| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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| Jose Jesus Morales |
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Extraordinario. Hay sueños que son premonitorios, sobre todo si nos dorminos con angustias no resultas. Destaco la necesidad de hacerle caso, ciegamente, a lo que dicen nuestras mujeres, siempre llevan la rzón.
El humor no falta en ete texto, ni tampoco los subidos grados de ansidad a los que nos llevas con cada palabra además abres la puerta de lo inólito y asomas un texto de ficción. Realmente una lectura completa. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Mi aportación a la primera quincena de julio. TEMA: SUEÑOS DE UNA NOCHE DE VERANO". VOLVIENDO A BARCELONA. Se acabaron las vacaciones y tuvimos que volver. Las habíamos pasado muy bien. Tres semanas de tranquilidad en el pueblo. Viajar cada año al pueblo, significaba relacionarnos con la familia y fortalecer el afecto con ellos y con los amigos de siempre. Me gustaba el pueblo. El contacto con la naturaleza circundante, el aire puro, y lo que más, ver a la familia al menos una vez al año. El único inconveniente era el calor agobiante, pero peor quedarse en la ciudad. Lo teníamos todo preparado. Había planificado la ruta que iba a seguir. No quería ir por la autovía. Sabía que iba a encontrar mucho tráfico. Sobre todo, atravesar Madrid se podía convertir en una ratonera. Además, el viaje por carreteras secundarias nos permitiría ver cosas nuevas, sitios que por la autovía no veríamos nunca. Sería un trayecto relajado, sin prisa. Y con la ayuda del GPS, sería fácil. Nos despedimos de la familia y salimos bien temprano. Antes de que amaneciera. Yo conductor del vehículo, quería aprovechar al máximo las horas previas al calor. Pararía en algún pequeño pueblo de la ruta, para comer y descansar las horas más calurosas. Todo iba bien. Habíamos recorrido trescientos kilómetros sin problemas, circulando por cuatro carreteras diferentes. Algunas de ellas no muy buenas, bacheadas y con una sucesión interminable de curvas, pero deleitándonos con bellos paisajes. Recorrimos esa distancia en cinco horas. Íbamos retrasados según lo previsto, pero yendo por la autovía, estaríamos atascados en alguna de las innumerables retenciones. Llegando al pueblo donde tenía que coger la siguiente carretera comarcal, el navegador indicaba que en el cruce, a la salida de la localidad, girara a la izquierda, pero encontré un problema, esa carretera estaba cortada por obras, según indicaba un cartel. Mi mujer me aconsejó que volviéramos al pueblo, preguntara en la gasolinera que habíamos visto a la entrada y de paso, repostara gasolina. Me negué. Teniendo el navegador no había problema. Introduje la incidencia en el aparato y éste programó la nueva ruta. Según me indicaba, en el cruce tenía que seguir recto y a unos veinte kilómetros desviarme a la izquierda por una pequeña carretera local que enlazaba con la comarcal que no pude coger antes. Así lo hice. Seguí recto. A medida que avanzaba, el paisaje era más árido. Los campos de árboles frutales, las tierras cultivables y las explotaciones ganaderas, iban desapareciendo. Cada vez, menos presencia de actividad humana. Me estaba introduciendo en una zona casi desértica. El GPS me indicaba que girara a la izquierda, a dos kilómetros. El calor empezaba a ser agobiante, pues, el aire acondicionado no funcionaba bien; enfriaba poco. La voz del GPS dijo: «en el próximo cruce gire a la izquierda… si se atreve» Me quedé pasmado. La voz no era la que antes me daba las instrucciones. Tenía otra entonación, era más grave. Era parecida a la que emiten los robots. Mi mujer se había dormido. Pensé que quizá el aparato se estaba averiando. Pero ese… «Si se atreve» Me resultó extraño. Mis hijos, en el asiento trasero, no se habían enterado de nada. Jugaban con sus maquinitas. Llegué al cruce y paré el coche. La carretera por