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jota jota
jota jota
11-05-2021 03:54

Una insólita invitación

Se mira al espejo y se encuentra corriente, ramplón, burdo y hasta tosco. En esas condiciones no puede ni debe hacer promesas, por eso se inhibe y no se compromete a establecer una relación. Se castiga, sabe que se anticipa a una posible negación y es probable que se equivoque, pero no quiere correr riesgos, el miedo lo paraliza. En la penumbra retumban sus sospechas y se repiten con el eco exponencial de una particular acústica sus recelos, esas figuraciones suyas finalmente se traducen en una irracional desconfianza así mismo, desconfianza que lo ha empujado al silencio, a la soledad, a la tristeza, a la desolación, a un estado de aislamiento que inevitablemente lo lleva una y otra vez a querer quitarse la vida.

En esa permanente huida sus pasos sin rumbo lo trajeron a esta orilla impasible frente al imponente mar. En aquellos días primeros, con la mirada perdida en ninguna parte, sin inmutarse, firme ante la resonancia atronadora de las piedras, que repiten los roncos rugidos de las olas cuando castigan la playa y diluyen la fuerza de su corriente en espuma, mira hasta la ceguera esta inmensa y sobrecogedora masa de agua y en ella encuentra la aridez, la desolación que vive.

Los recuerdos desfigurados con el paso del tiempo lo llevan a estas mismas arenas, a donde llegó cinco años atrás con sus aprensiones de siempre, nunca esperó encontrar unos ojos que se fijaran en él, es incapaz de anticipar la aparición del afecto, pero contraviniendo su pensamiento ella llegó vestida de mar y sin promesas, ni compromisos, ni dramas y se encontraron una única y última vez en la tristeza.

El no supo su nombre, ni la dirección o el rumbo que llevaba y en ese mismo momento la perdió, el miedo ganó esa partida y lo lamenta, como también lamenta su vida. Con porfiada insistencia ese momento aparece nuevamente en el recuerdo y es aún mayor la necesidad intensa de querer quitarse la vida, hoy ha tomado la decisión finalmente y comienza por despedirse.

Se despide del mar, del recuerdo de esa mujer que pudo cambiar su vida y el miedo le negó esa oportunidad. Camina con pasos lentos por calles conocidas, una corriente de aire otoñal lo envuelve con la promesa cierta de fríos intensos, no puede anticipar la caída de las hojas, pero recuerda que cubren las aceras y se convierten en ese bronce tornasolado que se deshace con las prisas cuando pisa, pasa frente a una iglesia y desde la acústica del campanario clama la casa de Dios por los bienaventurados. Una sonrisa aparece en su rostro al pensar: esta es la casa en donde los fieles y los infieles se dan la mano y se desean la paz en un intento para evitar el castigo divino. La desolación de la nada, esa amenaza creciente del castigo divino con la que creció hasta hoy le ha impedido cumplir con el deseo creciente de quitarse la vida.

Con la idea fija de su determinación tomada, atraviesa en su despedida final los mismos lugares corrientes que ha frecuentado durante estos cinco años. Asoma la callada promesa de no cumplir su deseo, de evitar en trance de quitarse la vida si hoy logra encontrar un gesto de amistad desinteresada. Como en todos sus actos, de antemano anticipa la respuesta y por eso se encamina al final de la tarde a la estación, para despedirse de esta vida entre los anuncios de salida y llegada repetidos de los parlantes, su acto será también de salida y de llegada a lo desconocido. No puede mantener por más tiempo el castigo diario en medio de su desolación sin medida.

En la sonora caja de resonancias en que se convierte la noche tan desolada como él mismo, oye su nombre pronunciado a viva voz desde la otra acera y se sorprende, el llamado que nunca esperó se cumple, quizás los designios de un Dios finalmente logran detener su determinación de quitarse la vida. Un hombre con un gesto que parece corriente lo llama, este gesto lo detiene, es una promesa fraterna amistad desinteresada es la señal que le niega la posibilidad de cumplir con su decisión de desaparecer de este mundo. La última persona que pensó encontrar lo llama a conversar esta noche en que finalmente se dirigía a cumplir su deseo.

Francisco Javier Zúñiga, el hombre que desde la otra acera lo llama es un bacán, siempre rodeado de amigos y hermosas mujeres, por extraño que parezca hoy se encuentra solo y lo llama a sentarse a su lado. Por un momento pensó en castigarlo con la indiferencia del silencio y seguir adelante a cumplir su cometido, pero no pudo evitarlo, la grosería y la mala educación no son parte de su conducta y se acercó y se sentó a su lado.

Francisco Javier Zúñiga lo miró detenidamente y preguntó.
¿En qué piensas?
Pienso continuamente en quitarme la vida, respondió con crudeza y con la absoluta seguridad de llevar a la realidad ese oscuro pensamiento algún día.

¡Yo también! Dijo Zúñiga y agregó con sinceridad, pero me detiene el miedo. Zúñiga no sospecha que hoy le ha evitado ese tránsito con el simple gesto de llamarlo y el deseo de quitarse la vida queda aplazado hasta una próxima oportunidad.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
10-05-2021 13:40

¿SUEÑO O REALIDAD?

