| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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| Rodrigodeacevedo |
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https://i.picasion.com/pic90/5980fc649ef71a35c2fcceff78744d9c.gif Esta quincena hasta el 29 de febrero, si no me equivoco, toca escribir sobre emigración, tema propuesto por Gregorio, avezado emigrante. No puedo reproducir la imagen en la que me inspiro para mi relato; os ruego que pinchéis sobre el enlace y la veáis en página aparte. Estoy trabajando ya sobre el tema y espero poder publicarlo pronto. Hasta entonces un abrazo a tod@s. Animarse dejar unas líneas, que es muy sano... |
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Un torbellino de voces enturbia las aguas Desde hace veinte años el caos y la furia se han desatado, se ha impuesto como norma la injusticia, estamos indefensos a merced de los tiempos y la brutal violencia de los elementos. La oscura incertidumbre nos envuelve y conspira contra la esperanza que nuestro valiente Capitán ha izado en el palo mayor, sobre la borda. En este momento, por encima de vagas especulaciones se requiere encerrar en el olvido nuestras miserias, y se hace absolutamente necesario mantener plena confianza en nuestro Capitán, en ese Capitán, que siembra la esperanza desde proa, conjura crueles vendavales y obliga a mantener encendidos los faros en todos los Continentes.
Pero, empujados quizás por el miedo y también por otros agrios sentimientos, a nuestro Capitán, el único que está dispuesto a sacarnos con bien del temporal, lo hacemos responsable de la tormenta que nos azota y levantamos contra él confusas intrigas desde la galera. Corremos el riesgo de perder el rumbo en los azares de mezquinas astucias, de romper la brújula, de convertirnos en nuestros propios enemigos, y de hundir la frágil embarcación, que tenemos veinte años construyendo. |
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El valor de una Opinión Sin haber logrado una salida honrosa de esta encrucijada a la que ha sido empujado por fuerzas desconocidas, sin poder esconderse y huyendo, aparece en esta esquina crucificada de señales a la que finalmente llegó sin poder evadirla, arrastra los pasos y lo persigue una cadena de errores y caprichosas circunstancias desatinadas. Sin un atisbo siquiera de solución a esa pesada interrogante que lo consume, sabe que su salida está en la calle, tiene que mantenerse en movimiento, no puede, ni debe acercarse a su casa hasta haber logrado una respuesta verdadera que acabe con la incertidumbre, con las dudas. Necesita con urgencia encontrar un resquicio que le permita solventar con decoro este momento que le tocó en suerte, o simplemente resignarse a desaparecer para siempre y esa opción le asusta y la desecha. Pasada la medianoche, sin remedio, debe atravesar esta avenida en donde convergen los conflictos que han desencadenado una ruptura inequívoca, este lugar es el mismo que ha estado eludiendo durante toda la tarde, pero es la hora de la venganza y justamente ahora debe atravesar, cruzar esta frontera. Sonríe con tristeza, pero no se resigna. Confía una vez más en el azar que lo ha estado evadiendo desde que se desencadenaron los acontecimientos que lo tienen acorralado, sin poder masticar otra cosa que miedo, un miedo legítimo y natural ante la necesidad de sobrevivir, a esta hora ya no toma ninguna precaución, ha decidido entregarse al juego que le imponen los imponderables y cruza la avenida, los semáforos están apagados, sabe que es temerario cruzar la calle, el riesgo está allí y aparece sin avisar, se abalanza a una velocidad de vértigo y ya no es posible correr, saltar, evadir el peligro convertido en herida brutal. Avanza con miedo ante lo inesperado. De la noche a la mañana y sin ninguna intención se ha convertido en crítico, sus