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caizán
caizán
05-11-2012 03:09
LA VENGANZA


Informé a todos los periódicos sobre la verdad ocultada. El político no había muerto de un síncope; su corazón dejó de latir al recibir tres balazos
En la nota estaba mi nombre, recibí amenazas vía telefónica que desoí,porque sabía que provenían de “los servicios”, únicos que pueden obtener el número de un teléfono que no figura en guía.
Una noche de tormenta, sonó el timbre. Miré por la ventana y divisé un hombre mayor, solo. Le abrí y entró rápidamente, pidiéndome que cerrara; parecía asustado. No temblaba de frío ni por mojado; era de miedo.
Se quitó el saco, preparé café y una copa de ginebra para levantarle el ánimo.
Nos quedamos en la cocina, evitando la ventana a la calle. Me dijo:--¿Quién le dio mi libro? La tirada era pequeña y fue decomisada por quienes mataron a Gastón Miguez.-- Le expliqué que lo recibí por correo, sin remitente. Verifiqué la información y me pareció creíble la denuncia; no aceptaba la crueldad de enviar las cenizas y dar como causal de muerte, un síncope. Le pedí que contara su historia.
---Yo era un perejil. Estaba en el consultorio del doctor Miguez como paciente; ignoraba por completo sus actividades subversivas, cuando entró el grupo de tareas, nos chupó a los dos. Nadie dio bola a mis gritos de inocencia, me metieron un culatazo y arrastraron hasta el Falcon. Los dos encapuchados
Me cagaron a trompadas, cuando se convencieron que no tenía nada que ver, pararon, pero la cosa estaba complicada; era un perejil que había entrado en un lugar “que no existía”, había visto y escuchado lo que no debía; mi estatus cambió, pasé de perejil a gil informado.
Comprendí que de allí no saldría vivo.
A Miguez lo torturaban; pero el tipo ni mu. No sé cuanto llevábamos allí, para ese momento me dejaban circular, me ocupaba de la limpieza y eso hizo que se relajaran las relaciones, era un “gil” amansado que formaba parte de los servicios. Eso posibilitó que a veces pudiera hablar con Miguez; creían que estaba desmayado, me pedían que limpiara y le tirara un baldazo al doctor, para seguir.
Estaba consciente, no sé como aguantaba. Quiso que consiguiera
un pedazo de caño de luz y le doblara una punta. No fue fácil encontrarlo y
menos, dárselo. Cuando lo tuve, me dijo que era para mi fuga;
debía preparar mi huida y ese día entregarle el caño. Iba a escuchar
disparos, era la señal para huir; tenía que haber pocos guardias,
por los disparos irían al “quirófano”, así llamaban a la sala de
torturas. Uno en esa situación no analiza; toda esperanza es posible.
Llegó el día, fue especial, habían salido casi todos, quedaron tres
solamente, me acerqué al calabozo de Miguez y le di el pedazo de caño.
Me deseo suerte. Me preparé y él empezó a gritar pidiendo agua, vino
uno con un balde, para mojarlo. Abrió la reja. Miguez le dijo algo que no
entendí. Tiró el balde mientras gritaba:--bolche hijo de ------- sacó la nueve
milímetros y le metió tres balazos. Se armó una batahola, todos los
detenidos gritaban y los otros guardias vinieron gritando: --- ¿qué pasó?
--¡Este hijo de ---- tiene un revólver!
Ese fue el momento de mi huida. Aproveché un contacto que me dio
Miguez.
Me recibieron porqué sabían que llegaría hasta ellos; comprendí que había conexiones que ignoraba. Estuve “guardado” bastante tiempo. Blanquearon la muerte del doctor Miguez, recogido como N.N. Según el forense había muerto de un síncope cardíaco e incinerado; al cotejar sus huellas digitales se comprobó fehacientemente su identidad.
Escribí el texto que usted encontró. Decomisaron toda la edición. Quedó uno y yo entré en búsqueda nacional. Ignoraban que la edición fue hecha adrede, para que me encontraran.
Sería mi venganza. Yo era un gil. Para chupar a un gil, con dos tipos basta y sobra. Vinieron, bajó uno, reventó la puerta; salí corriendo al patio donde había una jaula grande, me metí y corrí el pasador. En la puerta había un cartel: “CUIDADO CON LOS PERROS”
El tipo no dejaba de reír, diciendo:--Vení, gil. Ladrame un poco, así te mato como perro rabioso.
Me di vuelta y agachado hice sonar el silbato, solo audible por los perros. La jauría de Doberman lo destrozó. Fue un bochinche descomunal, se mezclaban los sonidos de la jauría y los gritos del tipo. El que quedó afuera, se fue. Si entraba le devolvía los tres tiros de Miguez.
JSM
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
01-11-2012 12:03

