| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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Otro destino incierto
Compró cordones de diferentes colores y con ellos trenzó sus zapatos deportivos, también, con la sana intención de contener su belleza amarró sus cabellos negros en una cola de caballo. Ser hermosa la abruma. Intentó darle luz y color a sus pensamientos y quiso trenzarlos a la idea de futuro, a veces, su juicio se trastorna y los recuerdos no le permiten el olvido y la obligan a recorrer el pasado. Intentó enviar un mensaje desde su teléfono y con las prisas, la ansiedad, por el sentido del mensaje, o quizás, impulsada por esas fuerzas desconocidas que aprovecha el destino, se enredó en ese simple acto rutinario y equivocó el destinatario. Lo notó al momento de enviarlo, pero ya era tarde y se entregó con resignación a ese detalle torpe. De acuerdo a sus principios no corrigió el error, ni siquiera quiso conocer el nombre de quién recibiría la nota y despreocupadamente confió como tantas otras veces en su buena estrella. Probó nuevamente encontrar ese pensamiento deslumbrante que se le escabulle y utilizarlo como escudo para poder salir a la calle sin el peso de la culpa, libre de esa carga agobiante, libre de un recuerdo que la hiere más allá de las palabras, absuelta de una mala acción, pero no pudo encontrar un pensamiento redentor y siguió amarrada a ese enojoso desencuentro que la mantiene entrampada en el pasado. Los recuerdos la acorralan y nuevamente la empujan dentro de una caverna sumida en la oscuridad, a ratos iluminada por la lumbre de vetas de manganeso, en esta gruta ha intentado esconder el misterio de un error que la agobia y ella sabe que no hay una salida honesta, sabe también que es una carga que debe compartir, pero tampoco se ha asomado a su vida nadie que pueda ayudarla.
Ella no fue capaz de cruzar la puerta sin antes darse una mirada de cuerpo entero frente al espejo, ese confidente silencioso repitió su imagen con rigurosa exactitud y ella aprobó con un guiño de ojos y una sonrisa capaz de desarmar al peor de los bandidos y hacerlo arrepentirse de sus actos atroces. Con una destreza adquirida en la práctica, sin coqueterías, colocó un par de lentes oscuros ante sus ojos, otro de sus múltiples intentos diarios para apagar su belleza, iniciativa imprescindible, pero inútil, todo cuanto hace por pasar inadvertida termina por hacerla mucho más visible, adorable. Apenas pone un pie en la calle, en un milésimo de segundo imperceptible, el ritmo desenfrenado de la vida cambia de inmediato y se acopla al compás que marcan sus pasos. Ni siquiera ella nota que la cadencia de su cintura es la que impone el acento a la vida. Yo la encontré al final de la tarde, yo sentí al mundo detenerse y cambiar el ritmo al compás de sus pasos, yo comencé a buscarla justo después de recibir su mensaje, que me tomó por sorpresa y que luego acepté y me entregué agradecido al dictamen de su exigencia. El mensaje son seis palabras escasas que me obligan a un compromiso, un pacto al que estoy dispuesto a enfrentar con todos sus riesgos y consecuencias. El mensaje dice: no necesito un hombre. Quiero ¡AYUDA! Me presenté en el límite de lo ridículo, con unas rosas amarillas que le entregué mientras dije: -recibí tu mensaje-. -Hace unos días nos presentaron y en ese momento intercambiamos nuestros números de teléfonos-. ¿Y piensas ayudarme con estas flores? dijo. Conteniendo una sonrisa.
Decidido a ayudarla, dueño de mis actos, con el conocimiento suficiente y la entereza necesaria respondí. -En el lenguaje de las flores, en su estricta simbología, las rosas amarillas son la máxima expresión de compromiso sin condiciones, de una amistad sin intenciones ocultas, los tallos mantienen intactas las espinas para señalar que la belleza trae más dolor que satisfacción. ¿Estás seguro que es la belleza lo que me complica?
-Intentas esconder, cubrir, disfrazar, disimular tu belleza-. Lo que indica que te preocupa-. Guardó silencio y jugué mi última carta, con toda intención de desarmarla. Intentando encubrir la poesía le dije. -En el momento que nos presentaron, que estreché tu mano, una sombra espesa oscureció tus ojos claros y cerró con un tupido velo de pesado pasado el posible futuro-. -Yo estoy aquí para oírte y hacer lo que haga falta para que encuentres la gracia de la libertad-. -Vine para ejecutar incluso acciones de fuerza terribles y no pido nada a cambio-.
