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TALLER DE RELATOS
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
01-05-2013 01:15

Apreciados amigas y amigos. En esta etapa han sido 6 relatos excelentes. Seguimos caminando.

Gracias, a todos por vuestra aportación y vuestros comentarios en general, y por los que a mi texto se refieren.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Observador
Observador
26-04-2013 13:08

Dedicado a Paco Montesinos y a las personas como él que, aunque parecen estar ausentes, cultivan la riqueza de su mundo interior.

EL PEOR ALUMNO DE LA CLASE

Recuerdo que se sentaba en la última fila de clase. Estaba casi siempre ausente, con su aire desgarbado y huraño, apenas tenía relación con ninguno de nosotros; se pasaba los recreos dando paseos solitarios por el patio sin participar en los juegos que organizábamos. Nadie le tenía en cuenta, ni profesores ni alumnos. A la mayoría de nosotros nos inspiraba lástima. Pensábamos: “pobre Montesinos, suspende todas las asignaturas”. Los profesores lo consideraban como un caso perdido; habían hablado varias veces con sus padres y les habían aconsejado que no perdieran el tiempo, que su hijo no valía para estudiar. Algunos maestros comentaban entre ellos que parecía algo retrasado y no era conveniente que estuviera en nuestro colegio, sino en otro de educación especial.
Una mañana, Felipe, el profesor de lengua, organizó un concurso de redacción en clase. Consistía en escribir una composición de tema libre, que luego leeríamos para votar entre todos la que más nos hubiera gustado. Como era la primera vez que se organizaba un concurso de estas características, se creó bastante expectación en el aula. Fuimos leyendo uno a uno nuestras redacciones. La mayoría de los temas elegidos eran bastante simples e inmaduros, propios de los doce años que por aquel entonces teníamos. No sabíamos dar la entonación correcta a las frases, las leíamos de un tirón, como quien dice una letanía. Aparte de las faltas de ortografía, la expresión escrita dejaba mucho que desear. La casualidad quiso que los dos últimos en leer fueran el mejor y el peor estudiante de la clase.
Juan José Fernández-Fígares era el alumno más brillante del curso. Tenía un aire de arrogancia propio de su condición. Leyó su redacción, que era correcta desde el punto de vista formal, con seguridad y aplomo, como lo hacen las personas que saben que destacan sobre el resto. Todos aplaudimos por inercia, sin demasiado entusiasmo.
Cuando Francisco Montesinos se levantó para leer su composición, muchas miradas cómplices se cruzaron. Las sonrisas burlonas y los codazos entre los alumnos no tardaron en aparecer. Él, como si todo eso le fuera ajeno, comenzó a leer con voz firme y entonación adecuada. La redacción llevaba por título “El muchacho callejero”. Narraba la historia de un chico, que era el mayor de nueve hermanos, que se veía obligado a cuidar de los más pequeños y trabajar como vendedor de churros por las calles para ayudar a su familia a salir adelante. A medida que avanzaba en la lectura de la narración, la trama se hacía cada vez más interesante e iba creciendo, poco a poco, la tensión del relato. Se hizo un silencio emotivo en clase. Todos permanecíamos atentos a la lectura. A algunos alumnos se nos llenaron los ojos de lágrimas. Confieso que disfruté bastante con esa redacción, que consiguió emocionarme.
Cuando nuestro compañero Montesinos terminó de leer, el aula era un clamor. Una ovación cerrada inundó la clase. Era un aplauso sincero y emotivo. Ya no hizo falta esperar a las votaciones para saber quién era el vencedor. Todos sabíamos que la redacción de Francisco Montesinos había sido la mejor. El profesor se acercó a la última fila que ocupaba el ganador del concurso y le dijo, ante la mirada perpleja de éste:

- Enhorabuena, señor Montesinos, su composición ha sido brillante. Ha conseguido emocionarnos a todos con su historia. Es usted el peor estudiante que he tenido en todos los años que llevo dedicándome a la enseñanza. Sin embargo, posee una capacidad que ninguno de mis mejores alumnos tiene; usted consigue transmitir sentimientos, que emocionan a los demás, mediante la palabra.

