| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Hoy, queridos compañeros y compañeras, día de mi 85 cumpleaños, os dejo mi aportación para esta primara quincena de junio. Espero que os guste. TEMA: LA ESPAÑA VACIADA EL PANTANO DE RIAÑO La migración de los jóvenes hacia las grandes poblaciones, fue la principal causa del abandono de pueblos, pero hubo muchos que fueron desahuciados forzosamente en vida del dictador Franco, y ya en democracia, en contra de la voluntad de sus habitantes, en pro del progreso. Un progreso que no siempre ha servido para el bien de los ciudadanos en general, ni para los que fueron despojados de sus bienes, sus medios de vida, y sus pueblos. Existen estadísticas de que en España se han sacrificado cerca de 500 pueblos, absorbidos por las aguas de los pantanos. Cierto es que los pantanos fueron necesarios, y lo son hoy día más aún, pues el agua es un bien muy necesario para la vida en general, para la consecución de los alimentos suficientes para abastecer a la población, cada vez más numerosa, para generar electricidad y para otras aplicaciones, como lugares de ocio y otros. Pero también es cierto, que, en algunas ocasiones, el bien recibido ni siquiera ha igualado al mal causado. Me refiero exclusivamente al Pantano de Riaño. Un pantano con el que se pretendía regar 83.000 hectáreas, cosa que nunca se hizo, y que ni siquiera se terminaron los canales de distribución del agua. Un pantano cuya consecuencia fue, que en 1987, las raíces de nueve pueblos fueron arrancadas con violencia, para siempre. Riaño, Burón, Pedrosa del Rey, La Puerta, Salio, Huelde, Anciles, Vegacerneja y Escaro, a los que nunca jamás se pudo volver. Atrás quedó parte de la esencia y la historia de lo que fue el páramo leones. El mismo que permaneció bajo las aguas del pantano más grande de España, y uno de los más grandes de Europa. Y este año 2017, treinta años después, debido a la infernal sequía, esos pueblos emergen aunque mutilados por la sinrazón, para testimoniar su permanencia, y para que perduren en la mente de aquellos que los vean a través de los medios de comunicación, o presencialmente como lo hago yo, que informado por esos medios de que el pueblo de mi infancia, donde vivieron mis abuelos y yo disfruté mucho de niño, ha salido a la luz, he decidido visitarlo en agosto, y al hacerlo, como el pueblo, también, emergen mis recuerdos de esa niñez. Recuerdo ahora el Nodo tan grandilocuente, que a mí, de niño, me sonaba raro, hasta ridículo, y a veces me entraban ganas de reír que tenía que controlar, porque entonces nadie se podía reír del Nodo. Cuando veía las inauguraciones de pantanos, tan pomposas, tan majestuosas, no pensaba en los pueblos sumergidos ni en sus habitantes. Pero todo cambió cuando le tocó a mi querido valle de Riaño. Entonces, sí comprendí qué significaba un nuevo pantano. Aparte de la inauguración y de que supuestamente nunca nos faltaría agua ni electricidad, lo que se ha visto con el tiempo, es que sólo era un farol megalómano. Aquí, sobre el terreno, contemplando las ruinas del pueblo, algunos de mis recuerdos son vagos y confusos en algunos detalles, pero otros tienen una gran viveza, como si los hubiera experimentado ayer mismo. Un recuerdo, muy llamativo, fue cuando pasé por Riaño en el autobús de la empresa Fernández que siempre utilizábamos para venir al pueblo de mis abuelos. Una empresa emblemática con la que viví muchas experiencias infantiles, que con los años fue absorbida por ALSA. En aquella ocasión iba solo, lo que me indica que ya era más que un adolescente. Todos los veranos, desde muy niño, aprovechábamos las vacaciones de mi padre, que trabajaba como minero en la empresa Hullera Vasco Leonesa, en Santa Lucía de Gordón, una empresa con la que tenían relación nombres relevantes como Martín Villa y Arias Navarro. En aquel tiempo era impensable disponer de un coche, salvo para los pudientes, aunque ya se empezaban a ver algunos SEAT 600, algo más asequibles, y tan solicitados que tardaban años en entregarlos, por lo que cogíamos el autobús de Fernández, con todas las maletas y paquetes, nos íbamos hasta León capital, y allí hacíamos trasbordo y tomábamos otro autobús hasta el pueblo de los