| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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Este es mi texto para cumplir con el compromiso erotico del final de Mayo.
Debo decir: que tomando en consideración, que Gregorio ocupó toda la miel y Rodrigo todos los orificos y aberturas posibles, yo me veo en la necesidad de dejar todo a la imaginación con alguna pretención poetica. Hay un café en Altamira
Hay un café en Altamira, es un local sencillo y sin lujos, sin grandes pretensiones, jamás ha querido ser un café francés. Pasa desapercibido para aquellos que desconocen su fama, quizás porque se encuentra medio escondido en una de sus calles, pero son muchos los que afirman que en este local se hornean los mejores croissants de la capital. Desde diferentes lugares de esta ciudad, que crece sin control ni sosiego, llegan los insaciables clientes, que hacen cualquier esfuerzo para obtener un bocado de gloria de sus encendidos hornos. Alguien corrió la voz, otro repitió el entusiasmo y creció la fama de este café, quién o quienes lo hicieron, es una incógnita que no he podido resolver. Yo soy un cliente de toda la vida y efectivamente, los croissants son maravillosos, también, lo es el café con leche, cremoso y en su punto exacto de calor para disfrutarlo sin correr el riesgo de quemarse la encía. Muchos quisieran que escriba la dirección, que entregue las señas, que explique la forma de llegar, pero me niego. Estoy convencido que al revelar la ubicación, el café se convertirá en el coto de caza de los desalmados, porque deben saber, que este lugar, por extraño que parezca, es el café preferido de las mujeres que recién inician el camino que las lleva directamente al divorcio. He pensado muchas veces, que las atrae el intenso olor de la mantequilla. Son mujeres jóvenes y aparecen pasadas las nueve de la mañana, nunca antes de esa hora. Primero deben cumplir con sus obligaciones, dejar a los hijos en la escuela, ordenar las habitaciones, limpiar los baños, disponer el almuerzo. Luego la casa se llena de silencios y recuerdos ingratos y es el momento de huir en busca de un momento que las aparte del desconcierto, están envueltas en incertidumbres, con una lista enorme de preguntas sin respuesta, mientras su cuerpo se desgasta en el reposo de una cama sin sobresaltos y largos espacios vacíos. No hay extravagancias ni desafueros en su conducta, aún no se adaptan a su nueva condición. El temor y la huella del sueño roto les pesa demasiado, no se han familiarizado todavía con la ausencia inesperada. Es un dolor nuevo, desconocido y cargan con toda la culpa de un fracaso que no les corresponde, que en todo caso, es un fracaso compartido, pero aún no lo han descubierto. Yo la miro venir con sus dudas a cuestas, con sus pasos tímidos, entra al café envuelta en la fragilidad de la hora, se sienta y con un gesto automático se alisa la falda y espera ser atendida. Es su primera vez en el café, la delatan los ademanes, la postura rígida y la mirada inquieta que finalmente logra fijar en un punto impreciso entre los últimos silencios que crecen con los días sin esperanza. Es el momento de acercarme, ella necesita quitarse de encima el peso del silencio que la abruma y ganar la confianza que perdió. Es una mujer hermosa, los hombros desnudos y redondos, el pecho generoso la distingue como madre y las piernas son caminos paralelos, infinitos, desconocidos, que nos llevan a una encrucijada en donde nos hemos de perder siempre y para siempre. Halago el olor de los cabellos recién lavados y el corte de pelo que lleva. Mientras hablamos la miro con intensidad y oigo con atención el dibujo que hace de su vida entre grises y sombras. Vivo cerca del café y ella se deja llevar hasta mi casa, la curiosidad de mirar la vida desde otra ventana la convencen. La beso en los labios y se sorprende y luego la sangre se enciende y todos los sentidos que estaban dormidos despiertan y renace la espontánea risa y al desnudarse el peso de la culpa desaparece. Nuevamente respira la libertad de ser mujer y se entrega al placer que pensó ya no volvería a sentir jamás, recobra en cada caricia la posibilidad de un mañana feliz y pierde el temor de mirarse en los espejos, sabe que ahora se han borrado las huellas que dejó su vida de casada y su cuerpo es un mar profundo y desconocido que debe descubrir. La miro alejarse con los mismos pasos tímidos que la trajeron al café. Yo no he podido acercarme, ni hablarle, ni llevarla a mi casa, anclado como estoy a esta silla de ruedas, con mis cuarenta años y mis ganas intactas y el recuerdo de la bala que me dejó invalido, una tarde imprudente, que decidí resistirme a un atraco en esta ciudad, consumida por la violencia y la impunidad. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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No procede tirar de las orejas, Rodrigo. El erotismo y el sexo, son sensaciones naturales, que afortunadamente han dejado de ser tabú, para pasar a ser lo que debieron ser siempre; impulsos de la naturaleza que discurren con normalidad. Nuestros textos tratan del amor heterosexual, pero existe la homosexualidad, la bisexualidad, e incluso el sexo tántrico que practican algunos grupos de personas. Los juegos amorosos del protagonista con Mariela, son tan naturales, como lo es, el amor en su conjunto. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Gracias por vuestra lectura, amigos míos. Pensaba recibir algún tirón de orejas por la crudeza de algunas escenas del relato. Pero debe ser que estoy anclado en la represiva formación salesiana... |