A partir de aquel día, muchos de nosotros empezamos a mirar a Montesinos de otra manera; como a una de esas personas que tienen una vida interior y están dotadas de una sensibilidad especial que manifiestan a través de la escritura.

Eratalia
Eratalia
25-04-2013 23:03

NO TIENEN ALAS

La mañana se despertó calurosa y brillante, como tantas otras de aquel estío, invitando a huir de la ciudad y disfrutar de un día en la playa, con el único objetivo de dejarnos acariciar por el radiante sol y gozar de las cálidas aguas del Mediterraneo.

Mi marido y yo enfilamos la carretera de la costa pertechados con los mínimos enseres necesarios para pasar una tranquila jornada al borde del mar; en menos de una hora habríamos llegado a nuestro destino y el resto del día se nos antojaba tan placentero que ya nos solazabámos degustándolo por anticipado.
Tras estirar nuestras toallas sobre la arena, nos lanzamos al agua.

El sol ardía con toda la furia de que era capaz en el zénit de su esplendor y las aguas tibias nos dieron la bienvenida como amables anfitrionas, acogiéndonos en su seno, donde, alegres y confiados, retozamos, nadamos y jugamos entre olas, perdiendo la noción del tiempo.

Yo me adentré nadando, alborozada por el placer que me producía el dejarme ir, con los ojos cerrados, llevada por mis ensoñaciones, sobre la mansa superficie del agua, hasta que un grito me sobresaltó:
-¡Cariño, cuidado, el agua se está encrespando! ¡Vuelve aquí, estás muy lejos!
La voz de mi marido sonaba angustiada.
Abrí los ojos, volviendo a la realidad y observé estupefacta que la distancia que me separaba de él era mucho mayor de la que hubiese podido imaginar; apenas lo escuchaba, era como una figura lejana que agitaba los brazos con violencia y de la cual una fuerte corriente salida de nadie sabe dónde, se empeñaba en separarme.
Yo hacía denodados esfuerzos por mantener la calma y me repetía a mí misma que todo saldría bien, que sólo era necesario no agotarme luchando contra las olas y, sobre todo, no dejarme llevar por el pánico.
La mar se había tornado tan brava que cualquier intento de ganar la orilla se me antojaba batalla perdida de antemano, la tormenta rugía mientras las olas comenzaban a envolverme y ya, solo a intervalos, podía ver la figura de aquel hombre que se debatía entre la desesperación y la impotencia, aquel hombre del que mentalmente comenzaba a despedirme.
Me sumí en una sentida plegaria mientras mi cuerpo, exhausto, decidía sucumbir, cuando, surgidos de la nada, unos fuertes brazos me agarraron y sin saber cómo, en cuestión de segundos, mis pies tocaban firmemente la áspera arena de la playa. Mi marido, a mi lado, me abrazaba tan fuerte que amenazaba con ahogarme, en un estallido de júbilo y nerviosismo...
-Por un momento creí que te perdía, y no podía hacer nada por remediarlo, -me susurraba entrecortadamente, presa de tremenda agitación- ¿estás bien?.
Me desasí de su abrazo buscando con la vista al hombre que me había rescatado, aquel extraño que me acababa de salvar de perecer ahogada, apenas sin esfuerzo...
-Dime...¿dónde está? ¿Dónde está ese hombre que me ha sacado del agua?
-No lo sé, al abrazarte lo perdí de vista... No debe andar lejos. Sólo lo vi unos segundos... fue todo tan rápido...
Miré a mi alrededor, el fuerte viento, las olas encrespadas y las gruesas gotas de lluvia habían hecho que, en cuestión de minutos, la arena quedase desierta.

