| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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| jota jota |
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Seguramente conocen este texto, pero lo dejo igual, como una advertencia para no permitir la derrota, es el arma de nuestros enemigos. El Jugador A mi hija Marilyn: para que tenga una imagen de su bisabuelo Aeropagita La primera vez que jugó perdió. La imagen regresa implacable y se asoma con frecuencia al espejo de sus días y con crueldad le muestra la única consecuencia posible de mantener su vida asociada a los giros de la fortuna, aun así, jugar se ha convertido en un impulso imposible de contener. Jugar es entrar en un torbellino de ansiedad con múltiples posibilidades. El triunfo y el fracaso repartidos en un mazo de cuarenta y ocho cartas. El cielo y el infierno a la vuelta de una ronda. El corazón se acelera. Un río se desborda y revienta las venas. El rostro permanece impasible, sin una mueca. Los ojos sin un destello miran los ases, firme la mano, con pasmosa calma empuja las fichas al centro de la mesa, echa el resto para culminar la apuesta y espera con la baraja cerrada la respuesta. Perder es caer en la fisura de un abismo, cruzar la esquina de una calle interminable y oscura, en donde esperan los fantasmas de la imprudencia, se multiplican los errores y la caída lo somete. La única forma que conoce para quitarse el peso de tamaña culpa es regresar a la mesa de juego, doblegar las circunstancias, volver la suerte a su favor y recoger los triunfos. Una vez más la madrugada lo sorprende en el salón, sentado frente a una mesa mirando sus pobres cartas. Levanta la mirada y un caleidoscopio de rostros con semblantes perdidos, entre el vaho de humo, alcohol y fracaso, observan al igual que él un gesto de triunfo ajeno. Unos ágiles dedos diferentes a los suyos se hacen dueños de la apuesta, una sonrisa se convierte en burla velada y en un malabarismo el destino juega su propia mano y tuerce el camino, y obliga nuevas, distintas y peligrosas circunstancias. En ese momento siente colmillos aferrados a sus intestinos, muelen con fiereza el hígado, lo destrozan. La rabia lo domina, lo enceguece la impotencia, el fracaso le cierra los caminos, la vergüenza es una loma de piedras sueltas imposible de escalar que se le viene encima. Una vez más el vacío, el enorme vacío de saber, que en un despiadado instante el éxito que desesperadamente necesita se ha esfumado y es a otro a quien le corresponde el triunfo. El desaliento lo agota, lo consume la derrota. Mira con desaliento una vez más sus cartas: As de espadas, tres de copas, cinco de bastos y sota de oro. Los naipes convertidos en restos de su propio naufragio. Por un momento piensa en sacar su revólver y denunciar que la baraja está marcada, pero desiste al instante. Se levanta de la mesa y ya en la calle, la brisa cargada de rocío le recuerda las palabras de su padre: -quien juega por necesidad, pierde por obligación-. |
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Gracias Rodrigo por tus palabras de aliento y por el título que me ofreces, que pensandolo bien creo que es más acertado. Seguramente lo cambiaré, mis textos parece que estan en permanente construcción, leo textos anteriores y siempre encuentro detalles que debo corregir. Ánimo. La primera acción de los malvados es hacernos creer que es imposible detener la maquinaria. Nuestro deber es creer lo contrario y no permitir que la desesperanza nos contamine. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Un relato filosófico y lleno de carga trascendente, J.J. Yo lo hubiese titulado "El imposible acto de olvidar", pero tú tendrás tus razones. Nuestra memoria, consciente o subsconsciente, es un gran disco duro en el que se almacenan, imborrables, todas las experiencias de nuestras vidas. Ya Marcel Proust, con su muy conocida anécdota del aroma de las magdalenas, dejó abierta las puerta a este campo inagotable. Excelente reflexión, que no relato, en el que una vez más te superas como creador de textiles literarios. Un abrazo. |
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El inútil acto de olvidar El recuerdo se cuela por una estrecha fisura de la memoria, permanece oculto en las esquinas de la nostalgia y aguarda con calma el segundo exacto, el momento justo para saltar por encima de las sombras y convertirse en el destello que ilumina el lado oscuro del espejo y muele con dientes afilados mi propia imagen. He tratado de borrar ese recuerdo, pero logra evadir cada uno de mis intentos y fracaso. Terco y persistente, el recuerdo burla mi empeño de mantenerlo detrás de los últimos sucesos. Pruebo esconderlo en la incesante actividad de actos inútiles, en un eterno boxeo de sombras que promuevo con alardes de intensidad, pero no lo consigo. Logro con la ficción de triunfos efímeros alejar por momentos esa evocación, frenar sus permanentes acometidas, obstaculizar sus apariciones imprevistas con la firmeza de decisiones impostergables. Todas son argucias para mantener el recuerdo en una custodiada encrucijada, ya que me resulta imposible borrarlo, mucho menos hacerlo cruzar la frontera de los olvidos. Con una extraordinaria lucidez el recuerdo aprovecha los innumerables puentes que ofrece la memoria, utiliza cualquier dato menor para hacer su aparición repentina: el perfil que dibuja una loma contra el horizonte. Un resto de nube detrás del incendio de la tarde. El inconfundible sabor del helado de coco. La espuma que adorna la ola. El tintineo de unas llaves, el eco de las campanas, unos ojos que miran a través de cuchillos. El sonido de unos pasos que se alejan. Cualquier detalle insignificante le sirve a su propósito de destruirme. No parece existir relación alguna entre este recuerdo y los olores, pero noto con preocupación creciente, que recalcitrante se planta en la memoria apenas percibo la fragancia del mango, de la menta, o el olor característico de la lluvia inminente, incluso, se revela irreverente con el agrio olor de la pólvora quemada.
