Eratalia! !Estás en todos los detalles! !No se te escapa nada! !Felicitaciones! Preciosos sillones!
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Gregorio Tienda Delgado
04-08-2013 01:25
Qué buena idea, la de poner los sillones. Ha quedado muy bien. Gracias Eratalia.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Eratalia
04-08-2013 01:08
Mi enhorabuena a JJ por la concesión del sillón número nueve.
Con rimas y a lo loco
Gregorio Tienda Delgado
31-07-2013 01:07
Apreciados amigos y amigas. En esta etapa han sido 8 estupendos relatos. Después de la etapa anterior con 2 relatos, estoy contento y os animo a seguir participando.
Gracias a todos los participante.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.
Saludos.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
caizán
22-07-2013 20:21
LA CURIOSIDAD
Ha sido una constante en mi vida. Casi todo lo que hice, fue por curiosidad, era una manera de aprender lo que no había estudiado. En vivo y en directo. Como ejemplo contaré dos cosas que me ocurrieron por esa razón.
A mis cuatro años, sin yo saber para qué, mi madre y su hermana me llevaron al Patronato de la Infancia. Deambulé por un gran hall y, como todos los niños, en algún momento me desplacé lejos de ellas. La curiosidad fue la causa. Vi que los niños pasaban una puerta, en mi ignorancia, me arrimé a ella para saberlo. Se abrió, un señor de guardapolvos como un maestro, se asoma y me pregunta: --¿De qué cuadro sos?
--Boca
--¡Pasá!—Entré a una sala pequeña. Con total tranquilidad quedé entre las piernas de él, sentado--¡Abrí la boca!
Lo hice, me introdujo algo metálico en ella y, ¡Chau amígdalas! Salí por otra puerta, mi familia me estaba buscando, asustada. Yo echaba sangre por la boca sobre la toalla que había llevado.
Nos fuimos. Ya en el tranvía mi tía dice:--Que mal olor tiene esta sangre—Lo que olía mal no era, precisamente, la sangre.
A los quince años entré a un grupo de pintores, actores, escritores; también por curiosidad. Quería escribir. En ese entonces, versos. Aprendí que no era lo mío y derivé a los actores. A los 17 años subí por primera vez a un escenario, con ignorancia supina. Estaban ensayando “El Bosque Petrificado”, mi personaje: Mr. Chisholm, tenía un bocadillo que decía:-- ¿Tiene cigarrillos, señorita?
Entré a escena, me dirigí a la compañera que debía recibir mi pregunta y se la hice, con el tono coloquial que uno puede usar en un estanco.
La carcajada general se oyó en Birmania. Yo mirando, no sabía el porqué de la risa. Me enteré.
--Pibe. Eso no lo oyó ni tu compañera. Esto es teatro, cuando hablás se tiene que escuchar hasta en la última fila— Luego de las palabras del director, volvieron las risas. Así empezó algo que terminó en 1962, a puñalada limpia. Tampoco era lo mío.
JSM
Jose Jesus Morales
21-07-2013 05:18
Madrugada
La madrugada se cuela despacio entre las horas, como se cuela este viento frío que en una sola dirección sopla recuerdos sin prisas y pasa sin detenerse en ningún lado. La luna en menguante suspendida sobre el negro cielo desierto, es apenas un hilo de plata, una concha de ajo, una uña recortada, que conoce su destino y espera con paciencia el momento exacto para dejar la escena con una firme promesa de regreso.
Asisto al espectáculo del amanecer sin ilusiones, como un simple espectador en tránsito hacia otros destinos, veo desaparecer las sombras con cada paso y en su lugar, surgen en un cielo pálido, manchas naranjas y verdes, oxidados ocres oscuros, brochazos lilas atravesados por brillantes líneas doradas, el sol borra la noche, aclara el azul añil con que se tiñe el cielo y lo reviste de nubes gordas y blancas para hacerse dueño del día. Es un sol rojo el que inicia esta mañana, le da mil formas a las nubes con sus matices y con una rapidez probada se desprende de las colinas que lo mantienen oculto, gana altura, casi en un soplo despide los últimos vestigios de la noche; el gran señor de la claridad toma en sus manos las riendas del día y dirige a pulso los acontecimientos del cielo hasta sus mínimos detalles.
Ante este magnífico inicio del día, un pensamiento cruza entre el manojo de ideas y enredos de mi cabeza.
En un día que comienza así, se deben hacer realidad todos los sueños.