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Esta vez Rodrigo nos entrega el sueño de Mariela, todos los deseos del inconsciente desplegados en la cama, en donde un hombre y una mujer gozan del placer de estar juntos, de sus cuerpos desnudos, de la infinita posiblilidad que nos da el placer de compartir ese momento intimo de gozar del otro y con el otro. |
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Gregorio nos regala Miel y rosas. Las florers con su intensidad de aromas y colores para celebrar un momento perfecto y el ambar de la miel y y su espesa dulzura para acrecentar el placer del cuerpo de la mujer, que recien se descubre, como se descubren y se desatan tambien los instintos que se mantienen amarrados pero al soltarlos se desbocan y es incontenible el deseo y solo se puede cumplir con los designios de los instintos. No podemos pasar por alto ese detalle del caballero que mira desde un cuadro antiguo la escena desatada de deseo. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Este es un texto que no sabría decir cuando y para quien lo escribí; ni siquiera si es un texto inédito. La verdad es que me da un cierto reparo publicarlo aquí, pero el texto de Gregorio me ha animado a hacerlo. No somos Bukowsky, tenemos (al menos yo creo tener) una actitud más elevada frente a la materialidad del sexo; procuro ambientarlo con trasfondos musicales o de un cierto nivel cultural y, por encima de todo, un profundo respeto a la mujer, receptora y origen de nuestros placeres sexuales, complementados por otros más espirituales. Ya me diréis qué os parece,
MARIELA Prelude Para mis hábiles y fuertes dedos de pianista no fueron obstáculo los corchetes, botones y cremalleras que, profusamente, ajustaban las costosas prendas de alta costura al cuerpo suntuoso de Mariela.
Uno a uno, con la parsimonia calculada que da la costumbre, fueron desmontándose los parapetos que me separaban de la codiciada presa,
al tiempo que las exclusivas prendas iban esparciéndose sin mayores miramientos por los rincones de la habitación, sabiamente iluminados para crear un ambiente propicio al juego erótico que estaba por iniciarse. La lujosa suite, de dos piezas más baño, estaba exquisitamente decorada y dotada de todos los refinamientos y comodidades que profesionales expertos, sin limitaciones presupuestarias, podían imaginar para que cumpliese a la perfección la función para la que había sido concebida: la de picadero de lujo para una clientela selectísima que apreciase, en todo su valor, joyas como Mariela. Y allí, llevado por mis más íntimos amigos, los que conocían mi “problema” llegué después del arrollador éxito de mi último concierto. ¿Mi “problema”? Ah, sí. Me olvidaba. La enorme concentración y tensión a la que me obligaba la interpretación de las piezas del repertorio se traducían, inevitablemente, en una especie de priapismo que difícilmente lograba disimular con una ortopedia especial y las numerosas flexiones reverentes con las que agradecía los aplausos del público entregado. Y que sólo se reducía tras agotadores esfuerzos por parte de profesionales del amor especialmente adiestradas en tal menester, a base de felaciones, masturbaciones, penetraciones diversas y media docena de eyaculaciones, cuyo desmesurado volumen inicial iba en “diminuendo” y su intensidad “in crescendo”, que nos dejaban a mi colaboradora y a mí al borde de la extenuación, hasta que mi especial batuta volvía a su atril de mi entrepierna, aparentemente tranquila, aunque no era infrecuente su repentino despertar pidiendo bises del último molto agitato con variaciones. Entonces, a toda prisa, había que recurrir a una sustituta de la infeliz Mariela de turno para tratar de tranquilizar nuevamente a la insaciable protagonista de mis conciertos paralelos. Andante con finale expresivo.
Habíamos llegado, antes de este prolijo preludio, a que había desprovisto de la primera capa de envoltorios a la suculenta Mariela, mientras mi protervo y descomunal falo saltaba impaciente como los macillos del Steinway aporreados por mí durante el concierto, acrecentando mi impaciencia y el terror evidente de la pobre chica, aunque estaba advertida de lo que le esperaba.
