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Observador
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16-07-2013 19:36

ADOLESCENCIA

Cuando llegaba el verano, el ambiente adquiría otro color y la luz pintaba las calles de optimismo y alegría.
Recuerdo el período estival en la adolescencia como una etapa de mi vida en que mi única ocupación era bajar a la calle a jugar con los amigos. En aquella época no teníamos muchos medios materiales y las nuevas tecnologías, con que cuentan ahora los jóvenes para su ocio, estaban todavía en embrión. Por eso, hacíamos uso continuamente de una potente herramienta que llevábamos siempre con nosotros: la imaginación.
De todos los juegos que practicábamos, el que más nos gustaba era el de las chapas. Nos pasábamos el día arrastrando las manos por la arena para hacer las carreteras y dando impulso con los dedos índice y pulgar a las chapas para recorrer los caminos trazados.
Aquella mañana estaba lloviendo y nos reunimos en un soportal con cara de fastidio, porque no íbamos a poder disputar nuestra etapa diaria de chapas. Estábamos jugando a los trabalenguas cuando, de repente y sin venir a cuento, David, que siempre quería destacar sobre el resto y ser el ganador en todos los juegos, lanzó al aire el siguiente reto: quien adivine cual es el cantante de la canción Adolescencia le doy dos millones de pesetas.
En la época en que yo era un chaval de trece años, dos millones de esa moneda que ha pasado a la historia era una auténtica fortuna. Sin duda, David nos hizo aquel reto porque estaba seguro de que ese cantante era todo un desconocido y ninguno de nosotros iba a saber su nombre. Por aquel entonces, estaba de moda la canción del verano y se escuchaban por la radio, la televisión o en aquellos tocadiscos, cuyo brazo había que acompañar con la mano hasta posarlo suavemente sobre el inicio del Lp o single de vinilo, grupos como Fórmula V, Los Diablos o Los Puntos, entre otros.
Por eso, cuando David se refirió al cantante de aquella canción tan desconocida, se hizo un enorme silencio entre nosotros. Él sonrió con cara de satisfacción, con la arrogancia de quien se apunta otra nueva victoria. De repente y sin proponérmelo, mi garganta emitió un nombre y un apellido de alguien que yo, hasta ese momento, ignoraba que existiera; ni siquiera le había oído cantar. Dije: Paco Revuelta. Fue un acto casi inconsciente. Se podría decir que no fui yo quien articuló esas palabras, sino que fue mi subconsciente el que me las dictó.
Todos mis amigos se quedaron mirándome como si hubiera mencionado el nombre de un extraño insecto. Todos, salvo David, que tenía la vista fija en el suelo. De pronto, nuestras miradas confluyeron en su rostro, que palidecía por momentos. Entonces Justi, que era el mayor de nosotros, se quedó observando con ojos escrutadores a David.

-¿Qué pasa, David, por qué te has quedado tan callado? -le preguntó.
-Por nada... por nada. -le contestó evasivamente éste con el rostro enrojecido.
-Javi ha dicho un nombre y a ti te ha cambiado la cara. ¿No será que lo ha adivinado? -le siguió espetando Justi con cara de juez.
-Pero, pero... es imposible que lo haya podido acertar -estalló David lleno de rabia-. A ver, Javi, ¿cómo lo has adivinado? -me preguntó al borde de las lágrimas.
-Pues no lo sé muy bien. Como hace dos semanas estuve en tu casa viendo tu álbum de singles y tenías muchos discos de ese cantante, me he acordado de repente de su nombre y lo he dicho por si acaso era. -le contesté con sinceridad.
-¡Lo veis! -exclamó David con gesto triunfante-, lo ha acertado de chorra (suerte), así es que no vale, ¡no ha ganado la apuesta!
-Un momento -intervino Justi-, tú has hecho una pregunta y te has apostado dos millones de pesetas y Javi la ha respondido correctamente. Si ha sido de chorra o no, es lo mismo. El caso es que la ha acertado y tú le tienes que pagar los dos millones. Nosotros somos testigos.
-De eso nada -dijo David llorando a lágrima viva-, él no lo sabía y lo ha dicho de chorra, y además vio mi álbum de singles y por eso ha podido acertar la pregunta. Así que la apuesta no vale y queda anulada.
-Que te lo has creído tú, chaval -le dijo Justi con severidad y alzando la voz-. Las apuestas no se pueden anular cuando a ti te convenga y menos cuando hay testigos delante. Le vas a tener que pagar los dos millones de pesetas, y si no lo haces, Javi te puede denunciar... y un juez te obligará a que se los pagues porque nosotros somos testigos de la apuesta... y como tú no tienes los dos millones, se los tendrá que pagar tu padre... y si tu padre no los tiene, irá a la cárcel...

