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 Castelo
Castelo
26-08-2013 22:07

PACIENCIA Y OFICIO

- Hola señorita, buenas tardes.

- Buenas tardes, caballero ¿necesita ayuda?

- ¿Y quién no? Verá, hoy tengo un día de lo más tonto, apático. La desgana me domina hasta el punto de que ni siquiera he comido. No me soporto, me ocurre con frecuencia, y he pensado en leer algo, a ver si me consigo evitar; pero el caso es que no sé ni que leer, y ahí es donde entra usted, si es tan amable de aconsejarme. Me gustaría que fuese algo poco visto, pero con cierta calidad, a ser posible.

-Comprendo. Vamos a ver...Mire, aquí tengo una serie de publicaciones de autores, digamos noveles, que en mi opinión son muy interesantes.

- ¿Cuales son esas joyas?

- Mire, por ejemplo, en aquel estante de ahí esta un tal "Caizán". A mí me encanta; su lectura es casi como si se hablase con él, por lo cercana; además, tiene un sentido del humor excelente
.
- Vaya ¿ Caizán escritor novel? Pero si este tipo lleva escribiendo desde la época de Martin Fierro, por lo menos. Le conozco bien, y no me apetece; además, cada vez que le leo termino hablando como Gardel. Recomiéndeme otra cosa, sea tan amable
.
- Vamos a ver...¿que tal Rodrigo de Acevedo? Escribe de maravilla, y sus historias enganchan desde el primer párrafo.

- Je, otro "novel". Lo sé, lo sé, es muy bueno. Pero no me apetece andar consultando el diccionario en cada línea. Hoy estoy de un vago superior.

- Bueno, veamos más, que por autores no será...¿y Slictick? Su fuerte es la imaginación. Te introduce en un mundo aparte, peculiar. Y es imposible no reírse con él.

- Con él no lo sé, pero con sus escritos es posible hasta llorar. Me gusta, pero tiene el don de volverme más loco de lo que estoy, y no es fácil, créame.

- Veo que lee usted mucho. ¿Conoce a Despistes? No se la puedo describir. Hay que leerla y dejar que te llegue.

- Cierto, y me llega tanto que no. Hoy no. Esa chica me deja tantas preguntas en cada texto que después me tiro días y días pensando. Vamos, lo que me faltaba, buscar respuestas.

- Bueno; veamos. Mire, este de aquí es divino; Gregorio. Tiene una manera especial de contar historias, casi las susurra. A la fuerza que le gusta.

- Me gusta, y sin fuerza. Pero me temo que conozco casi de memoria todo lo que ha escrito hasta la fecha, y no es poco, no. Otro novel de los que usted dice.

- En fin, me va ha hacer usted ganarme el sueldo hoy ¿eh? Vamos a ver ¿que me dice de Eratalia? Si no la conoce se la recomiendo encarecidamente; original, buena prosa y un poso dulce en casi todos sus relatos.

- Lo único dulce que me gusta es la venganza, joven. Si, es buena, mejor incluso de lo que usted dice, quizás por eso no me apetece leerla, a saber.

-¿Susana Huarte?

- Demasiado sincera, su escritura. No me apetece recibir hostias, hoy.

- Pues ya me quedan pocos cartuchos, señor ¿Le suena Juan Fozara? Yo lo he leído tan solo un par de veces, pero apunta maneras.

- Lo mismo opino yo, lo que ocurre que para leer algo nuevo y juzgar se precisa concentración, justo lo que hoy no tengo, entre otras cosas
.
- O sea que de Tigana o Lluvia mejor ni hablamos ¿no?

- Usted lo ha dicho.

- ¿ Y José Jesús?

- Lo prefiero en verso, y hoy no estoy para rimas.

- Es usted un tanto especial ¿no?

-" Raro"; de especial no tengo absolutamente nada, créame; pero rarito, si, un rato.

- Hombre, ahora que habla de raros, quizás a usted le guste esto; yo aún no se cómo definirlo...se llama Castelo.

- Castelo soy yo, señorita, y aunque no me conozco muy bien, el motivo de venir aquí es el de desconectar un poco de mi. Paso conmigo mismo veintitantas horas diarias, es agotador. Desesperante. Mire, casi mejor vamos a dejarlo, se ve que no es mi día, como siempre, y estoy cambiado de idea. Escucharé música, que es otra manera de leer ¿Verdad?

- Ahí no puedo ayudarle.

- Descuide, ya me ayudo yo. No la molesto más, ha sido un placer.

