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jota jota
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21-05-2021 19:17

Encuentro afortunado, o una cita prevista

Cumple con un deber impostergable y frecuenta el mismo bar a diario, para cumplir esa cita recorre con pasos medidos calles que conoce de memoria, su inevitable compromiso se ha convertido en rutina y mide el tiempo en botellas de güisqui, que comparte con amigos, todos pertenecen a un mundo bohemio, que se ha puesto de moda, y a donde concurren: artistas, fotógrafos, renombrados escritores, periodistas y también, uno que otro abstruso intelectual. En las cercanías de ese bar, un muchacho de apenas veinte años, desde hace unos días, deambula por la calle principal con claros signos de estar perdido.

Da pena verlo, tan joven y sumido en el descuido, en el abandono. Expone con crudeza un desamparo indigno, no pide ni acepta limosnas, pero camina incansable por esa calle desde la mañana hasta la noche. Es absolutamente imposible que esas dos figuras contrapuestas no se tropiecen en algún momento, el encuentro es inevitable, el destino ha previsto una cita que ambos desconocen.

Nuestro cultivado personaje camina con paso firme hasta el bar, encerrado en su mundo de conocimiento, busca con afán una palabra, una palabra que ha perdido en su memoria gastada por el alcohol y las noches desperdiciadas en encuentros interminables con sus conocidos. Con insistencia rebusca esa palabra que se escurre entre los pliegues de sus recuerdos, de su vasto conocimiento. La palabra debe ser precisa para culminar una estrofa que le parece brillante y hoy esa estrofa será su estandarte en la “Cofradía de Letras Mojadas” como bautizara un amigo esas reuniones diarias en el bar. Pero no logra alcanzar la palabra que se esconde, que desaparece en el humo denso de su cigarrillo.

Desechó por obvias: trasto, cacharro, utensilio, artefacto, artilugio. Y de pronto, a su lado, una voz aguda, sin titubear, con firmeza, dijo: Chisme. La palabra que está buscando es chisme.

Asombrado mira al joven que continúa su recorrido habitual por la calle sin detenerse. ¡Espera! -Espera un momento por favor-. Grita. Jadeando le da alcance y pregunta: -cómo supiste que busco esa palabra-.

-Por un momento creí que me hablaba-. Dijo el muchacho y continuó. -Luego, entendí que usted habla solo, o con su otro yo, con duendes, fantasmas, o sombras, pero por puro impulso irrefrenable, por costumbre, por ayudar, le entregué esa palabra que encuentro justa-.

Permanece junto al muchacho que es incapaz de detenerse, camina a su lado e insiste en preguntar:

¿Quién eres?

-Soy huérfano, me educaron en un convento, en una construcción parecida a esa que está en la esquina, en una calle semejante a esta, con su bar imprescindible y rodeado de casas similares a estas, con puertas de dos hojas y grandes ventanales con vidrios de colores-.

-Me convertí en el guardián de la Biblioteca de ese convento y desde que aprendí a leer es lo único que quise hacer siempre, no abandonar los libros-.

-Descubrí entre los libros que leí, notas y códigos cifrados que me llevaron a un grupo de personas que se juntaban en la Biblioteca en horas poco habituales-. Los mensajes señalaban el día, la hora y los participantes que debían presentarse a la reunión. Una noche, congregados todos, hombres encapuchados tomaron por asalto la Biblioteca y le prendieron fuego con todos nosotros adentro, intenté inútilmente apagar el fuego con mis manos, con mi cuerpo y no pude, hasta que me vi encerrado en un círculo de fuego, entonces, los libros cayeron de las estanterías y construyeron una especie de pasadizo por el cual pude escapar, corrí y no me detuve hasta que pisé esta calle, que es una copia de la calle en donde viví-.

-Yo perdí mi sombra en un incendio-. -Como diría Vallejo-.

-Escapé con vida y me convertí en humo, no supe ser guardián de aquellos libros que decidieron salvar mi vida y se convirtieron en un recuerdo de cenizas-.

