| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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| jota jota |
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Rodrigo nos regala un texto entrañable en esta entrega, en la que perfectamente combina las dos convocatorias: las vivencias y el mar. El texto se inicia con una confesión personalísima con la que estoy perfectamente de acuerdo y se dibuja nuestro amigo como un amante de la belleza, la libertad y la justicia. con ese mismo tono confesional nos habla de su juventud, de sus deseos, de sus lecturas, de su vida y de sus sueños y de ese imposible viaje para atravesar los mares que aún no ha realizado. Este preamnbiulo franco y sincero es el camino que decidió Rodrigo para contarnos de esa dura realidad que viven quienes faenan en el mar, pero además nos relata los contratiempos y sufimiemtos de de los pobres de la tierra, las desventuras, los golpes de la vida, y también en este caso esos increibles regalos que el destino nos ofrece, la decisión siempre es nuestra pero la oferta es permanente. Rescata Rodrigo para nosotros esos valores que creiamos perdido, la generosidad, la amistad, el amor. Con lo que puedo decirle a nuestro buen amigo, no todo está perdido, la esperanza es permanente, incluso en el tan dado al pesimismo. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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TEMA, EL MAR. UN AMIGO INFRECUENTE. Era una tarde de verano, cuando la claridad del día iba menguando. Cuando el sol caminaba con prisa hacia el ocaso y la luz crepuscular vestía el horizonte con traje policromado. Casi todos los bañistas se habían marchado, excepto algunas parejas que amorosamente se acariciaban. El agua estaba tranquila y serena. Tenía ganas de disfrutar de esa tranquilidad del agua. Cogí la colchoneta hinchable, me tumbé sobre ella boca abajo y utilizando los brazos a modo de remos, fui adentrándome en el mar, sin percatarme de la distancia. Cuando miré, no veía la playa. Me encontré tan lejos, que no sabía hacia dónde remar. Me había alejado demasiado de la costa. Para descansar y reflexionar, cambié de posición y me puse panza arriba. En el cielo despuntaban las primeras estrellas. Absorto, sin darme cuenta del peligro que corría, meditaba sobre aquellos pequeños puntitos incandescentes, en la enorme distancia en años luz, entre ellos y la Tierra y en la gigantesca amplitud del Universo. ¿Cómo serán los habitantes de los diferentes planetas? Porque, estoy convencido de que existen. Sería muy ilusorio pensar que sólo hay vida en la Tierra.
De súbito, comenzó a soplar un vientecillo que iba aumentando cada vez más su fuerza. La mar cambiaba por momentos y se produjo una corriente que no podía dominar. Estaba asustado, la moral por los suelos. Mejor dicho, por las aguas. Sin duda, tenía muy claro que debía aferrarme a la colchoneta para no perderla, porque de lo contrario, si la perdía, acabaría ahogado, ante la imposibilidad de nadar hasta la playa. Además, no sabía en qué dirección estaba, por lo que mis esperanzas de salir con vida eran muy escasas. Quizás sería medio comido por los peces, y arrojados después mis restos por las olas obre un acantilado o en la playa. Me di la vuelta y me puse de nuevo boca abajo, aferrado a la colchoneta.
Comenzaba a sentir frío. Los músculos se me agarrotaban. Tenía la esperanza de que pasara alguna embarcación, pero por allí no se veía ninguna. Cada vez se hacía más evidente que me había alejado de la ruta de las pequeñas barcas que salen a pescar al atardecer. El tiempo se me hacía larguísimo. Pensaba en la familia, en lo mucho que estarían sufriendo por mi culpa. Seguramente pedirían ayuda a la cruz roja y a la guardia civil y me encontrarían en poco tiempo.
Era noche cerrada y no veía luces por ninguna parte. Perdí por completo la esperanza. Y en una situación límite como la que estaba viviendo, pensé primero en las posibilidades de salvación que me eran más habituales, y una vez desechadas por improbables, siendo antagónico a ciertas creencias, en ese momento de desesperación, paradójicamente, me acogí a la última posibilidad. Pensé que tal vez se produciría un milagro, que se produciría una corriente de aire en dirección a la playa y en poco tiempo estaría en tierra. Que un ser sobrenatural me echaría una mano… El viento fue cediendo, y como si surgiera de dentro del agua, una luna grandísima y rosada comenzó a elevarse. Un hilo luminoso y plateado se extendía ondulante sobre el mar. De pronto, una cosa se movía muy cerca de mí. La soledad, el frío y el miedo, hicieron que mi imaginación me jugara un mal trance. Me veía engullido por una bestia terrorífica, pero no. No era un tiburón, era un delfín. Tímidamente se acercó a mí. Me quedé inmóvil. No quería ni respirar para no espantarlo. No quería que se marchara, porque necesitaba su compañía. No sé cuánto tiempo pasó hasta que me decidí a decirle algunas palabras. ¡Hola! ¿Te ha enviado?... fue lo primero que le dije. ¡Parecía que me entendía! Se estableció entre nosotros un diálogo muy especial. Insólito. Yo le hablaba, y él me contestaba con ese clásico ruidito que todos conocemos de oírlo en el