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VAMOS A CONTAR HISTORIAS.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
14-04-2016 22:00

CHORRO. DEVASTACIÓN. DILEMA. ESPLENDOR. LÁMPARA. PRINCIPIOS.

Jugando con nubes

Con las dos manos aferradas al volante y los cinco sentidos en estado de alerta inicio este viaje, he trazado el rumbo sobre un mapa legítimo de carreteras e imprevistos y la meta es ambiciosamente ambigua, ya que no se trata de llegar a un destino específico, a un lugar determinado, a un punto poblado en esta difícil geografía de soledades inciertas.

Atravieso la Patagonia en un intento por encontrar entre dilemas, una idea que ha logrado escabullirse entre las sombras de mis necesidades inmediatas, un pensamiento tímido, que intento alumbrar con la lámpara prestada de los fulgores de este cielo, poblado de nubes caprichosamente refractarias.

Amanece, el sol abre con esplendor este día, impresionantes destellos ocres y dorados se difuminan, un chorro de luz despedaza una nube y la envuelve con los rojos y morados chispeantes de los obispos.

Este enorme ojo de fuego irrumpe con violencia, se adueña de un espacio reducido y dispara con seguridad y autonomía algunos rayos en diferentes direcciones, es inútil su insistencia, su perseverancia no logra asustar a las tercas y firmes nubes, que lo mantienen cercado, bajo la seria amenaza de un asedio desconsiderado, insolente, contra su condición de estrella única, pero es derrotado en la primera escaramuza, hoy despierta sin las fuerzas suficientes para esta lucha permanente que debe entablar cada mañana.

Estoy en el sur, en el confín de una geografía de sentimientos encontrados, salgo del Golfo de la Pena, conduzco en rigor por la Ruta del Fin del Mundo, en el trayecto tengo previsto ver, aunque sea de lejos, el Cabo de la Buena Esperanza y ese estrecho, que lleva el nombre de ese recio navegante conocido por su apellido altisonante. ¡Magallanes!

La carretera es una herida abierta de asfalto y contradicciones, una línea recta de soledades, que se encuentra entre súbitas bajadas y subidas impensadas hasta el cielo, en ambos costados la uniforme sabana se extiende entre espejismos hasta más allá del alcance de los ojos y choca entre la bruma contra densas colinas de color incierto.

Acelero, se disparan con el vértigo de la velocidad los recuerdos y los principios, un grupo de pequeñas nubes obedientes, inician una procesión detrás de un rectángulo oscuro, inevitablemente pienso en los desaparecidos sin tumba, sin gloria, en el olvido y la pregunta es inevitable.

¿Dónde estarán enterrados los hombres que perdieron su futuro en la construcción de esta carretera?

Sus huesos quizás los dispersó este viento invencible, que estremece el auto y por momentos me hace perder el control, este soplo constante, invisible, de fuerza extraordinaria, que obliga cambiar el curso de los árboles y dobla para siempre sus ramas y los despeina hasta la ridiculez extrema.

Las nubes se asemejan a objetos conocidos, a ciertos animales premeditados, a imágenes de sueños, las persigo con la intención de adivinar sus posibles transformaciones y no logro acertar, me sorprenden con figuras inesperadas, insólitas, dramáticas.

Llevo horas manejando sin detenerme en esta impresionante soledad, un auto me rebasa, calculo que debe estar sobre los 150 kilómetros por hora, se aleja y emprende una subida agónica en esta ruta del fin del mundo, la carretera parece tocar el cielo y abrir la puerta del olvido.

El auto está a punto de llegar al final de la subida en una carrera agónica, una nube enorme y deforme se apodera del cielo que muestra la intensa devastación de los colores, se detiene en el vértice que une sus caminos y hambrienta, con voracidad, engulle al vehículo indefenso. Sin lograr detenerse sigue el rumbo que el viento le traza.

Freno, bajo del auto y es aquí en donde se inicia mi verdadero viaje, el camino me muestra el punto de partida, de esa idea que ha logrado escabullirse entre las sombras, la punta del hilo del pensamiento tímido, que me confirma:

La vida es una ilusión, un espejismo, un juego de sombras.

De aquí en adelante mi única certeza es poder contestar la pregunta inmediata.

¿Cuál es mi rol en esta ficción?

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
07-04-2016 17:55

Mi sintética para no quedar tan rezagado.

CHORRO.DEVASTACIÓN.DILEMA.ESPLENDOR.LÁMPARA.PRINCIPIOS

El chorro inesperado de palabras devastadoras creó un dilema en sus principios y logró ensombrecer el esplendor de su lámpara.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
07-04-2016 17:46

Gracias compañeros por completar las palabras. Ahora toca escribir y publicar.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
04-04-2016 22:08

Y ahora la sintetifrase correspondiente.

CHORRO.- DEVASTACIÓN.-DILEMA.-ESPLENDOR.-LÁMPARA.-PRINCIPIOS

Aquel chorro de fuego planteaba un dilema entre el esplendor y la devastación: hermoso como una enorme lámpara veneciana de principios del siglo XIX, pero insoportable en su labor destructiva.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
04-04-2016 22:00

¿Echamos una manita a J.J.? Acostumbrados como nos tiene a su atención a las fechas y los plazos, no es de extrañar que nuestro compañero esté pasando por alguna situación anómala. Por si acaso publicamos las seis palabras de la quincena, esperando que no le moleste la intromisión.