abuelos. Como teníamos unas horas de espera, solíamos acercarnos a la Plaza de las Palomas, en el centro de León, donde en un bar diminuto, muy de la época, comíamos una tortilla de patatas y algo de embutido. Allí pedíamos la bebida, un porrón de vino para mi padre y mi madre, agua para los niños y nos permitían comer lo que llevábamos. Luego, en la plaza, daba de comer a las palomas, las migas del pan que sobraba de la comida. El viaje era largo, demasiado para la distancia, pero en aquellos tiempos las carreteras eran malas, estrechas, mal asfaltadas y con muchas curvas. Además el autobús paraba en casi todos los pueblos un buen rato, y en cuanto comenzaba la montaña pasado el pueblo de Cistierna, el autobús parecía una tortuga. El muro del pantano no quedaba muy lejos de Cistierna, aunque de niño la distancia me parecía enorme. Se podía ver la construcción del muro que impresionaba. Era una obra faraónica, como se decía entonces. La impresión que tengo es que la construcción se demoró muchos años, pues mis recuerdos son muy difusos. Pasado el muro por un túnel y los pueblos de Huelde, Éscaro, La Puerta y algunos más, a los que el autobús no siempre entraba, sólo lo hacía cuando había viajeros y mercancías para descargar, o recoger nuevos pasajeros y mercancías. Luego llegábamos a Riaño, que a mí, un niño que siempre había vivido en pueblos, me parecía enorme. No tan grande como León capital, pero enorme. El pueblo estaba situado en un valle amplio, lleno de las típicas casas de piedra de la zona, con sus cuadras y pajares para el ganado, porque en aquella zona casi todo el mundo se dedicaba a la ganadería, salvo los negocios de bares, tiendas donde se encontraba un poco de todo, alguna ferretería, panaderías y algún hostal, porque, que yo recuerde, en aquellos tiempos no había hoteles en la zona. El turismo comenzó más tarde. Otro recuerdo está muy vivo en mí, porque ocurrió algo que me impresionó mucho. En aquellos tiempos no se sabía bien qué era la ecología y los ecologistas, al menos para mí, era algo bastante exótico. Pues bien, al parar el autobús, algunos pasajeros comentaron que había manifestación contra el pantano. Por lo que pude ver no era muy numerosa. Las grandes manifestaciones ecologistas llegarían con el tiempo, pero lo que llamó mucho mi atención, fue el grito de un pasajero o pasajera, diciendo que allí estaba Imanol Arias, entonces un actor no tan conocido como llegaría a ser con el tiempo, pero sí suficientemente conocido para que a todos nos sonara el nombre. Según algunos comentarios, el padre de Imanol, o tal vez la madre, no recuerdo bien, era de allí, de Riaño, por lo que su presencia tenía sentido, teniendo en cuenta que era conocido como actor vasco en tiempos en los que ETA era el coco y los vascos gente muy poco de fiar. Recuerdo que miré por la ventana en dirección a donde señalaban y vi a un hombre joven, delgado, vestido normal, con unos vaqueros y una camisa. No se diferenciaba mucho de los demás. Entonces me planteé lo complicado que sería ser famoso, sin intimidad, con todo el mundo señalándote allí donde estuvieras. Me parecía algo bastante pesado y que solo compensaba por el dinero que ganaba y algunas pequeñas ventajas en la convivencia social. Lo cierto es que yo nunca vi personalmente manifestaciones tumultuarias, y menos un enfrentamiento directo con la policía, pero en aquellos tiempos la censura era aún muy fuerte y no todas las noticias nos llegaban. En internet puede verse que la historia del pantano, en efecto, coincide con la sensación tan dilatada en el tiempo. Teniendo en cuenta que las obras comenzaron en 1965 y yo nací en 1956, la primera vez que las vi, tendría unos nueve años. Ya desde muy niño pasaba los veranos en casa de los abuelos. Como mi padre sólo tenía un mes de vacaciones y mis recuerdos son mucho más amplios, de todo el verano o más, intuyo que mi padre volvía a trabajar, y luego, cuando teníamos que volver toda la familia, regresaba un día libre y todos volvíamos a tomar el autobús de Fernández, una verdadera carraca muy lenta y con muchas averías, y regresábamos a casa. Teniendo en cuenta que yo iba a la escuela de mi pueblo, debían ser tres meses, como mucho, el