Suena, impertinente como es habitual, esa repelente maquina de romper sueños que, en un arrebato de originalidad, alguien bautizó cierto día como despertador.
Abro los ojos con esfuerzo; después la boca, emitiendo un sonoro gruñido parecido a un bostezo. Más que un bostezo, pienso mientras trato de rascar esa zona inalcanzable de la espalda que siempre pica, es una especie de suspiro ahogado; un suspiro producido por la angustia de saberse, de nuevo, en el mundo real, en el que duele.
Huelo a café. Una efímera ilusión de que mi mujer haya preparado el desayuno desaparece al recordar, aún en mi resaca, que hace semanas me dejó. Sin duda el olor procede de otro piso más feliz que el mío. Miro el reloj. Faltan un par de horas para que amanezca. Hora de levantarse.
Despacio, a desgana, me visto por inercia; algo que, como conducir, hacemos de memoria, o lo que queda de ésta.
Una pasada rápida por el baño; lo justo para mear mientras mi tos despierta a algún vecino, mojar con abundante agua cuello y cara, y pasarme un peine por el pelo. Café de ayer recalentado en microondas, y a la calle.
El camino al metro es una perezosa sucesión de imágenes revividas a diario durante años. Nada es nuevo; apenas la cara de algún despistado buscando un bar abierto o las más que previsibles inclemencias meteorológicas tratan, sin éxito, de romper en parte la monotonía del trayecto.
Una vez en el vagón, más de lo mismo. La gorda del abrigo azul con sus constantes e inquebrantables esfuerzos en lograr un asiento libre; la chica de las gafas que jamás me ha dedicado una mirada, pese a mis intentos; el joven- o ya no tanto- de los auriculares que siempre se duerme,; el avinagrado tipo de los codazos. Gente con la que, echando cuentas, he estado bastante más tiempo que con muchos amigos y familiares con los que me siento a cenar en navidad o a jugar al mus mientras nos contamos nuestras tristes, o rutinarias, que es peor, vidas.
Llegamos por fin a mi parada. Bajo, y sin mirar, voy preparando un cigarrillo. La primera calada de tabaco, además de ser el mejor expectorante que conozco, tiene la discutible virtud de recordarle a mi paladar el sabor, e incluso la cantidad aproximada- siempre mucha- del licor consumido ayer. A veces simple cerveza, otras vino; las más, últimamente, whisky sólo.
Tras dos manzanas llego a la puerta de la fábrica. De pronto, paro en seco; noto un repentino frío que recorre mi espalda y un agudo dolor en la cabeza. Tiro el cigarro y levanto los ojos del suelo. Fijo la vista en el portón de entrada; está cerrado. Después veo al portero, que extrañado y un tanto compasivo me mira. Hago un esfuerzo y recuerdo aquello que insisto en olvidar. La realidad aparece, como siempre, y me fuerza la pregunta:
¿Qué hago aquí de nuevo? Ya hace más de un mes que la empresa cerró, joder. Estoy en el paro.
caizán
22-11-2012 02:31
EL GUANTE AZUL
El que busca, encuentra. Es un viejo axioma que olvidamos siempre. Después de varios años de viudez, un día cualquiera entré en la habitación “de los trastos”, que toda casa antigua tiene; allí coexisten todas las cosas que no sirven para nada, pero guardamos, por si acaso.
Después de mucho revolver encontré un paquete sellado con cinta. La curiosidad me hizo abrirlo, había un cuaderno escrito a mano y un guante azul.
Me senté en el piso y, luego de mirar el guante, leí el cuaderno.
“Mi nombre es Marisa, nací hace veinticinco años y me caso la semana próxima, ese día, en mi casamiento civil llevaré, en mano o escondido este guante azul, que pertenece a mi familia desde hace varios siglos, concretamente desde la época de la revolución francesa; un antepasado nuestro era verdugo en el París de la guillotina y todos los condenados le daban algún presente, económico o afectivo, para que el verdugo los ejecutara limpiamente.
La princesa Ivonne de Nancy iba a morir una semana antes de su casamiento, en su poder conservaba un guante azul, que formaba parte de su ajuar de boda; se lo entregó al verdugo pidiéndole, expresamente, que lo entregue a alguna joven que él quiera, antes de su casamiento, para que sea feliz y disfrute del amor que la princesa sentía y no podría concretar.