Hace tiempo leí un excelente relato de Hermann Hesse, “Rastros de un sueño”, un conjunto de doce , cuyo título se corresponde con el del primero de ellos, en los que recrea vivencias, experiencias y todo un mundo interior propio de un escritor de su talla. Apenas recuerdo sus argumentos por lo que este sueño, o asunto onírico al que hoy me enfrento habrá de hacerlo sin asideros ni referencias. Bien es cierto que aquel relato hessiano es una declaración de impotencia, de limitación, de reducción del artista, en este caso escritor, a sus meras potencias humanas, nada de encumbramientos olímpicos.
Y así, con esta cura previa de humildad, referenciada en la de un gran escritor por el que siempre he sendido una gran admiración, trataré de hilvanar algunos párrafos con los que superar este nuevo reto quincenal.
El día, como casi todos los que le habían antecedido y, seguramente, como todos los que le sucederían, había sido terriblemente monótono y aburrido. Un amorfo animal gris moviendose en el interior gris de una jaula limitada por paredes grises y un techo que desde hacía ya algún tiempo, era el cielo gris y plomizo de aquel territorio sombrío. Parecía que el tiempo atmosférico y con él mi devenir en este lugar se hubiesen ido diluyendo en una bruma grisácea, en la que se anulaban las dimensiones físicas. Era, parecía, como un aislado momento indefinadamente extendido, sin alteraciones ni cambios de perspectiva, ni que pareciese tener solución de continuidad con acontecimientos futuros.
Y sin embargo yo era consciente de que a lo largo de ese tiempo intemporal sucedían cosas, latía la vida en otros cuerpos o almas, la Historia seguía con sus azares y eventualidades. Pero yo había sido excluído (o yo me había excluído por algunas razones que no podía ahora concretar) de participar en ellos.
Una sucesión de acontecimientos, al parecer interminable, pero no infinita puesto que yo mismo soy un ser finito, pasaban por mi lado sin el menor roce, sin que produjesen en mi cotidianidad la menor alteración. Ni ruido de timbres, ni teléfono, ni la indecorosa intromisión de la radio o la televisión en mi intimidad. Yo vivía solo con mis ensoñaciones y mis libros y de ellos apenas salía para ejercer las funciones propias que me permitían seguir físicamente vivo ¿Vivo? Si a un vegetal puede llamarse ser vivo (y lo es) yo era un vegetal que apenas necesitaba más que una atmósfera respirable para vivir. Aunque forzosamente estaba vinculado a una cierta profesión que no me satisfacía en modo alguno.
El final de uno de aquellos espacios temporales a los que ningún reloj, campana de iglesia ni ningún otro sistema de medición del tiempo acotaban, tan sólo ese reloj biológico que determinaba el momento de mis comidas, de mis abluciones, de mi retirada hacia el sueño inalcanzable, cuando el pedazo de cielo que entreveía a través de la atmósfera brumosa que me servía de techo se llegaba a oscurecer mis cansados ojos, resecos, con sus lacrimales áridos e improductivos, pedían un poco de oscuridad más intensa. Y entonces un extraño sopor se apoderaba de mí, una cierta laxitud relajaba mis tensos músculos y... dormitaba.

“... eran ellos aunque no los conocía, o no los recordaba. En el húmedo sótano en obras, había que transitar sobre montones de barro, entre materiaeles apilados, esquivando máquinas y extraños aparatos con los que al parecer se estaba construyendo aquel extraño edificio. Me incorporé al grupo pero nadie pareció advertir mi presencia, aunque había sido convocado en mi calidad de experto en cimentaciones especiales. El sótano en obras estaba pobremente iluminado por algunos focos electricos. Rampas, suelos a diferente nivel, amontonamiento de escombros y sobrantes de excavación, hacían dificil situarse respecto al conjunto de la obra. Recordaba vagamente haber dejado mi coche (¿ o había venido en autobús?) en el rincón de un garaje situado en algún nivel superior...”

Un fuerte estremecimiento me hizo volver al mundo real, a aquel otro mundo en el que los objetos adquirían formas, en el que el aire casi sólido me transmitía algún frescor y un cierto aroma de flores. Me había adormilado sobre el libro que estaba leyendo, como era habitual en mí. Como si el mundo interior de aquel libro me absorbiese y me incorporase a su virtualidad. La parte anímica de mi cuerpo se desprendía de su materialidad y se adentraba en aquel otro conformado por las letras, los párrafos, las ideaciones de “el otro”. Yo vivía hace tiempo en “otros”, de los que desconcía todo, todo salvo los mundos a los que me llevaban con sus creaciones.

“... alguien propuso aplazar la reunión para después del almuerzo. Había un cierto restaurante próximo en el que eran muy bien atendidos...todo en ese ambiente siniestro de semioscuridad y aparente ruina en el que nos encontrábamos. Pero las palabras que se pronunciaban no tenían sentido alguno para mí, eran como ecos vacíos de ruidos extraños, ajenos a aquella situación ...”

Hambre; sentía un hambre atroz, no recuerdo cuando fue la última vez que comí algo, ni que compuso mi ingesta. Esa fue la razón, el hambre animal, que me desveló. Porque esas eran las llamadas de atención que eran activadas por las necesidades fisiológicas; todas incardinadas, entrañadas, en mis sueños o duermevelas. Naturalmente mi frigorífico estaba vacío, desprovisto de todo alimento que mínimamente me resultase apetitoso y reconfortante. Y a estas horas, a las horas que yo suponía que eran, todos los establecimientos de los alrededores estarían cerrados. Pero... ¿hasta qué punto mi realidad era la realidad “real”, aquella cuyas dimensiones y pautas definían y ajustaban la actividad de los hombres? Hacía ya tiempo, una duración de tiempo indefinible para mí, en la que no sabía si vivía en un sueño o soñaba mientras vivía.

