| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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Gracias por tus palabras que me conmueven, ygracias también por haberme dejado ese encargo de mantener y cuidar y seguir con obstinación el impulso de las seis palabras, que aunque te parezca mentira son las que me obligan a escribir estos textos. Un abrazo y si algún día se te ocurre alguna palabra que quieras ver el giro que toma en tus dedos y en los míos estoy dispuesto a acompañarte. |
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| Rodrigodeacevedo |
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PREÁMBULO PARA UN POOEMA. J.J.
Un suculento relato lleno de guiños para los que, un día del pasado tan presente, fuimos compañeros de foro. Junto a un delicado homenaje al padre y a los valores que él representaba y que el autor trata de mantener vivos, todo el repaso de una vida en "notas al margen", una vida acotada, subrayada y puesta en valor con esa especial caligrafía que todos recordamos de nuestro padre. Una caligrafía tan acorde con la propia semántica y que es la esencia de lo que en esas notas se cuenta.
Y está, además, el viejo juego de las "seis palabras" que me cupo el privilegio de poner en marcha y del que, creo, muy pocos captaron el intrínguilis. Seis palabras para demostrar al escritor en ciernes que con todas ellas, por muy retorcidas y aparentemente inconexas que pareciesen, se podrían tejer magníficos relatos. Como así fue, a pesar de algunas quejas. Gracias, J.J. Con este relato no solamente has rendido homenaje a tu padre, sino que has dado vida a antiguas emociones en alguno de nosotros. Y eso es muy de agradecer. |
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| Rodrigodeacevedo |
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SANGRE ANTIGUA PARA LA RAYUELA ETERNA Una nueva entrega de mis viejos relatos archivados y polvorientos, ilustrados ahora con un truco que me enseñó la añorada Eratalia. Espero que lo disfrutésis. UN LIMBO PARA ANSELMO Era ateo e hipertenso. Por eso, por hipertenso, hubo de abandonar su antiguo oficio de talabartero . Ahora, cesante y sin otras ilusiones, meditaba tras de su vieja cachimba acerca de la difícil situación con la que enfrentaba la etapa senil de su poco azarosa vida. Pero... Había cenado apenas unas hojas de lechuga y miraba arrobado los tres c.apullos a punto de abrir con que le obsequiaba, por apenas unos riegos y algunas canciones, el rosal que adornaba su ventana.
Y así, con tan inocente y estético pensamiento en su cabeza, un infarto, brusco e inclemente, lo trasladó al otro mundo, en el que él, desde éste, tan poco creía. Y ahora estaba allí, como una simple nubecilla, algodonosa e impoluta, tal y como -ahora recordaba- había sido su vida. Ésta sí que era para él una insólita encrucijada. Porque bueno y honrado sí lo había sido, pero ateo hasta los tuétanos, también. Pasaron fugazmente por su “mente” reviviscencias terrenales que le hicieron temer su expulsión a otros paraísos menos gratos. Quizá al infierno. Pero no, todo esos fueron marrullerías de las sotanas para tenerlos sujetos bajo su férula. Cuántas veces él, como buen talabartero, tuvo que soportar, mientras adobaba un cuero rebelde, al cataplasma del cura de la parroquia, que con la cantinela de su hipertensión (“mira, Anselmo, cuídate, que no te quiero cantar el gori-gori”) trataba de desmontarle de su ancestral ateísmo. Miraba a su derredor tratando de localizar al alto tribunal que había de juzgarle, cuando un extraño ángel, rubio como un ídem, sin alas y con abundantes aditamentos pectorales (lo que los humanos llamamos te.tas) se le acercó sonriente. “Mi querido Anselmo, te esperábamos. Acompáñame, que te presentaré a tus compañeros de eternidad”. Otro grupo de variopintos ángeles, rubios, morenos, que le recordaban a los conjuntos femeninos de algunos anuncios televisivos, lo rodearon al instante. “Anselmo, has sido casto, pero te gustaban las mujeres a rabiar, ¿eh, picarón?. Y te gustaban las rosas. Ahora podrás disfrutarlas por toda la eternidad, sin calderas hirvientes ni aquellos terribles castigos anunciados; sólo tienes que cumpir una pena, la pena accesoria. Pero te advertimos que es la más insoportable: no poder ver al que Es. Te excitará la curiosidad humana hasta límites insoportables. Pero de eso olvídate. En cambio vendrás con nosotras a cuidar nuestro jardín, nuestra rosaleda infinita, para que cada año podamos celebrar a nuestra patrona, la Venus Ericina en sus fiestas romanas. Este será tu premio y también tu castigo. Porque, como te decía el cura: “Nos verás, nos verás; pero no nos catarás”.