zoológico y en las películas. Se elevaba poniéndose vertical sobre su cola, bajaba con suavidad, y daba algunas vueltas alrededor de la colchoneta. Yo estaba exhausto. La tensión que dominaba mi cuerpo fue cediendo, mis músculos se relajaron, noté una especie de sopor y me desmayé o me dormí. No lo sé. Cuando abrí los ojos, comencé a percibir una débil luz, como si el día abriera sus párpados poco a poco. Allá lejos, me pareció ver algo. Me sentía tan confundido que pensé que tal vez en el mar también se producían espejismos. Al cabo de poco, a través de la bruma, me pareció ver unas muy grandes pero difusas imágenes quiméricas, iluminadas por una tenue luz. Me restregué los ojos. Me pellizqué la cara para comprobar si seguía en este mundo y empecé a ver con más claridad. ¡Qué alegría! ¡Eran las casas más próximas a la playa! ¿Y el delfín? Quizás la poca profundidad tan cerca de la arena, le hizo marcharse tan quedamente como había venido. De nuevo utilicé mis brazos y mis manos como si fueran remos, y con gran dificultad, vencí los escasos metros que me separaban de la playa. Ya tumbado sobre la arena, reflexioné sobre todo lo acontecido, y no logré comprender cómo había llegado hasta allí. ¿Existen los milagros? ¿Me había empujado el delfín hasta ponerme a salvo? El lector puede sacar sus propias conclusiones. Yo todavía no he logrado sacar las mías. Por más explicaciones que di sobre el delfín que me había acompañado durante aquellas horas angustiosas, nadie me creyó. Pero... ¿Cómo creen que se puede resistir durante tantas horas en una situación como aquella? Soledad, frío, hambre, miedo... si no fuera con la ayuda de alguien. ¿Cómo llegué hasta la playa? ¿Sí, con la ayuda de aquel animal? Decían que sufrí alucinaciones. Pues, ¿Cómo no me encontraron los de la cruz roja ni la guardia civil? El delfín no fue una fantasía de mi espíritu angustiado. No fue una alucinación. Lo que necesitaba era una prueba. Pero… ¿Cómo iba a conseguirla? Eso era, y es, imposible. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Interesante relato, Rodrigo, donde hablas de la belleza, de la justicia, la libertad y otros valores, como la integración de seres venidos de otras latitudes, como hizo Isidoro con Ahmed, pues, son seres humanos como nosotros. Como no podía ser de otra manera, haces varias referencias al Mar, la Mar, mostrando tu preferencia por el Mar mediterráneo. Excelente trabajo. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| jota jota |
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Una Terrible Parada El autobús de turismo se detiene en Culross, no estaba en el itinerario pero una falla mecánica nos obliga a detenernos. Culross es un pueblo anclado en un tiempo pasado, un punto en alguna parte de Escocia apenas señalado en los mapas. Al bajar del autobús y poner los pies sobre la calle la niebla que nos envuelve dispara un resorte en la memoria, son recuerdos a latigazos, retazos inconexos, instantáneas que logran deslumbrarme, destellos en la retina que no me permiten construir una historia coherente, pero la idea de haber estado con anterioridad en este lugar me alarma y produce una sensación de desasosiego que me intranquiliza, a cada paso confirmo mi presencia anterior en estas calles empedradas. Me parece incluso haber vivido aquí mucho antes, en una época distante en donde quizás mi nombre y mi condición eran otras. Mis evocaciones son confusas, atropelladas y no logro derscifrarlas. Los pasajeros del autobus nos hemos desperdigado por el pueblo en pequeños grupos, sin darme cuenta he quedado en la compañia de un matrimonio suramericano y un mexicano, que no se separa ni un segundo del iPad. El mexicano está más informado que el propio guía y nos anuncia con entusiasmo los descubrimientos que el dispositivo le muestra, detalles insospechados, curiosos y hasta divertidos de cada lugar por el que pasamos, esquinas sin nombre pero con una historia singular. Cada momento que permanezco en este pueblo, cada rincón a donde miro me amenaza, percibo que no soy bienvenido, comienzo a sentir un gran deseo de alejarme, de irme, de salir corriendo. Es inevitable la sensación de miedo que se apodera de mí. Un miedo primitivo me arrincona sin motivo y por instantes me falta el aire, me sofoco, el miedo que va más allá de la razón me paraliza y a pesar del aire helado que sopla de la bahía me sudan las manos. Consumido por la sensación de espanto, de recuerdos lamentables y oscuros me pierdo toda la explicación geográfica que el mexicano nos lee desde su iPad, a duras penas, sorteando el pánico, logro hilvanar la historia de este pueblo que el entusiasta mexicano nos comenta, un pueblo que vivió tiempos de gloria y abundancia producto de la sal y el carbón.
Por suerte son pasadas las 10 de la mañana, tropezamos con un Pub e incitado por el irracional miedo que siento, más que por las ganas de beber, empujo la puerta y entro con decisión. Los otros no han querido correr esta aventura conmigo. Temblando y con la boca seca pido un Brandy que bebo de un golpe y pido otro de inmediato, sin darle oportunidad al barman de moverse. El alcohol enciende la sangre que se dispara y recobro finalmente el aliento.