Amigos y amigas, escritores. 4 relatos en esta etapa. Nos mantenemos activos.

Gracias por vuestra colaboración y por vuestros comentarios.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Saludos.


Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
23-10-2012 11:30
Amigos y amigas, escritores y escritoras, dos días para publicar vuestros relatos. El jueves 25, empezamos a comentar.

Saludos.


Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
caizán
caizán
22-10-2012 17:57
BIOGRAFÍA NO AUTORIZADA

Pablo Miranda nació y se crió, hasta los nueve años, en un pequeño pueblo de Tucumán. Sus padres y hermanos mayores trabajaban en la zafra de la caña de azúcar. Él se quedaba con la abuela, por ser diferente. Cuando cumplió diez años ocurrieron dos cosas importantes en su vida: un colegio secundario de la Capital Federal apadrinó la escuela rancho dónde cursaba la primaria. Eso motivó qué algunos alumnos pudieran hacer un viaje a Mar del Plata; Pablo fue uno de ellos. Ver esa masa de agua por primera vez, cambió su vida definitivamente, a los pocos días tuvo que volver a su casa, había fallecido su abuela.
Nada fue igual. Sus padres le pidieron que fuera al ingenio dónde la familia trabajaba; él desobedeció. Se fugó, subiendo a un camión que lo sacó de Tucumán. Creía que Mar de Plata era el destino final de todos. Este paró en el puerto de Rosario.
Cuando bajó y no vio el mar, se decepcionó. Supo lo difícil que era para él llegar al mar. Empezó a convivir con una de las tantas pandillas de menores que pululaban en ese puerto. Subsistía. Comía con la ranchada y aceptó al río, lo llamaba: el mar chico. La pandilla le enseñó a nadar y pronto se destacó de los otros; tenía el Don de la natación.
A los catorce años colaboraba en las tareas de un club de remo; tenía casa, comida y alguna propina, que recibía de los remeros, por ayudarlos a bajar los botes al agua. Alguien lo vio nadar, se interesó y lo entrenó adecuadamente; ganó varias carreras, mejoró su estilo, lo perfeccionó y le dio a su Don la técnica que precisaba. Ganó torneos y una carrera de resistencia en el río; trascendió, y las autoridades provinciales se interesaron por ese joven de 18 años que prometía mucho, le asignaron un empleo, que le permitiera vivir sin sobresaltos, y se hizo nadador amateur, patrocinado por la Secretaría de deportes de la provincia.
Llegó a ser la gran figura que es, gracias a su tesón y dedicación. Hoy lo entrevistamos para nuestra audición de radio. Es un ser humano excepcional; simple, humilde y feliz por haberse reencontrado con su familia y haberla podido traer a vivir con él a Santa Fe. Todos los que hacíamos la audición, nos emocionamos hasta las lágrimas por la respuesta que dio a nuestra pregunta; --- ¿Cuál fue el momento más feliz de su vida? Nos respondió espontáneamente, sin pensarlo.
-- EL DÍA QUE GANÉ LOS 400 METROS CROWL. Y LA MEDALLA ME LA DIERON MIS PADRES. Fue una sorpresa, yo no sabía que los habían traído; hacía más de diez años que no nos veíamos. Abrazados con mis hermanos y padres, no podíamos parar de llorar. -- Éste es el gran campeón argentino de natación, que además, o primero, es un ser humano sin parangón; que llegó a lo más alto y nunca se consideró “diferente” porque le falta la mano derecha.
JSM
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
21-10-2012 19:26
TRAGEDIA EVITABLE.