Ante mis excitados ojos aparecía el cuerpo adorable de aquella criatura, ahora sólo velado por delicadísimos encajes, de lujurioso colorido y diseño que acabaron de excitar , si ello era posible, a mi desbocada verga. Haciendo un tremendo esfuerzo de concentración para no saltar salvajemente a devorar la jugosa fruta que, entreabierta y destilando su natural néctar, se adivinaba bajo la transparente braguita, fui nuevamente desmontando las sutiles barreras que aun se interponían entre nosotros. No obstante, un último reflejo de consciencia me hizo mantener aquella delicada intimidad en su lugar , pensando en los enervantes placeres que con dicha prenda en posición podría conseguir. Así que, procediendo exclusivamente sobre el sujetador, me demoré complacido en retardar la apertura de su cierre delantero, mientras alcanzaba mi primer objetivo: los dos perfectos, aunque siliconados pechos, suaves como tibias nubes, que se deslizaban en expertas caricias entre mis ávidas manos. A pesar del evidente terror de Mariela, las características de mi órgano viril y la habilidad que empezaba a reconocer en mis manipulaciones iban reduciendo sus tensiones, y su voluptuosa anatomía se desmadejaba placenteramente entre mis cinco miembros, los dos superiores y los tres inferiores. Al mismo tiempo, en interludios cuidadosamente medidos, mi boca: labios, lengua y dientes, iban aplicando sus especiales y húmedas caricias en aquellas partes del esplendoroso cuerpo de Mariela que yo juzgaba más sensibles a sus efectos. Así, como al desgaire, ligeros mordiscos en su deliciosa vulva, ya completamente empapada con sus olorosos jugos, hacían que el cuerpo de la mujer, estrechamente abrazado al mío, fuese sacudido por estremecimientos de placer, cuya respuesta inmediata fue la de buscar ansiosamente mi miembro con su boca para succionarlo con furor y, al mismo tiempo, con delicada maestría. Como yo sabía que aquellos prolegómenos no pondrían fin, ni con mucho a mi ímpetu semental, me dejé correr entre sus carnosos labios en una primera y tremenda eyaculación, que sorprendió a Mariela que no conocía, mas que de oídas, mis perversas capacidades. Sus agacelados ojos me miraron inquisitivos, como diciendo: “¿Qué pasa, tío, ya has acabado, cuando yo estaba empezando a gozar?” Yo la acaricié con dulzura, limpiando de paso mi espeso semen que chorreaba desde su boca a su torneado cuello. Al mismo tiempo colocaba mi erectísimo y endurecido pene entre sus -----, para que pudiese apreciar que, pese a lo que ella quizá considerase un gatillazo, la tranca no había perdido un ápice de su vigor y seguía en condiciones de poderle proporcionar más placer del que había recibido nunca. Allegro con brío.
Mariela sonrío con picardía, al tiempo que recorría con ávida mirada mi cuerpo de arriba abajo, con especial detenimiento en mis poderosas partes pudendas, que, a decir verdad, era lo único a tener en cuenta del mismo. Su gran experiencia en los encuentros sexuales con hombres, generalmente frustrantes salvo en el aspecto económico, la hizo comprender el gran partido que para su satisfacción, pocas veces conseguida en estas batallas de picadero, podía obtener en este caso.
Este pensamiento, que yo hacía nacer en su adiestrado cerebro, la hizo enardecerse y comenzó a poner en juego todas sus habilidades, tretas y artimañas para que nuestros apetitos quedasen saciados al máximo. Yo, por mi parte, analizando la potencia viril que me había suministrado el repertorio interpretado y haciendo una estimación de la resistencia de Mariela, calculé que aún tendría que eyacular cuatro o cinco veces más, antes de vencer la resistencia de mi íntimo enemigo. Por ello planifiqué sobre la marcha los juegos, posturas y ritmos necesarios para que Mariela llegase más o menos completa al final de la campaña.