-Apenas recibí tu grito de ayuda me entregué a mi destino-. -Puedo asegurarte que con alegría-. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Gracias, querido J.J. Tomo nota de tu emocionante recesión de mi relato CAMINO; ya veis, a veces el autor pasa por encima de los significados profundos de lo que escribe, dejando a los lectores, inconscientemente, el privilegio de darlos a la luz. Reitero mi agradecimiento a Gregorio y a tí por haberlo hecho en este caso. Dejaré en breve mi reseña de tus últimos relatos. Evidentemente tienes tú más capacidad de producirlos que yo de leerlos. Estos días estoy en modo "bajo rendimiento". A ver si se me pasa la murria. Un abrazo a todos. Incluídos, como no, Adolfo y los ausentes. |
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Tormentas, tormentos y recuerdos
Esta tarde los vientos han exprimido a las nubes hasta la última gota, se enfrentaron en un cielo impasible, nubes contra vientos y con la fuerza de dos contrincantes formidables chocaron esmeriles contra cuchillos y lograron sacarle chispas al cielo, despertaron antiguas voces de dioses o demonios, nunca se sabe y su ronco y aterrador rugido hizo temblar la tierra. El sol decidió enterrarse en las montañas y aprovechó los grises para escabullirse en absoluto silencio de colores, casi con pena el sol se despide de esta tarde cansado de este combate, que sabe inútil, como todo acto de violencia y da paso a una noche particular. La noche de luna negra. Con estas condiciones atmosféricas terribles llega sin retraso este seis de julio, la temida fecha, la única encrucijada que intimida a las mujeres, a este abismo de interrogantes sin respuestas inmediatas, a este afán desesperado de redefinir la vida. Al cumplidos cuarenta años, inician sin demora una exhaustiva revisión de aciertos, errores, logros, fracasos y en este impulso se rasgan la piel hasta la sangre, hasta el dolor, para llegar definitivamente a la disyuntiva de enfrentar este camino y torcerlo a su propia voluntad, o finalmente aceptar las condiciones que impone la edad, rendirse con dignidad ante el tiempo también es una opción. Miran el pasado y se repiten con fuerza los innumerables reproches por decisiones tomadas y de las cuales hoy se arrepienten, regresan a las preguntas que alguna vez se hicieron y no tuvieron tiempo de contestar con los apremios de los 20 años. Con obstinada terquedad insisten en no aceptar la extraordinaria y encantadora imagen que duplica con fiel exactitud el espejo y deciden en cambio ver un enemigo atroz en esas formas que ha adoptado su cuerpo con los años y niegan como propia esa fotografía desdibujada, equivocada, exagerada, que les señala las líneas profundas, las marcas oscuras, las cicatrices, los nuevos defectos que se empeñan en anteponer a sus ojos. Con la absoluta desconfianza que le tienen al fantasma del tiempo, no pueden evitar el pánico que significa trasponer una frontera de la cual no hay regreso, el pavor de perder en este paso la suavidad de la piel y el espanto, el terror ante la aparición de una hebra de cabello blanco escondida en sus cabellos, la alarma ante la falta de miradas, el asombro ante la pérdida del deseo. Nosotros no celebramos, ni conmemoramos, ni festejamos fechas, pero este día no quiero, ni debo, ni puedo, dejarlo pasar inadvertido. Ahora los niños duermen, ya están tranquilos luego del escándalo de los cielos y nosotros tomamos un chocolate caliente. Entre uno y otro sorbo te digo entonces: quiero entregarte en este momento un detalle quizás sin valor, obsequiarte en el día de tu cumpleaós un instante del pasado, traer al presente un fragmento de nuestra historia singular, un recuerdo que quizás olvidaste, pero yo mantengo intacto, un momento que ilumina cada uno de mis días y mantiene firme mis convicciones de seguir adelante a tu lado, para siempre, por siempre.
