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VAMOS A CONTAR HISTORIAS.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
27-04-2015 04:22

Alabardero. Biblioteca. Badulaque. Bagaje. Forro. Marca. Zampoña.

Un aguacero inconveniente

Gruesas gotas rompen el cielo y convierten de improviso las calles en pozos y charcos, el viento y el frio se ensañan contra los pies de Catalina, los lleva apenas cubiertos por unas sandalias de verano y no para enfrentar esta imprevista, insólita tormenta, que sorprende a la desprevenida Catalina. En mal momento se quedó sin empleo y no alcanzó el dinero ni el tiempo, para hacerse de unos zapatos, que le permitan enfrentar esta contingencia.

Catalina hace un intento vano de apartar con las manos las gruesas cintas de agua que empapan sus ropas, moja los cabellos, enciende las luces del pecho y caen a chorros sobre los inocentes y desprotegidos pies, desde los dedos, el empeine, los talones, el tobillo, se le mete en los huesos un frio de espanto, helando hasta la sangre. Está a punto de una parálisis en medio de este aguacero tan inconveniente.

Quiere huir de la tormenta, escapar del frio. Intenta entrar en la biblioteca, pero un badulaque le impide el paso, sigue a la carrera y empuja con fuerza las puertas de una tienda por departamentos, que le da la bienvenida con las alegres notas de una zampoña, respira el agradable confort, la comodidad, el ambiente impregnado de intensos perfumes de marcas conocidas. Por puro instinto, más tranquila, a medio secar, se encuentra dando vueltas alrededor de los zapatos.

Sabe perfectamente que no puede comprar ni a crédito un buen par de zapatos, pero desganadamente, sin entusiasmo, para pasar este diluvio con dignidad, se prueba uno tras otro los diferentes modelos, primero los que encuentra más a la mano, y luego se hace selectiva. Le gustan los de tacón bajo, se mide botines cortos, de media caña, con forro de piel, botas que la cubren hasta la rodilla.

Por primera vez no ve los precios, sabe que no va a comprar nada, pero y si se los lleva puestos en un acto irresponsable de olvido involuntario, un descuido. Las botas tienen un gancho de seguridad, lo que seguramente activa una alarma en la puerta de salida, pero otros no tienen ninguna señal aparente.

Catalina ha entrado en confianza y comienza a manejar la posibilidad de llevarse un par de zapatos sin pagarlos, por pura necesidad. Evalúa los pro y los contra, la vergüenza, la pena, el bochorno, si llegan a descubrirla. El inevitable viaje hasta el interior de la tienda y luego las preguntas en la comisaria, además quedará marcada y no está dispuesta a correr ese riesgo.

En ese momento una mujer cargada con grandes bolsas aparece en el módulo de los zapatos, deja las bolsas, se quita sus hermosas botas y camina descalza con una confianza extraordinaria, comienza a probarse zapatos, los vendedores, con el bagaje de la experiencia, reconocen a la verdadera compradora y la atienden con esmero.

Catalina ha quedado a la deriva en medio de este aguacero, confundidas en el suelo encuentra las botas de la mujer y sin darse cuenta se las calza, le quedan perfectas, siente que la cubren, que la protegen, que la esperan, que están cosidas para sus pies cansados. Deja sus sandalias gastadas y camina a la salida.

En la puerta el vigilante parece un alabardero con tantas condecoraciones y cordones atravesándole el pecho, parece parte de la decoración y no una amenaza.

Al atravesar la puertas suena una alarma, el vigilante la detiene, temblando de miedo, en silencio, muestra su cartera. A su lado otra mujer se resiste. Catalina cruza la puerta, el estómago le da vueltas.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
25-04-2015 12:18

Los días pasan inevitables y traen sus propias deudas.
Iniciamos la recolección de palabras para el próximo texto. Desde el 26 de abril y hasta el 10 de mayo.

Visita/o

Lío/a

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
24-04-2015 21:27

EN LA PAZ DEL MONASTERIO

La biblioteca de Monseñor estaba custodiada por dos alabarderos que, por su rigidez y estatismo, cualquiera confundiría con dos estatuas de un naturalismo sorprendente, dos bizarros hombretones, de densas barbas, bien uniformados, con sus afiladas alabardas en las que apenas un reflejo del sol poniente daba alguna ligerísima impresión de movimiento. Las armas distintivas de la Casa de Monseñor lucían orgullosas sobre los petos y en las banderolas que iluminaban las astas de las picas. Eran épocas revueltas y las guerras entre las facciones en que se habían convertido los distintos principados teñían de sangre los campos y los pequeños núcleos urbanos que, con dificultad, iban formándose en valles y laderas. Monseñor había buscado refugio en aquel monasterio-fortaleza, en el que, por ahora, la Comunidad de monjes que lo regentaba le había jurado fidelidad.