Las calles se llenan de pasos, las envuelve un ruido de maquinas encendidas, el apuro y los apremios ganan posiciones importantes y ya a media mañana juegan los papeles principales contra el dominio de la luz, apenas queda un vago recuerdo de lo que fue el espectáculo impresionante del amanecer y también se pierde, se hace imposible, lejano, aquel primer deseo de hacer realidad mis sueños.
Sin aviso se suelta el viento y al final de la calle ondea como una bandera libertaria una falda, se descubren unas piernas parecidas a las que conozco de memoria y no puedo apartar del pensamiento.
Mis ojos y todos mis sentidos corren tras una sola y única orden, cercarte, tomarte, alcanzarte, olvido lo que estaba haciendo en esta calle, que me trajo por estos rumbos y te sigo hasta perder el aliento.
Caminas sin compañía, con pasos decididos, rápidos y atenta a lo que sucede, me llevas buena ventaja y no logro darte alcance todavía. Tu cabello apenas roza los hombros desnudos y tu cintura marca el ritmo de un cuerpo maravilloso, que deseo con locura y busco con la misma constancia con la que se suceden los días, me acerco con dificultad, no corro, quiero sorprenderte y gozar del placer de seguirte sin que lo sepas, de mirarte hasta que se me sequen los ojos. Por instantes te detienes en una esquina, esperas el cambio de luz y cruzas sin riesgo, te pienso y te sueño con tanta intensidad, que en un primer momento al descubrirte en medio de la calle creí te habías materializado con la fuerza de mi deseo, de mi ansiedad, de mi necesidad de tenerte cerca constantemente.
Esquivando los carros como un torero cruzo a mitad de la calle, justo para verte desaparecer a la entrada de un Centro Comercial, apuro el paso casi hasta la asfixia, estoy a punto de perderte y por necio no voy a tener el placer de sorprenderte y verme en tus ojos, iluminado por tu alegría repentina; grupos de personas van y vienen, oigo al pasar pedazos de conversación, retazos de la vida de otros, confidencias a toda voz, obligadas en la mayoría de los casos por la angustia, por la necesidad de un consejo, de saber que alguien les presta atención, otras se detienen enfrente a las vitrinas de las tiendas, los ojos se me quieren salir de las órbitas, comienzo a sudar y no logro distinguirte entre tanta gente, creo verte apenas un instante detenida al fondo frente a un local, imagino que es de calzados, tú debilidad. Intento avanzar con rapidez sin tropezar a nadie y alcanzarte, la mirada fija para no perderte, sigues tu camino sin percatarte que estoy a un paso de sorprenderte y desapareces dentro de un negocio.
En la puerta del comercio apenas logro ver el celaje de un cuerpo entrando en el probador, descanso, respiro hondo, con el corazón bombeando aceleradamente, sin poder tranquilizarme, pero disfrutando del encuentro y la sorpresa por anticipado, me acerco al probador, abro la puerta y me paraliza el grito que debió oírse en todo el Centro Comercial y sobre todo me inmoviliza la certeza de haberme equivocado, no era ese tu rostro, ni tus pechos, ni tus piernas, ese cuerpo desnudo convertido en ira no responde al nombre que conozco y pronuncio entre sueños.
Se esfumó la alegría mientras me acuchillaban las miradas.
Eratalia
21-07-2013 00:20
Mi banda de honor.
Yo siempre he sido una alumna modélica -modestia aparte-, respetuosa, obediente, callada… Mi puesto se mantenía en la primera fila de clase, pues en el colegio nos sentábamos en el orden en que habíamos obtenido las notas, justamente al contrario de la pedagogía moderna, que sitúa a los alumnos con menos capacidad los más próximos a la pizarra y a la mesa del profesor.
Normalmente era festejada y agasajada por las monjas y las “señoritas” por mi buen comportamiento, estando acostumbrada a las pequeñas alabanzas cotidianas en el ámbito escolar.
Pero aquel día había sido especial. Porque me habían elegido para imponerme la banda de honor del mes.
De vuelta a casa, caminaba por la calle tan alegre que me creía a punto de levitar. Ajena a todo e inmersa en la felicidad que rebosaba, el camino me pareció más largo que otros días, tantas eran las ganas que tenía de llegar.
De vez en cuando bajaba la mirada hacia la bella banda roja que me cruzaba el pecho; había conseguido aquel galardón por mis méritos y mi aplicación; mi nombre ahora estaba escrito en el cuadro de honor en el pasillo del colegio, lo había visto al bajar en la fila, con aquella caligrafía esmerada e impecable que sólo las monjas sabían hacer.
