LA ÚNICA SALIDA
Fue el único RECURSO que se le ocurrió, cuando lo perseguían por la SERIE de atentados que había cometido y estuvieron a punto a atraparlo; por eso no tuvo otra alternativa; haciendo de TRIPAS corazón llegó al convento de contemplación de los benedictinos, perdido en las montañas, al cual accedió con enorme dificultad, a pesar de que estaba acostumbrado a manejarse por cualquier parte, sin ningún MAPA.
No tuvieron problemas cuando él llegó allí, después de días de huir, con hambre, con sueño, y herido malamente; lo atendieron con caridad cristina, lo cual fue un enorme PALIATIVO para él; pero le aclararon que una vez recuperado debía irse.
Esto era una enorme complicación, puesto que para que lo perdieran realmente de vista, tendría que permanecer allí, al menos dos años. Aunque le resultaba espantoso y estúpido todo lo que hacían los monjes, y opinaba que aquello era una JITANJAFORA, no lo demostró.
Su juventud y fortaleza le permitieron recuperarse rápido, pero eso implicaba que abandonara el convento, y no podía hacerlo.
El Abad lo mandó llamar, mantuvo una conversación con él y le dijo que lo veía ya recuperado, y que a fin de mes debía irse. Mario se desesperó pensando: “!No puedo hacerlo!” y comenzó a analizar si no le convendría simular que le atraía la vida conventual.
Sabía que iba a tener que hacer un esfuerzo enorme para lograrlo.
Comenzó a demostrar unción, y pocos días después, le consultó al Abad si podía formar parte de la comunidad; el Superior le dijo que para probarse debía llevar una vida de sacrificio, oración y entrega durante cinco años y someterse sin chistar, a las estrictas reglas de la Orden Benedictina, que si no las cumplía sería severamente castigado, y que no le veía a Mario la más mínima posibilidad de que las resistiera, que no estaba hecho para esa vida.
Insistió tanto, que finalmente, el Abad le dijo:
- Tienes mi autorización a realizar el intento tan sólo por quince días; al más mínimo acto de desobediencia o rebeldía serás castigado, y si reincides varias veces serás expulsado del convento.
Tan solo cinco días después Mario se quedó dormido y llegó tarde a Maitines, lo cual hizo que fuera encerrado en la celda de un sótano durante 48 horas, en las cuales sólo recibió agua.
Era enloquecedor aquello; cuando salió estaba furioso y no se le ocurrió mejor idea que ir a increpar al Abad.
- Te lo dije, tú insististe, sabía que no servías para esto.¿Quieres irte ya al mundo?
- No, quisiera completar los quince días que me ha autorizado.
- Bien, serás castigado 72 horas por faltarme el respeto . Al Abad no se le objetan sus decisiones.
Mario se dio cuenta que de los quince días, en castigo ya se le habían ido cinco, pero salir al exterior implicaba la prisión o bien la muerte.
Pasó las setenta y dos horas en una celda mucho peor que la primera ; nuevamente sólo recibió agua; al salir, lo mandó llamar el Abad, quien le dijo:
“Hoy servirás la comida a todos tus hermanos, permanecerás de pie en actitud humilde, y tú harás ayuno todo el día para doblegar tu natural rebeldía que no logras controlar”. “Si te sientes ofendido por lo que te pueden decir tus hermanos públicamente, destacando tus inexistentes virtudes, no contestarás y les pedirás perdón humildemente a cada uno de ellos”.
Mario se dio cuenta que su carácter explosivo iba a estallar por la presión a la que lo sometían; él estaba acostumbrado a poner bombas sin importarle si morían inocentes en el intento, y ahora debía cumplir el rol de “santo”?
Pero sabía que si salía de allí, la pérdida de su libertad era cuestión de horas.
Logró pasar algunos días, cumpliendo con los espantosos ritos y sin castigos, con lo cual pensó que tenía cierta posibilidad de quedarse algún tiempo más.
El día número siete encuentra su cama, que prácticamente no tenía colchón, sin nada de abrigo. Hacía un frío terrible, por lo cual le preguntó a otro monje, cual era la razón por la que había desaparecido la única manta, a lo cual éste le respondió que era necesario hacer sacrificios para la mayor gloria de Dios.
Enfurecido y congelado, se pasea largas horas por su celda conventual, pensando que aún a costa del enorme riesgo, debe salir de allí.
Así lo hace al amanecer del día siguiente; mientras avanza con cuidado por los riscos, es alcanzado por un proyectil, que lo hiere gravemente, escuchando antes de morir “No se traiciona nuestra causa”.