Antes que nada, quiero decir que los accidentes laborales no son fruto de la casualidad, sino que siempre hay una o varias causas que los producen. Es erróneo pensar que los accidentes son debidos a la mala suerte; lo que nos llevaría a creer que lo que se haga en favor de la seguridad en el trabajo es inútil y aceptar el fenómeno del accidente como algo inevitable. Sin embargo, sabemos que el accidente de trabajo en la mayor parte de los casos, se puede evitar.

Los accidentes ocurren porque la gente comete actos incorrectos o porque los equipos, herramientas, maquinarias o lugares de trabajo no se encuentran en condiciones adecuadas. El principio de la prevención de los accidentes señala que todos los accidentes tienen causas que los originan y que se pueden evitar al identificar y controlar las causas que los producen.

En el accidente que voy a relatar se unieron varios de los factores señalados en el párrafo anterior.

José Antonio, un joven de 27 años, recién casado, con muchos proyectos que realizar, y toda su vida por delante, era muy feliz junto a su esposa. Trabajaba en una fábrica de muebles de madera y como cada día, una mañana del mes de agosto llegó a esa empresa donde trabajaban trescientas personas. Como sabemos, las puertas de esas enormes construcciones por las que pasan camiones cargados, en este caso de tablones de madera, son muy grandes y pesadas.

Para ir desde el vestuario a su lugar de trabajo, tenía que pasar por una de esas grandes puertas de corredera que encontró cerrada. La empujó y como no se movía, vio que unas cuñas de madera la tenían bloqueada.
Primer error: el servicio de mantenimiento, no colocó un cartel grande y en lugar visible que avisara que la puerta estaba rota.
Segundo error: José Antonio quitó las cuñas y la puerta se volcó en su dirección. Él corrió, pero el borde superior de dicha puerta lo alcanzó de refilón golpeándole la columna dorsal.
El resultado fue, que quedó inválido de cintura para abajo. En la cama del hospital tuvo muchas horas para pensar y reflexionar, y además de la puerta, también el mundo, se le vino encima.

Pensaba mucho en como sería su calidad de vida una vez le dieran el alta hospitalaria, lo que le llevaba a la desesperación. No quería vivir el día a día aceptando sus limitaciones. Forzándose a estar por debajo de las posibilidades y aspiraciones que antes tenía.

Pasó cuatro meses en el Instituto Guttmann en Toledo, y allí empezó a aceptar la tragedia vivida. Cosas que para él tenían mucha importancia, cedieron en favor de otras que a su vez la aumentaron. El simple hecho de una caricia, una sonrisa y la aceptación de su nueva situación por terceras personas, adquirieron un gran valor creando una satisfacción igual o superior al esfuerzo que estaba haciendo para mejorar su calidad de vida.

Ahora, después de más de dos años y a pasar de sus secuelas, su vida es casi normal, gracias su gran empeño y a sus ganas de vivir. Ha sido fundamental el apoyo incondicional de toda su familia y la ayuda de los verdaderos amigos. Más primordial aún, el gran equipo de profesionales del Instituto Guttmann de Toledo. Puedo decir, que su vida no se rompió, sino que sufrió un cambio brusco muy radical, muy difícil de asimilar, pero superable. Actualmente se maneja bien con su silla motorizada, puede conducir su coche, tiene una hija, su esposa, y creo que dentro de su situación especial, los tres viven felices.

La historia que he relatado es real, y muy cercana mí.


Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
 Castelo
Castelo
21-10-2012 15:45


SENTIDOS



- Cariño, ven aquí, por favor. Apaga la luz, pon la música más hermosa que conozcas y quédate a mi lado.

- ¿Quieres descansar, vida?

- Quiero que descanse mi impaciencia; que el tiempo se detenga, y llenar mis manos de belleza.

- Ya sé. Lo que quieres es jugar.

- Cierto. Jugar es lo único que hace honesta mi lujuria, y me vuelve más persona. Si mis dedos corren torpes por tu pelo, y tiemblan, regresan a la infancia, a la ilusión, empujándome así al misterio de tu cuerpo…buscando, hasta tu boca, una respuesta a tu permiso.