donde tenía que circular apenas tenía asfalto, no había arcén ni señalización. Pensé que mi mujer tenía razón cuando dijo que volviéramos para preguntar. Pero si el navegador decía que era por allí… seguí la carretera. No sabía si era imaginación mía, pero me pareció que el navegador emitió una risita siniestra. Mi mujer seguía roque y mis hijos también se habían dormido. El paisaje era una extensión plana, sin árboles, ni arbustos. Nada de vegetación. El sol caía a plomo y no se veía ninguna actividad humana. Miré si a lo lejos cambiaba el paisaje, pero no. Procuré no ponerme nervioso. El navegador no se podía equivocar. Era de última generación y estaba actualizado. «Ha hecho bien, siga adelante» Di un respingo que me hizo dar un bandazo. No era posible que eso lo hubiera dicho el nefasto aparato. Seguro que me lo había imaginado; que eran cosas de mi mente. Traté de controlar la situación. Ya había llegado a ese punto en el que volver atrás, era tan malo como seguir adelante. Sin duda, era mejor seguir. Miré el panel del vehículo y vi asombrado que el indicador del nivel de gasolina estaba a punto de entrar en reserva. No era posible. En tan pocos kilómetros no podía haber gastado casi la totalidad del depósito. Seguro que el coche tenía algún problema electrónico que hacía que todos los indicadores fallaran. Empezaba a agobiarme. El marcador de gasolina ya indicaba en reserva. Mi mujer y mis hijos seguían dormidos. No los quise despertar. Según el trasto parlante, faltaba muy poco para acceder a la carretera comarcal. Seguramente encontraría alguna gasolinera donde comer y repostar. Había desaparecido la línea que marcaba el itinerario en la pantallita. Estaba el plano de situación, pero no marcaba el itinerario. Eso me desconcertó. En ese momento, el motor del coche se paró. Se había quedado sin gasolina. «Te has quedado sin gasolina» Era otra vez la voz robotizada. Me asusté. La había oído. Estaba seguro. Pensé despertar a mi familia, pero recapacité. Creí mejor no preocuparlos. Tenía que hacer algo. Cogí el móvil, pero no había cobertura. Escribí una nota avisando a mi mujer que volvería enseguida y empecé a caminar bajo un sol abrasador, con la intención de encontrar una gasolinera. Cuando estaba ya exhausto, oí un sonido rítmico, cada vez más fuerte e insistente, pero de repente dejé de oírlo.
Justo en ese momento, oí la voz de mi mujer: «Despierta, ya hace rato que sonó el despertador. Espabila que se nos hace tarde» Abrí los ojos a la vez que grité con desesperación. Mi mujer me miró extrañada. Yo estaba empapado en sudor. Miré alrededor y en vez de estar en medio de un desierto abrasador, estaba en la habitación de la casa del pueblo. Respiré aliviado. Decidí volver por la autovía. Antes de salir, miré que el depósito de gasolina estuviera bien lleno y desconecté el navegador… |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Jose Jesus Morales |
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Una historia me acecha
Una historia me acecha desde un punto impreciso de los sentidos, aún no tiene forma definida, es una sombra sin volumen, que sin terminar de revelarse se asoma, se perfila. Intento descubrirla, pero me es imposible distinguirla y ciego camino a tientas entre velos de niebla con la única intención de atraparla. Todas las voces, los susurros que cuentan hechos, eventos, sucesos, son bienvenidos y estoy decidido a transcribirlo con la exactitud que se me confía.
Pero este secreteo se escabulle entre silencios, se pierde entre las esquinas de la imaginación y los recuerdos. Se convierte en humo y desaparece. Por un instante deja la huella de un aroma, la evocación de una nostalgia, los retazos de un sueño, un testimonio anónimo, un rastro de pasado que lastima y crece mi ansiedad por descubrirla. Un antiguo detalle menor se instala en la piel, dicta pensamientos desordenados, alguna palabra sin precisión y desaparece. Me consume la impaciencia.