Ambos nos miramos sobrecogidos e inmóviles bajo la lluvia que arreciaba sobre nuestras cabezas.
-Ahora sabemos que no son como los pintan... los ángeles no tienen alas...
Mi marido asintió en silencio y ambos, aún abrazados, emprendimos el camino de vuelta a casa.


Con rimas y a lo loco
 Castelo
Castelo
25-04-2013 22:52

Cada cosa en su sitio

Hoy hace un día hermoso. Uno de esos días de invierno en los cuales el cielo de Madrid luce espléndido, suavizando tanto el frío como la mala leche, con ese azul tan especial; un azul – celeste, claro- similar al de un paquete de ducados. Quien conozca esta ciudad sabe a lo que me refiero, créanme.

Me gusta, con este tiempo, dar descanso a mi maltrecho bolsillo y sentarme a ojear la prensa en algún parquecillo, en este caso cercano a mi casa, a dos o tres manzanas. Así, mientras leo algún columnista que se deje leer, o algún obituario - siempre se aprende algo, aunque tarde- me fumo un par de cigarrillos, respiro y, casi siempre me relajo.

Esta mañana somos pocos por aquí. Cerca de mí, una madre que ata los cordones a los zapatos de su pequeño; enfrente, ocupando los columpios, unos gamberretes adolescentes se divierten fumando canutos, berreando y compitiendo- en hormonas - a ver quien escupe más lejos. Cosas así, muy molestos ellos. Más abajo, al final del parque, unos habituales- diriase que forman parte del mobiliario urbano- charlan a lo suyo. Son viejos conocidos del barrio, a saber: “El Juanjo”, “el Rata”, “el Cáli” y un par de ellos más. Todos yonquis, ex convictos algunos- los más- fichados, todos. Ahora, en plena madurez, tranquilizan sus canas con latas de cerveza de medio litro, metadona – el centro que la suministra está dos calles más abajo, tabaco y charla. Repito, a su bola.

En estas la madre, un poco agobiada con los nervios de su crío, decide llevarlo a los columpios, con lo que se acerca a los chavales y les pide que le dejen sitio para poder jugar con su pequeño. El cabecilla de la banda le contesta, muy chulamente, unas feas palabras que prefiero omitir por ser de muy mal gusto. La mujer, entre violenta, confusa y asustada, coge a su pequeño y se da media vuelta, maldiciendo en voz baja.
“El Juanjo”, como buen yonquí que se precie, esta a “rolex y a setas”, vamos, que no pierde detalle aunque aparentemente esté a su rollo. A este antiguo pieza – estudié con él de pequeño- con más antecedentes que pelos en la barba, con un par de años de talego, atraco a tres farmacias, dos joyerías, incontables coches y no pocos palos callejeros, algo no le cuadra de la escena.
Mientras se quita las gafas de sol se acerca, despacio pero firme; hombros tensos, mirada aparentemente perdida y con una idea fija. Sin mediar palabra pilla al líder de la pandilla por la oreja y lo saca a tirones del columpio, luego se lo acerca a la boca y le dice cuatro cosas. Después, y tras darle un buen collejón, lo lanza con fuerza a sus colegas, blancos, asustados, inmóviles.
- “Y ahora os largáis, payasos”- grita “el Juanjo”, mientras los niñatos, dicho y hecho, se marchan, apurados.
El Juanjo mira a la mujer, se pone de nuevo las gafas de sol y se va, rumiando palabras indescriptibles, con sus amigos.
- “El respeto, colega. El respeto. No te jode. Tronco, que yo siempre que la he “liao” fue por sacar algo, no por putear ¡Pringaos de mierda!