opiniones dadas a un reducido grupo de amigos las grabaron y colocaron en las redes sociales y se han transformado en banderas, son ahora insignias repetidas en todas partes, sus opiniones se viralizaron y son del conocimiento público, quizás, porque eran las mismas opiniones de la mayoría encendieron las luces y también la sangre, crecieron y se hicieron señales de fuego independientes. Este hombre antes anónimo es ahora mencionado por su nombre en todas las esquinas, se repiten insistentemente sus apreciaciones convertidas en consignas a través de los celulares, es precisamente la consistencia, la solidez de sus palabras, su honradez, lo que ha permitido la conexión con todos los sectores sociales y paradójicamente son también sus palabras las que lo empujan al sacrificio. Las mafias han quedado expuestas y corren grave peligro, necesitan que el culpable pague por asumir libertades que no están permitidas. El enemigo no está dispuesto a ceder y lo busca con el propósito de eliminarlo y convertir su desaparición en miedo colectivo. Yo me tomo una sopa caliente a media noche, igual que toda mi generación me alimento sentado a la mesa con el celular en la mano, me he colocado una servilleta a modo de babero, no quiero manchar la camisa y al mirar a través del cristal del local, lo veo titubear antes de cruzar la calle, lo reconozco enseguida, de inmediato envío un mensaje en cadena que se replica hasta agotarse las baterías de los celulares y salgo del restaurante dando voces, gritando su nombre emocionado. Se detiene sorprendido, se detiene también por un momento glorioso la maquinaria de las mafias, desde todas las calles con linternas y gritando sus palabras, grupos de muchachos viene a abrazarlo, lo levantan en brazos y vamos a una plaza, improvisadamente se inicia la gran campaña de los indignados que se han tomado las plazas en todas las ciudades en contra de la resolución 8610 que autoriza el uso de armas de fuego en contra de manifestaciones pacíficas. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Mis queridos compañeros: en esta nueva andadura que iniciamos el comentario de texto es tarea imprescindible. Suele ser tarea ingrata pues todos queremos evitar el halago fácil y, algunas veces, la lectura nos paraliza y no de admiración. Como todos somos viejos amigos tendremos que obviar ese inconveniente y ser sinceros entre nosotros. Afortunadamente en los textos presentados no se ha dado el caso. El análisis que hace del mío J.J. es profundo, objetivo y estimulante: el pasado es, desde luego, el mejor escultor del presente; todas los avatares que fueron definiendo nuestra personalidad se manifiestan, más o menos claramente, en nuestras obras, sean escritos, poemas, actitudes frente a la vida. Por eso acepto del comentario de J.J, todos esos aspectos en los que hace evidencia -y con justicia- de todos aquellos rasgos que vienen, en su opinión, imbuídos de pasado. Afortunadamente creo que me han marcado positivamente; no han dejado rencores ni agravios. Ha sido mi vida y como he podido la he ido superando. No hay hechos dramáticos, ni experiencias emocionales traumáticas. Al final de este período de mi vida, el último, puedo decir con Antonio Machado, mi gran maestro: "soy, en el buen sentido de la palabra, bueno." No se si estaréis de acuerdo. En cuanto al texto de J.J., en mi opinión, ha hecho un fino trabajo de filosofía didáctica. Esas sutiles distinciones que analiza entre vocablos (conceptos) de similar escritura y diferente significación es verdaderamente interesante. Tirando por elevación nos llevaría a los estructuralistas franceses, Levy-Strauss, Lacan, etc. El lenguaje es un arma poderosa sabiendolo utilizar. Y J.J. nos pone en el buen camino. No sólo las tildes y los signos ortográficos sino, esencialmente, los contextos, la estructura de lo que se quiere expresar.