Giré la última esquina y el pulso se me aceleró aún más… al llegar al portal de mi casa, una vivienda vetusta, justo en el centro de la ciudad, me empiné de puntillas como cada día para alcanzar el timbre, y acto seguido comprobé de nuevo que la banda seguía en su sitio, me retoqué el lazo que reposaba sobre mi cadera izquierda, cuidadosamente, casi acariciándolo, y me dispuse a hacer mi entrada triunfal.
La casa, que estaba compuesta de tres pisos, tenía al entrar un pequeño patio, revestido con alegres azulejos de estilo andaluz, patio que era necesario cruzar a toda prisa si no quería que mamá, que se había asomado para abrir la puerta, cosa que se hacía desde arriba gracias a un ingenio manual que liberaba la aldaba del inmenso portón de la entrada, me viese desde la galería del segundo piso, el que nosotros habitábamos, y pudiese advertir el adorno que ostentaba, lo que hubiese restado efecto a la teatral aparición que pretendía efectuar.
Corrí pues saltando los escalones de dos en dos, tan alborozada, que casi no podía respirar. Al entrar en la vivienda me dirigí derecha a la cocina, donde mi madre, vuelta de espaldas, estaba entregada a sus labores domésticas.
-¡Mamá, mírame- dije a voz en cuello, mientras hacía un ampuloso gesto, abriendo los brazos, para mostrar mi tesoro en todo su esplendor.
Mi madre se volvió parsimoniosamente y al ver la banda roja que yo ostentaba con tal orgullo, me preguntó extrañada de dónde había sacado aquello que llevaba puesto.
-¡Es la banda de honor del colegio, mamá, me la he ganado por haber sido este mes la mejor!¡La mejor de todas las alumnas del colegio! ¡Me la ha puesto Sor Paz, la directora!¿No es maravilloso?
Siguió un momento de silencio que me pareció eterno, ansiosa como estaba de recibir felicitaciones y alabanzas de su parte.
-¿En el colegio te han puesto una banda de honor, por ser la mejor, después de dos años? ¿En todo este tiempo, nunca has sido la mejor? ¡Vergüenza debería darte de no haber traído esta banda cada mes…! ¿Y estás tan orgullosa sólo porque la has conseguido en una ocasión? ¡Parece mentira!...
Y tras aquella perorata, tan diametralmente opuesta a lo que yo, pobre ilusa, creía merecer y esperaba obtener, se dio la vuelta y continuó su tarea sin prestarme mayor atención.
Me marché con paso cansino y la moral más que hundida hasta mi cuarto, casi arrastrando los pies. Cerré la puerta, deposité con cuidado la bonita banda roja sobre la cama, la alisé una vez más mientras las lágrimas comenzaban a rodar por mis mejillas y, sintiéndome miserable e infinitamente ridícula en mis pretensiones, me acurruqué en un rincón y lloré tristemente mi desencanto.
Con rimas y a lo loco
Gregorio Tienda Delgado
19-07-2013 12:41
LA FOTO DE CARMEN.
Hoy, una vez más, he mirado su fotografía un tanto amarillenta por el paso de los años, pero no ha mermado la resplandeciente belleza de la mujer que aparece en ella. Es la foto de Carmen. Carmen fue mi amor más querido; la que pudo ser mi único amor para siempre, si las circunstancias no nos hubieran malogrado las aspiraciones de compartir nuestras vidas.
Con la fotografía en mis manos, en silencio, el tiempo retrocede hasta mi niñez, y los recuerdos afloran con gran intensidad, unos agradables, otros tristes. Recuerdo nuestros primeros juegos amorosos en la adolescencia. Cuando el sólo roce de nuestras manos, encendía la llama en nuestros corazones, y el tiempo se detenía para no romper la magia del momento. La magia que nos transportaba al edén de nuestros pensamientos, donde nuestros besos subrepticios, florecían. Besos que se han diluido en el tiempo transcurrido, pero que, permanecen en el éter a la espera de que nuestros labios renacidos quizás en una cuarta dimensión, revivan las pasiones de antaño.
Los recuerdos tristes, son los que me perturban en este momento golpeando mi mente con el mazo de la añoranza, al evocar la tragedia que rompió nuestras ilusiones segando la vida de la mujer que tanto amé y sigo amando. Mi corazón late acelerado, impotente, rabioso, por no haber podido hacer nada para evitar lo acontecido. Ella murió, pero mi amor no ha muerto.