-…ah…tus manos, me encantan tus manos, lo sabes…

- No son ellas, sino el magnetismo que desprenden con el roce de tu piel

- Siempre me llevas la contraria en algo

- Eso, vida, es parte del juego

- No dejes de tocarme…

- Ya no soy yo quien las guía. Se abren paso por instinto. Conocen el mapa de tu cuerpo y buscan, por tu piel, los senderos del deseo. Del húmedo tacto de tu axila se dejan resbalar hasta tu pecho, que erguido las aguarda, casi tenso…así, una pausa en la firmeza del crepúsculo del seno y continúan, ya sin miedo, recorriendo poro a poro, exigiéndote sudor y fuego, hasta llegar a la erótica curva de tu tripa maternal, antesala del calor de la pasión, que impaciente, las espera…y entonces, caprichosas, se recrean en la seda de tus muslos, para después subir a su punto de encuentro, de principio y de final; donde nace el niño y muere el hombre.

- …te necesito.Ven…deja de jugar…

- ¿Sabes?...creo que tuve suerte de perder la vista y no las manos, en aquel accidente. Puedo imaginarme tu belleza…pero no tu tacto.


Cesar Garcia Cimadevilla
Cesar Garcia Cimadevilla
16-10-2012 15:05
DIARIO DE UN SORDOMUDO




Hoy ha sido un día especialmente silencioso…Intento tomarme el pelo para evitar esos estados de ánimo depresivos que me asaltan desde que tengo uso de razón, pero me temo que el humor es un instrumento solo al alcance de las almas elevadas, sobre todo cuando debes burlarte de tus propias tragedias. Me temo que mi alma está más bien a ras de tierra, reptando de acá para allá a la busca de la supervivencia diaria. No le pido más a la vida.

Es bueno mantener la esperanza, aunque sea a costa de engañarte y sugestionarte con la posibilidad de un milagro. Nací sordomudo, como mis padres, y tardé en hacerme consciente de que el silencio que me envolvía, como un impenetrable muro de acero, no era algo natural a la condición humana, sino consecuencia de una enfermedad o tal vez de una maldición divina, como me decía mi madre con signos muy drásticos de sus manos y la expresión de sus ojos, mirando al cielo, como si pudieran fulminar a la divinidad. Desde aquel momento no he cesado de buscar fórmulas para mantenerme a flote, nadando en un océano de silencio. Primero fue la milagrosa operación que me devolvería el oído y con él tal vez la posibilidad de hablar. Luego las creencias religiosas, que mi madre me inculcó con verdadera devoción, a pesar de sus fulminantes salidas blasfemas, cuando la incomunicación con su entorno la hundía en la desesperación. Hubo un tiempo en el que imaginé que las nuevas tecnologías acabarían por resolver muchos problemas insolubles hasta aquel momento, implantando chips en el cerebro que permitieran ver a los ciegos, oír a los sordos, hablar a los mudos y caminar a los parapléjicos. Fue una etapa que acabé quemando como todas las anteriores. Ahora me da por el budismo, el yoga mental y la posibilidad de comunicarme a través de la telepatía. Cualquier cosa me sirve para no darme por vencido.


Esta mañana, después de vestirme, de forma instintiva coloqué mi libreta y el lapicero en el bolsillo de la camisa. Aún no he asimilado que aquí no lo necesito. Hace unos meses que dejamos la ciudad. Al jubilarse mi padre decidió hacerme caso y comprar una casa cualquiera en un pueblo abandonado. Me costó más convencerlo de que escogiera una zona de montaña. Con los ahorros que la familia tenía en un banco - que no se llevaron las acciones preferentes ni las quiebras- conseguimos hacernos, a buen precio, con una casa abandonada en un pueblo casi desierto, perdido en una zona montañosa del norte. Hay mucho que mejorar en la casa, pero no es precisamente tiempo lo que nos falta. En eso nos ocupamos, además de cuidar un par de vacas, unas cuantas santas cabras, un pequeño rebaño de ovejas y un corral de gallinas, y por supuesto dos cerdos, para tener chorizo, jamón y morcilla. Con eso y una huerta donde intentamos sembrar alguna patata, berzas, judías verdes, lechugas, tomates y lo que acepte el terreno, vamos saliendo adelante, al menos no nos moriremos de hambre.

