miraba con sus cuencas vacías. El corazón parecía querer escapar de mi pecho. Quizá hubo un asesinato, o un mendigo quedó atrapado como yo, y murió de inanición. Tenía que subir y huir desde arriba. Regresaría al coche y pasaría la noche allí. Pero el ruido que había oído me aterraba.
Me dirigí a la escalera y justo poner el pie en el primer peldaño, un bombazo caído del cielo en forma de trueno, me impulsó como si de un resorte se tratara, escalera arriba a toda prisa. Tenía que escapar de allí sin perder un sólo momento.
Al borde del infarto, pensando que alguien podría estar escondido y atacarme, miré el pasillo al que daban todas las habitaciones, sin saber qué ventana tantear primero. Las puertas estaban abiertas. Me decidí por la primera de la izquierda y como las de abajo, estaba asegurada con clavos. Las Fui mirando todas y estaban clavadas. El pánico me dominaba. Pensé en el esqueleto que vi abajo. Imaginé mis cuerdas bucales rotas de gritar, mi cuerpo desnutrido convertido en piel y huesos, y la parca frotándose sus huesudas manos, a la espera de verme perecer. El cielo bramaba con toda su furia. Relámpagos y truenos, parecían vomitar muerte.
Sólo me quedaba por mirar una ventana. Enfoqué la luz de la linterna, y mi sangre comenzó a correr a mil por segundo. La ventana estaba rota, destrozada. Una ventana abierta a la libertad. Me sentí como el preso que escapa de una cárcel de máxima seguridad. Sin pérdida de tiempo, saqué mi cuerpo por el hueco, me deslicé pared abajo y salté al vacío. Caí de pie sin hacerme daño. Estaba salvado.
Corrí con rapidez y llegué al coche jadeando, al borde del infarto. Entré y cerré las puertas. Respiré hondo y solté el aire de mis pulmones a punto de reventar. Me acomodé para pasar la noche que ya estaba llegando con toda su autenticidad, cuando se me ocurrió: si se paró quizá porque el motor estaba demasiado caliente, puede ser que ahora... giré la llave y... ¡sorpresa! Arrancó. En dos horas, llegué a casa y al fin pude calmar mis nervios y reflexioné si continuar, o no, con el proyecto que había iniciado. La experiencia vivida me sumió en un mar de dudas. Casi no dormí esa noche. Miles de fantasmas perturbaron mi sueño. El miedo me pasó factura…
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
07-10-2013 12:57
Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 8 extraordinarios relatos. Seguimos avanzando.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.
Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
07-10-2013 02:41
Llego tarde y pasado de palabras, por lo tanto libero de compromisos de comentar mi texto a los foristas, gracias por permitirme colgarlo en el hilo.
Caso Andueza
Suena el teléfono, contesto y una voz histérica de hombre chilla:
¡Mataron a Daniel! al fiscal Daniel Andueza le colocaron una bomba y explotó.
Sin ninguna cortesía pregunto ¿Que necesitas?
-Necesito saber quien lo mató. Quiero la verdad. Tener la certeza de saber el nombre del infame que, fue capaz de matar a mi Daniel.
Con la frialdad de la experiencia le respondo:
La verdad brilla encima de la costra del tiempo, es costosa, duele y no sabrás que hacer con ella, Antonio.
Mientras hablaba estuve ocupado identificando el número, quien me llama es Antonio Rodríguez y habla desde Putrezuela en Sur América, abro otra ventana y en la pantalla de la computadora aparece información sobre Daniel Andueza.
Se sorprende y pregunta
¿Cómo sabes mi nombre?
Soy un investigador, me estas llamando para que averigüe quien mató al Fiscal Andueza, el Fiscal trabajaba directamente con el Presidente, era el encargado de realizar averiguaciones relacionadas con los acontecimientos de Abril, leo en una de las ventanas que abrí.
Antonio, no eres familia del Fiscal.
¿Porque te interesa saber quien lo mató?