En la calle, dueño de mis cabales y apoyado en los dos golpes de Brandy, me encuentro de nuevo con mis tres compañeros de viaje, llegamos a la plaza principal y para mi sorpresa, acostumbrado a ver únicamente próceres en las plazas, ilustres personajes que mantienen viva la historia, en esta plaza han levantado un desconcertante Unicornio. El miedo desapareció abrasado por el fuego del Brandy, pero se abrió una puerta que ignoraba, absorto en el unicornio traspaso un umbral inédito y advierto nitidamente que fui otro, que tuve una vida en este lugar y un proposito y cumplí un destino, que no se me revela totalmente, pero que intuyo. Estoy seguro de haber caminado por estas calles, de haberme guarecido de las inclemencias del tiempo en muchas de estas casas. Diseminada en alguna parte de este pueblo, estoy seguro, está mi impronta. Desde este momento cada piedra que piso en las estrechas calles de adoquines, cada fachada, sus diversos colores, la neblina que sopla desde el mar confundiendo las siluetas y hasta el reloj del Monasterio y sus catorce campanadas que anuncian las dos de la tarde me son conocidas, familiares, amigas. En los elevados riscos de la memoria, en las frágiles laderas del recuerdo, entre las grietas abiertas en roca sólida, en el rastro dejado por nuestras fatigadas huellas indelebles, en esos pasos que aún resuenan en el eco del pasado, de improviso un relámpago, un destello incandescente enciende alarmas escandalosas, deslumbra, desnuda certezas olvidadas y deja al descubierto nuestra inmensa ignorancia, para señalarnos el desconocido y aterrador camino de las incógnitas sin resolver, sus sorpresas y el encuentro inevitable con una encrucijada en donde convergen inexplicablemente circunstancias escritas de antemano, que en algún momento y siguiendo el caprichoso curso del destino se nos revelan. Desde un primer piso oigo claramente los gritos de una mujer que pide ayuda, con desesperación implora clemencia. A mi lado el mexicano señala el edificio en donde he creído oír los gritos y afirma que allí encerraban a las mujeres acusadas de brujas. La voz de la mujer cambia el tono y lanza hirientes acusaciones de injusticia, amenaza con muertes atroces a quienes se han confabulado para perderla, para quemarla como bruja. Soy el único que logra oír los gritos desesperados de la mujer, siento que la amenaza es en mi contra, regresa el miedo y se apodera de mi la poca razón que conservo, estoy completamente aterrorizado, pero no les muestro el rostro de este horror a mis acompañantes. En este estado lamentable, a las puertas de la locura, sin poder conducirme por la lógica me dejo llevar por mis compañeros y prácticamente soy empujado por los otros tres turistas dentro de una librería mínima, no puedo sacarme de la cabeza los gritos, las horribles amenazas, los insultos que la mujer profiere. Paralizado por el espanto, desconcertado por el susto, miro al matrimonio seleccionar entusiasmados algunas postales. El mexicano ha encontrado un libro de tapas oscuras y letras doradas que revisa con atención, yo me cruzo de brazos inmóvil y permanezco pegado a una pared cerca de la puerta, aterrorizado, muerto de miedo, siento amenazas desde todos los rincones, serias advertencias desde los títulos de los libros. Las campanas del reloj de la Abadía anuncian las tres de la tarde, el mexicano ha encontrado un defecto de impresión en el libro que revisa, es una página en blanco, en ese momento se lleva las manos al pecho, da un grito escalofriante, suelta el libro y con sorpresa veo que el volumen que tenia en las manos se escabulle, se pierde entre otros libros que se desparraman en desorden por el piso junto al mexicano que cae al suelo. Doy un salto en un intento desesprado por ayudarlo, pero está muerto. En la brillante pantalla del iPad descubro el último resultado de la búsqueda del mexicano. La Página Asesina En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere. Julio Cortazar |
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| Rodrigodeacevedo |
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Esta es mi aportación a la convocatoria de la quincena. Que os guste... A ORILLAS DEL MEDITERRÁNEO Hace unos días leí la nueva convocatoria que nos hace el compañero J.J. para seguir dando vida a Rayuela, ese encomiable objetivo del que no podemos desistir . Estoy sentado en la terraza, frente al mar, que se abre ante mí hasta un horizonte lejano, como un espejo reverberante que oculta tantos misterios. Y es el mar Mediterráneo, el padre (o la madre, porque muchos lo llaman el mar femenino) de todas las culturas. Tal vez el calificativo sea algo presuntuoso y pudiera originar debate, pero... con las mujeres, ya se sabe. En todo caso la cultura que yo he mamado es esa, la mediterránea, y particularmente me acomoda que sea femenina. Sin renegar de ninguna otra que, por lo demás no conozco, tengo que asirme a estos orígenes, a estas raíces que me definen como creo que soy: un amante de la Belleza, de la Justicia y de la Libertad. Pero hoy esta plácida contemplación del mar me plantea otro misterio: ¿qué voy a escribir acerca del mar si ni siquiera he viajado nunca en barco? Aunque, recuerdo, uno de mis primeros relatos, ya no se si fue en Rayuela o en algún foro anterior, se centró en el mar, más exactamente sus protagonistas eran gentes de mar. Lo situé en Portugal, en un puertecito que es el punto más occidental de la Península Ibérica: el cabo de Carvoeiro, en la pequeña punta de Peniche. El lugar del “non pus ultra”. En todo caso fueron ensoñaciones y, de alguna forma, materialización de lo que sea quizás mi vocación frustada. Porque también recuerdo que en mi adolescencia la llamada del mar era especialmente fuerte para mí. Sin salir de los ámbitos literarios de Emilio Salgari o Julio Verne, los libros de aventuras marineras me entusiasmaban. Me sabía de memoria todos los elementos y piecerío de los que constaba un barco velero, además de la clasificación que se hacía de ellos: fragata, goleta, brick, bergantín... Mi novela de Julio Verne y mi diccionario de marinería... Cuántas tardes, desde la calurosa e interminable dehesa extremeña han sido mis compañeros de viaje... Un bulto oscuro aparece en la lejanía del mar. Debe de ser algún pequeño barco pesquero de los que fondean en el pequeño puerto de Peñíscola. Empiezo a oír las rítmicas explosiones del motor que lo mueve lentamente. Viejos motores a gasoil que a duras penas consiguen que avancen esas barcazas que traen a puerto una cada más menguada captura de los peces que han caído en sus mallas durante la noche. A cambio de una pernocta a la interperie y un duro trabajo de echar y recoger las redes. “Y luego dicen que el pescado es caro...” Como soy un curioso empedernido me proveo de mis prismáticos y miro