Pues vayamos por el siguiente capítulo... LA EMIGRACIÓN. Todos somos emigrantes, migrantes se dice ahora, en ese intento, algo absurdo, de construir un lenguaje inclusivo. Unos somos migrantes de interior, otros vuelan fuera de su patria... Un tema amplio, que
debiera ser rico en experiencias. ¿Hasta el 1º de marzo? |
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Gracias Gregorio. Comentar no es tarea fácil, a quien mejor se le da es a Rodrigo, para mí, con saber que lo leiste es suficiente y estoy seguro que nuestros textos los lees con suma atención. Un abrazo y gracias. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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JJ, Rodrigo, como saben, soy más de escribir que de comentar. Por ello, solo diré que vuestros relatos son extraordinarios. Este nuevo renacer me recuerda el taller de relatos tan fructífero cuando estuvo en pleno apogeo. Esperemos que se una alguien más. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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Este es un texto Rodrigo de Oficio Puro, o de Puro Oficio, para resaltar una vez más las ricas sutilezas de nuestro lenguaje. Tienes como todos y no podemos evitarlo algunas fijaciones que se escriben solas, en tu caso los justos reclamos en contra del poder, que te sientes en la obligación de mencionar en tus letras, el poder de la iglesia y la cinica actuación del enviado de Dios a a la tierra es uno de los tuyos y allí nos dejas la denuncia en perspectiva. La sensillez de la vida en el campo, la añoranza de ese pasado es un tema que dibujas con mano firme y que agradecemos, en este retorno tuyo el subconciente obliga y no puedes dejar de mencionar esa herida española que no se cierra y tanto marca. Todos hemos sentido en mayor o menor medida ese temor que causan los amores y tu texto nos lo recuerda vividamente. Lo nuevo Rodrigo que diferencia tus textos anteriores y que marca una línea de luz en contra del pesimismo tan español es este candor de abuelo, esta esperanza que queda abierta y crecerá como crecen los nietos, Gregorio nos aventaja y en su caso quienes crecen son los bisnietos. Espero que hayas disfrutado escribiendo, yo disfruté leyendote de nuevo. Parece poco, pero tres es un buen monton de gentes. Gracias. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Pues vamos a comenzar esta nueva aventura, este reto que nos propone J.J. Él ya ha dejado el primer relato sobre el tema convenido: el miedo. continúo yo con el mismo tema y me emplazo para el siguiente, del que dejará mis líneas antes del 1º de marzo. EL MIEDO -¡ Abuelo...! ¿qué es el miedo? Don Aurelio, plácidamente sentado bajo el frondoso roble que sombreaba el final del paseo al que solía llevar a jugar a su nieto, un zagal robusto e inquieto de apenas ocho años, se estremeció con aquella insólita pregunta que le dejó pasmado. -¿El miedo, Miguel? ¿De donde sacas tú esas preguntas? ¿Tú tienes miedo en algún momento? -No abuelo; por eso te lo pregunto. En clase algún niño dice que tiene miedo por las noches, cuando sus papás lo llevan a dormir y le dejan a oscuras en su habitación. Y yo no se de qué está hablando... Don Aurelio miró con dulzura a un nieto y le acarició la revuelta pelambrera que iluminaba su infantil cabecita. -La verdad, Miguel, es que a tu edad yo tampoco sabía qué era el miedo; por eso nunca lo tuve, aunque como a tu compañero también me dejaban mis papás, a la hora de dormir, a solas en aquel enorme dormitorio en el que estaba mi cama, totalmente a oscuras, en aquella casona de campo que era nuestro hogar. Miguel se sentó al lado de su abuelo como indicándole que no se iría de su lado hasta no satisfacer su curiosidad. Don Aurelio lo miraba con gran ternura y admirado por la precocidad de su nieto. Un chico espabiliado y tozudo. Así que mejor sería preparar la respuesta, una respuesta adecuada para un niño de ocho años, aunque fuese tan despierto. La mente de Don Aurelio retrocedió en el tiempo muchos, muchos años. Lo llevó a su juventud, cuando la fuerza de la vida despertaba en él pasiones y sensaciones nuevas, vigorosas y todavía desconocidas. Desde luego nunca había sentido miedo, ni la curiosidad por saber qué era ese sentimiento al que temían tantos chicos de su edad, incluso sus padres. Vivía junto a ellos, labradores sin apenas formación, un un pueblo no muy grande, aunque