Es realmente imposible acostumbrarme a estos asaltos continuos, sorpresivos y sistemáticos de un obstinado recuerdo, que demuestra una intransigencia superior a esta decisión mía de suprimir de la memoria esta historia. Finalmente, el rebelde recuerdo se apodera de mi pensamiento, se atrinchera, se hace irreductible y termino por entender, que ese insistente recuerdo no es una afrenta del pasado, ni la carga insufrible de la cruz impenitente y por lo tanto no debe causar ningún dolor, ni angustia, ni sobresalto. El recuerdo que con tanta saña me persigue es tan solo una advertencia, una alerta, una clara señal que me sirve de límite para no volver a cometer el mismo error una vez más y finalmente termino por agradecer a esta memoria mía su extraordinaria fidelidad, su constancia, su insólita enseñanza. |
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Que alegría saber que conoces a León, no dejas de sorprenderme. Los pemas que nos dejas parecen escritos de ayer y obligados por los años que van aclarando nuestro panorama y parece que vivieramos como nunca en una permanente revisión de nuestros actos. Estan muy buenos, con esa dosis exacta de realismo que nos impide negarlo todo. Estoy seguro que Adolfo ha oido y visto y vivido más de una generación y lo que tú ves con asombro, para él será rutina, clavo pasado. Reconozco que estás bajo los primeros destellos de aquello que cuando nos conocimos yo te advertía se denominaba la guerra asimétrica y se había puesto en marcha en el sur de nuestro continente y entiendo la sorpresa, y el disgusto y la impotencia, pero no te sorprendas si te digo que cada día será peor y es que necesitan que se acostumbren a las mentiras, no importa si las reconocen, deben acostumbrase a sus mentiras y si alguna vez los enfrentas mentirán con mayor desverguenza. Aunque te parezca una tontería debemos seguir denunciando la mentira, las falsas posturas, los engaños y olvidarnos por mucho tiempo de hacer antipolitica, la politica, las instituciones debemos defenderlas, mañana es lo único que podrá salvarnos si las protegemos. Un abrazo. Por último debemnos partir de que todo lo que dicen es mentira, por principio mienten y han convertido a la mentira en la mejor de sus armas y nosotros debemos desenmascararlos, en todo momento, sin descanso, aunque sonemos a disco rayado. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Hola, Adolfo, hola a todos: "salutem plurimam", dedicado a los que puedan venir... (Adolfo, permite que te quite este resto de telaraña de tu chaqueta...) ¿Que tal va el obligado confinamiento? Pues por la costa mediterránea, entre borrascas, danas y otras alteraciones meteorológicas, la cosa se hace entretenida. (Adolfo, no olvides actualizar las existencias de licores y tónicos varios por si esto se prolonga y tenemos que refugiarnos aquí tod@s. Dónde mejor y con más agradable compañía...) Veo que don J.J. sigue echando madera a la máquina y que gracias a él avanzamos por este páramo a través del cual, sin decaimientos, seguimos avanzando. Y eso a pesar del estado general de cosas en el que vivimos en el mundo mundial. Es verdaderamente deprimente leer, siquiera ojear, los diversos noticiarios. Parece que se ha instalado la falacia como norma, la mentira como forma de comunicación. El buen sentido ha sido barrido como hojarasca por alguna extraña tormenta que ha pillado a la Humanidad por sorpresa. Hay teorías, las del determinismo histórico, que establecen la concatenación de hechos que hacen inevitables determinadas situaciones. Estos hechos se comprueban "a posteriori" y las situaciones devenidas se sufren sobre la marcha... "si yo lo llego a saber..." es a lo máximo que se llega en el análisis. Porque a poco que uno se pare a reflexionar sobre causas, causalidades y consecuencias es sólo el absurdo el que ilumina el panorama. Y la constatación de la inmensa estupidez del ser humano y lo corta que es su memomoria.