Pero para él todo era zozobra y desasosiego; en cualquier momento y desde cualquier rincón podía surgir la traición, el doloso contubernio para eliminarlo. Llegó su temor a extremos de contratar a un catavenenos, un rústico del contorno, para que probase, ignorando el riesgo que corría, los badulaques que gustaba cenar, dentro de la austeridad a la que por norma y escasez le obligaba a tales regímenes alimenticios. Sus parvas cenas solían ser amenizadas por músicas de caramillos y siringas, instrumentos elementales, pero de los que los campesinos eran buenos tañedores, ya que carecía de recursos para recrearse con más refinadas melodías. Pero, como él decía, “prefiero la zampoña a la ponzoña”; y la ponzoña era abundante a su alrededor, tanto en lo material como en lo espiritual.

La noche se le presentaba inquieta, pues junto a ciertos bagajes que le habían llegado desde su anterior alojamiento, vinieron algunos objetos extraños que él calificaba de esotéricos y le anunciaban, o tal vez sólo presagiaban, la presencia de sus enemigos. Una retorta de alquimista, un cráneo humano, un cuervo disecado... Él nunca tuvo ni deseó objetos tan dispares con sus prácticas religiosas, tan lejanos en sus usos, atribuciones y significados a sus liturgias y creencias.

La noche era fría y húmeda en aquellos parajes desolados; afuera se oían ladridos lejanos, los lúgubres cantos de las lechuzas y extraños sonidos que no podía identificar, pero que aumentaban irracionamente sus miedos. Sentado junto al acogedor fuego que caldeaba el salón, de techos perdidos en la oscuridad de sus alturas, Monseñor se arrebujó en su manto de cárdeno terciopelo, con ricos forros de piel de armiño.

Frente a él, entre los ricos tapices que apresuradamente habían sido colgados para enriquecer algo la sobriedad de sus aposentos, se habían colocado estantes con los escasos volúmenes que había podido recuperar en su agobiada huída.

Se hizo acercar por su maestresala un valioso ejemplar de un Libro de Horas al que tenía especial afecto, porque además de las piadosas lecturas que le eran tan necesarias para la templanza de su atribulado espíritu, le mostraba ilustraciones bellamente iluminadas, donde se reflejaban escenas campestres y cortesanas, así como representaciones de la Corte Celestial con ángeles brillantes, armados de flamígeras espadas protegiendo a su Creador. Cómo deseaba él, un simple, pero molesto, aspirante al Trono Papal desde el que aspiraba a reponer la paz y el buen gobierno a las tierras de su dominio, disponer de una guardia tan leal, tan fiel e invencible.

Desde el facistol donde reposaba el Libro, aquellas ilustraciones le proporcionaban serenidad y sosiego. Con cariño las acariaciaba al tiempo que pasaba las hojas. Una antigua costumbre que muy pocos conocían. Un dulce sopor lo iba transportando a aquellos cielos tan límpidos y artísticamente representados por algún desconocido monje de alguna “scriptoria” perdida o ya arrasada por las violentas guerras. Qué terrible contraste la paz allí reflejada en las bellas ilustraciones con la violencia que asolaba a la Cristiandad.

Finalmente su noble cabeza se inclinó sobre el hombro derecho. Una extraña calma se apoderó de aquel cuerpo débil y perseguido. El maestresala, surgiendo desde detrás de un tapiz que representaba un dragón alanceado por San Jorge, se acercó sigiloso y aproximó un espejo de plata a la boca del anciano. Ningún vestigio de aliento. El veneno depositado en las hojas del Libro había sido eficaz. Tomó cuidadosamente el Libro entre sus manos enguantadas y lo arrojó al fuego de la chimenea. Un avieso chisporroteo acompañó algún tiempo a la combustión de las vitelas. Todo estaba consumado. El camino a la disputada Silla de San Pedro tenía un aspirante menos.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
15-04-2015 13:38

La fruta se me va a dañar en el árbol, mejor la recojo y la coloco en estricto orden alfabético.
Esta recolección es hasta el 26 de abril, para despedir el mes.

Alabardero/a
Badulaque
Bagaje
Biblioteca
Forro
Marca
Zampoña

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-04-2015 10:44

Aunque falte el resumen "oficial" de las palabras que tiene que "certificar" , J.J. voy a dejar mi sintetifrase, por razones de tiempo.

El bagaje del alabardero incluía una zampoña de buena marca, una casaca con forro de piel y una pequeña biblioteca; no debía ser, entonces, ningún badulaque.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
11-04-2015 10:25

La de cierre:

ALABARDERO/A

1. m. Soldado armado de alabarda.
2. m. Soldado del cuerpo especial de infantería que da guardia de honor a los reyes de España y cuya arma distintiva es la alabarda.
3. m. coloq. p. us. Miembro de la claque.

La sinteti la dejaré luego.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
10-04-2015 23:00

badulaque.