tenía escuela y, sobre todo, cura. El cura era quien los domingos, desde el púlpito de la iglesia, les solía hablar del miedo: miedo a la muerte, miedo al infierno, miedo al pecado, miedo a lo desconocido. Pero a su padre, al padre duro y viril de D. Aurelio no parecían imponerle en nada aquellas imprecisas amenazas. Si fuesen los lobos, o el hambre, o el no poder pagar la recaudación de impuestos... Pero esas circunstancias concretas ni existían ni tampoco parecían importarle al padre de Don Aurelio, su querido abuelo. El silencio que como una sutil tela de araña se fue tejiendo entre los dos, apenas descosido por el piar de los pájaros y el viento que removía las hojas, envolvió a abuelo y nieto en una especie de cápsula intemporal; ambos parecían suspendidos en algún momento inacabable, donde ciertas sensaciones inefables atenuaban la premura de la respuesta en el nieto e iluminaban un pasado ya lejano, en el abuelo. Lo cierto es que don Aurelio, en su juventud, tuvo fama de ser hombre valiente, muy valiente. De hecho en el servicio militar le fue concedida una condecoración por un acto de gran valor, por el que pudo salvar la vida a algunos compañeros de su formación. Sí, Don Aurelio era un hombre de gran valor. Pero, ahora lo reconocía, ese valor era producto de su inconsciencia, no sentía nunca sensación de peligro. Don Aurelio sonreía al recordarlo... y, de repente, se quebró el brillo de sus ojos, que se llenaron de lágrimas. El recuerdo se manifestó en él brutalmente, con toda la crudeza de aquellas circunstancias en las que se produjo. Y todavía la imagen de “ella” aparecía nítida y resplandeciente en su memoria. Ella, la que le hizo conocer el miedo. Llegó (era una prima lejana de su madre) una tarde de verano, con un calor sofocante. Ambos, Miguel y su prima, tendrían la misma edad, unos diecinueve años. Ella era hermosa; con esa hermosura sana de las gentes de campo. Se llamaba Eulalia, Laly en la familia. Una mirada clara, unos cabellos trigueños y ondulados que enmarcaban el perfecto óvalo de su rostro. Y unas formas rotundas y armoniosas como Miguel nunca había visto en otras muchachas del pueblo. El brillo de su mirada, aquella mirada ensoñadora a la vez que sensual, su feminidad casi salvaje cautivaron a Miguel inmediatamente. Y allí empezó su calvario; Miguel apenas tenido relaciones con muchachas, ignoraba cómo había que tratar a aquellos seres que, decía el cura, eran la encarnación del pecado, el peligro de la carne y el sonrosado camino que alejaba del verdadero Paraíso, pues ellas en sí eran otro paraíso. Y ese paraíso de pecado habitaba ahora bajo su mismo techo. Coincidían frecuentemente y se sonreían cuando sus miradas se cruzaban. Cuando compartían mesa, cuando había que acarrear agua, si había que bajar al pueblo... Miguel procuraba acercarse a ella. Pronto apareció en el horizonte limpio de Miguel alguna nube que oscurecía su imaginada dicha. Laly solía bajar por las tardes al pueblo, con la disculpa de ver a alguna amiga; fecuentaba el bar de la plaza y efectivamente se reunía con otras chicas y reían, bromeaban, eran lo que el cura llamaba “chicas frívolas”. A Miguel le llegó el rumor de que la rondaba Serapio, el hijo mayor del secretario del Ayuntamiento, uno que estudiaba en la ciudad. Gente adinerada, con estudios y tierras, cuyo origen era secreteado por los vecinos. Peligrosa competencia en todo caso. Y a Miguel le empezaron los sudores fríos y el desvelarse por la noche. La imagen enaltecida de Eulalia fue desde entonces el “leit motiv” de sus ensoñaciones y pesadillas. Miguel había descubierto, de golpe, el amor y los celos. El paraíso del pecado empezaba a mostrar sus frutos envenenados. Los padres de Miguel decidieron aconsejar al hijo que no debiera ser tan asiduo en sus amabilidades hacia Laly; al fin y al cabo eran parientes y entre parientes los católicos tienen prohibidas las relaciones. Y le repetían que a su edad, como dice el refrán, ella era yesca, él fuego y el demonio los acercaba y soplaba. Pasados unos meses de la presencia de Eulalia en la casa, la actitud de esta fue francamente excesiva. El cura se quejó a sus parientes, a ella le prohibieron frecuentar los ambientes a los que eran los hombres quienes iban a divertirse y, finalmente, decidieron que volviese a la ciudad. A Miguel se le vino el mundo encima y no supo cómo afrontar aquel drama. En secreto