Pero Mariela tenía iniciativas absolutamente sorprendentes y hasta novedosas para alguien tan experimentado como yo. Me hizo colocar de espaldas sobre el mullido lecho y dio comienzo a la parte interpretativa con un 69 perfectamente posicionado. Su boca volvió a succionar con reguladas intensidades mi desaforado miembro, mientras que yo, al tiempo que lamía golosamente la luminosa rajita, iba con los dedos índice y medio ampliando el círculo de su ano, abierto entre los dos hemisferios de un esplendoroso culo, dorado y duro como un enorme melocotón maduro, preparándolo para posteriores números. La braga de encaje que, previsoramente dejé colocada al efecto, ponía el punto de dificultad necesario para estimular la perfección de mis movimientos. Mariela gruñía y gemía con la boca llena por el enorme glande, que seguía trabajando con inusitada persistencia. Súbitamente, tomando una vez más la iniciativa, giró en redondo pidiendome ansiosamente que la penetrase por la vagina, ya rebosante de elixires lubricantes. Situada bajo mí, comencé mi trabajo de mete y saca con la mayor delicadeza que podía, pensando que el tamaño de mi consolador natural podía dañar tan, aparentemente, delicado receptáculo. Pero Mariela, con un brusco movimiento de sus poderosas caderas, se me clavó por entero sin la menor dificultad. Ante este prodigio de elasticidad, comencé a aumentar el ritmo y la longitud de mi penetración, observando complacido que la respuesta de Mariela era de extremado goce. Sus quejidos, sus “más, más, fóllame hasta dentro, guarro, aaaaaggg….” eran el bajo continuo perfecto para aquella maravillosa interpretación del dúo. La entrega era absolutamente loca y completa. Revolcándonos sin cesar, mordiendo su mórbido cuerpo, amasando sus ----- gloriosas, de pezones oscuros, duros y tiesos como pequeños falos, percibía la aceleración de los gritos de placer y de los estremecimientos del cuerpo entero de Mariela. Finalmente, un “yaaaaaa….” que parecía gritado desde el propio útero, anunció el salvaje orgasmo de la mujer. Yo, complaciente, me volví a correr, esta vez dentro de aquella cálida gruta, sabiendo que me quedaban reservas para rato. Pero, ante mi sorpresa, Mariela no cesaba de gritar su placer y movimientos espasmódicos sacudían, como si fuese un inmenso tocinillo de cielo, la totalidad de su cuerpo. “Dios mío, es multiorgásmica, deduje. Esto va a ser la h…..” Finale con tutto e molto agitato A partir de aquí el climax de actividad alcanzó puntos de verdadero éxtasis: penetraciones “per angostam viam”, carretillas, lluvia dorada… todo un repertorio absolutamente delirante que ni a uno ni a otra nos calmaba un ardor que, por el contrario, parecía aumentar por encima de niveles humanos. Y Mariela pedía sollozante más y más mientras seguía con sus estremecimientos y chillidos de coneja y mi instrumento no daba, por su parte, muestras de agotamiento. Me había corrido dos veces más, por lo que la resistencia de mi sexo debía estar al límite de sus capacidades. Al fin y al cabo, el concierto había sido a base de piezas de Johann S. Bach, que no era de los que más me erotizaban. Una especie de estertor y una súbita rigidez del cuerpo de Mariela me hizo dar un respingo que casi me saca de la cama, donde, milagrosamente, estábamos interpretando esa parte del concierto. “ Aaaarrrrrgggggg….fffffssss…., para, hijo de p..., para de una vez…” dijo entrecortadamente. “Me estás destrozando toda…. Aaaarrrrgggg, no puedo más”.
“No, Mariela, no me digas obscenidades, que aún me excitas más.” le dije sintiendo de repente una especie de piedad por aquella mujer que se me había entregado hasta el límite, sin ningún atisbo de profesionalidad en su forma de ofrecérseme, pero sí en su forma de actuar. Parecíamos dos amantes expertísimos, cuya pasión estuviese incesantemente alimentada por un ardiente amor.
Aunque mi miembro se encontraba todavía en posición de disparo, le propuse un descanso reparador, con baño de burbujas y Dom Perignon para recuperarnos.” Vale, tío –me dijo con mirada distante. Parecía ha ber perdido todo el interés que antes le suscitaba mi hercúleo miembro- Pero luego acabas a mano, te la cascas entre dos piedras o te buscas una oveja merina hasta que se te baje ese monstruo que llevas entre las piernas”. Ahí le salió el ramalazo barriobajero que todos llevamos dentro. Me reí sinceramente y ella me correspondió con una sonrisa y una pequeña patada en mis testículos. Coda
Preparamos el baño y el champán mientras bromeábamos diciendonos obscenidades pueblerinas, que a ella parecían encantarle y a mí me aceleraban la excitación que aun tenía. Ya en la bañera tomamos unos tentempiés que la dirección de la casa había preparado conociendo mis gustos, mientras seguíamos la charla intrascendente que, finalmente giró hacia ciertas intimidades personales, dando un matiz más humano a aquel interludio y mostrándome un aspecto de Mariela tan sorprendente como sus habilidades amatorias. Ella parecía irse relajando y bromeaba, ahora, con la mayor inocencia . Yo, mientras y con toda la discreción que pude me masturbé bajo la espuma perfumada del baño y conseguí la que pareció ser la última cor.rida: unas pequeñas gotas de líquido ya incoloro. Al fin el Minotauro regresaba a su guarida, satisfecho su apetito.
Mariela lo percibió y se reía distendidamente. Verdaderamente era una muchacha exquisita. Yo lamentaba que la hubiesen seleccionado para un trabajo tan agotador como el que suponía alimentar a mi bestia, pero le estaba muy agradecido por su apasionamiento y, ahora, por su dulzura.