Con un sollozo ahogado, en un susurro, Antonio confesó: Era mi amor.
Voy a iniciar la investigación tan pronto deposites.
La cantidad exacta de dinero y los datos del Banco están en la página Web.
Ya no podía seguir durmiendo, sin esperar el depósito, que es una formalidad menor comencé el trabajo. Mi interés lo despertó una incongruencia, siendo Andueza Fiscal de Ambiente, porque investigaba casos de Seguridad del Estado.
Soy experto en información y contra información, algunos creen que soy un H.acker. Puedo entrar a paginas protegidas y encontrar valiosa información, incluso aunque esté encriptada.
Soy una sombra, el espectro de la luz que refleja la verdad y saber la verdad te lleva inmediatamente a tener poderosos enemigos capaces de destruirte, por eso instalé programas que impiden mi localización.
Es impresionante lo que obtienes con programas sofisticados y computadoras envenenadas, en una pantalla táctil tipo holograma abro infinidad de ventanas, cotejan y relacionan información sobre el caso, cada tanto se activan alertas y me llevaran a ir cercando y cerrando círculos sobre la información que necesito.
Intervengo teléfonos y correos electrónicos, oigo las declaraciones de los medios de comunicación sobre el caso de Andueza. Activo un sistema que me lleva a observar el último mes de la vida del Fiscal y en menos de 24 horas ya tengo clara la situación.
En Putrezuela hay lo que parece un caos informativo. En realidad es el empleo planificado de la propaganda como una operación de acción psicológica mediática, orientada a direccionar conductas en la permanente búsqueda de control social y de objetivos políticos y militares.
Chequeo el depósito y ya el dinero está en mi cuenta, me comunico con Antonio.
Quieres un informe por correo o prefieres que te hable.
Prefiero escucharte; dijo, no tengo cabeza para leer.
Desde que el Teniente Coronel llegó al poder Putrezuela está bajo una permanente Guerra Asimétrica, es una guerra por la conquista de cerebros, el objetivo es controlar la mente de todos. La conducta es chequeada, monitoreada y controlada por expertos, sometida a operaciones extremas de guerra de cuarta generación, la población se convierte en víctima y victimario, en esta acción perversa el único fin del Estado es la permanencia en el poder del nuevo grupo dominante.
Putrezuela se convirtió de la noche a la mañana en un espacio geográfico gobernado por los intereses de las mafias que operan al amparo del Teniente Coronel, personajes variopintos con una gran carga de resentimiento social.
Daniel Andueza investigaba los acontecimientos de abril y estableció una red de extorsión que opera organizados en una banda autodenominada “Los Enanos” ninguno de los integrantes, tampoco el Fiscal, superaban el metro sesenta y dos centímetros de estatura. Bajo la amenaza de involucrarlos en los acontecimientos de Abril, exigían el pago de una indemnización, que no sería la última ya que la investigación permanecería abierta.
El Fiscal Andueza sin saberlo se enfrentaba al Vicepresidente, un periodista que gozaba de mucho prestigio como representante de la izquierda y los Derechos Humanos, se había acostumbrado a vivir con dinero ajeno, obligaba a comprar las obras de arte de su esposa a quienes acusaba veladamente en un programa de televisión que tuvo antes de ser parte del nuevo gobierno, quien no pagaba sufría las consecuencias de acusaciones de toda índole.
Ahora en el poder cobra descaradamente y deposita en cuentas fantasmas, pero muchos se negaron a pagarle ya que el Fiscal los estaba ahogando.
Por orden del Vicepresidente dos de sus escoltas colocaron la bomba en la Autana de Daniel Andueza.
Sin esperar respuesta corto la comunicación.
Gregorio Tienda Delgado
30-09-2013 13:27
Amigos y amigas, compañeras y compañeros escritores.
Último día para publicar relatos. A partir de mañana día 1, sólo comentarios.
El día 7, nuevo tema, nueva etapa.
Saludos.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.