Pero en fin... como dijo un famoso escritor español, ya finado: "yo venía aquí a hablar de mi libro..." .
Os dejo un viejo poema (ya no recuerdo si lo he "republicado" en este foro, pero que a mi me gusta bastante. Y "republicado" tal vez sea una emanación subsconsciente de mi sentir republicano. No se, preguntaré a D. Sigmundo. Un abrazo a tod@s. (Y aprovechando la revisión de los versos de León de Grieff, traído a colación por J.J. os dejo estos de su poema "Balada del disparatorio báquico...", que vienen a pelo con lo expuesto:
"Ya no existe
la verdad, si ha existido... Ya no es nada
la belleza, y lo es todo! y la tristeza
¡cómo es asaz vulgar y adocenada!" VEJEZ Frente a mí tan sólo el mar,
la paz verdiazul del mar,
y estos mis postreros años
si la vida me los quiere regalar. Se me acaba la botella
y puede que vengan amargos
esos mis últimos tragos.
No obstante, la vida es bella. A pesar de la experiencia,
de los golpes y los goces
nunca sabrá uno el viento
cómo puede golpear. Sólo quiero acariciar
como aquel mítico Rey Midas
el tesoro que en antiguas primaveras
traté de acumular. Pero encuentro sólo aire,
sólo aire entre mis manos
ni unos versos, ni un quejido.
Mi tesoro es vacuidad. Como nubes de verano
volaron las ilusiones,
los éxitos, los fracasos,
los amigos, las canciones. Quedan sólo sus vestigios
y con ellos me acompaño
mientras dormito soñando
en los pasados prestigios. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Gracias, J.J. por mantener con vida (¡y qué vida!) este pequeño rincón que debiera estar "clínicamente muerto". Me ha resultado especialmente grata tu "Encuentro..." pues la poesía de León de Grieff, por su vinculación con Huidobro y los movimientos surrealistas me es muy familiar y querida. Además, en una cierta proximidad con Fernando Pessoa, se desdobla en Stepanski y en tantos otros seudónimos. (Creo recordar haberte leído ya este relato...) Los demás de tu envío siguen dando muestras de tu enorme capacidad literaria y retratan una personalidad digna de admiración. Vaya la mía con estas palabras... |
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La urgencia de las circunstancias Espesas y tercas, las nubes convocadas y empujadas por los vientos vienen desde todas direcciones y cercan al pueblo. Los pobladores duermen desprevenidos en la quietud de la hora. Oscuros, los cúmulos grises y negros persisten y convergen hasta la asfixia en este pedazo de cielo. Estas masas informes de grafito cubren la iglesia, la plaza, las casas y hasta el cementerio.