Salimos del baño y nos dirigimos nuevamente al dormitorio. Ella, en un gesto que me acabó de desarmar, extendió las revueltas y sucias ropas de la cama, dejándola en condiciones aceptables de nueva utilización. Era ya la madrugada avanzada y en unas pocas horas la limusina me trasladaría nuevamente al aeropuerto. Así que me dispuse a recuperar con un poco de sueño mi maltrecho estado físico. Mariela se acurrucó en el hueco de mi brazo que, doblado por el codo, descansaba bajo mi cabeza.
El sueño comenzó a planear suavemente sobre nosotros. Cuando yo estaba en el duermevela previo a las penumbras, una voz susurrante y endemoniadamente erótica dijo a mi oído: “Maestro, ¿comenzamos “da capo?” |
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Tengo un santo en el cielo
Escúchame bien Vicente, nadie, absolutamente nadie, te da algo sin esperar alguna cosa a cambio; no creo en regalos, ni en dádivas desinteresadas, te lo digo yo; que soy un buscavidas. Me he criado en la calle, en este barrio, y no he podido salir de aquí. Me ha costado un mundo seguir adelante, y sabes como ninguno que le he echao un cerro e bolas.
En este arrabal tuve mi casa, la construí yo mismo, bloque a bloque. Apuntalé las columnas con barras de metal que me fui trayendo una a una de la construcción en donde trabajé, y ni eso detuvo la fuerza del agua, que se llevó en un segundo mi esfuerzo, y hasta la ilusión que me daba vivir allí con la Carmela. Todo lo perdí con las últimas lluvias, el rancho se vino abajo con la cocina, la cama y los corotos del salón, no me quedó nada. Nosotros nos salvamos de milagro. Esa noche, antes del vendaval, de la tormenta, de la lluvia que se llevó la casa y hasta los sueños, nos fuimos a celebrar el cumpleaños del papá de Carmela, el hombre llegó a las ochenta ruedas y baila salsa brava como los buenos. Bebimos ron puro, como le gusta al viejo. Yo le llevé una botella de Santa Teresa de Solera, ese de 1.796 y no dejamos ni una gota, se nos hizo tarde y Carmela me pidió que nos quedáramos. -No debemos tentar la suerte-. Dijo, con esa sabiduría que tienen las mujeres para lo práctico.
Tú sabes Vicente, que en el barrio no te conocen después de las 11 de la noche, y cualquier culo cagao, cualquier muchacho empistolao quiere asaltarte. En la mañana, cuando llegamos a nuestra casa, encontramos a los bomberos y a los vecinos buscándonos entre los escombros, cuando nos vieron no podían creer que estuviéramos vivos.
Yo tengo un santo en el cielo que me protege, les dije a todos. A los días apareció Nicolás por el barrio, con su buen carro, ropa de marca y hasta con perfume, siempre le gustó lo bueno a Nicolás. Hacía un buen tiempo que no lo veía, se decía que tenía negocios y había triunfado en la vida.
Se ve que conserva algunos contactos en el barrio, porque al verme me abrazó y me dijo: -Hermano, tengo una casa para ti, aquí están las llaves, no necesitas nada, está equipada con todo-. -No creas que es un regalo, solucionas tu problema inmediato y me cuidas la casa, yo no vivo allí y no quiero dejarla sola, iré de vez en cuando a buscar alguna cosa, cuando tengas donde vivir haces la mudanza, para eso estamos los amigos, para ayudarnos, para ser solidarios-.
Lo vi directamente a los ojos, le di las gracias, le dije que no, con la entereza de quien cree en el esfuerzo y el trabajo para enfrentar la vida que nos toca. Insistió, y me dejó este papel con la dirección y su número telefónico para que lo llamara si cambiaba de opinión.
Cuando le comente a Carmela, ella que nunca ha sido voluble y que no cree tampoco en regalos desinteresados me dio la fuerza para continuar con mayor esfuerzo, y enfrentar la mala hora con decisión. Cuando te digo que tengo un santo en el cielo que me protege no es mentira, mira el periódico de hoy Vicente: Allanada quinta número 48 en la Calle El Roble, Urbanización el Paraíso. Se encontraron armas y 50 kilos de droga de alta pureza en un sótano Detenido y puesto a la orden de los tribunales su único habitante, quien dijo no saber nada, que le cuidaba la casa a un amigo de nombre Nicolás. |
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Un caso de asesinato Soy Abogado Defensor de Oficio, El caso Amariscua, como se le conoce, me llegó en una carpeta nueva, sin manosear, sin ninguna huella de haber sido revisada con anterioridad. En ese viaje que hizo la carpeta todos los ojos se cerraron y huérfana la dejaron en mi escritorio abandonada a su destino. Ese detalle me indujo inmediatamente a pensar: que era uno de tantos juicios que a nadie interesa, un caso sin importancia, sin trascendencia, sin peso específico para un ascenso y por esa razón llegó a mi escritorio. Pero una moneda siempre tiene dos caras y también puede significar, que el caso Amariscua es un asunto extraordinariamente peligroso y los otros abogados, advertidos del riesgo, de la amenaza, dejaron pasar el caso sin siquiera tocarlo.