planearon verse en la ciudad; Miguel iría, aun sin permiso de sus padres, y se encontrarían donde conviniesen. Allí planificarían sus relaciones. Pero aquel demoníaco rompecabezas nunca sería terminado. Ella marchó a la ciudad y él nunca volvió a verla. Y entonces Miguel conoció el miedo; un cierto tipo de miedo que como una negra serpiente le atenazaba el pecho y le impedía respirar; el miedo, una oscura mancha que se extendía ante él y lo volvía todo noche, una eterna noche como las que eran, ahora, el mayor suplicio de Miguel; miedo a un futuro en soledad, miedo a perder a aquella mujer por la que habría dado su vida; un miedo irracional y que hacía absurdo el sentido de su vida. El miedo. Miguel se quedó en el pueblo, en las tierras que un día serían suyas, con los ganados, con la vida rústica y embrutecedora de los campesinos de pueblo. Aunque un día un golpe del destino hizo de él un hombre diferente; pero hubo una guerra por medio. Y las guerras suelen traer, además de tragedias, grandes e inesperados cambios. Y Miguel vivió uno de ellos. Claro que todo esto, así, no podía contarselo a su nieto, que seguía a su lado mirándolo atentamente. Eran vivencias demasiado complejas y el niño no podía entenderlas. Don Aurelio tuvo que improvisar rápidamente; y precisamente esa era su especialidad: la improvisación. Como abogado que había llegado a ser, en muchos de sus casos tenía que improvisar estrategias de defensa, o fabular otras que beneficiasen a sus defendidos. Pronto una sonrisa de satisfacción iluminó su inteligente y ya algo acuosa mirada. - Bien, Miguelito... Así que quieres saber qué es el miedo... Tu abuelo no lo ha sentido muchas veces. Es más, diría que es algo ajeno a mí. Son cualidades que nacen con la persona. Posiblemente a tí te pase igual, pero tendrás que crecer primero. El miedo ¿sabes? es algo que se lleva dentro, como la alegría, la tristeza... y se hace sentir en ocasiones muy determinadas; cuando los papás están enfermos, sientes la tristeza, cuando te premian o te regalan algo, sientes alegría. Que sientas miedo siempre tratarán de evitártelo. Pero creo que son cosas que todavía no comprendes. Y puede que cuando creas comprenderlas tu abuelo ya no estará a tu lado. Entonces sentirás tristeza, tal vez; pero no miedo. Mira, para darte una idea... ¿recuerdas en el pueblo aquella “roca de la cabra”, donde había un salto enorme desde el que cualquiera que se cayese se mataba? Allí sintió tu abuelo (y aquí Don Aurelio mintió con todo descaro: lo que el cura llamaba “mentira piadosa”) sintió miedo por primera vez. Estuve a punto de caer y un par de buitres me sobrevolaban disfrutando del festín que mi caída, mortal, les proporcionaría. Sentí verdadero miedo. Pero ya ves, aquí estoy a tu lado... Miguelito miraba al abuelo con cierto aire de perplejidad y desconfianza. Su abuelo nunca hubiese sentido miedo en una situación como aquella. Pero si lo decía él... Porque a Miguelito se le hacía más dificil creer lo del miedo que el que su abuelo le mintiese.
Por el oeste el sol se iba ocultando; una gama de suaves colores rojizos, naciendo del gris de las remotas nubes, decoraba otro atardecer veraniego de los que podían disfrutar a menudo en aquellas tierras mediterráneas... Abuelo y nieto asidos de la mano, recia, nudosa la del abuelo, pequeña, cálida y suave la del nieto, emprendieron el camino de regreso a casa. Y don Aurelio, sin saber porqué, sintió miedo. El miedo a la soledad de su pequeña vivienda, de sus recuerdos familiares, de la proximidad de la muerte... |
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Eso que llaman temor El lenguaje escrito tiene ciertas sutilezas, apenas se nota lo fino de la puntada en el delicado entramado de los textos, las tenues diferencias son leves y se difuminan entre las líneas que cada lector le otorga al sentido de las oraciones. En algunas ocasiones las diferencias se distinguen en la posición arbitraria de la coma, en el uso indiscriminado del punto y seguido, en la sorpresa del paréntesis, en la voz propia que asume la palabra entre signos de admiración, incluso, en el tono que le otorga el acento a la palabra encontramos esa delicada sutileza que nos muestra una dirección determinada, pero sobre todo, el peso de la sutileza lo cargan sobre sus vocales y consonantes esas nobles palabras que suenan distinto y se escriben de forma diferente, pero