tiempo que pasaba con los abuelos. Para mí son los recuerdos más felices de mi vida. Me encantaba el pueblo, la casa de los abuelos, las montañas, la naturaleza, y sobre todo, los animales. Los abuelos eran ganaderos y tenían vacas. Dos para el carro con el que recogían la hierba o heno para almacenar en el pajar o tenada, y de esta forma tener alimento para las vacas en invierno. Entonces, según me contaba mi madre, podía caer una nevada de hasta dos metros, llegaba la nieve hasta el balcón de la casa, que podía tener algo más de esa altura, y los habitantes del pueblo hacían pasadizos con las palas, para poder llegar hasta las cuadras y echar de comer y beber al ganado, y poder comunicarse entre ellos. En el pueblo, entonces las cosas funcionaban de la siguiente manera: dos vacas para tirar del carro, para la trilla y lo que hiciera falta, otras vacas lecheras, las novillas, vacas jóvenes, y los jatos, las crías que solían venderse para carne a algún carnicero de la zona. Existían las veceras, que consistía en que se reunían en rebaños las vacas del pueblo. En una iban las vacas del carro, que regresaban a casa a comer y volvían a salir por la tarde, por si alguno las necesitaba para uncir al carro. En otro rebaño iban las vacas lecheras que estaban todo el día pastando por la montaña, y regresaban a casa para dormir. Las novillas, las vacas jóvenes, se pasaban casi todo el año en la montaña sin regresar a casa. Yo visité la zona varias veces. Por cada vecera iban al menos dos, por lo que, según recuerdo, durante una semana tocaban a dos casas del pueblo las veceras, lo que significaba que uno iba con la vecera de las vacas de yugo, otro con las de leche, otro con los jatos y desde luego también había veceras de ovejas y cabras, por lo que una familia a la que le tocara la vecera una semana, por muy numerosa que fuera, no podía dedicarse a otra cosa que a eso. Cuando la familia era de pocos miembros, se hacían cambalaches con otras familias. Por eso los abuelos agradecían mucho que yo me ofreciera cuando tocaba vecera. Llegué a ir con todas: las de jatos, ovejas, cabras y vacas. Me daban un zurrón de cuero donde metían un trozo de hogaza, jamón, chorizo y queso y allá que iba yo con la vecera por el monte, con otro de otra casa que era adulto. Lo pasaba muy, pero que muy bien, sobre todo cuando las vacas "moscaban" que no era otra cosa que salir de estampida cuando ya no aguantaban el sufrimiento que les causaban las picaduras de los tábanos en los días de mucho calor. Alzaban el rabo y corrían como energúmenas. Nunca había visto correr así a una vaca. Yo corría tras ellas gritando, con la vara de avellano con una punta en el extremo, la aguijada, y les daba unos buenos varazos en el lomo para que regresaran al rebaño. Los abuelos, cuando yo era niño, tenían también gallinas y conejos, varios cerdos para la matanza y una huerta grande donde cultivaban patatas, repollos y algunas verduras. Me gustaba ir en el carro con vacas a recoger la hierba que el abuelo y el tío segaban con guadaña, por la mañana temprano. Luego íbamos a recoger la hierba con el rastrillo y la horca, y se hacían montones. Después venía la abuela con un gran perol de cocido y una bota o porrón de vino. Llegué a probar aquel vinillo, clarete, muy suave, que entraba como agua, porque lo conservaban en la fresquera; una habitación excavada en la tierra, porque entonces no tenían frigoríficos. Alguna vez me puse piripi, todos se reían, pero mi padre y mi madre se enfadaban mucho, y decían: no se debe dar vino a un niño tan pequeño. También se segaba el trigo y la cebada y luego en las eras, se trillaba con aquellos trillos de madera y piedras afiladas. El más moderno del pueblo tenía una máquina nueva, echaba el trigo y cebada por un lado y por el otro salían el grano y la paja por dos huecos diferentes. Era una maravilla; no necesitaban trillar, pero a mí me gustaba montarme en el trillo, con la aguijada, y dar vueltas y vueltas con las vacas al círculo que se había hecho con todas las gavillas recogidas. A veces me llevaba alguna bronca porque tenía que ir con una pala en la mano, por si las vacas cagaban. Si se me descuidaba había un trozo que había que tirar y se perdían