“... subí a través de una de las rampas de barro hacia una plataforma más elevada, en la que suponía debía encontrarse mi coche (de nuevo la duda: ¿había venido en autobús? Recordaba amplias avenidas, bloques de viviendas de apariencia lujosa, comercios con bellos escaparates muy iluminados. Creía recordar aquellas calles, aquella ciudad; pero no sabía si estaba allí de paso o ciertamente vivía en ella. Los amplios cruces de las calles me resultaban familiares, aunque no sabría situarlos respecto a mi área habitual de residencia...”

Me revolví inquieto en mi cama; sobre mí, a través del lucernario del techo, el cielo plomizo amenazaba lluvia. Miré el reloj pero recordé que hacía tiempo que no funcionaba; siempre olvidaba recargarlo y actualizar la hora. Había perdido ya el sentido de los días y de las horas. Vivía en un sueño que ni siquiera era un verdadero sueño; una especie de realidad adimensional me servúa de marco difuso e indefinido en el que se desenvolvía mi ¿vida, mi sueño? Cogí nuevamente el libro que eestaba leyando, “Antología de cuentos fantásticos y de terror”, de Jorge Luis Borges,Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, una edición en rústica antigua y bastante deteriorada. Me apetecía leer este tipo de literatura que además de una temática muy afín a mi sensibilida de estos días, era fragmentada en cuentos disímiles; no tenía capacidad para la lectura continuada de una obra compacta. Abrí el libro al azar y leí: “Debo a la conjunción de un espejo y una enciclopedia el descubriniento de...” Enseguida me volvió la modorra, ese permanente estado de duermevela en el estaba sumergido permanentemente. Uqbar, Tlön... mundos fantásticos, creaciones de la imaginación poderosísima de autores tan venerados por mí. ¿Viviría yo en alguno de esos mundos extraños, disfraz de realidades inaccesibles para una una imaginación común?

“...la garita del vigilante estaba frente a mi. No recordaba aquella planta que, efectivamente, debería pertenecer al garaje en el que dejé mi coche. El vigilante notando mi atolondramiento se dirigió a mí. ¿Su coche? Creo que lo he visto en la planta inferior, junto a la entrada de los trasteros... El pavimento color verde, las franjas habituales que definían los zócalos, las plazas de aparcamiento, todo me era reconocible y familiar; anduve el camino de regreso a la planta inferior, a través de escaleras de difícil diseño. Mi coche... pero ¿cómo era mi coche? No recordaba ni su marca, ni el modelo ni su color. Y desde luego, tampoco su matrícula. Anduve, anduve y una especie de terror, de vacío, empezó a apoderarse de mí...”

Alguien llamó a la puerta del apartamento contiguo. Insistieron algunas veces, pero nadie abrió. Me angustió la posibilidad de que pudiesen llamar a mi puerta. Tampoco abriría. He de bajar a la calle, necesito algo de comida, recuperar algo del contacto con esta sociedad que me rehaza y a la que visceralmente rechazo. Vivo en el centro más humano de esta gran ciudad deshumanizada; tengo a mi alrededor todos los establecimientos que necesito para una subsistencia casi eremítica. Los rascacielos, las áreas de negocio, los parques tan artificiosos y ausentes del sentido de la naturaleza, están lejos de mi vivienda. Apenas hay circulación rodada; tan sólo -y este es otro referente de mi rudimentario calendario- los fines de semana se producen aglomeraciones de gente que busca diversión y ruido.

“ ...de nuevo en la calle, deslumbrado y aturdido por el contraste con el silencio y oscuridad del sótano; hemos dejado los asuntos que nos cnvocaron para una nueva reunión, aunque mi cabeza no ha registrado palabra alguna. Poco a poco los participantes se han ido disolviendo, se han desleído en el húmedo ambiente, tal vez sean ahora parte del fango del suelo. ¿Cómo recuperé mi coche? Lo ignoro, pero ahora estoy a punto de incorporarme al tráfico agobiante de esa parte la ciudad. Frente a mi enormes edificios cúbicos, con ventanas regularmente distribuídas, edificios sin estiulo ni personalidad, posiblemente bloques para oficinas. Próximo está el cruce con otra avenida de mayores dimensiones; y yo desconozco el camino a seguir hasta mi casa, en el recoleto centro de la parte antigua de esa ciudad, de la que tampoco conozco su nombre. Mi conciencia es una conciencia de pesadilla... giro a la derecha y me absorbe la vorágine del tráfico... Sin solución de continuidad me encuentro en mi domicilio. Un estado de calma y tranquilidad me abraza amorosamente...”

A través del lucernario compruebo que el cielo se va iluminando, aunque creo que la bruma sigue revistiendo los volímenes de la ciudad. Sobre mi mesa de trabajo algunas notas. “Hoy (¿hoy?). A las 10:00 reunión con X sobre el proyecto de Y. Comida con Z en H, a las 14:30” Las nieblas de mi mente me impiden asociar estas notas con mis actividades cotidianas. Proyectos, comidas de trabajo... Vagos recuerdos de mi estancia en el sótano en obras... Una realidad que no reconozco y que se me aparece fragmentada, desencajada...soñada... ¿Estoy despierto?

jota jota
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09-05-2021 22:19

El agudo tono de la figura

Es sábado, comienza la mañana y está por terminar la primera semana del mes de mayo, desde mi ventana se extiende la primavera y los vientos que ayudan a los gansos a cumplir con su migración anual también juegan esta mañana con las ramas de los árboles, que se vistieron con los soberbios verdes de otras primaveras similares.