En ese momento, David estalló y se fue corriendo a su casa, llorando a moco tendido, antes de que la avalancha de amenazas de Justi le sepultara por completo.

La sensación de ser millonario me duró sólo unos instantes, pero aquella simpática anécdota de mi adolescencia me sirvió para aprender que, en la vida, los momentos de gloria son efímeros y, al igual que llegan de forma inesperada, se evaporan con mayor rapidez, dejándote un lejano recuerdo de placer y desencanto en la memoria.

caizán
caizán
16-07-2013 16:26

EL BOSQUE PETRIFICAD0- R. Sherwood
Lo recuerdo con una sonrisa, fue la primera vez que subí a un escenario, no tenía la menor idea de esa profesión, solo curiosidad, esa, fue una constante de mi vida, infancia, juventud ¡y todo lo que le sigue! La viví con curiosidad. Si me permiten una digresión: 4 años, Patronato de la infancia (esto es para los porteños o cuasi)deambulo y veo que los niños entran en una sala con la puerta cerrada, espío por la cerradura (curiosidad) se abre la puerta y alguien me dice:--Pasá-- entro, me pregunta de que cuadro soy --Boca--le digo. --Bueno, abrí la boca-- Lo hago, me introduce algo metálico y ¡Chau amígdalas!. Mi madre y mi tía, buscándome desesperadas, por fin me hallan, echando sangre por la boca.
Ya en el tranvía de vuelta a casa, mi tía comenta:--¡Que feo olor tiene esta sangre-- Lo que olía mal, precisamente, no era la sangre.
Vuelvo.No pasé de los ensayos, el primer día subo al escenario para decir mi parlamento; el personaje es Mr. Bischop (para los que hayan vista la peli, con H. Bogart) El parlamento es:--"Tiene cigarrillos señorita"-- Me acerco a la destinataria y se lo digo en voz baja, la normal de la vida real. Todos los allí presentes soltaron unas risas tremendas y el director, cuando pudo parar de reírse, me dice:
--Pibe, eso no lo oyó ni tu compañera. Esto es teatro, tenés que hablar para la última fila.-- Volvieron las risas de todo el elenco. Ese fue el comienzo de algo que duró ocho años, así, a puñalada limpia. jajajaja. 1947,¡que lo tiró de las patas! ¡Como pasa el tiempo!
Corto y al pie.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
16-07-2013 01:15

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa han sido solo 2 relatos.
Gracias, Rodrigo.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
05-07-2013 21:32

UN AMOR ASINTÓTICO

Dicen que la distancia es el olvido. Pero distancia y olvido son conceptos incompatibles con el de “amor”. Los primeros son, en cierta medida, mensurables; el segundo es un concepto absoluto. Eso debiera ser algo que los que creen haber amado con todas las potencias de su alma deberían tener como referente para evaluar la intensidad real de su enamoramiento.

Desde el mito clásico hasta actuales informaciones de prensa o telediarios toda la historia de la humanidad está cuajada de ejemplos de esa ecuación imposible. Quien ama nunca olvida. El único olvido posible de quien ama es, según frase de G.F. Amiel “el amor es el olvido del yo.” Pero es que, además, es un hecho extrapolable a cualquier ser vivo susceptible de amar o de ser amado. ¿Quien no conoce historias de perros que nunca olvidaron a sus amos, muertos o ingratos abandonadores? ¿Quién no la de aquella viejecita cuya única y última compañía era la pequeña cotorra parlanchina, que murió antes que ella y a la que la viejecita, en un homenaje de tristeza, no tardó en seguirla?

Aunque por exigencias del guión nos limitaremos al género mal llamado humano. Ulises nunca olvidó a Penélope, aunque se retrasó un poco en su regreso a Ítaca, echando por el camino algunas canitas al aire. Fantaseando un poco los mitos de Pygmalión o de nuestro reciente huésped Orfeo tendrían una fácil adaptación a este binomio amor/olvido.