al lejano barco. Es, efectivamente, una barcaza conocida. Alguien está empleado en la tarea de retirada de los aparejos, de los que va retirando la parva cosecha de pescados de bajura que apenas tendrán acogida en la lonja. Ese será el salario de hambre que les reportará toda una noche de faenar. Me parece que es Ahmed, un marroquí que desde hace mucho tiempo se empleó con Isidoro, el patrón conocido mío. Isidoro estará, naturalmente, en la cabina, maniobrando para alcanzar la bocana; no se ve ningún otro barco en todo lo que puedo ver del mar. Ahmed procura que la red se encauce bien en el cabrestante donde se enrolla al recogerse. Una faena peligrosa y que exige concentración y fuerza física. Después bajaré al puerto; tal vez consiga verlos y tomar una cerveza con ellos. Siempre su conversación me lleva a aquellos lejanos tiempos de mi juventud en los cuales mi imaginación, nunca mi presencia física, me hizo navegar por los siete mares. Aunque ni Ahmed ni Isidoro hayan hecho más que pequeñas travesías. El monótono dialogo del motor con el mar: BOM-BOM-BOM... al que el golpeteo del trinquete del cabrestante tra-tra-tra-tra... le sirve de contrapunto me resulta ya familiar, como en mis vivencias extremeñas me resultaba familiar el graznar de los grajos o el chillido de los vencejos al atardecer. Isidoro...Ahmed... Hace apenas unos años dos perfectos desconocidos para mí. Ni imaginarme podía su existencia. Ahora dos personajes entrañables que conforman, y cómo, una parte importante de mi escaso entorno social. Isidoro, un pescador del pueblo al que la vida le dio pocas oportunidades para ser feliz, aunque por algún tiempo y sin tener demasiada conciencia de ello, lo fue. Ahmed...Ahmed es un personaje afortunado, dentro de lo ----------- de sus orígenes y sus primeras andanzas por el mundo, al que los vaivenes de la existencia llevaron al mejor puerto que podía alcanzar, a conocer a Isidoro. Una larga, dura y tierna historia, un inesperado cruce de caminos con, por ahora, un final feliz. Isidoro es y pertenece a una antigua familia de pescadores locales. Era uno más de la masa popular; ni siquiera se distinguía entre los suyos por ninguna particularidad; tenía la vieja barca heredada de sus padres, conocía por tradición los ya escasos bancos de pesca, poseía redes y mallas que ha tenido que ir sustituyendo y adaptando. Casó cuando era ya un hombretón y pudo dejar la atención a sus padres cuando fallecieron estos. Casó con una buena moza, también de orígenes humildes, de la que estaba según cuentan, perdidamente enamorado. También los pobres tienen sentimientos fuertes. Una epidemia de fiebres se la llevó un mal invierno. Un pequeño pueblo, una casi inexistente asistencia sanitaria... ¿qué se podía esperar? Es la criba natural que regula las clases sociales. Así que, fallecidos sus padres, fallecida su esposa de la que no tuvo tiempo de tener hijos, Isidoro quedó sólo en el pueblo; apenas con la vivienda de sus padres y la vieja barca en la que, por no pararse a pensar otras alternativas, salía a pescar muchas noches. La rutina y la soledad apretaban el cinturón de aislamiento que sujetaba a Isidoro a la mísera vida social del pueblo. Y entonces apareció Ahmed, cuando todavía la llegada de inmigrantes clandestinos no suponía, o no se había decidido por las autoridades, que supusiese un peligro para el equilibrio social. Ahmed apareció en la vida del pueblo casi de improviso; durante otro duro invierno, harapiento, sin apenas hablar el idioma de los locales, apareción una mañana tdormido sobre las redes en la dársena en obras. Cuando murió, la esposa de Isidoro estaba embarazada de un niño. La muerte de una tacada se llevó la vida de dos incentes. Aquella doble pérdida abatió todavía más al bueno de Isidoro. Un niño, el mayor deseo de aquel trabajdor honrado... No puedo precisar las edades, porque nunca me las indicó Isidoro ni yo inquirí sobre ello; pero calculo que el niño muerto y Ahmed tendrían hoy edades parecidas. Así que una mañana de invierno, sobre las redes que esperaban la faena en la playa, Isidoro que marchaba a emprender la faena cotidiana vio un bulto que se removía. Se acercó y vio un muchacho de aspecto harapiento que dormía acurrucado sobre si mismo. Se acercó con cuidadoy lo observó con curiosidad. No supo distinguir mayores detalles; el chico, tal vez percibiendo instintivamente la sensación de peligro, se despertó violentamente y gritó a Isidoro en un idioma desconocido. El recuerdo de su hijo muerto brotó instantaneamente en la memoria de Isidoro. Sí, este podía ser aquel hijo que murió en el vientre de su madre. Y trató de apaciguar al espantado chiquillo. Con gestos y palabras suaves Isidoro convenció al jovenzuelo que no tenía nada que temer. Supo que el chico tenía mucha hambre, intuyó que había llegado la tarde anterior al puerto y sin dinero ni familia había decidido pernoctar a la interperie. Algo en lo más íntimo de su alma decía a Isidoro que aquel muchacho podía ser el hijo que nunca tuvo. Fue una intuición; no se planteó ni pros ni contras. Fue como una iluminación que se abrió paso sin dificultad en su alma solitaria. Junto a la imagen del muchacho veía la de su esposa difunta como si le estuviese ofreciendo aquel fruto de su amor que nunca llegó a nacer. Y siguen juntos. Ahmed se convirtió en aquel hijo deseado y ayudó a Isidoro en su dura tarea de pescador solitario.
En estos pequeños pueblos de la costa a veces surgen estos milagros. Junto a la pobreza secular brota espontáneamente la generosidad y la fraternidad; está abolido el egoísmo. Casi siempre... Yo tengo el privilegio de pertenecer al pequeño grupo de amigos de ambos, Isidoro y Ahmed. Hoy ya hay numerosos “moros” en el pueblo. Sin problemas de convivencia, afortunadamente. Bien es cierto que desarrollan trabajos subalternos, pero entre los nativos merecen respeto y se les trata con ecuanimidad. Bajé al puerto cuando entendí que ambos, padre e hijo, habían descargado y acondicionado los bártulos con los que trabajaban. Los saludé desde el amarradero y me respondieron dos francas sonrisas, la del moreno Ahmed mucho más brillante que la de Isidoro, aunque yo sabía que eran igual de sinceras. Cuando descendieron de la barca les invité a desayunar en el bar del Hogar del Pescador próximo. Y hablamos; hablamos de temas recurrentes que ya eran habituales y que tratábamos con toda confianza: política, degradación de la pesca en el Mediterráneo, la sombra de la pobreza que se abatía como una negra nube sobre los escasos pescadores, los abusos de los compradores de sus productos: “antes, en la lonja, podíamos regatear y dar valor a nuestra pesca; ahora, cuando descargamos, el pescado ya está todo vendido y apalabrado para restaurantes y algún centro comercial. Y los precios los ponen ellos.”