Y si, como dice el bueno del Juanjo, el respeto es el respeto, y no esta reñido con tus vicios, tu manera de vivir o tus agallas. Y ha tenido que ser él, precisamente él, con su pasado- y dudoso futuro-el que hizo lo que los demás, los “normales”, no nos atrevemos o molestamos en hacer.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
25-04-2013 14:22

UN ENCUENTRO

Yo, entonces, no tenía fe. Ni la buscaba. Quiero decir con esto que no fueron razones religiosas ni trascendentes las que me movieron a iniciar el Camino de Santiago. Fueron, simplemente, razones de reto personal ante el esfuerzo de recorrerlo; razones emocionales de conocer, a pie y con dificultades, aquellos paisajes de España que iluminaron las plumas de Machado, Azorín, Unamuno… Y, porqué no reconocerlo, una pizca de curiosidad cínica de saber si aquella experiencia era, como la calificaban tantos, una experiencia mística.

Quería haber iniciado mi Camino desde París, a los pies de Saint-Jacques, como los peregrinos de las Cruzadas. Mis limitaciones de tiempo y presupuestarias me hicieron eliminar todas las etapas francesas.La ermita del Somport fue mi punto de salida. Una temprana nevada había cubierto de blanco aquellas agrestes cumbres, como premonición de un viaje de paz y hacia la paz. Las primeras jornadas fueron duras: los Pirineos, mi falta de forma física, las dudas del principiante sobre los porqués de aquella aventura... Poco a poco me fui normalizando. Las jornadas fueron desgranándose: el encanto de las rotundas tierras de Navarra; la fértil Rioja; Burgos, cabeza de Castilla. Y, hacia la mitad del Camino, las tierras mesetarias de Palencia, con la majestad de su románico. Tierras llanas, de cereal, ahora en barbecho y, muchas veces, yermas. Pueblos semiabandonados, con el crucero y el cadalso en su entrada. Ruinas. Y los omnipresentes chopos de Castilla. Hileras interminables de árboles místicos, casi desnudos ya de su dorado follaje otoñal, que parecían tal que filas de penitentes, tenazmente fijados a aquellas tierras que tantas razones les daba para sus penitencias.

 Había decidido hacer el Camino sin apenas recursos materiales: mi mochila, con dos o tres pares de calcetines, dos ponchos militares para vivaquear y escasos alimentos. Quería vivir la experiencia de la manera más próxima a como la vivían aquellos peregrinos medievales, movidos por su fanática fe, en remisión de sus penas.

No pensaba utilizar albergues ni posadas. Aunque el tiempo ya era frío –estábamos en el equinoccio de otoño- yo era un hombre robusto y disponía (único lujo) de un excelente saco de dormir y un par de fuertes y cómodas botas para la marcha. Aquella jornada había sido suave, de apenas 30 kilómetros llanos. De manera que a media tarde, con el sol aún alto, me disponía a encontrar un lugar para pernoctar. Lo encontré junto a una fuente, resguardada por un sólido muro de piedra y, cómo no, arropada por un grupo de altos y desnudos chopos. Sentado a su vera me dispuse a mondar una manzana y a tomar un puñado de olivas, únicos componentes de mi frugal cena. Sobre la mochila, abierto, un ejemplar de “Elegías de Duino”, de Rainer M. Rilke, mi alimento espiritual de aquellas jornadas.

El ruido de unos pasos me hicieron volver la cabeza hacia el camino. Un hombre alto, joven,de cabellos rubios hirsutos y barba asimismo rubia y descuidada, con el mismo atuendo desharrapado de peregrino similar al que vestía yo, se acercaba. Me levanté para saludarle y ofrecerle la paz, como era la costumbre. Se paró a cierta distancia y con su mano libre –en la otra llevaba el bordón con las enseñas- me señaló un cartel que pendía en su pecho: “VOTO DE SILENCIO. POR FAVOR, NO ME HABLES”. Con la mano le hice señas para que se sentase a mi lado y compartiese mi cena. Una hogaza de pan duro y un pedazo de queso salieron de mi mochila y los puse a su disposición. Me aceptó, siempre en silencio, un trozo de hogaza y me rechazó el queso. Yo, sentado frente a él, comencé a leer mis poemas de Rilke y el extranjero (sus rasgos denotaban a alguien de origen nórdico) se sentó en la postura del loto, extrajo un rosario y pareció comenzar una profunda meditación.