Los pesados nubarrones chocan y retozan divertidos hasta la chispa estruendosa del rayo, inconfundible y zigzagueante la línea luminosa atraviesa el infinito, revienta en un eco que retumba y logra sorprenderlo. El aplomo mal disimulado se convierte en alarma y lo obliga a mirar al cielo, en un intento por descubrir las intenciones que conspiran contra su misión, contra una decisión tomada de antemano. Percibe entre brumas y silencios, en esta hora imprecisa en que los sueños muerden el costado y se convierten en pesadillas la amenaza de un diluvio. No puede dar un paso atrás, ni retroceder el tiempo, se quedó sin alternativas y entre otras muchas opciones, decidió que este día y de un solo golpe, se cobraría todas las afrentas, las humillaciones, las injusticias recibidas. Parece que el cielo se confabula en contra de su acción, un grillo canta y anuncia la llegada del aguacero, caen las primeras gotas y con ellas deja su improvisado y frágil escondite, se incorpora decidido y camina en busca de su destino. Las nubes han volcado su carga a chorros, con frecuencia los rayos iluminan un horizonte de sangre y muerte sin futuro. Sus pasos dejan de ser firmes y chapotean entre el barro, pero no se ablanda con el agua su fiero semblante de dientes apretados. Ya está a la vista la casa de su enemigo, apenas lo separan doscientos metros, asegura en el cinto el mango del cuchillo. Por encima de la lluvia, el sonido inconfundible del río salido de madre, que amenaza con arrasar a todo un pueblo inocente, lo detiene un instante y lo obliga a pensar en un cambio de rumbo. Sigue adelante con la firme convicción de llevar a cabo su tarea, vence dificultades inmediatas, ha llegado a esa frontera imposible que separa los hombres de los cobardes, que divide la historia entre hazañas y fracasos, recuerdos y olvidos, esa delgada línea en la que se diluye y confunde la leyenda con la verdad. Obligado por las circunstancias ha destituido al asesino que había encarnado momentáneamente, y lo ha sustituido en un golpe de agua por el héroe, un rayo cruza en la oscuridad, retumba apagado a lo lejos y piensa: Es otra forma de venganza. No puede perder tiempo. Con la urgencia dictada por las circunstancias entra a la iglesia y sube al campanario, toca con insistencia a rebato, le sangran las manos, pero no se detiene hasta que el último hombre del pueblo se encuentra a salvo de la fuerza de las aguas, a salvo del río, que ha reconquistado sus orillas. |
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Encuentro entre León de Greiff y Sergio Stepanski Texto elaborado en base al poema de León de Greiff
-Relato de Sergio Stepanski- Incapaz de predecir los sucesos que sobrevendrán a mi próximo paso, incrédulo y sin fe. Irresponsablemente impaciente. Con un inocente y simple impulso inconsciente tomo un cuaderno de notas que encuentro olvidado sobre una de las mesas del Café Automático, aquí me dejo las noches que invariablemente me llevan al conocido camino del fracaso. Corre el mes de diciembre, a Bogotá la envuelve un viento frío que se cuela entre las calles y baja de las montañas, es una visita que viene cada año y se instala hasta febrero. Pido un Brandy y hojeo el cuaderno ajeno que acabo de tomar.
Hay anotaciones desordenadas, la letra precisa rompe los márgenes con apremiante urgencia, tengo dificultad para seguir el hilo trastornado y desconcertante de estas líneas, que encuentro sin sentido, códigos que desconozco, imágenes que rayan el absurdo.
Paso las páginas perdiendo el interés inicial, y tropiezo con una estrofa, mejor dicho con dos, que me retratan con asombrosa precisión, esas líneas me pertenecen, yo debí escribirlas. Nunca pensé que otra persona, diferente a mí, en otro continente, pudiera sentir lo que yo vivo.
Desconcertado, con gran interés persigo entre las páginas el atisbo de una imagen, quizás, escondido entre las letras encuentre al dueño del cuaderno. De esa búsqueda incesante, me saca una voz educada que intenta apagar el trueno de un tono grave y pregunta frente a mí: ¿Acaso es ese el cuaderno que perdí, que olvidé en esta mesa?
La sangre deja de correr por mis venas y el corazón bombea vergüenza, pena, con tanta intensidad que enciende mis grandes orejas.
-Disculpe mi atrevimiento, soy un indiscreto y me he tomado libertades que no me corresponden, me asomé a sus confidencias-. -Lo extraño, es que son extraordinariamente semejantes a mi vida y no soy hombre que cree en paralelos-.
Antes de sentarse dibuja con el grueso abrigo que lo cubre y el bastón que le sirve de apoyo, una verónica. En silencio saca una pipa del bolsillo de su traje bárbaramente descuidado, sin quitarse la boina carga la pipa con esmero y la enciende. Mientras el humo se disipa y el aroma del tabaco invade el local me confiesa: -Soy colombiano, con herencia cruzada de suecos y alemanes, me vine a la capital buscándome la vida que no encontré en las calles polvorientas de Medellín-. -Me llamo León de Greiff-.
Le entregué su cuaderno y dije: -Soy español con sangre polaca, mi padre antes de irse me entregó su apellido y esta herencia indomable de fracasos continuos-. -Me llamo Sergio Stepanski-. Y continué: -En las trincheras de la guerra enterré a mis amigos y vine a América sin esperanzas a jugarme la vida, sé de antemano que la llevo perdida sin remedio-.
Hablé sin detenerme y continué hablando fuera de las paredes del Café Automático, caminamos juntos por las calles de Bogotá esa madrugada. Huyendo del frío entramos a un garito, sobre la mesa se jugaba a los dados y vinieron a caer en mis manos un par de ases invitándome un lance, los tomé y grité: -juego todo lo que tengo-. Los lancé sobre el tapete verde y a voz en cuello dije: -Topo a rojo-.
