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TALLER DE RELATOS
lluvia
lluvia
28-09-2013 21:34

Hoy o Nunca

Un minúsculo rayo de luz se filtró por una rendija del diminuto ventiluz dando de pleno en su párpado derecho. No quería despertar. Sin atinar a cambiar de posición se cubrió el ojo con la palma de la mano. Quería retener el tiempo y por un instante más no ver la realidad, absurdo intento porque los recuerdos no necesitan los ojos abiertos para entrar:
Su padre... su amado padre y sus caricias, esas que la hacían sentir una niña querida, feliz.
La niñez en la casita de adobe allá en Formosa, el duro trabajo familiar en los campos sembrados de mandioca, sus hermanos gemelos afectados por el mal de chagas a pesar de la incesante lucha de sus padres contra las vinchucas que anidaban en el techo de chapas de cartón.
Su padre... su padre y esas otras caricias, las que traspasaron los límites del pudor y se llevaron su inocencia.
Su madre... esa mujer transfigurada, desconocida, echándola entre golpes a la calle como a un perro sarnoso.
La noche, la lluvia, las lágrimas, el frío, el desconcierto, y el miedo... el mismo miedo retorciéndose en su estómago entre el hambre y la angustia.
Juan... Juan y su sonrisa, su gesto protector, su tono dulce y comprensivo. Los dos meses de amor, y el viaje... el viaje al infierno.

Se sentó en la cama de un salto; la Nati, su compañera de prisión, aún dormía. La hermosa morenita había llegado desde Salta engañada por su novio; exáctamente igual que ella, aunque sus historias eran diferentes. A la Naty seguramente su familia la seguiría buscando, pero a ella, después de tanto tiempo, ya nadie la recordaría. ¿Cuánto tiempo había pasado?, ¿cuatro, cinco años? Para ellas era muy difícil precisarlo aunque ambas decían haber cumplido ya los veinte. La salteña era su única amiga, su confidente, la única mano cálida y sincera con la que tenía contacto. Se acercó al catre y le acarició la cabeza, la chica despertó sobresaltada y suspiró aliviada cuando la vio. Sin mediar palabras se levantó y comenzó a vestirse.
Pronto las vendrían a buscar para llevarlas a la cocina donde las esperaría la única comida que les darían en el día, algún guisado inmundo y la pastilla milagrosa que les permitiría sonreír ante los manoseos y el aliento a alcohol, y que las ayudaría a ser complacientes y a soportar el abuso inhumano y los golpes de esos tipos que, como todas las noches, llegarían a ellas a descargar su sadismo y a satisfacer sus más bajos instintos, eso que los seres despreciables ocultan celosamente ante sus familias y su entorno social.

No tardaron en oírse los pasos arrastrándose por el corredor... la voz ronca y autoritaria que las hacía temblar... el tintinear de esas llaves que nunca abrirían la puerta a la libertad.
Zaira no tardó en sentir otra vez esa mezcla de angustia, de temor e impotencia cerrándole la garganta junto con esa sensación de asco y las nauseas. Otra vez esa desesperada necesidad de escapar, y el odio acrecentándose más y más.

Ambas chicas se miraron, directo a los ojos, sin parpadear. La Nati buscó debajo del colchón y le alcanzó el puñal que pudo robarle la noche anterior a aquel cliente que sacaron del salón a la rastra, al borde del coma alcohólico. Zaira lo ocultó con rapidez bajo su falda sosteniéndolo con sus diminutas bragas. “Hoy o nunca”, se dijeron.

Hoy o...

Nunca.