Una extraña y perversa variante de los castigos eternos que nunca le habían sugerido ni en colegio ni en las charlas parroquiales. Todo un elenco de bellezonas, rubias, morenas, trigueñas... suculentas pelirrojas... al alcance del espíritu de sus manos y no poderlas disfrutar. Él, que en vida odiaba el voyeurismno con toda su alma... 
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Preámbulo a un poema A ustedes. A todos ustedes Reviso manuscritos de mi padre que el tiempo desvanece entre fotografías gastadas y me señalan todos los hombres que fui y que soy bajo el amparo de mi nombre. Mi padre me mira desde el blanco y negro del registro fotográfico, desde sus diferentes edades, desde su inconfundible bigote que yo recuerdo manchado de nicotina. Manuscritos atascados en el tiempo que yo dejé reposar en esa gaveta de olvidos entre la memoria amarilla y mis múltiples mudanzas. Papeles escritos en tinta azul con característicos trazos de estilográfica y la caligrafía de quien lleva prisa para no olvidar el ritmo que le dictan las palabras. El polvo del tiempo acumulado y el temblor de su mano apresurada convierten la lectura en un acto de adivinación. Mis hermanos y yo mismo los hemos manoseado muchas veces, muy pocos están fechados, mi padre no escribía para la posteridad, ni tampoco utilizaba método alguno para imprimir sentido y tono a la imagen creada -carecía de esa disciplina-. Mi padre era un hombre de impulsos que se movía entre comas y puntos para ilustrar la intensa emoción del momento. Consagraba en metáforas sonoras y perdurables el instante que vivía más allá del humo aromático de sus incontables cigarrillos. En los textos de mi padre el tributo del lenguaje está dedicado por entero al sentimiento. Ordeno notas inconclusas que redescubro y reconozco que estos manuscritos son nuestra herencia, la palabra nuestro legado. Mi padre era poeta. También nos transmitió con su ejemplo, sin rigor, valores fundamentales: el culto a la palabra empeñada, la lectura a toda hora, la familia como ancla y soporte fundamentales, esa forma de estar siempre presente en la amistad, a ser honestos más allá de las carencias, a enfrentar nuestras circunstancias sin una queja, a ser originalmente nosotros y a utilizar la ironía y la risa como un arma. Mi padre hubiera cumplido en el mes de mayo cien años de vida, pero le faltó el aliento cuando rozó los 65 años y ahora es recuerdo. Entre esos apuntes apresurados que descansan en esa gaveta de olvido, atascado en el fondo, entre rendijas, encontré un papel diferente al resto, un poema lo envuelve. Escritas sobre el papel seis palabras dispuestas en una sola línea, las separa un punto y parece que al azar las haya dictado, no se corresponden en orden alfabético y cada una de ellas por sí sola es la llave para una puerta cerrada, el papel y las palabras han abierto cien incógnitas. Imagino a mi padre con el eterno cigarrillo humeante enfrentado a la circunstancia de cada una de estas palabras: revelación. Baldío. Incertidumbre. Erección. Adagio. Amedrentar. Este texto es un pretexto para copiar a mis hermanos y a la familia esparcida por el mundo, el secreto de una nota con seis palabras en apariencia inocentes que se esconden envueltas en un poema traspapelado de José Jesús Morales Espíndola, el poema dibuja con candoroso trazo a nuestra madre y retrata de cuerpo entero a nuestro padre. Apuntes para un retrato A Esther, devotamente.
Ignorada. !Inquietante belleza!
Amplia frente. Ojos tan oscuros
reflejan antigua tristeza… Pulpa de fresa ------ los labios
y en ellos la forma del beso se ve… Suave curva que da la elegancia,
de su cuerpo moreno y sin fin…
Moderada estatura, y tan grande
que su alma no tiene confín… No escriba la pluma mi verso,
si en sus ojos se enciende la luz,
-luz que entibia la sangre en mis venas-
Luz que de día y de noche ilumina
mi alma sin fe… Es perfecto modelo la Amada
para el atormentado pincel
de Tolousse Lautrec… Agosto 1961 |
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Correr A mi hermana Aymara y a todos los amigos que corren y han corrido conmigo. Intento domar el asfalto, someter su áspera piel, desnudar su impostura indiferente, pero este es un contrincante formidable. Las calles en todas las ciudades tienen la paciencia que a mí me falta, la resistencia que me abandonó hace mucho, y una fortaleza probada ante mayores contingencias, fortaleza que me esquiva.