Uno de mis amigos me envía un texto con la condición expresa de que le comente mi parecer, mi amigo permanece entre las rejas de la prudencia y necesita la llave de la seguridad para asomarse a la salida y escapar de su propio encierro. Yo leo por el placer de leerlo, por pasearme entre las palabras y las imágenes y es precisamente una imagen que mi amigo logró entre líneas, lo que me permite esta respuesta, este divertimento.

Que palabras maravillosas conjugan esta imagen tuya con las que podemos especular mil historias sobre una “figura aguda”. Podemos por ejemplo imaginar, que es tan aguda la figura que hasta parece una aguja, que nos vigila y reprueba desde su ojo único, desde su afilado y estricto dictamen, una aguja de punta afilada.

Peligrosa y puntiaguda puede ser tu figura, que debiera llevar tilde como advertencia de riesgos, de injurias, de graves heridas, pero a falta de acento permanece con un ojo abierto y cuando le falta el ojo, es una aguja quirúrgica y hueca y salva vidas tu aguda figura de aguja.

Para no crear confusiones y poder ser usada sin distorsiones tiene tu figura aguda otros rasgos caracterisicos, pero es tal la agudeza de la figura, de esta aguda figura tuya, que adolece de acentos y expectantes espectadores, agudos y atildados unos, otros de extravagante figura, oyen un salmo de tonos agudos, el salmo lo acompaña una muy aguda mora con la percusión de palmas sonoras, es hermosa la mora con sus cabellos sueltos y negros, orgullosamente disparados contra la noche.

Agudo el personaje, agudos los cabellos, aguda la voz como aguja bajo la luna, que vestida está de plata tu figura y también la luna y es el juego de tus agudas palabras que nos permiten acentuar su oscura belleza.

Al final, atentos y expectantes oímos con asombro los límites exactos de esa hermosa balada olvidada, que nos dibujan las agudas figuras de una boda brillante y pura de tu texto.

jota jota
jota jota
09-05-2021 22:15

Mi querido Rodrigo. Borges decía que los textos son creaciones inacabadas, yo lo compruebo cada día, tomo un texto, de aqullos que escribí y publiqué en esta misma Rayuela nuestra, lo reviso con seis años de diferencia, encuentro detalles mal escritos e intento mejorarlo, al terminar lo pblico de nuevo, y es una manera de mantenerme activo en el oficio. Yo vivo haciendo trampas contra mi propia desidia. Un abrazo. Sobre el próximom compromiso, solamente tienes que escribir uno de tus sueños, si acaso no los recuerdas pidele a tunesposa, omalguno de tus hijos, incluso a los nietos. Tenemos la faciñlidad de escribir, de eso no puedes tener ninguna duda. Yo sigo haciendo lo que te digo y publicando a ver si los arrastro. Por cierto, en estos días releyendo a Cortazar me encontré con un texto que tituló -Conducta en los velorios- Te recomiendo le des una lectura.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
08-05-2021 19:22

Con gran satisfacción, pero también con una cierta
necesidad de entonar un "mea culpa" compruebo que nuestro querido compañero, J.J., está monopolizando la actividad literaria de este portal, nuestra entrañable Rayuela. Y digo lo de entonar un cierto "culpa" porque tanto yo como algún otro compañero, pongamos por caso a Gregorio, podría, podríamos arrimar un poco el hombro y escribir algunos post. Pero dejemoslo así. J.J., además se prodiga en otras páginas, tanto en Facebook, Letralia y alguna otra; no se de su actividad en Ríos de Tinta, página en la que me consta desarrollaba una muy eficaz labor de impulso creador. Es exttraordinario contar con alguien así, tan estimulante y motivador. Y uno cada día más "encogío", desinspirado e incapaz de seguir "el paso". Ahora tengo enfrente la pantalla vacía para enfrentarme con el relato quincenal comprometido. Ni se cómo empezar... Un abrazo, J.J. Y como dicen los aragoneses "no rebles", no te arrugues ni eches p'atrás.

jota jota
jota jota
07-05-2021 22:28

Advertencia

Mi conducta es el reflejo de una estricta y estudiada lógica, no se trata de la lógica matemática, ni la simbólica, ni la Aristotélica y mucho menos me refiero a la farsa que representa la lógica de la lucha de clases. Mi lógica es la lógica de la sobrevivencia contra el fracaso, ese adversario formidable que todo éxito lo convierte en humo, que llevó siempre la partida ganada hasta el día de hoy.
Mi lógica de sobrevivencia es la respuesta a mi derrota anunciada de antemano, que con un soplo evaporó el triunfo que se fraguaba en mi horizonte y me obligó a entrar en el torbellino de circunstancias que me envolvieron luego de tomar una decisión equivocada.

Cometí un grave error de cálculo y en mi absoluta ingenuidad, no hice ningún caso a los acertados y aterrizados consejos de amigos y acepté un alto cargo en el gobierno.

Pensé equivocadamente que podía realizar cambios menores, pero sustanciales, y transformar, desde el cargo que ocupaba, las terribles condiciones de los marginados, de quienes se encuentran en la otra orilla de los beneficios y son los que cargan con todo el peso del sistema, un sistema ideado para mantenerlos justamente en la raya de la injusticia, lejos de la cuchipanda, recogiendo migajas agradecidos, sosteniendo con sus huesos un Estado insostenible.