Eratalia
Eratalia
26-08-2013 19:38

Ya he hecho las reformas, a la espera de que Lluvia diga que sí o de que alguien solicite algún cambio.


Con rimas y a lo loco
lluvia
lluvia
26-08-2013 08:03

La biblioteca andante.

Nunca olvidaré el día en que la señorita Irina llegó al pueblo con su biblioteca andante, todos la mirábamos asombrados: hacía varios años que ningún viajero pasaba por aquí, los caminos se habían puesto difíciles —casi nulos— después de un catastrófico aluvión que arrasó con todo, convirtiendo las pocas callejas en escombro y barro.
El Angelito y yo ordeñábamos las cabras cuando vimos aparecer la furgoneta por detrás de los cerros. Curiosos, dejamos nuestra tarea y corrimos al camino para recibir al visitante. Lo mismo hicieron el cura, doña María, la Luisa con su guagua, y los changuitos que pescaban a orillas del río.
Quedamos atónitos al verla bajar del vehículo. La elegante mujer de mediana edad con el cabello dorado como el sol se acercó con soltura y nos saludó con un sonoro beso en cada una de las mejillas, su blanquísima piel olía a primavera: “Mi nombre es Irina”, nos dijo, y su voz sonó a murmullo de lluvia danzando en la copa de los pacarás. El padre Jerónimo la invitó a pasar a la parroquia y le ofreció un mate cocido caliente —promediaba el invierno más frío que yo recuerde— y un trozo de pan de chicharrón. Mientras bebía ella nos contó que era bibliotecaria en la capital y que había equivocado la ruta que la llevaría a su destino pero que, si conseguía alojamiento, se quedaría unos días con nosotros ya que por algún motivo la virgencita la había desviado, entonces simplemente nos agregaría al itinerario de pueblos que pensaba recorrer. Y así fue.
El cura la invitó a quedarse en la habitación de la parroquia destinada a la maestra que vendría a ocuparse de la escuelita del pueblo pero que nunca llegó. Ella aceptó de buen grado y, mirándonos al Angelito y a mí, pidió ayuda para bajar su equipaje. Los dos nos apresuramos gustosos y la acompañamos hasta el camino. Cuando la puerta trasera de la furgoneta se abrió ambos quedamos con los ojos grandes como huevos de águila mora: las paredes del vehículo estaban cubiertas de libros de todos los tamaños y colores. La bella señorita nos alcanzó un par de bolsos que llevamos hasta la parroquia, debe haber leído nuestras miradas porque escogió dos coloridos libros y nos los ofreció al llegar a la puerta, en agradecimiento por la ayuda. El Angelito y yo nos miramos cómplices, agradecimos tímidamente el obsequio y nos alejamos sin confesar nuestra verdad. Esa noche dormí abrazada a mi libro y soñé que leía.
Al otro día, al regresar de lavar la ropa en las aguas del río, encontré a la seño Irina leyendo sentada sobre una piedra a la vera del camino; me detuve para saludarla y ella con un dulce gesto me invitó a sentarme a su lado. Me preguntó si había comenzado a leer el libro que me obsequiara y yo, muy avergonzada, me animé a decirle que apenas si sabía distinguir las letras y le conté que solo el cura sabía leer entre los pocos que quedábamos en el pueblo. La señorita Irina me escuchó sin decir palabra, luego bajó la mirada y comenzó a leer su libro en voz alta, yo la escuché maravillada. Al terminar su lectura me miró con ternura y preguntó: “¿Quieres aprender?”

A partir de ese día, todas las tardecitas, ella se sentaba en la misma piedra a leer a viva voz, poco a poco los changuitos se fueron acercando atraídos por las amenas lecturas y por la nochecita, con mucha paciencia, me enseñaba a leer. Lo primero que aprendí a leer fue la frase que llevaba escrita a ambos lados de su camioneta: “Si los niños no pueden venir a los libros, los libros irán a los niños”. Sonreí feliz cuando pude leerla, ella me abrazó sacudiéndome para un lado y para el otro, y me llenó de besos.
Así pasaron cuatro semanas, entonces se despidió de nosotros prometiendo regresar pronto.