Y yo, que soy del interior, de una región donde el mar es de tierra dura y produce cereal y poco más, y algún roquedal simula ser la brava ola que amenaza, veo el enorme valor que para mí supone la amistad de aquellos dos seres, tan ajenos a mi mundo, pero que nos están enseñando que este mundo es único y cada uno tenemos nuestro sitio en él. Me han enseñado que no hay gentes de mar y trabajadores de fábricas; hay seres humanos que cargan la dura tarea de sobrevivir con el trabajo impuesto, de diferente dureza para cada cual. Bum-bum-bum... el motor de la barca de Isidoro y Ahmed; ya resuena y la barca enfila la bocana... Les despido con un gesto de mis manos, manos que son como las suyas, pero sin callos... |
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Vacaciones en el Caribe Un amigo estudioso de los astros al leer mi carta astral me dijo que estoy mal aspectado. Yo no entiendo el significado de esa expresión, ni la carga que acompaña esa afirmación, pero él me aseguró que no era nada bueno, que era como estar envuelto en una nube de energía negativa y cada paso con el que yo intente avanzar me conducirá inevitablemente a un camino cerrado, pero que no es rígida la letra con la que escriben el futuro los astros y que es posible modificar sus designios, pero debo transmutar las malas energías y solo se logra cambiando la conducta habitual de negación por la aceptación de los eventos que en definitiva son circunstanciales, debo hacer un esfuerzo supremo por entregarme al destino trazado y de esa manera se romperá la cadena de acontecimientos que en esta época hacen mi vida miserable, son tan lamentables los sucesos que que me acontecen que dan ganas de morirse. Precisamente cuando el sol revienta cada mañana en una explosión de alegrías incontrolables y el verano provoca iniciar un viaje para conocer los puntos que unen al mundo con los sueños, a mí me entran temblores de un miedo legítimo, porque en mi caso se han despertado los impedimentos y me esperan para no dejarme avanzar. Desde que me conozco las vacaciones de verano son días fatales, ahora entiendo que los astros en esta época se alinean para enfrentarme, intento estar preparado para las situaciones que la vida me tiene cuidadosamente reservadas pero me es imposible y me sorprenden y caigo en sus trampas. Para salvaguardar mi integridad física y psicológica intenté quedarme en el trabajo y no tomar mi habitual descanso de verano y suscribirme a la estrecha rutina de lo cotidiano y sabido, pero el sindicato obligó a la empresa a dar vacaciones colectivas y no me queda otra alternativa que aceptar resignadamente el inicio de una interminable cadena de imprevistos que me conducirán por un tortuoso sendero de complicaciones. Entendí que no tenía escapatoria y que era el mejor momento para intentar transmutar las malas energías, decidí hacer un viaje de vacaciones pero con una pequeña diferencia en mi conducts. Esta vez conscientemente me entrego a esa condición de estar mal aspectado con los astros y acepto mi destino sin importar cuanto se empeñen los imprevistos en torcer mis caminos, estoy decidido a alterar esa condición que me señala. En en una Agencia de Viajes compro un boleto al único destino disponible en esta época. Una isla de habla inglesa en el Caribe. ¡Ideal para quien no habla inglés! Es el inicio del juego de los imponderables y lo acepto con todos los riesgos. Reservo un taxi al aeropuerto con cuatro horas de anticipación en un intento de evitar los contratiempos, el taxi no llegó, me informaron que había tenido un accidente y que no tenían más vehículos. Resignado saqué de la maleta lo indispensable, lo metí en un morral y me subí al primer taxi que se detuvo en la calle. Mantengo ese estado de entrega consciente sin lamentaciones y testarudo sigo adelante, es una prueba, pienso, y estoy decidido a superarla. Únicamente debo estar a la altura de mis circunstancias sin un mal gesto, aceptar cada momento con resignada voluntad es lo que me permitirá cambiar mi destino. Llegué al aeropuerto con tiempo todavía, pero un tubo matriz se había roto y no había agua ni aire acondicionado. La cola y el calor eran infernales, soporté estos pequeños inconvenientes con resignada esperanza, había imaginado cosas peores. Al entregarme el pase de embarque se acercaron dos agentes de seguridad del aeropuerto y me exigieron que los acompañara a una revisión de rutina, los sigo en silencio. Me he convertido en un número de las estadísticas y soy sospechoso por el único motivo de viajar con un morral y sin compañía, un hombre solo despierta enormes sospechas en estos tiempos. Me llevaron a un cuarto de interrogatorios, hicieron mil preguntas estrafalarias, revisaron decepcionados mis pocas pertenencias y finalmente me dejaron libre, pero me decomisaron el desodorante, el bloqueador solar, la espuma y la máquina de afeitar. Luego de varias horas me llevaron a la puerta de embarque, no perdí el avión porque se retrasó. Con cierta satisfacción me entrego a cultivar la paciencia, mi objetivo es cambiar mi condición de estar mal aspectado. Con un día de retraso y de madrugada, sin otro contratiempo me presenté en el Hotel. En un accidentado español y mucha comprensión entendí que había perdido la reservación, me explicaron que podía quedarme pero la habitación me costaría el doble por ser otra categoría. En otras condiciones habría discutido hasta quedarme ronco, exigiría mis derechos, obligaría a la línea aérea a darme una habitación sin cargo por su retraso, pero me entregué a mi condición de estar mal aspectado, sin chistar. Abrí la ventana del balcón y la vista me impactó. La luna iluminaba la noche, en el cielo limpio y claro habían plantado cientos de estrellas brillantes, en la cresta de las olas pintaron burbujas de plata y retozando alegres las olas desaparecen sobre las arenas doradas de una playa de sueño. A medio ducharme corro hasta la puerta con la toalla amarrada a la cintura, alguien intenta abrir la puerta con torpeza, con gritos y patadas. Abro la puerta y entra una mujer completamente borracha que me golpea con rudeza, me insulta en un idioma completamente desconocido, evidentemente se confunde, revisa toda la habitación y al darse cuenta que estoy solo me empuja nuevamente al baño, se desnuda y se me echa encima bajo la regadera. Nuevamente voces, alguien entra a la habitación, una sombra enorme desde la puerta dispara, corre sangre en la ducha. Pido auxilio, clamo por ayuda. En una isla del Caribe intento transmutar mi condición de estar mal aspectado por los astros, acepto con resignación mi destino y cuido en un hospital a una mujer desconocida, herida de bala en mi habitación de hotel, que me habla en ruso y me mira con dulzura. |
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Aunque se parece mucho al tema que nos ocupa esta quincena no es la tarea propuesta. Tomé una Decisión.