En este Oficio, con frecuencia, cada caso es un escalón que nos acerca al éxito o a la muerte. Esta situación de extremos, de opuestos, no lo pueden imaginar quienes no tienen que lidiar con la ley, o con aquellos que son responsables de hacerla cumplir, pero quienes manejan los caprichos del poder y su necesidad de negar las leyes establecidas, de darles la vuelta, de encontrar una salida que le acomode a sus intereses mezquinos lo saben perfectamente y son ellos quienes administran nuestro éxito o la muerte.
Abrí la carpeta con extremo cuidado, con la precaución de quien está frente a una serpiente, dispuesto el veneno en sus colmillos y lista para atacar. Estudié cuidadosamente cada folio de la investigación y cada detalle me llevó inexorablemente a condenar a mi defendido. Cuando todo encaja tan perfectamente la experiencia enciende una alarma, una especie de incomodidad, que me obliga a mirar el caso desde una perspectiva contraria a las leyes, desde la óptica del infractor y esto me ha permitido liberar inocentes y estar en la lista de los abogados que no suben los escalones del éxito y están marcados, continuamente vigilados y puestos a prueba. Somos escasos, pero conformamos un pequeño grupo y nos mantienen en ese limbo que se llama defensor de la justicia, y como tales, en muchas oportunidades logramos liberar a inocentes caídos en desgracia y logramos el triunfo de la verdad, con eso nos contentamos.
La moral, mi propia moral de códigos oxidados, en esta ciudad de novedades sofocantes, que vive en los extremos de la ilusión y la simulación, me obliga a cumplir con un juramento obsoleto, sacar a la luz la verdad por encima del poder. Esa moral que es mi norte y a la que obedezco a ojos cerrados, es la que me permite caminar entre los farsantes sin culpa.
El nombre del acusado, de mi defendido, es Leonardo Amariscua. Es el último descendiente de una raza de tejedores de moriche perdida en el Amazonas. Se vino a esta Capital decadente en busca de una oportunidad y encontró la cárcel y el riesgo de una pena de treinta años por asesinato.
Luego de la entrevista preliminar, de hablar con él, de mirar el mundo a través de sus ojos, supe que era inocente, que jamás cruzó por su cabeza la intención de matar a nadie, que ni siquiera se puede permitir un momento de furia. Al convertirme en su abogado defensor me comprometo a realizar la mejor defensa que el conocimiento de las leyes me permiten, me obliga a rescatarlo del olvido, a no dejarlo pagar por una muerte de la que no es responsable.
Leonardo Amariscua confesó que lo contrataron para un trabajo delicado y muy especial. El trabajo consiste, según declara, en fabricar unas alpargatas únicas, con un entramado poco común, que muy pocas personas son capaces de realizar, pero él es un maestro del tejido y su abuelo a escondidas lo obligó a aprender desde que era un niño ese cruce obligado de los hilos. Las alpargatas que debe elaborar Amariscua son particularmente puntiagudas. Es la primera vez que ve unas alpargatas tan extravagantes. Ante su sincera sorpresa, su ingenuidad, su ignorancia, quienes le asignan la tarea, le explican, que el nombre del calzado que debe fabricar no es alpargata, que se conocen como babuchas y le aseguran, que los materiales con las que debe realizar el trabajo son antiguos, delicados y costosos, por lo tanto, la fabricación de las babuchas debe hacerla según las indicaciones de un experto en historia, doctor en arte antiguo. Él debe mantenerse encerrado en una especie de sótano, en donde los materiales están resguardados, incluso de la luz. No puede moverse del lugar hasta haber terminado y además se compromete en mantener el secreto este trabajo, el pago lo justifica.
Según su historia, pasó tres días con esas personas, trató con el doctor en arte, que se tomó la molestia de contarle detalles sobre las babuchas y que de acuerdo a los materiales y colores representaban el rango de quien las usaba, con la señora que le llevó la comida y también, habló dos veces con el hombre que hoy está en la morgue, la primera vez cuando lo contrató para el trabajo y la segunda en el momento que recibió el pago. Al otro día, antes del amanecer, la policía lo sacó con violencia de su cama, lo detuvo y lo acusó de asesinato.