Apenas nos conocimos establecimos puntos de encuentro y trazamos un mapa para transitar sin herirnos, marcamos con luces incandescentes peligrosas esquinas, que no pisamos y ambos evadimos con silencios, con cambios de dirección. Desde siempre, casi sin darnos cuenta entre situaciones y circunstancias buscamos excusas para encontrarnos, creamos esa urgente necesidad de estar juntos y aun no lo sabíamos, pero vivíamos en el remolino de encontrar nuestro reflejo en cada cosa que mirábamos. Ese momento, ese instante que quiero recordar hoy contigo, es mucho más que un recuerdo, es un pensamiento fijo en mi memoria. Era sábado y habían invitado a tu familia a un matrimonio, en tu casa no me conocían, yo no existía, ni siquiera era una pequeña referencia, era en ese tiempo un secreto necesario. Era imposible estar juntos ese día, con los mil detalles que cuidabas para asistir al compromiso, pero era urgente encontrarnos, impostergable vernos al menos un segundo. La ansiedad nos comía y no éramos capaces de medir distancias. La fiesta se realizaba en la mejor Casa de Festejos de la ciudad y acordamos vernos a las diez de la noche en una esquina de la calle El Rosal, a pasos de la recepción, saldrías un momento, escaparías apenas un instante y ese segundo nos permitía un respiro hasta el otro día. Empujado por la impaciencia llegué con anticipación, yo vestía en ese sábado glorioso un traje impecable y tú, hermosa, tan linda como hoy, taconeabas por la acera a mi encuentro en un vestido lila. Se me secó la lengua al verte y no podía contener los temblores de la ansiedad, nos abrazamos con fuerza y nos besamos con mayor intensidad que nunca, por un momento crucé una puerta desconocida, creí que los cielos se abrían y logré escuchar fuegos artificiales, música. Cuando finalmente abrí los ojos, enfrente nuestro, los novios, los recién casados, que a esa hora llegaban a su propia celebración, se detuvieron para festejar nuestro beso, el cortejo tocaba frenéticos las bocinas de los autos, aplaudía y gritaba contagiados con el entusiasmo de un beso más profundo y sentido que el de los novios en la iglesia. El amor que obligó ese encuentro sigue intacto veinte años después. |
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Mi amigo Raúl Bracamonte Hojeaba el periódico en busca de una oportunidad nueva y diferente para cambiar mi forma de ganarme la vida y encontré un muerto. Con sorpresa leí la invitación de la Sociedad Teológica Universal, para acompañarlos al cementerio y despedir a quien en vida fuera su más destacado presidente: Raúl Bracamonte.
Se soltó el gastado recuerdo roído por el tiempo y en la memoria aparecen viejas y amarillentas fotografías de una época remota, que yo mismo sepulté bajo la dura realidad que vivo. Instantáneas de situaciones y circunstancias pasadas que me obligué olvidar, en el momento que asumí con firmeza vivir este teatro de equivocaciones, en el que siempre me ha tocado un mal papel.
En mi recuerdo estamos Raúl y yo jugando a las canicas. Raúl y yo corriendo por las calles con nuestros uniformes en desorden. Es imposible detener el tren de los recuerdos y nuevamente Raúl y yo, ambos con bigotes, en un lúgubre bar, acompañados por unas mujeres con más pintura que carnes. Otra imagen surge del olvido y aparecemos Raúl y yo muertos de miedo, sofocados, asfixiados en un escondrijo, a la espera de una posibilidad de escapar, de salir sin riesgos, ilesos, de una de las muchas aventuras que juntos vivimos. Cambian los recuerdos y ahora el atropellado mar está frente a nosotros bajo un sol que revienta los cristales, pero esta vez somos tres. Raúl, Mercedes y yo. Juntos y en silencio miramos nuestro futuro en la transparencia de las aguas, en el interminable ir y venir de las olas. Mercedes apareció un día con sonrisa de perlas y boca encendida, siempre de jeans, azules y ajustados. Mercedes se instaló entre nosotros cómodamente y se hizo cómplice y compañera inseparable. Corre la sangre con mayor fuerza, se aviva una llama que creí apagada, se enciende, me abrasa, intenta consumirme a pesar del tiempo transcurrido y es imposible no pensar en Mercedes, imaginarla, soñarla nuevamente.
Raúl era mi amigo, el hermano que nunca tuve. Desde el principio es él quien lo cuestiona todo, él quien busca la verdad entre dos caminos divididos y en apariencia irreconciliables: la religión y el ocultismo. En esa búsqueda de respuestas llegó a esa organización doctrinaria representante de una ideología ecléctica, que entrecruzando hilos, unifica la ciencia, la filosofía y las religiones. Los seguidores de esta doctrina creen que todas las religiones, sin excepción, mantienen una verdad oculta que las une, esa verdad, es el principio de un conocimiento secreto conocido por maestros evolucionados, que están dispuestos a develar sus mayores descubrimientos a quienes se entreguen a la sincera búsqueda de la verdad, sin temor y con mente abierta.