Tiempo después con gran alegría vimos aparecer la furgoneta entre los cerros y otra vez el pueblo fue fiesta de libros y lecturas. En esa oportunidad la señorita Irina me felicitó por lo mucho que yo había aprendido durante su ausencia, ella no imaginó que yo devoraría con pasión cada uno de los libros que nos había dejado. Se alegró al ver que por esos tiempos era yo quien me sentaba en su piedra a leer para todo el que quisiera escucharme.
Nuestra querida bibliotecaria volvió a partir, pero cada seis meses volvía con su furgoneta forrada de libros y una nueva caja llena de ellos para obsequiarnos.
Hace dos años, cuando cumplí diecisiete, me hice cargo de la escuelita y con la ayuda del nuevo párroco, que llegó al pueblo tras el retiro del padre Jerónimo, enseñamos a leer a los changuitos que viven en páramos alejados perdidos en los cerros. Un par de meses más tarde, después de más de un año que la señorita Irina no nos visitaba, vimos asomarse su furgoneta en el camino, un automóvil la seguía: ¡no venia sola!; el párroco hizo sonar la campana y todos corrimos emocionados a recibirlos... pero Irina no bajó de ninguno de los dos vehículos. Un joven apuesto, de cabellera dorada como el sol, se acercó a mí y con voz serena dijo: “Mi madre ha hablado tanto de ti que podría reconocerte incluso en medio del gentío de la gran ciudad”. Yo sonreí y lo escruté con la mirada, necesitaba saber dónde estaba ella. Él tomó mi mano suavemente y depositó en la palma las llaves de la furgoneta. "Es tuya —dijo— mamá así lo dispuso antes de morir".
Entonces todo fue tristeza, días y días los cerros lloraron de nostalgia.

Han pasado diez años desde aquella primera visita que cambió mi vida. Hoy recorro los lugares más remotos, llevando la fiesta de los libros de cerro en cerro. La señorita Irina es mi copiloto, lo sé: la furgoneta tiene su perfume y los libros que llevo en ella tienen su esencia.

“Si los niños no pueden venir a los libros, los libros seguirán yendo a los niños”.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
25-08-2013 14:26

HIPATIA: LA BIBLIOTECARIA DEL SERAPEO

Un poco antes de que Hipatia fuese martirizada y muerta por lapidación a manos de sus enemigos cristianos, pidió a Uno, su dios primordial, del que emanaba todo lo creado, un dios sincrético y universal que engloba todos los panteones antiguos y era superior a los nuevos dioses, le pidió fervorosamente que su muerte fuese rápida y que perdonase a sus verdugos. Y El Uno le concedió, además, la luz de la revelación que confortó sus últimos momentos entre los vivos.

En el breve intervalo que transcurrió desde que la piedra fatal salió de la mano asesina, en suave e implacable parábola, hasta que impactó en su noble cabeza, Hipatia pudo ver, en un prodigioso nodo espacio-temporal, la destrucción de su querida biblioteca del Serapeo, donde ejercía sus excelsas labores docentes y de administradora de los valiosísimos fondos, recuperados del incendio con el que, según la leyenda, manos asesinas y extranjeras, destruyeron la Biblioteca de Alejandría; pero también pudo consolarse viendo la aparición de numerosas bibliotecas que durante la Historia de los hombres seguirían siendo almacén de la sabiduría y de todas las ideas.

Así, en una epifanía única y exclusiva, que el Uno manifestó en su querida mártir, el Logos permitió a Hipatia conocer a seres excepcionales, mártires muchos de ellos por el saber y la difusión de la cultura, que con tanto esfuerzo y con la dedicación de los verdaderos sabios, se iba acumulando en las bibliotecas.

En aquellas coordenadas de tiempo y espacio, elásticas y acomodaticias a la experiencia final de la vida de Hipatia, pudo conocer ésta a Guillermo de Baskerville, y su infinita biblioteca de ámbitos hexagonales, que describió en sus límites posibles un tal Umberto Eco, en memorable narración que tituló “El nombre de la rosa”; otras varias bibliotecas pudo contemplar, como aquellas de las “cortes de amor” en lo que sería la incipiente Europa, con otra mujer como paradigma, Leonor de Aquitania. Una biblioteca extrañísima y exótica, en la que ella hubiese gustado vivir y diluirse entre sus volúmenes sería la imaginada por J.K. Huysmans para su Barón Des Esseintes, un verdadero prodigio de rarezas y saberes esotéricos que llevó finalmente a su poseedor y protagonista a la más alta espiritualidad.

(Mientras la piedra, material inerte, pero cargada con el odio mortal del asesino, avanzaba en su ineluctable trayectoria parabólica para cumplir así su fatal misión.)