Bajé de las montañas en donde nací, dejé las alturas que me cobijaron, esas cimas que me ayudaron a crecer y premiaron mis esfuerzos. El eco de mi voz se quedó suspendido entre riscos y abismos acompañando los remolinos, la turbulencia que arrastra de vez en cuando el viento cuando viene violento. los afectos quedaron envueltos en el amable azul de la neblina. Resolví con acierto mis negocios, adelantado y sin rebaja pagué por un año los derechos para ocupar el depósito en donde se guarda la cosecha. Mis terrenos de labranza los dejé a cargo de mi buen caporal, de sus manos prodigiosas, de su tino y su buen juicio.
Atrás quedó el jardín encantado que ambos conocimos, sus fantásticas lomas coronadas con rocas amarillas de extravagantes y divertidas formas semejantes a enormes calabazas caprichosas. Las cimas que abandoné permanecen intactas bajo el asedio del río que las rodea y las enamora con su dulce rumor de piedras. Me despedí del muro tapizado de hiedra en donde el tucusito canta, ese lugar mágico sobrado de recuerdos, en donde encontré un seis de julio a Marisela Marcano bailando con el viento, como una divertida marioneta manejada por las manos imaginarias de benévolas hadas.
Rescaté del escaparate la postal que Marisela me envío desde de la Bahía del Pirata, con apenas cuatro garabatos escritos con prisas, con su característica letra menuda y en tinta azul. Logré descifrarlos con dificultad, los aprendí de memoria y repito esas pocas palabras para convencerme que debo salir a buscarla, que mi tiempo se acaba y necesito encontrarla para rescatar la calma que perdí cuando ella se fue. De nuevo leo el mensaje escrito en la postal: Te espero. Tú niña pájaro.
Me pesa su ausencia y no puedo negarlo. Recuerdo claramente sus palabras al despedirse, no puedo olvidar su tono dolido en el que se coló su decepción: parece que tú naciste con profundas raíces enterradas en estas montañas, eres una zanahoria más, una de esas papas que cultivas, estás clavado bajo la tierra sin cielo, ni horizonte, ni otra posibilidad que la soledad.
Y mi respuesta fue automática, en un intento desesperado por darle razones contra posibles arrepentimientos, para dejarla libre de culpas. Y tú naciste pájaro. Dije.
En el trayecto que me aleja de las montañas la geografía cambia de a poco, las enormes llanuras se tragan las montañas, las colinas. La tierra se tapiza con tonos verdes que se extienden hasta perderse de vista y el calor sofocante se mete en la piel, se queda allí y agobia y obliga una inquietud que permanece incluso después de cerrarse la noche. En la madrugada llegué a mi destino, se han desatado los vientos y un eco desconocido, ronco y profundo se deja oír con insistente monotonía. En ese momento no sabía que era el mar quien me llamaba.
Entré a la Mansión del Deseo, único lugar de puertas abiertas a estas horas en que todos deben dormir. Me llamó el escandaloso ruido de la vida y por un momento pensé en encontrar en este lugar a Marisela, que se vino en busca de otros fuegos que la consumieran. Con los ojos abrasados por el humo de cientos de cigarrillos, en esta algarabía, en el desorden de gritos destemplados, en el paroxismo de los hombres ante mujeres desnudas que atienden sus demandas abandonadas a una noche sin mañanas, sumisas y entregadas, intenté localizar sin éxito a Marisela Marcano.
Amanecía cuando salí del local, la brisa me llevó a la playa y me deslumbró el mar, era la primera vez que me encontraba ante tamaña inmensidad, las horas pasaron y yo permanecí conmovido ante este impresionante portento, en la tarde, el sol se defendió de las sombras con valor y entre fulgores de colores intensos libró una batalla épica y cedió finalmente vencido a la noche y sus misterios.
Hipnotizado por el ir y venir de las olas y con cierto pesar, le di la espalda a ese mar que recién conozco y caminé por el puerto en mi búsqueda de Marisela Marcano. A quienes le pregunté no supieron darme razón de haber visto a ninguna mujer de ojos hondos y profundos en los que se encuentran hundidas las estrellas y no dejan de brillar nunca. Ninguno había visto tampoco a una mujer con la piel de espuma de leche salpicada de canela y menos recordaban haber tropezado con alguna mujer de cabellos de barba de maíz excesivamente cortos.