su significado es el mismo. Esas extraordinarias palabras que abren nuestros sentidos son los sinónimos, es admirable la sutileza que en su aparente inocencia nos muestran. Los sinónimos le ocultan a los engreídos verbos, que se creen dueños de la acción, la fuerza que imprime el cambio y con su picardía, vestidos de confiables comodines engañan y sorprenden a los vanidosos verbos y logran embellecer con su poderoso sonido las imágenes. Por un asunto particular me entretuve la otra noche leyendo un texto y tropecé entre lineas con el velo tenue que cubre a la palabra miedo y su sinónimo, el temor. Ambas señalan la sensación de angustia, de ansiedad, que se siente en presencia de una amenaza. Ya no pude seguir leyendo, entre las líneas del texto se abrió una brecha mínima, una hendidura conceptual en esa emoción que todos hemos sentido alguna vez y que las palabras miedo y temor encierran. Esas palabras no nos son extrañas, son conocidas y les guardamos cierto respeto. Pero descubrí en esa lectura casual, que en el agudo significado que sostienen el miedo y el temor existe una diferencia sutil que viene en nuestro auxilio para iluminar las sombras que inevitablemente dejan las generalidades. No puedo negar que me desvelé esa noche, pero no fue en la búsqueda de la delgada linea que en la igualdad de su significado separan al miedo del temor, esa diferencia la encontré con relativa facilidad. El miedo es una emoción natural grabada en los cromosomas, en el zócalo de memorias ancestrales, sirve para protegernos de un peligro real, nos obliga a salvar la vida y en ese sentido el miedo se convierte en un poderoso aliado de nuestro instinto de conservación. Impulsados por el miedo actuamos mucho antes que la razón descubra los velos que cubren la situación de peligro, el miedo es una emoción que debemos aceptar, es saludable y antes de acusarlo como la desgracia de una cobardía, el miedo es un don que nos mantiene vivos, alertas. El temor en cambio es una emoción artificial, una ficción que encubre otra ficción, y que nos espanta, nos paraliza al presentarnos como reales peligros imaginarios, el temor bordea la locura y confunde los sentidos, el temor es ese espejo que deforma las imágenes que refleja, es un artificio de nuestra imaginación, el temor lo fabricamos con la ignorancia, con nuestras dudas, con la ausencia de confianza. Es imperativo para seguir adelante con la vida desenmascarar la farsa de los temores, hacerlos presentes y enfrentarlos decididamente hasta lograr derrotarlos. Los temores nos limitan, nos cercan, nos aprisionan, nos paralizan, y hacen de la vida un acto atroz, disuelven en la nada con sus malabarismos fantasmales la felicidad. Muchas personas sin motivos reales generan un temor irracional a indefensos y dóciles animales domésticos, a minúsculos insectos, a lugares cerrados, a los túneles, a la oscuridad, al paso de la luna llena, al número 13, que consideran fatídico. La lista de temores a los que no podemos enfrentarnos es interminable, tan basta como la imaginación. Son muchos quienes guardan en secreto durante toda su vida esos temores, yo soy uno de ellos. Mi temor inconfesable se ha convertido en un formidable contrincante, me anula, me paraliza, muchas veces intimidado ante su sola presencia me niego a mirarme en el espejo para no encontrarme con la imagen grotesca del ridículo. Hablo de mi temor a los recuerdos. Le temo a mis propios recuerdos, que traen al presente inesperadamente actos de los cuales me arrepiento y me es imposible mantenerlos en la sombra del olvido, el obstinado recuerdo los trae de vuelta deformados y aún más terribles de lo que realmente fueron. Mis recuerdos se han convertido en un cruel enemigo y le temo. Intento no recordar, hago esfuerzos por seguir adelante, pero mis recuerdos se han transformado en un oponente brutal, que agazapado en la memoria, con terca paciencia, espera el momento para aparecer y arruinarme el día. Me desvelo intentando descubrir qué motiva el asalto del pasado, qué dispara mis recuerdos y los antepone a mis acciones presentes. Los recuerdos pueden aparecen y me asaltan en cualquier momento, a la mitad del día, el hilo ocre de un atardecer en un cielo abrumado puede ser el motivo, detrás de un rostro desconocido aparecen los temibles recuerdos, el sonido de la risa los llama y aparecen para ensombrecer el alegre momento.