Acariciando la fotografía, la veo. La veo en los resquicios de mi memoria, en las estrellas si miro hacia arriba; en los tejados de las casas cuando miro por la ventana, en los pájaros que vuelan... en las hojas que caen de los árboles, en cada gota de lluvia... la lluvia... no borra sus huellas en las calles que caminábamos juntos. El agua trae su imagen a mi mente, y el sonido de las gotas al caer no es suficiente para acallar el murmullo de su risa en mis oídos...
Ahora que siento como los pájaros inician su cortejo con sus trinos alterados, ahora que la lluvia amaina su intensidad, ahora que las flores aromatizan el amanecer... ahora, sigo estando seguro de lo que sentía por ella. No era obsesión lo que aceleraba el torrente de mi sangre, sino, su encanto que me atraía como un potente imán.
Con los ojos cerrados, viajo lentamente hacia el tiempo pasado, llego a mi juventud, oigo su grácil voz, y siento las caricias de sus manos, y sus dulces besos…
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
juan fozara
18-07-2013 11:59
EL PRIMER BESO.
No tengo muy buen recuerdo de la primera vez que hice el amor (otra historia divertida), pero sí maravilloso de mi primer beso en serio.
La conocí en la playa de Las Sinas (Villanueva),era rubia, algo bajita, con curvitas, labios carnosos y ojos azules que sabían mirar.
Yo estaba con mis primas mayores y ella con sus hermanas, también mayores.
A mis primas sólo les faltó decir: Vete a jugar con ella.
Me acerqué, yo de aquella tenía un buen ver, era muy sociable, nada cortado y con mucha labia, daba gusto oírme hablar. De hecho tenía fama de ligón entre mis amigos, pero era más el ruido que las nueces.
En fin, me aproximé con mi pelo largo mojado hacia atrás y mi bañador "bermudas", eran una novedad. Una de mis tías al vérmelo puesto intentó remangármelo para arriba, jaja.
Supongo que las primeras palabras serían: Hola, cómo te llamas, de dónde eres, de Villagarcía, pues yo estoy aquí de vacaciones con mis primas, y yo con mis hermanas.
Juro que mis primas y sus hermanas que nos miraban con atención sonrieron complacidas, hacíamos una buena pareja.
Nos bañamos, nos tendimos sobre la toalla en la arena, mojados, y congeniamos.
Al despedirnos me dijo donde paraba y que tenía una pandilla de amigos, si quería ir...
Ya lo creo que fui, sociable como dije que era, me hice amigo de todos. Caí bien, dos o tres tardes en el Casino, éramos pijos, y me invitaron a un guateque en casa de uno de ellos.
La casa tenía una maravillosa galería blanca de madera que daba a la ría, contigua estaba la sala donde bailábamos. Una tarde perfecta, risas, bebidas, supongo que no había alcohol, y diversión general.
De atardecida alguna gente marchó, pero quedamos bastantes, por supuesto ella y yo también. Los amigos nos consideraban ya un poco pareja, de aquella se decía, salir con...
El cielo sobre la ría se fue tiñendo de rojo, las puestas de sol allí son bellísimas. La invité a asomarse a la ventana de la galería, allí apoyamos los codos, uno muy junto a otro, rozándonos, casi apretándonos los brazos.
Todo era belleza, faltaba ahora la decisión. Pocas veces en mi vida fui tan valiente y decidido. Tengo que besarla, pensé, si no la besas ahora vas a perder muchos trenes. La situación lo requería, era ineludible besarse, pero nunca lo había hecho.
Una fuerza que no sabía que tenía me hizo actuar. Me giré lentamente separándome de ella, ella también lo hizo y nos encontramos frente a frente, puse con delicadeza las manos en su espalda, nos miramos, qué delicia, y acercamos lentamente nuestras caras, nos besamos, fuerte, los brazos de ella y los míos apretaron nuestro abrazo. Nos buscamos como hombre y mujer entre nuestros labios. El tiempo del beso fue el justo, ni más, ni menos. La primera vez para los dos. Cuando nos separamos nos volvimos a mirar, sonreímos.El cielo rojo del atardecer aullaba de alegría.
Nos cogimos de la mano y salimos despidiéndonos de los que aún permanecían bailando, repararon en nuestras manos enlazadas. Nosotros presumíamos, habíamos sacado un diez. Yo no era yo, era Gary Cooper y ella Greta Garbo. ni en el beso final de las películas sale tan bien un beso como nos salió a nosotros (modestia aparte).
" La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño ": Nietzsche.