OMAR
OMAR
19-09-2013 19:21

No era mi condena

Ni siquiera el período diario de recreación en el área central lograba hacerme olvidar la angustia por aquellas muertes que no me pertenecían. Esas tres mujeres aparecieron degolladas y mis huellas cubrían toda la escena, ¿cómo lo lograron?, no lo sé, pero el condenado fui yo.
—¡Todos al suelo! —se escuchó por el intercomunicador dirigido al espacio donde los reos intentábamos distanciar por algún momento el sufrimiento; inmediatamente varios disparos al aire—. ¡Las manos a la espalda! —esta segunda orden fue aún más imperativa.
Los guardianes caminaron entre nosotros y liquidaron con un tiro en la cabeza a cuatro hombres y dos mujeres; que después fueron arrastrados hasta una puerta muy estrecha y negra conocida por «la misteriosa», porque nadie sabía qué había del otro lado. Siempre pasaban por allí a los muertos.
Aunque algunos la atravesaron por sus propios pies y nunca regresaron. Varias detonaciones más para restablecer el orden en el patio y todo pasó.
Ya de noche, mientras intentaba dormir y nuevamente la imagen de las tres mujeres en mi cabeza junto a la eterna pregunta, ¿podría librarme de eso alguna vez?
Unos sacudiones muy fuertes me hicieron abrir los ojos; me encapucharon la cabeza y me obligaron a caminar bien rápido durante varios minutos. Cuando jalaron la capucha tenía frente a mí a «la misteriosa». Escuché sonar sus ejes cuando la abrieron y de un empujón estaba del otro lado.
Todo era muy blanco, pero poco a poco mis ojos se fueron adaptando, hasta percibir frente a mí una mesa redonda con dos sillas a su alrededor, una frente a la otra.
Escuché una voz muy aguda:
—Siéntate y espera ahí.
No podría decir el tiempo que permanecí sentado y esperando. Hasta que uno de los tiránicos dominantes del patio se acercó a la mesa.
—¿Cuál es tu condena? —me preguntó directamente después de sentarse.
—Tres cadenas perpetuas.
—Una por cada muerta…
—¡Yo no las maté! —lo interrumpí.
—Vamos, vamos, eso lo es lo que todos dicen.
—Sí pero…
—Sin rodeos —esta vez fui yo el interrumpido—; te traigo una propuesta para —se detuvo un momento—, prácticamente eliminar esa condena y sacarte de ese mundo al que no perteneces.
(¡No podía creer lo que había escuchado! ¡Eliminar mi condena! Pero no, esa no era mi condena; por qué tendría que negociarla)
—Porque si no te pudres aquí adentro —¡como si leyera mis pensamientos!
Solo dos, tres segundos pasaron:
—¿Qué tengo que hacer?
—Sígueme.
Caminamos por un estrecho pasillo varias decenas de metros hasta llegar a una puerta casi exacta a «la misteriosa» del patio. Estiró su mano portando un arma y me dijo:
—Vas a entrar ahí y aniquilarlos a todos.
—¿Yo…, pero…
—Eso si quieres vivir, aunque sea preso, porque esos han robado el combustible que necesita la nave para salir de la Vía Láctea y en cualquier momento pasamos a ser otra minúscula partícula del Universo.
—¿Quiénes son? —pegunté estupefacto.
—Son miembros de la tripulación que no están de acuerdo con la medida ya centenaria de que nuestros presos cumplan su censura en el satélite CH-54.
Cómo ocurrieron las cosas a partir de ese momento no está claro en mi mente; pero todos los reos de aquel viaje logramos encontrar un aislado planeta en el oscuro cosmos donde ahora vivimos «tranquilamente».
Claro, ya nunca sabré quién degolló a esas tres mujeres.


«...solo el amor convierte en milagro el barro...»
S.Rguez
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
18-09-2013 21:15

MÁS ARRIBA.

Con sus ojillos inteligentes, maliciosos y miopes, tras las gafas fashion, el nuevo director de la sucursal bancaria miraba al matrimonio de jubilados que habían sido llamados por “el banco” para un asunto importante. Clientes de toda la vida, formales en sus pagos y con una cuenta corriente modesta pero saneada (plazo fijo, un pequeño paquete de acciones del propio banco, etc.) habían confiado y confiaban la administración de sus ahorros al Banco, es decir, a Don Clemente, el que había sido Director de la sucursal desde siempre.

Ahora don Clemente había sido jubilado (¡pero si aún es muy joven, Don Clemente! ¿cómo es que se jubila? Me jubilan, Casiano, me jubilan. Las cosas están cambiado mucho en el mundo de la Banca.)

La sucursal, modernizada, con amplios ventanales luminosos sobre la plaza, sin antiestéticos mostradores, llena de colorines y plantas de plástico (se nota por su verdor acusica) estaba en manos de Angel Arturo, un joven simpático y dicharachero, elegantemente vestido, siempre de corbata y soportando con estoicismo los rigurosos calores del verano dentro de su terno impecable (claro que la oficina dispone ahora de aire acondicionado; se habían eliminado los familiares ventiladores de techo.)

