Escribo porque de todo lo que hago o podría llegar a hacer, es lo que más me gusta, lo que me da la posibilidad de mostrar lo que siento; para contar recuerdos, porque a veces es la única manera de que dejen de doler. O inventarme un mundo diferente y pasearme por él, ver qué hay ahí, a dónde me lleva esa calle, qué tienen que decir esos personajes con los que me encontré mientras agregaba una palabra detrás de otra. Escribo porque no quiero dejar de escribir, como ahora, que los días van pasando y no encuentro la estabilidad necesaria para disfrutar de esta actividad; escribo también porque quiero que sigan escribiendo. Y, tal vez, escribo porque si alguna vez vi brillar los ojos de una maestra, si le vi mostrar a sus pares un trabajo mío, era una redacción. Porque mis compañeras de la escuela primaria creían que de grande sería escritora. Porque cuando la profesora daba los temas de Composición que nos pediría en los Cuatrimestrales, yo los que escribía todos y, ya sabiendo cuál me tocaba, regalaba los otros. Escribo porque mis nietos me piden que les ayude con su tarea de Lengua, y vuelven con una buena nota. Y sí, ya sé que no está bien, pero me siento orgullosa cuando me lo dicen.
Por supuesto que no me siento escritora y tampoco me lo propuse, en ninguna etapa de la vida. Sin embargo, tengo cientos de cuentos escritos, y otros tantos sin terminar. Alguna vez leí por ahí la definición “escribidora”; creo que es la más acertada para alguien que solo juega con las palabras como otros van a bailar, por diversión. También escribo para dejar un registro de situaciones que me conmovieron; para homenajear a algunas personas que lo merecen. Algunas veces trato de ser fiel al más diminuto recuerdo y otras sitúo a las personas en otro contexto, pasado, presente o futuro; le cambio el nombre, la edad y hasta el sexo, pero en el fondo, respeto la emoción que me despertaron, y creo que si esa persona lee lo escrito, podría reconocerse, por más travestida o camuflada que se encuentre.
En algún momento pensé que podría escribir para reflejar temas sociales que me preocupan, pero cuando lo intento a sabiendas me sale un discurso panfletario, almidonado y sin alma; sin embargo, creo que mi postura con respecto a esos temas se puede ver detrás de cualquier historia personal; escribo desde lo que soy. Sé que me faltaría adoptar otras posiciones, otros puntos de vista, pero no recuerdo haberlo hecho, ni siquiera como ejercicio.
En fin, escribo aunque a veces no es tarea fácil si quiero que mis palabras no suenen huecas, porque después de todos estos años sé que soy capaz de armar un texto prolijo y con una redacción aceptable cuando me siento obligada, pero no es eso lo que busco. Escribir me demanda el trabajo de examinarme, y no siempre estoy a la altura de lograrlo cuando las exigencias de otros trabajos cotidianos y necesarios me desgastan.
Existen muchas más razones que las aquí expuestas, pero esta vez escribo porque no quiero dejar de contarles al menos algunas de ellas.
Jose Jesus Morales
13-12-2014 00:56
¿Porque Escribo?
Participo en concursos literarios y hoy recibo un premio, esta vez es por un libro de cuentos que titulé: El Cuento que no es Cuento es un Cuento.
Tengo preparado un pequeño discurso, lo escribo aun antes de saber que obtendré el premio, inmediatamente después que envío los textos, que mantengo la fuerza de esa extraña combinación de esperanza e incertidumbre y con la convicción de cerrar el último capítulo.
Al conocer que soy merecedor del premio preparo las respuestas a preguntas frecuentes y conocidas, intento que sean inteligentes, divertidas y que abran otras posibilidades a las consabidas interrogantes. Me aterra dejar en la improvisación este momento, porque entonces mis textos quedarían desnudos, indefensos.
¿Por qué escribe Antonio Cifuentes? Pregunta un muchacho recién egresado de la facultad y la respuesta que espera no es para los lectores de su reportaje, la necesita él como escritor, el tono de su voz lo delata.
Aun y a pesar de esta certeza no me salgo del libreto que he establecido con anterioridad y respondo:
Escribo porque es lo único que se hacer bien. No se colocar un bombillo sin que haga un corto circuito, ni pintar una pared que quede pareja y sin sombras, ni cocinar sin quemarme las manos, cada vez que intento colocar un clavo me golpeo un dedo, las tareas domésticas me son completamente ajenas. En cambio, personajes e historias me asaltan y exigen que las escriba, no me dan respiro y es una tarea sencilla y divertida que disfruto enormemente.