También le fue dado por la benevolencia de El Uno conocer la emanación de quien sería Jorge Luis Borges, cumplido representante entre los hombres y, como ella, no siempre comprendido, quien poseyó realmente y proyectó además en sus escritos la infinita biblioteca de Babel, cuya existencia sitúa el autor “ab aeterno”, siendo sus límites inabarcables para la comprensión del hombre, como la del propio Uno.

El alma de Hipatia, a punto ya de rendir su existencia y pasar a formar parte de la Unidad Absoluta, no pudo percibir la emanación de las Grandes Bibliotecas, donde la función de bibliotecaria que a ella tantas satisfacciones le dio, era ya innecesaria: las Bibliotecas virtuales de lo que un día se llamaría La Red. Un mínimo, infinitesimal error de cálculo, hizo que el impacto de la piedra sobre su occipital se adelantase algunos nanosegundos, suficientes para que la deformación necesaria en los planos espacio-temporales donde discurrieron esos últimos latidos de su vida no alcanzasen a manifestar esas virtualidades. O tal vez fuese la omnisciencia de El Uno, que previendo que la asepsia de esas últimas manifestaciones, que privaban a los lectores del íntimo contacto con el libro y a través de él con las almas de los autores, fuese un relámpago dolorosamente insoportable para la sensibilidad de Hipatia y decidió forzar un poco más lo que los hombres llamarían “las leyes físicas”.

Finalmente la piedra involuntariamente asesina llegó a su objetivo. Una claridad infinita iluminó la conciencia de Hipatia, disolviendo en su fulgor todas las sensaciones humanas de la Maestra. Con un reconfortante atisbo de la plena felicidad la llevó hasta la absoluta oscuridad, donde ya la esperaban sus Maestros. A partir de entonces desapareció la Hipatia terrenal, fue “nous” y quedó absorbida por el Primer Principio: el Bien Universal. Su impúdica cremación produjo una nube de aromas exquisitos, nunca percibidos por los hombres, que invadió toda Alejandría. Algunos apreciaron en ella el perdón de la mártir a sus verdugos.

Ilust.: A Vargas.
(¿No le hubiese gustado a Hipatia verse representada como una nube de femineidad?)

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
25-08-2013 04:44

Decisión

Apenas tenía veinticinco años cuando Matilde Ríos recibió una oferta que cambiaría su vida para siempre, le ofrecían el cargo de Directora de Biblioteca en una ciudad lejos de la Capital. Se había graduado de Bibliotecóloga con honores y acababa de terminar una Maestría sobre las “Aplicación de las Nuevas Tecnologías en las Ciencias de información.

Se presentó en la Biblioteca el primer día del mes de septiembre, a la semana un anciano pidió hablar con la Directora de la Biblioteca.
-Soy yo, dijo con amabilidad.
Buscó en su memoria ese rostro que le era familiar.
-Quiero solicitar un libro. Es uno de los títulos más maravillosos que he leído, afirmó.
-Puede llenar esta ficha por favor.
Al recibir la ficha de vuelta a Matilde le llamó la atención tanto el nombre del libro como la firma en la solicitud.
Titulo: Las Mil Noches y Una Noche
Autor: Anónimo
Traducción J.C. Mardrus
Tomo I
Solicitante: J. L.B.

Al leer las iníciales se acordó, el anciano se parecía a Jorge Luis Borges, pero Borges está muerto y el libro que había leído era las Mil y Una Noches. Sin salir de su asombro preguntó:
-Disculpe cual es su nombre
- Justo Leonardo Bosco, señorita.
- Espere un momento mientras le traigo el libro, siéntese aquí por favor.

Inmediatamente buscó en los ficheros y con facilidad encontró la ubicación, anotó los datos y se dirigió al sótano en donde reposaban los libros. Mientras caminaba creyó oír la voz del anciano que en tono reposado le advertía:
-No está.

Matilde buscó según los datos que había anotado, pero no encontró el libro, intentó otras opciones utilizó el título, el tema y otras muchas combinaciones sin resultado.
Regresó a la sala y al verla, el señor Justo le confesó:
-Pensé que por su juventud el libro se mostraría, ha estado escondido por mucho tiempo. En el “Libro Salvaje” Juan Villoro cuenta que los libros esperan a su lector ideal, cuando yo lo encontré un fresco olor de dátiles y damascos inundó el lugar y su lomo era como la arena del desierto, inexplicablemente sentí la presencia de Alá.