Aparentemente las cosas seguían igual; es decir, el aspecto de la gestión y las ventajas de la automatización facilitaban cierto número de operaciones. Ya no era necesario ir a ver a don Clemente para que le adelantasen este mes la pensión. Con la Visa podía retirar pequeñas cantidades, suficientes para los gastos cotidianos. Los recibos los habían tenido que domiciliar ("les cobrarán una pequeña comisión; nada, céntimos, pero ¿y la comodidad?") aunque a ellos no les importaba ir a pagar la luz y la cuota de la cooperativa cada mes. Pero “los réditos”, los pequeños intereses que el Banco les abonaba por tener guardado su dinero, esos no aumentaban, eran cada vez menores. Y ahora con retenciones fiscales, por lo del IPPF ¿sabe usté, Casiano?

- Pues usté me dirá Don Arturo, aquí nos tiene.
- Nada de Don Arturo, Casiano, familiaridad ante todo. En el Banco todos somos una gran familia. Les he llamado, esto... verá usté, como le explicaría yo. Tiene usté unos ahorrillos, vamos, que ya los quisiera yo, pues eso que esos dineros no le están rentando nada. Los tiene prácticamente muertos. Y el Banco, siempre pensando en remunerar mejor a sus mejores clientes ha sacado al mercado un producto novedoso, excepcional. Nada de vajillas o cuberterías por dejar aquí el dinero. Eso ya es historia. El Banco le ofrece acciones preferentes, de alta, qué digo, altísima rentabilidad. Usté, Casiano, no tiene que preocuparse de nada; el Banco, siempre pensando en el bienestar del cliente, se encarga de todo.

- Pero vamos a ver Don Arturo... esto, Arturo. Explíqueme algo más, cuanto me rentan, si me dan el dinero cuando lo necesite, en fin, esas cosas que a uno, que no entiende más que de cosechas y nublaos no se le alcanzan.

- Pues mire, Casiano, así por encima, pa que me entiendan usté y la señora. Se trata de bla, bla, bla, bla...

- Pues Arturo, hijo, no me he enterado de ná; pero en fin, yo del Banco siempre me he fiado. Ande, traiga p'acá esos papeles que se los firme, que se hace tarde y usté tendrá que ir a comer a casa.

Después, todos conocéis la historia. Casiano fue, como tantos otros, a retirar sus ahorros, invertidos en “preferentes”, ante las noticias, cada día más alarmantes, que se daban sobre la situación financiera.

- Pues, mire usted, don Casiano; es que no va a poder ser. Órdenes de arriba. Además usté firmó...

- ¿Yo qué co.ño se que firmé, si me liaste con tu palabrería?

- Un respeto, don Casiano, un respeto. Yo sólo cumplí ordenes de arriba. Comprenda que también tengo familia que alimentar. O la firma de esos papeles o el despido; usté entienda.

- Pero, pero... (tartamudeaba el buen anciano) ¿quienes son los de arriba, Arturo? ¿Los de Madrid?

- Más arriba, Don Casiano, más arriba...

- ¿Esos de Nueva York, que dicen que han quebrao?

- Más arriba, Don Casiano, más arriba...

- Pero ¿donde cojones más arriba, Arturo, por tus muertos?

-No lo se, Don Casiano, yo tampoco lo se; solo nos dicen que son órdenes de arriba...

Mientras en la televisión se daban noticias que a don Casiano le resultaban incomprensibles, extrañas, como de otro país. Un Banco, el suyo, de toda la vida, ha quebrado y ha sido comprado por otro que a él le resulta desconocido. Pero los altos cargos directivos (no los accionistas) habían sido recompensados con cantidades multimillonarias por su labor. Otros se habían llevado a Suiza enormes cantidades de comisiones ilegales, puro fraude. El Banco de España dice que no quiere saber nada, que cuando se hagan las auditorías ya se verá... El Ministro...

Más arriba, Don Casiano; sus ahorros se han ido más arriba. Tanto que es imposible que vuelvan.

¿Es o no es una historia de gansters y mafias, de malevos e inocentes? Pues eso. A espabilar, que no todas las tramas negras son de tiros, drogatas y redes de prostitución. Esos son “daños colaterales” .

