Quizás utilicé algunas expresiones que confunden al lector, pero efectivamente es un solo narrador, "el amigo de Máximo" que lo conoce perfectamente y por eso puede hablar sobre lo que Máximo vive.
Al final tu apreciación es correcta, es un travestido, que no ha podido completar el proceso de cambio y el dinero le alcanzó apenas para los senos, por eso no se deja ver el rostro.
Al final, al morir en ese accidente inesperado se descubre.
Rodrigodeacevedo
15-02-2016 13:59
OCTAVITA DE CARNAVAL.- Comentario.
Un poco enmarañado el relato, J.J. En mi lectura encuentro una serie de “cambios de paso” en el baile de los actores que no son normales en tí. Pasas del personaje que luego podríamos identificar como Máximo, el amigo del narrador, a la incorporación de ese narrador que acaba por finalizar la historia. Es decir, pasas del narrador omnisciente al narrador protagonista con una cierta brusquedad. Por último, en el desenlace surge otra indefinición (creo que por la premura en publicar sin un adecuado repaso en la edición) :”¿Ella está bien? Él murió, contesté y pensé: Este es un final que no imaginé.” Salvo que hayas querido decir al lector que la supuesta “ella” era un “él” travestido. Pero no encaja con la descripción previa de tu Arlequín. A pesar de ello has dibujado un excelente ambiente de Carnaval; se siente uno sumergido en la alegría de las músicas y en la desinhibición de la concurrencia.
Bebió sin medida. En ese acto irresponsable desestimó los efectos del licor, el aguardiente desbordó los cauces y el corazón bombeó junto a la sangre vapores de alcohol, no encontró señales aparentes de alarma, ni tampoco se sintió intoxicado, estaba eso sí ¡Eufórico!
Nunca antes como esa noche se sintió vivo, con unas ganas enormes de traspasar las fronteras, de cruzar los límites, pensó en algún momento que era completamente libre y ajeno a los designios del destino.
En la madrugada, igual que los otros había perdido el antifaz, también un poco la compostura, dejó olvidado en alguna parte; seguramente en el baño, el mirlitón, con el que apareció en esa fiesta ocultando su verdadera voz, y en su momento se convirtió en el centro de todas las miradas.
Él en cambio, extravió la suya detrás de la figura de un Arlequín encorsetado, y si bien el cuerpo estaba apenas cubierto con un palmo de seda multicolor, el rostro permanecía completamente oculto, ni siquiera se adivinaban sus cabellos, sus ojos, eso sí, eran luces incandescentes que no podía dejar de mirar.
Quizás esa incógnita lo motivo más que ninguna otra cosa para intentar conquistar la dueña de ese cuerpo, que mostraba a simple vista la cintura apretada, las piernas bronceadas y los senos firmes.
Evitó a toda costa acercarse demasiado al Arlequín, pero no la perdía de vista, trazó desde el instante que la vio una estrategia que siempre le dio buenos resultados.
Durante toda la noche se mantuvo girando y bailando, lo hacía con gracia y destreza y todas querían bailar con él, lo asediaron constantemente, en ningún momento lo dejaron aislado, sabe que es un buen bailarín y aprovecha ese don con éxitos considerables.
El Arlequín por su parte, lo examina, lo estudia, lo descubre en diferentes oportunidades espiándola, le sostiene la mirada y lo reta con sonrisas que le dedica a otros. Tampoco a ella le dan tregua, ni descanso, aprovecha su momento de gloria, no desdeña a ninguno y baila con alegría y picardía.
En cambio, yo soy incapaz de dar un paso siguiendo el ritmo sin tropezar, tengo las orejas grandes y me falta oído musical, en las fiestas me dedico a mirar, a descubrir la vida detrás de las máscaras, a imaginar posibles historias y sus desenlaces. Generalmente acierto.
Conozco a Máximo, soy su amigo, sé que es un muérgano, y el final de esta historia, como en otras oportunidades, terminará en la cama de mi amigo y esta vez el Arlequín será protagonista.