Caminé sin rumbo toda la noche por esas calles desconocidas y poco alumbradas, en el momento en el que me abandonó la calma le pregunté a la luna por Marisela y un guiño de esperanza fue su respuesta. Al amanecer me detuve de nuevo frente al mar, esta vez en el mismo ángulo desde donde fue tomada la imagen que sirvió para iluminar la postal que Marisela me envió. Una voz limpia, que llegó con la brisa dulce de la madrugada, una voz que conozco en cada detalle de sus tonos dice a mi lado: sin ti perdí el interés de volar. Sin darme la vuelta yo respondo con el asombro amarrado a la garganta: y a mí me nacieron hormigas en los pies que me trajeron hasta aquí. Hoy iniciamos juntos la gran aventura de vivir con las alas extendidas y una meta única. Mantenernos unidos por siempre y para siempre. |
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Siempre el Destino Tengo genuino terror a la presencia de un “Troyano” que pueda infectar los circuitos, un “gusano” que confunda los programas instalados, un virus que se robe la información de mi computador personal y me haga perder los respaldos de mis recuerdos, mis queridas notas personales. Asistido por ese temor en mi práctica cotidiana no accedo desde mi dispositivo a páginas desconocidas, ni tampoco intento bajar información sensible que pueda poner en peligro mi equipo, mis datos, la información que atesoro. Con un descuido imperdonable abrí un mensaje alojado con aire de inocencia en mi buzón de correos, en apariencia la misma dirección, pero un detalle mínimo, un imperceptible punto escondido entre letras diferencia las direcciones, esa pequeña distinción dió paso a un polizonte escondido en mi navegador y el mensaje se coló confundiendo al destinatario y se alojó cándidamente en mi buzón. Empujado por los apremios sin sentido que me consumen cometo con frecuencia la imprudencia de ejercer la lectura veloz. Yo reconozco que es una barbaridad, un acto de mala costumbre y también de pésima educación en atención al escritor. Con las prisas abrí un correo ajeno que pensé era para mí. De inmediato supe que me había equivocado, que había cometido un error imperdonable. Salté del susto, intenté apagar el computador para evitar males mayores, pero el correo se abrió con la velocidad de un pestañear. Esperé aterrorizado que en la pantalla apareciera un anuncio de bloqueo, de desfragmentación y que una nube oscura consumiera la luz que ilumina la pantalla, para mi tranquilidad, el mensaje no ocasionó conflicto alguno y la información permanece intacta y resguardada. Pasado el susto y ahora dominado por la curiosidad, más tranquilo, sin miedo, leo el mensaje que no me corresponde. Es una convocatoria para un concurso de fotografía. En ese momento con ingenuidad le atribuí a mi buena estrella la confusión y pensé que el destino me tenía reservado un triunfo seguro. Con el entusiasmo de quien sigue señales entre sombras y cree en fuerzas superiores, en energías capaces de abrir puertas y posibilidades, escribí de inmediato la leyenda ideal para una imagen no tomada todavía. Con entusiasmo salí a cazar el instante perfecto y logré captar el reflejo de una tarde maravillosa: entre ocres y malvas el cielo dibuja una línea de calma y promesas, un rostro anónimo apenas visible entre los indicios del crepúsculo se asoma desprevenido al final de la tarde. Entregado a mi destino escrito por esa mano desconocida que nos presenta la vida como largo camino de sorpresas, confiando, más en el albur de mi sino que en el valor estético de la fotografía, envié el material al concurso y esperé con ciega convicción mi triunfo, lo consideré de antemano seguro. Contraviniendo las bases establecidas del concurso me citaron con insistencia para una inusual entrevista. En el amplio salón de reuniones de un sospechoso edificio, cuatro hombres de trajes oscuros, amparados en una extraordinaria seriedad, sin dar ninguna explicación, piden información detallada sobre la fotografía. Yo trato de explicar el proceso creativo, la agudeza de los tonos y la eficaz irrupción de la vida al final del día, pero no están interesados en poesía visual, exigen datos precisos sobre la hora, el lugar, el momento, la fecha de la toma, el ángulo desde el que disparé, me piden detalles y exactitud con una seriedad que asusta, mientras explico con claridad los detalles que requieren y con un miedo creciente de haber cometido un delito, pienso en esa máxima nuestra: al inocente lo protege Dios. A los pocos días el acaso me trae una sorpresa. Pierdo el concurso de fotografía, otro se lleva el premio, pero el rostro de la imagen, esa figura anónima apenas advertida, que le dio vida a mi tarde de ocres y malvas le pertenece a uno de los hombres más buscados y peligrosos. Mi instantánea de esa tarde, los datos suministrados y ciertas coordenadas, le permiten a la INTERPOL capturarlo y me corresponde el dinero de la recompensa que se ofrece por la información. El cheque es mucho mayor que el premio de la fotografía. |
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Este texto lo escribí en el 2013, recién lo corrijo y quise publicarlo para que se den un paseo por esa otra America que le gusta tanto al señor Iglesias. Por cierto, alguno sabe porque deja la vicepresidencia para perder los pocos escaños que le quedan en Madrid, será quizás el caso Neurona, o los otros muchos casos de sobornos y dineros mal habidos que hasta ahora ha logrado torear. O serán esos oscuros manejos de la política española, que son tan difíciles de descifrar para los ciudadanos. Caso Andueza Suena el teléfono. Al contestar una voz histérica de hombre chilla en alguna parte del mundo detras de un movil:
¡Mataron a Daniel!
-Al fiscal Daniel Andueza le colocaron una bomba en el auto y explotó-.
Sin ninguna cortesía, sin prestar atención al desesperado dolor que la voz desnuda y sin ninguna consideración con el cuerpo despedazado y repartidio en medio de una calle desconocida hago la única pregunta que estoy acostumbrado a hacer en estos casos, una pregunta totalmente desprovista de emoción, tecnica y profesional, quizás un poco ruda, pero obliga a quien me habla a ser preciso con respecto al asunto por el que requiere mis servicios.
¿Que necesitas?
La respuesta es atropellada, más emotiva que cargada de venganza.
-Necesito saber quién lo mató-. -Quiero la verdad-. -Tener la certeza de saber el nombre del infame que fue capaz de matar a mi Daniel-.
Con la frialdad de la experiencia le respondo:
-La verdad brilla encima de la costra del tiempo, es costosa, duele y no sabrás que hacer con ella-. -Antonio-.
Mientras hablo con el desconocido que llama por telefono, estuve ocupado identificando a quien le pertenece el número desde el que se comunica, quien habla es Antonio Rodríguez y lo hace desde Sur America. Abro de inmediato otra linea de busqueda en otra ventana y en la pantalla de la computadora aparece toda información que existe en la web sobre Daniel Andueza.
El sorprendido Antonio pregunta con voz de miedo.
¿Cómo sabes mi nombre?
-Soy un investigador, es mi tarea descubrir cosas, me estas llamando para que investigúe la muerte de Daniel Andueza. No le permito que hable y leo un resumen de la información que mi computador destaca sobre Andueza, no cambio ni una sola coma.
-El fiscal trabajaba directamente con el Presidente de la Republica, era el encargado de realizar averiguaciones y establecer nexos relacionadas con los acontecimientos de Abril-.
Tengo el perfil completo de la persona que me está llamando y disparo la pregunta cuya respuesta no está disponible en la Web y el único que puede reponderla es Antonio.