Ilust.: Never mind. Tommy Ingberg

Observador
Observador
18-09-2013 20:30

TRÁFICO

—¡Vaya, hombre! ¡Ya estamos otra vez como "toas" las mañanas! ¡Me cago en "tos" sus muertos! —gritó Lolo mientras frenaba y los vehículos se iban deteniendo alrededor de su furgoneta.

Últimamente no tenía paciencia, todo le ponía de mal humor. Mari había notado ese empeoramiento del carácter de su marido, pero no se atrevía a decirle nada, porque tenía un pronto muy malo y temía que le diera un bofetón. Ella sabía que Lolo estaba así a raíz de lo que sucedió aquella fatídica noche. Antes de que pasara aquello, su marido tenía un carácter muy alegre; siempre estaba cantando y tocando las palmas, contaba chistes y le gastaba bromas continuamente. Eran felices a su manera, con sus estrecheces y las preocupaciones de no llegar a fin de mes con tantas bocas que alimentar, pero iban saliendo adelante y sacaban lo suficiente con la chatarra para ir pagando las letras de la furgoneta y para que los suyos pudieran tener a diario un plato caliente sobre la mesa.

—¡Hala, Mari!, "arreando", que ahí hay otro "cuntinedor" —dijo Lolo deteniendo la furgoneta en medio de la carretera y bajándose de un salto.

En unos instantes, los coches se fueron parando detrás y se formó una larga hilera de vehículos. Empezaron a sonar los cláxones con intensidad y Lolo, con actitud chulesca, hizo aspavientos con los brazos para que esperaran mientras cargaba, con ayuda de Mari, una cocina roñosa y destartalada. Así se pasaban el día, subiendo y bajando de la furgoneta para recoger la chatarra. Era un trabajo duro, pero hasta que ese payo señorito se cruzó en sus vidas todo había ido bien.

—¡"Na", hoy no sacamos "na"! ¡Hemos "ricogido" cuatro cachivaches en "toa" la mañana! ¡Aparta de ahí, "neño"! —dijo Lolo dando un manotazo en la cara a uno de sus cinco hijos.
—No le des, Lolo, que la criatura no "tacho" "na" —dijo Mari gritando.
—¿Qué te tengo dicho? Yo le doy si me da la gana y a "callá".

Ella sabía que era mejor permanecer en silencio. En parte, se consideraba culpable de lo que ocurrió aquella noche. Pero cómo negarse, fue una tentación demasiado grande para rechazarla. Los dieciocho mil euros les habían proporcionado bastante desahogo económico, pero tenía que reconocer que ahora las preocupaciones habían aumentado. Lolo se pasaba las noches despertándose de sus terribles pesadillas entre gritos y sudores, y a ella la culpa no le permitía tener tranquila la conciencia. Aquel payo malaje les había arruinado la vida.

A la altura de la M-30 volvieron a meterse en otro atasco. Lolo no dejaba de tocar el claxon y vociferar insultos por la ventanilla. Algunos de sus hijos, los más pequeños, se pusieron a lloriquear al ver a su padre tan alterado. Mari iba en el asiento de al lado, con la mirada perdida, y uno de los niños sentado sobre sus piernas. "No merecía la pena" —se decía para sus adentros—. "Ahora entiendo que el dinero no da la felicidad, pero ya es demasiado tarde". En su mente se le representaba con toda nitidez la escena que tuvo lugar aquella noche; Lolo había detenido la furgoneta en mitad de la calle y empezó a hurgar en un contenedor. Ella bajó con la niña en brazos para ayudar a su marido. Con una mano sujetaba a la criatura contra su cuerpo, como si llevara un fardo bajo el brazo, y con la otra arrastraba una chapa metálica. Entonces llegó él como una aparición en mitad de la noche. Era un tipo alto y bien trajeado. Se acercó con mucho sigilo a Lolo y le propuso directamente el trato, sin andarse con rodeos. Lolo se quedó durante unos instantes parado, con cara de alelado y sin saber qué hacer ni decir. Después reaccionó y llamó a Mari. Luego se metieron en aquel portal, y al rato salieron corriendo, se montaron en la furgoneta y arrancaron a toda velocidad. Mari lloraba desconsoladamente, al tiempo que no dejaba de darse fuertes golpes en el pecho.