Finaliza el acto y termino en un Bar frente a un vaso de Ron Añejo Santa Teresa, Reserva de 1796, celebro con los personajes, las historias y los recuerdos del libro que han reconocido esta noche. En este sencillo acto individual paso la página. Cierro el libro.
Los ojos desamparados del joven periodista asoman a las puertas del Bar, buscan desesperadamente un cabo suelto que le permita no hundirse en medio de una tormenta descomunal, en su propio naufragio.
Lo invito a sentarse conmigo y en ese momento se encuentra nuevamente con sus miedos, se deja caer en la silla, en silencio busca inútilmente las palabras que le permitan iniciar una conversación decente.
¡Que tomas? Pregunto y doy inicio a esta conversación que de hoy en adelante recordaremos los dos.
Mira sin asombro la botella de Ron y mi vaso sin hielo, responde con sensatez. Bebo Tequila.
Pide una botella de Tequila Reposado de José Cuervo y un vaso corto.
Guardo silencio, espero que se tome el primer trago, siento como le quema la lengua y la garganta y con la aspereza del alcohol en sus cuerdas vocales me dice:
La respuesta que usted me dio está bien para mis lectores y para mi nota, pero yo: Armando Trampas, necesito una respuesta que me ayude a entender mejor porque una persona decide escribir y poder comprender mis propios actos.
Respondo con sinceridad:
Puedo repetir lo que han dicho escritores consagrados y que seguramente ya habrás leído en internet, y no es precisamente la respuesta que estás buscando. Necesitas una señal para seguir adelante, una luz en esas tinieblas que te arrinconan y te empujan contra las paredes y de donde no puedes salir fácilmente porque crees que perdiste el rumbo y necesitas una certeza en medio de innumerables incógnitas.
Antes de responder tu pregunta basado en mi experiencia, quiero que tomes nota y reflexiones sobre estas tres sentencias de mi amigo personal Gregorio Tienda Delgado, que resumen todo lo que será esta conversación y finalmente lo que te permitirá de verdad guiarte en la aventura que decidiste emprender mucho antes del acto de hoy.
Mi amigo Gregorio afirma:
Escribo para sentirme vivo.
Escribo porque no puedo dejar de hacerlo.
Escribo porque es la única manera de ser yo mismo.
Esas tres sentencias categóricas responden claramente tu pregunta, pueden servirte de norte para dibujar el mapa de la travesía que hace rato iniciaste a ciegas, impulsado por un deseo irrefrenable, una enorme necesidad de expresar con palabras las acciones que imaginas con tanta facilidad, pero son imposibles de realizar por las limitaciones que te has impuesto.
En este momento sin reflexionar aun sobre estas tres valiosísimas sentencias te sientes decepcionado, algo te dice que escondo información de utilidad, que no soy sincero y tienes toda la razón, pero aunque no lo creas estoy dispuesto a ayudarte.
En principio quiero confirmarte, que he sido verdaderamente honesto, tanto en el acto, con testigos presenciales, como aquí, con testigos líquidos y volátiles. Puedes estar seguro que responderé tus inquietudes, pero la pregunta es otra, completamente extravagante y extraordinaria, como todo lo que nos rodea a quienes estamos urgidos por esa incontenible necesidad de expresarnos con palabras.
La pregunta es: ¿Quien escribe lo que escribo?
Yo, por supuesto, Antonio Cifuentes escribe cada uno de los textos que firma, pero es importantísimo dejar claro, que no soy uno y vertical, en mí confluyen como en un río una cantidad enorme de afluentes autónomos, con genuina fuerza individual, con tanto ímpetu, que logran imponerse, desbordarme y escriben su propia historia.
Soy apenas un instrumento, una esponja con un hambre desmedida, sin paz, ni sosiego, que absorbe más allá de los sentidos acontecimientos, sucesos, acciones, mínimos detalles. Un suspiro, un pájaro que vuela y canta, el rayo de luz de una despedida, el ahogo de una emoción, el aroma de la noche.