Cayó la noche y el frío arreciaba. Yo hice ademán de retirarme a dormir. Él, cortésmente, se levantó para despedirme. Le tendí la mano al tiempo que le ofrecí uno de mis dos ponchos. El peregrino se acercó a mí y me miró con una mirada profunda y casi sobrenatural. Una sonrisa sutilísima se dibujó en su fina boca. En lugar de tomarme la mano, me abrazó suavemente y me besó en cada una de mis sucias mejillas. Sus ojos, de una energía y una ternura que nunca había conocido en ningún otro ser humano, brillaban en la oscuridad de la noche, acompañando a su sonrisa. Yo, emocionado, respondí a su tierno abrazo con otro mucho más fuerte. Su cuerpo era enteco y su recia osamenta se percibía somera bajo su piel. Tendí mi poncho y sobre él mi saco de dormir. Mi compañero hizo lo propio, pero vi que sólo disponía de una débil manta para arroparse. Siempre en silencio, monté con ambos ponchos mi vivac y le indiqué que durmiese dentro, junto a mí. Con su elegante suavidad de movimientos entró en la improvisada tienda, se envolvió en su manta y, pronto, un rítmico respirar indicó que había conciliado el sueño. La estrechez del habitáculo hacía que nuestros cuerpos estuviesen muy juntos, lo que nos aportaba el calor animal necesario para combatir el frío del exterior.

Mirando hacia el cielo a través de algunas uniones abiertas en los ponchos veía el inmenso cielo castellano, con todas las constelaciones brillando en una epifanía gloriosa con la que algún ser sobrenatural enmarcaba la emoción de aquel encuentro. Finalmente me dormí. Desperté en la madrugada, aterido de frío, con las líneas rosadas y paralelas de la aurora delineando el horizonte matutino. Hacia el poniente, la oscuridad aún era total. Mi ocasional compañero había desaparecido: Sobre la mochila, cuidadosamente sujeto, un papel doblado me llamó la atención. Encendí la linterna y leí, escritos con elegante caligrafía y en un castellano correcto, la traducción de los primeros versos de las “Elegías de Duino”: “¿Quién, si yo gritara, me oiría desde las jerarquía de los ángeles?/Y aun en el caso de que uno me cogiera de repente/ Y me llevase junto a su corazón: yo perecería por su existir más potente./ Porque lo bello no es más que el comienzo de lo terrible/ Justo lo que nosotros, todavía, podemos soportar./ Y lo admiramos tanto porque él, indiferente, desdeña destruirnos./Todo ángel es terrible”. Y después, “Que Dios guíe tu camino. Ulrich”

Yo, entonces, no tenía fe. Ni la buscaba. No encontré la Gracia, pero supe que un Ángel había estado conmigo aquella noche. Por ello encontré, a cambio, mi fe en el Hombre, como predicado más excelso de la Divinidad.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
25-04-2013 01:01

HAZ BIEN Y NO MIRES A QUIEN.

Un día lluvioso y frío, cuando conducía por la ruta habitual de vuelta de su trabajo, divisó a una mujer cuyo vehículo averiado estaba detenido en el arcén de la carretera y paró su viejo coche delante del de ella. La señora lo miró preocupada al ver que se acercaba, quizá por el astroso aspecto de sus ropas, debido a sus escasos recursos para comprarse otras.

Él se dio cuenta de que tenía miedo e intento tranquilizarla:
-Vengo para ayudarla señora. Entre al coche. Así no se mojará mientras veo qué puedo hacer.