Al día siguiente volvieron al lugar donde habían hecho el trato, pero nadie parecía conocer a aquel tipo. El portero les miró con desconfianza y negó con la cabeza. Era una descripción demasiado imprecisa. Por otra parte, ni siquiera sabían su nombre. Estuvieron acudiendo durante varias noches seguidas por allí por si lo veían, pero no hubo suerte. Sabían que no podían ir a la policía porque se autoinculparían en el delito. Lolo intentaba tranquilizar a Mari diciéndole que la niña iba a estar bien con ese hombre, que él cuidaría de ella y le daría todo lo que ellos, por su precariedad económica, no le podían ofrecer. La mujer no se consolaba con aquellas palabras de su marido. Tenía un mal presentimiento y la culpa era una carga demasiado pesada para poderla soportar. Lolo tampoco se creía sus propias palabras. Era consciente de haberse dejado llevar por la codicia. Y sobre todo, había transgredido una de las leyes fundamentales de su raza, quizás la más importante: "Cuidar, respetar y tener la máxima consideración con los niños y los ancianos". Se consideraba un miserable y esa culpa le perseguía como un fantasma a cada instante.

Una madrugada de insomnio salió solo en la furgoneta. Decidió conducir un rato para alejar de su mente los malos pensamientos. De repente, lo vio por casualidad caminando por la calle. El tipo que había negociado con él se metía rápidamente en un coche, junto con otros dos individuos. Lolo decidió seguirlos a una distancia prudencial.

Después de un rato de conducción, llegaron a aquel lugar. El hombre alto trajeado salió del coche, sacó una pequeña nevera portátil del maletero y entró en una clínica. Lolo pensó en ir a su encuentro y exigirle que le devolviera a su hija, pero tras un rato de angustiosa indecisión, arrancó la furgoneta, dio media vuelta y se alejó de allí.

—Rosario estará mejor con ese hombre que con nosotros —dijo en voz alta.

Tigana
Tigana
18-09-2013 17:37

BARRIO MARGINAL

Habían sido años muy duros, sí, de adaptación, estudios, sacrificios y más estudios. Pero dentro de pocos meses, Mario se verá recompensado cuando en su barrio de las afueras se levante el nuevo edificio de formación para niños marginados. Ojalá su abuelo, el patriarca, le viera ahora. Todos sus colaboradores y él mismo trabajarán con ahínco en el proyecto que su abuelo le había inculcado. “Alejad a los niños de la calle”.
Mientras sueña con calles limpias, parques futuros y pequeños árboles alineados, se acuerda de aquella tarde tan especial.

-Pos sí, Carlos, me lo ha dicho mi agüelo: algún día cuando mis papás hayan ganado mucho dinero vendiendo ropa por los mercadillos, vendrán y me llevarán a uno de esos colegios donde se aprende un oficio. Pero yo no sé entavía si esperaré, prefiero irme con mis hermanos, ¿sabes? Ellos sí que viven bien y no han tenio que estudiar.
-Ya, Mario, pero mi mamá ma dicho que tus hermanos se la están jugando. ¿A qué juegan?
-No juegan. Llevan mercancía de un lugar a otro, donde les mandan, y ganan un montón de pasta. Yo no sé, pero paice que el agüelo nunca está contento con ellos.
-sigún lo cuentas paice un trabajo fácil. Pero yo prefiero quedarme aquí y jugar. Eso de trabajar tie que ser muy cansado, sea cualo sea, eso pa otros. Mientras a mi mamá no la falten novios y gane tanto, yo asín, estoy bien.

Los amigos dejan de hablar y echan una carrera hasta la chabola que Mario comparte con su abuelo. Pero se paran en seco al ver un enorme cochazo negro y, a sus hermanos entregando un montón de dinero en la mano del abuelo. No se oye pero se adivina la discusión. No quiere el dinero, pero algo le dicen despacito y con respeto. El viejo termina por aceptar el fajo de billetes pero les estruja en su mano con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos.

Mario se despide de su amigo y va en busca de su familia. Pero no llega. El abuelo con una rapidez impropia para su artrosis, impide al niño acercarse al coche negro. Le desespera ver la admiración que Mario siente por sus hermanos. Tira con fuerza del brazo de su último nieto en dirección contraria a su chabola. Lucha con fuerza para que sus temores nunca lleguen a realizarse. Confía en Mario y él se encargará de inculcarle otros ideales distintos al dinero fácil. Ese dinero que tanto le cuesta aceptar, servirá para educar a su nieto.