CHORRO
DEVASTACIÓN
DILEMA
ESPLENDOR
LÁMPARA
PRINCIPIOS.

Déjanos una nota, compañero.

Estela
Estela
31-03-2016 23:14

PRINCIPIOS

LÁMPARA


Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
31-03-2016 14:30

Puntual a la cita con las palabras. Gracias, J.J.
Sigo tu idea respecto a los "malos tiempos" y la completo con algo de esperanza.

DEVASTACIÓN

f. Destrucción total de un territorio, generalmente por una catástrofe natural o por una guerra:
la devastación procucida por el terremoto es sobrecogedora.
'devastación' aparece también en las siguientes entradas:
vandalismo

ESPLENDOR
m. Apogeo, cualidad de la persona o cosa que ha alcanzado su máximo desarrollo o su máxima perfección:
está en el esplendor de su carrera artística.
Resplandor, brillo:
el esplendor del Sol.
Lustre, nobleza:
se nota el esplendor de su alcurnia.

A por las que faltan y a empezar relatos.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
30-03-2016 21:32

Finaliza el primer trimestre de este 2016, es un buen momento para proponer las palabras del texto que nos acompañara estos primeros 15 días de abril.

A cualquier lugar a donde miremos encontramos conflictos, problemas, confusión. Propongo entonces

Dilema

Chorro

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
29-03-2016 17:02

LA PLANTA 63

Caletre. Cohecho. Jirafa. Queja. Pena. Pardiez. Sostenido

En el corazón de Wall Street, hasta la planta 63 de un lujoso rascacielos que elevaba su mole, más impresionante que majestuosa, sin esa dignidad que luce, por ejemplo, la jirafa cuando su cuello se eleva sobre las acacias de la sabana, tuvo que subir el bueno de Atilano junto a su esposa, la Concha. Su primo Leo, Leoncio para los paisanos, los había citado para mostrarle su actual status, su vida entre mármoles, maderas nobles y dominando desde la altura del emplazamiento de su despacho, como metáfora activa de su nivel de vida, todo aquel mundo enloquecido de actividad incesante; bajo él las calles donde, como diminutos insectos, los enormes vehículos, los peatones que se movían como perseguidos por invisibles fieras, eran un tapiz sostenido por farolas, por paneles publicitarios, por toda una parafernalia artificial que abrumaba desde que llegó a la ciudad a Atilano Gutiérrez, primo hermano de Mr. Leo Goldsmith (Leoncio Sánchez Dorado, para los paisanos), uno de los ejecutivos más influyentes en aquel endiablado y voluble mundo de los negocios bursátiles de Wall St.

Atilano, junto a su mujer, habían sido invitados a pasar unos días en Nueva York para conmemorar en familia la muerte del abuelo Juan y, de paso, formalizar los trámites de la herencia que les dejaba a ambos un buen pellizco en tierras y ahorros bancarios.
Pardiez, murmuró Atilano dirigiéndose a su extasiada esposa mientras el lujoso ascensor, todo bronces y espejos refulgentes, recorría en 15 segundos las 63 plantas sin que los pasajeros percibiesen apenas movimiento alguno, pardiez, Concha; siempre pensamos que el Leoncio tenía mucho caletre. Ya en la escuela, el maestro don Teodoro le decía al abuelo: “denle estudios al muchacho, que éste promete...” Y mira adonde ha llegado.”

A la Concha, atónita y deslumbrada, no obstante, algo raro le bullía en su elemental cerebro de campesina venida desde aquel pueblo perdido en las planicies desoladas de la meseta española. Una intuición de alguien que ha tenido que sobrevivir a situaciones difíciles, sabiendo apenas “las cuatro reglas”, le avisaba que algo iba a ir mal en aquel viaje. Se encontraba extraña e inerme en aquel mundo tan diferente al de la paz del pueblo. Allí podía prever tormentas, vender los lechones y ternascos al mejor precio (aunque ahora veía con pena y preocupación cómo los grandes centros comerciales controlaban cada vez más el negocio de las carnes, y cómo sus quejas ante las autoridades caían en saco roto.) Venían tiempos difíciles para el campo y por eso la aparente facilidad con la que el primo Leoncio ganaba sus dólares a espuertas (según se decía en el pueblo) le creaba una especie de suspicacia y, porqué no, resentimiento por lo que ella consideraba una injusta recompensa a los esfuerzos para ganarse la vida.
El ascensor paró de forma casi imperceptible en la planta 63. Atilano y ella se ajustaron el distintivo de seguridad que les habían entregado en la recepción del edificio. Desde luego su aspecto e indumentaria delataban sin género de dudas su origen tan ajeno a aquel mundo en el que tan torpemente se movían. Una amable y preciosa señorita les llamó por su apellido y les pidió que la acompañaran. Ya le extrañó a la Concha que hubiese tanto policía por los pasillos y entradas de ascensor. Pero aquello era Nueva York y ya se sabía, los atentados de septiembre, las mafias... todo fuese por la seguridad. No fueron al despacho de Leo; aquella señorita con tan melodioso acento los introdujo en una pequeña sala donde dos gigantescos agentes los redujeron y esposaron mientras trataban de explicarles algo en una jerga incomprensible para ellos. Finalmente la amable señorita, ahora mucho más seria, les explicó que Mr. Goldsmith, es decir, su pariente, estaba acusado de cohecho y la policía temía que ellos, llegados desde España, fuesen sus cómplices para sacar del país una enorme cantidad de "dinero negro" que Leoncio había reunido con sus latrocinios. No. No podían ver a Leoncio; estaba esperando para ser trasladado ante el juez que llevaba el caso. Ellos serían interrogados por pura formalidad y podrían regresar al pueblo; cualquiera apreciaría su ignorancia y su inocencia.