algunos granos. Me tocó también sacar patatas, recoger garbanzos, lentejas y sobre todo, echar la hierba al pajar o tenada, con la horca. Cuando estaban mis primos y primas, lo pasábamos estupendamente en la tenada, jugando a echarnos la hierba por encima, corriendo y saltando. Son los recuerdos más felices de mi vida. El día de Santiago, fiesta del pueblo y santo del abuelo, que se llamaba así, se mataba un gallo que se hacía con arroz y un cordero que lo hacían a la caldereta. Se comía y bebía por todo lo alto y en el pueblo había verbena. Una orquestina de dos o tres músicos que tocaban todo el día y los mozos y mozas del pueblo bailaban sin descanso. Se hacía una comida comunitaria de todo el pueblo, en la escuela. En mayo se hacían los mayos o cucaña. Un árbol descortezado, juntado en trozos por argollas de hierro, con un arbolito en la punta. Se clavaba en la plaza, untado de grasa, y los mozos del pueblo tenían que subirlo hasta la cúspide, donde se colgaba un jamón, una gallina, un cordero, o lo que fuera. Yo de niño me asustaba mucho temiendo que alguno se cayera. Pero también ocurrían hechos dramáticos. Recuerdo la muerte de un mendigo en una de las fiestas del pueblo. Estaba bajo un árbol, pidiendo limosna y acabó muriendo de repente. Quizá le dio un infarto. Yo lo veía al pasar camino de la plaza del pueblo, y creo recordar vagamente que lo vi también muerto, antes de que levantaran el cadáver. Un bulto tapado con una manta bajo el árbol. Todos aquellos recuerdos se sacudieron cuando me enteré de que se iba a construir el pantano, y que también llegaría a inundar al pueblo de mis abuelos, aunque sería de los últimos en sucumbir bajo sus aguas, y cuando eso pasara, ya no podría ir todos los veranos y pasarlo tan bien como tantos otros. Como se prolongó tanto en el tiempo, llegué a pensar que no se iban a terminar las obras. Cuando llegaba al gran muro, rezaba para que el pantano no se construyera nunca. Yo por entonces ya estaba en el colegio religioso y rezaba mucho, demasiado. Los abuelos se fueron haciendo mayores. Al abuelo le gustaba comer y beber, especialmente en verano la sangría fresca que se guardaba en la fresquera. Se fue quedando sordo y se puso un audífono de aquel tiempo. No le gustaba nada, lo dejaba por cualquier parte y los nietos, que éramos unos balas perdidas, le gastábamos la broma de ponerle el volumen a tope y cuando se lo ponía le chillábamos, y el abuelo se enfadaba mucho. Nosotros nos reíamos, pero él se enfadaba de verdad. También había una cabra que me cogió manía y siempre que me veía me embestía, con los cuernos por delante, yo le llegué a coger miedo y trepaba al muro que había delante de la casa. Alguna vez se dio un buen testarazo contra el muro, de lo que me alegré, aunque luego me arrepentí de ser tan malo. Se produjo otro episodio triste. El abuelo murió dulcemente, porque era diabético y se cuidaba poco. Su muerte fue en pleno invierno, cerca de Navidad. Mi madre, su hija, recibió un telegrama diciéndole que su padre había muerto. Muy afectada, se despidió de nosotros y se puso en camino. Su viaje fue una odisea dramática. El autobús llegó con muchas dificultades al pueblo anterior, en la carretera nacional, y allí le esperaba un hermano con un carretillo para llevar el equipaje. La carretera al pueblo se desviaba de la carretera nacional a la entrada del pueblo anterior, y había que recorrer casi dos kilómetros de carretera mala porque se asfaltaba muy poco. Me imaginé muchas veces a los dos, mi tío tirando del carretillo, y mi madre, muerta de frío, caminando por aquella carretera nevada, helada, soplando el viento, incluso para más dramatismo, escuchando a lo lejos a los lobos aullar. Debió de ser un viaje infernal. Cuando llegó, se tuvo que cambiar de ropa y ponerse frente a la chimenea para entrar en calor. Le salieron sabañones en los dedos de los pies y de las manos. Yo también tuve cuando era niño, y cuando se entraba en calor, picaban muchísimo y cuanto más se rascaban, peor se pasaba. Tuvieron serias dificultades para enterrar al abuelo porque la tierra estaba helada. Las puertas del pantano no se cerraron hasta 1987, con lo que yo tenía ya treinta y un años, estaba soltero