Nuestro intelectual acompaña por esa calle al joven con apariencia de vagabundo. Suda, busca el aire que le falta, se ahoga un poco por el esfuerzo y sin pensar le dice al muchacho:-tengo una Biblioteca enorme y necesito un guardián, yo me la paso en este bar-. -Ven conmigo-.

jota jota
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20-05-2021 23:15

Un instrumento

Juan Fernández es el último hijo de una familia de músicos, no defraudó el apellido y antes de aprender a caminar, como todos en la familia, demostró con sobradas evidencias que los acordes y el ritmo estaban impresos en sus genes. Desde el primer momento impresionó a todos con sus habilidades para lograr el compás. Mantener y llevar el ritmo a puntos extremos con las manos o los pies es tan natural para Juan, como beber agua, además, nació con el privilegio de una voz excepcional. Según los entendidos su oído es perfecto.

Juan ejecuta difíciles arreglos con cualquier instrumento sin equivocación alguna, entre el pulso, el acento y el compás logra resolver la incógnita de imposibles ecuaciones musicales.

Juan crece y con él también crece la música que lleva dentro. Sus ágiles dedos pisan con seguridad las teclas y cuerdas de pianos, órganos, teclados, guitarras, cuatros, bajos y causa asombro y placer oír el acordeón cuando lo toca y baila los ritmos del ballenato colombiano. En sus manos las congas y los tambores retumban de contento y entusiasmo. Juan Fernández logra sacarle música a las piedras, es el comentario general que acompaña su nombre.

Desde niño se lo pelean para parrandas y serenatas. Con un instinto animal logra dar color e intensidad a cada nota y quienes lo oyen se sienten envueltos por una emoción jamás vivida, que permanece en sus ánimos renovados durante días. La vida de Juan se desarrolla en la calle, su música es amplia como una autopista y a veces también, triste como una esquina, pero jamás oscura como una calle ciega. Juan aprendió muy pronto y sin ninguna dificultad a huir del alcohol y la camorra.

Al cumplir la mayoría de edad recibió de manos de su abuelo, como regalo de cumpleaños, una delicada caja negra forrada en piel y con elaboradas hojas de acanto repujadas en plata, al abrirla, encontró un instrumento de viento parecido a una trompeta, pero que jamás ha visto, dentro de ese maravilloso estuche el instrumento está protegido por tules y terciopelos.

Su abuelo con voz suave y melodiosa le comentó: este es un añafil, llega a tus manos de igual manera que llegó a las mías, para cambiarte la vida, así como cambió la mía.

Con la paciencia que otorgan los años y el afecto por este nieto dotado de un don singular, el abuelo aprovechó el tiempo que le quedaba de vida y le enseñó a Juan todos los trucos que conocía para tocar el añafil, le mostró la forma correcta de soplar solamente el aire necesario, contener el resto en los pulmones y transformar el simple aire que respiramos en música devocional.

El instrumento cautivó a Juan apenas oyó algunas alabanzas de adoración ejecutadas por su abuelo. Las catingas, los himnos sagrados, el especial timbre místico de las notas que obligan a reflexionar y adorar la imagen de la virgen se le metieron en la sangre y Juan Fernández se entregó con pasión al aprendizaje del instrumento, a conocer las notas, los tonos que encerraba en secreto el añafil que su abuelo le regaló. Desde ese momento los desvelos de Juan Fernandéz fueron distintos al de las parrandas.

Igual como lo hiciera su abuelo y los Fernández anteriores a él, un día en que los vientos se enredaron en los arenales del pueblo, Juan tomó el camino hacia el oriente, su único equipaje era la caja que su abuelo le regaló con el añafil y los cantos a la virgen que conoce y mantiene en la memoria.

En una encrucijada del camino no sabe exactamente cuál ruta tomar y se entrega a su destino, confía en dar siempre con el buen rumbo. El camino lo lleva por vericuetos desconocidos a encontrarse con el verdadero propósito que su abuelo no supo explicarle y que está relacionado directamente con el instrumento de viento que ahora rige su vida y su futuro.