Un repentino revuelo se organizó en los pasillos acristalados del edificio; alguien en una precipitada huída había roto los paramentos de la fachada y se había arrojado al vacío. Leoncio Sáchez Dorado, Mr. Leo Goldsmith, tardó exactamente 6,93 segundos en recorrer en su caída los 235 mts. desde la planta 63 hasta que se estrelló en la acera de la calle, en pleno Wall Street. Las gentes pasaban indiferentes junto al amasijo sanguinolento que era ahora el cuerpo de Leoncio. En aquellos tiempos de crisis financiera era espectáculo frecuente.

En el pueblo, cuando sus primos contaron lo sucedido a los vecinos, el comentario unánime y tan español fue: “No, si ya lo decía yo... Algo raro tenía el Leoncio...”

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
22-03-2016 17:10

Caletre. Cohecho. Jirafa. Queja. Pena. Pardiez. Sostenido

La culpa

A mi amigo Rodrigo
por esos días aciagos.


Su queja, su lamento, se ha convertido en un do sostenido y hace imposible el olvido. La sombra de la pena lo acompaña, el peso del desaliento lo inmoviliza, en cada paso el desánimo gana la partida y se deja conducir a esa encrucijada que conoce y teme. Sabe que es inevitable y también imposible resistirse.

Rómulo Quesada se tira prácticamente al abandono, no hay una razón única, son las líneas de incongruencias acumuladas, que han logrado oscurecer el horizonte, tanto o más que su propia comprensión de los acontecimientos.

Necesita con urgencia el socorro del silencio, esconder su rostro culpable de todas las miradas, por alguna razón inexplicable se siente responsable de los errores, de los atropellos que otros cometen.

No ha podido borrar esa imagen de un niño desconocido, muerto en la orilla de su playa, como un pez indefenso y huérfano, mecido por las dulces olas del mar hasta la orilla.

Los noticieros hablan de una enorme descomposición global, de la ausencia de los principios, de la invasión de delitos, de impunidad y mentiras. La negligencia ante las infracciones de los poderosos, esa oleada de basura lo entierra, siente sobre la carne herida los clavos de una cruz que no le pertenece, pero la carga a cuestas con todo su peso.

Empresarios y políticos, inversores y gobernantes, jueces y acusados, cohabitan en las mismas instituciones, se coluden ante el lema de la máxima ganancia, se establecen leyes contra el cohecho y las infringen con descaro. Las cárceles están llenas de inocentes.

De tanto oír mentiras, sabe de memoria y al caletre las respuestas imprecisas, inexactas, de los infractores, escudados siempre detrás de los descuidos legales. Es el mismo rostro repetido que abusa de la fragilidad y falsea los resultados. Rómulo está atado de manos, no puede hacer absolutamente nada, la sangre se envenena de impotencia.

Quisiera ser como la jirafa, estar por encima, muy arriba, mordisquear las nubes y no bajar la vista jamás, pero no puede, es un simio, un mono lúdico, que a lo sumo se encarama en los árboles y hasta de eso se siente también culpable, culpable de existir con tantos temores, entre facinerosos, él uno de tantos, uno más de ellos, por omisión.

No puede esconderse, no puede aislarse, se censura con saña y no puede mirar a otro semejante a los ojos sin sentirse culpable. Llega finalmente empujado por las atrocidades a esa delgada frontera entre la desesperación y la derrota, ante la angustia de su estrepitoso fracaso.

Oye la explosión, los cristales rotos, siente estremecerse de dolor la tierra, y una vez más la culpa lo arrincona, ¡Pardiez! exclama consternado. No puede ni debe ser espectador de esta barbarie.

Lo miro caminar por la bahía entre los barcos y botes fondeados, en cada paso una sonora despedida, ha tomado una decisión:

Negar su realidad, que considera absurda, para admitir la posibilidad de otras realidades en la intemperie del desamparo.

Intenta comprar el velero que tengo a la venta, no tiene suficiente dinero, pero igual se lo entrego por lo que tiene, por lo que sufre.

Me reconozco en Rómulo Quesada, él va a iniciar el viaje del que yo vengo de regreso.

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