Toda la energía esta puesta dentro del guante, la joven que lo calce, recibirá el amor que ella tenía y su deseo de felicidad; ambos le será n transferidos.
Hoy, cincuenta años después, retomo este cuaderno. Debo ser sincera, lo tenía olvidado. Cuando partí de luna de miel, quedó en casa y ese primer año de mi vida como esposa – estoy sonriendo por lo que voy a decir - descubrí a la mujer apasionada, descubrí el sexo, la gloria del sexo. Las muchachas de este siglo XXI reirán abiertamente ante esta confesión: me casé virgen, en ese tiempo era un valor, pero todo se deprecia, no solo la moneda. Como decía, la gloria descubierta hizo que no recordara este cuaderno, que originariamente iba a ser un diario y terminó siendo un anotador de curiosidades familiares, que nadie conoce.
Vuelvo a sonreír porque pienso en el único que podría encontrarlo después de mi muerte: Carlos, mi esposo. Lo imagino revolviendo estos trastos viejos, buscando lo que queda de nuestro pasado; por lo tanto agregaré un párrafo para él.
Querido Carlos, sé que no has sido fiel a ultranza, no importa, mi amor fue de pertenencia, es políticamente incorrecto decirlo en este siglo de la mujer y sus conquistas, pero a mi generación le inculcaron esos valores, que también practicaban nuestras madres. Le pertenecíamos a un solo hombre, de por vida. A cambio, pedíamos respeto, consideración y amor, por la pareja y la familia.
La tuve. Vuelvo a la historia.
Mis antepasados lo usaron y comprobaron la energía positiva que emanaba de dicha prenda, Yo lo ratifico, antes de mi matrimonio civil lo calcé y durante el acto estuvo en mi bolsillo; toda su magia invadió mi vida, fui feliz con mi esposo, con mis hijos, y tuve una buena vida.
Cuando le hice al ajuar a mi hija, lo cosí entre una de las enaguas, los jóvenes son poco propensos a creer las milagrosas historias de amor. Ella es feliz en su matrimonio y en su vida, nunca pensó en el divorcio, cada vez que lo hablamos lo pondera, cree que es una herencia familiar. Ignora que tiene razón, desconoce esta historia, de la que fue partícipe sin saberlo.
No tengo a quien entregarlo que sea capaz de valorar la fuerza de esta prenda, las historias románticas no tienen muchos adeptos, el mundo consumista predomina entre la juventud de hoy; tanto tienes, tanto vales. Por eso lo guardo, con la secreta esperanza de que alguien lo encuentre y el misterio revalorice y actualice esta vieja historia de amor”.
A mi me sirvió. Doy fe
JSM
Rodrigodeacevedo
20-11-2012 21:15
Este relato ya lo publiqué en Grupo Búho, sin demasiada respuesta. Puede que alguno lo recuerde. No obstante, como ando mal de tiempo y de inspiración, para que no decaiga más este querido foro, aquí os lo dejo.
ÁNGELES NEGROS.
¿En qué momento de la vida del hombre los ángeles negros muestran su siniestra belleza y los deslumbran y cautivan? ¿Qué oscuros horizontes atraen al ser humano por tortuosos caminos hacia abismos que sólo desde la locura pueden ser entendidos? ¿Porqué alguien, nacido en cuna limpia, educado desde y para la belleza, prefiere rehuir la deslumbrante luz del sol y hundirse como lombriz en las ciénagas putrefactas de lo sórdido?
Así cumplo yo mi devenir en este mundo. Así he llegado a perfeccionar ese gesto infamante y desolado de la mano extendida en petición de caridad. Pero no siempre fue mi vida tan degradada, tan embrutecida. Hubo una época en la que aún mi corazón latía dentro de un cuerpo erguido, orgullosamente altivo. Mi mirada, todavía clara, estaba a la altura de los otros, mis iguales. No necesitaba, como ahora, volver los ojos hacia el cielo para ver la mano que me ofrece su limosna y la expresión de indiferencia de quién me la da. Fue entonces, en esa época feliz, cuando surgieron los ángeles negros. O puede que ya estuvieran conmigo, desde el útero donde fui engendrado. O antes, desde el principio de los tiempos.