Sin saber que pensar, ni en donde se escondían los seis tomos de las Mil Noches y Una Noche, Matilde tomó en ese instante la decisión de localizarlos y le dijo al anciano:
-Voy a buscarlos hasta encontrarlos, deme sus datos para avisarle.
-Cuando los encuentre vendré, contestó el anciano y así como había llegado se marcho.

Buscó “El Libro Salvaje” y lo leyó esa misma noche, entendió lo que quiso decir el anciano, los libros necesitan quien viva las emociones y aventuras contenidas en ellos, buscan incansablemente múltiples y variadas interpretaciones de sus frases y oraciones, los libros buscan a sus lectores, lo que le enseñó esa noche “El Libro Salvaje” no se aprende en la Universidad y es el fundamento básico de ser Bibliotecóloga.

Trazó de inmediato una metodología de búsqueda, guiada por la curiosidad, el interés y el corazón; más que con las técnicas aprendidas, deseó encontrar “Las mil Noches y Una Noche” para vivir ella la experiencia inigualable y maravillosa que le comentó el anciano.

Se paseaba por las estanterías, manoseaba con los ojos cerrados los lomos de los libros y un día sintió que entraba al sótano una sensación de jazmines recién cortados, cerró los ojos un instante y se vino abajó toda una fila de libros, los levantó y colocó en su lugar respectivo, la ráfaga de jazmines desapareció.

Al llegar a su casa el libro saltó sobre su cama. En la página abierta leyó:

“Yo ofrezco desnudas, vírgenes, intactas y sencillas, para mis delicias y el placer de mis amigos. Estas noches árabes vividas, soñadas y traducidas sobre su tierra natal y sobre el agua”

Matilde Ríos cada noche se convierte en princesa árabe, o maga, una efrit con poderes extraordinarios, otras muchas es cabalgada y goza de los embestidas de un negro bien dispuesto, o es la esposa de un príncipe y con sequito y hermosos vestidos, protegida por Alá y entregada a sus designios, va por las calles de Damasco.

Matilde regresa con el libro a la Biblioteca cada día, para entregárselo al anciano, cuando vuelva.

Tigana
Tigana
24-08-2013 22:15

EL LIBRO

Después de pasarme años y años escribiendo poesía, extrañas frases que salían de una mente torturada por los silencios y las noches solitarias; años de presentarme en concursos sin pena ni gloria, recibo con la mayor de las alegrías la nota en la que me comunicaban mi tercer puesto en el Certamen de Palabras Diversas.
Recogí con emoción mi premio, era el libro de mi vida. Una edición antigua y totalmente apasionante, encuadernada en piel de becerra y con las hojas cosidas a mano. Tenía de todo en sus casi quinientas páginas, te absorbía, no podías dejarlo, querías leerlo y beberlo tan deprisa que casi te saltabas renglones de lectura.
Y cuando llego al final, casi conteniendo la respiración, resulta que le faltaban las treinta últimas páginas.
Después de asimilar la catástrofe, busqué otro ejemplar por todas partes: descatalogado, no existe, no quedan ejemplares, es increíble. Me obsesioné con el libro y su final.
Busqué a su autor y milagrosamente le encontré; me dijeron que tenía noventa y nueve años y que vivía en un pueblo perdido de Portugal.
Reuní todos mis ahorros y fui a buscarle. Le encontré en un asilo para ancianos. No me paré en saludos ni en perdidas de tiempo. A bocajarro le pregunté por el final del libro.
Su respuesta no se hizo esperar, me miró ladinamente y con una lucidez de espanto me respondió:
-El final del libro es como el final de la vida de cada uno.
Pero, ¿qué clase de respuesta era esa?
Dicen que les costó separar mis manos de su cuello, que mi mirada era la de un loco. Yo, sinceramente, no recuerdo nada de lo que pasó después de escuchar la respuesta.
Díganme ustedes si ven normal que me encuentre en la cárcel acusado de un crimen que no recuerdo haber cometido.
No me importan sus respuestas, porque resulta que en la biblioteca de la cárcel acabo de encontrar un ejemplar de mi libro, lo tengo en mis manos, lo acaricio como si fuera un tesoro. Vuelvo a recorrer sus páginas con una parsimonia impropia de mí, estoy temblando, lo leo absolutamente hipnotizado, y no me sorprende para nada su final: el protagonista mataba a un hombre y acababa el resto de sus días en una cárcel.
El viejo tenía razón: “el final de un libro es como el final de la vida de cada uno”.