Lo mío en cambio, es la intensidad de las experiencias, el conocimiento en base a la práctica, seguir la corriente de la vida, las señales que marca la historia universal y personal, sus leyes, sus códigos, manteniendo el principio básico de perseguir la paz sin hacer daño a ninguna persona, la paz por encima de cualquier dogma y la libertad de pensamiento sin imposiciones políticas ni de ningún tipo, por ese motivo no participo en organización alguna y en ese punto nos diferenciamos Raúl y yo. Ambos creímos siempre en la necesidad de la fraternidad universal como único medio para lograr la paz que el mundo necesita, e intentábamos a nuestra manera trabajar por ello.
Mercedes se mantiene entre nosotros, es un hilo conductor que ayuda enormemente a consolidar nuestra amistad, ella, sorprendida, nos confesó una tarde, que nunca antes había conocido dos hombres hermanados en una fraternidad a toda prueba. Entre nosotros tres mantuvimos una máxima que cumplimos con rigor: no discutir de política, ni de religión y tampoco hacer negocios juntos.
Un día me descubrí deseando a Mercedes; ese mismo día me percaté que Raúl también la deseaba, tanto o más que yo, entonces decidí desaparecer sin consultar a nadie. Conseguí trabajo como ayudante de cocina en un barco mercante y me despedí de ellos. Les dije que recorrería el mundo, que no había puerto que me retuviera, que era la forma ideal para descubrir la verdad detrás de los ojos de gentes diversas y diferentes en un mundo que cambia a cada instante. Mientras me arreglo para participar en el entierro de mi amigo Raúl Bracamonte y anudo la negra corbata frente al espejo, los recuerdos persisten, son muchos y no hay barrera que los detenga. Llegué al entierro con la certeza de no ser reconocido y caminé directamente al féretro. Mercedes se acercó y dijo mirándome intensamente: -quédate, te necesito más que nunca, sé lo que hiciste, conozco tus razones y puedo asegurarte que únicamente retrasaste lo que el destino nos tiene preparado-. |
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Mi querido Rodrigo, quiero felicitarte por ese Proyecto de ir a Extremadura, nuestro primer compromiso es hacer felices a nuestras esposas y podemos vernos en cualquier parte del mundo, sí lo permiten nuestras esposas y quien nos puso en este camino. Hace unos días coloqué una entrevista que le hicieron a Ernesto Sabato en la TV española, cuando la televisión era todavía en blanco y negro. Tus comentarios sobre lo que escribes me recordaron esa entrevista, en la que Sabato afirma haber quemado mucho manuscrito por no estar contento, El Tunel estuvo a punto de ser quemado, se salvo de milagro como decía mi abuelita. De allí que pueda afirmar lo que seguramente dijo en alguna oportunidad algúno de los grandes escritores que hemos leido: -el peor enemigo de un escritor es el mismo-. A diferencia de lo que tú consideras, el texto me parece fantástico, cumple con el tema que establecimos y para serte franco, cuando propuse el tema, lo que quería escribir era sobre uno de los tantos caminos recorridos. Algo parecido a ese camino con el que inicias tu narración, que me parece fantástica, ya que puede ser, tanto surrealista como ciencia ficción y comienza tu texto a sorprenderme con una versión nueva del Quijote y su locura proveniente de leer muchos libros de ciencia ficción. Y este Quijote tuyo se encuentra con el buenazo de Sancho, se topa con la iglesia, con los poderes, descubre el idioma y con todo el que se encuentra está dispuesto a ayudarlo a cumplir con su destino, y no puede ser de otra manera ya que es el enviado de un ser superior a salvar la tierra.
Hay una clara intencionalidad en tu texto de mostrarnos la existencia de un ser superior, una raza diferente, un Dios en fin un ente, que dirige nuestro destino y surge de inmediato la pregunta. Hay un cambio en tu pensamiento, o simplemente te lo exigió la narración.