Atravesó por diferentes pueblos entre sabanas y montañas, unos más prósperos que otros, pero en ninguno se detuvo, un impulso más grande que la razón lo obligaba a continuar. Recién amanecía el día que llegó a la costa y caminó directamente hasta mar, se detuvo a oír la dulce canción con la que el mar acompaña el momento del amanecer en una playa desconcertante de arenas rojas y asistió asombrado a un evento inesperado. Este sorprendente y maravilloso suceso que tiene la oportunidad de presenciar lo ancló definitivamente a este pueblo olvidado de la mano de Dios.

El rumor de las olas con la que este mar le da la bienvenida al nuevo día le recuerda una melodía y busca su añafil para acompañar esa alegría, pero antes de tocar la primera nota observa maravillado que de las profundidades del agua, entre las olas, emerge destilando agua una soberbia muchacha de inigualable hermosura, la sangre de todas las razas confluye en sus rasgos extraordinarios y con voz serena de contralto repete ¡Milagro! ¡Milagro!

La muchacha se le acercó y le mostró una figura de madera, una virgen negra, completamente seca, en perfecto estado, sin rastro de deterioro. La virgen es aún mucho más hermosa que la muchacha que sigue sin detenerse y camina con paso firme y seguro hacia la iglesia del pueblo. Juan Fernández cerró los ojos por un instante y grabó en su memoria el dulce rostro de la virgen negra. Caminó tras ella y tocó su añafil con tanta emoción que hizo llorar al instrumento.

El pueblo entero se levantó de inmediato con las notas de armonías desconocidas tocadas por Juan Fernandez en honor a esta virgen, y se levantó una enorme ola de devoción colectiva en la que quedó sumergido el pueblo para siempre.

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19-05-2021 22:24

Una Historia Cualquiera

Ese instante de pánico sin oportunidades, de pavor, de espanto. Ese mal momento en el que abandoné mis cabales, olvidé elementales normas de vida y torcí sin querer el futuro trazado por mi padre con su viejo astrolabio, perdí el porvenir que él avizoraba entre trópicos y equinoccios en la bóveda celeste y mi futuro quedó atrapado en una hilacha de memoria, en la esquina inconclusa de un sueño

Mi padre ya era viejo cuando aparecí en su vida, los astros le advirtieron mi presencia, pero él, un astrólogo oficiante, preocupado por desastres predecibles, no busca avizorar su propio futuro y se complace con mirar el tránsito y las coincidencias en el cosmos para trazar las líneas de los mapas que muy pocos, o ya nadie consulta.

Mi padre es un buscador de estrellas y no deseaba ese delicado oficio de padre, pero le bastó un momento con Edelmira Bustamante, para convertirse en padre responsable y preocupado y desde el mismo momento que supo de mí existencia, comenzó a mirar con mayor atención en sus nebulosas de olvidos el giro elíptico de una estrella errante que traía noticias importantes.

Mi padre vive en un pueblo polvoriento de marinos, aquí, la frontera la marcan las olas y el constante rumor de las aguas es el que determina el tiempo que parece detenido. En este pueblo en donde nací las horas son dictaminadas por las cambiantes mareas que tornan los humores en colores.

En esa orilla de la costa se corrió la voz entre marinos de piel curtida y ojos gastados en el salitre, que Carlos Quintero, mi padre, elabora mapas siderales para que no se pierdan las embarcaciones y en esos mapas se puede conocer con certeza el rumbo de las velas de un bergantín perdido.