Tras desayunar un tazón de leche recién ordeñada, con unos huevos fritos y unos torreznos, he salido a caminar por el bosque cercano. Es hermoso, pero tan silencioso como mi propia alma. A veces intento imaginarme cómo sería oír. La única comparación que se me ocurre es pensar cómo se imaginará un ciego de nacimiento la realidad coloreada. Algo indescriptible. En la ciudad gastaba más libretas que dinero en trasporte. Nadie conoce el lenguaje de signos y cuando quieres algo y no te haces entender tienes que escribir en la libreta y arrancar luego la hoja. Aquí no la necesito para nada. La pinta, mi vaca preferida, se me queda mirando con sus enormes ojos bovinos durante largo rato, pero a ella no puedo darle una hoja de papel con unas palabras. Ella me entiende igual que yo a ella, con una mirada.

En la ciudad solía acercarme por la asociación de sordomudos. Me gustaba hablar con mi propio lenguaje de signos, aparatosos, cínicamente metafóricos. Los demás se reían de mis invenciones, les hacía mucha gracia. Decían que yo era un sordomudo marciano, por eso hablaba así. Los normales no saben que no existe un lenguaje universal de signos, cada país, casi cada grupo tiene su propio lenguaje adaptado a sus necesidades e idiosincrasia. Mejor o peor cualquier sordomudo que conozca un lenguaje de signos acabará por hacerse entender de otros, pero eso siempre lleva un tiempo de adaptación. A veces me digo que nuestros gestos son tan expresivos que los normales deberían probar a convertirse en mudos por un tiempo. Creo que así se entenderían mejor entre ellos, sobre todo los políticos. Pero es solo el típico consuelo del tonto… mal de muchos…
Me gusta imaginarme a los políticos hablando el lenguaje de los sordomudos. Me troncho de risa cuando pienso en ello. Especialmente me divierte desde que con los recortes nuestras posibilidades económicas se acercan a la indigencia. Al menos la casa es nuestra y mal que bien vamos comiendo, patatas viudas como dice mi padre o sopas de ajo, o lo que sea, pero comemos. A veces mi fantasía delirante me lleva a pensar en que los brazos me crecen, me crecen, hasta hacerse gigantescos y desde lo alto, casi desde el cielo, puedo hacer un corte de mangas que todos vean. No solo a los políticos, también el resto de normales insensibles merece un severo corte de mangas.


He trabajado arreglando el tejado, luego, después de comer me he ido al bosque con mi libro electrónico y he leído hasta cansarme. Es uno de los inventos más maravillosos de la tecnología, al menos para un sordomudo al que le gusta leer, como es mi caso. Antes de venirnos para acá me bajé miles de libros de varias páginas de descargas gratuitas. Tengo lectura hasta que me muera. Me importa un rábano lo que piensen los autores de que les he quitado unas buenas ganancias. Nadie se ocupa de nosotros, son capaces de recortarnos o suprimir las magras ayudas de la ley de dependencia que casi nadie ha recibido, no existimos para ellos, los normales que no necesitan un intérprete de signos para ver un telediario. ¡Que les zurzan! Si alguien piensa que soy tan idiota como para gastarme en libros lo que necesito para comer es que es un idiota. En la ciudad conseguía trabajar de vez en cuando, muy poco, la mayor parte del tiempo estaba en el paro, cuando lo tenía. Si a los normales les va como les va, a nosotros ni te cuento.
Lo único que hecho de menos es la conexión a Internet. Me gusta escribir, llevo años haciéndolo y subiendo mis textos en blogs o donde me dejaran. Me hacía la ilusión de ser una persona normal hablando en chats y hasta intentando ligar. Lo pasaba de rechupete, hasta que la chica me pedía una cita…entonces todo se venía abajo. ¿Cómo decirle a una chica que tiene que aprender el lenguaje de signos para hablar contigo? Me deprimía tanto que pasaba meses sin conectarme. Ahora tenemos la posibilidad de mandar “esemeses” o correos electrónicos, o chatear, sí es cierto, pero yo sigo prefiriendo el lenguaje de los signos, al menos si la otra persona te entiende y te responde, sabes que estás en condiciones de plantearte una amista o lo que sea. Una cosa es jugar en Internet y otra, muy diferente, decirle a una preciosidad, por signos, que la quieres y que contigo pan y cebolla… cebolla… y haces como si pelaras una cebolla.
He aprovechado que llevaba la libreta para escribir. Antes de llegar al pueblo, durante el traslado, hemos parado a comer en un bar de carretera, en un pueblecito que no queda demasiado lejos. He visto que tenían un pequeño cibercafé. Es posible que mi portátil, donde escribo a veces y donde guardo todos mis libros electrónicos, me pueda servir para algo más. Tal vez pueda seguir subiendo textos. Si no me sirve el pendrive creo que podría mandarme los textos al correo y luego subirlos desde el caber.