Según mis turbios recuerdos todo empezó al final de mi adolescencia. El jovencito juicioso, buen estudiante y en cierto modo ejemplar para el resto de los niños de la familia, empezó a “torcerse”. Aquel arbolito no admitía rodrigones que lo mantuviesen recto. Aquellas desviaciones que, inicialmente, mis mayores consideraban “cosas de críos”, aunque eran muy extrañas para ellos, acabaron con expulsiones de colegios, amistades turbias y el definitivo calificativo de “este crío es un demonio ¿a quén habrá salido?”.
El calvario comenzó con los primeros tratamientos de psicólogos y psiquiatras. Al aumentar la cantidad y desproporción de mis “desviaciones”´, incluso con un primer intento de suicidio, fui ingresado para estudio y observación en un centro especializado. Se me diagnosticó “síndrome de personalidad límite” o “border line”, que disimulaba mejor lo terrible de aquel diagnóstico. Personalidad anormativa, con tendencia compulsiva hacia lo castigado, hacia lo ilícito o inmoral, según las normas establecidas. Sin tratamiento eficaz, con crisis periódicas autopunitivas (léase suicidio); en definitiva, mi infierno y el de los que me querían y rodeaban. Al parecer, con este trastorno quedaba excluído de cualquier estructura social (estudios, empleos...) que requiriese una disciplina, un cierto orden de vida. Es decir, quedaba excluído de la sociedad.
Al poco tiempo abandoné el hogar familiar y comencé mi travesía del desierto. Lo malo es que mi desierto estaba poblado de seres de mi calaña, pero con más recursos que yo para sobrevivir. Y en aquella lucha por la supervivencia, siempre como marginal, hice mucho daño, lo cual me excluía aún más. Sin asideros afectivos -siempre rechacé la ayuda de familia, instituciones, especialistas; mejor dicho, no la rechazaba, pero la utilizaba para hacer dentro de ellas el mayor daño posible- fui cayendo irremediablemente hacia el fondo del abismo donde ahora me encuentro. Porque según aquel diagnóstico, y cada vez voy comprobando con mayor desesperación su veracidad, mi objetivo en la vida es la autodestrucción. Pero no con un simple suicidio; eso sería demasiado fácil, demasiado compasivo. Estoy condenado a destruir todo cuanto me es digno de ser amado, cortando mis sentimientos en alma viva, a zarpazos o con los cuchillos acerados de la frialdad y el desprecio.
Mis ángeles negros me colocan sus señuelos con gran maestría. Anulan mi voluntad en los improbables casos de que yo me inclinase por el bien, por el orden y la norma. La belleza de sus atractivos me ciega; actúo, destruyo y después, tras la brutal carcajada del ángel, éste me hace ver una cierta claridad en mi aterrador horizonte.
Creo que los facultativos nos otorgan una corta esperanza de vida. A veces remiten al afectado a la posibilidad del milagro. Mientras llega cualquiera de las dos salidas a mi laberinto aquí seguiré, entre los cartones que me sirven de alojamiento, con mi brick de vino peleón para mantener vivo y consciente mi embrutecimiento, sacando de vez en cuando de entre mis harapos esta mano que un día supo acariciar y ahora apenas sirve para pedir limosna.
- - - - -
Este es un caso real. Aunque este relato esté contado en primera persona, no soy yo el protagonista, pero mi proximidad al personaje cuya desesperada vida he querido ocupar, creo que me permite hacerlo sin incurrir en usurpación.
Gregorio Tienda Delgado
18-11-2012 15:57
UNA NOCHE DE LUNA LLENA.
Es de noche. Vivo en una casa a las afueras del pueblo. La luna llena brilla solitaria en lo alto del cielo completamente bruno. Es una de esas noches que ningún ruido perturba el silencio reinante, en la que puedo oír hasta los latidos de mi propio corazón.
Me encuentro solo, sentado en un sillón cerca de la chimenea desde donde puedo ver la claridad de ese satélite solitario, como yo, entrando por la ventana. Ya es cerca de la medianoche. He apagado la luz, y la claridad de la luna que penetra a través de la ventana del salón, sumada al resplandor del fuego de la chimenea, me iluminan tenuemente. Llevo más de dos horas leyendo un libro y Morfeo me invita insistentemente; mis ojos se cierran, se cierran...