e iba a la casa de los abuelos, que estaba vacía porque la abuela también había fallecido, y el tío se había ido a trabajar a Bilbao. Se estaba con el tema de la herencia, si se vendía o no. Pero no fue posible, porque nadie quiso comprar algo que se iba a extinguir en pocos años. Lo que tardara en llenarse el pantano. El pueblo de los abuelos sería el último que alcanzaran las aguas, y al final, dieron una insuficiente indemnización a los herederos. Puedo decir, que con el pantano ya en marcha, solo visité la casa durante pocos años. Al final el pantano anegó el pueblo como se preveía. Hoy, junto a los escombros de la que fue la casa de mis abuelos, han desfilado los recuerdos, unos alegres, otros tristes, y las imágenes de las personas con las que conviví, que hoy la mayor parte de ellas han muerto. También el entorno ha cambiado. Todo está reseco y solitario. Sólo he hablado con una pareja del SEPRONA que me han visto con sus prismáticos, y se han acercado para preguntarme qué hacía. Cuando les he explicado el motivo de mi visita, me han confirmado que cerca de aquí no vive nadie, de ahí que ellos se cuiden de vigilar la zona. Y me marcho de lo que fue el pueblo de mis abuelos, con la sensación preconcebida de cómo el tiempo lo cambia todo: la sociedad, las costumbres la naturaleza, e incluso la vida. Con melancólica tristeza, y con las lágrimas someras, pero con cierta satisfacción por el reencuentro con las vivencias de mi niñez y juventud, extiendo la vista, giro trescientos sesenta grados, subo al coche y me marcho sin volver la vista atrás. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| jota jota |
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Sucesos El mismo día que Carlos Sotillo perdió el trabajo, también perdió a su mujer, la Matilde. No alcanzó a contarle que lo habían despedido. Al entrar a su casa encontró a Matilde sentada en un sillón, descompuesta por el llanto, el rímel corrido, los hermosos ojos hinchados. Había llorado y mucho, entre sollozos alcanzó a decirle: -no podemos seguir juntos-.
Carlos creció en medio de las interminables discusiones de sus padres. La pareja nunca logró divorciarse, ni siquiera separarse, aunque cada día amenazaban a los gritos con hacerlo. Se prometió así mismo no discutir jamás con su esposa por ningún motivo y lo cumplió.
Con voz apagada atinó a decir: -está bien-. Colocó las llaves del departamento sobre la mesa sin hacer ruido, dio media vuelta y cerró con cuidado la puerta al salir, no quería que el último recuerdo de su presencia fuera el desatino de la violencia.
Mientras baja en el ascensor, el hilo de la memoria le trae las estrofas de una canción. Nunca pudo recordar una canción completa, mucho menos quien la cantaba, apenas recordaba retazos de las canciones que en algún momento de su vida y por alguna razón había hecho suyos.
“yo sentí que mi vida
se perdía en un abismo
profundo y negro
como mi suerte”
Al acercarse al auto una ardilla sale disparada y se sube a uno de los árboles de la vereda en donde vive. Le asaltan preguntas a las que no encuentra respuestas.
¿Y si en vez de hombre hubiera nacido animal, mi vida sería diferente?
¿Sería más simple?
¿Sería mejor?
¿Sin este dolor?
¿Sin este vacío?
El estómago le da vueltas, un remolino gira sin control a la altura del ombligo. Logra sentarse frente al volante del auto, toma aire y mecánicamente se concentra en manejar con mucho cuidado, no quiere abollar el auto. En ese instante entiende exactamente lo que muchas veces su abuela repite con resignación fatalista cuando un evento extraordinario la sobrepasa. -Bienvenida la desgracia cuando viene sola-
Carlos Sotillo convirtió su vida en un eje de una sola vertiente, el eje por supuesto Matilde, su esposa, a quien prácticamente adora. Le encanta mirar el rostro de su mujer cuando la sorprende con un detalle inesperado, o al cumplir uno de sus pequeños deseos. Se maravilla al verla iluminada de alegría. La vertiente de su vida: el trabajo, al que se dedica con atención y esmero durante ocho horas, desde el lunes y hasta el viernes, el trabajo sirve para hacer perfecta su vida con Matilde, los acaba de perder a ambos y no encuentra una explicación para estos sucesos.