Pero vayamos a los hechos. Podría contarlo en primera persona, pero realmente le sucedió a un amigo mío, un espíritu sensible, soñador, fácilmente sugestionable que, al igual que el anteriormente citado Amiel, vivía en una permanente búsqueda del amor, de la mujer ideal. Pero en su imagen de mujer soñada no encajaba ninguna de las múltiples candidatas que por su juventud, galanura y posición social se le presentaban. Y eso le hacía sufrir indeciblemente. Aquí podría ser encajable el mito de Pygmalión, pero, desgraciadamente, él no era escultor. Así que siguió buscando incansablemente.

Un día lo encontré particularmente feliz, exultante de dicha. Por fin había conocido a “la mujer”. Mientras comíamos me contó la aventura y me describió todos los dechados de perfecciones de la mujer hallada. Más bien, en mi opinión, me describió con todo detalle su “sueño” de aquella mujer. Y además su encuentro fue de lo más rocambolesco. Una serie de coincidencias con aquella mujer, en varios días sucesivos, durante el trayecto del metro que lo traía hasta el trabajo. Recordé aquella frase de Cortázar en “Rayuela” sobre sus encuentros fortuitos en busca de La Maga: “un encuentro casual es lo menos casual en nuestras vidas.” Pero se conocieron, simpatizaron y mi amigo (o tal vez yo) quedó absolutamente prendado de aquella visión de mujer.

Iniciaron una amistad y el enamoramiento fue avanzando como lava de volcán pendiente abajo y, al parecer, con la misma voracidad y deshaciendo cualquier realidad objetiva que se interpusiese en su sueño. Se amaron; locamente se amaron por encima de prejuicios y circunstancias. Se amaron por encima de las distancias y de los gustos culinarios (ella era vegetariana, pero qué importaba eso.) Fueron dos palomas que se zureaban desesperadamente, transformándose alternativamente en águilas depredadoras: se devoraban por turnos.

Pero los hados tienen en sus manos las riendas de las vidas y los meridianos. Ella, que había logrado importantes ascensos en la multinacional donde trabajaba, hubo de trasladarse a eso que se llaman “mercados emergentes”. Era excelente en su trabajo y la empresa puso en sus manos una parte no pequeña de su proyección de futuro. Él quedaría empollando el amor en la gran ciudad, a merced de tentaciones y vaivenes del azar. No importaba (no me importaba.) La mutua fidelidad estaba asegurada por la póliza del infinito amor.

Pasaron los años. Los encuentros de los amantes distanciados fueron cada vez más espaciados, menos ardorosas sus convergencias. Pero él (o tal vez yo) seguía con su amor incólume, cada vez más idealizado. Ella “progresaba adecuadamente” en su escalafón social y empresarial. Gráficamente se trataba de una curva que, invirtiendo las leyes matemáticas, se alejaba continuamente de la asíntota. Ella acabó diluyéndose en el infinito. Él esperaba en la gran ciudad, soñando, idealizando a aquella alta ejecutiva volátil que un día encontró en un trayecto de metro y colmó sus ideales de arquetipo femenino.

Nunca, que yo sepa (y lo conozco bien) aspiró al amor de otra mujer. Allá, alejándose infinitamente de esa recta inflexible que era él (o tal vez yo) ella creó la distancia. Él, o puede que yo, no pudo construir el olvido. (Y aquí podría aplicarse una recreación del mito de Orfeo, en la que Eurídice se ve sumida en el túnel inverso de la salida del Hades y él, o yo, era devastado, desmembrado, por los cuchillos del tiempo.)

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
03-07-2013 18:54

LA ESPERA.

Hoy escribo en el viento y espero inútilmente el regreso del tiempo perdido entre las páginas amarillas de mi memoria. Las tardes de junio son más grises sin ti, y la suave melodía de los pájaros suena incoherente.

Sentado en este pequeño bar que tanto te gustaba, veo con nostalgia que el cielo se tiñe de nubarrones negros. Una silla vacía frente a mí, congela el momento con la dureza de la realidad. Aclaro mi garganta reseca mientras escucho el murmullo de la calle y espero vanamente tu regreso. Mi corazón que es un eterno soñador, se alegra con el arco iris que se ve después de una leve lluvia, y sonríe, y te manda miles de mensajes con las gaviotas que surcan el cielo, con mi deseo de recuperar tu amor lejano. Un amor efímero, pero radiante como los rayos del sol, que pudo verter nueva vida a cada día llenándolo de magia, de encanto, de dulces palabras que en el ocaso debían transformarse en ecos del alma que lejanos y ausentes suspiran por el ser amado.