Cada mañana a la misma hora desafío a este adversario que me espera con sus trampas dispuestas, y yo cada día ensayo nuevas artimañas para vencerlo. Unos días enfrento a mi contrario con decisión, otros con verdadero entusiasmo, puedo asegurar, que hasta cantando, y algunos otros días movido solamente por la fuerza de la costumbre y obligado por la imposición de una rutina, que disfrazo de disciplina y me obligo a cumplir.
Conozco a mi contendiente y no me amedrentan sus múltiples engaños, ni la aparente indiferencia con la que intenta amilanarme, tampoco me intimida la incertidumbre convertida en chantaje de posibles traspiés, desafortunadas caídas y la amenaza de un hueso roto. A la hora en que el sol apenas despunta inicio esta contienda sobre las aceras, tengo confianza en la huella de mis pasos, en la firmeza de mi zancada. Mis sentidos están al servicio de pisotear esta fiera que en apariencia duerme. Somos muchos ahora los que al amanecer corremos semidesnudos al lado de vitrinas apagadas, y cruzamos temerarios las esquinas. Una legión de cuerpos se despliega en todas direcciones, cada quien lucha su propia batalla al ritmo que la vitalidad le permite, la constancia como escudo y como arma. Las mujeres han tomado esta iniciativa como fórmula para enfrentar la edad que agobia sus sueños, al igual que yo, corren con poca ropa sobre las aceras, sus cuerpos expuestos libremente en la diversidad sin límites señalan nuestras diferencias. Envueltos en sudor cruzamos miradas, intercambiamos sonrisas efímeras, gestos, el saludo de los buenos días, y nada me aparta de este inusual interés mío de doblegar la rigidez de la piedra y descarto la posibilidad de una erección inconveniente en el cumplimiento de mi tarea. Los músculos de mi cuerpo están al servicio de este combate, mi atención dedicada al escrutinio de la hora, de los minutos, del tiempo transcurrido antes de sentirme agotado por completo. Impongo al corazón un ritmo amortiguado, ordeno a los pulmones administrar oxígeno y obligo a las piernas una zancada segura, ya estoy en la pista.
Y en la palabra pista una revelación: el estribillo de una canción que se ha colado en todos los mensajes de los celulares. FAES que salga a la pista. FAES questá questá detonaó.
El FAES es uno de los muchos organismos que la dictadura utiliza para crear el terror en la población, los únicos que enfrentan a estos asesinos uniformados por el dictador son las bandas organizadas de delincuentes, son las dos caras de una misma perversión enfrentadas, no por justicia, son convocados por el estricto sentido de supervivencia y ambas protegidas por la impunidad en la depravación de la justicia. Tomo precauciones al acercarme a un terreno baldío, las intransigencias acechan entre esas sombras huérfanas, y al pasar, un perro salta, ladra a mis espaldas, insistente me persigue. Acelero el paso y se mantiene pegado a mis tobillos, la cercanía de sus colmillos acerados asusta, en este caso no se cumple el viejo adagio: perro que ladra no muerde.
El instinto del animal que soy me obliga a detenerme. Con los puños cerrados enfrento al perro, doy un grito aún más espantoso que sus ladridos y sorprendido y asustado el perro retrocede con la cola entre las piernas. El corazón se disparó y es imposible la calma, las piernas me tiemblan, el miedo me paraliza. Una vez más la calle me vence. |
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Este es también un divertimento, voy a seguirte en esa idea de publicar nuevamente a ver que lecturas le damos ahora.En Venezuela, los hombres tienen una enfermedad en el cuello que los obliga a voltear constantemente cuando se encuentran en la calle. Justa Revancha Caminan tomados de la mano por la avenida, sus sueños compartidos se confunden entre la multitud que ve pasar el amor en sus pasos. La amenaza de lluvia se evapora y la tarde azul se colorea de pinceladas ocres. La mala costumbre lo obliga a girar la cabeza, sus ojos se pierden tras el bamboleo impresionante de unas caderas descomunales. La dulce voz que lo acompaña, el calor, el candor de la mano que entrelaza la suya, los gestos llenos de promesas no son capaces de detener ese impulso irrefrenable de su instinto.