Yo se que no puedo cambiar los hechos, pero sin importar el tiempo transcurrido los recuerdos me lastiman, me duele reconocer que pude evitar los sucesos y me faltó voluntad, que no debí dejarme consumir por la ira y me dejé envolver en esa horrible espiral de violencia. Los recuerdos me obligan a mirarme en la despiadada imagen del ridículo, distorsionada en un espejo construido por el tiempo. A diario me agoto inútilmente en ociosas tareas para no revivir mis caídas. Yo soy el hombre que le teme a sus recuerdos, que no pisa el pasado y sin el concurso del ayer es imposible un mañana. |
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En su momento también escribí para Algo Azul Un destello azul en esta tarde gris
A la memoria de Algo Azul 2018 Yo no la conocí, jamás supe su nombre real, ni tampoco el color de sus ojos, ni el largo de sus cabellos, ni el tono de su voz, mucho menos si su piel era de ébano o de nieve. Mi referencia es un avatar -por lo demás dudoso-. Pero puedo asegurar: que sus frases tienen esa intensidad prodigiosa capaz de dar luz a los rincones a donde la vida nos lleva. Ella nos acompañó desde la obligada distancia impuesta por los hemisferios, mientras caminaba con dificultad sobre la nieve, yo me tostaba en los inestables médanos de la Vela de Coro. Ella venía de ese espacio impreciso en donde los búhos se asoman a las noches en vela, atentos al cambio de humor que nos deja el paso de luna, y en una lengua rica en matices cuentan viejas historias de marineros. Yo aparecí con el peso de mis personajes fracasados atados a la espalda, y me sorprendieron sus héroes francos, sencillos, reales. No recuerdo a ninguno aspirando líneas de nieve, pero sus figuras dibujadas con maestría viven intensamente el drama diario de cada paso, el temor a lo desconocido, la ilusión de comprar un recuerdo. Ella en su afán de mantener viva la palabra tejió los hilos y anudó los cabos con nudos amables, y la idea de contar historias con la esperanza de crecer en cada historia compartida se hizo posible. Esta vez se convirtió en la vertiente de un río de tinta. Y por esos azares hoy soy yo quien lleva adelante la tarea que ella propuso. Esta tarde algo azulada el gatillo de la memoria se dispara y su despedida inesperada me lastima, su adiós repetido en los acordes de un Stradivarius, mi tristeza mal digerida, el amargo imprevisto que dejé pasar inadvertido, la imagen inverosímil de una mujer custodiada por pájaros negros, que se asoma enigmática, por un instante, en la luna del viejo espejo de mis abuelos trae enredada la nostalgia de su presencia en un batir de alas. La evoco también en estas líneas de Crónicas de Terramar: “Un hombre sin recuerdos, con los cabellos escarchados prematuramente por la nieve del tiempo, gobierna con el viento a sotavento las velas de una endeble embarcación sin destino, en un viaje sin retorno, tras el rastro plateado de peces luna, que desaparecen en un recodo de uno de los muchos cabos del archipiélago” Y en el destello azul de esta tarde, que me mira desde un enorme ópalo con imperfecciones de nieve, se sueltan innumerables retazos de sus historias, sus textos convertidos en ofrendas, sus relatos entregados con generosa mano, que han volado como ella, como sus pájaros negros. Esta memoria elástica mía me lleva a líneas confusas y ya no reconozco sí esta imagen le pertenece:
En una oscura taberna de un puerto miserable cuatro marineros de rostros endurecidos, apenas alumbrados por el cabo de una vela, se beben en silencio sus miserias, están atados por cuerdas roñosas al velamen roto de sus vidas extraviadas en mares oscuros.
Mientras en otra mesa, un grupo de jóvenes soldados, comandados por un cabo, hace rato olvidaron la compostura y sin órdenes expresas, se pierden en la risa falsa del alcohol barato con el gatillo de sus armas en descanso, y afuera, entre las sombras, agazapado bajo la cara oscura de la luna, un gatillo entre la bruma pierde la paciencia mientras aguarda al último borracho para robarlo. Espero que alguien, con mejor memoria que la mía, confirme la autoría de esta imagen. |
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