Yo necesito los pormenores de esos días para llegar a la verdad, le exprimí cada detalle, cada paso dado, cada recuerdo de sus últimos días, cada hilo de conversación, tracé un plano de sus acciones, hasta de sus pensamientos y con el plano detallado de cada paso dado por Amariscua, hablé con el Detective a cargo. Yo sé que el juicio, la causa, está perdida de antemano y mi única opción de que triunfe la justicia, de liberar a Leonardo Amariscua de una ley que han torcido otros intereses diferentes a la verdad, es encontrar al verdadero culpable. Quizás Alah el justo, el magnánimo, el clemente, el misericordioso, el que dispone todos los asuntos, intercedió a favor de Leonardo Amariscua. Amariscua en cambio, quiere creer que sus antepasados indígenas metieron las manos en esos fuegos para convertirlos en cenizas. La verdad, es que el detective a cargo, viejo y agotado como yo, estudió el plano que le entregué y encontró un detalle que lo llevó a descubrir el verdadero motivo que obligó a un sobrino a convertirse en asesino. No pudo apresarlo, alguien le avisó y el asesino logró escapar, llevándose consigo las babuchas que Amariscua había fabricado y que seguramente en algún momento subastarán como pertenecientes a un desaparecido Visir de esa región del mundo que poco conocemos aquí en occidente. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Esta es mi aportación a la segunda quincena de mayo TEMA: TEXTO ERÓTICO. MIEL Y ROSAS. Es tan tarde que la reunión no va a empezar nunca. Menos mal que ella es competente, aunque sea una estirada. Con ese moño y esas gafas... no debe ser muy mayor… cuarenta quizá, aunque con esos trajes que lleva parece una abuela. Por cierto, que está tardando demasiado. Cuando por fin llegó, dijo:
―Lo que me faltaba, con el retraso que llevamos, y se me ha roto el grifo de la cocina precisamente cuando me disponía a venir. Parecía un río salvaje sin cauce, me he puesto perdida de agua. A ver si aquí en el despacho me seco un poco. La vi deshacerse el moño, desparramar su gran melena negra por los hombros. La miré fijamente, mientras olvidaba que ella murmuró algo acerca de un grifo. No la entendí bien. Se quitó las gafas y la chaqueta. Incrédulo, pensé que mi jefa se había convertido en una diosa. Una Venus hecha realidad. Su blusa blanca mojada, dejaba entrever que no había nada más debajo; solo desnudez. Contente, es tu jefa y puedes perder el empleo. ―Pensé. Pero, un caudal de emociones se abría paso por mis venas, y no podía dominarlo. Una apetencia voraz se apoderó de mí, haciéndome olvidar todo lo demás. Ella me miró extrañada. Vio como el hombre que sólo era su secretario palidecía, para luego enrojecer. Me vio quitarme la chaqueta, el nudo de la corbata, y dirigirme hacia ella resueltamente. Antes de darme cuenta de lo que estaba pasando, me encontré besándola. Mi lengua trazaba filigranas de fuego en su boca, en su cuello, bajando lentamente hasta sus pezones cuyas aureolas se traslucían a través de la blusa. Mis manos la recorrían sin cesar, como queriendo conocer cada centímetro de su piel, cada redondez, y se cerraron en su trasero mientras la levantaba para dejarla apoyada sobre la mesa. Ella se inclinó hacia atrás, su boca jadeaba, y sus ojos se entornaron. ¡Qué hermosa! Seguí el camino que me dirigía hasta la gruta del placer, abriendo paso entre sus piernas, hasta adentrarme en ella, saboreando a la vez, sus dunas y su aroma de mujer. Me levanté, me desnudé rápidamente mientras ella me miraba, y volví a atraparla entre mis brazos para penetrar de nuevo fieramente en sus dominios, mientras le rompía los botones de la blusa para contemplar por fin sus pechos presentidos, besándolos apasionadamente. En cada movimiento, nos hacíamos uno solo y se oía el murmullo del deseo, flotando. Por fin, terminé de desnudarla y una finísima línea de miel cayó imperfecta sobre su vientre desnudo. Figuras caprichosas se dibujaron en la extensa superficie de piel, en la textura de su cuerpo generoso, hasta cerca de su sexo cálido... estremecido por el suave frío de la miel diamantina. Trazos sutiles se dibujaron sobre el mapa desnudo de su anatomía, que recorrí con mi aliento y mi lengua, rozándole apenas. Mi estremecimiento y el de ella fueron uno, en esa calma que daba la tranquilidad de saber que estábamos solos. Sin más compañía que el silencio y su aroma, sin más que la respiración agitada. Solos, hombre y mujer, abriéndonos al cauce de nuestros ímpetus. Cuánto deseaba su vientre, el capricho de una planicie que se hundía en el mito de los deseos. Lo quería alcanzar, atrapar, admirar... Mi deseo, me lo repetía como un murmullo. Tendida estaba y su cuerpo era una inmensidad que estaba dispuesto a investigar, a conocer, a explorar tomándome todo el tiempo que fuera necesario, para completar esa expedición sigilosa, silente, consciente. Exploré