(Del mozár. berdolaca, y este del lat. portulāca).
1. m. Afeite compuesto de varios ingredientes, que se usaba en otro tiempo.
2. m. ant. chanfaina (‖ guisado de bofes o livianos).
3. com. coloq. Persona necia, inconsistente. U. t. c. adj.
4. com. Ec. Persona impuntual en el cumplimiento de sus compromisos.

bagaje.

(Del fr. bagage 'carga', este de bague, y este del gót. *bagga 'paquete'; cf. al. Biegen).
1. m. equipaje (‖ conjunto de cosas que se llevan en los viajes).
2. m. Conjunto de conocimientos o noticias de que dispone alguien. Bagaje intelectual, artístico.
3. m. Equipaje militar de un ejército o tropa en marcha.
4. m. Bestia que, para conducir el equipaje militar y en ocasiones algunos individuos del ejército y sus familias, se tomaba en los pueblos por vía de carga concejil, pero mediante remuneración.
5. m. Ec. Persona simple, inútil, torpe. U. t. c. adj.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Estela
Estela
10-04-2015 21:02

BIBLIOTECA

ZAMPOÑA . f. Instrumento rústico, a modo de flauta, o compuesto de muchas flautas.
2. f. Flautilla de la caña del alcacer(cebada)


Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
10-04-2015 19:08

Este domingo finalizan las dos semanas de nustro compromiso y se inician otrs dos hasta el 26 de abril.

Las palabras propuestas so:

Marca con todas sus acepciones

Forro con sus variables

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
10-04-2015 19:04

Badajo. Badén. Capirote. Mano. Trono. Sierra. Yapú.

Anegando orillas

Mi ciudad la bordea un hilo de río que alguna vez regó este valle, que se encuentra al pie de la sierra, dicen que es nuestro pulmón natural, pero es un lugar que me perturba, me asfixio apenas llego al borde de su falda y había decidido no entrar jamás a los dominios de lo desconocido, pero bien reza el dicho “la lengua es castigo del cuerpo”

Debo confesarles que tengo un temor ciego a extraviarme, a desconocer el rumbo y en la montaña equivoco el norte, los árboles y sus ramas de espinas forman un intrincado laberinto carente de señales para mi ignorancia, la tierra muestra huellas perfectamente visibles al perito, pero yo conozco de asfalto, de señales de tránsito, de anuncios fluorescentes, de iluminación artificial, y en la espesura de ese verde intenso estoy perdido.

Es justo aclararles que el sonido de los disparos, el ruido de motores encendidos, la algarabía de las personas son elementos que identifico, y hasta me gusta, me es necesario, ese ruido chocante y ensordecedor es una especie de música vital, que llega a entusiasmarme, pero en cambio, si en medio del silencio, con la brisa azotando la rama de los árboles se deja oír el trino de un inocente yapú, me paralizo de miedo.

Los animales no me gustan, esa es una de las razones por la que jamás voy a los zoológicos, lugares que debían ser eliminados. Nunca entenderé el placer de ver un animal encerrado, sus ojos desesperadamente tristes clamando un poco de consideración a la dignidad de su raza.

Disfrazado de majadero, con un improvisado capirote de papel corro por mi vida, soy un incómodo testigo de un acto atroz y no tengo otra alternativa que esconderme, huir, desaparecer, mí única opción es internarme en las colinas que rodean la ciudad y evaporarme.

Amanece y ayudado con un cayado que sostengo con mano inexperta, sin convicción y guiado por el miedo, inicio el ascenso desde una ladera, que amable permite el paso a este misterio que he convertido en camino de salvación.

He resbalado y caído un centenar de veces, en este ascenso sin descanso, en un claro revienta el color, flores moradas, semejantes a campanas con su pequeño badajo, son incapaces de un sonido pero despiden en cambio un intenso aroma.

Camba la dirección del viento y una ráfaga de frío me alarma, en ese momento, sin anuncio de truenos las nubes se abren y chorros de agua caen con fuerza, los árboles no ofrecen resistencia y los gruesos hilos de agua se estrellan contra la tierra, que incapaz de beberse toda la lluvia la deja correr y desenfrenada, con memoria infalible busca brechas, surcos anteriores, que se hinchan de inmediato y corre cerro abajo.

¡Carajo! Cuando uno está de malas hasta los perros lo mean, grito al aguacero que arrecia. Alarmado por la fuerza del agua busco un lugar alejado de estas chorreras y encuentro una protección natural de piedra, me resguardo y con impaciencia espero que escampe.

A media tarde deja de llover, el sol sale con timidez y no es capaz de calentarme, es hora de bajar a la ciudad para no morirme de pulmonía. Con dificultad subo al trono de piedra bajo el cual me protegí. Contemplo la ciudad, está inundada de lodo y piedras, y palos. Las aguas se salieron de madre, desbordaron el badén y un olvidado río tomó la geografía que le habían arrebatado falsos constructores de sueños, ávidos de riqueza, sin contemplaciones se hizo nuevamente dueño del valle al que nunca dejó de pertenecer y a su paso arrasó con la ciudad.

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