De repente un coche aparece no se sabe de dónde a toda velocidad. Los disparos son atronadores. Mario sólo tiene tiempo de ver como sus hermanos caen bajo el fuego de las balas. No les da tiempo a defenderse. Mario quiere correr hacia ellos, pero su abuelo le tira al suelo y le protege con su cuerpo. Mientras cae, ve como su amigo Carlos recibe una bala perdida en el centro del pecho.

Nota: el dialogo de los niños está lleno de localismos gitanos.


Fuera de los límites de la raza canina, el libro es el mejor amigo del hombre; dentro de los límites del perro no hay suficiente luz para leer. Groucho Marx
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
18-09-2013 12:13

RITUAL.

El silencio empapaba la noche. Negras nubes ocultaban las estrellas, pero entre su frío manto, la luz fantasmal de la luna llena se filtraba por pequeños claros en forma de tenues hilos de hielo que se proyectaban sobre la gran urbe, chocando contra los más altos edificios y contra el asfalto como centellas mortecinas destinadas a perecer. Antes de morir bajo las sombras de los gigantescos edificios, se mezclaban con la escasa luz de la ciudad. Se fundían en ella para recortar el contorno inmenso que separaba la urbe de las oscuras tinieblas de los alrededores.

No solo en el exterior anidaban las tinieblas. Entre las estrechas callejuelas que se cruzaban en laberínticas formaciones, la oscuridad nacía del suelo. Se aferraba a los pies de los edificios, se ceñía a ellos y escalaba como depredadora de la exigua luz.

En ese contexto de oscuridad, una silueta humana salió de una puerta que no dejaba ver lo que había en el interior. La figura cayó pesadamente contra la dura piedra de la lúgubre calle, levantando con un sonoro chapoteo el agua de un gran charco que se alimentaba de la fina lluvia que no dejaba de caer. Tardó en levantarse. Sus movimientos se mostraban fatigados y la debilidad de sus piernas se acentuaba en cada paso. Corría sin dejar de mirar atrás, en dirección a la puerta que se difuminaba entre la oscuridad en los bajos de un edificio negro como la noche.

A sus espaldas se escuchó otro chapoteo compasado, armónico, que precedió a un silbido. Un silbido como el del viento, pero no tan fluido, sino que se parecía más al disparo de una pistola. Era intermitente y poseía una cualidad amenazadora que se transcribió en el movimiento aún más frenético y desesperado de las piernas de la asustada figura.

A lo lejos, una puerta entreabierta dejaba escapar un suave halo de luz que se desvanecía en la barrera casi sólida que proyectaba la oscuridad. La encorvada silueta aceleró aún más el paso, sollozando gemidos de agotamiento. Mientras corría escuchó un golpe seco a su espalda, y fue tan grande la confusión que le produjo, que tropezó, cayó y no se pudo levantar. Escuchó varias palabras muy cerca, que no entendió, y antes de que pudiese escapar ya le habían cogido por los brazos y lo habían levantado.

Lo llevaron deprisa, en volandas a través de la puerta que se cerró casi al instante. Corrieron en dirección a la procedencia de la luz, esquivando muebles y utensilios dispersados por toda la estancia.

Voces estridentes y gritos desenfrenados que se mezclaban en una insoportable cacofonía asaltaron sus oídos. Sus ojos sufrieron una ceguera repentina al recibir de golpe un flujo de luz lanzada por múltiples focos. Su cabeza se mareó y pensó que le iba a estallar. Se veía atrapado en una situación que no podía entender.

Poco a poco, sus ojos fueron recobrando la visión y, entre un ruido bullicioso, casi abstracto, de un millar de manos golpeando sin cesar en su cerebro, pudo descubrir una sala semejante a un teatro, en el que los actores vestían atuendos extraños cuyos gorros apenas dejaban ver sus ojos. Intentó zafarse de las manos que lo sujetaban, pero le fue imposible.