Un fuerte golpe me ha despertado, y cada sonido que irrumpe en mi soledad, es como un aviso de peligro desconocido. Su eco retumba en toda la habitación perturbando el silencio. Parece venir de todas partes. Ha sido un golpe seco, como de algo que ha caído al suelo. Levanto la mirada tratando de descubrir qué lo ha producido, pero al no ver nada fuera de lo normal, no le doy mucha importancia. Debe haber sido mi bastón, que al estar mal colocado sobre la pared ha caído al suelo, -pienso.
Pero... desde algún lugar de la habitación escucho un murmullo. Es apenas perceptible y no puedo distinguir qué dice. Poco a poco, la voz se hace más clara. Permanezco inmóvil durante unos minutos, mientras intento discernir de donde proviene. Parece venir de todas partes pero no veo a nadie. Es como un eco cacofónico, indefinible. Trato de tranquilizarme pensando que quizá todo es producto de mi imaginación. Pero de un momento a otro el susurro se ha convertido en risa; una carcajada que rebota en las paredes.
¡El miedo me hiela la sangre! No puedo decir nada. ¡Me he quedado sin habla! ¡Intento ponerme de pie, pero mis piernas no me responden, no puedo moverme estoy como encadenado al sillón! De pronto, la risa ha cesado y tengo duda de que todo sea irreal, producto de mi propia imaginación. Pero, no. Después de unos instantes, escucho la misma voz que menciona mi nombre y no puedo determinar de donde viene, parece estar en el aire que respiro.
Ahora, empiezo a escuchar una respiración que no es la mía. Es lenta y calmada y la oigo acercarse hacía mí, pero no sé desde donde. Es como si todo el aire formara parte de este ser que no puedo ver. Vuelve la risa, la siento aún más cerca. Creo que se burla del deplorable espectáculo que debe ver en mi rostro contraído por el terror. Siento como si algo estuviera presionando mi cuello; como si unas manos invisibles me impidieran respirar. Trato de detenerlas, pero no es algo físico, no es algo palpable. Llevo mis manos hacia donde noto la opresión, no hay nada. Aún, así, siento que aprieta cada vez con más fuerza. Intento gritar pero lo único que sale de mi garganta son sollozos apagados por la fuerza del agresor invisible. Aunque pudiera gritar, no serviría de nada; no hay nadie cerca que pueda auxiliarme.
Después de mi infructuoso esfuerzo por liberarme, noto que, por fin, ha desaparecido la presión sobre mi cuello y lo oigo reírse de nuevo. Su risa suena por todo el salón y penetra por cada poro de mi cuerpo, hasta que el aterrador miedo que me posee, hace que caiga en un estado de sopor profundo... voy corriendo, perseguido por la voz sin cuerpo que ríe y grita mi nombre como poseída por una furia sobrehumana. Corro por un lugar desconocido y oscuro, donde la única luz es la de la luna que brilla solitaria en el cielo con un color rojizo, quizá presagiando mi fin...
He recuperado el sentido y aún es de noche. La estancia está en tinieblas y lo único que la ilumina es un débil rayo de luz de luna. El fuego de la chimenea se ha consumido por completo. Pienso que todo lo pasado ha sido un sueño, pero oigo de nuevo la respiración pesada que se acerca y distingo una sombra pasar por delante la ventana y llegar hasta donde me encuentro sentado. Noto su aliento casi humano; su respiración es calmada, pero sigo sin saber de donde procede. Ya está lo suficientemente cerca, y comienza a reír de nuevo, pero no es la misma carcajada de antes. Es una risa triste en la que puedo distinguir algún sollozo. La voz, cerca de mi oído pronuncia mi nombre y dice:
-¡Márchate! ¡Esta casa es mía!
Instintivamente miro hacía la ventana y veo como su sombra se desvanece. Enciendo la luz, recojo el libro del suelo que debió caer cuando estuve inconsciente, y leo el título:
Historias de Fantasmas.
Charles Dickens.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
18-11-2012 01:16
Amigos y amigas, escritores. 5 excelentes trabajos en esta etapa. Vamos progresando.