Sonaba ya el último set de canciones, Máximo mantenía sus pasos seguros, a pesar de todo el alcohol que bebió esa noche, decidió jugar su triunfo y bañado en sudor, revestido de gloria, bailó con el Arlequín hasta la última pieza.
Se despidieron y salieron tomados de la mano, los vi irse en el auto de Máximo, en menos de un minuto un estruendo me hizo correr hasta la esquina.
Por puro instinto llamé a emergencias mientras corría. Llegaron pronto, sacaron los cuerpos y ahora espero ver a mi amigo.
Entré a la habitación, veo a mi amigo con un yeso y vendas en la cabeza, consciente, y preguntó:
¿Qué pasó?
¿Y ella, dónde está ella? Responde Máximo.
Yo insisto.
¿Qué pasó?
Ella se sentó de copiloto, la falda se subió aún más y por un momento pensé en meter la mano entre sus piernas, pero no lo hice. Adivinó mis intenciones, supongo. Al pasar la iglesia me santigüe, ella en cambio intentó colocar su cabeza entre mis piernas y en ese movimiento activó el rociador del parabrisas, perdí visibilidad, sentí que me bajaba el cierre, y en vez de frenar aceleré. Lo último que recuerdo fue el impacto.
Amparado detrás del antifaz, desestimó al muérgano y su mirlitón, pasó sin santiguarse delante del aisladorociador sin medir las consecuencias.
Rodrigodeacevedo
02-02-2016 20:57
Vamos a por la sintetifrase. Difícil conjunto de palabras, pero algo saldrá.
"Adormilado bajo el mirlitón y cubierto por el antifaz se figuraba aislado de ese mundo que lo desestimaba como si fuese un muérgano; un inesperado chorro de agua helada del rociador lo hizo santiguarse."
Jose Jesus Morales
02-02-2016 18:16
Aquí tenemos las siete palabras de esta quincena, desde ahora y hasta el 15 de febrero, con estas palabras tendremos la oportunidad de escribir un texto sorprendente.
Aislado/a.
Antifaz.
Desestimar.
Mirlitón.
Muérgano.
Rociador.
Santiguarse.
Rodrigodeacevedo
30-01-2016 10:56
Abierta la veda en este coto para la caza de palabras, iniciada por nuestro Jefe de Partida, J.J. Seguimos. Y te agradezco, compañero, la aportación de "muérgano", palabra antigua que no conocía. Me encantan esas antiguallas, tan sonoras y llenas de espíritu castellano.
MIRLITÓN.
Del fr. mirliton.
1. m. Silbato formado por una caña hueca y cerrada, al menos en uno de sus dos extremos, con una membrana de papel fino o de otro material semejante, que, al soplarse por una abertura que tiene en el centro, vibra produciendo un sonido parecido al nasal.
2. m. Gorro del uniforme de los primeros regimientos de húsares españoles, en forma de cono truncado y guarnecido con un plumero corto.
ROCIADOR
1. m. Brocha o escobón para rociar la ropa.
2. m. pulverizador.
Felices Carnavales a quienes los disfrutéis. Si no tenéis sitio, aquí, en Vinaroz, a pocos kilómetros de Peñíscola podéis hacerlo; y además degustar sus famosos langostinos (de Vinaroz, of course.)
Jose Jesus Morales
28-01-2016 17:04
Ya que estamos aquí vamos a colocar las primeras palabras para el próximo relato a partir del 01 de febrero y hasta el 15.
Muérgano
Desestimar
Jose Jesus Morales
28-01-2016 16:42
Beatus Ille. Rodrigo:
Los recuerdos, el tiempo que pasó, aquello que vivimos y nos permite hoy ser consecuentes con las ideas, y también se quedaron grabadas en el recuerdo las injusticias, esas que nos muestras y nos permiten levantar las banderas con mas años, pero no con menos ánimos. Otro diría: Un inolvidable y necesario retablo del pasado.
Rodrigodeacevedo
28-01-2016 14:00
BEATUS ILLE...