Estas líneas que copio a continuación son verdaderamente extraordinarias. -Una larga cicatriz que atravesaba los campos yermos-. -Éramos mi sombra y yo y la soledad interminable los únicos moradores del contorno-. Sí crees que la amistad es lo que me hace benevolente con tu texto, te sugieroo que lo publiques en el Grupo Buho, los artistas debemos exponer nuestra obra y exponernos. Estoy seguro que muchos estaran agradecidos de poder leerte. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Muchas gracias, Gregorio. Tu análisis y opinión sobre mi texto son muy importantes para mí. Además de un gran poeta, y sensible, eres un verdadero amigo. Un abrazo. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Debo decir, Rodrigo, que tu texto, a mi entender, es muy importante, más de lo que tú lo valoras en la introducción. En la primera parte, EL CAMINO, empiezas insinuando la aparición de un ser distinto de la humanidad, mucho antes de que esta existiera, ya que todo estaba yermo, colocado en la Tierra para dominarla y regenerarla, una vez agonizara, maltratada por la destructora mano del hombre. Hecho que se concreta en el último párrafo, con el plan B del creador. Me ha gustado la referencia a Franz Kafka, y he recordado la película, El Planeta de los Simios. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Mis queridos Gregorio y J.J. : Me ha emocionado la propuesta que hace Gregorio de poder reunirnos en Barcelona; serían unas horas intensas y muy enriquecedoras. Pero yo tengo que proponer un primer inconveniente por mi parte (lo que no invalidaría la propuesta, aunque la limitase a vosotros dos) Tengo previsto volver a mi patria chuca, a la Extremadura que me vio nacer y que añoro grandemente. Allí tengo hermanos y sobrinos; y como mis hijos están dispersos por el ancho mundo, no sería, para ellos, mayor obstáculo para seguir en contacto. Es tan sólo un proyecto; pero un proyecto que hace muy feliz a mi esposa. Ya os iré contando. Pero, sí. sería una magnífica vivencia la de conocernos en un lugar tan excepcional como Barcelona. Hablaremos. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Por fin llegué. Nada satisfecho de lo escrito, pero llegué. Supongo que a vosotros tampoco os va a gustar mi "alarde de fantasía", porque después de mucho "escurrir", al final he "esbalizado". El próximo mejoraré... espero. EL CAMINO.
Andadura filosófico-surreal de un caminante improvisado.
Debió de ser en plena canícula, durante uno de aquellos veranos abrasadosres que, según supe luego, calcinaban las desoladas llanuras de lo que después fue mi patria. Me recuerdo alto, enjuto, inmóvil creando sobre la tierra reseca una sombra que apenas se despegaba de mi cuerpo. Era, entonces, pleno mediodía. Yo no sabía aún que era un hombre, una de las muchas especies animales que alguien, un desconocido demiurgo, creó en el inicio de los tiempos, mucho antes de mi aparición sobre el camino. El camino parecía, aunque yo no tenía todavía definidos esos conceptos, una larga cicatriz que atravesaba los campos yermos. No había árboles, ni rocas de alguna elevación, ni vegetación que diese color y movimiento a aquella inacabable llanura. Sólo mi cuerpo, cuerpo de hombre, proyectaba una liviana sombra sobre el suelo. Pronto algunos insectos buscaron en ella refugio de la inclemente solana.
Tenía que avanzar hacia algún sitio, pero desconocía completamente tanto qué era una dirección ni, desde luego, qué era aquel paraje y hacia donde podría dirigirme. La única referencia era la proyección de mi sombra. Y como si fuese la flecha de algún cartel indicador confié mis pasos en su dirección. Todavía mi condición de hombre no presentaba esas necesidades y carencias, que son habituales en el resto de los humanos. No sentía sed, ni hambre ni cansancio. Éramos mi sombra y yo y la soledad interminable los únicos moradores del contorno. Sin tener, por tanto, otras referencia eché a andar con parsimonia hacia no sabía dónde. El camino era monótono, sin apenas cambios de trayectoria ni de niveles. Pero, de vez en cuando, junto a él, crecía algo que después supe que era un árbol. Un largo, desgarbado y desnutrido elemento vertical sin apenas cobertura de hojas, sus ramas peladas y retorcidas, como expresando un enorme sufrimiento por vivir en aquellas soledades. Un extraño sonido me hizo volver la cabeza; hacia mí venía otro ser con mi misma apariencia, montado sobre otro muy diferente, de largas orejas, cuerpo rollizo y cuatro patas finas y robustas que lo movían. Era otro hombre; un campesino, según aprendí pronto, montado en un cuadrúpedo que llamaban asno. El otro hombre se sorprendió mucho al verme. Ni eran horas ni era lugar para una presencia como la mía. Unos sonidos modulados e, inexplicablemente, comprensibles para mí, llegaron hasta mis oídos. Mi demiurgo, al parecer, me había equipado con las capacidades mínimas -creía yo- necesarias para desenvolverme en el hábitat que eligió para iniciarme como ser humano. El otro hombre me interpeló:
- Buenos días, buen hombre. ¿Puedo preguntarle a donde se dirige con estas calores? Me resultaba complicado responder; y ni siquiera sabía si podía emitir aquellos sonidos como los que él me dirigía. - Pues no sabría decirle; si le cuento mi llegada hasta aquí tal vez crea que soy un loco escapado de algún centro o de una cárcel. Sorprendentemente para mi, mi expresión era fluída y comprensible; podía hablar el mismo idioma que hablaba el campesino, que no se sorprendió en absoluto de mi respuesta. - El caso es que ni hospitales para locos ni cárceles hay por el término; y la estación de ferrocarril más próxima queda a veinte leguas. ¿No vendrá de El Castillar? Es el pueblo más próximo, apenas dos kilometros hacía atrás.