Después de cenar ha venido mi madre a la cocina y me ha tocado el hombro con cuidado, para que no me sobresaltara demasiado. Me ha pedido que fuera con ella al salón. En la 2 de tve estaban echando la noche temática, documentales sobre sordomudos. Me he quedado porque mis padres insistieron, pero no me ha hecho mucha gracia ver cómo somos realmente los sordomudos. A los normales les gusta poner de manifiesto nuestros fantásticos logros, una mujer sordomuda que consigue que aprecien su pintura, Borges se quedó ciego al final de su vida, ese atleta de las piernas artificiales compitió en las últimas olimpiadas… No soporto esa mierda. Me siento como una hormiga que tardara un año en llevar una miga de pan desde el suelo de la cocina al hormiguero, atravesando toda la casa y el patio. Quiero ser yo quien produzca las migas, sentado a la mesa, dándome un banquete y que sean “otras hormigas” las que se arrastren buscando la miguita y recorriendo todo un universo hasta el hormiguero para que su familia pueda comer.

Me he ido a la cama antes de que acabara. Hoy no me apetece leer, ni hacer nada. En cuanto acabe esta entrada en el diario apagaré el portátil, apagaré la luz y me iré al mundo de los sueños, el único lugar donde soy igual que los demás. Por mi me quedaría dormido el resto de mi vida. También voy a dejar el budismo. Me importa un bledo que en la próxima reencarnación nazca normal y pueda hablar desde que el médico me propine un golpe en las nalgas hasta que muera, a edad provecta, sin dejar de hablar un segundo. También me importa un bledo lo que pude haber hecho en vidas pasadas para tener que pagar este maldito karma. Solo quiero dormir, dormir, dormir…

Me temo que mañana mi madre me despierte igual que hoy. Puede dar un portazo o entrar tocando la trompeta, yo no me enteraría. Solo su mano en mi hombro puede atenuar este silencio absoluto, aunque sea durante unos segundos.


NOTA IMPORTANTE Se ha puesto en contacto conmigo una persona que me dice que el término "sordomudo" está desfasado y que hasta les resulta ofensivo a personas que padecen esta deficiencia física. Pido disculpas por mi ignorancia y me documentaré al respecto. Es evidente que el texto no pretende ofender a nadie y que el tema está tratado con mi máxima sensibilidad humana. No obstante he decidido mantener el título porque nos dice más del carácter del personaje que si lo cambiara por cualquier otro. Diario de un discapacitado físico, Diario de una persona con problemas de audición, etc me parecen ridículos, creo que importa más cómo te traten que como te llamen, aunque si documentándome veo que realmente puede resultar ofensivo para ese colectivo lo cambiaría sin problemas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
15-10-2012 11:38
Amigos y amigas, escritores. 4 relatos en esta etapa.

Gracias por vuestra colaboración y por vuestros comentarios.

Comenzamos con nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Saludos.


Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
09-10-2012 19:50
LA SANDÍA.

El paseante, distraído, contemplaba los óleos y acuarelas que, colgados con cierta anarquía, se exhibían en aquella exposición. Era una de las varias que durante la temporada estival animaba la mínima vida cultural de ese pueblo de la costa. Pero a él le gustaba la pintura y, cuando tenía ocasión, se sumergía en estos mundos de formas y colores que tanto excitaban su imaginación. Si él se hubiese atrevido... Un cuadro le llamó poderosamente la atención: de dibujo tosco ofrecía, en cambio, un cromatismo rico, un poco naïf tal vez. Representaba un conjunto de sandías. Inmediatamente un campanilleo interior le llevó a algún momento de su infancia; a aquella pequeña cuidad en la que transcurrió; a una tarde de verano, tórrida; a una habitación de confortable penumbra que, a pesar de todo, no lograba evitar la sofocante calorina de aquellas horas de la canícula.