Un torrente de aduladores me condujo a vivir un espejismo, una impostura y a gran velocidad, en un breve espacio de tiempo me estrellé contra fuerzas superiores, que me empujaron inmisericordes a un abismo. Para no caer me aferré por puro instinto al equilibrio de la sobrevivencia y finalmente logré sostenerme con los dientes al borde del precipicio, la providencia se compadeció de mi esfuerzo y la lógica de la sobrevivencia vino en mi auxilio. Debo confesar que desde ese momento mi comportamiento se acomodó a la seguridad que ofrece esa lógica insustituible.

Obligado por las circunstancias, pero siempre en el marco de la lógica de la sobrevivencia, en un acto genuino de autoconservación, me permito desoír las normas establecidas, pasar por alto las leyes que rigen este mundo enfermo gobernado por el supremo capricho de intereses mezquinos.

En mi nueva condición rechazo participar, o integrarme, a alguna organización, comité, liga, junta. Todos los organismos están minados, las instituciones contaminadas, el concepto mismo las limita y les impide ejercer acciones capaces de abrir a las mayorías las compuertas de futuros pertinentes.

Instalado en esta lógica de sobrevivencia me tropecé con Cortez, él se encontraba perdido entre los destellos de una revelación informática de enormes dimensiones. En un acto de caridad, impulsado por un sencillo gesto de solidaridad humana, lo rescaté de ese estado de deslumbramiento, que tanto se parece a la locura.

Cortez había descubierto, o ideado, la fórmula para crear un cataclismo económico mundial y no sabía qué hacer con tamaño descubrimiento. Juntos leímos las teorías de Jacques Maritain sobre el hombre, el Estado y el humanismo integral. También estudiamos a Héctor Casanueva y su teoría de una organización política mundial. Esas y otras lecturas nos convencieron que la raza humana había entrado a un callejón sin salida. Pero el descubrimiento de Cortez iluminaba una posibilidad para la supervivencia global.

Es imprescindible, pensamos, establecer las bases de una forma superior y humana de organización política mundial como garantía de paz, libertad, y prosperidad, basada en el principio fundamental de la hermandad y la solidaridad y no en las leyes del mercado.

Llegamos a la conclusión de que la esperanza de la raza humana está en el cambio radical del pensamiento y la conducta del hombre. Cortez y yo encontramos una idea descabellada, un resquicio probable para lograr ese cambio de conducta en beneficio de toda la humanidad.

Quiero dejar constancia de que no soy parte de una conspiración, ni pertenezco a una confabulación y mucho menos soy el cabecilla de una conjura. Soy simplemente un hombre sometido a una lógica, a la lógica de la sobrevivencia. Apenas soy la imagen que el espejo devuelve intacta.

Aplicamos la fórmula de Cortez y durante dos días el mundo conocido se desmoronó, el impacto paralizó la tierra y un silencio extraordinario se expandió como una onda explosiva, el asombro de la civilización se hizo presente ante las puertas de un desastre hasta ese momento inimaginable, desconocido. La humanidad estaba a punto de ser tragada por un agujero negro formado de improviso ante sus ojos desconcertados.
Al tercer día restablecimos el orden subvertido y un mensaje apareció en todos los dispositivos electrónicos, en los anuncios de neón, rebotó a las pantallas de los televisores, lo repetían las emisoras de radio y terminó grabado en la conciencia colectiva.

El mensaje decía: Somos la inmensa mayoría que dejó de clamar por justicia y libertad y hoy exige a todos los gobiernos del mundo encontrar el camino para vivir en paz y armonía. Nos hemos convertido en los vigilantes del nuevo orden y exigimos que se inicie el proceso para eliminar las diferencias y encontrar el camino que nos permita llegar a establecer un gobierno global inclusivo, eliminando las diferencias y la inequidad.

Los esfuerzos que han realizado hasta ahora no son más que un nudo de fracasos. Cada nuevo intento es una aproximación inútil, más parecido al engaño, a la puesta en escena de una estudiada farsa. El triunfo se diluye, se esfuma en una nube de acusaciones y críticas severas entre todos ustedes, que permanecen inamovibles.

Es tan frágil la certeza nuestra, que una palabra cruel desde el poder abre la puerta a la víbora del miedo. Y una oportuna mentira en la esquina de la injusticia levanta un cielo de sospechas bajo el cual se amparan las dudas que favorecen a ese invisible contrario feroz. Sabemos que no hay respuestas definitivas, pero mantenemos una esperanza ciega en la victoria última. En la justicia, en la contribución de cada gesto para lograr el éxito.

Esta es una única advertencia, de no avanzar en ese sentido y perdernos en estériles discusiones, acabaremos con este sistema y lamentablemente abriremos las puertas para entrar todos en el universo del caos y sus impredecibles consecuencias para la raza humana.

jota jota
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07-05-2021 00:07

Una tarde caliente

No termino de aceptar mi condición de invalido, encuentro intolerable mi falta de autonomía, de movimiento, las miradas de lástima y compasión que asoman a los ojos de quienes observan mis limitaciones sobre una silla de ruedas. Pero sobre todo, me hiere profundamente la palabra -pobrecito- suspendida entre las pausas de mi aparatoso traslado y las miradas de entendimiento de mi situación, ese comentario me anula mucho más que la falta de autonomía, que mi propia incapacidad.