A su lado, ella lo observa y la ira exige revancha. Suelta su mano, se adelanta unos pasos y con gesto inesperado dobla la cintura, con calculado descuido su falda se levanta hasta la espalda y sus hermosas nalgas redondas y firmes, apenas cubiertas por unas brevísimas bragas verdes, quedan expuestas ante innumerables miradas golosas, también sus piernas doradas se graban en todos los ojos aquella tarde inolvidable. Irremediablemente la perdió, por seguir un impulso, el instinto, o la mala costumbre de observar mujeres ajenas. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Gracias, J.J. Me das la satisfacción de disiparme una duda que tenía al publicar este relato: la de que alguien de notros lo leyese. Al menos me confirmas que Rayuela sigue activa. Tus Papeles sueltos" nos acompañan en la aventura. Un abrazo. |
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Es un texto de aciertos, divertido y con crudas imágenes de nuestras fuerzas vivas, que más bien, parecen muertas por su inacción.
Siempre voy agradecer tus intervenciones, en el caso de tus textos, no hay repetición, es relectura obligada. Por ejemplo, rescato este dicho que utilizas con tan buena mano.
Pero una cosa es una cosa y seis media docena. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Sangre vieja para la Rayuela eterna. Hace algún tiempo propuse que publicásemos aquí -en ausencia de inspiraciones recientes- publicaciones antiguas que todos tenemos en nuestros archivos; viejos relatos o poemas que seguramente el grupo no conocerán o no recordarán. El caso es mantener viva esta página y, tal vez, provocarnos alguna tierna sonrisa al leernos "en sepia". Empiezo con un relato satírico-costumbrista de viejo cuño. TODOS_LOS _SANTOS
La Hermandad se había reunido con carácter de urgencia. En la vieja trastienda del único bar del pueblo, el alcalde, el cura, el maestro, el comandante de puesto de las fuerzas del orden y dos representantes de los caciques locales (los titulares estaban de cacería con los jerarcas provinciales) tenían que debatir una cuestión que habría de poner a prueba su capacidad resolutiva: la invasión de costumbres foráneas que, cada vez con mayor frecuencia, amenazaba por arrumbar las seculares, auténticas y atávicas (término que el maestro hubo de explicar a los representantes, nuevos en estas reuniones) costumbres, refugio de los más sagrados valores patrios. Y este grupo de acendrados ciudadanos, cuya constancia en el mantenimiento de las buenas costumbres era sabido más allá de los límites estrictamente municipales, se dispuso a debatir acerca de aquellas medidas que anularían o, al menos, reducirían, la alarmante invasión de las “modas bárbaras”, en expresión del señor alcalde. No es que se tuviese la intención de hacer cumplir la moral tradicional por encima de todo, de crear un sentimiento de culpa sobre los que ya existían según la doctrina del Ripalda; no, nada de eso. Ni que fuésemos moros de chilaba y babuchas ni integristas incendiarios de todo lo que pareciese moderno. Pero una cosa es una cosa y seis media docena. Hay que distinguir. -”Pasado mañana es la festividad de Todos los Santos, fiesta de guardar y una de las más excelsas de nuestra Santa Iglesia. Pero ello no parece ser obstáculo para que los jovenzuelos del pueblo, junto a otros salvajes de los alrededores, quieran montar una orgía en la santa noche de vísperas, por algo que llaman jalobín, o algo así”, peroró el cura. -“Permítame su paternidad -intervino el maestro- :Era una celebración ritual entre los antiguos celtas. Hoy le llaman Halloween y es una fiesta muy arraigada en el pueblo norteamericano. Incluso los canadienses y los ingleses también lo celebran”. -“Al carajo todos esos salvajes: los celtas, los ostrogodos, los americanos y los canadienses. Aquí tenemos lo nuestro y no vamos a permitir que esos chiquilicuatres nos lo desmonten. Señor guardia, ¿qué nos propone para impedir tal atropello?. Me refiero a la fiesta en las eras, con calimocho, petas y -quién sabe, dios mío- quizá hasta sexo, que están los mozos muy salidos. -“Mire, señor alcalde; ahora hay democracia. Hay que respetar la libertad de todos, mientras no se sobrepasen los límites, claro. Podemos poner al Marcial, el número, como retén de vigilancia. Eso siempre impone. Pero más, sin permiso de la capital, yo no puedo hacer”.