Gracias por vuestra colaboración y vuestros valiosos comentarios en general. Gracias por los que mi relato se refieren.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.
Saludos.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
09-11-2012 01:05
Amigos y amigas, escritores y escritoras, dos días para publicar vuestros relatos. El domingo día 11, empezamos a comentar.
Saludos.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
08-11-2012 20:30
TRATADO DE ÓPTICA METAFÍSICA
o
¡Oh ¿Cómo podemos estar tan ciegos?
Desde la más remota antigüedad el ser humano, apenas evolucionado del primitivo mandril que era, se sintió atraído por lo bello, por lo perfecto y la búsqueda de la Belleza ideal se convirtió en uno de los motores de su evolución. Así, desde Platón, Aristóteles, Plotino, Fidias, etc., los antiguos filósofos y artistas ya demostraron su preferencia en la definición y búsqueda del ideal de Belleza. Tal vez uno de los ejemplos más paradigmáticos de esta búsqueda sea la del rey de Chipre, Pygmalión, quien soltero y solo en la vida no tuvo más feliz ocurrencia que la de enamorarse de la mismísima Afrodita.
Ya conocéis el asunto: de dedicó a plasmar en estatuas a la que él consideraba la perfección suma, el ideal femenino de belleza. Pobre hombre. Hay que imaginárselo haciendo y deshaciendo caras, pompis, caderas, pechos, pechitos, pechotes... Poniendo de aquí, quitando de allá. La historia no cuenta si este ideal que el buen rey buscaba estaba solo en su imaginación solteril o, por el contrario, se iba modificando según las diferentes mujeres que contemplase. Lo que nos pasa a todos, vaya. Así, las hetairas, las vestales, las dignas esposas de sus cortesanos, toda aquel peplo que cubriese formas femeninas podría incorporar variantes a la mujer buscada.
Según Ovidio, el famoso poeta de la antigua Roma (digresión: este tal Ovidio no tendría precio en los tiempos actuales, trabajando para los políticos, metamorfoseando sus falacias en bellas leyendas asequibles para el común de los mortales; porque lo que ellos, los políticos, nos cuentan, además de ser cuentos chinos, están muy mal contados: son feos.) Pues eso, que Ovidio nos dice que finalmente el rey Pygma acertó con la fémina buscada. Una hermosísima escultura de marfil representó a la mujer que colmaba sus aspiraciones de belleza: Galatea. Perfecta; top model; escultural, como es obvio. Inmediatamente esta escultura ocupó un lugar preeminente en su dormitorio; unos dicen que sobre su cama, otros, dentro de ella. El pobre rey estaba derretido de amor, hasta tal punto que Afrodita, movida a compasión, le concedió tranformar la escultura en mujer y la convirtió en una criatura suavecita, blandita y amorosísima, utilizando unas bellas palabras; más o menos así: "mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal", Ovidio dixit. Más o menos como en el rito del matrimonio católico. O sea; nada nuevo bajo el sol. Bueno, luego tuvieron hijos y tal, y lo que sigue no viene al caso.
Como este episodio, ejemplificador, los hay a docenas. Así la búsqueda de la belleza y la óptica metafísica que el hombre utiliza para encontrarla nos daría una nómina inacabable: Don Juan Tenorio; Federico Amiel; cualquier poeta anónimo; el mismísimo Proust, homosexual él, creó sus bellísimas mujeres ideales a base de pastiches, de collages a partir de seres reales que conoció en su vida social: su duquesa de Guermantes, su Albertina, su Odette, etc., fueron creados en la ficción a partir de personajes de aquel fabuloso París de 1.900 (y algunos modelos de sus más deliciosas mujeres fueron en realidad... hombres.) El único que creó belleza ex nihilo, es decir, desde su propia mente, fue Fernando Pessoa, mi entrañable portugués. Pero él era eso: portugués, misógino y alcohólico. Y solo tuvo una novieta de carne y hueso, dactilógrafa y a quien llamó Ofelia, a la que escribió las cartas de amor más cursis y tópicas que un hombre puede escribir a una mujer. O sea.