Fuera de los límites de la raza canina, el libro es el mejor amigo del hombre; dentro de los límites del perro no hay suficiente luz para leer. Groucho Marx
juan fozara
juan fozara
24-08-2013 09:36

CATÁLOGO DE BIBLIOTECARIAS.

El mundo se puso al revés, los libros (sólo los mejores) se sentaron en la mesa de la bibliotecaria y atendían amablemente a sus lectores. ¿Dónde estaban las bibliotecarias? Catalogadas en los estantes que antes ocupaban los libros. Las tenían allí encerradas por diversas causas en gruesas tapas de cartón.
- ¿Dónde está Lucía?
- Allí, sección del aburrimiento, en el estante de la L, te será fácil encontrarla - me dijo Don Quijote de la Mancha.
L, e, l, u, Lucía, aquí está, tomé el grueso tomo y me dispuse a leer el comienzo.
"Hola, soy Lucía, la bibliotecaria que siempre estaba sentada fuera fumando y te recibía con desidia, ¿te acuerdas de como me levantaba con desgana a atenderte y como me preguntabas referencias sobre los libros y yo apenas te contestaba con un encogimiento apático de hombros y un - no sé - que a veces era sí sé pero no tenía ganas de decírtelo?, claro qué más era lo primero, no sabía. Ahora estoy encerrada en este tomo, sácame de aquí"
Sorprendido, también me encogí de hombros y cerré las
tapas dejando a Lucía allí.
Volví a la mesa de los libros. Allí estaba esta vez Gulliver, me atendió con amabilidad.
- ¿Dónde está Clara?
- En la letra C, sección telefonistas.
- Gulliver, apenas te veo.
- Es que ahora me toca hacer de enano, verás cuando crezca.
Me dirigí hacia allí, c, m, c, n, c, l, Clara.
Abrí unas gruesas tapas, comencé a leer.
"Hola, soy Clara, la bibliotecaria que te hacía esperar quince minutos mientras hablaba por teléfono, con tus libros para llevar encima de la mesa y que cuando terminaba me quedaba mirando para ti como diciendo, ¿qué querrá el pesado éste".
Ante los malos recuerdos, volví a cerrar las tapas y sin rendirme me dirigí de nuevo a la mesa de atención al público.
Allí estaba esta vez Simbad el marino. Decidí que esta vez le pediría consejo.
- Hola, Simbad.
- Hola, lector - me respondió Simbad con una sonrisa.
- No sé si podrás orientarme, yo quería una bibliotecaria buena.
- ¿Buena de amable o buena de sexy? - Me habló sonriendo pícaramente.
- ¡Hombre!, puestos a elegir, las dos cosas.
- Jaja, vete a la sección de sueños, letra E, Estrella.
Abrí un poco más esperanzado el gran tomo y leí.
"Hola, soy Estrella, sólo era una bibliotecaria a prueba, me introdujeron aquí por error, soy una gran lectora, no una lectora compulsiva, sólo lo justo. Me gusta casi más pasear al aire libre, jugar al ping pong, hacer el amor, reírme,no preocuparme por el futuro, no amargarme antes de tiempo, no ser celosa, ser divertida y juguetona, bailar...oye, ¿sabes que eres muy guapo? Podríamos ir a merendar a la orilla del río, retozar y después de noche caminar por su ribera a la luz de la luna. Me sé muchos cuentos. Te contaré el cuento de nunca acabar, algo así como las mil y una noches pero actualizado, jeje.
Me llevo ésta, pensé alborozado y con gran esfuerzo llevé el volumen a la mesa de los libros para que me lo dejaran prestado.
Me recibió esta vez Madame Bovary.
- Quisiera llevarme este tomo - dije conteniendo mi alborozo.
- Lo siento mucho pero este libro no es de préstamo.
- ¿Por qué?
- Porque yo soy la nueva bibliotecaria, lo siento.
- ¡Me c.ago en Flaubert!