A esta hora el sol espanta y las calles están vacías, agobiado por el calor, sin terminar de aceptar mi intolerable condición de minusvalido, con la dificultad propia que acompaña a quien está postrado sobre una silla de ruedas y haciendo malabarismos para seguir adelante con cierta dignidad, entro al primer lugar que abre las puertas automáticamente apenas me detengo enfrente y me evitan el disgusto de hacer el ridículo. ¡Me revienta pedir ayuda!

Encuentro un lugar privilegiado que me permite pasar desapercibido y en donde la escandalosa silla de ruedas no estorba, un lugar con un amplio ángulo de observación y además posicionado justamente bajo la rejilla del aire helado, que enfría rápidamente el plástico de mi silla y detiene por encanto los desagradables sudores y me lleva a un mundo gélido y confortable. Respiro agradecido, pido un café granizado y me quedo a ver pasar la vida frente a mi.

Desde aquel instante en que la bala me tocó la espina y me envió con su carga de pólvora y plomo al rincón de los pensionados, me convertí en un nombre más de la triste estadística laboral. Sin nada más que hacer y para impedir que la ansiedad se como mis esperanzas, me entretengo en fabricar historias, en descubrir detrás de los rostros que se cruzan en mi camino los detalles de posibles transgresiones a la ley, abro posibilidades verídicas desde mi condición innata de investigador, naturaleza que me llevó a ser el mejor Detective del Departamento.

El móvil es un útil instrumento de trabajo, escribo mis percepciones, tomo fotografías, mantengo un registro organizado y detallado de posibilidades, información que luego cruzo y comparo en Bases de Datos a las que tengo todavía acceso ilimitado, generalmente la luz ilumina una ventana herméticamente cerrada.

A estas alturas no me interesa ninguna participación, ningún reconocimiento, tengo en la fuerza un protegido a quien le entrego mis observaciones y a él le dejo los éxitos, expresamente le he prohibido mencionar mi nombre ante eventuales triunfos, quiero permanecer en la sombra, convertirme en un confidente sin rostro y sin nombre, una incógnita y hoy, en mi condición de incapacitado me puedo dar ese lujo.

El acaso me abre una puerta a donde entro con absoluta libertad y dominio de los tiempos y el espacio, aprovecho esta nueva oportunidad y doy gracias por estar vivo y ser nuevamente útil al imperio de la ley y la justicia.

Un hombre vestido de traje confeccionado a la medida, con indolencia busca refugio contra el calor y entra al lugar en el que yo me tomo un café granizado. No está cómodo con la precisión de las costuras y la caída perfecta de su traje que oculta los defectos de su cuerpo. Le falta un aire de elegancia a sus maneras, un toque de descuido que mantienen quienes están acostumbrados al dinero y sus prebendas, es un recién vestido y lo delata su conducta.

Camina dueño de sus pasos, se sabe con un poder más allá de lo que alguna vez imaginó entre los libros de Derecho. En sus ojos se reflejan el peso de las decisiones y algunas dudas sobre dictámenes pasados, reconozco en sus ademanes, en el tono de la voz que utiliza al hablar con el mesonero, en pequeños detalles, que es un juez y no se me escapa que la balanza de su justicia ha sido quebrada de antemano, es un juez joven al que le faltan aceptables dones necesarios para su investidura y le sobran voces, jefes, superiores. Es un juez que está sujeto a otras órdenes diferentes a las que dicta la justicia. Es en resumidas cuentas una cuota de partidos políticos y mafias en el sistema judicial, un juguete de otros intereses.

Se abren las puertas y la tarde se confabula con el aroma etéreo que invade el local en el momento en que entra una muchacha de cabellos cortos, rostro de ángel y cuerpo de deseo. Al fondo suenan unos tambores a ritmo de corazón enamorado, la letra de antiguos cantos acompañan los pasos de esta muchacha que acaba de entrar y decidida se acerca al juez, con más gestos que palabras lo lleva a la calle. La selva de esta ciudad en el ocaso se los traga.

La investigación queda por momentos suspendida, espero las respuestas de las imágenes que tomé para confirmar con certeza, que ella es el pago de algún servicio prestado por este juez recién comprado.

jota jota
jota jota
05-05-2021 19:16

Viaje a Túnez

Con un tímido gesto de la mano y en silencio me despido, crucé la calle desolado y le abrí un rumbo a esta pena que me apena. Con desconsideración destruí el único lazo posible entre los dos. No tengo alternativas, el ímpetu arrebatado me domina, los encrespados impulsos me llevan invariablemente a dar un traspié con lamentables consecuencias.

Ambos llegamos por caminos diferentes a esta encrucijada entre el jazmín y el dátil, entre el Mediterraneo y el Sahara. Yo buscaba aventuras y ella paz, yo empeñado en el desenfreno y ella en la armonía, yo en vivir los días con premura y ella entre las pausas de un oasis. Yo quería atravesar corriendo y ella detenerse bajo el lúcido quicio de un monumento, adivinar los detalles de una creación milenaria, respirar con placidez aires antiguos.

En el zoco compré una hermosa pulsera de viejas monedas para adornar su muñeca. Son verdaderas monedas antiguas acuñadas en legítimo vellón. Dijo el vendedor, en un español atropellado y pobre. Ella compró una pitillera de plata y ebano y un único cigarrillo aromático que delicadamente colocó dentro, como un símbolo.

En la terraza del Grand Café du Theatre tomamos Té, que nos sirvieron en preciosas vasos esmaltados de esperanzas azules, allí intercambiamos nuestros regalos, esos pequeños detalles envueltos en la ilusión de un futuro compartido.