Una pareja llega y toman asiento en la mesa en la que nos solíamos sentar. La mesa que da a la ventana, desde donde puede verse la calle, y la gente pasar.

Callado, apático, en el lugar más sombrío del local, con el corazón desnudo y desierto, espero tu llegada como ave migratoria que regresa en verano. Soñador y esperanzado, te imagino a mi lado disculpándote por llegar tarde, hablando de la dureza del día, mientras perdido en tus ojos digo sin palabras: Te amo.

Al recordar tu voz, se pierden mis sentidos y retroceden a aquel día que te conocí y te entregue mi corazón. Ha pasado el tiempo y ese amor no ha disminuido. Crece en mí, aun sabiendo que eres un dulce sueño que llegó para enseñarme lo lindo que es amar. Quisiera tener alas, desplegarlas e ir en tu búsqueda, y sentirme pleno como el horizonte mismo al unirse con el mar y ser totalidad.

Aquí sigo en silencio, triste por tu ausencia, en este lugar lleno de gratos recuerdos y de nostalgia. En este pequeño bar pleno de matices donde nuestras miradas coincidieron por primera vez y nuestros corazones latieron acelerados y al unísono. ¿Lo recuerdas?

La gente va y viene mientras pido algo para justificar mi larga estancia en solitario. Escucho las risas de la gente a lo lejos. Tú no llegas. Los árboles cantan la melancólica canción del viento, pienso en ti una vez más y suspiro. La tenue luz del lugar, hace que el atardecer que precede a la noche que se aproxima, sea más lóbrego de lo habitual.

La brisa sopla con aliento de mar fresco, suave, sincero. ¿Me olvido de ti? ¡Como si esa fuera una opción! ¿Dejo de esperarte? Si lo intentara, sería imposible borrar tus ojos en este triste anochecer.

Han pasado casi dos años desde que nos despedimos en este bar, donde habíamos pasado juntos tantas horas, acogedor testigo de un segmento de nuestras vidas que ahora parece tan lejano. Aún sigo aquí aunque no quieras saberlo, abstraído, viéndote en caras ajenas, perdido entre canciones con sabor a ti, esperando que el tiempo decida borrar tu rostro soñado, de esta mente casi perturbada...

Pero hoy tus ojos no me ven y tus oídos no pueden escucharme. Tu corazón se convirtió en roca inmutable y mis versos y mis letras ahogadas, emprenden camino despertando ensueños que tienen tu nombre y tu recuerdo con la más profunda huella en mí. Aún, en mi interior late la dulzura y la dicha de ese amor perdido y lejano, similar a este ocaso nocturno donde las ausencias son tantas como los sueños que se quedaron atrás...



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
01-07-2013 13:16

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa han sido solo 3 relatos.

Gracias, a todos/as por seguir participando.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
24-06-2013 18:55

LA HUMANIDAD Y SU MÚSICA.

El terror en la vida cotidiana, así como los libros y las películas del mismo género, siempre han despertado gran interés a una parte importante de la humanidad, ya lectores, ya cinéfilos, generación tras generación, quizás atraídos por el morbo implícito, haciendo gala de ese salvajismo ancestral que vivió nuestra especie y que parece permanecer en nuestra mente, no obstante haber evolucionado suficiente como para que ese salvajismo, esa barbarie, esa imperfección, hubiera desaparecido.

Es difícil entender, porqué siendo la especie más inteligente, y por ello la más evolucionada, una parte importante de sus componentes, actúan con tanta violencia contra sus propios congéneres. Padres que matan a sus hijos, hijos que matan a sus padres, hombres que matan a sus esposas o compañeras, y a la inversa, niños que matan a otros niños, personas que matan a otras por el mero placer de hacerlo. Pueblos enteros se matan entre sí, por egoísmo, ansias de poder o por preservar creencias que solo sirven para manipular y subyugar a las masas. Es la única especie del planeta, capaz de matar por matar, sin más justificación. Esa es, la otra cara de la humanidad que quisiera comprender, si bien es muy difícil, comprender lo incomprensible.

Y, la música… la música que oigo en el silencio de la noche, es la música de la desesperación. Es el lamento, el sollozo, la queja, el grito, el gemido… un largo lamento negro, que sube borbotando por el corazón de la noche. Noche negra, noche roja, noche terrorífica llena de incertidumbre y de desdichas. Y siento en mi interior un no sé qué oscuramente adentrado en mí, en mi mente, en mi sangre, buscando salida, queriendo escapar y viajar en el viento. Creo que el lloriqueo está dentro de mí. Que nadie más puede llorar por todo y por todos. Por tener un agujero en el fondo del alma, por tener el alma rota.