Maneja el auto de forma mecánica, sin un lugar a donde ir sigue adelante por la autopista, todos sus sentidos concentrados en mantener el control del auto. No se detiene en ningún lugar, tampoco para comer, perdió el apetito por completo. Deja la autopista y abandona la ciudad, el paisaje cambia y por puro instinto, con ganas de perderse para siempre, sin pensarlo, sigue el rumbo de un camino vecinal.
Frena con fuerza al ver a un hombre desgarbado, barbudo, con sombrero y un cayado, que intenta espantar unos animales imaginarios, tiene toda la facha de ser un bordonero, o en este caso, un pastor sin rebaño y lo comprueba cuando el hombre se acerca y le dice con claridad: -acabo de esturrear esos animales que estaban en medio del camino-. -Los animales ocasionan lamentables accidentes por estas carreteras de abandono, puede dar gracias a que pasaba yo por aquí, quién sabe lo que hubiera pasado si no logro espantarlos con mis gritos-.
Carlos buscó algunas monedas, pero esta vez se equivocó, el hombre no quiere su dinero y en cambio le dice: -voy al próximo pueblo, está muy cerca en auto y quizás pueda llevarme, pronto se hará de noche y no quiero perderme en la oscurana-. Apenas el hombre entró al auto dijo: -la vida no vale nada-. -Nos pasamos el tiempo haciéndole triquiñuelas a la muerte y esta siempre nos alcanza-.
Carlos maneja sumido en su propia bruma.
-Detenga el auto, quiero mostrarle algo-. Dijo el personaje sacando a Carlos de su ensimismamiento y obligándolo a detenerse.
Bajan del auto, el sol está a punto de morir detrás de una montaña y en un estertor de fuego ensangrienta el cielo. Es un espectáculo asombroso que Carlos agradece.
Con un ademán del brazo el hombre le muestra los campos de trigo que se pierden de vista acariciados por la brisa, con el mismo ademán le muestra el cielo ensangrentado y grita: -polvo en el viento-. -Solo somos polvo que viaja con el viento-. Al terminar la frase, con el cayado que sujeta fuertemente en la mano, el desconocido le abre la cabeza a Carlos Sotillo con un golpe formidable. |
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| jota jota |
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Terapia Al entrar al departamento descubro que mis hermanos y mi madre me esperan. Sin ninguna advertencia para este encuentro la visita me resulta inesperada y sorpresiva. Al verlos, es inevitable preguntar de inmediato. ¿Quién murió? -Nadie-. -Pero tenemos que hablar-. Dijo mi hermana mayor. ¡Esto es una encerrona! Exclamé, en tono de broma, fingiendo enfado, para ocultar la sorpresa. -No-. Dijo mi hermana menor. -Es una intervención-. En tono de burla y con actitud desafiante les respondí. -Esto es una injerencia inaceptable en mis propios asuntos, una intromisión que atenta contra mi libertad, mi autonomía y soberanía y no puedo permitirlo-. Esta vez contestó mi hermano con la ironía y firmeza que lo caracterizan, a pesar de ser el menor de todos nosotros. -No eres libre, ni autónomo y mucho menos soberano-. -Con 38 años vives todavía con mamá y no tienes un trabajo estable-. -No eres libre-. -Estás sujeto a las condiciones impuestas en esta casa-. -Tampoco eres soberano, porque económicamente no puedes sostenerte-. Apoyada en su bastón, con la actitud de matriarca que le confieren los años y la seguridad de ser la dueña de su vida y de sus actos, con la dulzura de siempre, mamá dijo. -Hijo, ven a sentarte con nosotros-. -Tu hermano tiene razón, estás en una situación que no entendemos y queremos ayudarte-. -No me incomoda que vivas conmigo, pero eres un hombre y necesitas libertad, hacer tu vida, tener una familia, no puedes desperdiciar la oportunidad de vivir-. Sin otra elección. Derrotado. Me senté a oír su cantinela.