Era la hora de la obligada siesta, en la que la ciudad se sumía en un silencio denso, casi sagrado. Afuera, en la calle, las paredes recién encaladas de las casas despedían un fuego blanco, cegador, que la hacía inhabitable. Bajo el cielo de deslumbrante azul, apenas un cernícalo esperaba paciente, inmóvil, escrutando tejados y azoteas, la aparición de alguna lagartija que buscase el reconfortante calor para animar su fría sangre y sobre la que caería en velocísimo picado, cumpliendo las inexorables normas de la naturaleza.

De repente, rompiendo el sacrosanto silencio, una voz de hombre, amortiguada por la atmósfera caliginosa, anunció: “¡Sandííías y melooones! ¡A raja y cala! Vengan, mujeres, los llevo gordos y dulces...!” Era el melonero. Arrastrando del ronzal a un pequeño asno cargado con unas enormes angarillas rebosantes de los veraniegos frutos, anunciaba a voz en grito su producto, aguantando ambos, el asno y él, aquel calor insoportable, que solo la apremiante necesidad de llevar algunas monedas a casa le permitía y obligaba a sobrellevar.

El melonero. La promesa de las rojas sandías, que ofrecían su tentadora pulpa a través del sabio corte que el labrador les infligía para que las mujeres comprobasen la calidad del fruto; del dulcísimo melón, cultivado a pleno sol sobre la tierra reseca, lo que hacía que sus azúcares fuesen los más deleitosos y refrescantes, pruébelos, buena mujer, tenga esta calita; y con su navaja cabritera extraía del panzudo fruto una pequeña pirámide, que ofrecía, con su pícara sonrisa, a la compradora.

El muchacho, espabilado por las voces del vendedor, llamó a su madre, a quien suponía en la habitación vecina repasando la ropa blanca, zurciendo con primor las camisas desgastadas del padre, o los “tomates” de los calcetines que él habría de llevar al colegio. “Madre, compra una sandía para esta noche, que hoy vuelve padre y sabes cómo le gustan.” El padre, viajante de comercio en la más humilde acepción de aquel oficio, pasaba las semanas fuera de casa, recorriendo los dispersos y lejanos pueblos de la comarca, tratando de vender, en aquel mercado ramplón y miserable, los productos elementales de alimentación que representaba: patatas, arroz, garbanzos y hasta conservas de sardinas y salazones. Recorría kilómetros y kilómetros con todos los medios de transporte disponibles: en mulo, en carro, en rústicas tartanas o, cuando había suerte, en algún destartalado autobús de línea que, por entonces, empezaban a circular. Jornadas agotadoras, infructuosas muchas veces, de las que volvía siempre con la sonrisa en los labios, la mirada brillante y el ánimo feliz por volver al hogar que con tanto esfuerzo estaba sacando adelante.

Esta noche volvía el padre y el muchacho quería, disimulando su propio deseo, que su madre le ofreciese una suculenta sandía, fresquita, que lo reconfortase de aquellos días viajeros. Para aquel humilde Ulises, su hijo quería que el tapiz que tejiese Penélope fuese una roja sandía, ofrecida en gruesas y jugosas tajadas, con sus negras incrustaciones que, como brillantes ópalos u obsidianas, eran las pepitas. Al padre le divertía proyectarlas sobre el chiquillo desde los bigotes amarillentos de tabaco.

La madre, con voz apagada (puede que estuviese llorando, como tantas veces; la pobreza es lo que tiene) contestó desde el otro lado del tabique: “Anda, calla y sigue durmiendo, que aún no es hora de levantarse.” La tarde seguía con su lluvia de sol tórrido. Pronto el piar de los vencejos anunciaría el final de lo que Azorín llamó “la hora del silencio” y la ciudad reanudaría sus rutinas, sus monotonías de empleados y beatas, su lento morir en medio de la llanura calcinada.