En aquella época, más bien de tintes oscuros, estaban prohibidos los Carnavales, o como se llamaban anteriormente, las carnestolendas; bueno, y muchas cosas más, para qué hablar. Eran los tiempos del "Contubernio judeo-masónico", aunque, todo hay que reconocerlo, ya habíamos superado el bache del “piojo verde”.
Yo todavía vivía en aquel remoto pueblo, perdido en la llanura, entre fornidos alcornoques y encinas, al pie de una serranía que enviaba, en los atardeceres, cuando “caía la fresca”, efluvios de los arbustos que la poblaban: jaras y cantuesos, tomillos y romeros, que unidos a otros olores menos delicados provenientes de los establos y porquerizas, daban una especie de ambigüedad aromática a las calles del pueblo, mayormente en la parte del camino a la fuente, el soto.
Allí solían salir las mozas y los mozos, con sus atuendos limpios, “remudaos” que decíamos, a disfrutar de un rato de ocio antes de volver al cotidiano menester: encender los fuegos de la llar, ordeñar las vacas, cabras y ovejas, preparar la cena para los hombres y la comida que debían llevarse al día siguiente, antes de clarear, al volver a las faenas del campo o, si era día de mercado, llevar los animales al ferial.
Si el mercadeo salía bien los labradores gastaban algunas monedas en telas con bonitos estampados, de colorines si eran para la hija, más solemnes, austeros en su limitada gama de negros, grises o azulones, si eran para la esposa.
Pero hablábamos de los Carnavales, tan prohibidos. Por orden de la autoridades, civiles, militares o religiosas, se impartían normas, se dictaban consignas como cuñas publicitarias, se adoctrinaba al pueblo recordando que detrás de aquellas diversiones estaba el Maligno, que la concupiscencia (no era esa la palabra, demasiado complicada para aquellas sencillas gentes) era el alimento de los mas horrendos pecados; que de los bailes nunca salía nada bueno, la carne (ésa sí era la palabra) se incendiaba en los cuerpos juveniles y luego pasaba lo que pasaba; que los disfraces sólo podían ocultar malas intenciones o a gentes del “maquis” que bajaban de la vecina sierra y mataban y robaban...
Tan solo en días señalados, como el Martes de Carnaval o el Jueves Lardero (el último jueves que se podía comer carne ¡pobres ingenuos, carne en aquellos tiempos...! tocino y algún chorizo rancio si había suerte...) antes de los sacrificios penitenciales de la Cuaresma, y como un gesto de altruísmo y generosidad las antedichas autoridades toleraban que el tío Ismael tocase el chiflo y el tamboril y el personal, a la luz del día, nunca acogidos al silencio de los incitadores zaquizamíes o en las pecaminosas eras, tejiese algunos pasos de baile de los de antes, de los de siempre. De todas formas no había otra cosa.
Todo esto se me viene a la cabeza, como recuerdo y reflexión; aquí, en la gran ciudad, tan abigarrada, tan superficial, tan llena de oropeles y alharacas que es toda ella un perpetuo Carnaval, valoro la paz de aquellas tardes, la sencillez de las conversaciones, esperando la voz amable que nos llamaba a cenar. El olor de los guisos simples y apetitosos que madre había elaborado. Después, hasta que la prudencia y el sueño nos llamaban al reposo (la prudencia solía estar representada por la pareja de la guardia civil que hacía la ronda por el pueblo), formados los corrillos, los hombres con los hombres y las mujeres entre ellas, los chiquillos a alborotar a otro lado, se esparcían los chismes, las premoniciones de los más viejos, los cotorreos tan inocentes ellos.
No caeré en el tópico de la paz perdida; también había sus trifulcas, sus envidias, sus mases y sus menos. El gran drama actual, al menos a título individual, es que todo aquel potencial de vida ya no está. Todo está hecho, no hay retorno. Igual que al olmo centenario que daba sombra al peirón que había a la salida del pueblo hacia la capital, que los arrancaron para hacer la variante de la carretera. Puede que haya sido beneficioso para el “progreso”, pero cuántas ilusiones, cuantos amoríos cuajados, cuantas jaculatorias de las viejas beatas se han arrancado con ellos...