No; hasta desconocía el vocablo “pueblo”. Pero era seguro que ese desconocido creador mío había dispuesto los instrumentos necesarios para que mi aventura terrenal no se frustrase. Continuemos, pues, junto al labriego. Avanzamos lentamente bajo el sol abrasador. El campesino me ofreció agua que debí beber desde un extraño artilugio que él llamó “botijo”. El labrador se rio mucho de mi cuando comprobó mi inexperiencia para manejarlo. Desde luego mi demiurgo no había previsto todas las contigencias. Llegamos al pueblo, a un lugar que se denominaba “plaza”. Un amplio espacio, desierto de gentes y de árboles, alrededor del cual se levantaban casas de modesto aspecto, todas cerradas y sin apariencia de vida. EL PUEBLO Solitario, absolutamente extraño a aquel entorno, mi abandono como ser vivo se hizo patente en toda su crudeza. Ni sabía quien era yo, ni quien me había traído a estos desolados parajes, ni para qué. Al menos hablaba y entendía el idioma de aquellos lugares, pero no tenía otro vínculo de unión con sus gentes, con sus costumbres, con su organización. Un lejano pero intenso sentimiento de soledad y abandono me fue invadiendo. ¿quien era yo? ¿dónde me encontraba? Qué misión me había traído hasta aquí?
Algunas cabezas curiosas empezaron a asomar por los ventanucos que se entreabrían. Cuchicheos, rumores entrecortados... los vecinos desde luego no estaban acostumbrados a este tipo de visitas.
Alguien se me acercó: - Buenas, forastero ¿se le ofrece algo? ¿Busca a alguien? Entendía, pero no sabía contestar. Fueron acudiendo otros vecinos que rumoreaban entre ellos, mirándome sin disimulo como a un animal extraño. Finalmente se destacon dos hombres, uno de ellos con un traje diferente, que intuí como un uniforme militar y otro de aspecto más recio y distinguido que el resto del grupo. Resultaron ser el guardia civil y el alcalde del pueblo, el que mandaba en el lugar. Éste se dirigió a mi con gesto y voz amables: - ¿Se le ofrece algo, señor? ¿Se encuentra enfermo o perdido?
- No, sólo desearía continuar mi camino.
- ¿Y hacia donde se dirige usted?
- Lo ignoro, pero "alguien" dirige mis pasos hacia alguna parte El personaje que vestía uniforme se dirigió a mi: - Haga el favor de enseñarme su documentación, si no le importa... Yo desconocía a qué se estaba refiriendo. El rumor entre las gentes aumentaba de volumen.
Un nuevo pesonaje apareció en la escena; iba totalmente vestido de negro y sus ropas eran diferentes en hechura a las del resto. Supe que era un sacerdote.