Quiero decir que esa búsqueda de lo bello es una búsqueda a ciegas, sobre todo en lo que a la belleza femenina se refiere. A veces se extiende a todo un cuerpo femenino (de las mujeres no hablo, primero porque no se meterme en su piel y menos aún en su alma, y después porque sus cánones, al parecer, son muy diferentes de los nuestros: ellas son pragmáticas y realistas; nosotros más románticos y enamoradizos, aunque a ninguno nos disgusta un trasero bien plantado.) Decía que a veces es todo un cuerpo; otras, unos ojos que calificamos de ensueño; para algunos, basta la suavidad de la voz o la ondulación y el color indefinible de unos cabellos. Y los hay que encuentran esa belleza sublime en … la exquisitez de las paellas que cocinan.
Entonces, el hombre que en todo busca la posibilidad de representación no podía representar un sueño, un bellísmimo e inalcanzable sueño (aunque posiblemente aquella Galatea creada por el rey Pygma sea de las más repetidas en la imaginería de pintores y escultores). Tuvo que llegar un pintor, un surrealista, un tal René Magritte, belga por más señas, que intuyendo la posibilidad de no ser famoso por su arte tuvo la genialidad de llevar siempre un bombín negro en su cabeza, originalidad que sí lo ha hecho famoso. Pues bien; René estudió el problema de la irrepresentabilidad de los sueños en general y de belleza en particular(además, para más inri, la única modelo de las muchas mujeres que pintó era su esposa) y nos dejó este cuadro impagable (aunque creo que llegó a subastarse en 2.200.000 eurípides), con dos personajes con un saco cubriendo dos ¿cabezas?. Esa es otra, querid@s. Llegados a este punto ¿porqué todos hemos supuesto que el trapito cubra dos cabecitas humanas y, seguro, que una de ellas femenina y guapísima? A ver, que me lo expliquen. Pues esa es la óptica metafísica según la cual vemos lo que queremos ver. Y cuando utilizamos la visión física, según sus leyes más contrastadas, nos decimos: ¿pero cómo podemos estar tan ciegos?
Castelo
08-11-2012 20:03
Moléculas
- Cierra los ojos, será mejor. Crees que me conoces, y yo a ti, mas nos equivocamos. Nada hasta ahora a sido igual ni volverá a serlo.
Tan sólo somos dos minúsculos humanos ante un beso; nada más
Son tan irrelevantes nuestros rostros, nuestras vidas y nuestros mismísimos conceptos comparados con un beso, que nuestra difusa existencia, considerada como el todo, se eclipsa por completo en un mágico minuto, donde el hecho supera al hombre, de la misma manera en que el arte supera al artista.
¿Quiénes somos nosotros comparados con el beso que nos damos? Improvisados actores de la vida misma, esa que paladeamos cuando la parte más húmeda de nuestros cuerpos se rozan, se juntan y se prueban con cadencia y temblor. Y es él, y solo él, el beso, quien dirá lo que nos une y elegirá un futuro. Amor, pasión, deseo, quizás cariño. Es allí, en la infinita profundidad del beso, donde el único acto físico del alma fluye, y con ello, veremos más allá de nuestros labios; perderemos por un instante milagroso nuestra tan necesaria como desmedida vanidad y nuestro molesto egoísmo humano. Seremos, no lo dudes, puros y honestos, conscientes de nuestra minúscula importancia y nuestra efímera bondad.
Creo, pues aún no he llegado a ello, que un beso convencido es, junto con la muerte, el acto más sincero de la vida; dos momentos cortos, pero intensos, en los que somos personajes de algo más, de un bello conjunto en el cual participamos y en el que, por terca ignorancia, creemos nuestro.
Pero ven, prueba, y al terminar veremos. Quizás podamos intuir nuestro destino.
- Pero… ¿no era esto un relato?
- No. Tan sólo un beso.
Gregorio Tienda Delgado
06-11-2012 21:31
BESO VELADO.
Estoy afligido, meditabundo, tumbado en la cama, como cada noche. Sigo esperándote. Mi triste realidad se ha vuelto pesadilla, y sólo espero que llegue la noche para soñar contigo de nuevo. Las gotas de lluvia golpean el cristal de la ventana incesantemente, el viento dobla las ramas de los árboles y el frío de la ausencia es tan intenso que va traspasando las paredes.