Él, el chiquillo, podría bajar a la calle, con los demás muchachos desharrapados de la vecindad, a merendar “pan y mocos” sentados en las escalerillas de la ermita abandonada. Y al final de la tarde, cuando ya el calor se apiadase de las buenas gentes, el padre, feliz y sonriente, aparecería por el recodo de la plazoleta. “Mira, Miguelón, mira que traigo”. Una hermosa esfera verde, la más enorme que jamás había visto, abarcada apenas entre los brazos del padre fue en aquel momento la admiración de la chiquillería. “Mira, hijo; me la han regalado mis amigos de H. Pesa ...¡una arroba! Verás que contenta se pone madre...!”
Susana Huarte Garcia
Susana Huarte Garcia
09-10-2012 13:10
Se agradece el apoyo!!!, y bue, algo salió. besos

Sandías…




Mientras Manuel descargaba del camión los cajones de frutas, miraba de soslayo a su hijo. Matías, era un niño de once años al que no se le daba muy bien la labor de ayudar al padre. Este último se resentía mucho por ello y pensaba que el chaval no tendría futuro en la vida haciendo esos “dibujitos”.

Matías estaba sentado en un cajón de naranjas con un cuadernillo dibujando algo que el padre, aunque estiraba la vista cada vez que se le acercaba, no había logrado descifrar de qué se trataba.

_Saca el culo del cajón de las naranjas._ Le riñó de pronto, ante la incapacidad de entenderlo.

El niño se levantó rápidamente. Conocía a su padre enojado y no le agradaba repetir malas experiencias. El no quería ser verdulero como su padre, y también su abuelo. El quería ser artista, pintar cuadros de paisajes, hacer retratos en carbonilla, dibujar escenas de la vida cotidiana. Ahora estaba dibujando a su padre mientras descargaba el camión. Al bosquejar su rostro, pensaba que a pesar de todo, le quería. Pero ambos pertenecían a mundos diferentes.

De pronto una niña de unos doce años atravesó la puerta de la verdulería. Matías dejó su cuadernillo y entró para atenderla.
Se lavó las manos en un pequeño fregadero que había junto al mostrador y mientras se secaba con un trapo que rozaba lo decente, echó una mirada a la recién llegada. Quedo eclipsado. Unos enormes ojos color almendra enmarcados en un precioso rostro bañado por una sedosa cabellera rubia, larga, larguísima, lo miraban. Continúo secándose una y otra vez las manos, no siendo él mismo, sino un autómata entregado a la nueva aparición.

_¡¡¡¡Matías!!!!!. El padre lo sacó del embobamiento.

_Que vas a llevar_ le preguntó a la niña, tartamudeando un poco.

_Una sandia, la más grande que tengas.

_No por grandes son más ricas.

_ Y quien te ha dicho que me la quiero comer_ le refutó ella, sonriéndole.

El se puso como el tomate que acaba de retirar su padre de la baldas por estar muy maduro. Su estado era patético. Le dolía la tripa, le temblaban las manos, no podía articular palabra. Llegó su padre para salvarlo.

_ La mas grande, señorita. Cinco euros, algo más _ despachó, con sapiencia, Manuel.

Matías se retiró avergonzado al cuartito que había atrás del local.

_Padre, usted me puede dar la paga del mes en sandias_ preguntó por la noche.

Su padre meneo la cabeza mirando a Mirta, la madre del niño. No había nada que hacer con este chaval,

_ Matías, trae una sandía grande para la señorita_ pidió Manuel al día siguiente al crío que estaba, desde hacia un buen rato, en el cuartito de atrás.

_ No hay más _ le gritó el crío.

Manuel no lo podía entender, había descargado tres cajones esta mañana. Pero había olvidado el pedido del niño de ayer por la noche.

Cuando Manuel entró al cuartito se quedo pasmado. Había como diez sandias, cortadas de diferentes maneras, con dientes, mitades, ahuecadas y frente a los frutos había una pintura que aun estaba fresca. Era un hermoso cuadro. El rojo, verde, del fruto, con sus semillas negras relucía como si fuera real, mejor aun que las verdaderas sandías.

Manuel quedo unos minutos ante esa bella pintura, Matías temblaba. Lo que vio ese hombre fue belleza, de la que no veía a menudo y entendió que su hijo tenía un talento, que no estaba para vender sandías.

_Que bien lo haces, hijo.
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