Ensayo la posibilidad de recuperar el gesto, pero es efímero. Pruebo rescatar la idea, pero es vaga, se esconde en una bruma espesa y se hace inalcanzable. No logro escribir siquiera una línea de esta historia que me acecha. A falta de talento intento imponer el oficio para salvar del olvido la imagen que se oculta, hago algunas anotaciones, referencias sin contexto. Me remito a los aburridos trámites diarios, a mis obligaciones de señor de la casa, con la intención de convertirlos en textos literarios: Los niños están de vacaciones de invierno, afuera el viento que viene de la cordillera arrastra polvo de nieve y nos mantiene encerrados detrás de las cortinas, cubiertos bajo el manto protector de la calefacción. No hay nubes que oculten este sol que ilumina un cielo limpio, pero no calienta. Mi jubilación se la tragó la hiperinflación, nos comimos los ahorros y no podemos hacer gastos extras en estas pausas obligadas de estación, se acabaron los viajes, los paseos, las visitas a la familia, se impone la realidad de la rutina. Con el oído educado a las continuas emergencias de los niños, a sus exigencias inmediatas, a los llamados en mitad de la noche, a sus innumerables y urgentes solicitudes de atención, oigo el apremio del más pequeño, son las siete de la mañana y ya quiere levantarse, también se despierta el mayor. Preparo pan tostado con mantequilla de maní, caliento leche achocolatada. Sobre la mesa coloco las servilletas, la vitamina C y yo tomo café. Iniciamos juntos este día y la historia que me acecha se adueña de los rincones a donde anoche cantó un grillo su soledad desesperada sin temor alguno. Luego del desayuno comienza la lucha, la demostración de fuerza, el adiestramiento en el juego de poder, defendemos posiciones ante el estricto cumplimento del cepillado de los dientes. Yo gano este episodio de fuerza, este primer asalto de resistencia sin apelar a la autoridad.
La maravillosa historia que pude haber contado, el magnífico relato que por momentos percibí, el rumor de un hecho sorprendente que me susurraron voces anónimas, se diluyó como la espuma del jabón con la que lavo los platos, desapareció entre innumerables compromisos cotidianos y únicamente puedo dejarles hoy mis pobres referencias domésticas, que me impiden escribir la historia que al principio de la mañana intentaron contar las voces que me habitan, una historia, que seguramente era fantástica. |
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| Jose Jesus Morales |
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Gracias por la emoción. Las bisabuelas, las abuelas, la familia es ese pilar fundamental en donde nos recostamos cuando falla la justicia. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Pura idealización poética de la figura de la abuela, J.J. Y en un momento tan trascendental como el del anuncio de la muerte inminente del narrador. Brillante tu texto. Yo no conocí a ninguno de mis cuatro abuelos, sólo a una bisabuela. La perdí cuando yo tenía apenas catorce años y ella... creo que al borde los cien. Y mi estereotipo de la figura de la abuela es el de ella: menuda, cubierta con su toquilla negra, asomada permanentemente a un balcón desde el que apenas veía la calle, junto a su sempiterno canario que no cesaba de trinar ("cállate, que me mareas...", le decía a veces.) Recuerdo de ella sobre todo su enorme talla moral, la autoridad que de ella emanaba sin la menor crispación ni gesto duro. Y a sus ocho hijos vivos (en total tuvo once) que pasaban todos los domingos a besarle la mano. Y a la lectura diaria del ABC, diario conservador y sedante. Pero tienen las abuelas tantos puntos en común... Tu texto me los evidencia, aunque mi bisabuela (Antera se llamaba; después me enteré que "antera" es el órgano productor del polen de las flores: productora de la vida, en definitiva...)aunque ella no fumase ni cosiese en una vieja Singer. Como indicas en tu post de respuesta al último mío, tu escritura, nuestros escritos, son fuentes de evocación e inspiración. A nuestra edad nuestra vida ya es esencialmente recuerdo; pocas esperanzas de nuevas aventuras tenemos. Pero vivir "en" el recuerdo es también enriquecedor. Sobre todo por nuestra capacidad de adaptarlo a lo que hubiésemos querido que fuese la realidad, tal como hizo Proust en su inmortal novela. Gracias por escribir, J.J. |
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| Jose Jesus Morales |
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El hilo de un recuerdo A mis hermanos