Rodrigodeacevedo
16-07-2013 20:16
EL MAR Y EL AMOR (VERANO DEL 58)
Aquel verano del 58 fue para mí una especie de pórtico iniciático, como un río de aguas lustrales en el que abandoné muchas de las rémoras que aún estaban adheridas a mi apenas florecida adolescencia. Aquel verano descubrí el mar. En aquel verano me hirió, por primera vez, la fecha dolorosa del amor.
Yo, habitante del interior, conocía los mares de Emilio Salgari, de Julio Verne, de Stevenson… Eran mares de tipografía, láminas en blanco y negro, líquidas topografías de mi turbulenta imaginación.
También estaba los otros mares, el mar de los inmensos trigales, verdes o rubios, con sus enormes y rojas manchas de amapolas. Y el mar de la inacabable dehesa, achicharrada por los soles inclementes, salpicada por las encinas y alcornoques que, como amables monstruos, dormitaban en la canícula. Esos eran mis mares familiares, domésticos, transitables.
Y el amor. Tiempos eran de amores clandestinos, disimulados en dudosos portales o en recónditas callejuelas. El amor... Las juveniles turgencias de las chicas, seres tanto más adorables cuanto más prohibidos. Aquellos sus ojos misteriosos e impenetrables. Eso debía ser el amor. Algunos de nosotros, los mayores y más osados, habían robado algún subrepticio beso nocturno y hasta habían llegado a ver, ocultos, muchas veces adivinados, los pequeños y rosados senos de las amigas de sus hermanas durante sus juegos caseros.
Aunque hablábamos de ello, lo hacíamos con tono displicente y con adulta suficiencia. Pero un íntimo temblor, un calofrío y una extraña excitación nos conmovían nuestras aún infantiles entrañas. Podíamos abatir un vilano de buen tamaño de una certera pedrada, podíamos hacer la hombrada de tocarle el culo a una moza en el paseo y salir corriendo fuera de sus iras. Llevar a la nocturna reunión alguna de aquellas prohibidísimas revistas francesas y practicar el culto a Onán en lúbrico grupo. Eran nuestros timbres heráldicos.
Pero el amor, eso era otra cosa, totalmente ajena a nuestro mundo.
Y fue en aquel verano del año 1.958, aquel verano inaugural de nuestra vida juvenil, con sus ardores, sus hambres de experiencias, con nuestros ojos inmensamente abiertos al mundo, cuando me tocó conocer el mar, el de verdad y junto a él, el amor.
La mar Mediterránea, ese mar femenino, en el dulce éxtasis del mediodía, se ofreció súbitamente, en una epifanía esplendorosa de luz y azules, cuando un destartalado autobús nos dejó a merced de tan sobrecogedora experiencia, rindiendo viaje en Peñíscola desde las abrasadas tierras extremeñas.
A nuestros pies aquella rutilante inmensidad, espejeando bajo el sol y saciando nuestra mirada de colores y matices. Aquello era el mar. Cierto que no lo agitaban curvadas y espumosas olas; cierto que sólo pequeños barcos de pesca lo surcaban, sin rastro alguno de aquellas otras goletas y bergantines que describían los libros. Pero era el mar y en él estaban, tenían que estar, todas aquellas proezas.
Y junto al mar, el amor. Ella también era muy joven. También sus pequeños pechos apenas elevaban la tela de su vestido. También sus ojos eran muy negros, misteriosos, mediterráneos. Pero estaba allí, a mi lado. Yo podía tomar su pequeña y suave mano. Podía aspirar la fragancia a lavanda de su moreno cabello y, a veces, rodear con mi brazo su delgado talle. Y esos pequeños escarceos sí que levantaban dentro de mí oleadas de ese apenas entrevisto sentimiento, que me inundaban, me recorrían y zarandeaban como aquellas imaginadas galernas.
Aquello era la mujer, ese lascivo y rechazable ser del que tanto nos alertaban nuestros tronantes muecines. Y aquel ser, adorable en su sencillez y en su fragilidad, me dejaba las noches en vela, inquieto centinela de su ausencia.
El mar y el amor. Desde aquellas experiencias que fueron roturando el todavía inexplorado e ingenuo campo de mi adolescencia, han ido juntos en mis avatares, abriendo como rompeolas bifrontes las nuevas perspectivas que la vida me ha ido presentando. La sutil, irrecuperable frontera del verano del 58, muralla de Jericó abatida sin estruendo, solo con la profundidad de unos ojos negros y la del otro, azul, Mar Mediterráneo.