" La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño ": Nietzsche.
Eratalia
Eratalia
22-08-2013 22:32

LOCURA

—Adela, ¿qué haces con la luz encendida?
—Nada, mamá.
—¡Pues ya la estás apagando!
—Sí, mamá.
Adela habría querido tener una linterna para poder arrebujarse bajo las sábanas y continuar leyendo, estaba en lo más interesante de la historia, le quedaban apenas unas páginas y no sabía si Matilda por fin podría desembarazarse de sus padres e irse a vivir con la señorita Honey. Seguro que la señorita Honey la hubiese dejado leer todo lo que ella quisiera, pero su madre no, su madre repetía continuamente:
—¡Te vas a estropear la vista de tanto leer! ¡Señor, qué niña, vaya manera de perder el tiempo!
—Ya he hecho los deberes y me sé las lecciones ¿qué quieres que haga?
—¡Pues ponerte a bordar, por ejemplo! Ya sabes que tienes ahí la tela para el juego de cama que te regaló tu madrina. Tendrías que dibujarla y comenzar la tarea.
—Pero es que estoy harta de bodoques, realces y festones. ¡Menudo regalo, en vez de algo interesante, me trae metros de sábanas que no me hacen falta!
—No digas tonterías, cuando te cases bien que te gustará tener el ajuar completo y eso no se hace solo. O qué quieres ¿Que te regale libros?
—No pienso casarme, mamá. Y si me casara las sábanas estarían ya amarillas y carcomidas. Por si no te acuerdas, tengo once años…
—Y al ritmo que llevas tendrás treinta y las sábanas estarán sin bordar. Fin de la conversación. Ya sabes dónde están los hilos.

Adela ansiaba leer, le seducían todas esas historias ajenas en las que se adentraba para vivir vidas que no eran la suya… Hacía ya muchos años que las sábanas bordadas estaban a buen recaudo en el altillo de su armario, impregnadas de olor a naftalina. Tras acabar la carrera había conseguido un puesto de bibliotecaria en el pequeño pueblo donde residía, lo que era una suerte porque podía seguir viviendo en casa y cuidando de su anciana madre.
—Adela, ¿qué haces con la luz encendida?
—Nada, mamá.
—Pues apágala. Veo el resplandor y me molesta, no me dejas dormir.
Y Adela encendía un pequeño flexo en su mesilla, tapaba la rendija de debajo de la puerta con una toalla vieja y podía seguir leyendo hasta altas horas de la madrugada.
A Adela no le importaba demorarse en la biblioteca. Cuando su compañera se iba, ella se quedaba alegando siempre trabajo pendiente, unos libros que catalogar, recolocar los que habían devuelto a última hora… Y cuando estaba sola, ese reino de papel, letras y tinta, era su reino. El silencio sepulcral del recinto parecía llenarse de conversaciones quedas, como si los libros se contasen unos a otros el maravilloso tesoro que contenían.
Y aunque volvía cada tarde cansada y le agotaba cuidar a su despótica madre, el insomnio se había ido instalando en su vida y ella, lejos de preocuparse, estaba encantada porque la noche le pertenecía: cuando su madre callaba vencida al fin por el sueño, y llegaban las horas del letargo, ella se entregaba febrilmente a la lectura, y dejaba que su corazón latiese atropelladamente.

Aquella tarde se había quedado sola en la biblioteca. Escuchaba los susurros de los libros, y se disponía a reorganizar una pequeña sección de literatura juvenil. Se encontraba especialmente cansada, se repantigó en el sillón y cerró los ojos.

—Señorita Adela, ¿quiere que le ayude a colocar todos esos libros? Para mí no es ningún esfuerzo; ya sabe… lo haría con mis poderes.
—¿Quién eres tú? ¿De dónde sales? ¿De qué poderes…? ¡Matida! ¡Eres Matilda!
—Señorita Adela. He venido a ayudarla. Déjeme ayudarla. Todos queremos hacerlo, porque está usted muy cansada. Deme la mano, venga conmigo, se sentirá mucho mejor.
Adela miró a Matilda. Efectivamente la niña no estaba sola, aunque le costaba trabajo identificar a los demás. Estaba con ella una joven vestida de blanco, ¿sería la enfermera de Brunete? Y ese caballero tan delgado que la acompañaba, sería… No pudo seguir identificándolos porque notó un agudo pinchazo y la sala volvió a quedar sumida en la penumbra.

—Pobre mujer, si ya llevaba tiempo al borde de un colapso nervioso —dijo la enfermera del SAMU que le había inyectado el tranquilizante.
—Menudo susto que se llevó la otra chica, cuando la encontró ahí, entre esas pilas de libros, fue una suerte que hubiese olvidado las llaves del coche, y nos avisara rápidamente.

Mientras Adela, despierta en el mundo de sus fantasías literarias, conseguía por fin identificar al caballero de la triste figura, mientras le tomaba el pulso.
—Ya le he reconocido, Don Alonso —le dijo en un susurro—, y mire que la gente decía que estaba usted loco de tanto leer, como si eso fuera posible…


Con rimas y a lo loco
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
21-08-2013 18:55

VANESA.