Pero oigo el grito de mi soledad hipócrita, de mi actitud egoísta y el alma toda se me hace un agujero negro y profundo, y mis lágrimas afloran e inundan mis mejillas.

Pero me he dado cuenta de que esa música desesperada, ese grito, ese clamor que pide justicia, está en el aire. En las raíces del viento. Que viene de negras bocas anónimas, de oscuras manos levantadas hacia el cielo. Inclino el oído sobre el mundo, y oigo que el lloriqueo suena cada vez más. Suena fuera, en las tinieblas, en todos los lugares, en todo el mundo...

Es, el lamento de gargantas desgarradas. Latido de corazones destrozados. Niebla de calles solitarias y tristes, tempestad de almas esparrancadas, fantasmas de la soledad del hombre. Pájaro que quiere emprender el vuelo a pesar de tener las alas cortadas. Oleada de: furia, sombra, tragedia, miedo, precipicio, tristeza, quimera...

Es el grito de bocas hambrienta y sedientas, de niños, de ancianos, de hombres, de mujeres, de todos… baja dando tumbos por el tejado de cada casa, de cada ciudad sepultada viva. Surge de debajo de las piedras y de las piedras, flota en el aura, en el viento, en la niebla de cada día y en cada día. Se desgrana en aires amargos, doloridos; berrea su dolor con un grito aterrador…

Ahora sé que ese clamor no me pertenece. Sé que esa música triste, llora por el mundo entero, que el mundo entero llora. Y quiero llorar también con el mundo, y que mis lágrimas, sirvan para algo.

Quiero ahogar mi tristeza, pero no puedo, mientras el mundo llore…



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
21-06-2013 21:01

PASEO NOCTURNO

Angustiado y estremecido todavía por la lectura del desgarrador trabajo que ha publicado un compañero en el hilo de El Taller me quiero refugiar en algún cobijo reconfortante, sumergirme en alguna placenta espiritual que me devuelva la paz, equívoca y farisea paz, de la me ha sacado la lectura de ese agrio y sincero retrato sobre el ser humano. ¿Así somos? ¿A tal degradación ha llegado esa creación divina, asesino de los suyos, de sí mismo, suicida inconsciente y soberbio?

Tengo a mano “El lobo estepario” de H. Hesse; no es el libro más adecuado para mi estado de espíritu, lo se; pero lo abro y lo hojeo. Es uno de mis libros de cabecera y lo releo intermitente y aleatoriamente. Buscaré alguno de los pasajes en los que Harry Haller tiene alguna de esas iluminaciones que lo estimulan a seguir viviendo, a aceptar que además del lobo furioso y cruel por el que se tiene, hay en él un ser humano, un ser que disfruta de lo sublime de la música, de la poesía, que dialoga con Goethe y alcanza a ver la modesta belleza de esa araucaria que adorna el rellano de la escalera de la casa donde se aloja.

“... a veces, aunque raras, había también horas que traían hondas sacudidas y dones divinos. Que volvían a transportarme junto al palpitante corazón del mundo... procuré acordarme del último suceso de esa clase. Había sido en un concierto. Tocaban una música magnífica. Entonces, entre dos compases de un pasaje pianísimo tocado por oboes, se me había vuelto a abrir de repente la puerta del más allá, había cruzado los cielos y vía a Dios en su tarea, sufrí dolores bienaventurados, y ya no había de oponer resistencia a nada en el mundo, ni de temer en el mundo a nada ya, había de afirmarlo todo y entregar a todo mi corazón.”

La música. La noche. Con esos lenitivos el lobo estepario decidió sobrevivir hasta el momento decisivo. ¿Podría encontrar yo en ellos esa nueva fuerza, esa visión más humana, más ilusionante, sobre este mundo agonizante, material y moralmente fallido, espiritualmente agotado?
La música; cuánto bien me había hecho escuchar a Bach, a Mozart, a Mahler... en muchas ocasiones en las que la angustia y la desesperanza teñían de negro mi horizonte, en los que ninguna luz brillaba para indicarme alguna salida.