En un proceso de vértigo se contraen, se licuan, se confunden con la razón la verdad y la mentira y se enfrentan a precisos valores instalados en la memoria, el recuerdo me los devuelve transformados y es imperativo exprimirme hasta la sangre, hasta las lágrimas para darles un brillo especial para imprimirle la voz que buscan.
Seguimos conversando, no recuerdo que tantas otras cosas dijimos hasta acabar nuestras botellas y finalmente nos despedimos.
Rodrigodeacevedo
11-12-2014 13:37
¿POR QUÉ ESCRIBO?
Esta es, precisamente, una de las preguntas que nunca me he hecho. Desde luego, en mi caso, no es una cuestión vocacional. Una vocación es algo mucho más intenso, más necesaria para vivir una existencia completa si esa vocación es consustancial con la vida que uno ha asumido vivir. Pero en algunos momentos necesito escribir; ahora que mis circunstancias personales son prácticamente invariables, retirado de casi toda la vida “vida social” que antes me llenaba horas y días, aquí frente a la soledad blanca de la pantalla del ordenador, sabiendo de la existencia de “otros” que como yo bucean en su intimidad y la comparten conmigo, surge en mí esa necesidad de “compartirme” también yo.
Desde luego escribo desde la aceptación de que no doy a la luz ninguna obra maestra, ni siquiera unas reflexiones filosóficas o metafísicas nacidas desde un alma superior; pero se y acepto que en cada una de mis publicaciones existe un “metaescrito” que sí soy yo. De mi habilidad para expresarlo y de la afinidad de mis posibles lectores para captarlo depende que llegue con la intensidad y sinceridad que pretendo. Un relato, unos versos, contienen una especie de germen -eso que permite la partenogénesis que cita Gregorio- que, al igual que las simientes bíblicas, pueden caer en terrenos fértiles para su transformación en sentimientos; o caer en baldíos o, simplemente, estar hueros e inválidos para su pretendidamente noble finalidad. En todo caso salen de mis manos, de mi cerebro y creo incluso que de mi alma para cumplir la función que les depare el destino.
No somos -no soy ni me considero- maestros del lenguaje; se desde luego que mis escritos contienen muchas incorrecciones que nunca serían permitidas en otros ámbitos literarios. Pero -y precisamente por eso escribo aquí- este es un espacio de tolerancia, en el que debe de primar la empatía y la sinceridad; y de eso creo que mis escritos no están carentes.
Siempre sentí un gran atractivo por las bellas artes, la literatura y la poesía, admitiendo al mismo tiempo mi incapacidad (falta de constancia, excesiva autocrítica, carencia de disciplina...) para practicar cualquiera de las múltiples facetas de ese mundo superior. Según mis próximos tuve una cierta capacidad para el dibujo artístico; pero nunca para la pintura. Así que renuncié enseguida a recorrer ese camino, para el que, por otra parte, no tenía especial vocación (la vocación, esa necesaria y sublime carga para adentrarse en el mundo de la Belleza.)
Ya tardíamente “me” encontré con la literatura y la poesía. Lo paradójico es que a la edad de catorce años fui galardonado (y no es pura vanidad) con un premio nacional de redacción juvenil. Gané un maravilloso ejemplar de “El Quijote”, encuadernado en piel que figura como la mejor joya de mi biblioteca. Pero la literatura no me mostró sus más íntimos encantos; no me quiso seducir, en definitiva. Y ahora, en esta edad demasiado ma.dura, se me muestra con toda su sensualidad, con sus atractivos más subyugantes y por eso, de vez en cuando, con toda la timidez de quien se sabe intruso en el harén, dejo estas líneas en mi querido hilo “Vamos a contar historias”; en el “Taller de Relatos” que con tanto denuedo defiende y mantiene nuestro compañero Gregorio; dejo mis torpes versos (pero puede que los que mejor definan quién y cómo soy) en los hilos que me lo permiten.
Sé que todos esos escritos pueden encontrar su acogimiento con una sonrisa de simpatía entre el resto de mis compañeros que tengan a bien leerlos. ¿Quien no puede permitirse esa ingenua jactancia entre amigos.? Pero nunca me consideraré un escritor frustado, simplemente porque nunca me consideré escritor.
Y he aquí, Gregorio, amigos míos, mi colaboración en esta edición del “Taller de Relatos”, en estos momentos cruciales en el devenir de Rayuela. Puede que hoy sí; hoy sepa por qué escribo.