Solo se trataba de un pinchazo en un rueda, que para la mujer era una situación difícil. Colocó el gato hidráulico en su lugar y procedió a cambiarla por la de recambio. Estaba terminando de apretar los tornillos, cuando la señora bajó el cristal de la ventanilla y comenzó a hablarle. Le contó que estaba de paso hacia su ciudad, y que no sabía como agradecerle su ayuda. Que hacía, más de una hora que estaba allí sin conseguir que nadie parase para ayudarla. Pero al ver que se aproximaba, como no tenía buen aspecto, creyó que era un hombre famélico con intención de robarla.

Le preguntó cuánto debía pagarle, y él le dijo que nada. Sonrió mientras cerraba el portón trasero del coche después de guardar la rueda pinchada y las herramientas y se presentó:
-Me llamo Fernando, y ha sido un placer ayudarle.
-Mi nombre es Elena, y siempre le estaré agradecida.

Fernando tenía el convencimiento de que ayudar a alguien que lo necesita es lo que se debe hacer sin discriminar a nadie. Así que le dijo a la mujer que si quería pagarle, la mejor forma era que la próxima vez que viera a alguien con necesidad de ayuda y pudiera dársela, lo hiciera de manera desinteresada, y que en ese momento, pensara en él.

Esperó a que la mujer se fuera. Había sido un día frío y duro, pero se sentía bien. Ayudar a quien lo necesita, siempre le da satisfacción. Subió a su coche y se fue.

Unos kilómetros más adelante, a la entrada del pueblo, la señora vio un pequeño bar. Como tenía mucho frío, pensó que una taza de café caliente le reconfortaría, y se detuvo.

Era un lugar diminuto. Una afable camarera se le acercó y le dio una toalla de papel para que secara su cabello empapado por la lluvia. Tenía un rostro agradable y sonriente. Una agradable sonrisa que no se borraba. Notó que la camarera estaba en avanzado estado de gestación y supuso que estaría cansada. Sin embargo, su situación no le hacia cambiar su simpática actitud. Reflexión sobre cómo, gente que vivía con tantas carencias, podía ser tan generosa. Entonces se acordó de Fernando...

Al terminar su café, pagó con cien euros. Cuando la camarera regresó con el cambio, comprobó que la señora se había ido. Intentó alcanzarla pero ya no estaba. Y al pasar junto a la mesa, vio una servilleta de papel escrita junto a otros dos billetes de cien euros. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota que decía: "Cuando tuve necesidad, alguien me ayudó como ahora te estoy ayudando porque creo que lo necesitas. Si quieres ser agradecida, no dejes de auxiliar a quien te pida ayuda o creas que la necesita. Sigue dando bondad como haces con tu agradable actitud."

-¿Cómo podía saber aquella mujer, las necesidades que tenían ella y su esposo, y los problemas económicos que estaban pasando, ahora más, con la llegada del bebe? -Pensó Laura.

Cuando regresó a casa después de terminar su largo día de trabajo, llegó muy contenta, lo que no era habitual, por lo mucho que trabajaba para ganar un mísero sueldo. Su marido le preguntó el motivo de su actitud tan alegre y ella le contó lo sucedido y le leyó la nota. Y acercándose suavemente hacia él, mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído... "Todo va a ir muy bien con el niño, con este dinero podremos alimentarlo bien durante un tiempo. Te quiero..."

Fernando sonrió, abrazó a Laura y dijo: sí, ha sido un día de suerte...



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
caizán
caizán
18-04-2013 23:21