La noche; decidí arrojarme a las calles oscuras, húmedas, siniestras casi, en la oscuridad todavía compacta de la madrugada. Pronto estaría en la campiña, esa campiña amable que todavía rodeaba la vieja ciudad provinciana. La impresionante descripción del dramático relato latía con fuerza en mi cabeza. Cadáveres. Ruinas. Sangre. Todo lo que el hombre es capaz de destruir con sus ambiciones y sus odios.

Aún brillaba en lo alto la tenue luz de la luna llena, espectral, fantasmagórica. Y ellos estaban allí, rodeándome, extendiendo sus miembros arrancados, mostrándome sus vientres eviscerados, mirándome con sus ojos muertos. Ellos, los cadáveres. Esa era la obra del hombre. Y soy un hombre. O un lobo, un viejo lobo solitario y cruel. Caminando entre tanta podredumbre noté que, de pronto, junto al olor nauseabundo y dulzón de la Muerte, empezaban a aparecer las moscas, moscas verdes, aquellos repugnantes insectos necrófagos con sus bellísimos brillos metálicos, zumbando intensamente. Millones de ellas interpretando la mefítica salmodia con sus vuelos ágiles alrededor de ellos y de mí, un cadáver más. Caí de rodillas y, por primera vez en mucho tiempo, recé. No dirigí a ningún dios mi temblorosa oración, pero tenía la esperanza -¡la esperanza!-
de que alguna voz, algún espíritu celestial, por encima de esta podredumbre, me escuchase y me tendiese una mano caritativa, esa mano que yo no sabía tender.

El zumbido de las moscas, poco a poco, se fue uniformando, armonizando, transformándose en una música deliciosa, balsámica. Me incorporé y escuché con mi espíritu iluminado por aquellas notas celestiales: era el “adagieto” de la 5ª Sinfonía de Mahler. La luz de la luna, ya casi apagada, iluminó aquel paisaje que volvía a ser amable; ya no era espectral. Los cadáveres se habían transfigurado en luz, que ascendía buscando el sol naciente. Una luz que se trenzaba con las notas angélicas del adagieto. Una luz que me arrastraba hacia lo alto, a mí, como un pequeño Ícaro de denso barro, sin alas. Ascendía y ascendía, inmaterial, como aquella música sin tiempo que buscaba su origen empíreo.

Sí; esto también es el Hombre. También el ser humano vierte, como un tosco incensario, aromas de divinidad. No sólo esparce la muerte y la desolación. A veces alguien desde el origen de los tiempos le recuerda que tiene la posibilidad de crear Belleza. Sí; ahora la campiña ya estaba limpia e iluminada. Aquella sangre antigua, derramada por el hombre desde el hombre, había fructificado, dándole a los lobos solitarios como yo, bestias descarriadas, una nueva esperanza de regeneración y futuro.

La Música. La Noche. Una vez más me habían devuelto a la Luz.

Cesar Garcia Cimadevilla
Cesar Garcia Cimadevilla
18-06-2013 14:17

RELATOS MUSICALES
REQUIEM de LIGETI

El silencio infinito..., pero no el silencio imaginado un segundo antes de la creación del universo, de la explosión primigenia, sino un silencio ominoso, pavoroso, tan brutalmente potente que ninguna criatura real o imaginaria, ni siquiera las huestes angélicas podrían percibirlo sin sumergirse voluntariamente en la nada absoluta.

De pronto el grito horrísono de las criaturas humanas perdidas en un punto azul en mitad de un universo vacío. El grito de las víctimas... las víctimas del terror, del odio más puro y frío, aquel donde no hay la menor mezcla contaminante de emociones o sentimientos; las víctimas del hermano asesino, de la espada degolladora, de la maza aplastante de vísceras, de la pez hirviendo sobre desnudas cabezas, del potro de tortura descoyuntando huesos, de la sal en las heridas sangrantes, de la bala asesina, de la mano estranguladora, de los dientes afilados, de los cañones estruendosos, de los misiles silenciosos, de los aviones rugientes, de las botas claveteadas, de las miradas rencorosas, de los machetes afilados, de los insultos obscenos, de las amenazas sibilantes, de la limpia bomba de neutrones, del hongo infernal.

Las víctimas... las víctimas son mujeres indefensas -------- con sadismo, niños inocentes masacrados, sin respuesta a su ingenua pregunta, campesinos honrados inclinados sobre la tierra arisca, hombres buenos huyendo de la violencia con mirada de infinita tristeza, bebés inocentes balbuceando la súplica de una caricia, parturientas dolientes aterrorizadas ante la posibilidad de traer nuevas vidas para la muerte infame.