El pájaro voló y aproveché la ocasión para irme entre nubes con alas prestadas en busca de lo que no se me ha perdido, así decía mi abuela Carola. Y la memoria la trajo de regreso sin ningún esfuerzo. Mi abuela entre costuras por pura obligación, sin elección. Mi abuela entre encajes, sedas, popelinas y paños de algodón. Menuda y siempre envuelta en el humo de aquellos cigarrillos que yo le compraba. Veinte cilindros apretados en una cajetilla dura y blanca con la impresión: Alas con Filtro, firmes y negras letras debajo de unas alas enormes y rojas. Sesenta años después los cigarrillos han desaparecido y yo, tirado en esta cama, lejos de todo, sin mar y sin montaña, solo, en una ciudad ajena recuerdo la imagen de mi abuela grabada en un recodo oscuro de la memoria, que hoy se ilumina con esa expresión, tan suya y tan certera. El humo gris se desprende y sube hasta el cielo de esos cigarrillos, ella aspira su encanto, intacto su aroma pasa por el delicado filtro y en un instante le crecen alas y puede volar y hasta desaparecer. Una vez más mi abuela regresa al pasado y deja los hilos descansar en sus carretes y olvida el chiquicha, chiquicha, chiquicha, de la Singer, su máquina de coser. El incesante sonido apaga la voz de mi abuela, esa voz que se precipitó al vacío de lo desconocido, que se perdió con en el humo de la pólvora sobre una mesa de apuestas y quedó suspendida velando para siempre un cuerpo en silencio. Mi abuela lo encontró tirado en el suelo, junto al ensangrentado juego de cartas y la apuesta que perdió. Algunos testigos tocaron con insistencia su puerta a deshoras y ella corrió con sus escasos veinte años, descalza y en camisón de dormir por las calles polvorientas del pueblo, sus dos hijos pequeños quedaron en las manos compasivas de una vecina, que vigiló sus sueños esa única noche y Carola se quedó para siempre viuda y mi padre huérfano. No recuerdo la sonrisa, ni las lágrimas de mi abuela Carola, no lloraba ni tampoco reía, concentrada en su mundo de nostalgias, con sus sencillos vestidos de corte A, el cuello redondo y cerrado, el dobladillo debajo de las rodillas y el invariable medio luto que distingue su viudez eterna. El humo gris de esos cigarrillos que yo compraba, envuelve la mesa en donde esperan las tijeras, la escuadra, las tizas y los pliegos de papel verde, sobre los que traza los patrones para la confección de vestidos ajenos. El humo se disipa sobre la radio de tubos, sintonizada en una única emisora. Radio Reloj Continente. Recuerdo a mi abuela fumando en las madrugadas. Arropada con el humo de los cigarrillos espera a mi padre, la acompaña el rítmico y monótono chiquicha, chiquicha, chiquicha, de la máquina de coser y el pavor de revivir otra pérdida. Oye pasos en el zaguán, abandona la máquina y más tranquila camina a la cocina, calienta la comida con la que espera a mi padre, sirve la mesa ya dispuesta y lo acompaña en silencio, sin probar bocado, sin una queja, sin un reproche, sin el cigarrillo. Con voz pausada en la distancia, oigo a mi abuela repetir consejas: La vida hay que vivirla puntada tras puntada. No debemos nunca dar una puntada sin dedal. Aparece la enfermera, revisa la vía en silencio y sin gestos, se marcha sin hacer ruido con sus zapatos blancos. No tengo tiempo de volver a los recuerdos, al salir la enfermera, el Doctor entra, camina directamente a la cabecera de la cama, me mira a los ojos y con el tono de voz aprendido entre estas camas de desahuciados, habla directamente de mi caso: -Revisé los últimos exámenes, la operación no es posible, una intervención en tu condición únicamente prolonga el sufrimiento y no vale la pena ese sacrificio, nos queda esperar la hora final, falta poco-. -Voy a indicar algo más fuerte para los dolores-. Asomo una mueca que intenta ser una sonrisa y digo con la resignación que nunca abandona los pacientes, con la entrega que acompaña a los enfermos:
-Seguramente me voy a morir en un mal momento, mi abuela Carola decía con atinada justicia-. -Los viejos somos siempre imprudentes, hasta para morirnos-. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Apenas una lectura somera de tu cuento, J.J., me da idea de lo alto que nos dejas el listón. Desde luego los escritores hispanos sois superiores en imaginación y capacidad de fabular que los de este lado del Atlántico. Había empezado a redactar el mío, pero tendré que replantearlo. Lo leeré con detenimiento (para disfrutarlo) y acabaré mi comentario.
Os dejo en poemas unos versitos de consolación. |
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| Jose Jesus Morales |
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Cumplo con la encomienda de esta quincena. Sueños de una noche de verano. Las visitas de Enmanuel Sólo para ser leído por
tus ojos profundos de montaña.