¿Qué perdiste? Preguntó el hombre frente a mí Intenté recordar alguna línea del cuaderno ajeno sin éxito y contesté:
-Jugué mi vida, total la llevo perdida, sin remedio-. -Todo me da lo mismo, todo me cabe en el diminuto abismo en donde se anudan mis sesos-.
Suena un disparo, lo último que veo son los aretes de la mulata que con gesto animal, sin un brillo de afecto en sus ojos perdidos en alcohol, acaricia al hombre con quien acabo de jugar y perder la vida. |
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Clínicamente muerto
La muerte lo sorprendió y como todos los que se murieron antes que él desconoce aquello que acontece y no está preparado para dar ese paso, su ignorancia del momento en que cruza el territorio que separa a los vivos de los muertos es absoluta, no tiene ninguna idea de las sombras que pueblan el espacio que debe atravesar, es una zona que permanece cubierta por el manto de lo desconocido y para muchos resulta tenebrosa. Llegada la hora, al cruzar la encrucijada final y enfrentar ese nuevo horizonte desconocido se despejaran todas las incógnitas. Eso pensaba Raúl Romero mientras estaba vivo, por ese motivo nunca mostró interés alguno en desentrañar el misterio que acompaña a la humanidad desde el primer día de su existencia. Prefiere buscar soluciones prácticas a problemas urgentes: pagar el arriendo, arreglar la llave que gotea, comer, protegerse del sol y de la lluvia, mantener el equilibrio frente al saco de circunstancias que le exigen respuestas. Su lema ante la vida siempre fue de tipo práctico. -salimos de un problema, entonces, entremos en el otro- decía. Raúl Romero tropezó inesperadamente con la muerte, se le vino encima una tarde de viernes, justo en el momento que abandonaba su trabajo. Ya en la calle, impulsado por la fuerza de la costumbre, observó unos segundos la esfera digital de su reloj y en verdad no vio pasar las motos, pero oyó con claridad el ruido de sus motores y al levantar la vista miró a tres motorizados que formando un anillo cercaban a una reluciente camioneta color grafito, otros dos hombres, seguramente acompañantes de los motorizados, estaban colocados estratégicamente a los lados del conductor y lo amenazaban con sus pistolas plateadas.
Paralizado por la sorpresa, ante la brutal y violenta actitud de estos hombres, Raúl Romero se mantuvo allí, inmóvil, sin saber qué hacer, sin atreverse a dar un paso, sin poder moverse y en ese momento sonaron los disparos, una bala lo encontró de pie, el impacto de plomo lo derribó y la sangre manchó sus ropas y pintó de rojo el asfalto. El aliento de la muerte lo enterró en un vacío. Luego que todas sus funciones vitales se paralizaron perdió peso, volumen y densidad, se sintió etéreo y libre. No era una sombra oscura, por el contrario, delgadas líneas y puntos luminosos en un complicado dibujo de átomos interconectados perfilaban ahora lo que fue su estructura ósea manteniendo la libertad de movimiento. Ausente la noción de tiempo y espacio, en la densa oscuridad a la que había entrado tuvo la sensación inicial de encontrarse en lo profundo de una cueva. Ninguna palabra describe con exactitud lo que sintió, ni explica con total profundidad los sentimientos que lo envolvieron. A las palabras que conoce les falta intensidad. Por primera vez se sintió pertenecer a un todo, ser parte del todo. Convertirse en el todo mismo. Se sintió pleno, de un gozo infinito, tan extraordinaria sensación borró todas sus necesidades, entró en un éxtasis contemplativo y finalmente lo envolvió el amor en su estado puro, la entrega absoluta sin rostro y sin nombre eliminó sus miedos. En ese instante apareció un punto incandescente en medio de la oscuridad, supo que era su lugar y tomó ese rumbo sin siquiera dudarlo. A medida que se acercaba crecía la luz y también la necesidad de ser uno con ella. La luz aumentaba la intensidad de su brillo y a un paso de fundirse en ella abrió los ojos. Con los ojos abiertos descubrió que se encontraba en un hospital, comprendió por las palabras del médico que estaba de regreso y que había permanecido clínicamente muerto por unos minutos, que acababa de volver a la vida.
Raúl Romero me confió este relato en el Centro de Experiencias Cercanas a la Muerte, Centro al que pertenezco como investigador independiente. Tomé la decisión de publicarlo por considerarlo verídico. |
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