Entonces, de detrás de una cortina surgió una figura ataviada con ropa oscura. Su rostro estaba oculto bajo una capucha, mantenía su expresión en el anonimato. La intensa luz se fue apagando paulatinamente, hasta que solo quedó de ella una frágil luminiscencia que envolvía los cuerpos de los actores, creando una imagen fantasmal.

Los artistas sobre el escenario iniciaron una danza alrededor del paralizado joven. Su mirada, frenética, se movía de un lado a otro, observando con expresión enajenada, unos movimientos extraños que proyectaban formas decididas a poseérle e invadir su mente. Al ritual se le unieron más figuras ataviadas de igual modo, precedidas por la figura con ropas oscuras que portaba un extraño artilugio en sus manos que le produjo mucho miedo. En ese momento, el joven aterrorizado, con todo su cuerpo invadido por temblores, trató de huir acompañando sus intentos con gritos de socorro.

La mente del pobre muchacho se colapsó. No sabía qué hacer, no tenía fuerzas ni voluntad para luchar. Imágenes grotescas que no podría describir ante un psiquiatra asaltaron su visión. Una indescifrable sucesión de sibilinas imágenes que lo arrastraban hacia la intensa oscuridad. Y al límite de la cordura, su mente se sumió en el terror más absoluto, y perdió el conocimiento.

Abrió los ojos en una cama de hospital. Vio dos figuras difusas que poco a poco fueron revelándose. Eran sus padres. El médico les avisó que a su hijo lo habían ingresado en el servicio de urgencias, con una sobredosis de heroína; temía por su vida.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
 Castelo
Castelo
16-09-2013 22:14

PROFESIONAL

Me presento; mi nombre es Bruno y me dedico a matar gente. Gente que estorba. O gente que le estorba a mi jefe, mejor dicho. Es, mi jefe, un hombre importante, poderoso. La mitad de la droga que se mueve en esta ciudad pasa por sus manos; es decir, que trabajo no me falta, gracias a Dios.

Aunque pueda parecer vanidoso, he de decir que soy bueno en lo mío. Muy bueno. Jamás dejo huellas ni pistas que seguir. Tanto es así, que cuando me cargo a alguien todos ya saben que he sido yo; todos menos la poli, claro. Quizás, por eso, me siento un tanto incomodo con este último encargo. Las palabras de mi jefe fueron estas : " Bruno, mi mujer se ve con otro tipo, me la está pegando. Entérate de quién es y bájatelo"

Al ser un tema personal, no de negocios, ha de parecer una chapuza. Que nadie crea que ando yo por medio.
Hago lo que haría cualquier novato; comprar una pistola "sucia" en el mercado negro. Una de estas pipas con pasado turbio; Algún marrón de atraco o ajuste de cuentas, a saber. Algo que se relacione con una pista falsa. Con esto y un buen plan será suficiente. Puedo proceder.

He quedado con mi jefe en un descampado fuera de la ciudad. Nadie lo sabe, ni su socio, ni sus amigos, nadie. Quiere prudencia, es su honor el que está en juego y sólo se fía de mí para estas cosas. Ser un cornudo no es plato de buen gusto, supongo, y además no está bien visto, no sé por qué. Veo su coche a lo lejos. Me acerco, abro la puerta y me siento a su lado.

- Dime Bruno ¿lo has hecho?- Dice sin mirarme.

- Aún no- Respondo mientras le pego el cañón del revólver en el moflete.

- ¡ ¿Pero qué haces?!

Tranquilamente le miro, está atónito, confuso. Siento su miedo.

- Me dijiste que matara al que se tira a tu mujer ¿no? Pues eso.

- ¡Pero yo soy su marido, imbécil!¡Al otro, me refiero al otro!

- El "otro" soy yo- digo antes de disparar. Le meto dos tiros en la cara, y luego vacío el cargador sobre su cuerpo. Que parezca hecho con miedo, o rabia. Da igual. Después le quito la billetera, y ya puestos, corto su nariz; la pasma está obsesionada con las bandas latinas, puede que les dé por investigar por ahí; con estos inútiles nunca se sabe. Echo un vistazo rápido, a modo de despedida, digo "ciao" como en las pelis y me voy.