Edelmira Bustamante llegó a casa de mi padre en busca de un tripulante extraviado que había dejado en su puerta un camino de promesas incumplidas, le pidió un mapa para iluminar su pobre futuro perdido y poder encontrar ese marino descarriado. Al terminar de hablar, ahogada por su propia vehemencia, Edelmira fijó sus ojos encendidos de mulata en los alucinados ojos de mi padre. Con mayor detenimiento miró su barba blanca de capitán sin barco y encontró a su marino perdido, a su navegante de bóveda celeste, a su tripulante de nebulosas imposibles, a su propio timonel entre los designios de los astros y las puertas sin cerrojos del futuro, a su piloto que surca seguro el vasto techo sideral sin abandonar las puertas de su casa.

Sin saberlo, mi padre y Edelmira Bustamente tropezaron cuando la luna transitaba el cuadrante de Venus en Escorpio y en un guiño se les revolvió la sangre, ambos sintieron que faltaba cielo y sobraba mar. Ese momento de rotación errática bastó para consumirlos y ya no pudieron separarse. Luego, más tarde, aparecí en el horizonte de un mapa distinto y crecí entre líneas oscilantes, cuadrantes, circunferencias, ángulos y sextantes.

A mi padre se le ocurrió la peregrina idea de querer protegerme de mí sino, quiso mantenerme a salvo y ese día que me es imposible borrar de la memoria, con mi carta astral en la mano intentó detenerme, sin éxito se entregó a los designios que conocía y me advirtió con ternura: cuídate de los destellos de la luz.

Me sorprendió una tormenta eléctrica, se desató un furioso combate de centellas entre nubes y apenas me alcanzó el impulso de la huida para refugiarme bajo el arco de un solar y un rayo impactó un árbol que cayó en llamas a mis pies. Me encontraron paralizado de miedo, catatónico me llevaron a mi casa y no he podido salir de mi encierro desde ese día, cercado por mi propia cobardía.

Al igual que mi padre, me hice navegante de horizontes abiertos y vivo en cielos de tinta, en las tormentosas líneas de los libros.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
19-05-2021 18:48

Para esta quincena, y como son mis preferencias, os pro pongo UN TEXTO ERÓTICO. Como saben la línea entre el erotismo, y la pornografía es muy fina.

¡Adelante, amigos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
19-05-2021 18:23

Gracias, Rodrigo por tu comprensión y por esas lisonjas in merecidas.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
19-05-2021 14:48

Ains, Gregorio... cuánta alabanza inmerecida. Cuando realmente eres tú quien nos das ejemplo, con la sencillez y alegría de tus textos, de cómo deberíamos tratar de acercarnos a eso tan importante como es el hecho de escribir. Gracias, compañero. Sabes cuánto te aprecio y el magisterio que suponen tus textos para mí.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
19-05-2021 11:07

¿SUEÑO O REALIDAD?

Un texto muy complicado nos dejas Rodrigo, más para mí, que nunca se me dio bien comentar, porque no suelo escribir textos ficticios tan complicados, y por ello, en esta ocasión, poco puedo decir. Mis disculpas por no poder hacer más, aunque sé que tus textos siempre son ejemplares.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
jota jota
jota jota
18-05-2021 17:09

Ahora propone tema Nuestro querido Gregorio, que nos sorprende con esa disposicion tan natural en él hacia lo estimulante de la vida.

jota jota
jota jota
18-05-2021 17:07

Gracias Rodrigo,No aceptar la realidad a veces nos lleva a conductas violentas y a romper lo que nos muestra la verdad, para muchas personas y sobre todo para las mujeres les cuesta aceptar la huella que el tiempo nos deja.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
18-05-2021 12:29

Estela. J.J.

Yo definiría este relato como el de un "sincericidio", el de la no aceptación del paso del tiempo, la negación de los estragos que la edad hace en nuestro cuerpo. Muy diferente en el tema y la forma de exponer de muchos otros relatos en el que el narrador-protagonista crea a su paso y con sus actos un cierto clima sórdido y fatalista, en esta J.J. traslada esa visión negativa a alguien que está frente al espejo, Estela, quien materializa su negativa a aceptarse rompiendo violentamente el espejo al que se mira. Otro relato extraordinario de nuestro compañero.

Convendrí proponer tema para la próxima convocatoria de relatos.

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