SER RESPONSABLE

Coco siempre fue un alumno travieso. Se había instalado en la mente de sus compañeros y, lamentablemente también de la maestra; que él era autor de todas las travesuras o picardías que ocurrían en clase.
Daniel era el polo opuesto, buen alumno, serio y poco proclive a las bromas o picardías a las que Coco era afecto.
Pero era un niño, y como tal, se le ocurrían cosas que nunca llevaba a cabo, no por miedo; por respeto y convicciones que le inculcaron en su hogar.
Sobre el escritorio de la maestra había un pequeño florero de porcelana china, regalo hecho por su madre el día que comenzó su actividad profesional. Siempre tenía un clavel, le recordaba a su progenitora muerta.
Ella escribía un problema en el pizarrón, de espaldas a la clase. Daniel hizo una bolita de papel; con una bandita de goma fabricó una hondera, le apuntó a la espalda y disparó.
No tuvo suerte. El proyectil alteró su destino. Golpeó en el florero, lo volteó y se rompió
La maestra giró, con la tiza en la mano. Visualizó el desastre e inmediatamente, increpó a Coco
--¡Levántese Martínez! ¿Por qué hizo eso?
Coco bajó la cabeza y no dijo nada. Daniel temblaba. Jamás pensó que algo así pudiera ocurrir. El miedo lo paralizó. Mientras tanto, Coco era el centro de la clase. Nadie hablaba. Era el culpable perfecto, otra picardía a las que era adicto.
--Martínez el silencio no hace más que confirmar su culpa. ¿Dígame: por qué?—la maestra tenía los ojos acuosos y el gesto adusto.
--Martínez – que lo llamara por su apellido era un mal síntoma – si no me contesta, tendré que enviarlo a la dirección y pedir su suspensión y, eventualmente, su pase a otra escuela.
Coco se paró y emprendió el camino a la puerta del aula, sin decir nada. La maestra dejó la tiza y ambos salieron para la dirección; en el aula se armó una batahola de comentarios. Todos creían que Coco era culpable. Daniel sabía que no, pero no se animó a decir la verdad, jamás pensó que algo así le ocurriría, un alumno prolijo, educado, estudioso; el primero del grado.
Cuando regresó la maestra, todos preguntaron por Coco; querían saber el castigo.
---Por ahora, se le aplicó una suspensión, hemos llamado a la madre para que lo venga a buscar, posiblemente le den pase a otra escuela. No entiendo su mutismo. ¡Basta!. Chicos, vamos a seguir con el enunciado del problema – tomó la tiza y siguió escribiendo en el pizarrón.
Daniel comenzó a llorar en silencio, los vecinos de banco creyeron qué era por Coco. Era. Por ser inocente y tener el coraje de no decir nada; y su cobardía, al no afrontar la responsabilidad.
La clase terminó, los niños formaron en el patio. En ese momento la mamá de Coco entró a la escuela. En la puerta del colegio, Daniel se detuvo junto a la maestra y le dijo:---Necesito hablar con usted, para explicarle lo que ocurrió hoy ¿podemos volver a entrar?
--Sí. Daniel. Pero no quiero que te angusties por Coco. No permitiré que lo echen. Le darán un susto, nada más.
--Coco no hizo nada, señorita.
--- ¿No fue él?
--No. Señorita – se echó a llorar, no podía parar. La maestra intuyó y lo abrazó—Fui yo ¡Fui yo! ¡Discúlpeme! No quise hacer eso, le apunté a usted y le pegué al florero. No puedo dejar que Coco, por no hablar ni defenderse, sea castigado. La única vez que hago una broma, termina siendo una tragedia.
La maestra emocionada, le replicó.---No es ninguna tragedia, es un accidente qué quizás exageré. Creo que ambos le debemos una disculpa a Coco. Vayamos a la dirección para que su madre sepa la calidad de hijo que tiene; travieso pero valiente y que su amigo Daniel lo quiere y acepta su responsabilidad. Me parece que hoy, es un gran día para Coco, Daniel y, sobre todo para mí. Las cosas no pueden valer más que las personas.
Ambos abrazados, fueron a la dirección.
JSM

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
16-04-2013 01:13

Apreciados amigas y amigos. En esta etapa han sido 8 relatos excelentes todos. Hemos superado el record anterior que fueron 7. Creo que debemos felicitarnos por la cantidad y por la calidad.