Las víctimas... las víctimas son las consciencias, las emociones más puras, las esperanzas más anhelantes, el amor más hermoso.

Los asesinos...los asesinos son nuestros propios hermanos, nuestros padres, nuestras madres, nuestros hijos queridos, nuestros vecinos de atractiva sonrisa, nuestros amigos de la infancia. Los asesinos... los asesinos tienen rostro humano, utilizan palabras humanas, su sonrisa es agradable, su corazón tan caliente y su sangre tan roja como la de sus víctimas, pero a pesar de ello siegan nuestras gargantas con sus cuchillos afilados, perforan nuestra piel con sus suaves dedos engatillados, corrompen nuestras entrañas con ciegos bacilos, virus y toda clase de invisibles bichitos manipulados por manos enguantadas que no tiemblan.

Los asesino...los asesinos están aquí y están allí; a este lado de la línea que se ve en el mapa y más allá de todas las líneas blancas, azules o rojas. Los asesinos no creen en el hombre, no creen en Dios, no creen en nada. Los asesinos odian, matan, violan, torturan, masacran, pisotean, escupen, escarban, blasfeman, maldicen... Los asesinos...los asesinos son fríos, se creen omniscientes; no tiemblan, no aman, no comen, como sus hermanos, el alimento cotidiano, ni beben el dulce vino del olvido; sus dientes están manchados con la sangre caliente de las vísceras de sus víctimas mordidas a dentelladas; son caníbales implacables, no hacen el amor, no perdonan, no acarician a los niños, no besan a sus madres, no duermen, no sueñan...

Los asesinos...los asesinos solo son capaces de odiar y el odio que nace en sus entrañas va corrompiendo sus corazones, se expande a través de su sangre y llega a sus diminutos cerebros donde bloquea sus pocas neuronas activas; sus ojos se tiñen de rojo sangrante coloreando todo su alrededor. Temen la aparición en sus frentes de la marca de Caín; el sarpullido infecto que va apareciendo en su piel sin que puedan evitarlo, son los únicos signos visibles de su odio invisible. Cuando éste les ha consumido por dentro deciden suicidarse pilotando aviones asesinos, se atan a bombas, cabalgan en fríos misiles metálicos, se empequeñecen hasta convertirse en bacterias o hacerse balas de sus propias pistolas, si todo les falla, en el clímax de su furor asesino intentan matar a cabezazos a todo hermano que encuentren a la vuelta de la esquina.

Los asesinos... los asesinos no respetan la vida, no dignifican la muerte, no se hacen pan para el hambre de sus hermanos, no creen en la inocencia de los niños, no sonríen nunca. Viven como bestias y mueren como bestias, incapaces de alcanzar otra evolución que unas uñas más afiladas, colmillos más desgarradores o corazones más pétreos.

Los asesinos...los asesinos no nacen, se hacen día a día en el fragor del odio constante. Los asesinos somos todos, cuando no tendemos la mano a nuestros hermanos dolientes, cuando escupimos en su hambre, en su frío, en su impotencia, en su desesperanza, en su sonrisa resignada, en su cálido perdón.

Una misa de réquiem para las víctimas. Una oración por los asesinos... Luego nada... después el silencio... finalmente... el vacío más absoluto.

¿Es eso lo que deseamos para la raza humana?.

El futuro está doblando la esquina. Su rostro está siendo moldeado en nuestras manos.

PARA TODAS LAS VICTIMAS DE LA VIOLENCIA

http://youtu.be/sa7h7TwJzaM

Descubrí a György Ligeti, compositor húngaro, nacido en 1923 y dedicado especialmente a la música electrónica y a las variantes de la música aleatoria, al ver por primera vez 2001, odisea del espacio de Kubrik. Creo que a lo largo de la película se utilizaban dos de sus obras, una era su requiem. Su música me estremeció, porque el futuro de la raza humana que yo capté en aquellos sonidos cósmicos, no era muy agradable que digamos. Ahora vivimos en el terror y el futuro está ahí, a la vuelta de la esquina. Nos queda poco tiempo para enmendar los pasos perdidos.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
16-06-2013 01:46

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa han sido solo 4 relatos.

Gracias, a todos/as por seguir participando. Gracias por vuestros comentarios en general, y por los referidos a mi texto.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
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