Yo quise sorprenderla, colmarla, abrumarla y le entregué una gargantilla de diminutos anillos de plata en forma de víbora y ojos turquesas. Tengo pavor a las serpientes. Dijo, y se entregó a recordar un pasado cargado de quebrantos, sin aceptarme el detalle de la gargantilla.

Yo la envolvía con promesas y ella respondía con silencios evaporados, intenté arrastrarla al torbellino de mis deseos y se resistió con la delicada firmeza de un perfume que se queda contra la corriente.

Turistas y paisanos colman las calles que un sol amable ilumina. En una pantalla las imágenes delatan el miedo al terrorismo, una advertencia a no integrarse a las columnas jihadistas que crecen como espinas amenazadoras en la frontera. Hay preocupación por esta creciente efervescencia de radicales, que llegan desde todas partes del mundo a incorporarse a una legión que maneja códigos de violencia y muerte.

Camino con su recuerdo, con el olor de sus cabellos, con su mirada dulce. Herido en esa despedida camino con la creciente tristeza que me arropa. Estoy en las puertas del Museo del Bardo y el atronador sonido de repetidos disparos me paraliza.

Cinco muchachos vistiendo uniformes militares disparan en todas direcciones y entran al Museo. Accionan sus Kaláshnikov con dedos ansiosos y mirada frenética, fanática. Miran la intensidad de su gloria a través de la fiebre que los consume, un mañana de cielos abiertos los espera. Ellos han previsto el titular de los periódicos y aceptado sus negras y gruesas letras de un luto que anticipan. Su ecuación es arbitraria y diferente, para ellos la incógnita se ha transformado en un impreciso número de sangre, el dolor la fórmula oculta, y el resultado final que prevén es esa lista de caídos que los precede, sus anónimos héroes anteriores.

Este mundo es un lugar extraño, se ha vuelto inverosímil. Escapan a mi comprensión los actos de barbarie en todos los sentidos, es un globo enfermo, invivible. El síntoma general es el conflicto. Conflicto en los continentes, en las regiones, en nuestros países, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades y hasta en el pequeño círculo de nuestros cercanos el conflicto es el denominador común. Es un espejismo entonces pensar en la posibilidad de la alegría por la alegría misma de vivir. Un mundo mejor es una consigna que hemos transformado en ficción imposible.

Este no es un pequeño bache sin importancia en mi viaje, es la fosa a donde vine a caer. Finalmente la fatalidad me alcanzó aquí, en Túnez, a mitad de una calle. Mi último recuerdo es su tímido gesto de despedida y su silencio. La bala silbó en el aire como una serpiente, me atravesó el colmillo de la muerte, me derrumbó y ahora me desangro ante un sol inclemente, ante la barbarie.

jota jota
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04-05-2021 16:26

Visito a un especialista

Nunca hasta hoy me han preocupado las ausencias, los vacíos, las faltas. No tengo, o no conozco familiares ascendentes, ni siquiera cercanos y tampoco poseo información sobre posibles descendientes. Aunque parezca increíble, yo soy una de esas personas desarraigadas que no pueden construir un árbol genealógico y si sirve de algo la imagen, soy una rama suspendida en el aire, sostenida a fuerza de voluntad sobre los caprichos del viento.

Hago un intento por explicar mi situación a la enfermera y devuelvo el papel sin haber logrado escribir una sola respuesta. Con ironía y una sonrisa, con un remedo de sarcasmo le digo: soy hijo de la dictadura, de la opacidad, de la mentira y del engaño, de la oscuridad y del cinismo. Soy la sombra de las estadísticas y realmente no tengo la información suficiente para rellenar este formulario con la verdad.

Desde sus ojos negros, sus veinte años, su boca pintada en espera de un beso que la libere de la bata blanca y los enfermos y los dolores ajenos y la haga soñar un mundo sano. Desde la lógica que impone su uniforme. Desde las oportunidades y tranquilidad que proporciona la democracia y también, desde la ignorancia absoluta de lo brutal de la dictadura, me amenaza y dice con rigor. -Debe llenar el formulario para ser atendido-.

Sin traumas por mi condición particular, que conozco y acepto desde hace mucho, con la paciencia suficiente para lidiar con estos detalles menores y sin renegar del absurdo de este trámite, acostumbrado a capotear las extravagantes exigencias administrativas, yo intento explicarle con la menor violencia posible, que me es imposible cumplir con este requisito, que no poseo la información que se me exige y que me es imposible faltar a la verdad, porque se trata de un problema de salud, el cual requiere la verdad para poder ser tratado.

En voz muy baja sentencio para el cuello de mi camisa, ese aliado incondicional, siempre atento a mis comentarios: -deben existir excepciones, una norma debe dejar siempre un espacio para lo imposible, lo inverosímil, lo extraordinario-.

Aunque parezca inconsecuente con mi propia causa, desde el mismo momento que reconocí esta falla, esta falta de travesaños en la escalera, soy más tolerante, menos intransigente y miro la vida desde una ventana abierta a mil posibilidades.

Mirando el vacío, acostumbrado a no tener a quien hacerle confesiones, sin conocer a ningún familiar con quien desahogarme, sin contar con un número de teléfono y un nombre a quien llamar para desahogarme y acostumbrado a hablar solo, comento: -mi madre, en algún momento y por razones desconocidas, se presume que políticas, fue detenida, no se sabe si estaba ya embarazada o si quedó embarazada por sus torturadores luego de continuas y sistemáticas violaciones, con el único fin de quebrar su voluntad-. -Detenida, presa, violentados todos sus derechos, hoy es un nombre en una lista de cientos de miles de desconocidos y desaparecidos, soy hijo de una definición conceptual-.