En aquel fugaz encuentro que estuvimos cerca, pero a la vez lejos, algo se reveló en ti y en mí. Nuestros cuerpos no se resignaron a perder el deseo y la pasión del momento. Aquel beso, velado por la oscuridad de los tiempos, sin contacto visual ni físico, fue una llamarada que no logró apagar el ambiente puritano que nos rodeaba, e impedía nuestra relación amorosa libre y difundida. Aunque ocultos el uno del otro, en un eterno juego macabro de los amantes cósmicos, que se funden en uno solo, como en un rojo ocaso de luna y sol, fue una llama que no pudo extinguir la intransigencia social, que estaba por encima de las puras y naturales relaciones humanas. Ahora, en la calma de la razón, pienso en lo que pudo suceder y me consuelo con lo sentido…
El manto de la noche engalanada, hace su presencia llena de luceros que irradian mil encantos para empezar a vivir este dulce sueño de amor, que surgió mágico en un instante cual suave susurró al viento. Un bramido del alma errante y peregrina, que no-mora en lugar especifico, para no perder su libertad ni su candor.
Mis párpados se cierran suavemente. Ya vienes a buscarme, y siento que mi cuerpo comienza a flotar con plena libertad...
Estoy en un salón en penumbra, sentado en el sofá frente a la chimenea. Escucho el crepitar del fuego. El sonido de una puerta que se cierra. Alguien ha entrado. Unos pasos indican que se acerca. Una sombra pasa cerca y luego se da la vuelta hasta colocarse frente a mí. Es una mujer. Una silueta que se recorta contra la rojiza claridad de las llamas. Eres tú de nuevo, como cada noche. Bajas los tirantes de tu vestido, que cae suavemente a tus pies. Te miro extasiado. Tu figura sufre un cambio radical. El fuego crea figuras danzarinas en tu cuerpo, semejantes a eróticos tatuajes. Te acercas.
Escalofríos, recorren mi espalda y comienzo a sentir un instinto primitivo. Te sientas a horcajadas sobre mí y me miras. Nos estremecemos al unísono. Acercamos nuestros labios lentamente, ahora sin velo, hasta que se rozan, y entonces la escena se desdibuja. Sólo hay manos, bocas y cuerpos buscándose. Por leves instantes somos como volcanes en erupción, cuya lava ardiente, es el deseo mismo en su esencia más pura. En esos instantes, no hay razón ni lógica posible que sirva de muro de contención.
Somos como eternas olas de mar, que se marchan hacia el infinito y retornan a la playa, con más ímpetu aún, como si con ello se pudieran devorar en eterna guerra de sexos hambrientos y sedientos, como fieras salvajes en un desierto. Nos amamos dulces, fieros, eternos, como cada noche...
Suena un despertador. Está amaneciendo. Abro los ojos nublados aún por el sueño. Me levanto pesadamente, y mientras camino hacia la ducha, voy contando las horas que me quedan hasta que llegue otra noche...
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Slictik Alonsoquijano
06-11-2012 19:02
LOS AMANTES (UN MITO OLVIDADO)
Los dioses vivían en su paraíso de antimateria, el Walhalla, y los humanos en su humilde infierno, el planeta Tierra. No podía existir comunicación entre ellos porque materia y antimateria se aniquilan al menor contacto. A pesar de ello florecieron los mitos en ese sentido: Júpiter bajando del Olimpo en forma de toro para embarazar mujeres humanas, Prometeo trayendo el fuego de los dioses… Puede que haya algo de verdad en todo esto. Alguien debió de encontrar la fórmula para que los dioses se humanizaran y los humanos se divinizaran.
La walkiria Brunhilde, hija del padre de los dioses, Wotan, se enamoró de Sigfrido, el único humano que no temía a la muerte, y decidió humanizarse y darse a conocer. A su vez Sigfrido intentó elevarse y mató a Fafner el dios avaro que se humanizó para apoderarse de los tesoros materiales de la humanidad y que guardó en el fondo de una caverna, bajo un volcán. Sigfrido le clavó su espada Nothung, se bañó en su sangre y repartió los tesoros que guardaba el dios, transformado en dragón, entre los más desposeídos.