Sentidos por tu piel de leche
recién ordeñada y para que el
río que te enciende sin consumirte
se haga turbulento. Apareces en puertas fantásticas, elásticas. Asomas despacio y sin anuncio. En silencio. Simple y llanamente irrumpes con pasos de paloma, con esos ojos de mar llenos de peces luminosos y te haces dueña del espacio sin tiempo, que se me hace inalcanzable en la vigilia. Llegas en una ola, eres espuma, apenas el rumor lejano de agua que va y viene trayendo caracoles, un rastro de cangrejos, las luces fugaces de un sol de agosto al despuntar el día. Ausentes están el oro y la plata de tus manos y toda tu piel reluce en la oscuridad a la que me abandono, para vivir estos escasos segundos de tu visita como si fueran días y así, perdido en la luz de tus ojos, participar del poder mágico de estar juntos, sentir esa ilimitada fuerza que transmite tu presencia inigualable. Vienes vestida de noche, es sencillo tu luto riguroso, por lo que pueda morir en el encuentro. Innumerables son las pecas que comienzan en el cuello y bajan en desorden, amotinadas en tu espalda, para desaparecer de improviso en la amplia curva de tus caderas, donde invariablemente me detengo a mirar tus campos de avena florecidos, para luego recorrerlos con mis manos de campesino. Llegas y me susurras palabras imposibles, es un idioma que desconozco, pero adivino por el tono, por tus gestos. Ninguna mujer me habló jamás de esa manera y yo me pierdo en tus palabras. Dulce es la voz, un rumor de quebrada temprana, garúa sobre techo de zinc. En esta hora de oscuros presagios, tu presencia invoca el futuro, me reconcilio con cada día vivido y se agiganta esta condición de hombre, que daba por perdida. Cuando amanece y las estrellas cansadas comienzan la rápida huida a la zona de las sombras y la luna observa, con el desgano propio de la rutina, desaparecer su corte nocturna y obligada toma el rumbo del exilio, en ese momento, sopla con fuerza, chocando contra los cristales de las ventanas, el viento implacable de las rupturas y anuncia tiempos de desastre. En un inmenso remolino, el viento violento de las rupturas se alza con todo lo construido, se lleva incluso los momentos que se han quedado fijos en mi recuerdo y están presentes como una de esas fotos que miro colgadas en la pared. El viento de las rupturas trae los fracasos, se confunde con los desastres y se convierte en remolino para alzarse con todo aquello que he ido atesorando y convertido en apéndice de cada instante vivido. Luego, por orden, sin volverse caos, el temido viento envuelve las cosas más pequeñas y por último lo imperceptible, lo fugaz de una esperanza sutil, en fin, el viento de las rupturas se alza con todo para dejarme en medio de un campo abandonado, atravesado por un estrecho camino de piedras blancas. Comienzo entonces sin perder la calma a construir un mundo nuevo, de la nada. Para que no me aten los recuerdos, ni las voces que alguna vez me desvelaron piso firme sobre la tierra, sacudo el polvo negro de las mentiras, me levanto por encima de los escombros de lo vivido, de los fracasos, del olvido. Enfrento al viento de los desastres con los dientes apretados y con la mirada fija lo empujo con tu nombre como escudo a su oscuro sitio de origen. Regresas cada noche a sabiendas de mi soledad, de esta cara de cansancio, de mis largos -feroces- silencios. Te acercas precisamente cuando este mundo que comienzo a construir de la nada, se vuelve arena y se dispersa delante de mis pies y me quedo nuevamente con los ojos volados y las manos levantadas, rotas, a la mitad de un camino sucio y polvoriento. Vienes en el momento de mis pequeñas, o mis grandes derrotas. Llegas cuando te haces realmente imprescindible y comienza a dolerme tu ausencia. Apareces convertida en el mejor de mis triunfos y yo lo levanto contra el viento de las rupturas. Invoco tu nombre como conjuro, lo repito una y otra vez sin cansancio. Me hago caja de resonancia para llamarte en los sitios más distintos, en los lugares más distantes. Enmanuel. Enmanuel. Respondes a mi llamado y apareces con pasos de paloma, los peces inquietos y luminosos de tus ojos de mar iluminan con chorros de luz el horizonte nuevo que intenta volverse arena y dispersarse delante de mis pies, esfumarse entre las sombras, escaparse con el