-Tú no eres familia del Fiscal-. ¿Porque tanto interés en saber quién lo mató?
Con un sollozo ahogado, en un susurro, con voz de duelo, Antonio confiesa abatido:
-Era mi amor-.
Cambio el tono y le informo que voy a iniciar la investigación tan pronto deposite el dinero correspondiente a mis servicios como Investigador Pivado, le comento que la cantidad exacta de dinero y los datos del Banco se los estoy enviando a su celular.
La llamada me despertó a las cinco de la mañana pero ya no puedo seguir durmiendo, sin esperar el depósito, que es una formalidad menor, comencé el trabajo.
Relizo investigaciones de todo tipo y por dinero, pero en un trabajo hay sutiles detalles que plantean interesantes interrogantes y en esos casos mi esfuerzo es mayor, quiero resolver esos desafios que me planteo como retos personales. Mi interés en este caso lo despertó una incongruencia, siendo Andueza Fiscal de Ambiente, porque se le asignan casos de Seguridad del Estado. Resulta evidente que en el juego de poder el Fiscal perdió, lo que necesito descubrir es quien ganó.
Soy experto en información y contra información, algunos creen que soy un ------ porque tengo cierta habilidad, una destreza innata en entrar a páginas protegidas y encontrar la información que busco, incluso aunque esté encriptada. No tengo que moverme a buscar datos, ni hacer preguntas incomodas, ni perder el tiempo en los bares, ni arriesgar la vida en las calles, lo único que necesito es mi computador.
Soy una sombra, el espectro de la luz que refleja la verdad y saber la verdad te lleva inmediatamente a tener poderosos enemigos capaces de destruirte, por eso instalé programas que impiden mi localización física.
Es impresionante la cantidad de información que circula por la web y que obtienes con programas sofisticados y computadoras envenenadas. En una pantalla táctil tipo holograma abro infinidad de ventanas, que entre ellas cotejan y relacionan información sobre el caso Andueza, cada tanto se activan alertas y me llevaran a ir cercando y cerrando círculos sobre la información que necesito.
Detras de un dato que sugiere alguna importancia o conexión intervengo teléfonos y correos electrónicos, oigo las declaraciones de los medios de comunicación sobre el caso de Andueza, activo un sistema que me lleva a observar el último mes de la vida del Fiscal, sus movimientos dejan una huella y en menos de 24 horas ya tengo clara la situación.
En el país de Andueza hay lo que parece un caos informativo, mucha basura en los medios, demasiadas declaraciones interesadas. En realidad es el empleo planificado de la propaganda como una operación de acción psicológica mediática, orientada a direccionar conductas en una permanente acción de control social con claros objetivos políticos y militares, ninguna de estas actividades son nuevas, lo novedoso es la utilización de equipos tecnologicos para capturar y diseminar la información, para generar tanta información falsa que no se sabrá la verdad jamás. Ahora entiendo perfectamente porque Antonio me contrató el sabe que el verdadero asesino de Daniel Andueza nunca aparecerá. Quien vive en un estado de caos imformativo y pierde como Antonio a un cercano, el conocer la verdad es lo único que importa.
Chequeo en el banco si Antonio cumplió y ya realizó el deposito de mis honorarios profesionales, compruebo que el dinero está en mi cuenta, hago unos movimientos y borro las huellas del deposito, me comunico con Antonio.
-Quieres un informe por correo o prefieres que te hable-
-Prefiero escucharte-. Dijo. -No tengo cabeza para leer-.
-Desde que el Teniente Coronel llegó al poder, tu pais está bajo una permanente Guerra Asimétrica, es una guerra por la conquista de cerebros, el objetivo es controlar la mente de todos-. -La conducta es chequeada, monitoreada y controlada por expertos, sometida a operaciones extremas de guerra de cuarta generación, la población se convierte en víctima y victimario, en esta acción perversa el único fin del Estado es la permanencia en el poder del nuevo grupo dominante-.
-Convirtieron a tu país de la noche a la mañana en un espacio geográfico gobernado por los intereses de las mafias que operan al amparo del militar que los gobierna, personajes variopintos con una gran carga de resentimiento social estan encargados de ejercer el control y de vigilar-.
-Daniel Andueza investigaba los acontecimientos que se desencadenaron en abril y estableció por su cuenta y riesgo una red de extorsión que opera organizados en una banda autodenominada “Los Enanos” ninguno de los integrantes, tampoco el Fiscal, superaban el metro sesenta y dos centímetros de estatura-.
-Esta banda que dirigia Andueza, bajo la amenaza de involucrarlos en los acontecimientos de Abril, exigían el pago de una indemnización que no sería la última, ya que la investigación permanecería abierta-.
-El Fiscal Andueza sin saberlo, se enfrentaba al Vicepresidente, un periodista que goza de mucho prestigio como representante de la izquierda y los Derechos Humanos, este hombre se acostumbró a vivir bien con dinero ajeno, operaba acusando veladamente desde un programa de televisión a militares de alto rango, a empresarios y políticos y los obligaba a comprar las obras de arte de su esposa, para no descubrir sus nombres en el programa de televisión en el que cada domingo aparecia-. -Aquel que no pagaba sufría las consecuencias de las perversas acusaciones que se le ocurrieran en el momento-.
-El ejercicio de la extorsión bajo esta fórmula lo aplicó durante mucho tiempo, antes de conformar el gobierno que preside el militar golpista, pero le quedo el gusto y ahora cobra descaradamente desde la posición de poder que ostenta y deposita en cuentas fantasmas-.
El vicepresidente se encontró que el Fiscal andaba por su cuenta y amenazaba quitarle el negocio y las rentas, muchos se negaron a pagarle ya que el Fiscal los asfixiaba-.
-Por orden del Vicepresidente dos de sus escoltas colocaron la bomba en la Autana de Daniel Andueza-.
Sin esperar respuesta corté la comunicación y archivé en la nube el informe. |
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Extraordinario... Nada nada, que si no nada se ahoga. Un abrazo y gracias por el humor. |
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