Gregorio Tienda Delgado
10-12-2014 23:28
Naturalmente, tienes razón, Antonio. Creo que todos los que hemos escrito y los que lo seguimos haciendo, es por voluntad propia; nadie está obligado a hacerlo. Yo me siento libre cuando escribo y me sentiré libre cuando deje de escribir, si es por voluntad propia y no por falta de facultades.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Castelo
10-12-2014 22:35
¿Por qué no escribo?
Por qué me apetece no escribir. Por qué soy, o me creo, libre, y actúo en consecuencia. Por qué aprendí a no hacer cosas a la fuerza y menos aún sin ilusión, que ya vendrá. Por qué hablo sólo, con lo cual no lo necesito, y a veces si, y elíjo. Y sobre todo, por encima de todo, no escribo, ahora, por lo mismo que lo hago otras veces sin parar; por qué pienso en voz alta, incluidos mis silencios.
(Sé que no es un relato, me disculpo, es un empezar)
Gregorio Tienda Delgado
03-12-2014 15:41
Gracias, Jasé Jesús. Esperemos que a alguien más le guste y no premie con una estupenda versión.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
03-12-2014 15:23
Fantástico Gregorio, un ejercicio que disfrutaré mucho.
Gregorio Tienda Delgado
02-12-2014 23:38
¿POR QUÉ ESCRIBO?
Quiero escribir, por diversas razones. Por las oportunidades que dejé pasar, por falta de tiempo y de medios. Por las personas a las que miré a los ojos y no pude plasmar lo que veía en ellos, o por las que no dejé penetrar en mi mente, en mis pensamientos, sabiendo que lo deseaban. ¿Qué habría pasado si hubiera podido hacerlo? La gran pregunta que no puede ser respondida.
Quiero pintar con letras sobre papel, la mirada cómplice de un desconocido, la belleza de una bandada de pájaros en un atardecer multicolor, la sensación de paz cuando se está con la familia, o entre amigos. La soledad de una cama ocupada por un sólo ser, o la frustración de querer y no deber, aunque pudiera, que es la más dolorosa. Me gustaría escribir sobre lo cotidiano, lo intrascendente. Todo eso que no es imprescindible para existir, pero sí, para sentirse vivo. Contar historias trascendentes con luces y sombras, con llanto contenido, con finales felices, o con lágrimas derramadas. Solamente una parte de la inmensidad de temas imaginarios o reales que existen para describir.
Quiero escribir sobre sexo. Esa atracción tan fuerte y placentera, quizá con el único fin de la reproducción de todas las especies. Imaginar pieles sudorosas y gemidos bañados por la luz de la luna, oyendo el susurro de las olas, cómplices espectadoras del amor nocturno. De cómo se llega hasta ese punto culminante, y de cómo después de la gran pasión se llega al éxtasis que también es parte del sexo.
Quiero escribir aunque se me juzgue por ello. Que el deseo no sea reprimido por miedo a no ser entendido, o, por el simple placer de juntar letras, agrupar palabras y sorprenderme con el resultado obtenido. Pero sobre todo, quiero escribir porque no podría dejar de hacerlo. Quizá pueda pensarse que padezco esa enfermedad llamada escribomanía y de ahí que no pueda pasar sin escribir. No es así. Soy muy activo, eso sí, y puede que roce la hiperactividad, pero esa es mi manera de ser.
He querido y deseado, e incluso he intentado, no volver a coger un bolígrafo o no sentarme delante el ordenador en lo que me quede de existencia, porque a veces duelen mucho esas letras sangrantes que cuesta sacar a la luz. Pero me ha sido imposible. Para mí es imprescindible. Lo que escribo son pensamientos que afloran en mi mente, reales o ficticios que pugnan por volar.
Quiero seguir escribiendo, plasmando el inagotable caudal de temas existente en lo real y lo ficticio, porque es lo que siempre me ha gustado, aunque no sé si lo hago bien, o razonablemente bien. Eso no tengo que juzgarlo yo. Por eso, he decidido que voy a seguir escribiendo, y contando realidades, o fantasías, o verdades a medias, o escondidas entre líneas. Porque la vida no es sólo verdad o mentira, sino una mezcla de ambas.