en sus recovecos, en su camino subcutáneo. Sobre su piel de suaves colinas y flores tupidas. Con mis dedos avancé en ella, sobre cada una de sus partes. Primero a pequeños intervalos entre la miel derramada, y luego embadurnándome en ella, para llevarla a mi boca que la acogía saciando mi hambre... de ella. Con la miel hice nuevas formas en su abdomen, en sus pechos turgentes, sobre sus hombros desnudos. Mis dedos diseñaron la silueta infinita de sus labios, de sus ojos almendrados, alcanzando su cuello. Para mi sorpresa, ella colaboró apasionadamente, de principio a final. Era sólo el preludio. Sólo el inicio. El principio. Las rosas vendrían después... Frente a la mesa, colgado en la pared, el retrato de un ilustre caballero contemplaba la escena impasible... |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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Un cambio de vida Con cierto esfuerzo estudié y me hice Técnico Agropecuario, hace cincuenta años era un adelantado de mi época y me ofrecieron una oportunidad única para encargarme de la producción de unas tierras en la Sierra, e iniciar la reproducción de ganado. Las cuentas las llevé siempre meticulosamente sobre cuadernos con tapas forradas de cuero, escribía con pluma y tintero, orden y método. Cultivé la tierra, comí de sus frutos, la suerte me acompañó y no perdí ninguna cosecha. Además de cultivar la tierra, en estas alturas generosas yo criaba y engordaba animales que luego irían al matadero, o se convertirían en padrotes de otras haciendas. Alejado de pueblos y ciudades mi ocupación y también mi distracción es trabajar. En la faena de cada día me cuidé siempre de no acercarme a la baya del muérdago que es amarga y venenosa, ataca los pulmones y produce una asfixia capaz de causar la muerte, el ataque es fulminante y no se puede tratar con placebos. Los médicos no se ven con frecuencia por estas montañas. Mi vida organizada y tranquila me permitió llegar hoy a los setenta años con una enorme vitalidad y suficiente dinero para vivir con comodidad el resto de los años que me quedan y decidí dejar la paz de los montes por la vida azarosa de la ciudad. Un cambio en el ocaso de mi vida.
Tres días de viaje y varios autobuses me trajeron de vuelta a la Capital, que hace cincuenta años no veo. La ciudad me sorprende, está en movimiento permanente, en un avance frenético hacia ninguna parte y me resulta ajena, desconocida, y lo que es peor, incomprensible. Con estas ropas antiguas que llevo puestas y la cara de asombro mirando a todos lados, debo parecer un inmigrante recién llegado. Una oleada permanente de personas va y viene por las calles y parece no agotarse, caminan a un ritmo desaforado, parece que hubieran enloquecido y han adquirido la pésima costumbre de hablar solos. Claramente puedo identificar el tono extrajero de las voces a mi alrededor que se hace evidente, diferentes acentos, el típico tono argentino, también el peruano, el colombiano, gentes de todas partes habitan esta ciudad cosmopolita y en medio de esta algarabía, mientras intento avanzar, mimetizarme con el grupo, oigo retazos de conversaciones que no logro entender, hablan en español que es mi lengua nativa, pero me pierdo sin saber ni entender a que se refieren en sus conversaciones.
No tengo saldo y no puedo comunicarme.
Manda un mensajito.
Escribe la dirección, pongo el GPS y te alcanzo en un salto.
No recuerdo la clave y no puedo acceder al documento.
Cariño no lo tenía apagado, se murió la batería.
Puedes utilizar el teclado si no tienes ratón.
Hay un tele cajero cerca, ya busco efectivo.
El documento está en el Menú de inicio.
Si está lenta pásale el antivirus.
Si se trancó reseteala.
Busco un lugar en donde sentarme y miro a mi alrededor, trato de identificarme con este entorno tan diferente a lo que recordaba, intento adaptarme a este ritmo y a este nuevo español que me es incomprensible, cerca hay una cafetería, entro y pido un café, a mi lado, alguien pide la clave de wifi.
No entiendo nada, en estos cincuenta años el idioma cambió y desconozco el significado de muchas palabras de uso cotidiano, ni puedo imaginar siquiera el contexto en el que puedo utilizarlas.
Necesito ayuda para vivir en esta ciudad y la voy a conseguir, sigo adelante con lo que me he planteado, porque a estas alturas de la vida nada me amilana, aquí vine para quedarme.
Voy directo a una biblioteca, pido un libro que me ayude a entender este nuevo entorno y explico lo que me pasa, casi con dulzura, la persona que me atiende me explica que me he convertido en un analfabeta digital y que el mundo y mi entorno ahora es digital y está compuesto por dispositivos electrónicos. Me entrega dos libros: uno sobre terminología básica de informática y el otro, sobre dispositivos electrónicos. |
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