-Por favor, cabo, señor alcalde. Permitan que atienda yo a este buen hombre. Creo que puedo ayudarlo. Me retiró suavemente del grupo, cada vez más amenazador, y me llevó hasta la iglesia próxima, un recinto oscuro y confortable, en el que la temperatura y un cierto aroma perfumado hacían grata la estancia en él. Hablamos; hablamos (fue él quien empezó una charla pausada, casi sin forma ni argumentos, introduciendo preguntas casi inocentes a las que respondí también con candidez.) Poco a poco aquel clima tranquilo, aquella conversación con alguien que me transmitía paz y confianza, fue haciendo surgir desde mi interior una sensación nueva y diferente: yo “tenía” forma humana, pero no era un hombre. Aquel buen sacerdote iba despojando las coberturas que ocultaban, disimulandolas, mi verdadera y desconocida identidad. Volvía la recurrenbte pregunata: ¿quien era yo? ¿quien me había enviado? ¿cual era mi misión? Fiunalmente convinimos aquel buen hombre y yo que la única solución era volver al camino y continuarlo; con toda certeza mi demiurgo estaría al tanto de mi peripecia y solucionaría mis problemas; con toda probabilidad él estaría manejando los hilos que me habían traído hasta aquí. Y volví al camino, a aquel desolado páramo en el que el camino simulaba ser, tal ver lo fuese, una larga cicatriz de alguna antigua herida. Me proveyeron de un salvoconducto y me facilitaron algún dinero. No tenía hambre ni sed ni necesidad de descanso. No obstante permanecí con el sacerdote hasta la madrugada siguiente. Cuando los primeros rayos del sol iluminaron las campos áridos reanudé la marcha sin destino que me llevaría no sabía dónde. Pero ahora llevaba conmigo una gran riqueza interior; sabía que algo importante debería consumarse con mi intervención. En su momento lo descubriría. Ahora mis palabras tenían sentido y construían argumentos para responder a mis posibles interlocutores. Tenía conciencia de que se me había suministrado un cúmulo de conocimientos necesarios para llevar a cabo mi desconocida misión. Caminé; caminé durante horas. El camino se hacía más agradable, algunos árboles lozanos crecían en sus márgenes; los campos estaban verdes y parecían fértiles. Pasaban junto a mí otros caminantes, a veces cabalgando animales que ya me eran familiares. Aparecieron máquinas ruidosas que ahora yo sabía que eran automóviles. Uno de ellos paró junto a mí y su ocupante me ofreció acompañarlo. Así lo hice confiadamente. Finalmente, caída la tarde, llegamos a la ciudad; una enorme masa de edificios impersonales, como una muralla infranqueable, rodeaba el centro de la ciudad. Algo en mi interior se removió y tuve la sensación de que allí comenzaba mi misión. Hasta ahora todo había sido prólogo y preparación. Por fin iba a dar respuesta a mis preguntas recurrentes. El conductor del vehículo me preguntó dónde podría dejarme. - Déjeme cerca del centro, en cualquier lugar que le venga bien. Abandoné el vehículo frente a un enorme edificio con una artística fachada; era la catedral. Dirigido por una fuerza exterior rodeé la sustuosa fachada y llegué a través de unas estrechas callejuelas hasta la parte posterior de aquella mole. Una estrecha puertecita entreabierta me convidaba a entrar.
Repentinamente una serie de escalofríos y temblores comenzaron a agitarme noté que unos cambios en mi aspecto acompañaban a aquellas convulsiones. Me estaba convietiendo en una enorme cucaracha dorada y, sin embargo, aquellos cambios no me aterrorizaban; me parecía el devenir normal de aquello que era mi misión. Descendía a través de un agujero que se abría en la escalera y caí en el centro de una sala en la que pululaban millones de seres como el que ahora era yo: millones de cucarachas creaban un zumbido que poco a poco se fue apagando. -Bienvenido seas, oh, El Enviado. Tu presencia es el comienzo de nuestro reinado. Ya te habrán informado que al mundo de los humanos seguiría el de nuestra especie, que habita este planeta desde hace millones de años. Comprobarás que nuestra inteligencia colectiva es muy superior a la de los humanos, tan limitados por su egoísmo. Los humanos tuvieron una premonición de nuestra importancia como raza alternativa, pero no supieron valorarla ni avanzar en ese sentido. Un tal Franz Kafka transformó a uno de sus personajes en uno de nosotros. Pero nadie supo captar aquel mensaje que ahora, contigo, se va a hacer realidad. Tú y algunos otros que pronto llegarán serán el puente de enlace para que nuestra morfología, que irá cambiando, se adapte a las realizaciones de los humanos; o viceversa, ya lo iremos comprobando. Y así dió comienzo a una era de recuperación y dignbificación de un planeta, un hábitat, que estaba agonizando por la acción de sus depredadores, los hombres. Al parecer, el Creador, conocedor del futuro de su obra, ya había previsto un plan B. |
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Pepe. El Barman
Pepe llegó en esa oleada de hombres que huían de la España herida, de ese momento insufrible que se llamó la República. Cruzó el océano perseguido por el dolor de la pérdida, de los adioses y la muerte. Era un viajero con su carga de emociones y lágrimas contenidas.
Hace más de diez años lo conozco, me enseñó el oficio con el que hoy me gano la vida, Pepe llega puntual cada día en bicicleta y asume sus labores detrás de la barra del hotel Alvear sin descanso, nunca lo vi tomar asiento, ni tampoco lo oí quejarse por motivo alguno. Al colocarse la pajarita negra en el cuello de la impecable camisa blanca, se transforma en el mejor barman que jamás estuvo en este hotel y lo digo yo, que he visto pasar por esta barra a una enorme cantidad de hombres, con sus certificados en orden, su experiencia intachable y también a otros, que por estar enchufados eran contratados sin requisitos.