La sangre del dragón sobre su piel le transformó y pudo ver a Brunhilde. Ambos enamorados recorrieron los bosques, tomados de la mano, y cuando aquella noche estaban dispuestos a entregarse al amor, apareció Wotan y encolerizado durmió a su hija y la colocó sobre un túmulo. A su alrededor colocó un gran anillo de fuego, pensando que ningún humano se atrevería a cruzar para despertar a la durmiente con un beso en la boca. Ignoraba que Sigfrido era el único humano que no temía a la muerte.
Cuando Wotan desapareció Sigfrido atravesó el círculo de fuego al que combatió con su espada Nothung, y con un largo beso en la boca despertó a la durmiente. Ambos, encendidos en pasión, se apresuraron a consumar su amor y lo siguieron consumando toda la noche, hasta que agotados, al alba, se durmieron estrechamente abrazados, cuerpo con cuerpo, boca con boca. Así los encontró el padre de los dioses que había regresado para cerciorarse de que nadie había atravesado el círculo y burlarse de Sigfrido. Su cólera no tuvo límites. Arrojó a Sigfrido al otro lado del círculo, ordenó a Brunhilde que se vistiera y le acompañara. Antes tocó con su lanza la cabeza de su hija y lanzó una maldición sobre cielos e infiernos: Sus ojos nunca verían a su amado, sus labios nunca besarían sus labios y su boca nunca pronunciaría su nombre.
Hizo lo mismo con Sigfrido, a quien además condenó a la inmortalidad, puesto que tanto la deseaba y arrebató a la walkiria de su amante para siempre. Sigfrido regresó entre los humanos y desesperado juró olvidar a los dioses y a su amada para siempre, intentando olvidar a la walkiria entre los brazos de las más hermosas mujeres. Pero no pudo lograrlo y escondido bajo mil formas humanas escribió los poemas más bellos, las músicas más hermosas, pintó los cuadros más románticos y cantó las arias más conmovedoras. A su vez Brunhilde despreció el consuelo de los dioses, paseando solitaria por los jardines del Walhala.
Destino, que controla dioses y hombres, conmovido su corazón de piedra propuso a la diosa Maya confeccionar un velo que permitiera a diosa y humano el contacto. Pero ni uno ni otro se atrevieron a desairar a Wotan, por lo que interpretando de forma literal su maldición, Maya confeccionó un velo que solo serviría para tapar sus cabezas, impidiendo que pudieran verse, besarse y pronunciar sus nombres. De esta forma el resto de sus cuerpos, no alcanzados por la maldición, podrían amarse.
Y así cada noche los amantes se encuentran en la mansión que Destino puso a su disposición en un lugar oculto de la Tierra. Antes de entrar se colocan el velo sobre sus cabezas y se buscan a tientas. Desnudan sus cuerpos y se entregan al deseo, pero no pueden amarse con sus almas que residen en sus cabezas, porque no pueden verse, ni besarse, ni pronunciar sus nombres.
Cuentan las crónicas humanas que un trágico genio, Magritte, pintó una serie de cuadros sobre dos amantes con las cabezas tapadas por un velo. Mentes enfermizas afirman que los pintó tras el suicidio de su madre por la que sentía un deseo incestuoso. Solo yo conozco la verdad. ¿Quién soy? El cronista de dioses y hombres, quien solicitó del guardián de los sueños humanos le permitiera transmitir a Magritte, la verdad oculta en el viejo mito.
Se acerca el ocaso de los dioses y el apocalipsis humano, solo Brunhilde y Sigfrido podrían impedirlo, pero no lo harán, porque están convencidos de que ocaso y apocalipsis les librarán de la maldición y de nuevo podrán encontrarse en el lecho, contemplarse, besarse, pronunciar sus nombres y entregarse no solo sus cuerpos, sino también sus almas. Ignoran lo que yo sé, que nada puede librarles de la maldición y que el ocaso terminará con todos los dioses, incluida Brunhilde y el apocalipsis con todos los humanos, incluido Sigfrido. Mientras llega el fin de todos, que espero con ansia para librarme de una vez de escribir estas miserables crónicas, pienso divertirme buscando un nuevo pintor genial que quite el velo a los amantes en una nueva serie de cuadros.