Los conozco, han conspirado contra mí y tomado una decisión, no me dejarán tranquilo hasta que haga lo que ellos quieren, me senté entre mis hermanas sin demostrar que me había entregado, que ya estaba vencido y los deje hablar. La tormenta de sus palabras rebotó sin afectarme, expusieron con claridad y suficiencia argumentos sobre mi equivocada conducta, no les presté mucha atención, pero no cometí la torpeza de demostrarlo.
Finalmente concluyen que estoy deprimido, que las causas pueden ser múltiples y generalmente están profundamente escondidas, arraigadas en lo más profundo del inconsciente y necesito ayuda profesional.
En este punto, con la intención de dar por concluida la intervención pregunté con una sonrisa. ¿Cuál es el postre?
Mi hermana mayor me abrazó y dijo. -Sabía que estarías de acuerdo-.
-Tienes una cita mañana con el Maestro Raimundo Chawich. Además de psicólogo clínico, se especializó en hipnosis y realiza regresiones de vidas pasadas, él afirma, que el proceso de regresión ayuda a encontrar la raíz de los problemas y se puede llegar a resolver los conflictos al conocer su verdadero origen-.
En el consultorio me espera la Asistente del Doctor. Me explica con lujo de detalles el procedimiento de hipnosis, la terapia de regresión y finaliza con una pregunta.
¿Está usted de acuerdo en someterse a esta experiencia? -A eso precisamente vine-. Contesté, con una sonrisa de resignación-.
De la mano del Doctor Chawich me vi trasladado a innumerables épocas y situaciones. En cada ciclo que reviví apareció invariablemente la misma mujer a mi lado. El Doctor me exigía volver atrás, más atrás, borrar la nebulosa y encontrar rastros de esa mujer que en todas las oportunidades me acompaña y me hace feliz. La última escena que viví intensamente, en ese proceso de regresiones repetidas a las que me sometió el Doctor Chawich, bajo estado de hipnosis inducida. Yo era un sátiro de la corte de Dionisio, había tomado por sorpresa una Ninfa, había logrado hechizarla con la melodía de mi flauta y la mantenía junto a mí. Circe apareció en la corte y ante Dionisio intentó arrebatarme a la Ninfa, pero el Dios lo impidió con un gesto.
Circe impuso una condición para dejarla a mi lado y dijo. -Ella es Naj. -Mi favorita-. -La más dulce de mis Oréades-. -Te quedarás con ella, pero para siempre, para toda la eternidad, para más allá del más nunca. -No tendrás ojos más que para ella y le serás siempre fiel-. -En cada una de tus vidas estás condenado a buscarla y hasta encontrarla no tendrás paz ni sosiego. Vivirás en un limbo sin horizontes hasta dar con ella-. -Ella será la única que podrá guiarte al éxito-. -Sin ella estarás perdido-.
Dionisio brindó y aceptó los términos de ese compromiso. Yo descubrí de inmediato a Naj, reconocí a la Ninfa que Circe me impuso para ser mi compañera por toda la eternidad, pero no lo comenté con el Doctor.
Antes de salir le dije a la Asistente. -Estás en mi regresión, estoy encadenado a tí para siempre-. -Necesito hablarte-. -Vamos a almorzar juntos-. -Te espero-. |
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| jota jota |
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Extraordinario Gregorio y Rodrigo, efectivamente es un tema en el que nos podemos lucir, sobre todo, porque podemos abordar el tema desde las personas, porque hay una cadena de abandonos. Gracias Rodrigo por esta sugerencia. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Excelente resumen, Gregorio; creo que has puesto a J.J. en situación, aunque en aquellas latitudes suyas el problema, posiblemente sea de muy distinto origen. Pienso en la deforestación del Amazonas, en las guerrillas de algunos países que sufren la tragedia de la droga, la corrupción y consiguiente violencia de países como Venezuela o Colombia (que sepamos.)