Gracias a todos por vuestra aportación y vuestros comentarios en general, y por los que a mi texto se refieren.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Ana Alonso
Ana Alonso
12-04-2013 21:14

OTRO CIELO

Un cielo como los de Goya lo acompaña; se desploma, de cobre, por el poniente, mientras camina con su atadito bajo el brazo hacia el refugio. El recorrido por las calles es el mismo de siempre. No hay en él ni condes ni princesas junto a pequeños seres marginales, pero si manadas de gente indiferente que se mueven a su lado sin mirarlo. Los pájaros que se despiden del día le ponen un marco dorado al eco de sus pasos. Un dado de siete caras salta del cubilete y empieza a girar para que su suerte, que ya está echada, llegue a sumar un número que no le reste color a los murmullos de la noche.

El niño se duerme al fin. Los cartones se algodonan bajo su cuerpo. Los diarios húmedos sueñan ser sábanas recién planchadas. El viento que se filtra por las hendijas se detiene unos instantes a mirarlo, y se va sin tocarlo. La luna, que se deshilacha en las rejillas, quisiera bajar a besarlo, pero tiene miedo de enfriarle la cara. Los ruidos callan, el silencio se hace un ovillo y rueda a acurrucarse entre sus manos. Ya no hay olores. Ya no hace frío.

El sueño lo abriga como una manta, y la noche lo rodea con sus brazos. Por unas horas será apenas un niño. Cuando despierte, tendrá que ser un lobo o una oveja; un anzuelo o un pez; deberá calcular, sospechar, intuir, acomodarse a la forma de cualquier viento que sople para llegar lo más entero posible a la próxima noche. Nueva vuelta de página, con la certidumbre de haber ganado otra batalla, hasta el día en que ya ni el sueño lo ampare. Con suerte, antes de que eso ocurra, tal vez logre crecer.

Des
Des
11-04-2013 16:34

¿ Qué te retiene aquí?

Te tratan como un cadáver y cuando mueres se arma un revuelo mediático, una conmoción que no dura más que el rato que se lee o se escucha la noticia , no dura más que el morbo de ese día , después se olvida.

Mi compañero murió este amanecer .

Causa oficial de la muerte , hipotermia.

En la calle hace mucho frío, llevaba meses enfermo, caminaba con dificultad , llamé varias veces a Urgencias, pero él se negó a ser asistido, tenía 47 años pero parecía tener muchos más.

Causas de su muerte , muchas y alguna más.

No tenía casa, no tenía nada que comer, no tenía ropa limpia para vestirse, no tenía un lugar para asearse, no tenía un hogar, un amor, una ilusión .

“La tristeza del alma puede matarte mucho más rápidamente que una bacteria”.

Anoche me hablo de su familia , de las sopas que le hacía su madre en Ucrania , hubo un tiempo en el que tenía salud, fuerzas para seguir luchando, cariño a su alrededor, se acordaba de cuando se sentía protegido, de su primer amor ... lloraba, yo estaba callado , a su lado ,intentando no contagiarme de sus recuerdos en una noche sin luces, sin sonidos.
Le hubiera querido regalar su pasado , el poder estar con su familia, un mundo mejor.

Nadie entendió que tenía cosas que aportar, nadie entendió que se puede seguir soñando desde una acera, nadie lo va a reclamar .

Ya está aquí la policía, la ambulancia del 061, pero es tarde, Vasyl ya no opone resistencia , se ha ido, ha abandonado sus pasos perdidos y no lo volveré a ver nunca .

Me están preguntando - “ no sé”- finjo indiferencia, sus voces me llegan desde muy lejos, me tiemblan las manos, mi tristeza se convierte en mi porvenir, el cielo es negro, mis palabras flotan hacia la nada detenidas dentro de mi cabeza.

Una enfermera me pregunta si me encuentro bien, si necesito algo, bajo la cabeza y le digo en voz baja -“ regresar …” - me toma las manos con sus guantes azules , me mira con ojos de agua , la están llamando, se tiene que ir, me deja una tarjeta con una dirección “Oficina de voluntariado y cooperación” la guardo en mi bolsillo y me voy sin mirar atrás.


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