Vanesa Jiménez Egea, desde muy niña tuvo una gran afición a la lectura. Leía todo lo que estaba a su alcance; tebeos, cuentos, periódicos y por supuesto los libros de texto escolares. Cuando le preguntaban qué quería ser de mayor, siempre contestaba: trabajar en una Biblioteca para leer todos los libros que quiera, y no los que otros quieran.

Con esa idea fue transcurriendo el tiempo y cuando tuvo que decidir qué carrera estudiar, no lo dudó; bibliotecaria. En tres años obtuvo la diplomatura. Ya estaba preparada para ejercer, pero conseguir su sueño no fue fácil. Después de realizar infinidad de pruebas de actitud en numerosas bibliotecas provinciales, sin éxito, consiguió un puesto de bibliotecaria adjunta, en la Biblioteca Pública Municipal de Lucena, (Córdoba), cuyo titular estaba cercano a la jubilación. Estaba ubicada en un local de apenas 60 metros cuadrados, y con unos 10.000 ejemplares. No fue fácil aunar criterios con su jefe, Juan Morales, en cuanto a la caótica organización que encontró. Aún se utilizaban únicamente, ficheros en papel, lo que resultaba muy gravoso para encontrar la situación de los libros. Además, tampoco estaban todos en los lugares indicados. Por suerte, tres meses después se jubiló Juan, y ella quedó de titular y por tanto responsable principal de la organización y el buen funcionamiento de la biblioteca.

Lo primero que hizo fue entrevistarse con el concejal de cultura y pedir los medios necesarios para informatizar los ficheros y reorganizar la colocación de los libros en las estanterías. A los pocos días, le instalaron un ordenador, y le asignaron dos becarias para llevar a cabo los trabajos. Entre las tres, fueron ordenando los libros a la par que registrando los datos en el ordenador. Un fichero con: fecha de entrada, autor, título, temática, número de estante, etc. Y también, el sellando de todos los ejemplares, para acreditar que los libros eran propiedad de la biblioteca.

Continuaron durante un mes y todo marchaba bien. Un día, un libro llamó la atención de Vanesa. En su lomo, leyó el título: Campo de Aras. Campo de Aras es el campo que circunda la Sierra de Aras donde está situado el santuario de la Virgen de Araceli. Le extrañó y miró la portada; una imagen panorámica de Lucena. Leyó el nombre del autor. Antonio Jiménez Monje. Aún le extrañó más. Llamó a sus colaboradoras.
─Venid, Paulina, Araceli, mirad qué he descubierto. ¡El autor tiene los mismos apellidos que mi abuelo!
─Debe ser una coincidencia. ─Dijo Paulina.
─No. Recuerdo que el menor de sus hermanos, se marchó muy joven a recorrer mundo y nunca más supieron de él. Podría ser mi tío-abuelo.

Siguieron con su trabajo y aparecieron más libros: Los Ecos de la Rima, Lazos Rojos, Océano de Sensaciones, Al-yussana, y otros. Ante la duda, se decidió a buscar información. Puso el nombre completo en Google, y preguntó a la Wiki.

Antonio Jiménez Monje. (Lucena, (Córdoba) 1936-Barcelona 2040)

Antonio Jiménez Monje, escritor frustrado, pues, ninguna editorial quiso publicar sus libros. Pero, el destino hizo que por casualidad, la fortuna se cruzara en su camino. En un Safari en Kenia, conoció a Madame Adrianne Baker. Una viuda millonaria, con la que se casó poco después. Al año siguiente, ella murió y él heredó su fortuna. Entonces compró una editorial, editó sus libros, hizo una gran campaña publicitaria y vendió millones de ejemplares en España y en otros países del mundo. Resultó que sus libros eran buenos. O quizá una buena promoción hizo un milagro.

Vanesa siguió tan feliz como un pez en el agua, se sentía orgullosa de haber tenido un escritor famoso en su familia, y recomendaba a todos la lectura de sus libros…



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
16-08-2013 13:26

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa han sido 9 extraordinarios relatos. Creo que debemos felicitarnos por la afluencia de textos, y por el alto nivel que hemos alcanzado.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Aquí os dejo la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6 5 7 5 4 6 4 4 4 5 5 2 6 6 7 5 6 6 6 7 6 4 3 2 8 9

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
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