El hijo del Alcalde, que siempre andaba olisqueando para adquirir una “base de datos”, según sus pretenciosas expresiones (estaba en la capital estudiando no sé qué, aunque otros decían -malas lenguas- que sólo se estaba “puliendo” los dineros y la paciencia de su padre) insinuó proyectar una película “de valores” en el local social; por ejemplo “Nobleza baturra”, que cantan jotas y baila la Imperio Argentina que es un primor. Sólo el Alcalde apoyó la propuesta. Se hizo un silencio denso, pegajoso, el hervor de los cerebros en ebullición (¿o eran las moscas que zumbaban?) se iba apagando poco a poco. Abatidos, cansados, desmoralizados, las fuerzas vivas desistieron de sacar aquella púa sangrienta, una más, que iba a clavarse en el cuerpo social de aquella vieja población. Batalla perdida, como aquella que se perdió cuando pretendimos imponer el uso del sombrero de paja frente a la ominosa gorra de béisbol, de esos yanquis salvajes. - |
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La esquina de la vergüenza A mi amigo Vires.
En Chile los peatones tienen una particular forma de interactuar con los autos, él seguramente lo sabe. Cruza en la esquina con un desprecio absoluto por las normas, su conducta es arriesgada e ignorante. Su comportamiento es producto de un pensamiento infundado: él cree que las calles le pertenecen al peatón, que los autos han invadido la vía pública e impuesto sus términos a la fuerza y son en definitiva una causa de muerte que incrementa las estadísticas cada año.
Desconoce las leyes de tránsito, los deberes de los conductores y las obligaciones de los peatones. Cree que las autoridades deben proteger a los transeúntes indefensos y las leyes imponer a los conductores la pena de eliminar su licencia ante cualquier eventualidad que signifique poner en riesgo al caminante y en un cambalache inesperado convertirlos en peatones de por vida. Él es un extremista inconsciente y no lo sabe. La insistente y chocante corneta de un automóvil le advierte del peligro inminente, la bocina insiste en que mantenga la distancia, lo apremia a detenerse de inmediato. Con actitud irresponsable desoye la advertencia y consecuente con sus ideas sigue adelante. Sin darle ninguna importancia oye el escándalo que producen los neumáticos sobre el asfalto en la desesperada intención de frenar. La corneta insolente insulta su soberbia y en ese momento mira en dirección del coche con la intención de recriminarle su actitud. A pesar de los frenos aplicados con fuerza y decisión el carro no se detiene de inmediato y se le viene encima. El peso de la carrocería, la velocidad, las leyes de la física, la inercia, mantienen en movimiento al vehículo convertido ahora en un toro embravecido que está a punto de embestirlo. El frenazo que el conductor impone a la bestia se convierte en un chirrido espeluznante, él reconoce que el impacto contra su cuerpo será el de una bola de demolición. El instinto de conservación puede más que su testaruda convicción de que los transeúntes son propietarios indiscutibles de la calle y tras un esfuerzo más allá de sus fuerzas da un salto de último momento para mantenerse a salvo y lo logra por escasos milímetros. En el último segundo gana la partida, pero pierde el equilibrio y su humanidad cae. Sus huesos chocan contra el pavimento, el corazón se dispara, no termina de recuperarse y permanece tendido a un costado de la calle. El carro finalmente logra detenerse, la puerta del auto se abre y se baja una persona menuda, piensa equivocadamente en medio de su estado de alteración que es un enano, imagina que es un eunuco, que no tuvo el valor de defender su hombría y ahora se acerca solicito a prestarle ayuda. Con paso firme el conductor se le acerca, complacido él espera sus atenciones, para mayor sorpresa el conductor resulta ser una mujer, el cabello largo y negro, los labios pintados, su rostro y sus formas la delatan, no usa tacones a pesar de su estatura y resulta un enigma. Su ropa es ajustada y provocadora, debe practicar con constancia, disciplina y desesperación algún deporte que ha tallado su cuerpo, sus músculos están perfectamente definidos y el ritmo que imprimen los pasos a ese cuerpo menudo parece más bien un acercamiento erótico. La mujer no grita, no insulta y en la medida que se acerca una erección imprevista lo sorprende. La mujer se detiene, en sus ojos él reconoce las chispas encendidas de la ira y la oye decir en voz baja: -eres un cretino, un ignorante, pero mi abuelita afirma, y yo le creo, que la letra con sangre entra-.
Sin esperar ninguna respuesta la mujer le da dos soberanas trompadas, aplica con eficacia la sabiduría de las abuelas y le provoca la inmediata detumescencia de la vergüenza. |
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