Yo trataba de pedir un relato no sobre las causas en sí, sino de vivencias de aquellos pobladores a los que se les arrancó de raíz su vida y su terruño. Hay un librito, que se puede bajar de la red, "La lluvia amarilla", de Julio Llamazares,que versa sobre este asunto. He recorrido muchos pueblos vacíos del Pirineo y de la zona de Soria. He hablado con algunos de los afectados. Y cada caso es único, pero todos tienen como común denominador el drama humano del destierro. A ver si nos lucimos. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Te hago un resumen, JJ, del porqué de la España vaciada. En España hay más de 3000 pueblos abandonados, en su mayoría en la década de los 60. Lo que es igual, entre 1960 y 1970 del siglo pasado. La mayoría de ellos, desde el paralelo de Madrid hacia el norte. Pueblos en los que hubo vida, historias de amor y desamor, y sobre todo, amistad y solidaridad. Son sabidas las causas principales de porqué se abandonaron esos pueblos. La falta de medios, el paro y el estancamiento de esos lugares, hicieron que la gente joven emigrara a las grandes ciudades, buscando el progreso para un mejor vivir. Ello ocasionó, que la población española se concentrara en las ciudades costeras del mediterráneo en su mayoría, y en menor cantidad, en las costas del mar Cantábrico. A las zonas despobladas, las llaman la España vaciada. Para más información busca en Google, “pueblos abandonados en España.
Espero que te sirva. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| jota jota |
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Gracias Gregorio y ahora la nueva tarea que nos propone Rodrigo y de la que quisiera entender un poco más la idea central, así que si puedes hazme tambien un comentario sobre esa España. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Pura prosa poética, tu texto JJ. Muy bien empleado el recurso del café y los croissants, en un lugar escondido donde las mujeres abandonadas por sus maridos, buscan un poco de consuelo a sus tristes vidas, e intentan gozar de su libertad. El protagonista atado a su silla de ruedas, vive mentalmente, una aventura amorosa con la mujer recién llegada, ya que no se atreve a seducirla, por miedo a ser rechazado por su minusvalía. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| jota jota |
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La España vaciada, de ideales, de contenido, de futuro, de pasado.Es un extraordinario tema, que puede aplicarse hoy día a cualquier país, porque poco a poco los paises dejan de ser lo que fueron y ya las fronteras solo sirven para contener a los migrantes, pero quisiera que me expliques un poco más, en que consiste según tu criterio esa expresión soibre la que escribiré encantado. Sobre el comentario de las responsabilidades que le adjudico a esas mujeres que llegan al divorcio, no es porque son mujeres precisamente que le corresponden esas obligaciones, le corresponden, porque se han quedado solas, con la responsabilidad de los hijos, y de la casa. Los maridos se van y se desentienden de todas las tareas domésticas y si pueden incluso, no entregan dinero para ayudar en la manutención de los hijos. He escuchado a muchos decir, que no lo hacen, porque no quieren mantener a los amantes de su mujer. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Todos hemos cumplido con un nuevo plazo que sigue prolongando la vida, y de qué forma, de nuestra querida Rayuela. Cada uno hemos enfocado el tema, delicado tema, de manera diferente. Una especie de metáfora de los tres lados del triángulo de la divinidad, que es en este caso, la mujer.
Gregorio, una vez más, nos ha evidenciado que la edad física no es óbice para disfrutar de una salud mental arrolladora. Es todo un prodigio de juventud en sus enfoques sobre los aspectos de la vida más... "biológicos."
J.J. nos avisa de un cierto acercamiento a la poesía en su texto. Para mí es pura poesía; el tratamiento que da a las mujeres "próximas al divorcio" es de una exquisitez sublime. Y además las sitúa en un marco verdaderamente idóneo: un café con horno de croissants. La única objección que quiero hacerle desde el cariño que sabe le profeso es este párrafo de su texto:
"deben cumplir con sus obligaciones, dejar a los hijos en la escuela, ordenar las habitaciones, limpiar los baños, disponer el almuerzo."
Desde el tratamiento igualitario entre géneros que creo que todos asumimos, asignar esas tareas a la mujer, como obligación, me parece improcedente. Y además no creo que sea la manera de pensar de nuestro compañero; la supongo una expresión tópica de la cuestión.
Necesitamos un nuevo tema para la próxima quincena; me permito avanzar uno. Si lo encontráis adecuado, adelante: "La España vaciada". En el caso de J.J. desconozco si su patria padece este mismo problema, resultado de una mundialización desaforada y criminal. Pero creo que el caso de la Patagonia es bastante similar aunque de una trascendencia mucho mayor. En fin, ya diréis. |
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