Ya sólo me queda llamar a Carla y darle el pésame. Seré el primero, eso seguro. No le diré que he sido yo, claro. Con las mujeres nunca se sabe; lo mismo le da pena. Me mostraré cariñoso y protector. Necesitará a alguien que la ayude en los negocios de su difunto. Puede contar conmigo, ahora estoy en paro.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
16-09-2013 13:19

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, han sido 8 extraordinarios relatos. Creo que debemos seguir felicitándonos.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6 5 7 5 4 6 4 4 4 5 5 2 6 6 7 5 6 6 6 7 6 4 3 2 8 9 9 8
Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
OMAR
OMAR
09-09-2013 18:33

El virus

Todas las amigas, con paso acelerado, pasaban por su lado y reían ladinamente. Por supuesto que esa tarde tampoco la dejarían entrar.
Muchos obstáculos tuvo que sortear ella. Pero ese era su gusto y debían comprenderla los encargados de la puerta.
Todavía faltaban unos pasos para llegar cuando escuchó la voz clara de un guardián.
—¡Manuela, no vas a entrar!
Al instante se detuvo, muy cerca ya de la entrada del palacio y solicitó ser atendida por la propia reina; que después de pensarlo envió una representante.
—¿Está en el rango establecido? —le preguntaron, y el silencio de Manuela fue quien respondió.
—Entonces debes llevarlo lejos.
Todas las hormigas se reían de Manuela cuando arrastraba, nuevamente, aquel moco que casi la triplicaba en tamaño.
—¿Cuándo entenderá que el hormiguero en pleno puede contaminarse con ese virus humano? —comentó la Reina cuando le informaron.


«...solo el amor convierte en milagro el barro...»
S.Rguez
lluvia
lluvia
08-09-2013 09:55

De príncipes...o no.

Cuando lo conoció no lo podía creer: él era tan... tan... ¡tan increíble! Tan parecido a lo que ella había soñado toda su vida. Fue verlo y caer rendida al embrujo de esa mirada clara, azul como sus sueños de la infancia. Fue escucharlo y sentir que esa era la voz que quería oír cada mañana del resto de su vida al despertar. Su espíritu romántico lo nombró su príncipe encantado y a partir de allí cada encuentro fue el prefacio del cuento que quería vivir.
Un par de meses más tarde, después de verse prácticamente a diario, al fin llegó el día esperado. Ella sabía que esa noche tendrían su primer encuentro en la intimidad, solos, los dos desbordados por las mieles de ese amor que florecía en cada roce de sus labios aún tímidos.
Se encontraron en la puerta del teatro y, luego de ver un maravilloso unipersonal basado en la vida y poesía de Lorca, fueron a cenar a un pequeño restaurante alejado del bullicio de la urbe, muy discreto, con luz tenue y música suave. Poco importó la cena, él hablaba sin parar, ella lo miraba a los ojos, lo miraba a los labios, lo miraba... lo soñaba mordiendo los suspiros. Él la invitó a ver la luna reflejándose en las aguas del río y fue allí, en el muelle, donde la besó como nunca antes la había besado. Luego la invitó a tomar un café en su casa que ella aceptó sin hacerse rogar.
No hubo tiempo para el café. Solo besos, caricias, pasión, una danza de cuerpos enlazados hasta llegar al éxtasis de todos sus anhelos. Ella tenía a su príncipe desnudo en la noche de sus sueños y por primera vez en la vida se sentía la protagonista de la película de Disney, y no el hada madrina o la hermanastra fea a la que no le queda el zapatito de cristal.
Por un momento quedaron callados, respirándose. Pasados unos minutos él se disculpó y se levantó de la cama para ir en busca de un cigarrillo. Ella lo vio salir de la habitación y fue cuando escuchó una metralleta estruendosa que le cortó la respiración. Él volvió a entrar a la habitación y se dirigió al baño. No, definitivamente no eran fuegos artificiales para el final feliz del romántico cuento; la sonora metralleta continuó por unos minutos que a ella le parecieron una eternidad. Cuando él regresó el perfume de la habitación había cambiado, no obstante, con mucha naturalidad murmuró: “Perdoname, es que soy muy “pedónimo” ¿ viste?”. Ella intentó sonreír, pero solo logró esbozar una mueca mientras se deslizaba hasta taparse la cabeza con la sábana al tiempo que su pensamiento le espetaba: “¿Príncipe?... ¡príncipes eran los de antes!... y tal vez ni esos”

¡Malditos cuentos mentirosos!

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