peso de los malos recuerdos. Debajo del sencillo luto riguroso, tu piel espera mis manos ansiosas para inventar un universo distinto y acepta mis manos de campesino, empeñadas en limpiar tus tierras de sombras y de pasados, empeñadas en sembrar un futuro posible. Vienes con los pies descalzos a detenerte justo enfrente de mí, que te espero desnudo, echado sobre la cama, las manos cruzadas bajo la cabeza, la mirada perdida en un punto impreciso que desaparece con tu sola presencia. En medio de la noche relucen tus ojos de mar llenos de peces luminosos. Con un movimiento apenas perceptible, subes los brazos cimbreando tu cintura, todo es movimiento, tu cuerpo sigue el compás de viejos sones que llevas por dentro. Juegas por instantes con el gafete que sostiene tu vestido, mientras forjas en una sonrisa de labios rosados y dientes blancos el medio día de mi vida. Espero sin aliento. Bajas los brazos, el vestido se desliza por tu cuerpo, por tu piel brillante y pálida como luna de enero, el vestido cae a tus pies convertido en un gato negro y se duerme al contacto de los tobillos. Atraviesas la impenetrable oscuridad donde me refugio y avanzas hasta mí, susurras esas palabras imposibles que no puedo descifrar, pero adivino por el tono, por tus gestos: rumor de quebrada temprana, garúa sobre techo de zinc y haces de mí este incendio. Desde el momento que apareces en silencio y sin anuncio atravesando puertas fantásticas, elásticas, yo no hago el menor movimiento, hipnotizado por tu presencia. Vienes para acostarte a mi lado y siento el calor de tu cuerpo, el roce de tu piel, que huele a campo abierto, a tierra recién llovida, a pomarrosa. Con calma nos abrazamos y me invade una ternura sin medida al iniciar el rito de buscarnos, de encontrarnos en las líneas de piel, a detenernos en cada bifurcación de los cuerpos, acariciando las marcas, las heridas más profundas, intentando borrarlas al menor contacto. Las paredes se han convertido en espejos incendiados en donde se repite cada movimiento de las manos, de las piernas, de los cuerpos que se acoplan. La puerta del cuarto es la profunda, la inmensa boca negra, el túnel de la noche por donde escaparás más tarde, cuando suene la hora de la retirada y la luna insistente se meta por la ventana y te llame, como si tú pertenecieras a su corte nocturna. Con un último beso prolongas la despedida, bajas de la cama y al tocar el piso con los pies descalzos, despiertas al gato que salta a tu cuello, para arroparte, para vestirte con el sencillo luto riguroso y corres hasta el túnel de la noche con pasos de paloma y desde tus ojos de mar llenos de peces luminosos una última mirada apaga el incendio y borra los espejos. Hoy me duelen terriblemente los dientes, es un dolor persistente que me llena la boca de alfileres. Este es el anuncio de la llegada del viento que viene del norte, el de las rupturas, el que arrastra fracasos, se confunde con el desastre, se convierte en remolino y quiere arrastrar hasta el mínimo detalle que atesoro y convierto en apéndice de cada instante vivido. Es la sensación de una próxima e irreparable pérdida lo que causa este dolor agudo, es la cercanía del abismo, la premonición fatalista de un nuevo y más terrible derrumbamiento. Decido hacerle trampas a mi destino, salgo a oscuras de mi casa, de espaldas a la calle, la luna me acompaña en menguante, cierro la puerta con doble llave y con pasos lentos, firmes, sigo de espaldas sin dar la cara al viento, que desatado y furioso me busca. Camino de espaldas una cuadra completa, me doy vuelta justo en la esquina y con las manos en los bolsillos apretando piedras me voy sin rumbo. Abro la mañana y rompo conjuros para nombrarte. |
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| jota jota |
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Es interesante el tema, porque se presta a variadas interpretaciones. A escribir entonces. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Bueno, compis; después del subidón que me ha producido vuestros comentarios, creo que toca proponer tema para la próxima convocatoria... Aunque no me toca os dejo sobre la pantalla: "Sueños de una noche de verano". Aquí, en España, lo es. En América lo sueñan... Ya diréis "argo" ... |
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