Quiero seguir escuchando ese relato, ese cuento y esa novela que me hablan desde el otro lado del papel, o desde el otro lado de la pantalla del ordenador, buscando un autor que les dé vida. Seguiré pariendo personajes, hijos de, (valga el término), mi partenogénesis mental, que sigan divulgando ideas impolutas, despojadas de las impurezas que ciertas tendencias de opinión contaminantes, logran intoxicar las mentes de los que cargados de bondad creen sin desconfianza en las retorcidas consignas totalitarias ya sean de corrientes políticas o religiosas.
Quiero... ser yo mimos aunque no guste lo que escribo.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
02-12-2014 23:35
Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 3 relatos en el taller.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.
Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
21-11-2014 19:47
PERDÍ EL TREN.
Han pasado casi cinco años desde que nos despedimos en aquel café en el que habíamos pasado tantas horas, juntos. Acogedor testigo del segmento de unas vidas que ahora aparecen tan lejanas. La invocación de su nombre, trae a mi mente los recuerdos que había desterrado al olvido cuando el amargo sabor de su ausencia se convirtió en tortura. La memoria fue desdibujando, poco a poco, cada uno de sus rasgos, pero nunca logró desterrar el embrujo de su voz. Esa voz que me devuelve en un instante al pasado.
Un mensaje en el teléfono.
―Hola ¿Cómo estás? Ha pasado mucho tiempo. Voy a estar un par de días en Barcelona, por algo relacionado con mi trabajo. Me gustaría verte. ¿Quedamos en el café de siempre?
Recuerdo la canción que nos gustaba escuchar.
De mi pasión, tu piel
de azahar y miel
en tu sabor mi fe
en tu sonrisa mi bien
ven a mí
no te arrepentirás
ven a mí
sentirás
una canción de amor…
Mi corazón acelerado como el de un adolescente en su primera cita, me recuerda insistentemente que aún la sigo amando. Disfrazado de una naturalidad estudiada, entro en el Café la Tertulia. No había vuelto desde entonces. Siento que el tiempo se detuvo el último día que nos vimos, porque nada ha cambiado. Me espera en la misma mesa de siempre (nuestra mesa) y su sonrisa me recibe con la misma calidez de antaño.
Charlamos durante horas, recordando entre risas la pléyade de ególatras, que habíamos conocido en aquel sitio, y la cantidad de bodrios disfrazados de poesía que habíamos escuchado. En un momento inesperado, sin previo aviso, dispara a bocajarro la temida pregunta.
―Ahora te toca contarme lo que has hecho durante estos años ¿Estás casado?
No me siento con fuerzas para hablarle de mis carencias afectivas. El orgullo me impide ser sincero. Mis dedos recorren el contorno de la mesa en busca de la respuesta adecuada, y finalmente, miento.
―¿Casado? No. Tengo pareja.
―¡Claro! Y con su voz cautivadora habitual, añade ―envidio la suerte de la persona que esté a tu lado.
La conversación continúa hasta la hora de irse al aeropuerto.
―Tengo que irme, mi avión sale dentro de dos horas. Me ha encantado verte.
El tono de su voz me envuelve como un abrazo. Vuelvo a casa con la sensación de haber perdido la oportunidad de mi vida. Ha empezado a llover. También estaba lloviendo cuando toqué sus labios la primera vez. El agua no pudo apagar el fuego que esa caricia encendió; estuvo presente cuando iniciamos el juego amoroso en el que nuestros cuerpos se iban descubriendo y explorando. La lluvia tampoco pudo controlar ese incendio. Llovía, igualmente, cuando con lágrimas en los ojos nos dijimos adiós. Nos amábamos y, aun así, nos separamos, pero no por eso se apagó la llama. Quedó encendida en nuestros corazones y continúa candente.
Su mensaje en el contestador, que leo y releo, castiga mis oídos, mientras digo como si me pidiera oír:
―Me alegra que hayas encontrado a la persona adecuada. Hace cinco años cometí el error más grave de mi vida, y es tarde para remediarlo. Hay algo que no me he atrevido a decirte.
Te quiero, siempre te he querido y nunca podré olvidarte. La canción vuelve a sonar en mi mente.
ven a mí
no te arrepentirás
ven a mí
sentirás
una canción de amor
una canción de amor
atravesando tu ser…
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.