-A pesar de los terribles momentos que mi madre vivió, dio a luz un varón y el varón fue dado en adopción a sus mismos captores-. -Soy como le dije antes, hijo de la dictadura y decidí negar los apellidos que estoy seguro no me corresponden-. -En lo que supongo un acto de absoluta rebeldía, quemé mi documento de identidad-. -Tengo futuro, pero mi pasado es una puerta cerrada detrás de la cual solo existe el silencio-.

La enfermera con sus veinte años, su bata blanca, sus silenciosos pasos y su boca pintada en espera de un sueño, carga con mi pesadilla y sin saber que decir, con voz apagada y tartamudeando una disculpa se perdió tras una puerta para buscar ayuda.

Regresó y me hizo pasar a un cubículo en donde me esperaba un Doctor.
Me saqué el sombrero y le mostré el estado lamentable de mi cabeza enferma y dije: -algunos doctores aseguran que mi enfermedad es hereditaria, yo estoy buscando a mi madre desaparecida y quiero saber cuál información clínica debo cruzar para encontrarla, cuales datos me permiten acercarme a una verdad que me fue arrebatada.

jota jota
jota jota
03-05-2021 16:42

Arturo Contreras

Por aquellos días Arturo Contreras ya se perfilaba distinto, pero no podíamos notarlo, porque todos nos sentíamos peculiares en aquellas gloriosas tardes, cuando tocábamos el cielo con las manos. En aquellos días las horas aún no rigen nuestro destino, desconocemos el peso de la rutina y las obligaciones, la imposición y el significado del tiempo, la carga sobre los hombros. Éramos libres y dueños de las calles.

En aquellas tardes el eco de nuestros pasos resuena en las esquinas a toda hora, un tropel de risas y gritos escandalizaba a los vecinos, un coro de voces, una bulla permanente en la cual apenas se distinguen matices diferentes: el oscuro sonido solemne como una sombra de una voz grave, o un agudo más alto, también, a veces, el extremo marcado de un acento, señal inequívoca de un país extranjero. Pequeños detalles nos diferencian y por extraño que parezca, esas diferencias, esos rasgos apenas percibidos en el tumulto que éramos, servían de cohesión y le otorgaban carácter a un grupo de muchachos sin líder, que daba tumbos hacia adelante, con la mirada puesta en el mañana y la clara intención de ocupar con dignidad el lugar que la vida nos asigne.

Arturo y yo participamos con entusiasmo medido en todos los juegos, en las innumerables iniciativas y travesuras del grupo, sin demostrar, porque carecemos de ellas, grandes destrezas. Ambos éramos discretos y tímidos, y quizás ese detalle nos convirtió en cercanos.

Nos reconocemos en los cultivados silencios. En los silencios encontramos el equilibrio ante el asombro de los abismos a los cuales nos acercamos desde nuestras circunstancias, con ese afán de descubrir cuanto antes los secretos ocultos de la vida, sin la punzada de vértigo que produce el miedo.

Arturo descubrió temprano el mundo en las imágenes. En los rectángulos instantáneos, en los planos grabados de sus fotografías levantaba su mundo particular y quedaba expuesta en esos instantes fugaces la voz de una verdad que hiere, que lo identifica y lo distingue de los demás. Yo, en cambio, me encontré con las palabras y entré al laberinto de los significados, al círculo de las definiciones y quedé deslumbrado con el brillo de cobre de las manoseadas palabras.

Arturo me mostraba sus fotografías conteniendo el aliento y sin decir una palabra esperaba mis comentarios. Las imágenes muestran la intensidad de su entusiasmo y yo preguntaba: la hora de la toma, el nombre del lugar, detalles de los personajes, el motivo que lo impulsó a disparar su cámara. Con la fotografía latiendo en mis recuerdos y la economía con que siempre contestaba mis preguntas, yo escribía un relato paralelo al que contaban sus imágenes, ilustraba desde otro ángulo vidas anónimas, espacios deshabitados.

La vida nos señaló un rumbo y ambos nos atrincheramos en la misma esquina, decididos a defender principios. Sus fotografías se convierten en un grito de auxilio y mis textos en denuncias.

Arturo Contreras cultiva capacidades innatas y logra mimetizarse en espacios prohibidos, de esa manera entra a la Central Eléctrica que se encuentra bajo régimen militar, logra tomar fotografías que por sí solas denuncian el descuido, la falta de inversión, el abandono, la incompetencia del General Director y desnudan y desmienten al tirano, que acusa una guerra cibernética, un ataque electromagnético, el disparo de un francotirador extranjero, la intervención terrorista por parte de fuerzas imperiales que oscurecen al país. Mucho más que las mentiras y el cinismo.

Las fotos se publican y dan la vuelta al mundo, pero la intransigencia tiene un brazo largo y logra torcer las leyes, la respuesta del dictador es violenta y se ensaña con el fotógrafo, allanan su casa, rompen con torpeza lo que encuentran a su paso, le roban las cámaras, le siembran evidencia y lo comprometen en un complot de sabotaje.

Yo escribo este texto en defensa de mi amigo, lo hago público y espero con la serenidad de quien sabe lo que arriesga, que vengan a tumbar mi puerta, mis textos están resguardados en la nube al igual que las fotografías de Arturo Contreras.

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