Pepe era un desenchufado sin papeles, que con la intensidad de sus ojos azules y ese acento inconfundible que arrastra desde Pontevedra, logró ser el mejor barman del hotel Alvear. Vivió la época dorada, cuando el hotel era frecuentado por Ministros con y sin cartera, Directores de Organismos Oficiales, que movían la pesada maquinaria gubernamental con una orden y hasta el mismísimo Presidente de la República, caminaba sin escolta en un peligroso equilibrio entre las mesas y la barra. Era la época gloriosa del hotel Alvear, yo no la viví, oigo las viejas voces de antiguos asiduos, que cuentan épicas historias de esa época, perdida en las brumas del tiempo y que ya no regresará jamás.
El día que Pepe se marchó yo tomé su lugar. Me anudé la pajarita negra en el cuello de la impecable camisa blanca y me acomodé el rostro lo mejor que pude, dispuesto a oír infidencias ajenas.
Pepe me recomendó para ocupar su puesto, yo había aprendido el oficio del mejor maestro. Incrédulo, el Gerente del hotel se negó al principio a aceptarme, pero mi mentor insistió y le dijo. -El único criterio de verdad que yo conozco es la práctica, el muchacho está listo-. !Pruébelo!
El día que Pepe dejó el Hotel me invitó a dar un paseo y comenzó diciendo: quiero que sepas que detrás de la barra, nos convertimos en esponja y se hace costumbre retener entre los vapores del alcohol y el humo de los cigarrillos, palabras sueltas, frases, intenciones, que luego podemos convertir en historias, pero sobre todo, debemos guardar la compostura y tomar la actitud que corresponde, o la que esperan que tú asumas, porque siempre serás cómplice de las confesiones que te hagan.
Soy un rojo, es lo que soy y no voy a dejar de serlo jamás. En el día de mis dificultades pude escapar de España, perdimos la República y no vamos a conquistarla nunca, un concierto de errores y fracasos la dejaron en las manos llenas de sangre de un facineroso.
Soy un rojo, un combatiente. En más de una oportunidad ataqué iglesias con bombas incendiarias y un cura de sotana, un cuervo, como alguna vez los llamé, un chupacirios, me salvó poniendo en riesgo su propia vida y un acto de esa naturaleza, no se olvida y se agradece siempre.
Yo estuve allí, gritando con la Dolores. ¡No pasarán los verdugos de octubre!
Mi novia se quedó en esa España de dolor, yo soy un hombre de palabra y ella confió en el juramento que le hice: no olvidarla jamás, rescatarla de las trampas que le jugó la vida y hacerla mi esposa. Ella, convencida, esperaba con impaciencia la hora de escapar del horror y volver a estar juntos. Yo encontré una oportunidad única para traerla a mi lado sin riesgos, pero la cantidad de dinero que se requiere para tamaña empresa es inmensa. En el bar, todos son mis amigos, me confiesan desmanes, infidelidades, actos insospechados y sospechosos y para todos ellos tengo una palabra, un consejo. Se van a sus casas bien bebidos y embebidos a compartir en familia con la conciencia limpia y lavada en alcohol. Regresan al otro día a contarme mayores iniquidades, maldades, injusticias, a liberar sus corazones y me dejan todo ese peso entre las sienes.
A todos y cada uno de estos incompetentes les pedí ayuda para traer a mi novia, unos guardaron silencio sin darme esperanza, otros se hicieron los desentendidos, miraron al costado. Incrédulo escuché de labios de un Director encumbrado, de un político recién vestido, que tuvo el valor, la desfachatez, de responder a mi llamado de auxilio con una sentencia lapidaria. -La persona que comparte con usted la barra por las noches, no es la misma que lo atiende a usted por la mañana, trate de no confundirse, ni confundirme, nuevamente-.
En ese momento logré absolver a quienes les pedí ayuda y la negaron y sobre todo a mí mismo, por un acto que no me reprocho, pero me pesa detrás de cada paso, porque no se corresponde con este oficio nuestro. No hay confusión me dije al otro día: quién los atiende en la noche no es el mismo, que con pruebas suficientes los acusa en la mañana ante sus adversarios políticos y cobra legítimamente por los servicios prestados y participa en juegos de poder por los intereses mayores de mi propia causa.
Con el dinero que obtuve logré traer a mi novia y la convertí en mi esposa, cumplí mi palabra, mi juramento. Hace más de treinta años de estos sucesos y todavía esa acción me oprime el pecho. |
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